Lo bueno si doble, cuatro veces bueno 4

Laura por fin conoce a Ricardo y empieza a caer en sus redes. Por su parte Sara cumple las ordenes de su amo convirtiendose en una calientapollas.

14

Eran las once y media de la noche del martes, trece de octubre. Había una atmósfera tranquila en casa de la familia Coronas. En la sala de estar, junto a la chimenea apagada, se encontraba toda la familia reunida, mirando la televisión, donde los médicos del Hospital Central intentaban salvar la vida de una prostituta drogadicta.

-Esa furcia… por mí la dejará que se muriera. Esa chica da grima –exclamó Ángela desde el sofá, enfundada en su bata de noche rosa chillón. Todos la miraron por un instante pero nadie dijo nada. La criada se llevó el café del salón.

Sandra parecía muy entretenida mirando la serie de televisión. Marcos, a su lado, parecía distraído, sus ojos mirando vagamente al pijama de su hermana, que daba poco lugar a la imaginación. Juan José Coronas, el padre de la familia, estaba casi dormido en el sofá.

A Ángela todo lo que ocurría tanto en la serie como en su casa le importaba más bien poco en aquellos momentos. Pensaba en Ricardo una y otra vez. En aquel hombre maravilloso que la había invitado a cenar ya dos veces. Bueno, su marido estaba muy ocupado, y apenas hacían nada juntos. ¿Era normal que saliera con otras personas, verdad? Pero a pesar de intentar racionalizar sus actos, no podía evitar el pensamiento de que aquello no estaba del todo bien, que tal vez esta vez la cosa se fuera de las manos

Un criado entró al salón:

-Señora Coronas, la llaman por teléfono. Es un señor llamado Ricardo Zamora, según dice.

Ángela se levantó de un salto. Su marido abrió los ojos con la misma velocidad. Sandra volvió la cabeza para mirar a su madre, curiosa, pero volvió a fijarse en la pantalla de televisión y Marcos parecía no haber notado nada más que el bamboleo de las tetas de su hermana al moverse.

Ángela cogió el teléfono en el estudio, donde nadie podía oírla.

-Hola Ricardo.

-Hola cariño –aquella voz angelical sonaba de nuevo. –Siento llamarte a estas horas, supongo que estará tu familia en casa.

-No importa, no importa.

-Verás, me temo que tendremos que posponer la cena. Este fin de semana me es imposible. ¿Qué tal el sábado que viene?

-El sábado que viene… ¿el veinticuatro, no? Lo siento mucho, Ricardo, pero ese fin de semana mi marido coge fiesta y pensábamos ir con otra pareja rica a un hotel, a los Pirineos, ya sabes

-Entiendo, entiendo. –la voz angelical sonaba muy triste, y a Ángela aquello le rompió el corazón.

-Pero cariño, tal vez pueda arreglarlo.

-¿Sí? ¿En serio?

-Sí, la verdad es que prefiero quedarme. A mi marido le gusta ir al monte, pero yo lo odio… La verdad es que prefiero muchísimo más ir a cenar contigo

-¿Entonces? –aquella voz ansiosa hizo que Ángela decidiese al momento.

-Sí, el sábado de la semana que viene. Me quedaré aquí.

-Muy bien, ¡perfecto! –el ángel denotaba alegría. –Te llamaré la semana que viene para quedar. Muchas gracias, Ángela. Un beso.

-Un beso.

Ángela colgó y se puso a pensar cómo decírselo a su marido. No le iba a gustar nada… pero cuando Ángela decidía algo, ya no echaba marcha atrás.

15

El día catorce de octubre, el día que Laura cumplía trece años, amaneció despejado, con unas pocas nubes en el cielo. Sin embargo, Laura nunca se había sentido tan triste un día de cumpleaños. Todavía recordaba vívidamente la agresión que había sufrido el día anterior, pero aquello no era lo peor. Lo peor era que su madre no le había hecho caso cuando volvió a casa.

La noche anterior, su madre había vuelto muy tarde, mucho más de lo acostumbrado. Lo más asombroso había sido que venía con un fuerte olor a tabaco y un tufillo a alcohol, cosa extraña pues su madre no solía ir a bares. ¡Y mucho menos sabiendo que ella tenía algo urgente que decirle! Laura tenía mucho carácter y fingió dormir. ¡No perdonaría tan fácilmente a su madre!

El día de su cumpleaños apenas había hablado con ella. Le había dicho que no tenía nada que decirle, y su madre no insistió en ello. Parecía extrañamente feliz, y le dio sus regalos (un montón de ropa demasiado sexy para Laura, "hostia, puta") con la alegría de siempre. Sin embargo, había algo que no encajaba. Sara se mostraba extrañamente distante, ausente.

A la tarde, madre e hija estuvieron toda la tarde preparando la casa para la fiesta. Apenas hablaban. Lo peor de todo es que Laura estaba acojonada con la perspectiva de celebrar su cumpleaños, tras lo ocurrido la víspera.

-Está quedando muy bien, ¿no te parece? –preguntó Sara alegremente.

La fiesta se haría en el jardín. Tenían un gran jardín con varios árboles y una piscina, que, a pesar de ser octubre, todavía estaba bastante caliente. Habían instalado un gran equipo de música (lo bueno de vivir en una villa sin vecinos al lado), y había comida y bebida por doquier. Tras mucho dudar (pero mucho menos de lo habitual, según le había parecido a Laura) Sara aceptó poner unas botellas de champán, "pero nada más de alcohol". Laura sabía perfectamente que la gente metería alcohol en la casa de contrabando, lo cual podía ser muy muy malo: no quería ni imaginar todos los chicos pedos como una cuba, y ella siendo el centro de atención.

Sara estaba insistiendo mucho en la ropa que debería llevar Laura, lo cual molestaba mucho a ésta. Llevaría por debajo un traje de baño de cuerpo entero, negro. A pesar de quedar muy pegado a su cuerpo (marcando sus dos grandes melones) por lo menos no enseñaba nada (Laura no quiso ni oír hablar del nuevo bikini que su madre le había regalado). Sobre el bañador, había aceptado ponerse una camiseta corta, escotadita, pero se negó en redondo a llevar falda. En su lugar, se puso unos pantalones vaqueros que marcaban su culo demasiado. "Pero es que tampoco puedo ir en chándal", pensó Laura con resignación. Eso sí, se maquilló bastante.

-Laura, yo no estaré en casa durante la fiesta. Así estaréis más tranquilos. Pero cuida de que no se rompa nada en la casa.

-Sí, mamá –contestó ella sin mirarla. No le apetecía hablar.

Se tumbó en la cama. La verdad es que no le apetecía nada celebrar esa fiesta. No había nadie con quien le apeteciera estar. Ni siquiera con Soraya, su amiga. No le había contado nada de lo ocurrido, no sabía por qué. Tal vez porque ella nunca podría comprenderla. Sólo una persona podía comprenderla, y lo había hecho siempre: su madre.

Y por primera vez en la vida le había fallado.

16

En el cine no había mucha gente: tres o cuatro familias, unos cuantos críos, y alguna pareja. Desde luego, no era muy normal ir al cine un miércoles, pero Álex había conseguido meter a todos sus amigos gratis, gracias a que el tío de la entrada era un poco corto de luces. También era de su barrio, lo cual lo había hecho aún más fácil.

No es que los chicos tuvieran muchas ganas de ir al cine, pero se estaba a gusto viendo alguna peli de muchos efectos y ruidos. Además, gracias a Álex y su relación con el vigilante (era un amigo de su hermano), podían fumar porros tranquilamente, sin que nadie dijera nada. De hecho, les encantaba hacerlo sólo para molestar al público, sobre todo si había familias con padres e hijos.

Álex estaba muy contento. La jugada con Sara había sido brillante: ya era suya. Era una pena tener que esperar hasta noviembre para tirársela, pero valdría la pena para doblegarla aún más. Durante su encuentro con ella había ido improvisando sobre la marcha, pero siempre aparentando seguridad. No había duda: Sara había renunciado a ser Sara para siempre. No la había visto en todo el día pero daba igual, sabia que era así.

La película había comenzado pero en la primera escena empezaron a entrar varias chicas. "¡Putas zorras, hay que venir a tiempo!", dijo Marcos en alto. Una de las chicas volvió la cabeza, estando aún de pie. Álex reconoció instantáneamente la figura de aquella chica, el corte de aquella melena, al contraste con el vivo fondo de efectos de colores de la pantalla. Y de repente todo lo que ocurría en la película no le importó más.

Aquella chica era Sandra.

Dudó un segundo, y después se levantó del asiento. Sus amigos no se movieron. Él se dirigió a la fila donde se habían sentado las chicas. Sandra estaba sentada en una esquina. ¡Bien!

-Hola Sandra –susurró Álex sentándose al lado.

-Hola –contestó ella, sin volver la mirada. A Álex se le retorcieron las tripas.- Ya pensaba que estarías ahí. Os he oído. Y olido.

-Sí, bueno –no se le ocurría nada inteligente que decir de repente. Era como si su cerebro se hubiera quedado en blanco. ¿Por qué demonios se hacía la dura Sandra? -¿todo bien? Las clases y eso

-Sí, como siempre, ya sabes.

Otro silencio, sólo interrumpido por un fogonazo en la pantalla y varios gritos.

-Bueno, me voy –dijo Álex. Cualquier cosa era mejor que estar así al lado de ella, conteniendo las ganas locas de besarla. Pero algo le decía que no debía hacerlo

-Adios –dijo ella secamente.

"Puta". Álex volvió a su asiento de atrás, maldiciendo. Era la única chica que se le resistía, la única con la que no sabía cómo actuar.

Y la única que el gustaba.

17

Laura se estaba aburriendo. Dentro de lo que cabe, eso no era del todo malo. Su fiesta de cumpleaños se estaba acabando y todos parecían dejarla en paz. De hecho, no hubo ningún acoso del otro mundo, nadie intentó nada especialmente. Claro, no faltaron los típicos sobeteos de tetas "por descuido"; y tampoco fue muy agradable que la rociaran de arriba a abajo de champán quedando la camiseta totalmente empapada, transparentando todo, pero debajo tenía un bañador. En resumen, teniendo como tenía Laura tanto miedo de aquella fiesta, no había pasado nada malo.

Pero el hecho de que se aburriera no era nada bueno. En realidad, había sido una puta mierda. No había estado nada animada, apenas había hablado en realidad. La mayoría de los chicos se dedicaron a beber y a fumar (muy ilusionados, al ser de los primeros pitis y petas que fumaban a los trece años) y a sobarla de vez en cuando, o gritarle idioteces, pero no les hizo caso. La mayoría de las chicas permanecía en grupos cerrados, susurrando y cotilleando. Había también varias parejas… y lo peor de todo: su fiel amiga Soraya parecía no acordarse de ella. Estaba muy animada hablando con un chico llamado Xavier.

Afortunadamente, se estaba acabando. Se hacía de noche y varios padres y hermanos mayores venían a buscar a sus hijos, porque estaban en las afueras. Otros irían por su cuenta.

Laura estaba vagando por el jardín, cuando lo vio. Alto, delgado, maduro, serio, y a la vez sonriente, un hombre impecablemente vestido estaba avanzando hacia ella. Muy guapo a decir verdad. Laura nunca se había fijado mucho en los hombres maduros, pero éste le llamó la atención. Y lo más fuerte: ¡se dirigía a ella!

-Hola, señorita. ¿Eres Laura, verdad?

-Sí –contestó ruborizándose.

-Felicidades –dijo el hombre sonriéndole.- Soy Ricardo Zamora, el padre de Óscar. Vengo a buscarle.

-¡Ah, claro! Ahora le busco, estará por aquí

-Podemos buscarle juntos.

Su voz tenía algo que la tranquilizaba, la relajaba. Inspiraba seguridad. Una seguridad de un hombre maduro, masculino.

"Como un padre", pensó tristemente. Ella nunca había conocido al suyo.

-¿Y qué tal le ha ido el cumpleaños a una joven tan guapa como tú?

-Bien, sin más… -no sabía qué decir.- Gracias –susurró.

-¿Por qué gracias?

-Por decir que soy guapa. – Instintivamente, sin saber por qué, siguió.- No me lo dicen muchas veces.

-Deberían hacerlo. Eres preciosa. Tienes una cara preciosa, de muñeca, casi.

Era estupendo que, por una vez en la vida, un hombre no se fijara en sus tetas sino en su cara. Laura sonrió, y aquella sonrisa la hizo aún (como pudo observar en los ojos de Ricardo Zamora) más hermosa, a la luz de las farolas.

Estaban andando, sin preocuparse por buscar a Óscar. A Laura no le importaba, y parecía que a aquel hombre tampoco. Era tan tranquilo, estar allí, en silencio

-¡Papá! –Óscar, el hijo de Ricardo, se acercaba, escondiendo el mechero y el paquete de tabaco en el bolsillo.

-Óscar, ¿ya estás? Bien. Muchas gracias por todo, Laura. Ha sido un placer conocerte. –Laura estaba embobada mirándole. Deseaba que le diera dos besos, pero no lo hizo. Se limitó a despedirse con la mano. –Espero que nos veamos alguna otra vez. Adiós.

"Ojalá", se dijo Laura. "Ojalá le vea alguna vez"

18

Ricardo sonreía satisfecho, de vuelta a casa, con su hijo al lado, mientras conducía el coche. Todo había salido bien.

Por fin había conocido a Laura.

Dios, conocerla y verla tan de cerca había sido más fuerte de lo esperado.

En casa se debería tomar otra pastilla más.

Mientras tenia que aguantarse las ganas para poseer a Ángela de una vez, estaba deseando comenzar con la niña.

Al fin y al cabo era tan sólo una niña. Una niña con cuerpo de mujer. Podría ser una brillante doctora, o abogada, o economista… Podría tener un buen novio, dinero, familia

Y no iba a tener nada de eso.

Era cruel. "Pero así es la vida".

19

Sandra se sentía extraña aquellos días. No tenía muchas ganas de nada. Estaba en casa de una amiga, viendo un aburrido programa de televisión que a la otra le apasionaba.

Pero sus pensamientos iban una y otra vez a Álex. Que, para colmo, tenía un enorme parecido con el protagonista de la telenovela.

¿Por qué? ¿Por qué estaba pensando tanto en Álex? Estaba segura (casi segura) de que no se estaba enamorando. Otras veces había sido diferente, había sabido que estaba enamorada instantáneamente. Pero con Álex no ocurría eso… Intentaba apartarlo de su cabeza, diciéndose que simplemente le divertía aquel crío enamorado de ella, pero volvía una y otra vez

De ninguna manera iba a salir con él. Sandra tenía dos años más que Álex, y siempre había salido con chicos mayores que ella; no se iba a rebajar a salir ahora con un niñato de la edad de su hermano, tan salido como él. Con todos los chicos colados por ella, sabiendo que era la tía más buena de toda la zona con muchísima diferencia, no se iba a rebajar a aquello.

Sandra frunció el ceño, decidida, como siempre que tomaba una decisión, mirando desafiante al chico de la serie, que se estaba besando apasionadamente con una chica muy parecida a ella.

20

Laura estuvo muy distraída durante los siguientes días. Apenas se fijaba en lo que ocurría alrededor, y a menudo solía estar en clase sin darse cuenta de que alguien estaba hablando, absorta. De vez en cuando se despertaba, y se fijaba en su entorno. Entonces su visión desaparecía.

Su visión era Ricardo.

Aquel hombre al que solamente había visto una vez en la vida significaba mucho para Laura. Significaba un amor platónico, imposible. Al fin y al cabo, se llevaban treinta años, y era el padre de un chico de su clase (un chico que de repente le parecía mucho más interesante que el resto). Pero también significaba alguien en quien confiar, alguien serio, maduro… Aunque ni siquiera le conocía bien, Laura estaba segura. Aquel hombre significaba también un padre para Laura.

Iba por el pasillo del instituto, recordando las conversaciones con su madre sobre su padre. Nunca quiso explicarle mucho. Sabía que su padre había sido un novio de su madre que se había marchado cuando supo que ella estaba embarazada. "Era un cabrón, cariño. Mejor olvídate de él".

Pero no es tan fácil vivir sin un padre. Sin alguien a quien contar tus problemas, excepto su madre. Sin alguien que se preocupara por ella, salvo su madre. Y su madre estos últimos días apenas la veía. Parecía que ni se acordaba de ella. Por eso ahora más que nunca notaba la necesidad de un padre. De alguien que, cuando llegara a casa, le dijera

-¿Qué tal estás, Laura?

Laura se volvió en redondo. Al fondo del pasillo estaba Ricardo, con su elegante pose. Laura sonrió. ¡Qué contenta estaba de repente!

-Muy bien, señor.

-Cariño, llámame Ricardo. No deberías llamarme señor por tener unos años más que tú. Al fin y al cabo, la edad no es lo más importante.

-Claro. ¿Qué haces aquí? –preguntó. "ha venido a verme", pensó estúpidamente, pero medio segundo después razonó.

-Tenía una reunión con un profesor de mi hijo. Pero ya he acabado. ¿Estás en el recreo?

-No, me iba al bus. Tengo que ir a casa a comer, ya se han acabado las clases de la mañana.

-Óscar se queda en el comedor… pero yo voy a casa. –la cara de Laura se iluminó. ¿Realmente iba a decir eso? –te puedo acercar, si quieres.

-No quisiera molestar, pero… -"pero dime que sí".

-Para nada. Ven conmigo.

Laura estaba por las nubes. Por fin iba a salir del Instituto con alguien parecido a un padre a su lado. Ricardo tenía un coche de lujo, aunque ella no entendía mucho de eso. Se sentó delante, al lado de Ricardo. Le gustó que él le sonriera antes de arrancar el motor.

De repente pensó Laura que aquella camiseta que tenía puesta era absurda. No le favorecía nada, no estaba nada sexy. Y quería estar guapa para Ricardo. Quería que Ricardo se fijara en ella. Era una niña por edad, pero sabía que mentalmente era una adulta.

Y por primera vez se dio cuenta de que mente y cuerpo iban al unísono. Aquel cuerpo que odiaba por ser tan "crecido" iba acorde con su mente, su madurez. Lo que no iba acorde era su edad. En realidad, ella no debía estar con gente de su edad. Debía estar con gente mayor, gente madura. Debía estar con Ricardo.

-Tú me dirás dónde vives –dijo amablemente.

Laura sonrió y le indicó el camino.

El viaje se le hizo cortísimo. No pararon de hablar hasta que llegaron a la puerta de su casa y Laura no quería bajarse del coche.

-Muchísimas gracias por todo, Ricardo –por todo. No lo había dicho por decir. Por todo, literalmente.

-Espero que nos veamos otra vez. Eres la chica de tu edad más lista que he conocido. Y la más guapa –guiñó un ojo- con diferencia.

Laura sonreía de oreja a oreja cuando entró a casa.

21

Esto es un día normal para Sara, ahora.

Se levanta tarde, cansada, con sueño. Sólo hay una un pensamiento que la ayuda a levantarse: Álex. Su futuro Amo. Si todo sale bien.

No le apetece desayunar, no vaya a engordar ahora que tiene que estar deslumbrante para él. Toma un café, sólo. Enciende un cigarro, de mientras. Antes odiaba el olor a tabaco, pero ahora ya no le parece tan malo. Le va cogiendo el truquillo.

Baja su hija a desayunar. Tiene una cara extraña, le pasa algo. Pero ahora Sara no sabe qué decirle. Le parece increíble que un mes atrás se hablaran como hermanas. Laura no era más que una niña. Ya se le pasaría lo que tuviera

Entra a la ducha. Tiene poco tiempo, pero es crucial cuidar la imagen. Hasta ahora no había comprendido lo importante que es la imagen. Ahora lo va entendiendo. Por lo menos, se da cuenta que tiene que estar siempre perfecta para su amado Dios. Y con entender eso le basta. Tras ducharse, se depila. Totalmente. Ahora también se depila el coño. Ha visto en varias revistas tías con el coño depilado, y parece más sexy.

Entra en su cuarto, que está ya muy cambiado. Ya no hay orden. No tiene tiempo para ordenar aquel cuarto, y no le importa. Hay muchas cosas tiradas por el suelo, y los estantes bastante vacíos. Para hacer las cosas bien, ha tirado todos sus libros a la basura. Sólo quedan los libros de texto imprescindibles para dar clase, pero los va a llevar al Instituto y dejarlos allí. Ya no pintan nada en este cuarto.

En su defecto poco a poco va llenando los estantes con revistas porno que va comprando. Hasta ahora le han parecido asquerosos, pero ya se está dando cuenta de que no lo son. Son mucho más entretenidos que todos los libros que solía tener. Siempre suele llevar alguno en la bolsa. Quiere leer todo lo posible sobre sexo, tal como su Amo le ha ordenado.

Mientras enciende un cigarro (sientan de maravilla a esta hora) abre el armario para vestirse. Toda la ropa es nueva, y muy sexy. Va comprando sin reparar en gastos, sólo para estar guapa. Es como debe estar ante Álex. Ya no usa sujetadores, ni bragas. Sólo tangas, todos de hilo dental. Se siente a gusto con ellas. Se siente sexy. Escoge una falda vaquera corta, que marque bien su culo firme y redondo. Para eso lo tiene. Hasta ahora no lo sabía; ahora sí. Para la parte de arriba sólo tiene camisetas cortitas, pequeñas. Elige un top de cuero. No transparenta nada, pero es un antojo. Lo vio ayer y no pudo resistirse a pesar del precio. Es muy prieto, marca sus enormes tetas perfectamente, y el escote es impresionante, con cuerdas para aumentarlo o disminuirlo. Deja al descubierto el ombligo, y por primera vez le gustaría tener un vientre plano, sin ese kilito de más. Una vez puesto el top, se mira al espejo, y se siente bien. Abriendo un poco más el escote, aún mejor. Se siente contenta. Le gusta cómo es. Y todo gracias a él.

Se maquilla mucho, exageradamente. Después, coge un pequeño bolso, y varios libros en la mano. Ahora los libros le parecen aburridos, sin sentido. Es irónico que tenga que dar lengua y literatura, cuando su Amo le ha dicho que debe hablar mal, y no puede leer o escribir. Pero no es que lo diga su Amo, es que es la verdad. Ella debe ser una tonta esclava, nada más.

Sale de casa con su hija. En silencio. Sin decir nada. Sara enciende otro cigarro y es ahora cuando Laura pregunta:

-Mamá, ¿por qué has empezado a fumar? Siempre me has dicho que lo odiabas.

-No sé… -no sabe qué decir. No tiene ganas de razonar. Y tampoco puede. –Me apetece. No está tan mal, me gusta.

Laura no contesta. Entran al coche, un coche nuevo que compró ayer. Muy caro, pero su Amo le había dicho que sus gastos debían dispararse. Fue al banco y pidió un crédito. El coche es de lujo.

Llegan al instituto. Nota todas las miradas en él, ahora también oye algún silbido. Sonríe; le gusta. Nota también la mirada asombrada de su hija, pero sigue sin decir nada. Se separan y Sara entra a la sala de profesores. Muchos la miran severamente, y una se le acerca. Una estúpida vieja arrogante, no sabe cómo le caía bien hace apenas unos días. Le habla con cara de preocupación:

-Sara, te lo voy a decir claramente. ¿Crees que tu ropa es la adecuada para trabajar?

Sara sonríe estúpidamente. La verdad es que no se le ocurre ninguna respuesta. Afortunadamente suena el timbre y se dirige a clase. Por el camino se fija por primera vez que Joselu, el profesor de matemáticas, está bastante bueno. Le sonríe, sacando pecho. Casi sin pensarlo, sin poder evitarlo.

Le cuesta centrarse en las clases. Tampoco le está gustando lo que dice. ¿A quién le importa en realidad saber analizar textos? Casi por inercia suelta un cordón del top: las tetas quedan medio fuera, casi la mitad de ellas está a la vista. Parece más fácil hacer ese tipo de cosas que leer textos. La gente se ríe, ella sonríe, no dice nada. Mete bien las tetas y vuelve a atar el cordón. Ve como Álex sonríe, y una sensación de placer la invade.

Sin embargo, a veces, algunas pocas veces, una voz le pregunta qué está haciendo. Es entonces cuando Sara se pregunta de verdad si está segura de todo esto. Pero la visión de Álex, la promesa de poder disfrutar de su cuerpo en algún futuro, supera la estúpida voz que dice que lo que hace no está bien.

Coquetea sin parar, con alumnos, profesores. En realidad, es más fácil de lo que parece. También fuma a escondidas en el trabajo. Está prohibido, así que debe hacerlo con cuidado, pero Álex le ha dicho que fume sin parar. Varios chicos la pillan fumando, pero da igual, dado que éstos también fuman a escondidas. Le sonríen con complicidad y se acercan.

-¿Qué hace una profesora como tú fumando a escondidas? –le preguntan con sorna.

No sabe qué contestar, así que vuelve a sonreírles. Sin parar de observar su escote, los chicos encienden sus cigarros. De nuevo una vocecilla en su cerebro le dice que pare, pero para contrarrestarlo, Sara vuelve a soltar un cordón del top. De nuevo la mitad de las tetas queda a la vista. Los pezones están a punto de salir, pero Sara no hace nada para corregirlo. Mira a los chicos y les sonríe. Éstos miran fijamente a su escote.

-Te podríamos delatar, profe –dice uno de ellos sonriente.

-Pero no lo haréis, ¿verdad? –dice Sara con voz melosa. Un sutil movimiento y el pezón derecho sale del top. Ambos sonríen, mirando como extasiados el pezón.

Sara no sabe si ir a más o no. Álex le ha dicho que sea una calientapollas pero que no se pase de momento. Afortunadamente, suena el timbre. Ella arregla su escote y se marcha. Se siente un poco rara, pero contenta. No está tan mal ser una calientapollas. Aunque sabe que pronto todo se le puede escapar de las manos.

Cuando sale del instituto enciende otro cigarro. La verdad es que enganchan bastante. Tiene que ir un momento a casa de sus padres. Por un instante piensa en ponerse algo de ropa por encima. Luego piensa que no. Sube tal cual al cuarto piso del edificio donde viven.

Cuando su madre le abre la puerta queda asombrada. Sara siente una punzada en el corazón. Siempre se ha llevado bien con su madre, y le duele que ella la vea así. Pero no hay otro remedio. Afortunadamente su padre no está en casa.

-¿Por qué vas vestida así, cariño?

-Ásí se va hoy en día, mamá –contesta ella, evitando su mirada. Para aparentar más seguridad enciende un cigarro.

-No digas bobadas. Así van las… bueno… las… ¿y desde cuándo fumas?

-Hace unos días. Mamá, ahora no tengo tiempo. Tengo prisa.

Sara sale rápidamente de la casa. La verdad es que no tiene prisa. Pasea tranquilamente por la calle, notando cómo la gente se le queda mirando. No le importa mucho, en realidad. Al pasar por una tienda de móviles entra y se compra el más caro. No lo necesita, pero, ¿por qué no comprarlo?

No le apetece ir a su casa, a preparar la comida, a hacer la limpieza… Lo mejor será contratar a alguien para que lo haga. Ella quiere estar libre para cuando pueda estar con Álex.

Come en un restaurante. No es de lujo pero no está nada mal. Luego da unas vueltas por la ciudad. No sabe qué hacer. Tiene prohibido leer, ver películas… Siempre que no sean de sexo. Entra a uno de esos locales donde te puedes conectar a Internet, uno al que nunca había entrado. Normalmente hubiera ido a casa para preparar sus clases, pero no le apetece. Además, Álex le ha dicho que no lo haga.

Navega por páginas porno, evitando entrar a cualquier otra página. No ha comprado el periódico, no sabe lo que está pasando en la actualidad. No importa. El mundo del sexo es un mundo más seguro. Además, pronto tendrá a su Amo para que cuide de ella.

No sabe ni cómo puede pensar de esta manera. Es como si de repente no fuera ella. Como si una golfa guarrilla la estuviese poseyendo. Pero esos pensamientos desaparecen al ver imágenes de chicas guapísimas follando salvajemente por unos grandes machos. Sara se calienta, y piensa que va a ser difícil aguantar sin sexo hasta noviembre.

También por primera vez se fija en la extraordinaria belleza de estas chicas que aparecen en páginas porno. Son perfectas. Ahora se da cuenta de lo mucho que le falta a ella para estar tan apetecible. Ella que siempre había creído estar bien. ¡Ojalá Álex se ocupara de arreglar su cuerpo y su imagen para estar más guapa!

Ya bien entrada la tarde se dirige a un bar. A un bar de no muy buena fama, pero son las ideales para coquetear un rato. Varios silbidos acompañan su entrada. Pide una copa: todavía le cuesta acostumbrarse a beber entre semana. Observa la gente que hay por el bar. La mayoría son hombres bastante feos y con pinta de asquerosos. Afortunadamente, tras dos o tres gin-tonics y varios cigarros, se deja llevar un poco. Le es más fácil todo.

Un tío muy gordo y seboso se le acerca. Normalmente lo rechazaría, pero hoy no. Quiere ser una guarrilla para Álex. Le deja que se acerque, están muy pegados. ¡Tiene un olor asqueroso! Seguro que ni se ha duchado. Hablan de tonterías, cada vez más cerca, con otra copa en la mano. Él ya tiene la mano en su cintura, y lo acaricia. Sara sonríe y desata las cuerdas del escote del top. Las tetas están a punto de salirse, y la mitad del bar les está mirando. El gordo seboso lleva una mano a las tetas, y las empieza a sobar. Sara se deja, y varios hombres más se acercan. El alcohol y su determinación hace que a Sara no le importen. Pronto nota que sus tetas han salido ya del todo del top. Son unas grandes tetas, de talla 95, de esas firmes que gustan. Les deja que las soben. Alguien intenta meter mano por la falda, pero Sara le pide que no.

-Ya lo haremos algún otro día.

A duras penas se levanta, pero antes de salir del bar, se saca una foto con su nuevo móvil junto al gordo seboso, con una teta aún fuera. Quiere demostrarle a Álex que cumple sus órdenes.

Son más de las diez y es un lunes. Apenas hay gente por las calles. Sara, balanceándose por los efectos del alcohol, sube al coche. Conduce lentamente hacia su casa. Llega intentado no llamar la atención de su hija, pero al entrar tira un paragüero sin querer.

-¡Mierda!

Ve a Laura que baja de su habitación.

-Mamá, ¿estás bien?

-Sí, cariño.

-¿Dónde has estado?

-Tenía trabajo. Estoy cansada… -le cuesta hasta hablar. –Me voy a la cama, cariño.

Entra a su habitación, dejando a su hija en las escaleras. Al mirarse en el espejo, se da cuenta de que la imagen que está viendo no se parece en casi nada a la que se veía unas semanas atrás. Y se da cuenta de que cada vez se parecerá menos.

Cuando se tumba en la cama, sin fuerzas de quitarse la ropa, se pregunta qué coño está haciendo, por qué va a estropear toda su vida.

La respuesta llega a su móvil. Una llamada perdida. De Álex.

Esto es un día normal para Sara, ahora.

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