Lo bueno si doble, cuatro veces bueno

Dos amos, cuatro esclavas (con fotos).

LO BUENO SI DOBLE, CUATRO VECES BUENO

Dos amos, cuatro esclavas.

Dicen que donde hay confianza da asco y en mi caso no fue una excepción. Siempre me ha gustado escribir y desde hace años lo he venido haciendo como hobby. Sin embargo nunca me había animado a publicar nada de lo que escribía.

Hace ahora unos años, conocí por msn y trabe cierta confianza con una mujer de Barcelona. A ella le comenté mi afición y a ella le di mis relatos para que los leyera y los disfrutara. Sin embargo, mi sorpresa vino cuando me di cuenta de que los había publicado, como autora, en esta página. Dos fueron las series que escribí y dos fueron las series que me plagio y publicó con su nombre. Una de las series ( exhibición escolar ) de forma completa, y la otra ( Lo bueno si doble ), incompleta.

El motivo de la publicación parcial fue que descubrí su engaño antes de enviarle toda la historia. Desde entonces, desde hace más de 2 años -como muchos lectores sabrán- ella no ha escrito nada. Ha sido incapaz de añadir un solo capítulo a los relatos plagiados y ello a pesar de las múltiples peticiones que ha tenido a través de los comentarios realizados. Parece que su falta de imaginación cuando no tiene a quien robar una idea es alarmante.

En ese momento podía haberlo comunicado a los moderadores de la página de modo que los eliminaran, sin embargo opte por el silencio. Durante este tiempo he terminado " lo bueno si doble ", y es en este momento en el que me he decidido a publicarlo. Espero que lo disfrutéis.

Prólogo

SEPTIEMBRE, 2006

1

"Tema 1: Los elementos que intervienen en la comunicación"

Álex casi se dormía del aburrimiento. Sentado en la última fila de la clase de 4º de ESO, miraba por la ventana el sol de septiembre que se cernía sobre la playa que veía enfrente. "Estamos dando lo mismo cada curso", pensaba con aburrimiento, mientras se recostaba en la mesa. No es que fuera mal estudiante, al revés, era inteligentísimo. Pero su facilidad para aprenderse cualquier cosa más rápido que nadie hacía que su actitud fuese muy pasota. Pero mientras aprobara y sacase las notas que le interesaban no le importaba. El curso anterior había sido penoso: se habían limitado a explicar cosas que Álex sabía desde 1º. Y no tenía ninguna esperanza de que este curso fuera mejor.

"Bueno", pensó con una sonrisa. "Al menos, esta profesora no está tan mal".

La verdad es que no estaba nada mal, se dijo a sí mismo. Dirigió su profunda mirada a Sara, la nueva profesora de Lengua y Literatura. Llevaba años en el instituto pero nunca le había tocado con ella. Se decía que era dura como el acero, muy estricta, que no permitía ninguna distracción. Pero no era eso lo que le interesaba.

Sara López era la fantasía de muchísimos alumnos de aquel instituto de Barcelona. Fantasía, nunca mejor dicho, porque su actitud dura y severa dejaba bien a las claras que nunca se realizarían. Sara tenía treinta y tres años, era morena de pelo marrón oscuro, ojos marrones, alta y con una figura que quitaba el hipo. Unas grandes tetas que se adivinaban bajo sus blusas, tendrían fácilmente una talla 95. Aquel par de tetas era la fruta más codiciada de todo el instituto, y a menudo se podían encontrar pintadas grotescas en los baños, con un enorme par de melones, y con el nombre de "Sara" arriba, acompañado por algún comentario grosero. De lo demás tampoco estaba nada mal. Apenas tenía algo de grasa, pero era delgada, un hermoso culo, y largas piernas. Se conservaba muy bien.

Álex miraba atentamente a su profesora, sin hacer caso a las tonterías que estaba explicando, y no era el único. Su amigo Marcos, a su lado, también la miraba embobado. Álex miró al resto de la clase: había bastantes chicas nuevas. Bueno, aquello siempre era interesante. Sonrió a una chica bastante guapa y esta se sonrojó hasta las cejas.

Álex sonrió. Tenía quince años y estaba acostumbrado a triunfar entre las chicas. Un bollo como el no se encontraba tan fácilmente. Con una melena rubia, alto, musculoso y deportista, sabía que podía conseguir a cualquier chica que quisiera.

¿Cualquiera? Bueno, casi cualquiera. Desde luego, pocas esperanzas tenía de que su profesora de hierro sucumbiese a sus encantos.

¿Pero y si…?

Una fantasía estaba formándose en el cerebro de Álex, y sus fantasías casi siempre se hacían realidad, de una manera o de otra.

2

Aquella tarde del dieciséis de septiembre Álex llegó pronto a casa. "Es absurdo tener clases por la tarde", pensó con resignación. Había ido a la primera de las clases vespertinas porque era de gimnasia y podría observar por primera vez cómo eran las chicas de aquel curso a fondo. Tras llevarse un poco de decepción (muchas estaban muy poco desarrolladas, otras estaban demasiado gordas y otras ni siquiera merecían su mirada) decidió no ir a la última clase y se fue a casa.

Álex vivía en un piso con su padre Fernando y sus dos hermanos. Su madre había muerto al nacer él, que era el menor, y su padre se había tenido que encargar de sacar a los tres hijos adelante. Era un hombre muy trabajador y Álex lo apreciaba, aunque lamentase no poder vivir con mayor lujo.

Nada más entrar por la puerta oyó los acostumbrados gritos de sus dos hermanos. Decidido a pasar de todo y tumbarse en la cama, entró en la cocina a por una Coca Cola y se fue directo a su habitación, aunque no tuvo suerte porque por el pasillo encontró a sus hermanos discutiendo a gritos.

¡Salido de mierda! – gritaba Verónica, su hermana mayor, que estaba envuelta en una toalla con el pelo negro empapado. - ¡Como te vuelva a pillar entrando en el baño cuando estoy duchándome…"

¡Pero si no me había enterado que estabas dentro…! –intentaba disculparse, con una cara de burla que no engañaba a nadie, su hermano Javi. – Y no te pongas así, ni que te hubiera visto algo. Además apenas me acuerdo de lo que he visto, tus tetas no es que sean nada especial la verdad

Verónica estalló con una sarta de insultos, incluso intentó pegar a su hermano, pero cuando levantó la mano de la toalla ésta empezó a caerse mostrando su teta derecha con un pezón muy oscuro. Verónica dio un chillido, recogió la toalla y se marchó echa una furia a su cuarto. Javi emitió un silbido de admiración y murmuró: "que culo de puta tienes, cabrona".

La verdad es que Álex no podía negar aquello. Su hermana Verónica, de diecinueve años, era una belleza (tampoco demasiado, pensaba él) con un par de tetas muy grandes que se notaban perfectamente bajo la toalla, y un gran culo. Sin embargo, tampoco se podía negar que Javi hubiera entrado al baño por accidente. Hacía ya años que Javi andaba loco por su hermana, e intentaba pillarla desprevenida para poder alegrar la vista con su cuerpo.

Javi, que tenía dieciocho años, siempre había sido un salido, pero se llevaba estupendamente con Álex, y éste con su hermano. Álex comprendía que su hermano estuviera obsesionado por Verónica, ya que Javi no era excesivamente guapo, y por lo tanto no tenía a todas las chicas coladitas por él, como le pasaba a Álex; aunque su barba de dos días (o tres o cuatro) le daba un aire atractivo. El problema era que Verónica era la antítesis de Javi: mientras que él era un vago que había suspendido dos años en el instituto, se suponía que iba a un ciclo de Formación Profesional (al que no iba más que un par de veces al mes) y salía de juerga unas tres o cuatro veces a la semana para volver a la madrugada siguiente cargado de alcohol; su hermana era la estudiante perfecta que cursaba segundo año de Empresariales, que tenía novio, que nunca había tenido una borrachera imposible de disimular… Además, estaba el hecho de que se odiaban a muerte los dos. A pesar de que Javi quisiera follarla, la odiaba.

Pasa a mi habitación, tío, que nos echamos una paja pensando en la Santa de nuestra hermana – dijo, Javi, y dejó que Álex pasara primero al desorden que reinaba en su habitación.

Deberías dejarla en paz – dijo Álex, sin mucho convencimiento. A pesar de que admitía que su hermana estaba bastante buena, no compartía la obsesión de su hermano por ella.

¿Ahora que está a punto de caer? ¡No me jodas, si la tengo en el bote! – contestó su hermano, sacando unas revistas de porno duro.

Como quieras, pero no me metas en esto. Y cuidado con papá, que está muy estresado últimamente.- Álex cogió una revista porno en la que se veía a un negro cabalgando a una rubia muy gorda, y la ojeó sin mucho entusiasmo. Su mente estaba en otro lugar.

Estaba pensando en lo que se le había ocurrido en la clase de Lengua. Y cada vez que pensaba en ello, estaba más seguro de que podría hacerlo. Aunque llevara una vida sexual plena (y sin que le costara mucho esfuerzo: todas sus novias evitaban ver lo evidente: que Álex salía con cuantas chicas quisiera a la vez, y nunca se había ganado ni una sola bronca) siempre le había picado el gusanillo de la dominación. Había leído varios relatos y se preguntaba hasta qué punto sería posible lograr que una mujer fuese una esclava obediente en la vida real.

Javi, ¿sabes qué he estado pensando? – le preguntó a su hermano, que estaba distraído preparando un porro. Éste soltó un "¿mmmm?", y Álex siguió exteriorizando lo que estaba pensando. –Ya sé que a ti no te va el rollo de la dominación y todo eso… pero estuve pensando que, ya que a mí me interesa, ha llegado la hora de pasar a la acción.

¡Si tienes a todas las tías en el bote! Cualquiera haría lo que tú le ordenases.

No lo estás entendiendo, no me refiero a eso, me refiero a tener el control total sobre una persona hasta llegar a anular su mente y su capacidad de decisión, y convertirla en alguien totalmente diferente a quien es ahora.

Ya sabes que a mí me parece que eso son mariconadas, nada que iguala a un buen polvo –le contestó su hermano mientras encendía el porro, le daba una calada y se lo pasaba a Álex, que lo cogía distraído. - ¿Y has pensado en alguien para… anular su capacidad de… bueno, eso que quieres hacer, resumiendo, para que sea tu esclava? – Álex sonrió. A veces su hermano mayor era más infantil que él.

Ya te interesará más cuando veas lo que voy a hacer –dijo con una sonrisa. –La verdad es que estaba pensando en tener dos esclavas en vez de una. –miró a su hermano, que le miraba fijamente, le pasó el porro y siguió. – Desde que comenzó el curso decidí hacer algo para entretenerme, pero no sabía por qué decidirme… una mujer mayor pero que aún se conserve bien tiene su morbo… pero también me tentaba por una adolescente joven y guapa

Si quieres saber mi opinión, haz que Vero se vuelva tu esclava, y así matamos dos pájaros de un tiro –dijo Juan sonriendo al pensar en su hermana, mientras aspiraba el humo.

No hermanito, esa te la dejo para ti. Vero está bien, pero hay otras mejores. Y estoy seguro de que puedo hacer que cualquier mujer se vuelva loca por mí –dijo con orgullo, sabiendo que era verdad. Su hermano, que también lo sabía, preguntó:

¿Y por cuál te has decidido?

Por ninguna. He decidido tener dos esclavas –dijo Álex, sonriente. Ahora que lo decía aún le parecía más fácil lo que pensaba hacer. –Así tendré el morbo de poder hacer lo que quiera con una joven preciosa y una buena madurita.

Yo sigo pensando que lo mejor es un polvo rápido y ya está. Pero bueno, ¿quiénes son las afortunadas? ¿Las conozco? –preguntó Javi, con un punto de interés.

La joven todavía está por elegir. Quiero elegirla bien. Pero la mayor… sí la conoces. Es Sara.

¿La vecina del quinto? Si es feísima y tiene unas tetas colgando que

No, no. La del quinto no. Sara López, tu ex –profesora y mi actual profesora de Lengua –soltó Álex mirando triunfante a su hermano, que casi se atragantó con el porro.

¿Qué??? ¿Estás loco? ¿Crees que puedes dominar a la dama de hierro? –Álex dejó que su hermano asimilase lo que acababa de decir sin decir nada. – Mira, ya sé que está buenísima… ese par de tetas… y ese culo… pero mira, no tienes nada que hacer con ella.

Te equivocas –dijo Álex, aparentando una confianza que no estaba seguro de tener, aunque sabía que podría lograr lo que estaba diciendo. –Sara, como todo el mundo, tendrá su lado oscuro. Antes de que acabe este curso, estará a mis órdenes, y no reconocerás a la dama de hierro.

Álex –dijo Javi mirándole seriamente por primera vez. –no te meterás en líos, ¿verdad? Si la piensas chantajear o algo así puede caerte el pelo

Tiene gracia que tú me digas que tenga cuidado. ¿No te expulsaron por montar un casino en el Instituto? ¿Y no intentaste descarrilar el tren? –dijo Álex sonriendo cada vez más. – Por no mencionar que le diste una patada en los huevos a un profesor

Se lo merecía, era un cabrón. Pero

No te preocupes hermanito. Sé cuidarme muy bien. Y no habrá chantaje ni nada sucio. Ella caerá rendida ante mí, y hará voluntariamente todo lo que le diga. En menos de un año. Te lo prometo. –dicho esto, Álex cogió su mochila y se levantó y se marchó de la habitación, dejando a su hermano atontado en la cama, sin darse cuenta de que el porro se había caído en la revista y estaba haciendo un agujero justo en la enorme polla del negro de la portada.

3

Sara llegó a las diez y cuarto a su casa de las afueras. "Putas reuniones a deshoras…" mascullaba entre dientes mientras estacionaba su coche enfrente de su casa y salía con un montón de carpetas y libros bajo el brazo. Estaba tan cansada que lo único que le apetecía era meterse en la bañera y darse un baño. Miró a la casa y vio la luz encendida en la sala. Sonrió. Su hija la estaba esperando.

Sara vivía sola con su hija, que cumpliría pronto trece años e iba a su mismo instituto. Era fruto de una relación que fracasó estrepitosamente cuando el chico se enteró de que había quedado embarazada. Sara tuvo que resignarse, acabar rápidamente sus estudios de Filología Hispánica y encontrar trabajo, cosa que no le había costado mucho con su expediente limpio y lleno de matrículas. Sí, Sara había trabajado mucho desde los veinte, para poder sacar a su hija adelante. Y le había ido muy bien. El sueldo que conseguía en la escuela privada era considerable, y madre e hija podía vivir bastante holgadamente.

Sin embargo, Sara últimamente estaba más cansada que nunca. A veces se sumía en profundas depresiones que le duraban días. ¿De veras valía la pena tanto trabajo? Sentía que había perdido los últimos trece años de su vida, que simplemente se había dedicado a estudiar y a trabajar, y eso era verdad. Recordaba con nostalgia los tiempos locos cuando era una adolescente solamente preocupada por pasárselo bien y disfrutar, y cómo había cambiado todo rápidamente, sin darle tiempo a reaccionar… Ni siquiera había intentado buscar otra relación. El trabajo y su hija habían absorbido su vida. Y eso la deprimía profundamente. Pero luego veía la sonrisa de su hija, en la guapa mujer en que se estaba convirtiendo, y con un abrazo volvía a alegrarse.

Aunque ahora también tenía el problema de su hija. Laura estaba entrando en la adolescencia, y eso evidentemente conllevaba muchas menos horas con su madre, muchas más horas con sus amigas (y amigos) y un posible distanciamiento entre ellas, que siempre se habían llevado estupendamente. Le contaba todas sus cosas. Y a Sara le daba miedo que aquella buena relación desapareciese. Pero entendía que era ley de vida.

No, el problema de fondo es que le preocupaba la actitud que estaba tomando su hija desde el curso anterior. Parecía cada vez más tímida, cada vez hablaba menos, cada vez estaba más ensimismada, y solía vestir con ropa holgada y deportiva, que le quedaba muy ancha . Sara sabía que en gran parte era un problema de su cuerpo: probablemente gracias a los genes que había heredado de su madre, el cuerpo de Laura se había desarrollado muy prematuramente, de manera especial sus tetas, que con doce años habían alcanzado un tamaño considerablemente grande para cualquier mujer adulta, enorme para una niña de su edad. Por no hablar de la primera regla a los once años. A pesar de que su cuerpo le estuviera jugando esa mala pasada, Laura seguía siendo una niña mentalmente (aunque muy madura, eso sí), y su madre estaba segura de que ver su cuerpo crecer tan rápidamente le provocaba una sensación de miedo. Al fin y al cabo, ella había sido testigo de casos similares en el instituto, y aquellas chicas se convertían en blanco de mira, burla y posibles sobadas de todos los chicos. Especialmente en 1º de ESO. Y ahora que Laura empezaba 2º, Sara sabía que seguía siendo con diferencia la más tetona de su curso.

Mientras entraba por la puerta de su casa, Sara pensaba en que Laura pronto cambiaría de actitud, afortunadamente. Pronto descubriría que sus tetas y en general su cuerpo podían ser un buen arma para lograr al chico que quisiera. Sara soltó una risita al pensar que dentro de un par de años, probablemente el problema que tendría con su hija sería lo contrario al actual: que querría demostrar sus encantos más de la cuenta.

Y es que esos encantos derivaban claramente de la madre. Sara siempre estuvo muy orgullosa de su cuerpo, que lucía con orgullo siempre que no estaba en clase. Se conservaba muy bien gracias a ocasionales sesiones de aeróbic y gimnasia, y su talla 95 de tetas naturales era su orgullo.

Pero mientras estaba en clase fingía ser una profesora fría y rígida, tapando lo más posible su cuerpo. De alguna forma, aquella actitud de tirana y despótica la divertía. Sabía que más de un alumno suyo soñaba con ella, y Sara debía admitir que los chicos jóvenes (incluso muy jóvenes) lograban ponerla a cien. Tenían un cuerpo tan perfecto, unas caras tan angelicales a veces… Pero era muy cabrones, y a Sara aquello le encantaba.

Especialmente este chico nuevo

Imaginándose una imposible relación con su alumno llamado Álex Gutiérrez, subió a su habitación.

4

Ricardo Zamora acabó una larga masturbación y se quedó mirando la pantalla del ordenador. En ella, la página de relatos "todorelatos.com" le ofrecía amplias posibilidades y variedades para poder masturbarse otra vez.

Pero Ricardo apagó con violencia el ordenador.

No, aquello no le valía. Leer relatos era lo que había hecho desde que era un adolescente, y ahora que era un rico médico psicólogo de cuarenta y tres años, marido y padre de tres hijos, seguía igual.

Necesitaba hacer algo.

Necesitaba pasar a la acción.

Ricardo paso la mano por su pelo marrón donde ya se asomaban las primeras canas. Para su edad, se consideraba bastante atractivo, elegante, educado y de buenas maneras. Un perfecto psicólogo. O al menos así lo consideraba la gente.

Pero dentro de él, un ansia de actuar lo devoraba.

Tenía una gran familia (una mujer a la que quería mucho, y tres hijos de trece, once y ocho años magníficos), un excelente trabajo y dinero, mucho dinero.

Pero él quería otra cosa.

Dominar a una persona, dominar hasta tal extremo de hacerla pasar por las situaciones más humillantes imaginables, dominarla hasta que perdiera todo lo que tenía, dominarla hasta destrozar su cuerpo y su mente, hasta convertirla en un simple objeto.

Esa vena sádica que tenía Ricardo desde los trece años había estado siempre bien oculta, y se conformaba con leer relatos en que las víctimas quedaban totalmente destrozadas. No físicamente, la tortura no era lo que le interesaba. Sino la tortura mental.

Aquella noche quiso pasar a la acción.

Lo que tenía claro es que no quería que aquello influyese en su familia. Quería a su familia y la mantendría alejado de todo.

Él sólo quería un hobby.

Pensaba en la señora mayor, con clase, reputación, familia… que lo tuviera todo… y que él, Ricardo, la dejara sin nada. Sin obligación, sin maltrato físico… Simplemente, que la víctima eligiera seguir a su verdugo… y que la siguiera hasta el fin.

Conocía casi de memoria muchos relatos que siempre había querido vivir.

Ahora, él sería el verdugo, pensó, riendo quedamente, mientras encendía una cigarro en la penumbra de su despacho.

Sólo restaba elegir a la víctima.

5

¡Qué cansada era la vida!

Ángela salió del coche, sin mirar siquiera al chófer que le estaba abriendo la puerta. Con una mirada de indiferencia, como si aquello no le impresionara para nada, miró al gran edificio al que se dirigía. "Seguro que la comida no será de primera clase" pensó frunciendo el ceño. En estas reuniones siempre ocurría lo mismo.

Empezaba a llover, así que entró a grandes zancadas, haciendo resonar sus zapatos de tacón alto, como para que todo el mundo se enterase de que había entrado, y miró a su alrededor. Por todas partes veía hombres y mujeres perfectamente vestidos ("no tanto como yo", se dijo, observando su elegante vestido rosa) de entre cuarenta y sesenta años, en el hall del lujoso hotel. Temía que aquella iba a ser otra de esas estúpidas reuniones donde vería al viejo señor Martín (un inválido que estaba loco por unos cuadros horribles) y a la insufrible señora Roich (una viuda que se empeñaba en lucir todas sus joyas). Pero qué se le iba a hacer. Era el precio por ser rica.

Ángela estaba casada con un hombre llamado Juan José Coronas que había pasado de ser un pequeño empresario a ser un riquísimo dueño de una gran cadena de hoteles, gracias a un par de oportunas gestiones. Aquello era algo tan inesperado como bienvenido para Ángela, que a pesar de que le chiflaba el lujo, la comodidad y las joyas, se había casado con él por amor. Así, la señora Coronas se había podido permitir vivir sin trabajar fuera de casa (ni dentro, gracias a un par de eficientes criadas, a las que bastaba gritar un par de veces al día), rodeada de lujos. Pero también rodeada de gente de la clase más alta de Barcelona, lo cual era un completo aburrimiento, pues todos era superficiales y sólo les interesaba hablar de sus riquezas sin escuchar a los demás; un fastidio para Ángela, que le encantaba hablar de sus joyas.

Con cuarenta y cinco años cumplidos, la verdad es que no estaba como para quejarse. Tenía dos hijos estupendos y guapísimos, Sandra y Marcos, de diecisiete y quince respectivamente, a los que no veía mucho, era cierto (tantas reuniones aristocráticas, y los dos hijos siendo unos adolescentes que pasaban el día fuera de casa, eso sí, recibiendo una buena paga de sus padres). Pero sobre todo, tenía un cuerpo del que se enorgullecía. No era lo que había sido cuando era joven, pero aún se conservaba bien. No tenía más que tres o cuatro kilitos de más, lo cual era poco tras dos embarazos, sus pechos no eran grandes ni pequeños, pero lo importante, se mantenían firmes y erguidos, y sus piernas aún estaban como para lucirse en verano. Agitando su melena teñida de rubia platino, le gustaba pensar que aún era capaz de causar sensación.

¡Vaya!, al hombre al que la estaban presentando no lo había visto nunca, y sin duda era uno de los grandes atractivos de la fiesta. Exhibiendo una amplia sonrisa dio dos besos, mientras un cosquilleo le revolvía el estómago. El hombre no estaba nada mal, se dijo. No era mayor que ella, y el aire de madurez que le daban las primeras canas en el pelo aún rojizo y su cara pulcramente afeitada le hacían muy atractivo. Alto y delgado. Y educado. "Encantada de conocerla, señora", le había dicho besándole la mano suavemente. "Ricardo Zamora, para lo que quiera".

Tenía clase, vaya si lo tenía. Ambos fueron a tomar una copa mientras charlaban, y Ángela descubría que Ricardo estaba casado y que tenía tres hijos. Ángela se sentía encantada con aquel hombre al que le parecía interesar todo sobre ella, y evidentemente Ángela no desaprovechó la ocasión de contarle su vida, mientras Ricardo la observaba con su sonrisa y bebía su dry-martini a pequeños sorbos.

Las horas pasaron sin que se diera cuenta y cuando vio que su reloj marcaba casi medianoche se quedó asombrada. Habían estado hablando tan a gusto. Ricardo había estado perfecto, educado y caballeroso. Tras darle su dirección ("por si alguna vez deseas visitarme") Ángela recogió su abrigo, dirigió una última sonrisa a aquel hombre tan amable, y comenzó a irse. Aún miró hacia atrás una vez más mientras salía por la puerta giratoria, pero su imaginación (o el dry-martini) debía haberle jugado una mala pasada, pues le había parecido ver en la cara de Ricardo una sonrisa que le había dado miedo, una sonrisa casi sádica, que nada tenía que ver con el hombre al que había conocido.

Pero sin duda había sido la vista, que estaba muy cansada.

Subió al coche y el chófer arrancó, mientras la mente de Ángela visitaba una y otra vez el lugar y el hombre que acababa de dejar.

6

¿Álex y Marcos, queréis hacerme caso de una santa vez? –dijo una voz enérgica y autoritaria.

Ambos chicos levantaron la mirada para observar a Sara, que les miraba desde la pizarra con una mirada furiosa. Murmurando alguna excusa se pusieron a copiar lo que su profesora estaba escribiendo, mientras intercambiaban una sonrisa.

Habían pasado dos días desde que Álex había hablado con su hermano sobre su decisión, y en estos dos días el chico tuvo el total convencimiento de que su proyecto podía llevarse a cabo. Lo único que tenía que hacer era tener paciencia y no precipitarse. No echarlo todo a perder. Lo estaba planeando todo en su cabeza, y no tenía dudas de que Sara no sería la misma para el final de ese mismo curso.

No había hablado con Marcos de ello, que estaba a su lado con su morena cara mirando hacia su cuaderno. Ambos eran íntimos amigos, pero aún así Álex sabía que lo que iba a hacer era algo totalmente diferente, que nunca en su vida había hecho. Y quería ser él quien lo hiciera, sin compartir nada con nadie. Marcos se enteraría, sí, como todos. Pero una vez que Sara estuviese bajo su control. De momento, se dedicaba a observarla a fondo. Debía conocer todo sobre ella. Observándola, investigando sobre ella.

Y todavía le quedaba un problema que resolver: quién sería la segunda esclava. "Alguien joven" pensaba. "Joven y guapa". Miró una vez más a las chicas de su clase, pensando si alguna merecía la pena. Quitando tres o cuatro no.

Le llegó un SMS al móvil. Lo leyó sonriendo. Era de una de las chicas que tenía delante: "puedes salir conmigo esta tarde? Estoy loca por ti, te quiero amor. Maribel" Álex sonrió con malicia. Sí, por qué no. Había quedado con otra chica, pero siempre estaba bien tener a otra "por si acaso". Siempre había estado acostumbrado a salir con más de una a la vez, y a ellas no parecía importarles. En cambio, Álex gozaba mucho exhibiendo en público sus numerosos ligues.

Pero ni Maribel ni ninguna de las otras chicas de clase era realmente extraordinaria. Eran unas bellezas sí, pero no lo eran unas bellezas absolutas. Y ya puestos a tener dos esclavas, se dijo Álex, que sea lo mejor de lo mejor.

En realidad, sabía qué chica era lo mejor de lo mejor. La chica por la que todos estaban colgados. La chica más guapa del instituto con kilómetros de diferencia, la chica más guapa del barrio y de casi toda Barcelona. Pero había un pequeño problema con ella, y Álex tenía que elegir

Sonó el timbre y todos se levantaron precipitadamente al patio soleado.

Álex y Marcos se dirigieron a la sombra de un árbol. Marcos se sentó y empezó a liar un peta, mientras, como de costumbre, varias chicas se acercaban a Álex. Marcos hacía como que no veía nada, y Álex sentía una ligera lástima por el chico, que la verdad era guapo, pero que quedaba eclipsado por él.

Sin prestar mucha atención, oyó la suplicante petición de una chica de catorce años de que saliera con ella (a lo que le dijo que sí, tras abrazarla, sobarla el culo y rozarle bien las tetas con las manos); la chapa que le metió una alumna primero de bachiller sobre unos libros de la biblioteca mientras se dedicaba a insinuarse lo más posible, llegando a enseñar medio tanga y un sujetador realmente horrible, hasta que observó que Álex no le hacía caso (apenas tenía tetas) y se marchó enfadada, con el tanga grotescamente subido; y finalmente, mientras oía los gritos de Maribel discutiendo con otra chica, sin duda por él, (le sonaba que había salido con ella alguna vez, pero no se acordaba cuándo ni cómo se llamaba, era difícil acordarse de todas) vio que su problema se acercaba.

Su pasión y su pesadilla.

Pero también su gran dilema.

Sandra venía directa a ellos.

Sandra era la hermana mayor de Marcos, y era considerada unánimemente por todo el instituto (y varios institutos más) una auténtica diosa. Con diecisiete años y cursando segundo de bachiller, tenía un cuerpo increíblemente atractivo, perfecto y proporcionado, muy moreno y con tetas tirando a grandes pero no demasiado, en armonía con su cintura de avispa y hermonsísimo culo. Y la cara de niña buena, su larga melena negra y sus ojos azul-verdosos no hacían más que confirmar que ninguna mujer podía igualarla en belleza.

Pero claro, ella lo sabía. Lo sabía tan bien que se le habían subido los humos. Era perfectamente sabido por todos que Sandra vivía como una reina gracias a su rica familia, estudiaba lo justo para lo que le interesaba (lo que aseguraba que era inteligente) y se dedicaba a divertirse y a la buena vida. Y además, utilizaba a cualquier chico a su antojo, tonteando con unos y con otros, y saliendo con jóvenes mayores que ella.

Era además simpática y muy alegre, muy viva. No había duda de que era una joya. Pero una joya cuya ropa no dejaba ninguna duda (no había más que ver la mini cortísima de aquel día y el ajustado y escotado top que le marcaba los pezones, claramente sin sujetador): a Sandra le gustaba ser una calientapollas.

-Marcos… -dijo con una voz angelical aquella diosa, pasando de Álex como de la mierda. –Necesito que me prestes un poco de dinero, que se me ha olvidado la cartera en casa. - Marcos parecía no oír a su hermana, enfrascado con su porro. –Por favor –dijo ella con voz melosa, mientras con un movimiento casual perfectamente controlado dejaba caer una tira del top ofreciendo una perfecta visión de la mitad de su teta derecha a su hermano. Era increíble, pensó Álex: Sandra era una calientapollas hasta con su hermano.

-¿No puedes sacársela a ningún otro tío? ¿ya has dado plantón a todos los del insti o qué? –Marcos evitaba mirar a su hermana e inhaló profundamente el humo del porro, como si quisera olvidarse de que Sandra le miraba.

-Deja de decir gilipolleces, hermanito, como no quieras que papá y mamá se enteren de que te estás emporrando todo el día y te reduzcan la paga –soltó Sandra, cabreándose ligeramente. Álex pensó dos cosas al mismo tiempo: que Sandra y Marcos tenían una suerte enorme al vivir tan rodeado de lujos, y que su amigo se estaba comportando como un estúpido con su hermana.

-Toma –dijo bruscamente Marcos, sacando un billete de cincuenta euros de la cartera, y girando la cabeza tan bruscamente que casi choca contra las tetas de su hermana. –y déjame en paz.

Sandra cogió el dinero, sonrió satisfecha, se puso bien el top mientras su hermano decía algo así como "zorra" sin apenas abrir la boca. Ella se dio la vuelta, miró a Álex por primera vez, y dijo:

-Ya puedes dejar de babear, Álex, me voy – y se fue riéndose con una risa amplia y ruidosa, extrañamente aguda.

Álex estaba furioso. Esta chica siempre conseguía ponerle en ridículo. Y precisamente aquel era su problema.

El chico sabía perfectamente (pensaba mientras se sentaba al lado de Marcos, que seguía sin hablar) que ninguna chica podía resistírsele. Había salido incluso con chicas mayores que Sandra. El problema era que Álex nunca había intentado seducir mínimamente a Sandra, por simple respeto a su amigo. Nunca había intentado nada con ella, y llevaba un par de años fingiendo que aquella belleza no existía. Y eso le carcomía por dentro: no sólo porque cualquier chico que salía con ella se dedicaba a fardar delante de todos durante meses; sino porque Sandra era para los chicos tan popular como Álex para las chicas, y ella se dedicaba a reírse de él, considerándole un niñato, y saliendo con chicos siempre mayores.

Lo peor de todo era que Álex no podía olvidarse de la hermana de su mejor amigo desde que había decidido tener una sumisa joven. No había mejor candidata: físicamente perfecta y además con una gran popularidad y un gran control sobre sí misma (Álex veía lo que otros chicos eran incapaces de ver: Sandra era una calientapollas pero nunca enseñaba más de la cuenta, siempre controlaba ella las situaciones). Sería perfecto tener control absoluto sobre ella.

Pero seguía siendo la hermana de Marcos.

Álex miró a Marcos, y vio a un chico eclipsado tanto por su hermana como por su amigo. Pero también vio a un chico que criticaba a Sandra tanto como podía, incluso con otros amigos delante.

Y súbitamente se dio cuenta de que su amistad con Marcos era más ficticia que real. Se dio cuenta de que en realidad no hablaban casi nunca (excepto de los tres monotemas de los chicos adolescentes: chicas, drogas y fútbol) y de que en realidad no le importaba nada su vida. Supo entonces que su amistad con Marcos no sería para siempre

Y entonces tomó la decisión. La cuestión radicaba en elegir entre la amistad de Marcos y el control de Sandra.

Él era un cazador. Y un cazador siempre desea su presa por encima de cualquier cosa.

7

El gran coche negro se detuvo en seco para evitar el atropello de un pobre inválido que cruzaba el paso de cebra.

"Es que andaba distraído", pensó Ricardo, mientras volvía a poner el coche en marcha.

La radio comenzó a dar las noticias: "es jueves, 24 de septiembre, son las nueve, las ocho en Canarias".

La mano de su hijo cambió la emisora y sintonizó los 40 principales.

Ricardo volvió la cabeza para fijarse brevemente en su hijo Óscar, de trece años, a quien estaba llevando al colegio. Los otros dos hijos iban a la escuela infantil con su madre.

Y Ricardo seguía sin concentrarse. En los cien metros que quedaban para llegar al Instituto de Secundaria casi atropelló a dos niños y a una abuela con su carrito. Incluso su hijo se volvió y dijo "qué te pasa, papa?".

"Nada, hijo, nada". Era demasiado pequeño para comprenderlo. Tal vez algún día lo sabría.

Pensaba en Ángela. Aquella rica mujer que había conocido en la fiesta el pasado jueves. Tras pasar la tarde con ella, tuvo claro que era la mujer que buscaba. No era excesivamente atractiva, pero aun así bien conservada, pero sobre todo, con mucho dinero, una gran familia y una importante posición social.

Todo lo que él quería destruir en una mujer.

Ya lo había decidido. Ángela sería su víctima. Víctima era la palabra. Lograría intimar con ella y poco a poco ella misma caería rendida a sus pies. Y entonces disfrutaría destrozando lenta y dolorosamente todo lo que aquella mujer tenía.

En el fondo, pensó, es una buena manera para desatar el odio acumulado.

Ya había comenzado a investigar a su víctima, y sabía mucho de ella. Sabía que tenía cuarenta y cinco años. Sabía que estaba casado con un empresario que se había hecho rico. Sabía que tenía dos hijos. Sabía dónde vivía. Iba sabiendo todas sus actividades, todos sus vicios, sus secretos

El detective privado de Ricardo era bueno. Era muy bueno.

Y entonces volvió la cabeza, y dio el frenazo más brusco de la mañana.

Paró, pero aparentemente sin razón.

Enfrente no había nadie.

Varios coches empezaron a pitar

Pero Ricardo no reaccionaba. Sus ojos estaban fijos en la visión que había visto. Una visión muy real, que iba por la acera hacia el Instituto

Por la acera iba una profesora que conocía de vista, Sara López si no se equivocaba… pero no era ella la causante del frenazo.

Sino la niña que iba a su lado.

Porque era una niña. Aunque su cuerpo de mujer engañaba, su cara no dejaba lugar a dudas. Aquella niña iba con una cara muy triste, junto a la que sin duda era (el parecido era enorme) su madre. Ricardo observó su cara sin maquillar, su ropa deportiva muy holgada, intentando en vano disimular sus formas de mujer. Formas de mujer que se adivinaban perfectamente

"Unas tetas impresionantemente grandes y sin duda riquísimas…"

Los coches de atrás ya se estaban poniendo nerviosos, y Ricardo arrancó y empezó a circular lentamente, mientras se volvía a su hijo.

-¿Quién es esa? –preguntó intentando disimular la emoción de su voz.

-¿Esa? –su hijo miró atrás, distraído- Es Sara, me daba lengua el año pasado

-Ella no, la niña que iba a su lado.

-Ah. Se llama Laura. Va a mi clase. Es la hija de Sara.

A Ricardo casi el corazón le dio un vuelco. ¿Aquella ricura iba a la misma clase que su hijo?

-Parece maja – dijo, intentando ver la reacción de su hijo, pero éste no mostró especial interés.

-Sí, bueno, sin más… Es guapilla, pero habla poco

Se sentía desgraciada… eso podía ayudar… sí. Casi sin pensarlo, Ricardo había cambiado su deseo de tener una esclava.

Ahora quería tener dos.

Ángela era la mujer que deseaba destruir, lo tenía todo… pero aquella belleza de niña, aquella mujer con cara de niña, aquella niña con cuerpo de mujer… no tenía nada y destruir toda oportunidad de que lo tuviera le producía un placer igual o mayor al que le producía destruir la vida de Ángela.

Si iba a clase de su hijo sólo podía tener doce o trece años, toda la vida por delante… ¿y si se abría a él y le contaba todos sus secretos? ¿y si se enamoraba perdidamente de él? ¿y si estaba dispuesta a renunciar a quien era y ser otra persona por él? ¿y si estaba dispuesta a dejar todo por él?

Ricardo paró el coche frente al Instituto, le dijo adiós a su hijo que salió sin decir nada y se reunió con un grupo de chavales, y volvió la cabeza justo a tiempo para ver a Sara López y a su hija Laura entrar en el instituto. Sara entró directamente al edificio mientras que Laura se dirigía hacia una chica. "¡Qué diferencia! Parece que se llevan cuatro años". Y sin embargo ambas niñas debían tener la misma edad. Observó como ambas se apartaban del barullo que reinaba (y también cómo muchos chicos tanto niños como varios de los mayores se volvían a mirarla) y se ponían a hablar en una esquina. Parecía que aquella niña era bastante solitaria, sólo con una amiga… Ya se encargaría él de que olvidara a aquella niña feúcha y sólo tuviera ojos para él

Al fin y al cabo, para una niña que (como bien sabía Ricardo) había crecido sin un padre, él debía ser alguien interesante.

Justo mientras Ricardo volvía a ponerse en marcha Laura se quitó el jersey holgado que llevaba y Ricardo casi se estrella contra un cubo de basura. Las tetas que ahora amenazaban con romper la ancha blusa que llevaba la niña eran impresionantemente grandes… pocas mujeres podían alardear de tener aquel par de melones… sin duda heredados de su madre.

Ricardo ya no tenía ninguna duda… aquella chica sería para él. Y rápidamente, se metió en el parking para poder hacerse una gran paja antes de ir a trabajar.

8

Laura esperó a que la mayoría de los alumnos hubiese entrado al edificio principal del Instituto antes de entrar ella. Entrar rodeada de gente suponía invariablemente que varios chicos (siempre chicos, qué casualidad) tropezasen y chocasen contra sus melones, y que alguna mano pellizcase un poco alguno de aquellos dos melones.

Porque Laura sabía muy bien que lo que ella tenía no eran tetas. Eran melones.

Aquel par de melones era su problema. Y aunque ella sabía que al cabo de unos años dejaría de llamar tanto la atención (aunque siempre sus melones destacarían en comparación con las de sus amigas), aquello no solucionaba el problema para nada.

Mientras se dirigía a clase al lado de su amiga Soraya oyó que alguien gritaba "¡macizorra: qué melones!" . Evidentemente, no vio a nadie. Estaba acostumbrada. Haciendo a palabras necias oídos sordos siguió adelante y entró en el aula. Sin saludar a nadie se sentó con su amiga y mientras miraba a la pizarra vacía, su mente comenzó a vagar.

Aún se acordaba de cuando era una niña alegre y divertida, cuando divertía a toda la clase con sus gracias. Todo fue hasta un par de años atrás. Súbitamente y aún sin cumplir los once años, su figura plana comenzó a cambiar. Le brotaron dos tetitas, dos pequeñas peras que en seguida fueron aumentando de tamaño. Aumentando y aumentando. Ella podía sentir como todos de repente la miraban diferente. Ninguna chica del colegio de primaria adonde iba tenía aquello. Como mucho unas minúsculas tetitas incipientes… Pero sus peras pasaron a ser melones… y ya con doce años y al entrar al Instituto de Secundaria, se dio cuenta de que aquellas tetas superaban con facilidad a las tetas de las chicas mayores del instituto… a las tetas de la mayoría de las profesoras… a las de todo el mundo.

Además su cinturita de avispa hacía resaltar aquellos dos melones aún más

Era un escándalo para todo el mundo, y ella lo sabía. Lo peor era que nadie parecía comprenderla. Apenas hablaba con nadie, y desde luego, con ningún chico, y eso hacía que se estuviera perdiendo toda la divertida vida pre-adolescente que sus compañeros de clase llevaban. Soraya intentaba animarla, desde luego, pero ella no tenía aquellas tetazas y no sabía lo que estaba sintiendo… Ni siquiera su madre la estaba ayudando mucho. Sí, decía que la comprendía, hablaban… pero aquello no servía para nada. Su madre, la tetona (bien sabía Laura que las tetas de su madre eran blanco de todas las miradas, y las suyas eran aún más grandes, y en un cuerpo bajito y delgadito), le decía que con el tiempo estaría a gusto con su cuerpo, pero de momento

No, hostia puta de vida, nadie la comprendía.

A veces, Laura soñaba con que conocía a alguien, ni siquiera sabía cómo era, pero alguien que la comprendiera. Algún chico u hombre que fuese lo suficientemente maduro como para comprenderla y no quedarse mirando a sus tetas. Le gustaba la idea de poder hablar de todos sus problemas con alguien más maduro que su amiga.

Pero aquel ángel no parecía llegar nunca.

-¿Laurita, me prestas la calculadora? –Javier, un chico gordo, bajito, feo y sobre todo, muy guarro, se le había acercado. No le gustaba nada aquel chico guarro que le había sobado las tetas en varias ocasiones, como por descuido. Le dio la calculadora sin decirle nada, y al cogerla, Javi hizo un movimiento torpe y muy mal disimulado, y su manaza chocó contra la teta izquierda de Laura. "Lo siento", murmuró sonriente, y Laura, por evitar cualquier discusión que hiciera que la gente la mirase, no dijo nada.

Muchas veces tenía la sensación de que los chicos de su clase se aprovechaban de ella. Laura intentaba evitar discusiones, y si alguien le pedía que le hiciera los deberes por él, ella los hacía simplemente para no tener que enfadarse. Y así, solía acabar haciendo el trabajo de varios chicos, que no desaprovechaban ocasión para tocarla un poquito en cuanto pudieran

En el colegio, el resto de las chicas (con la ocasional excepción de Soraya) no la ayudaban. Ninguna quería enfrentarse con toda la cuadrilla de chicos… y así, Laura siempre se sentía sola e indefensa ante ellos.

9

Cuando Álex llegó a casa estaba comenzando a llover. El sol que había reinado durante todo septiembre había desaparecido súbitamente a finales de mes y aquel día veintinueve comenzó a llover.

-Hola hijo, ¿qué tal en el instituto? –su padre estaba en la cocina, comiéndose un bocata.

-Bien, papá, muy bien –contestó distraído. La verdad es que hacía varios días que no iba más que a las clases de lengua, para poder seguir analizando a su profesora. El resto del tiempo lo pasaba o bien en su local, o bien vagando por las calles en su moto, regalo que le había hecho su padre en el último cumpleaños.

Su padre la verdad es que era un santo, no se enteraba de nada.

Álex fue directo al baño, se desnudó, observó durante un momento su perfecto cuerpo, alto, delgado y musculoso, y luego se metió en una bañera llena de agua caliente.

Estaba ultimando sus planes. Durante las últimas dos semanas se había dedicado a investigar a sus dos futuras sumisas. Para ello utilizó todos sus recursos, incluyendo ligarse a sus vecinas. Sara López vivía en las afueras de Barcelona con su hija Laura, que iba al instituto (Laura también hubiera podido ser una buena sumisa, pero era demasiado joven y Álex no quería líos). Parecía que no hacía más que trabajar, ir del instituto a casa. Daba varios cursos y conferencias y apenas salía. Todo ello, evidentemente, para poder vivir razonablemente bien sin ningún marido. Pero lo mejor de todo es que había descubierto un secreto interesante aquella misma tarde.

Había ido a la sala de profesores a hurtadillas y había conseguido la agenda que su profesora había dejado sobre su mesa. Un rápido vistazo le bastó para descubrir su dirección de correo electrónico y su contraseña (un descuido sin duda apuntarlo en la agenda, aunque era propio de las personas mayores, pensó Álex). Al mediodía había accedido a sus mensajes y observó que había varios e-mails que la llamaban zorra, guarra, esclava y cosas semejantes, algo evidentemente raro en una profesora tan estricta.

Así que entró al msn de Sara y le sorprendió encontrarse con un grupo de contactos llamado "amos". Varios de ellos comenzaron a hablar a Álex, obviamente pensando que se trataba de Sara, y éste había conseguido mantener varias conversaciones sin evidenciar su identidad, hasta que le quedó claro que Sara jugaba con muchos cyber-amos, y que le iba el rollo de la humillación y sumisión. Pero a juzgar por lo que veía, ninguno de los amos había conseguido nada con ella: evidentemente, Sara se dedicaba a jugar por internet

Aquel era un arma que Álex no pensaba tener, pero le iba que ni pintado para sus planes. Sabía perfectamente cómo actuar y qué hacer… no había duda. Sara sería una sumisa tan perfecta (en todos los sentidos, física y psíquicamente) que ninguna fantasía podría igualarla.

Con respecto a Sandra, sabía todo lo que tenía que saber: vivía en una familia de ricos empresarios, con un padre que trabajaba y una madre muy caprichosa, tenía un hermano (Marcos) y se dedicaba a calentar las pollas a los chicos. Todavía no sabía qué hacer para conseguir el control sobre aquella chica acostumbrada a controlar a todos los chicos, pero no tenía duda que aquella batalla la iba a ganar él.

Con una profunda risotada Álex sumergió su cabeza entre la espuma de la bañera y disfrutó doblemente con un baño y una paja bajo el agua.

10

A cinco kilómetros de distancia y cuatro horas más tarde, Sandra Coronas entró a su habitación y observó por la amplia ventana cómo los últimos rayos de luz del día teñían de morado las nubes que aún quedaban en el cielo. Sus preciosos ojos azul-verdosos se fijaron en el horizonte, observando unas aves volar. Aquella sensación de libertad que le transmitían los pájaros, con todo el cielo para ellos; o la que le transmitían los peces con todo el océano por delante (desde su casa no se podía ver el mar, cosa que odiaba porque era el lugar que más le gustaba), a veces hacían brotar en ella chispas de rabia.

Porque Sandra vivía feliz. No podía negarlo. Hacía lo que quería, dentro de unos límites.

Y esos límites no le gustaban: ella quería ser tan libre como aquellas aves que desaparecían junto con los últimos rayos de sol

Honestamente, era feliz, pero no era libre. Estaba atada a todas las estupideces que la obligaba su familia rica. Ser hija de ricos tenía muchísimas ventajas (que ella aprovechaba al máximo), pero también sus inconvenientes.

Sandra se sentó ante el espejo de su baño personal (cosas de ricos) y comenzó a quitarse el rímel de los ojos. Su padre, por ejemplo, por "cosas del trabajo" nunca estaba en casa. De hecho, a veces no lo solía ver durante todo el día… Y su madre sí que estaba en casa, pero no parecía preocuparse lo más mínimo de sus hijos. Simplemente le interesaban sus joyas y sus reuniones aristocráticas. Y su hermano (se dijo mientras se quitaba el maquillaje de los labios), la verdad es que a pesar de que discutían a diario en el fondo se llevaban bien. Era el único miembro decente de la familia. Si al menos tuvieran un perro… Pero ni eso.

La verdad, pensó, la familia no es tan importante como nos hacen creer. Se supone que debemos querer a la familia, pero en realidad lo único que nos ata es que Marcos y yo hemos nacido porque mamá y papá follaron alguna vez.

Se mojó la cara. Y luego estaban todas aquellas estúpidas comidas y cenas que debían hacer con "gente importante". La gente más aburrida que existía.

En realidad, ser rico era perfecto, "siempre que los ricos no sean mis padres sino yo". Puta mierda.

Sandra volvió a su cuarto y comenzó a desvestirse ante el espejo. No se quejaba, la verdad es que disfrutaba. Disfrutaba siendo una calientapollas (mientras se veía en el espejo pensó, "con este cuerpo, qué quieres que haga"). En el fondo, era culpa de los chicos que sólo se acercaban por su cuerpo. Venían a jugar con ella y ella jugaba con ellos. Era un juego limpio. Y ella siempre ganaba.

Se desabrochó el prieto sujetador ("cosas absurdas de la moda, con lo bien que se está sin suje") y observó sus perfectas, grandes pero proporcionadas, tetas. Se puso un pijama sexy y cortito (aún hacía calor) y luego se quitó la minifalda que llevaba y el pequeño tanga (otra cuestión de moda: "ahora lleva tanga todo dios"). Incluso ella misma se admiraba a veces de su cuerpo, perfecto, y de su hermosa cara y sus ojos.

Observó que estaba apareciendo algún pelillo en el coño. "Otra vez a depilarse, qué rayada". Sandra se tumbó en la cama y cogió un libro: le encantaba leer. Mientras, oía una bazofia de heavy metal a tope en la habitación de su hermano. Estaba empezando a perder la paciencia

Y entonces oyó el timbre. Se levantó al instante y miró por la ventana a la oscura calle con curiosidad. No vio ningún coche. No podía ser su padre, porque se encontraba (cómo no) de viaje, y su madre estaba abajo

De un salto se dirigió al rellano de las escaleras, con los pies descalzos y sin hacer ruido gracias a la alfombra de terciopelo que había en el rellano.

11

Era de noche y estaba oscuro, pero Ricardo conocía bien aquel barrio. Su cuñada también vivía por allí. Y también Ángela.

Había llegado el momento de pasar a la acción. Tenía que empezar a ganarse la confianza de sus dos futuras víctimas. Con Laura no sabía cómo comenzar (esperaba que a través de su hijo), pero con Ángela no había por qué esperar más. Se habían conocido hacía un par de semanas y estaba claro que a la mujer le había gustado.

Ricardo llegó a la lujosa mansión donde vivía la señora Coronas, dio la vuelta y aparcó en una calle lateral. Sabía que su marido estaba de viaje, pero quién sabía… No quería arriesgarse.

Salió del coche y llamó al timbre de la puerta del jardín. Una voz de criado le contestó y tras tenerle esperando un par de minutos le dejaron pasar. Entró a la casa y observó que Ángela le estaba esperando.

-Buenas noches, señora –dijo, con la más dulce de sus voces, mientras le besaba la mano. Observó que Ángela estaba sorprendida mas alegre por su presencia.

-¡Oh, Ricardo! No te esperaba a estas horas. –le dijo con una voz entusiasmada. Llevaba un camisón rosa y una bata por encima.

-Espero no molestar.

-Para nada. Pasa, pasa al salón-

Justo entonces apareció en las escaleras una joven con una preciosa cara y un cuerpo que su corta pijama hacía notar como perfecto.

-¿Qué pasa, mama? –preguntó la chica.

-Nada, Sandra, vete a tu cuarto, es un amigo –Ángela parecía un poco incómoda por la presencia de su hija. Quería estar a solas con él, buena señal. Sandra desapareció por las escaleras y Ricardo siguió a la señora a un gran salón.

-Perdona mi aspecto, si me hubieras avisado me hubiera arreglado

-Estás perfecta sin necesidad de arreglarte –dijo Ricardo, y Ángela se sonrojó hasta las orejas. Ricardo estaba asombrado: el más tradicional y típico de los halagos y Ángela estaba visiblemente impresionada. Ni siquiera había notado que él había pasado a hablarle de tú.

-¿Y deseabas algo en concreto para venir a estas horas? –dijo Ángela mientras se sentaba en un sofá de cuero, al lado de Ricardo. Una criada apareció al instante con unas copas y una botella de whisky.

-Nada, simplemente deseaba verte. Pensé que esta hora sería la más adecuada. Así estaremos solos, sin que nadie nos interrumpa. –Ricardo observó cómo Ángela ignoraba a la criada. "Puta zorra creída", pensó. "Pronto considerarás a tu criada como a un ser superior a ti". El rostro de Ricardo nada dejaba evidenciar de su ajetreada mente, solamente expresaba un educado interés.

-La verdad… -Ángela se estaba sonrojando de nuevo -, yo también estaba deseando verte. Ya sabes que esas reuniones son muy informales. Por eso me gustaría conocerte más

-A fondo –terminó Ricardo. –Bueno, eso tiene solución. ¿Qué te parecería una cena los dos juntos?

-Mmmm, me encantaría

-En el mejor restaurante de Barcelona. Invito yo.

-Aceptaré encantada tu proposición –Ángela estaba resultando absurdamente fácil de manipular. Su atracción por Ricardo era tan obvia que éste estaba seguro de que si la quisiera follar allí mismo, en su casa con sus hijos arriba, ella no pondría ninguna resistencia… pero lo iba a hacer bien. Quince años ejerciendo de psicólogo servían para algo. Ricardo había visto muchas Ángelas en su consulta, y sabía qué y cómo hacer.

-Entonces está decidido. ¿Qué le parece dentro de una semana? –debía dejar algún tiempo para que el deseo de Ángela se incrementase esperando la cena –El sábado de la semana que viene, el nueve de octubre, ¿te parece bien? –Ángela asintió casi sin pensar –Perfecto. Ahora me tengo que ir –sonrió al ver la cara de frustración de Ángela –son casi las doce de la noche, y mañana trabajo.

Un beso de despedida demasiado cerca de los labios hizo el resto. Al salir de aquella casa, Ricardo ya sabía que la vida de Ángela cambiaría inevitablemente en muy poco tiempo.

NOTA DEL AUTOR: Esto ha sido el prólogo de un relato que se desarrollará durante todo un año, todo un curso escolar, durante el cual las vidas de las cuatro mujeres principales (Sara, Laura, Ángela y Sandra) cambiarán drásticamente. Cada parte del relato narrará los acontecimientos que ocurran en un mes.

Es un relato que abarcará muchas situaciones, siempre centrándose en la dominación y la humillación (y exhibición), y habrá escenas muy fuertes. No me apasiona describir escenas de sexo explícito: el porno sin más no tiene verdadero morbo. Lo realmente morboso es la situación, el contexto… No faltarán escenas de sexo obviamente, pero no serán lo básico del relato.

El desarrollo general del relato ya está planificado, así como los hechos más importantes que ocurran en cada mes y el final de cada uno de los personajes. Aún así, agradeceré cualquier contribución que queráis hacer. Al comienzo serán cuatro historias separadas, uno por sumisa, pero que estarán conectados por tener amos/familias/institutos en común. Más adelante se juntarán todos los hilos argumentales.

Para cualquier contribución me podéis escribir o agregar al msn:

algun-desconocido@hotmail.com