Lo importante es el tamaño... y saber como usarlo.
Una experiencia descomunal, despues de unacharla de chicas.
Mis amigas me lo habían advertido. En las reuniones, él era el tema de conversación cuando estábamos solas. Mia lo había probado y juraba que nunca mas lo haría con él. Magali lo había sufrido también y decía que lo mas frustrante de su vida había sido ir a la cama con él. Yo, joven e inexperta en comparación con ella, curiosa por naturaleza, quise probar.
Una tarde acepté su invitación.
Me pasó a buscar por el colegio y fuimos a tomar algo por ahí. Yo estaba muy excitada, mas que nada por curiosidad y no podía alejar mis pensamientos y mis ojos, discretamente, eso si, de sus pantalones.
Era alto, musculoso, con muchas horas de gym, delgado, de cutis blanco, ojos pardoverdosos y una cola deslumbrante.
Lo miraba caminar hacia la barra del bar y rehacía apretar las rodillas de deseo.
No estuvimos mucho en ese bar. Enseguida acepté su propuesta de ir a un lugar mas íntimo donde poder seguir la conversación.
Sabía bien donde llegaría con él.
El hotel estaba en las afueras. Mientras íbamos en el auto, su mano, como al descuido, no dejaba de apoyarse en mi muslo, justo al borde de mi pollerita del colegio.
Llegamos, nos dieron una habitación y entramos con el auto. Comencé a subir las escaleras mientras el, detrás de mi, no dejaba de elogiar lo que veía con lo corto de la pollera de m unforme.
La habitacione era grande, muy bien decorada, con una cama enorme, un jacuzzi y en un rincón, iluminado con dos spots, un sillón de cuero rojo y formas perversas.
Sonreí. Mis amigas me habían comentado de lo que se podía hacer allí arriba.
Me empecé a quitar la ropa, mientras el encendía y apagaba las luces y cambiaba los canales del lcd.
Me saque las sandalias, sentada en otro sillón, mas normal que el rojo.
Después me quité las medias, muy despacio, como en las películas.
Me saqué la blusa, la dejé sobre el respaldo, me puse de pie y con su mirada encima, desde la cama, me empecé a bajar la pollera, despacio, por las caderas y moviendo las piernas para que se deslizara hasta el piso alfombrado.
Se me quedó mirando de hito en hito, sonriendo ante mi desnudez.
Caminé hacia él ondulando las caderas, insinuándome. Tenía un conjunto negro que había comprado a escondidas, justo para esta ocasión.
Él se puso de pie, caminó en derredor de la cama y mientras yo me sentaba en el lado derecho, con las piernas cruzadas y las manos juntas sobre mi rodilla, se empezó a desvestir.
Primero se quitó la chomba, mostrando sus pectorales lampiños y esos abdominales que me hicieron abrir los ojos.
Pero no podía dejar de mirar la parte delantera de su pantalón, donde algo grande empezaba a hacerse notar.
Giró sobre sus talones, dándome la espalda, mientras se quitaba el calzado. Después se puso de frente y con una muy estudiada rutina, se desabotonó el pantalón y se lo empezó a bajar por las caderas. Se quitó una pierna y luego la otra y se mostró, casi con orgullo, solamente con el slip blanco. Lo que tenía adelante me empezó a asustar. Era largo como m antebrazo.
Se dio la vuelta, mostrandme su espalda, sus dorsales y esa cola respingada y firme que tanto me había gustado. Siempre de espaldas, se empezó a bajar el slip, dandome el espectáculo único de su cola.
Se lo quitó bastante ràpido y se dio la vuelta, poniéndose de frente a mi admiración.
Nunca había visto algo tan desmesurado.
Venoso, amarronado, largo, grueso, la cabeza le sobresalía apenas de la piel que la envolvía. Lo tenía caído contra su muslo y atemorizaba el solo imaginar como se le pondría cuando estuviera parado.
Le dije que no podría metermelo.
El sonrió.
Caminó despacio hacia la cama, la rodeó con parsimonia, bamboleando su tremendo pene.
Se paró delante de mi, con el miembro a la altura de mi rostro, lo levantó con una mano y acercó la cabeza hacia mi boca.
Lo miré, lo calculé y le di un beso cortito en la punta. Olía fantástico. Retiré la piel que le cubría el glande y le pasé la punta de la lengua alrededor. El se lo sostenía con una mano, yo se lo agarraba con una y con la otra le acariciaba los testículos.
Empezó a menear las caderas, abrí la boca y deslicé la punta de su pene dentro de mi boca. Succioné despacio, lo apreté con la lengua y el paladar, comprobé su sabor, lamí, chupé y volví a succionar. El lo empujaba dentro de mi boca, a mi no me gustaba tan adentro asi que se lo sostenía con una mano. Apreté suavemente sus testículos, estiré un dedo entre sus glúteos y le acaricie la abertura de su cola.
El puso las dos manos en mi cabeza, una detrás y la otra en la nuca.
Me ahogué un poco con su tamaño.
Me resistí y lo quité de mi boca.
Levanté la mirada y lo miré a los ojos.
Se echó hacia atrás, sacando el pene de mi boca. Lo tenía casi parado, enhiesto contra su vientre, pero todavía de costado. Se lo masajeó con una mano, envolviéndolo desde la base hasta la punta.
Me hizo tender de espaldas, y con las puntas de los dedos me quitó la tanga.
Levanté las caderas y el, inclinandose, me besó en la vagina. Cerré los ojos, mientras sentía como su lengua se apoderaba de mi. Con mis caderas levantadas y apoyada en los talones, le permití que lamiera mi vulva, mi clítoris, mi abertura estrecha. Sentía su saliva mojándome, lubricándome y un dedo deslizándose entre los labios de mi vulva. Me desabroché el corpiño y me lo quité con algo de esfuerzo. El seguía lamiéndome, lubricándome, metiendo su lengua en mi vagina, deslizando su lengua hasta mi cola, subiendo, bajando, humedeciéndome toda.
Después se apartó, se tumbó a mi lado en la cama, y me pidió que me pusiera encima de él.
Lo monté, con las piernas abiertas, deslizándome sobre su cuerpo desde las rodillas hasta el vientre. Apreté con mi pubis su pene, sentí y comprobé su dureza y me acosté con el rostro sobre su pecho. Le besé las tetillas, acaricié su cuello y le di un beso de esos que no se le olvidarían fácilmente. El me acariciaba la cintura, me tomaba por los glúteos e intentaba colocarme sobre su pene. Yo lo sentía en el ombligo, deslizándose hacia abajo, el tronco contra mi vulva, presionando mis labios mojados. Apoyé las rodillas a los lados de sus caderas, me incorporé despacio, levanté mis caderas y el, con una mano, dirigió su dureza hacia mi vagina.
La colocó en el sitio exacto. Contuve el aliento, cerré los ojos y presioné mi cuerpo contra el suyo. El pene me entró suavemente. La cabeza forzó mi estrechez con la ayuda de sus manos sobre mi cola. Era grande, lo tenía duro y así y todo, logró penetrarme en el primer intento.
Apreté los dientes.
Sentía su tamaño en la entrada de mi vagina, ensanchandome toda. Apoyé mis manos en su pecho, levanté el torso y comencé a menear suavemente mis caderas, para ayudarlo a entrar. El me sujetó por la cintura, dirigiéndome hacia su miembro, pero no podía entrarme mas que la mitad. Me dolía un poco y a pesar de lo lubricada que estaba, simplemente era demasiado grande para mi.
Intenté empujar mi pubis hacia él, pero ya no podía metérmelo mas sin hacerme doler.
El era paciente conmigo. Veía mi rostro de dolor y no intentaba mas. Pero yo nunca había tenido nada asi entre mis piernas y no quería perderme la experiencia, por mas dolorosa que fuera.
Empecé a menear las caderas, me mordí los labios y empujando con cuidado, sentí como un poco mas de su tamaño entraba en mi. Me detuve, resoplando. Temblaba entera y empezaba a sudar. El hacía pulsar su miembro dentro de mi, dilatándome en mi estrechez. Sentía como los lados de mi vagina se acomodaban a lo que estaba entrando, me relajé y volví a intentarlo.
El me abría con sus manos, sus dedos en los labios de mi vulva me hacían mas ancha para él, pero yo no podía aguantarlo mas adentro. Comencé a moverme, despacio, hacia delante y hacia atrás. El pene, grande, resbalaba entre mis pliegues, parecía acero de tan duro y todavía, demasiado ancho. El lo sostenía con una mano en la parte que aún estaba afuera. Por fin me lo sacó. Respiré hondo. Me dolía allá abajo, bastante.
Me llevó hasta el sillón rojo. Se sentó en la ondulación, puso sus piernas a los lados y me hzo acomodar dándole la espalda. Le pedí por favor que no se le ocurriera hacérmelo por la cola. Me palmeó los glúteos, tranquilizándome. Sujetó mis caderas con las dos manos y me fue llevando, muy despacio, hacia su miembro. Yo tenía el pecho sobre la elevación del sillón y mis caderas mas abajo, asi que fui sentándome muy despacio otra vez sobre su pene. Esta vez fue mas fácil.
Dilatada como estaba, la punta me penetró casi sin esfuerzo. Clavé mis dedos en la cuerina, sosteniéndome para no caer deprisa.
Poco a poco sentí como su tamaño se deslizaba dentro de mi, empalándome en su pene. Me aferré fuerte al sillón cuando empezó a doler, mientras que él dirigía mis caderas con sus manos.
Resoplaba cada vez que me entraba, suspiraba cuando me enderezaba y lo sacaba un poco. Así estuvimos un buen rato, hasta que me pidió que me diera la vuelta. Me besó entre los glúteos cuando me puse de pie, y dejó su mano contra mi vagina cuando lo enfrenté, con las piernas abiertas, para sentarme sobre su miembro.
Esta vez lo logré. Deslizándome con la espalda contra la ondulación del sillón, abierta de par en par, mojada y dilatada, logró introducirme todo su tamaño.
Me quedé inmóvil, sintiéndolo dentro de mi. Pulsaba y me hacía temblar como una hoja
Sujetó mi cintura con sus manos y comenzó a menearme de lado y hacia adelante y atrás.
El pene dentro de mi, su vientre entre mis muslos, su boca en uno de mis pezones me hicieron olvidar del mundo.
Me animé a poner mis piernas sobre sus hombros. Una por vez, hasta que terminé empalada con su tamaño.
Puso el pulgar sobre mi clítoris y comenzó a masajeármelo. Yo estaba en una nube, llena de él y gozando como una gata en celo. “Como una puta”, me dijo. “Te portás como la mejor de mis putitas”.
Y comencé a moverme, para demostrarle lo puta que podía ser.
Lo tomé de los antebrazos y comencé a menearme, hacia delante y a tras, jadeando cuando iba hacia adelante, gimiendo cuando iba hacia atrás, doblada como un libro, sacando parte de su pene de mi cuerpo.
Lo sentía todo, grueso, enorme dentro de mi. El lo hacía pulsar en mi vagina, haciéndome clavar las uñas en sus antebrazos. Yo resoplaba, llena de su tamaño. Las contracciones me venían en oleadas, estaba empapada en sudor y con su pene adentro, empezaba a llegarme.
Me doble toda hacia adelante, lo abracé con mis dos brazos y tuve un orgasmo fabuloso.
Jadeando contra su pecho, sintiéndolo dentro de mi, doliendome todo, no pude reprimir un gruñido agudo y ese tremendo jadeo cuando me llegué.
Temblaba como un hoja, empalada por su tamaño, con el vientre contraído en el orgasmo. Sentí que me disolvía desde adentro hacia fuera. Lo solté, me tendí de espaldas contra el respaldo del sillón y me quedé quieta.
Mi estrechez pulsaba conteniendo su pene. Él, con un dedo, acariciaba suavemente mi clítoris, aumentando mis temblores y gemidos.
Le retiré la mano. No podía mas, empapada en sudor, chirriando los dientes apretados.
Puso sus manos en mis caderas y me ayudó a levantarme. Sentir como su miembro salía de mí me hizo recobrar las fuerzas. No terminaba mas de sacarlo.
Me volví a sentar sobre el, con ese fantástico miembro frotándome el ombligo.
Apoyando la cola entre sus muslos abiertos, comencé a masturbarlo con ambas manos. Intenté besarlo, pero no llegaba a doblarme tanto. Así que solo le eché un poco de mi saliva en la punta, cosa que a el le gustó muchísimo, y empecé a mover las manos, una hacia arriba y la otra hacia abajo, desde la base hasta el glande. El se echó hacia atrás y cerró los ojos, mientras yo masajeaba, estiraba, envolvía con mis dedos, apretaba y soltaba, su tamaño enorme.
Comenzó a menear las caderas, elevándolas. Yo frotaba su tronco entre los labios de mi vulva, apretaba con el índice y el pulgar su glande, con la palma de la mano izquierda cubría sus testículos, mientras mis dedos lo sujetaban por la base. Empezó a gemir en un tono muy bajo, suspirando con cada movimiento de mis manos.
Aumenté el ritmo, puse la palma de la mano derecha sobre la punta, presioné suavemente y después seguí con ritmo frenético, cuando me indicó que estaba por acabar.
Levanté las caderas, me hice mas lugar para mis manos, sin soltarlo, hasta que estalló.
Las gotas de semen volaron hasta mis senos desnudos. El me los apretaba, con las dos manos, dejando entre los dedos las puntitas de mis pezones.
Después soltó un chorro mas denso, claro, viscoso.
Resbaló por mi vientre, se coló en mi ombligo y se deslizo hacia mi vulva.
Me hizo detener. El miembro pulsaba entere mis dos manos, dejando salir las ultimas gotas de su orgasmo.
Recogí un poco en el dorso de la mano y lo probé con la punta de la lengua.
Sabía ácido, pero lo degusté con delicia.
Me levanté, me puse de rodillas a un lado del sillón y puse su miembro empapado en mi boca.
Tragué todo lo que le quedaba de esperma, me lo introduje en la boca hasta que me dieron arcadas, lo retiré y lamí todo su tronco y sus testículos.
Después me recliné sobre su cuerpo, con mi cabeza en su vientre, mirando al hombre que me había hecho sentir lo que nunca mas olvidaría.