Lo encontré en la calle

Encontrarse con un ex y descubrir en la cama algo mas que la infidelidad.

Lo encontré en la calle, en pleno centro de la ciudad. Primero no lo reconocí y ya pasaba de largo, cuando me di cuenta, me volví y lo saludé. Se asombró al verme. Habían pasado cinco años o algo así. Pareció alegrarse. Nos abrazamos. Me dijo que parecía mas joven, lo que me halagó el ego de un modo extraordinario.

El parecía más fuerte, más musculoso, había ganado unos kilogramos pero no de grasa, su físico era el de un atleta o al menos el de alguien que visita a diario un gimnasio y se desvive por ganar músculos, definición, poderío, fuerza.

Estaba ligeramente bronceado en pleno invierno: muy posiblemente gracias a la cama solar visitada con asiduidad. Pero los ojos seguían siendo verdes, increíblemente verdes, brillantes, las pestañas tupidas de siempre, la sonrisa ganadora. El pelo, bien peinado y esmeradamente atendido, no era ya tan abundante, y había comenzado a ralear. Bueno, me dije, los años nos vienen a todos.

Definitivamente seguía siendo muy sexy. Había algo en su esqueleto, en sus formas, en el bulto de su bragueta, en la forma en que sus piernas se movían al caminar, algo en su culo magnífico y firme, en sus espaldas anchas, en sus biceps, en los pelitos rubios de sus brazos, en el vello también rubio asomando en su pecho, en la arrogancia de sus pectorales y de su cuello, que lo hacía enormemente atrayente. O quizás fuera mi imaginación calenturienta. No sé.

El abrazo fue sincero, y me dejó en la piel y en la ropa la fragancia de una buena colonia francesa. Los tiempos habían cambiado. Esa colonia cara y persistente, denotaba prosperidad, lo mismo que su vestimenta. Ese hombre bello, bien vestido, y de cuerpo espectacular, había sido mío alguna vez. Pero todo se termina, y el verano se hace otoño y las flores se marchitan. Lo nuestro había sido hermoso mientras duró. Luego algo nos separó. Nos cansamos. O entendimos que éramos muy diferentes para seguir juntos. Hubieron peleas, palabras dolorosas, acusaciones, recriminaciones, insultos, valijas preparadas con apuro, bocas secas, y al fin un portazo. Y aunque se dejó un par de zapatos viejos, un compact disc de Erasure, una agenda vieja, un llavero roto y varias fotos viejas, se fué para siempre de mi vida. Nos convertimos en "ex", el uno del otro. Con dolor. Pero todo tiene que terminar alguna vez, pensamos. O lo pensé yo.

No volvimos a vernos. Al principio intencionalmente. Había mucha ira y enojo. El paso del tiempo, las lluvias, los vientos, la necesidad de afrontar la vida, y seguir adelante, nos fueron alejando después. Lloré, y no se si el también lo hizo, porque es dificil superar un fracaso. Dejar de querer, rehacerse. Olvidar a alguien que amamos alguna vez. Uno sigue viviendo, junta los pedacitos de su existencia y mira hacia adelante, y un día las lágrimas se secan, la sensación de fracaso se supera, y la pija se te para otra vez, mirando a otros tipos, acariciando otras pieles, tocando otros cuerpos, sintiendo el calor de otras manos, besando otras bocas, cogiendo… Un dia te despertás a la mañana, con la pija al palo, separándote suavemente del abrazo de otro tipo, del cuerpo tibio de un macho desnudo que durmió a tu lado, anónimo o no, y en la boca, en el cuerpo, en las manos, olés el sexo, la saliva, la leche, el sudor, el aliento diferentes de esa otra persona y casi sin querer comenzás a olvidar. Olvidé a Santiago, con otros hombres, con noches de sexo sin sentido, en cada acabada en otros cuerpos, con otras lenguas en el mío, y fui borrando una imagen que me angustiaba, fui desvaneciendo, poniendo barreras a los recuerdos. Después, conocí a mi pareja actual, y yo creí que había cerrado definitivamente el capítulo de mi biografia que se llamaba Santiago Pineda. Pero lo volvi a encontrar. En la calle. En pleno centro de la ciudad.

Fuimos a tomar un café. Nos sentamos frente a frente, en una mesa de dimensiones bastante reducidas, y mis rodillas tocaron las de él, y en algun momento nuestros pies chocaron, y antes que llegaran a servirnos ese café, me di cuenta de la tensión sexual que invadía el lugar, casi podía tocarla, sentirla., cortarla con una tijera. Santiago seguía calentándome y aunque trataba de recordar lo malo del último tiempo que pasamos juntos, no podía sacarle los ojos de encima ni evitar esas ganas locas de comerle la boca, de labios gruesos y húmedos a besos, ni esas ganas mías tan fuertes de tomarle las manos, abrazarlo, volver al pasado y hacerle el amor.

El me miraba también, pero en los ratos libres que le dejaban las llamadas de su teléfono movil. "Es César", me dijo más de una vez como avergonzado.. César era su actual pareja, un integrante del Concejo Deliberante de una muncipalidad suburbana. Era el dueño de la camioneta cuatro por cuatro último modelo, que Santiago manejaba con cierta ostentación y de la casa de dos plantas con jardín y piscina que me dijo Santiago era su nido de amor con César. No quise ver la foto de ese tal Cesar, pero me la mostró y vi a un hombre más joven que yo, rotundamente obeso, con grandes ojeras oscuras bajo los ojos y pelo escaso. Ese era César. El que lo llamaba casi a cada rato. El dueño de su vida. O mejor, el que le mantenía su nuevo tren de vida.

Me preguntó por Gustavo, mi actual pareja, sabía que era oftalmólogo, separado, muy perseguido por su sexualidad. Sabía bastante sobre Gustavo. Comentarios de amigos comunes. No lo desmentí, y mientras miraba hacia la calle por encima de la cabeza de Santiago, le conté lo más elemental: estamos bien, en pareja hace casi tres años, vivimos por Coghlan, si es un barrio lindo, en un departamento que da a un enorme jardín.. Tenemos dos perros, un auto viejo, nos llevamos bien. Me quiere mucho. Y cuando dije esto, sin mirarlo a los ojos, el me pisó el pie, quizás sin querer, quizás para llamar mi atención, o tal vez para demostrarme que no me creía.

Seguimos hablando de nuestras vidas: los amigos de entonces, el trabajo, la familia. Nacimientos, muertes, bautismos, divorcios. Las noticias sociales. Algunos recuerdos. Su pie avanzó por mi pantorrilla bajo la mesa y ahí me di cuenta que no era sin querer, su mocasín de cabretilla suave me rozó la media, la acarició, y levantando la bocamanga de mi pantalón le hizo cosquillas a los pelitos erizados de mis piernas y a mi se me encendieron las luces, y la garcha se me puso dura, como queriendo explotar el pantalón. Ahí lo miré y el llegó a sonreir muy levemente antes de contestar el teléfono movil. Otra vez César, siempre era César interrumpiendo, controlándolo, vigilándolo.

Pedi permiso para ir al baño, porque no soportaba esa persecuciónn que el Concejal gordito semi pelado y nuevo rico, hacía de mi ex, como si supiera o si sospechara que Santiago estaba conmigo, en un café del centro, calentándome, tentándome. Haciéndose desear. Despertando en mí, ese deseo antigüo que creía sepultado, esas ganas irrefrenables de ser infiel a Gustavo, de revolcarme de nuevo con mi "ex" tras cinco o más años de la ruptura.

Marqué el teléfono de Gustavo, pero su móvil estaba apagado. Siempre que visitaba a su madre, apagaba el teléfono celular. No sea cosa que lo llamara yo, su amante gay. No sea que la madre sospechara que su hijo mayor, profesional y separado en trámite de divorcio, cogía con hombres. La familia aún pensaba que el era un sujeto casadero, que sentaría cabeza con alguna chica amiga de sus hermanas, una vez que le saliera el divorcio. Pero nunca llegaba esa sentencia.. A él le gustaba mantener el secreto de su doble vida. Y yo era esa parte secreta. Lo había sido durante tres años. El amor invisible, el cuerpo anónimo e impresentable que compartía su cama.

Fui al baño para lavarme la cara y peinarme. Necesitaba que el agua fría despejara mis ideas, aclarara mis sentimientos. Pero entró Santiago y se dirigíó a los mingitorios para orinar. No había nadie más en el baño, y yo sentí que mi pija se hacía líquida y dura y anhelante. El se puso a orinar y me miraba de reojo mientras yo me peinaba, y así como al pasar, a través del espejo, me mostró su pija gorda, al palo y grande. Y sonriendo casi obcenamente, me guiñó el ojo, como diciéndome "¿Te acordás como te gustaba? ¿Todavía la querés putito? Pero no lo dijo, vió mis ojos en su garcha y leyó las respuestas a esas preguntas no formuladas. Y era un sí rotundo. Terminó de mear y subrió el cierre de su bragueta y se dirigió al sector de las piletas para lavarse las manos, se las lavó mientras yo seguía en silencio y peinándome. Después miró si había alguien y como nadie entró, se puso trás mio y me apoyó la pija en el culo, la resfregó y me la hizo sentir, una y otra vez y solo pude lanzar unos suspiros y empezar a temblar. Convencido del impacto que tenía sobre mi, empezó a lamerme la oreja izquierda, a morderme el lóbulo, mientras me seguía apoyando con su pija ya definitivamente dura y morcillona.

Me di vuelta para terminar con esa situación y el aprovechó para darme un beso en la boca, un beso lleno de lengua, de saliva y de ganas. Le apreté el bulto desesperadamente a través de su pantalón y devolví el beso, y pude sentir otra vez aquella boca carnosa y húmeda que nunca había olvidado. Sus manos se deslizaron por mi culo y senti como un calor insoportable, como si fuera electricidad. Dije "Basta" no tanto porque quería detener esa pasión que me quemaba, sino por temor a que alguien entrara al baño y nos descubriera.

Salimos separados del baño, para no despertar sospechas, y el me vió venir a la mesa con una sonrisa, con los ojos entrecerrados, con una seguridad que me recordó a otros tiempos, a otras tardes, a otros inviernos cuando nos amábamos y éramos felices. Yo también me permití una ligera sonrisa mientras mis ojos se perdían en los suyos verdes y brillantes de mirada intencionada cuando me volvi a sentar Putito que lindo estás me dijo con una voz ronca y caliente..

Pero, apenas me senté, volvió a sonar su teléfono móvil, era César otra vez, que quería saber dónde estaba y le recordaba un compromiso para el mediodía con unos inversores. Hablaba tan fuerte el gordo, que escuché cada palabra. Santiago me lo dijo: - "me voy a tener que ir……"

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Intenté llamar a la camarera pero el me detuvo. "Todavía tenemos tiempo" me dijo. Le dije. "Bueno si tenemos tiempo, la llamo igual y nos vamos a un "telo" de acá cerca". Tenía que deshogar esa calentura, tenía que serle infiel a Gustavo y a su madre intrusiva, conservadora y absorvente, y castigarlo por mi inexistencia en su vida. Y Santiago me calentaba, y era evidente que el también quería ir a un "telo"(a un hotel por horas para parejas), aunque tuviera poco tiempo. Obviamente el Concejal gordito no le era suficiente.

Pagamos y salimos. Lo esperé en la esquina y apareció con su camioneta cuatro por cuatro nueva y lustrosa: me: abrió la puerta y subí. En el camino nos tomamos la mano. Yo estaba que explotaba y el también. Cuando entramos al subsuelo del hotel, a estacionar la camioneta, aprovechó la oscuridad para besarme y yo no me quedé atrás. Abrió su bragueta, y sacó su pija gorda de su slip blanco y bajando suavemente mi cabeza, me dijo," besala por favor" y la besé como antes, como cuando estábamos juntos. "Ella te extrañaba, puto" , me dijo, como si su polla tuviera vida independiente de él , como si el no me hubiera extrañado, como si todo fuera cierto, pero no me lo creí. Y más puto sera el gordo ese que te persigue, pensé, pero no lo se lo dije. .

Ya en la habitación, con el televisor encendido mostrando a un negro enorme cogiendo a una mujer blanca mas bien fea y entrada en años, nos abrazamos, nos besamos, nos quitamos la ropa, el sacó mis zapatos y mis medias y besó mis pies. Sentí su cuerpo caer sobre el mío , su piel tibia, su vello, su pasión , nuestras pijas duras y mojadas apretándose una a la otra, sus manos recorriendo mi cuerpo hasta estremecerme. Mis manos en su cuello, en su pelo, en la magnífica curva de su pecho, en los blancos globos de su culo perfecto, y mi boca jugando con su boca, mi lengua con su lengua, mezclando salivas, dolores, recuerdos, pasados.

Recorrió mi piel desnuda besando cada poro, lamiendo cada línea, convirtiendo mi cuerpo en su campo de batalla, en su esfera personal. Abracé su cuerpo al mío y creí morir y volver a nacer, pero no dije nada.

Santiago había ganado en experiencia con otros cuerpos, pensé. Sabía como hacer gozar al otro, como apasionar, excitar. Bajó por mis piernas, eludiendo mi sexo y lamió el interior de mis muslos, mis rodillas, levantó mis piernas hacia delante y comenzó a lamer mis huevos, la línea que los separa de mi culo, hasta llegar a mi orto, a mi pozo, al receptáculo de su pasión: lamió mi culo como si me cogiera con la lengua, lo besó, lo lleno de saliva y de pasión y ya no pude evitar los suspiros y los jadeos, no pude disimular el deseo ineludible de sentirlo dentro mío, como antes, como cuando era mío y yo suyo. Me cogió de mil maneras, con todas las posiciones, de todas las maneras, y me sentí perrito, y murciélago y mariposa, y su pija se hizo carne dura en mi culo dilatado, mientras bombeaba desesperado como tratando de llegar a lo más profundo de mis tripas.

"Putito mio, mi puto, aca tenés lo que querías, gritaba. Te voy a dar mucha pija. Gozá mi putito. Te voy a llenar de leche, te voy a romper ese culo de puto como a vos tanto te gustaba. Si dame tu culo, dale a papito esa "conchita" transitada, ese agujerito sin fin….." Y yo gritaba desesperado, sintiendo después de mucho tiempo, que estaba vivo y que mi cuerpo volaba como una mariposa, un murciélago, una avispa, como un pájaro libre que se permitía gozar, que decía aquí estoy, existo, y no importa si mañana muero porque hoy estoy vivo.

Bombeaba con su pija gorda, con su pija de cabecita de champignon, con la fuerza indescriptible de su condición de atleta, y sus huevos grandes golpeaban una y otra vez contra mi culo lleno de su carne, contra mis nalgas húmedas de leche anticipada. Hasta que acabó, hasta que llenó mi cuerpo con sus lágrimas de sexo y olvido, su esperma clandestina, hasta que su leche caliente comenzó a volcarse sobre esas sábanas impersonales de un hotel por horas.

Tomó mi pija y me masturbó con fuerza, apretando mi poronga como si fuera a quebrarla, como si fuera de cuero y no de carne, y el calor de sus manos, la fricción, la lucura, el desenfreno, me hizo salpicar la pared del cuarto, en un chorro milagroso cuya fuerza y potencia había olvidado. Lanzó una carcajada y exclamo " que ganas me tenías mi putito".

Nos adormecimos un rato. La película porno de la TV terminó y me despertó su teléfono movil, sonando como un radar insoportable. Lo atendió, desprendiéndose de nuestro abrazo, y se escuchó la voz de César, la voz insoportable de su presente, el llamado de sus obligaciones actuales. La voz de la realidad, del hoy.

Me tengo que ir, me dijo, mientras besaba mi boca, mientras acariciaba mi cuerpo desnudo por última vez.

Fuimos al baño y dejamos que el agua de la ducha eliminara en silencio, y para siempre los últimos vestigios del sexo febril entre dos hombres. Y el agua y el jabón removieron los besos, los abrazos, las caricias más intimas, la leche derramada en nuestro rato de pasión prohibida. Borramos con agua y jabón un instante de encuentro, la locura de intentar recuperar un tiempo ya perdido.

Nos vestimos y salimos del cuarto. Me dejó unas calles más allá para tomar un taxi. Y volvió a César, a su presente, a la vida que tenía: tranquila y sin complicaciones con un concejal gordito, suburbano y semi-calvo.

Yo quedé parado en una esquina, sin saber que hacer ni dónde ir. Lo único claro que tuve en ese momento, fue una certidumbre, una convicción que me asombraba en el medio de mi desconcierto: ya nunca más volvería a ver a Santiago Pineda . Tampoco a Gustavo.

galansoy . Vuelvo después de una ausencia algo larga. Ojalá esta historia les guste y me lo hagan saber. Un gran abrazo .g.