Lo cortés no quita lo valiente
Les voy a contar algo que ocurrió hace ya algún tiempo, y que sin embargo tiene repercusiones aún hoy día.
LO CORTÉS NO QUITA LO VALIENTE
Mi nombre es Róber. Para los que aún no me conocéis sólo decir que no hace mucho que cumplí los 40 años y vivo en el sur de España. Por lo demás, soy alto, de piel morena por mi afición al deporte, también me gusta vestir con estilo y no, no soy de los que se ponen lo primero que pillan. En cuanto al sexo, aunque claro está no poseo el vigor sexual que hace 20 años aún suelo follar con mi fascinante mujer un par de veces por semana, que no está nada mal para llevar casados 13 años y estar criando niños. Por último, pero no menos importante, decir que tengo más de lo que a una mujer le coge en la boca.
Les voy a contar algo que ocurrió hace ya algún tiempo, y que sin embargo tiene repercusiones aún hoy día.
Todo pasó a finales de febrero, en pleno carnaval. Como cada año habíamos organizado todo para ir al pueblo de mi suegra donde el carnaval se vive a tope. Bueno, no todo estaba listo, como siempre habíamos dejado el tema del disfraz para el último momento. “Algo nos dejarán”, decía siempre mi mujer.
Allí el carnaval representa la época de fiesta por excelencia. Poco a poco ha ido creciendo, y no sólo ha aumentado la cantidad de gente que se disfraza, si no que ahora muchos de los disfraces tienen gran calidad artística y técnica.
Nada más desembarcar insté a mi mujer a ir a comprar algún disfraz sencillo en un híper-chino de la localidad. Evidentemente, mi mujer dijo lo de siempre, “Ni hablar, en casa de mis tíos tienen un baúl lleno”. A mí no me gustaba la idea, ya que al final te acabas poniendo siempre lo mismo y resulta que todo el mundo se da cuenta de que vas con el mismo disfraz todos los años.
Cuando a medio día fuimos a casa de los tíos, Piedad nos abrió la puerta. Ella es algo más joven que mi mujer pero seguía soltera y sin compromiso que yo supiese. Al parecer en su día había tenido un par de novios, pero ni siquiera los llegó a presentar a la familia. En cuanto a su formación, Piedad había estudiado siempre en colegios católicos y además de ser abogada sabía tocar el piano. En fin, era una mujer muy educada, inteligente e independiente que no había encontrado un chico que se ajustara a sus altas expectativas.
Volviendo a lo ocurrido, al final decidí que iría por mi cuenta a comprar un disfraz donde hiciera falta. Piedad al ver que me marchaba dijo que ella también necesitaba comprar algo, total que salimos juntos de compras. Había docenas de disfraces de todos los precios, tantos que estuve un buen rato perdido entre los infinitos percheros. Tras un buen rato sólo dudaba entre el de mosquetero y el de pirata. Piedad insistió en que me iría mejor el de pirata al ser yo tan moreno, y era más barato. Éste incluía el parche, el garfio, el gorro, la camisa con flecos en las mangas, el chaleco y el pantalón, solo me faltaba la pistola y un sable que adquirí en la misma tienda por diez euros más.
Después de cenar todos nos disfrazamos. Uno de los primos de mi mujer iría de policía y el otro de prisionero. Como yo esperaba mi mujer había vuelto a elegir el disfraz de vampira, que le sentaba súper sexy. Como ya he dicho ese año yo disfrazaría de pirata en vez de bombero como siempre. Luego apareció Piedad y reconozco que me quedé alucinado. Llevaba puesto un vestido de gala de época victoriana, con corpiño y una falda con mucho vuelo. Parecía una duquesa en la corte de Alfonso X.
De pronto me percaté de que el disfraz de Piedad y el mío pertenecían a la misma época histórica, lo que me llevó a deducir que quizás la prima de mi mujer no había sido del todo imparcial al aconsejarme.
Inmediatamente alguien le preguntó de dónde lo había sacado, y ella nos aclaró que lo había alquilado por Internet. Alquiler de disfraces por internet, “¡Ay que ver!” pensé, la gente ya no sabe que inventar.
El caso es que aquel sugerente disfraz iba en contra del estilo de Piedad, una mujer sensata y recatada que solía disimular sus encantos con pantalones holgados y ropa sin escote. Aquél no sólo era un vestido espectacular digno de una obra de teatro, si no que hacía resaltar sus exuberantes encantos, un buen par de tetas y un espléndido culazo. El aristocrático vestido debía incluir un corpiño que empujaba sus pechos al borde de escote, amén de un artilugio bajo la falda para dar volumen que más tarde me enteré que se llamaba crinolina.
Aunque me empezó a doler un poco la cabeza lo pasé genial. Bailamos, cantamos y también nos reímos un montón viendo los excéntricos atuendos de la gente. Los demás se tomaron dos o tres copas, yo no ya que como digo tenía la cabeza algo embotada.
Como siempre mi mujer y yo bailamos muchísimo, a los dos nos encanta. Ella estaba tan arrebatadora con aquel maldito disfraz de vampira que me habría dejado chupar la sangre y todo lo que ella hubiese querido chupar… Sin embargo, mi atuendo conectaba mejor cuando bailaba con su prima. El pirata y la duquesa. Ni que decir tiene que no sólo había conexión entre nuestros disfraces si no también entre nosotros, entre su soberbio escote y mi turbia mirada, entre mi evidente erección y su risita. Vamos, que por culpa de ambas primas estuve excitadísimo todo el baile.
Sobre las 2:30 h. de la madrugada nos volvimos todos a casa y tras hacer turno para ir al baño la gente fue desapareciendo. Tras lavarme los dientes, yo mismo estaba a punto de meterme en la cama cuando decidí bajar a buscar algo para el dolor de cabeza.
― ¡Ah, hola! ―saludé a Piedad que aún estaba por allí comiendo algo.
― Hola... Me ha dado hambre ―contestó mientras masticaba una galleta cubierta con chocolate.
― Perdona, no tendrías un paracetamol ―le pedí con educación esforzándome para no mirarle las tetas.
― ¿Y eso?
― Es que me duele un poco la cabeza ―le expliqué.
― Creo que sí, espera ―y poniéndose en pie se quitó los zapatos para subirse a un taburete, abrió uno de los armarios y alcanzó una caja metálica en la última balda.
― ¡Ah pues no!… ―contestó enseguida― Pero espera que mire en la otra ―y se fue al pequeño cuarto que había anexo a la cocina.
― Ven a ver si te vale algo de esto ―me dijo.
Cuando me acerqué a la puerta me quedé alucinado. Piedad estaba recostada sobre la lavadora y con la falda remangada me mostraba su gran trasero. Incluso se había bajado las braguitas hasta las rodillas de forma que su rajita resplandecía a la vista y sonreía satisfecha con el efecto que había causado en mí, me había dejado completamente pasmado.
Sentí el deseo de abalanzarme sobre ella y tomarla con el mismo torpe descaro que ella mostraba. Afortunadamente, logré contener aquel impulso. En vez de dejarme llevar la miré con serenidad sujetando la manivela de la puerta como si no descartara marcharme de allí, ocultando por unos largos segundos que mi decisión de follarla ya estaba tomada.
La prima de mi mujer contoneó ligeramente el culo suplicando atención masculina, pero yo consideré que sería mejor actuar con precaución hasta asegurarse que todos dormían. Iría poco a poco, avivaría el fuego entre sus muslos hasta que su sexo se abrasara haciendo que Piedad se sometiera al poder del deseo sexual.
Entre en el pequeño cuarto, cerré con sigilo la puerta y sin más aproximé mi dedo medio a su abultado clítoris. Comencé a agitarlo haciendo pequeños circulitos.
― ¡Ufff! ¡Ah! ¡Ummmm! ―no tardó en jadear la prima al tiempo que unas gotitas manaron entre sus infladísimos labios mayores. La pobre debía estar en esos días del periodo de ovulación, su receptividad a mis caricias era desmesurada.
― ¡Aaaagh! ―gimió complacida cuando metí aquel mismo dedo en su cálida vagina. “Si un dedo te gusta tanto, ya verás…” pensé imaginando como iba a ceder aquella rajita cuando mi polla se abriera paso. Empecé pues a preparar el camino metiendo y sacando mi dedo en su ardiente sexo. Ciertamente aquella hembra se entregaba en cuerpo y alma al semental que ella misma había escogido para que la montase y la hiciera gozar.
― ¡Mmmmmm! ―la oí gemir cachondísima, su cálido chochito desparramaba un aroma dulce y empalagoso, entonces me permití la frivolidad de retirar el dedo y ponérselo delante de la boca.
― Chupa ―ordené.
Piedad me miró, sonrió y probó sin rechistar su propio sabor. Me sorprendió que aquella seria y juiciosa mujer pudiera estar tan caliente. Incluso se movía ligeramente de delante a atrás intentando fornicar con mi dedo. Vi a Piedad tan entregada que me atreví a llevar a cabo una temeraria herejía.
― ¡Ey! ― protestó desconcertada con los ojos como platos cuando mi dedo se coló en el estrecho agujerito de su culo.
― ¡Sorpresa! ―bromeé.
― ¡¿Qué confianzas son esas, caballero?! ― protestó agraviada, si bien su mirada irradiaba unas ganas locas de follar.
La prima de mi mujer era una mujer prudente, sencilla y correcta, pero mi experiencia me decía que cuanto más decorosa es una mujer en público más perversa es en la intimidad y efectivamente, Piedad no tardó en esbozar una pícara sonrisita demostrando su conformidad y satisfacción incluso a pesar de tener una pequeñita hemorroide en la parte inferior del ano.
¡Ufff! ¡Aaah! ¡Ooogh! ―jadeó con incredulidad cuando di comienzo a un tímido pero efectivo vaivén. La obligué entonces a mirarme. Había pudor, vergüenza y placer mezclado en su rostro femenino.
En verdad aquello resultaba inaudito dado que mi dedo se antojaba realmente pequeño comparado con el tamaño de su culo. Entonces decidí cambiar de dedo y utilizar el pulgar, después eso sí de haberlo pringado bien con sus propios fluidos.
¡Oooooooogh! ―Piedad apreció la diferencia de tamaño y las caricias que comencé a hacerle en su salada almejita. Realmente estaba de suerte, la prima de mi mujer parecía disfrutar del sexo anal.
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ―sus gemidos y sollozos fueron rápidamente en aumento al compás hondo en su culo y alegre en su coño, hasta que…
¡Aaaaaaaaaaagh! ―se estremeció colmando la palma de mi mano con sus fluidos.
― ¡Fantástico! ―la felicité― Ciertamente es usted más intrépida de lo que aparenta, duquesa.
Hice que Piedad se incorporara.
―Bueno, es hora de que demuestre usted eso que dicen de las señoras de este pueblo, sobre todo de las casadas. ―reclamé a la vez que me desabotonaba la abertura del pantalón.
Al ver mi verga Piedad no pudo contener un gesto de admiración. Piedad me miró inmóvil sin entender mi indirecta, seguramente ella esperaba que yo la follara sin más, así que tuve que ser un poco explícito.
― No sea vergonzosa, señora duquesa. Vamos, reclínese ―le urgí.
― ¡Ah, claro! Disculpe mi torpeza caballero ―dijo hincándose de rodillas.
En cuanto salió de su embelesamiento se lleno la boca con la mitad mirándome al tiempo con asombro.
Después empezó a mover la cabeza arriba y abajo mamando de forma tosca y simple. Tenía mucho que aprender, pero lo importante es siempre la actitud y Piedad le ponía ganas.
― Me imagino que su esposo estará preocupado por usted en el calabozo. Tal vez debería hacer que lo trajeran aquí ―me mofé.
― Debe estar de broma, capitán ―rió Piedad― Al duque le gustan los muchachos más que a mí los hombres.
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ―reímos los dos.
― Ahora comprendo que tenga usted tanto apetito, señora ―dije con aceptación― ¡Coma! Coma usted cuanto quiera…
Piedad mamaba la punta de mi verga a buen ritmo, pero siempre con un aburrido arriba y abajo, arriba y abajo… Cansado de ello decidí averiguar cuanta polla era realmente capaz de tragar la prima de mi mujer. Para ello, apoye la palma de mi mano sobre su cogote y asiendo un puñado de pelo la forcé a bajar bastante más de lo que ella llegaba por sí misma.
― ¡Mmmmmmmmmmmmm! ―protestó con la boca llena de carne, completamente sofocada.
Siempre es fascinante para un hombre ver como una mujer le chupa la polla con avidez, sin embargo no es menos grato ser uno mismo quien la obliga a engullir, siempre con moderación por supuesto.
― ¡Buff! No sea cruel conmigo, se lo ruego ―trató de negociar.
― Inténtelo otra vez ―la exhorté.
Piedad abrió la boquita y devoró de nuevo mi miembro entre sus sonrosados labios de su boca. Esa segunda vez la punta de su nariz estuvo cerca de tocar la tela de mi pantalón.
― ¡Fantástico, señora! ¡Fantástico! ―la felicité.
“Mañana te traeré aquí a que aprendas a chuparla como Dios manda” ―pensé― “Es vergonzoso… Una mujer de tu edad…” Pero aquel día tocaba hacer un reconocimiento general, así que un instante más tarde hice que Piedad se subiera encima de la lavadora y separara las piernas para poder devorar su sabrosísimo conejito.
Despatarrada, entre gemidos y resoplidos, Piedad hizo resbalar sobre sus hombros la tela de su vestido y se sacó las tetas. Las tetas más grandes que yo hubiera visto hasta entonces.
¡Aaaaaaaaagh! ―la hice aullar chupándole con fuerza uno de sus pezones.
― ¡Qué barbaridad! ―exclamé maravillado pensando en la cubana que podría hacerme la primita entre sus tetas. “Mañana sí, mañana le echaré aceite entre las… Dios mío, ¡Vaya melones!”, resoplé.
―Tiene usted un coñito delicioso, Señora Duquesa ―dije apartándome― Dese la vuelta.
Piedad se puso rápidamente de espaldas a mí, recostándose de nuevo sobre la lavadora.
― ¡Con cuidado, capitán! ―suplicó.
Mire por un instante su inflamado chochito. “Se va a enterar…” pensé.
― ¡Ooooogh! ¡Animal!― bramó cuando se la clavé entera de un sólo empujón.
Entonces le di tres o cuatro contundentes embestidas y me pareció sentir que mi polla empujaba su útero para hacerse sitio en su pequeña vagina.
― ¡No sea bruto, caballero! ―me increpó ― ¡Me la va a sacar por la boca!
¡Aaagh! ¡Aaaagh! ¡Agh! ¡Aaagh! ¡Agh!
La mosquita muerta no dejaba de gemir con cada penetración, acogiendo dentro toda mi verga. Era toda una mujer, sí Señor. Así, pronto pasamos del ¡Plash! ¡Plash! ¡Plash! del choque de nuestros cuerpos al ¡Schof! ¡Schof! ¡Schof! cada vez que mi polla se hundía en su jugoso chochito.
¡Aaagh! ¡Aaaagh! ¡Agh! ¡Aaagh! ¡Agh!
― ¡Qué barbaridad, duquesa! ―dije― Me está mojando usted los huevos.
¡Aaagh! ¡Aaaagh! ¡Agh! ¡Aaagh! ¡Agh! ¡Aaaaaaaaaaaaagh! ―jadeó al gozar un nuevo éxtasis.
Mientras la prima recuperaba el aliento miré como mi polla entraba y salía de aquella cueva húmeda y caliente. Estaba claro que la prima no era la mojigata que aparentaba ser. Todo lo contrario, era tan puta como la que más. Retomé lo que había dejado a medio.
¡Aaagh! ¡Aaaagh! ¡Agh! ¡Aaagh! ¡Agh! ¡Aaaaaaaaaaaaagh! ¡Aaaaaaaaaaaaagh!
Piedad no tardó en empezar desvariar al enlazar un orgasmo con otro. Tenía un coñito voraz y mi resistencia iba llegando a su fin, sin que la muy zorra diera muestra de saciedad. Era pues momento de averiguar hasta dónde me permitía llegar…
― ¡Tiene usted un culo formidable, señora! ― traté de agasajarla.
― Gracias. Es usted muy adulador, capitán ― comentó con incredulidad.
“Lo cortés no quita lo valiente”, pensé al separar sus generosas nalgas. Entonces me chupé dos dedos, vertí cuanta saliva pude en aquel estrecho surco y empecé a horadar en su ano.
― ¡Ay, Dios! ¡Qué hace usted! ¡Despacio! ¡Despacio! ―suplicó la prima anticipando que iba a ser doblemente penetrada.
Mis dedos se introdujeron sin más problema que un difuso sollozo de Piedad que sin duda estaba colaborando manteniéndose relajada. Obviamente, no iba a resultar sencillo, por ello retomé las penetraciones en su coño para hacer tiempo mientras trabaja su culito con los dedos.
¡Aaagh! ¡Aaaagh! ¡Agh! ¡Aaagh! ¡Agh! ―gemía una y otra vez siendo follada por el coño y el culo al mismo tiempo. Deliraba en la gloria, muerta de gusto.
¡Aaaaaaaaaaaaaaah! Un agudo lamento surgió de su garganta, proveniente de su ano, acababa de metérsela por el culo. La había pillado desprevenida, quizá había hecho mal en no avisarla, no lo sé, pero ya no importaba.
― ¡Joder! ¡Es el culo, Róber! ―exclamó llamándome ahora por mi nombre, creyendo ingenuamente que me había confundido de orificio.
― ¡Para, róber! ¡Aaaagh! ―volvió a quejarse cuando empujé de nuevo, lo que me hizo comprender que Piedad necesitaba tiempo para adaptarse a mi miembro. “¡Qué bruto!” me recriminé a mí mismo.
Me puse a acariciarle la espalda con delicadeza, hundí mis dedos entre sus cabellos, amasé sus hermosas tetas, la besé con ternura en la nuca… y un par de minutos después de empecé un levísimo vaivén.
― ¡Ummmmmm! ¡Despacio! ¡Auch! ¡Ah! ¡Aah! ¡Aaah! ¡Aaaah! ―gimió Piedad volviendo a gozar, ahora por el culo. Gozando de que un hombre la poseyera de una forma tan enérgica e indecente. Así, los lamentos y sollozos femeninos fueron poco a poco dando paso a gemidos y suspiros de placer. Al mismo tiempo, la pobre mujer trataba de sujetar sus grandes tetas, que habían empezado a bambolearse como un par de pesadas campanas. Eso con una sola mano, ya que la otra la tenía entre las piernas, imagino que masturbándose.
― ¡Aaaaaah! ¡Aaaaaah! ¡Aaaaaah! ¡Aaaaaah! ― gimió pronto con cada embestida, haciendo que yo me animará suponiendo que ya estaba preparada. La agarré pues de los hombros dispuesto a darle por culo como se merecía.
¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ―de pronto empezaron a oírse unas embarazosas ventosidades. El bombeo continuado había hecho que se fuera acumulando aire en su conducto anal, aire que Piedad ya no lograba contener― ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ―aquello era música para mis oídos.
― ¡Aaah! ¡Aaah! ¡Aaah! ¡Aaaaaaaaaaah!
Aquella mujer estaba gozando como una loca. Sus enormes tetas iban y venían fuera de control. Piedad había sucumbido al placer, había perdido toda voluntad. Pero al follarla con tanto ímpetu se me salió. Por supuesto no tardo en tenerla de nuevo dentro del culo.
― ¡Aaaaaaaaaah!
Aquel grito resultó tan apasionado y sincero que no pude aguantarme las ganas se sacársela y volvérsela para clavar de golpe por el culo sólo para escucharla chillar de placer.
Sacársela y…
― ¡Aaaaaaaaaah!
Sacársela y…
― ¡Aaaaaaaaaah! ―volví a repetir hasta que me suplicó.
― ¡Au! ¡Para! ¡Paraaaaaaaaah! ―con los ojos cerrados fue aullando cada vez más fuerte hasta que de pronto emitió un grito sordo y se puso a temblar. Su cuerpo se tensó y escuche que algo salpicaba el suelo.
― ¡Shsssssss! Probablemente se estaba orinando entre convulsiones. A punto estuvo de hacer que mi polla se saliera de su culazo, cosa que no estaba dispuesto a consentir, no sin antes correrme dentro de ella. Así que me agarré a la parte opuesta de la lavadora y empecé a centrifugarle el ano a doscientas revoluciones por minuto.
― ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ―gritaba la prima al ser salvajemente sodomizada, y así siguió hasta que el marido de su prima logró llenarle el culo de esperma.
― ¡Ogh, sííííí! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ―exclamé con cada eyección.
Al poco, vi que reía con mi polla todavía dentro del culo.
― ¿Qué? ―pregunté volviendo a clavársela.
― ¡Ay! ―se quejó al tiempo que sonreía― El Paracetamol… Está fuera, en la caja de chapa.
¡¡¡Plaaaaash!!!
― ¡Ay! ―se quejó al recibir un fuerte azote.
Piedad se había burlado de mí, pero la broma no duró mucho, ya que enojado retomé un suave vaivén en su castigado ojete.
FIN. Bueno… no del todo, ya que como dije al principio la prima de mi mujer me ha vuelto a liar casi todos los años.