Lo bueno si doble, cuatro veces bueno 3

Sara asume su destino y acepta ser la esclava de Alex

7

Más entrada la noche, las luces de una céntrica discoteca iluminaban a un grupo de adolescentes sentados en un banco, delante de ella. Los chicos, de unos quince años, se iban pasando las botellas llenas de diferentes mezclas, los humeantes porros y los mecheros. Álex Gutiérrez estaba en el centro del grupo, ya que era el líder. Sin embargo, aquella noche estaba un poco ausente, y no participaba mucho en las risas del grupo. Evidentemente, en el estado en que se encontraban los chicos, nadie se daba cuenta de que Álex apenas hablaba, pero a él no le importaba.

En realidad estaba pensando en la conversación que tuvo con Sara en el msn. La verdad es que no estaba nada seguro de cómo iba a reaccionar aquella, y él había jugado sus cartas. Sólo le quedaba esperar cómo respondía ella el lunes, aunque aún guardaba un as en la manga. Sabía que al final lograría su objetivo. Lo que no sabía era si sería fácil o difícil.

Lo sacó de su ensimismamiento una botella que estaba derramando su líquido por sus pantalones.

-¡Hostia, Marcos, cuidado!

-Perdona, tío –contestó Marcos, que iba bastante borracho.

Mientras Álex intentaba secarse, otro chico, Guillermo, sacó una bolsa de coca.

-Anda, vamos a tomar un poco de perico, que lo vamos a pasar de puta madre.

-Yo paso, tío –dijo otro, mientras se fumaba un porro tranquilamente.- A mí me la pica la coca.

-¡Coño! Mira Marcos, ahí está tu hermana.

Álex levantó la cabeza al instante.

-¡Está buenorra la tía! –dijo Guille, mientras preparaba unas rayas.

-Cállate, que es mi hermana. ¿Quieres que te de una hostia o qué? –Marcos siempre se ponía bastante agresivo cuando salía a relucir el tema de su hermana (o sea, siempre), especialmente si había bebido.

-No me jodas, Marcos, si va vestida como una puta. Lo sabes perfectamente.

-Vete a tomar por el puto culo.

-Sí, por el suyo

Mientras se descojonaban y Marcos trataba de ponerse de pie para pegar un puñetazo a alguien, Álex se levantó casi sin pensarlo, y se dirigió hacia Sandra, que iba con unas amigas. Estaba guapísima, con su largo pelo rizado por capas, sus brillantes ojos azul-verdosos, y con una ropa que hacía resaltar su perfecto cuerpo (una minifalda negra, zapatos de tacón alto y una pequeña chaqueta vaquera que dejaba su ombligo al aire, con un piercing brillando en él en la oscuridad). Se dirigía a la entrada de la discoteca. Álex corrió un poco para pillarla

-Hola Sandra.

Ésta se dio la vuelta. Le miró, sorprendida ("no me extraña", pensó Álex, aunque se veían con frecuencia casi nunca hablaban).

-Hola, Álex. ¿Qué tal?

-Bien, de puta madre. ¿Tú? –estaba mucho más cortado que de costumbre, nunca le había costado tanto pronunciar unas palabras seguidas.

-Aquí, a divertirme un rato. ¿Qué estás, con mi hermano, o con alguna novia?

Por un instante pensó en fardar un poco y decir que iba con alguna chica guapísima (que podía conseguir fácilmente en medio minuto), pero sin saber bien por qué, prefirió no hacerlo.

-Con tu hermano y éstos. Están por ahí… -dijo, señalando vagamente hacia atrás, donde se oían unos grandes descojonos, y Marcos trataba de mantenerse en pie.

-¿Un poco pedos, verdad? Parece que están dando u espectáculo patético –dijo Sandra, con un tono de desprecio en su voz.

-Sí, bueno… son un poco infantiles, ya sabes.

-Sí, ya lo sé… -era curioso. Parecía haber cierta comunicación no verbal entre ellos. Parecía que Sandra le entendía a la perfección, y él también le estaba casi leyendo el pensamiento a través de sus ojos.

Y lo más interesante de todo: parecía haber una verdadera conexión entre ellos.

-Bueno, me voy para dentro, que hace un poco de frío –Sandra sonrió, y de repente se quitó la chaqueta. Un top muy muy escotado y negro, que enseñaba una buena parte de sus generosas tetas quedó a la vista, y Álex no pudo evitar mirarlo fijamente. –Hasta luego. –Álex juraría que le había hecho un guiño antes de entrar en la discoteca.

"Pero sigue jugando conmigo, como si fuera un puto niñato", pensó con rabia. Se dio la vuelta, no hizo caso a los gritos de varias niñas de catorce años que le llamaban tío bueno a grito pelado, y volvió adonde estaban sus amigos (a falta de otro nombre para llamarlos), justo cuando Marcos caía tendido en el banco. No podía echar en cara lo que Sandra pensaba de él: todos aquellos chicos eran unos auténticos niñatos que no tenían otro plan que beber y beber hasta parecer unos estúpidos.

Todos menos él. Él se sentía más alejado que nunca de toda aquella gente. No le apetecía nada estar con ellos. Y sin embargo, quería entrar a la discoteca y volver a estar con Sandra.

Volviéndose a levantar, se dirigió a la discoteca. Vio a dos chicas, una rubia y una morena, ambas bastante atractivas y mayores que él (tendrían unos diecinueve años) que lo miraban bastante interesadas. Tras dudar un momento se dirigó a la rubia (estaba mas buena), y en dos minutos ambos estaban en la discoteca (la morena se había marchado muy enfadada con su amiga la rubia, y ésta, embobada con Álex, había pagado las entradas de ambos a la disco).

Álex y aquella rubia cuyo nombre no le importaba se dirigieron a la pista y empezaron a bailar. La chica bailaba muy bien, pero Álex, que aquella noche estaba guapísimo, no se quedaba atrás.

Entonces vio por el rabillo del ojo a Sandra, que lo estaba mirando. Por un momento sus miradas se cruzaron, y en seguida la chica desvió la mirada. Álex se sintió de repente más alegre, volvía a sentirse más normal. Se abandonó al juego de luces y a la música mientras bailaba apasionadamente (y realmente bien) con aquella rubia sin nombre, y de vez en cuando sus miradas volvían a juntarse. Cuando comenzó a sonar el mítico tema de Elvis Presley I Can’t Help Falling in Love With You Álex y la rubia comenzaron a bailar muy muy juntitos, y la magia de la canción hizo que Álex y Sandra se mirasen fijamente durante mucho, mucho tiempo, y Álex vio en aquellos ojos brillantes una verdadera atracción, y un respeto hacia él que era muy diferente a la actitud superior que Sandra siempre había tenido con respecto a él… Incluso llegó un momento en que parecía que Sandra iba a levantarse y a juntarse con él… pero el tema acabó y la magia se rompió. Sandra no volvió a levantar la mirada de su vaso y Álex, feliz, muy feliz, le dijo a la rubia sin nombre que se iba al baño.

Sin embargo, en vez de meterse al baño, salió de la discoteca y sin siquiera mirar a sus amigos comenzó a andar hacia su casa. La expresión en la cara de Sandra claramente demostraba una atracción, una atracción que seguramente ella nunca había sido consciente de sentir, o ni siquiera lo había sentido. Pero además había provocado en Álex una reacción más intensa de lo que había esperado él mismo. Por un instante, se le había olvidado que la quería poseer, que quería ser su amo… era como (y se sorprendió de sólo pensarlo) como si se estuviera enamorando de Sandra.

Álex no pudo evitar silvar la canción de Elvis hasta que llegó a casa.

8

Cuando el lunes el despertador sonó a las siete en punto, Sara lo apagó de un porrazo. Después, gruñendo, se levantó muy a su pesar de la cama. Había pasado una noche horrible, mejor dicho, un espantoso fin de semana, en el que no había parado de dar vueltas a Álex y su primera orden. Y la mañana del lunes, tras haber dormido apenas dos horas y haber tenido unos sueños muy calientes en los cuales aparecía ella desnuda y arrodillada ante Álex, todavía no sabía qué hacer.

No pensó en otra cosa mientras desayunaba, no hizo caso a su hija cuando bajó y la ducha tampoco le ayudó a aclarar sus dudas. Finalmente llegó a la inevitable conclusión. "No puedo obedecerle. Si acepto todo se complicará y estropearé toda mi vida. Todo ha sido una especie de pesadilla: se acabó. Álex no será para mi más que un alumno".

Una vez Sara tomaba una decisión solía mantenerse firme en ella. Por eso, no permitió que una vocecilla desde su interior le dijera que estaba tomando la decisión más fácil o que acababa de desechar la oportunidad de una vida mejor. Con paso firme se fue a su habitación y comenzó a buscar la ropa más recatada que pudiese encontrar, para dejar claro a Álex que no pensaba aceptar ser su esclava. "Y no pienso hablar con él siquiera". Sara sabía que su voluntad podía flaquear si decidía hablar con el chico.

Salió de casa vestida con unos pantalones de pana y una camiseta de manga larga que no favorecía sus formas en absoluto. Evitó maquillarse excesivamente. La mañana comenzó de maravilla… hasta que llegó su segunda clase, que era con Álex.

Álex entró en el aula por detrás de ella y se dirigió a su sitio sin siquiera mirarla. Sara sintió una sacudida en el estómago y un asomo de duda apareció en su cerebro. Intentó olvidarlo y centrarse en la clase. Sin embargo, una y otra vez su mirada se dirigía a Álex, que seguía sin hacerle caso y parecía muy interesado en una conversación con Marcos.

-Hay varios tipos de oraciones subordinadas adverbiales

Quieres hacerlo. Álex te vuelve loca.

-Las más frecuentes son de lugar, tiempo

Siempre lo has deseado.

-Eh… de lugar, de tiempo, de modo

No puedes evitarlo. Eres una zorra por naturaleza.

Sara intentó con todas sus fuerzas centrarse en lo que estaba haciendo aunque aquella odiosa voz dentro de su cabeza no la dejaba en paz. Y una y otra vez miraba a Álex, que no le devolvía la mirada

-Como se dice en la página… eh… 37

En aquel momento Álex levantó la mirada y sus ojos miraron fijamente a los de Sara. Por un instante Sara sintió una especie de euforia, pero Álex hizo un pequeño gesto de adiós con una mano, apenas la movió, y de repente Sara se sintió muy triste, con unas ganas incontenibles de llorar. Álex volvió a ignorarla durante el resto de la clase y al finalizar Sara nunca se había sentido tan mal como en aquel momento. Se metió en baño de profesores y se echó a llorar.

Cuando paró, se miró en el espejo. Vio su cara llena de lágrimas y ojeras. No podía más, era superior a sus fuerzas. Deseaba a aquel chico de una manera que una semana atrás le hubiera parecido risible. Sabía que no podía oponerse a la voluntad de aquel adolescente de quince años si quería volver a sentirse mínimamente feliz. No podría soportar otro día más como aquel fin de semana. Y desesperada, tomó la decisión que sabía que cambiaría toda su vida totalmente.

9

Sara llegó a casa muy triste, desesperada incluso, pero teniendo en claro lo que debía hacer. Encendió el ordenador sin perder tiempo. El teléfono comenzó a sonar, era su hija, pero en aquel momento no tenía tiempo para ella. Le sonaba que habían quedado en que Sara debía ir a recogerla, pero lo primordial ahora era otra cosa.

Entró en el msn.

Álex no estaba conectado.

-¡Puta mierda!

La sensación de desesperanza se acentuó. ¿Era posible que Álex ya no se interesara por ella? ¿La olvidaría por haber desobedecido su orden? Aquel pensamiento era insufrible para Sara.

Le escribió un e-mail, pidiéndole perdón y aceptando sin reservas todas sus condiciones, diciéndole que sería una esclava perfecta para ella, sin ningún límite… todo aquello lo escribió decidida a cumplirlo, sabiendo que ya no había marcha atrás. Pero aunque estuvo conectada toda la tarde, Álex no se contectó ni respondió el mensaje.

Sara siguió mirando regularmente a su ordenador conectado hasta bien entrada la noche. Para no separarse del ordenador (no quería perder lo que podría ser su única oportunidad con Álex) le dijo a su hija que ella no cenaría y que se preparase algo. Le dolía no poder ocuparse de su hija como hacía siempre, pero por primera vez tuvo claras sus prioridades: su amo era lo primero. Aunque todavía no fuese su amo.

Tras dormir unas pocas horas (levantándose continuamente para mirar si Álex entraba al msn o contestaba el mensaje) Sara se levantó temprano y se dispuso a hacer lo que debía: el único modo de arreglar las cosas era intentar cumplir la primera orden de Álex, y de la manera más exagerada posible, para que el chico ("mi Amo" se dijo) la perdonase. Se duchó y se maquilló, mucho más que otras veces, con mucho rímel en los ojos, mucho pintalabios. Después fue a elegir la ropa.

Eligió un pequeño tanga rojo, que no solía usar para ir a clase, y una faldita vaquera muy muy corta, la más corta que encontró. Le parecía escandaloso, incluso ridículo, ir así a una clase (lo había comprado sólo para las ocasiones más especiales y picantes de su vida) pero no tenía otro remedio. Sus largas piernas quedaban al aire, pues la falda apenas llegaba más abajo que las nalgas. Arriba no podía llevar sujetador, eligió una blusa blanca, y tras ponérsela decidió cambiarla por otra aún más estrecha, que hacía resaltar sus dos grandes tetas perfectamente. Abrió varios botones creando un escote de vértigo, enseñando el canalillo y la parte superior interna de las tetazas. Además, éstas se bamboleaban sin compasión por no llevar sujetador.

"Parezco una puta casi" se dijo. Incapaz de seguir mirando su aspecto en el espejo, bajó a la entrada, se puso unos zapatos de tacón alto y salió de casa gritando a su hija que tenía que ir antes. No podría ir con ella al instituto, no quería que la viese con estas pintas. Desgraciadamente, sabía que la vería aquel día, tarde o temprano.

Por la calle se cruzó con varios obreros que la miraban y le silbaban con admiración ("qué buena estás macizorra") y con un par de señoras que iban a hacer la compra (la miraron como si hubieran visto al diablo). La situación se complicó aún más al llegar al Instituto. Sara notaba todas las miradas de cientos de chicos y chicas clavadas en ella. Evitó mirar a nadie y afortunadamente nadie hizo un comentario en alto o lanzó un silbido ("menos mal a mi fama de rígida"). Sin embargo, sabía que el alivio sería temporal.

Tenía que entrar en la sala de profesores a por los libros, así que respirando profundamente entró y buscó los libros apresuradamente sobre la mesa. Varios profesores la miraban, pero nadie decía nada. Obviamente, les parecía un escándalo ir a clase con aquella faldita y una blusa tan apretada y con tanto escote que marcaba tanto las tetas como los pezones (para colmo, al ser blanca transparentaba ligeramente).

Recordando que Álex le había dicho que se insinuase con todo el mundo, y con la intención de que todos los chicos comentasen su cambio de actitud para que Álex se enterara, decidió comportarse sensualmente desde la primera clase. Los pobres chicos de trece años (de la misma edad que su hija) estaban que se les caía la baba con aquella visión, mientras Sara movía las caderas contoneándose, y jugaba con un botón de la camiseta, aumentando y disminuyendo en generoso escote, de manera que en un momento perfectamente calculado, la mitad de las tetas quedó en vista de todos.

Y Sara debía admitir que, por mucha vergüenza que estuviera pasando, también le estaba excitando bastante aquello.

Sin embargo, no vio a Álex hasta que tuvieron clase… momento esperado y temido por Sara. Entró a clase moviendo sus caderas exageradamente, sacando pecho, y miró a Álex. El chico sin embargo estaba escribiendo algo en su cuaderno y ni siquiera la miró. Comenzó a dar la clase, y a pesar de que todos los chicos la miraban y la señalaban (algunos con muy poco disimulo), casi con la lengua fuera, Álex no dio ninguna muestra de notar algo raro en Sara, y ni siquiera la miró.

De nuevo una sensación de tristeza y desesperación la invadió, y abandonando toda cautela desabrochó otro botón de la blusa. El escote ahora era enorme, las tetas peleaban por salirse de la camiseta y una gran parte de ellas estaba a la vista. Pero nada. Durante la siguiente hora, una de las peores de la vida de Sara, ésta movió al máximo sus tetazas, intentando resaltarlas, en un vano intento de atraer la atención de Álex. Se las peleaba por que no salieran de la camiseta, pero al mismo tiempo intentaba que todo el mundo se fijara en ellas… o por lo menos Álex… pero éste era el único que no parecía mirarla.

Cuando acabó la clase de nuevo estaba casi llorando. Pero una vez comenzado, no tenía otra opción. Durante el resto de la mañana y por todo el instituto, siguió andando con aquel pose sensual, intentado llamar la atención de todo el mundo. Varias veces notó que los alumnos se acercaban con alguna excusa para observarla. Ella intentaba poner cara de tonta e insinuarse aún más, hasta que casi perdió toda vergüenza. Sin embargo, a pesar de que se cruzó con Álex dos o tres veces, no consiguió que éste la mirase para nada.

Además de las miradas lascivas y viciosas de chicos de todas las edades (incluso de niños de doce años, lo cual le daba mucha rabia, pues sabía que estaba perdiendo toda su fama de "mujer de hierro"), tenía que enfrentarse a las caras de desprecio de la mayoría de las alumnas, que la miraban como si (literalmente) fuera una puta. Además de todo, el peor momento para Sara fue cuando vio que Laura, su querida hija, la estaba observando desde lejos, atónita. Ella intentó no verla y se alejó, pero sabía que tarde o temprano se tendría que enfrentar a ella. "Todo sea por Álex", se decía. "Tengo que hacerlo…"

10

Aquella había sido decididamente una semana extraña para Álex, pensó el chico el viernes a la noche.

Se hallaba en su casa, conectado al msn pero en estado "desconectado", Solía entrar así, para poder seguir observando cómo Sara le esperaba día y noche. Le encantaba. Desnudo excepto por unos gayumbos, estaba tendido cuan largo era en su cama, reflexionando sobre ello, mientras se fumaba un porro. Podía oír a sus dos hermanos discutiendo otra vez ("parecen un matrimonio rancio" pensó), pero eso no le importaba. Decididamente, aquel había sido una semana curiosísima.

Por un lado, nunca lo había pasado tan bien. Durante toda la semana, Sara, la profesora de hierro, aquella mujer que según su hermano era más fría que el hielo, había estado en un estado de pena. Iba vestida de forma cada vez más ridícula, más exagerada, intentando que Álex le dedicara tan sólo una mirada, y éste, durante toda la semana, había evitado aquello. Le había encantado ver los intentos cada vez más obvios de Sara de hacer destacar su culo y sus tetas. Se reía cada vez que la veía con alguien, intentando insinuarse. A pesar de que Álex no había dado ninguna señal, Sara estaba llegando cada vez más lejos. "Con ésta voy a llegar muchísimo más lejos de lo esperado. Va a ser muy muy fácil". Lo único que tenía que hacer era esperar un poquito. Dejarla sufrir. Aquel día había sido ya el hazmerreír, Sara intentaba por todos los modos que sus tetas se saliesen de la camiseta, para contenerlos en el último minuto y volverlas a meter. Todo aquello enfrente de una clase llena de tíos mirándola. "Como si fuera un escaparate de putas. Desde luego, es asombroso lo que las mujeres puede llegar a hacer por un hombre". Como había prometido a su hermano, en un año nadie reconocería a Sara.

Por otro lado sin embargo, se sentía extraño, extrañamente alegre, como si pesara mucho menos de lo que pesaba. Y cada vez que veía a Sandra, tanto en el instituto como en la calle, esa sensación se acentuaba. Álex nunca había sentido algo así, ni siquiera había estado pensando en una chica durante horas y horas, días y días. Había tenido un montón de novias (había perdido la cuenta), pero por ninguna había sentido lo que estaba sintiendo por Sandra. Y aún así, le costaba aceptar que aquello fuera amor. Tal vez fuera una obsesión. ¿O era eso el amor? No le importaba mucho, la verdad. Lo único que quería era estar con ella.

Pero no podía acelerarse o lo echaría todo a perder. Al fin y al cabo, Sandra era dos años mayor que él, y a las chicas de diecisiete años les gusta salir con tíos de diecinueve o veinte. Sin duda, la mejor opción era seguir con su plan de hacerla su sumisa. Un par de miradas y unas sensaciones extrañas no cambiaban nada. Conseguiría que Sandra cayera rendida a sus pies y que aceptara todas sus órdenes. "Conseguiré que quiera salir conmigo. En eso (se dijo sonriendo mientras fumaba), en eso al menos el amor es algo que controlo"

11

La semana había sido la peor de su vida con kilómetros de diferencia para Sara. En todo el fin de semana no levantó cabeza y apenas salió de su habitación, con la excusa de que estaba enferma. Ya no sabía ni qué hacer. Durante toda la semana sus alumnos se habían reído de ella por sus descaradas ropas y su actitud. Afortunadamente nadie, ni profesores ni alumnos, había hablado seriamente con ella sobre ello, pero sabía que pronto ocurriría. Para colmo, estaba su hija. Laura, después de observar aquel enorme cambio de vestuario y actitud en su madre había hablado con ella un par de veces. Y aunque en ninguna ocasión se atrevió a decirle lo que probablemente pensaba ("que parezco una puta"), había intentado averiguar la razón de todo aquello. Sara no le había aclarado nada, pero notaba que se estaba distanciando mucho de su hija, ya apenas hablaban, y sabía que probablemente le estaba doliendo que todos sus compañeros hablaran de su madre como una puta ¿Y todo eso para nada?

Algunas veces pensaba en volver y dar marcha atrás. Pero no quería desaprovechar una mínima oportunidad para estar con Álex, y sabía que si paraba ahora el chico se olvidaría de ella para siempre. ¿Pero no se habría olvidado ya? En toda la semana no había hecho el menor caso a sus descarados intentos de parecer una puta.

El lunes a la mañana Sara volvió a tener una mínima esperanza, y volvió a esmerarse en vestirse como una zorra (dentro de lo que podía con sus blusas y minifaldas). No se atrevía a más, por miedo a que alguien le dijera algo directamente.

Pero el día transcurrió como toda la semana anterior. Álex pasó olímpicamente de ella y Sara quedó tan destrozada que casi pensó en tirarse a las vías del tren mientras volvía a casa (el lunes acababa pronto las clases).

Llegó a casa, sin embargo, y se fue a su cuarto, sin saber ya qué hacer. Ahora ya no hacía nada, ninguna actividad, y había dejado de ir al gimnasio. Por inercia más que otra cosa, encendió el ordenador y el msn… Tenía un mensaje

Y era de Álex.

La alegría que sintió en aquel momento fue tal que es imposible describirlo. De repente volvía a tener ganas de vivir, estaba dispuesta a hacer lo que fuera por aquel chico… Con un cosquilleo en el estómago y un poco de miedo abrió el mensaje:

Hola puta,

A pesar del disgusto que me diste la semana pasada al desobedecerme, te voy a dar otra oportunidad. Ven mañana, martes, día trece a las seis y media al parque que está enfrente del instituto. Ven vestida como a la toda esta semanita.. Y te lo advierto: ESTA ES TU ÚLTIMA OPORTUNIDAD. Si a partir de ahora me desobedeces en lo más mínimo se acabará todo.

Hasta pronto,

Tu futuro Amo, Álex Gutiérrez.

12

El martes Laura estaba de buen humor. No sabía por qué exactamente, pero las cosas estaban yendo bastante bien, y eso la alegraba. Faltaba sólo un día para su cumpleaños. Y en estos últimos días notaba menos miradas y toqueteos por parte de los chicos. "Tal vez están madurando, ya era hora". Seguía sin hablar apenas con nadie, pero al menos no se sentía tan mal. Incluso le hacía bastante ilusión su fiesta de cumpleaños, que sería el día siguiente a la noche. Había invitado a la mayoría de sus compañeros de clase. Tal vez fuera por eso por lo que la estaban dejando relativamente en paz. Pero Laura tenía la impresión de que esta fiesta iba a salir de maravilla. Bueno, tal vez de maravilla no. Pero bastante bien.

Sólo había un detalle que la preocupaba. Su madre. En estos últimos días se la había visto muy triste, muy alicaída, y apenas había hablado con ella. Laura suponía que era normal que los padres e hijos no se hablen tanto, pero ella siempre había estado muy unida a su joven madre, siempre la había ayudado. Pero ahora… Y unido a su aparente depresión estaba el hecho de que había cambiado radicalmente de forma de vestir. Laura intentaba hacer oídos sordos a los comentarios que oía de los chicos en el Instituto, y quiso no creer las insinuaciones de que su madre se estaba comportando muy provocativamente. Sin embargo, no podía negar el hecho de que siempre iba con unas camisetas extremadamente ajustadas y con más de un botón abierto, y con faldas muy cortitas. No es que eso le molestase especialmente (aunque pensaba que no era la forma de ir al instituto, luciendo cuerpo), pero le resultaba muy extraño en su madre.

Laura entró al baño, era la hora del recreo y los pasillos parecían vacíos, así como el baño.

-Pronto seré ya una mujer de trece años –dijo en voz alta. Sonrió.

Y sin previo aviso alguien la agarró por detrás. Laura forcejeó pero el tío era muy fuerte, y además no era uno sino dos. Los dos la agarraron y la inmovilizaron. Tenían la cara tapada con unos pasamontañas: no podía saber quienes eran, aunque por la constitución de su cuerpo, eran indudablemente chicos.

Quiso gritar pero le taparon la boca. Nadie habló. Los dos chicos la comenzaron a sobar. El chico que tenía detrás comenzó a sobarle las tetas. Primero por encima de la camiseta. Luego lo subió y le quitó el sujetador. Los enormes melones de Laura quedaron libres, y el desconocido comenzó a sobarlos, a pellizcar sus pezones… El tío que tenía delante le fue bajando la falda, mientras le tocaba su culito.

Laura comenzó a llorar. No podía gritar porque le habían metido algo en la boca. ¡La iban a violar! Desesperada intentó pegarles, pero la tenían bien agarrada. Laura era fuerte pero no tenía nada que hacer contra aquellos dos. Sus cuatro manos recorrían todo su cuerpo, rápidamente, silenciosamente. Los pezones le dolían de los pellizcos

De repente pararon. Una voz susurró:

-Si dices algo de esto a alguien, zorra de mierda, la próxima vez será peor.

Ambos chicos salieron corriendo del baño, dejando a Laura caída en el suelo, con los pantalones bajados y las tetas al aire, llorando a lágrima viva. Se había librado de que la violaran… pero aún así había sido horrible.

-Cabrones… -sollozó.

Toda la alegría que había tenido en aquellos días desapareció. Sólo sentía dolor. Dolor interno, pena. Y miedo. Miedo al no saber qué le esperaría la próxima vez. ¿Era suya la culpa, por tener aquel cuerpo?

Entre lágrimas, se vistió y salió del baño.

Soportó como pudo las dos horas de clase que le quedaban, y de vez en cuando miraba a sus compañeros de clase, nerviosa. ¿Habría sido alguno de ellos? ¿Lo sabría alguien? El miedo la atormentaba, y de repente se acordó de algo que la hizo sentirse mucho peor: ¡la fiesta de cumpleaños! ¡No podía invitar a un montón de gente a su casa a una fiesta, podría volver a ocurrir. ¡Podría incluso invitar a sus agresores!

Tenía que hablar con su madre. Lo necesitaba. Cuando se acabaron las clases fue directa a coger el autobús que la dejaba en casa. Debía contarle todo, sólo eso la consolaría. En eso, su madre era la mejor amiga de Laura.

-¡Mama! –gritó nada más entrar en la casa. Sara estaba bajando de su habitación, vestida con una blusa más escotada que nunca y muy maquillada. Parecía muy nerviosa pero Laura no reparó en ello. -¡Mamá, tengo que contarte algo! Me

-Ahora no, Laura. No tengo tiempo –contestó Sara, visiblemente incómda.

Laura se quedó de piedra. Nunca antes su madre la había tratado así. No parecía importarle ella un pimiento.

-¡Mamá, escúchame! Estaba en el baño, y dos tíos

-¡Laura, cállate! –el tono de Sara era duro ahora. –Lo siento, pero no tengo tiempo ahora, cariño. Vendré lo antes que pueda y me lo cuentas, ¿vale?

Salió sin esperar respuesta. Laura se tiró a un sofá, llorando.

13

Ya en el coche, Sara se sentía fatal por haber dejado a su hija con la palabra en la boca. Visiblemente tenía que decirle algo importante, parecía que había llorado incluso… Pero no tenía tiempo.

-Seis y cinco. ¡Mierda!

Se le había hecho tarde, pero al menos se había vestido lo mejor posible. "Por decirlo de alguna manera". Desde que salió de casa había desabrochado botones hasta que la parte interna de las tetas quedara completamente visible, y amenazaran con salirse de la camiseta. Quería hacer las cosas bien.

El lugar que Álex había elegido no era para nada discreto. Tampoco especialmente céntrico, pero la gente que anduviese por allí les podría ver. Tal vez fuera esa su intención.

Sara aparcó, salió del coche y miró a su alrededor. No es que hubiera mucha gente, pero varias personas estaban paseando, incluyendo varios niños con sus madres. Miró al parque, y allí vio a su Dios, al hombre que la había vuelto loco; Álex estaba de pie, con el sol brillando detrás de él, iluminando su rubia melena y haciéndole parecer un héroe. Sara respiró hondo pero no dudó ni un segundo. Se dirigió hacia él.

Nada más llegar a él, la mano de su Dios, envuelto en un guante negro, le dio una hostia en plena cara que Sara cayó al suelo, de rodillas. Casi sollozando y sin mirar a Álex a los ojos, susurró:

-Lo siento, Amo. Nunca más le voy a desobedecer, se lo prometo.

-¡Cállate, cerda de mierda! Eso ya lo sé, más te vale que sea así. Vámonos a tu coche, estaremos más tranquilos. Y no te atrevas a mirarme a los ojos o a tocarme con tus sucias manos. A, se me olvidaba. Llámame Señor siempre.

Era increíble que aquella persona fuera un alumno suyo. Sin embargo, sin rechistar, Sara se levantó con la cabeza gacha y se dirigió al coche. Entraron los dos.

-Bien, Sara. Estoy muy decepcionado contigo. Aún así, parece que estás dispuesta a aprender. Pero antes que nada, ¿aceptas ser mi sumisa sin ningún tipo de límites o condiciones? Entiende todo lo que significa esto –la madurez con la que hablaba no era propio de un chico de su edad-. Tu voluntad dejará de existir, simplemente. Cumplirás cualquier orden que te de yo sin pensártelo. Tú quedarás anulada como persona, pasarás a depender de mi, y serás un objeto únicamente a mi antojo. Serás una buena puta, además, cuando te haya arreglado un poco. Para eso, deberé cambiar todo en ti, desde tu aspecto físico hasta tu actitud, comportamiento e ideas.

-Sí, señor –contestó Sara suavemente, sin mirarle a los ojos.

-Obviamente, todo lo que no sea yo pasará a un plano secundario. Tu trabajo, tu familia… e incluso tu hija (Sara hizo una mueca de dolor al acordarse de ella) dejarán de ser prioridades. Y te aseguro que con el tiempo, te distanciarás de todo lo que es tu vida hoy en día.

-Lo comprendo y lo acepto, Señor –dijo humildemente Sara, perfectamente consciente de lo que estaba aceptando. Siempre lo había deseado, y sin embargo le daba un poco de miedo. Todo se compensaría con estar cerca de su Dios, claro. Pero Álex parecía adivinar sus pensamientos.

-Como verás, me he tenido que poner un guante para abofetearte. Te explico por qué, cariño: tu falta de obediencia me obliga a actuar así. Estás en período de prueba hasta que acabe este mes. Si tu comportamiento ha sido satisfactorio, serás ya mi zorra particular. Pero hasta el día uno de noviembre, ni siquiera te tocaré. No merecerás ni el contacto con mi piel. Y obviamente, olvídate de mi polla hasta entonces.

Un mes sin Álex… ¡parecía horrible! Y sin embargo, Sara comprendió que se había ganado ese castigo.

-¿Qué debo hacer en el período de prueba, Señor?

-Te voy a poner unas normas muy básicas, para que te empieces a acostumbrar. Obviamente, a partir de noviembre todo esto te parecerán unas tonterías. Vamos a ver… primero, con respecto a tu físico. No te preocupes en comprarte ropa nueva (eso lo haremos juntos más adelante), pero déshazte de todo aquello que estropee tu hermosa figura. Olvídate de momento del sujetador, y debajo sólo quiero tangas muy mínimos, básicamente de hilo dental. Nunca usarás pantalones, siempre minifaldas cortas. Y arriba cualquier cosa que se te pegue al cuerpo, que transparente o que deje ver tus tetas a gusto. ¿Compendido?

-Sí, Señor.

-Bien, más adelante mejoraremos tu imagen para que seas una verdadera puta. No estás mal, pero eres mejorable, como todas. –estos pobres halagos a Sara le parecían grandes muestras de aprecio por su parte, no se esperaba tanto- Con respecto a tu actitud… quiero que te comportes siempre contoneándote, como si fueras una zorra. Insinúate, siempre. Sé complaciente, no soy celoso. –Álex sonrió- Estés donde estés o esté quien esté delante, siempre quiero ver esa actitud. Y me aseguraré de que así te comportes, aunque no esté delante.

‘En clase también te quiero provocando… pero no te pases… todavía. Y tu familia… supongo que pronto sospechará algo. Tú insiste en que no te pasa nada, en que quieres disfrutar más de la vida. Porque quiero que dejes de preocuparte tanto por el trabajo y la familia. Vete a bares, a fiestas, a lugares donde hay muchos tíos. Déja que te metan mano… Pero una cosa: hasta noviembre, NO PODRÁS FOLLAR.

-Sí, Señor.

-Con nadie. Totalmente prohibido. Pero sé una calientapollas. Preocúpate menos por dar bien tu asignatura: quiero que tu fama de buena profesora desaparezca. Y yendo a cuestiones más profundas: quiero bajar radicalmente tu nivel cultura. Ya sé que de momento (hasta noviembre, zorra) no tengo forma de averiguar si me obedeces o no, pero más te vale que sea así. Ni se te ocurra desobedecerme.

‘Como decía, tu nivel cultural es demasiado alto para una puta. Nada de libros, nada de cine, nada de cultura, nada de informativos… sólo puedes ver cosas porno: revistas porno, cine porno… todo el resto te debe importar una mierda. Quiero que sólo pienses en sexo. No quiero que sepas lo que pasa por el mundo. Yo te diré qué opinar de cada cosa. Tú sólo debes interesarte por el sexo. Debes parecer (poco a poco, claro) soez y vulgar. Ordinaria e incapaz de ser profesora. Poco a poco deberás cambiar tu forma de hablar. Habla sólo con frases cortas, incluso con incorrecciones. Frases incoherentes… Por supuesto nada de escribir de ahora en adelante, a ser posible.

‘Aún así, tranquila. Todo esto lo iremos consiguiendo poco a poco, con entrenamiento. Y a partir de noviembre ya más intensamente, pero quiero que comiences ya. Quiero que comiences a ser una basura que sólo piensa en sexo, el resto lo decide tu Amo y Señor. Un par de cosas más, para acabar:

‘También quiero que seas una viciosa, que no te preocupes del mañana. Tus gastos deben dispararse de inmediato. Compra cosas que te gusten (siempre que no aumenten tu cultura, claro), lujos y vicios caros… coches, muebles, relojes de oro… No te preocupes si tienes dinero o no, tu compra, impulsivamente. Y lo segundo y último. Igual te parece extraño pero da igual: ¿fumas y bebes?

-No, señor. Bebo poco, y no fumo. –Tras pensarlo un poco añadió- tampoco tomo ninguna droga.

-Bien, pues quiero que fumes y que bebas. No te conviertas en una alcohólica, pero acostúmbrate a beber diariamente. Y lo de fumar, me da mucho morbo ver a las mujeres fumando. No sé muy bien por qué –ahora parecía pensativo. –Pero eso da igual. Te quiero dentro de poco fumando como una chimenea. Y sin ocultárselo a tu familia, claro.

‘Durante todo el mes iré espiando y analizando tus progresos, y veré cómo has cumplido todo esto (espero que te acuerdes, pero te enviaré un e-mail con todas estas órdenes por si acaso) el uno de noviembre. Entonces decidiré si pasas la prueba o no. Ahora, vas a tomar la decisión de tu vida. Todo depende de ti: si no quieres, no pasa nada. Piensa bien (por última vez) antes de contestar: ¿aceptas ser mi esclava y sumisa sin ninguna condición ni límite, para siempre?

Sara suspiró hondo, y su respuesta fue de lo más sincera, tanto que se atrevió a mirar a su Dios a los ojos por primera vez.

-Señor, esa decisión ya la tomé. No me arrepiento para nada. Sí, quiero ser su sumisa y esclava para siempre, con todas las consecuencias que eso me traerá. Traté de evitarlo y no pude; fui una tonta y lo siento muchísimo. Pero ahora ya sé lo que quiero. No le fallaré, lo prometo.

Álex sonrió y sus ojos brillaron malignamente.

-Sea así, pues, Sara.

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