Lo inesperado

Una muchacha vuelve a casa una noche de trabajo y encuentra un amante en su compañero de piso

Todo comenzó en una noche oscura, Anaya, como de costumbre salía de su trabajo en un club de noche. Su día no había ido demasiado bien, por lo que al salir mientras caminaba hacia su apartamento iba pensando en lo ocurrido. En como su novio la había dejado sin ningún motivo tan sólo unas horas antes.

Sin poder evitarlo, las lágrimas de la muchacha caían sobre su rostro quedándose heladas debido al frío de esa noche de enero.

Era una muchacha corriente, de un pequeño pueblo que se había mudado a la ciudad para encontrar una vida mejor tras la muerte de sus padres. Lo único que la hacía un poco diferente del resto de las chicas era su look, ya que vestía con botas de cuero y su típica indumentaria punk. Media aproximadamente 1.65, su pelo era rojo como la sangre debido a la gran cantidad de tinte al que llevaba sometiéndolo años y sus ojos eran de un azul brillante.

Cuando llegó a casa se deshizo de sus cosas y se metió en el cuarto de baño para darse una larga ducha caliente y relajar sus cansados músculos. Pero algo la perturbó de su trance, escuchó un ruido en el salón y se asustó al creer que estaba sola. Se envolvió en la toalla y salió por el pasillo para ver

quien era.

Ahí estaba él, su compañero de piso, con el que llevaba viviendo seis meses largos y duros debido a la tensión sexual que tenían desde que entró a vivir ahí. Eric era un chico alto y fuerte, con el cabello rubio y rizado y unos enormes ojos grises que parecían leer cada uno de tus pensamientos.

  • Voy a ponerme el pijama – Contestó ella metiéndose en su cuarto

El muchacho simplemente se limitó a observar como ella se movía, su cuerpo todavía mojado, sus piernas, sus muslos, su culo. Y pensó para sus adentros que esa chica debía ser suya.

Cuando la chica salió con su pijama, Eric se acercó a ella y se sentó a su lado sin quitarle la vista de encima, Anaya lo miró y echo un trago de la cerveza que había cogido de la nevera recostándose en el respaldo mientras le miraba a los ojos, fue entonces cuando se fijó realmente en ellos, tan grises, tan claros, tan sensuales, le volvían completamente loca.

Todo parecía sonreír en ese instante, el ayer nublado se convirtió en el hoy soleado, no había ex-novios, ni trabajo, solo ellos dos. La química flotaba en el aire y como sin darse cuenta fueron acercándose el uno al otro con disimulo sigilo y cuando tuvieron pegadas nariz con nariz, algo lo interrumpió, el irritante sonido de “God save the queen”, de Sex Pistols.

Era el ex-novio de Anaya, que la llamaba para recordarle que tenía unas cosas en su piso y que debería ir a buscarlas lo antes posible.

-Voy a ponerme el pijama yo también, ahora vuelvo.- mencionó Eric, se sentía decepcionado de él mismo, agobiado y algo arrepentido, creyendo que había hecho una tontería, pero se equivocaba. La muchacha apareció silenciosa como un gato y tras quitarse la camiseta ella se acercó a él, lo agarró de la cintura del pantalón y dándole la vuelta, lo besó con ganas.

Eric, convencido esta vez de que lo que estaba haciendo estaba bien la agarró de las caderas y la acercó aún más, mientras ella con suavidad le iba acariciando el pecho desnudo, sintiendo su calor y su piel. Él, desesperado tras mucho tiempo sin hacer el amor con ninguna mujer, la pegó a él para sentir el roce de su cintura con la de ella. Los besos se hacían cada vez más intensos y fogosos, las hormonas comenzaban a revolucionarse en su interior, Anaya ya no le acariciaba el pecho sino que le agarraba con fuerza las nalgas y el comenzaba a desnudarla poco a poco levantándole la camiseta. De un golpe intuitivo ambos se tumbaron en la cama, él sobre ella, comenzaba a besarle no solo la boca sino el cuello y el pecho mientras que a ella se le iba acelerando la respiración, estaba totalmente dominada por él.

Su saliva recorría cada centímetro de su cuerpo, desde su oreja hasta su entrepierna, suave, lento y sensual. Sus partes se iban acercando y sentían palpitar sus corazones, frotaban uno contra otro, como seda pegada a la piel. El deseo recorría sus venas, todo comenzó; penetración, gemidos, gusto, uno más otro, arriba ,abajo, era un frenesí, un paraíso, nada podía ser más perfecto, sintiéndose el uno contra el otro, Anaya colocó sus manos en la cintura de su nuevo amante. La mano de Eric agarraba con fuerza su rojizo cabello, le deshizo la coleta ya despeinada, con ganas desenfrenadas, no podía sentir más placer, los gemidos hacían resonar las paredes, agarrados como perros, él se dio la vuelta y se puso encima, Anaya se abrió de piernas perfectamente, el pene de Eric volvió a entrar con decisión, él era el rey en ese momento, los ojos de ella contrastaban la noche y disfrutaba más. Eric le agarró los muslos con fuerza arrastrándola hacia él, el goce era irrefrenable y así, minuto tras minuto fueron pasando hasta llegar al punto que todos conocemos, el éxtasis, el de sentir el paraíso dentro de ti, una explosión de cosquilleos eléctricos que recorren todos los puntos de tu cuerpo.