Lluviosos días de aprendizaje -extra-

Ahora que Javi y Lucas han declarado sus sentimientos, su vida se ha vuelto mucho más alegre; aunque, por supuesto, aún acechan sombras en el camino. Este capítulo muestra un día de diciembre, al cumplirse un año de la primera visita. Ahora ya son novios.

Lluviosos días de aprendizaje

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Un relato del Enterrador

-EXTRA-

En una fría y nublada tarde de invierno, alguien llamó a la puerta de la casa de los Discipo. Se trataba de Lucas Maestre, el que había sido profesor particular de Javi Discipo, residente de aquella casa, durante todo un año. Sin embargo, ya no era tal. Desde la última tarde lluviosa en la que el profesor Maestre entró en esa casa, ya no iba allí el maestro, sino el novio de Javi. ¿Novio? Lucas se preguntaba si podían catalogarse de aquella manera. Ni siquiera se habian regalado un “te quiero” el uno al otro, tan sólo la sombra vacía de dos “me gustas”, y el segundo, el de Javi, podía ser tan sólo el embaucador contorno de los negros pies de la frase. Además, no se habían entregado, como dulces amantes que disfrutan de compartir lecho y alma, a los placeres del cuerpo. Si bien es cierto que se habían besado, esto había ocurrido muy esporádicamente, y siempre de manera apresurada y discreta.

Lucas les contó a sus padres que había dejado la universidad, y éstos, aunque al principio fueron presa del yugo de la ira inherente a la decepción, después se liberaron con la calma de la confianza. Decidieron dejar que pensara lo que quería hacer en la vida, y cómo quería hacerlo, así que no le presionaron. Sin embargo, le obligaban a encargarse de las tareas del hogar y a tomar clases de inglés por las tardes, para que, según ellos, no perdiera el tiempo. La confianza tiene dos caras: la delegación del asunto en manos del confiado y la necedad del confiador a que éste siempre va a cumplir su parte del trato. El joven faltaba a clase de inglés siempre que podía, para encontrarse con Javi en su casa. Intentaba de veras ir a dichas lecciones, mas, cuando se agobiaba y notaba la ansiedad del recién llegado, escapaba a los brazos de su único consuelo.

Era una época oscura de su vida, y la única rama que le permitía posar el peso de sus errores y desgracias en ella para no caer al abismo de la desesperación era el chico que fue su alumno en otro entonces. La madre del muchacho se alegraba mucho cuando iba a visitarlos, pues, aunque ya no trabajaba para ellos, sabía que era una buena influencia para su hijo. Al menos, eso pensaba hasta ese día.

Lucas oyó pasos al otro lado de la puerta, pasos que se ahogaban en un océano de disonantes gritos que eran apagados, a su vez, por la robustez de la madera que ocupaba la entrada. Los reproches, venenosas flechas lanzadas por ese arco al que llamamos preocupación, parecían estar siendo disparados hacia la paz de aquella casa con sumo rencor. Finalmente, abrieron. Al otro lado, Javi le miraba con una expresión cansada y algo molesta. Llegaba en mal momento. Resulta que el chico había suspendido varios exámenes, y la mujer estaba furiosa con él porque se temía que volviera a repetir. Había llegado la hora de que la confidencialidad propia de las penas le fuera devuelta al muchacho.

Justo cuando Lucas iba a hablar, apareció tras Javi, acompañada del eco de unos pisotones rápidos y fuertes, que entonaban el canto de la histeria; su madre. La señora Discipo examinó a su invitado con mucha atención, como si fuese un enigma de cuya resolución obtendría la solución al fracaso escolar de su hijo. Antes de que pudiese decir nada, su hijo sentenció que iba a salir con su antiguo profesor por ahí. No obstante, ella le recordó que estaba castigado, y que no podía poner un pie fuera de casa. Haciendo mención al apego que la señora tenía por el joven Maestre, consiguió convencerla de que al menos dejara que él se quedara, con la condición de que le ayudara a estudiar.

Lucas entró sin más discusión y vislumbró aquel pasillo que tantas veces había atravesado. Algo había cambiado en él. Era como si el aburrido gusto del gris se hubiera tornado en un sofisticado color que reflejaba sencillez a la par que buen gusto. Quizás así era como estaba los días que no había lluvia, pues, con la amplia luminiscencia que penetraba ahora en el pasillo, ya no se dejaba entrever el tedio o la insignificancia.

Javi le invitó a subir para que estudiaran en su habitación, aunque, a juzgar por el guiño que había perpetrado con su ojo en clara intención de desafío y de deseo, no se iban a dedicar a los libros precisamente. La madre prefería que estudiaran el el salón, donde ella podía vigilarlos, ¿pero quién era ella para decirle lo que debía hacer? Al menos eso pensaba Javi. ¿Por qué le iba a joder la tarde con Lucas? Si estaba amargada, él no tenía la culpa. Le dijo que en su cuarto no había tanto ruido y, ya que ahora era más un amigo que un profesor, podía estar allí sin ningún problema.

Ida la madre, subieron, y se encerraron en la habitación del chico de instituto con el pestillo echado, por si la deleznable curiosidad cargada de desconfianza y juicios falsos de la señora Discipo le susurraba, como cruel demonio que desea agasajar a una víctima para extraerle el alma, palabras de miedo, de odio y de rechazo. Una vez cerraron, se sentaron juntos en la cama y comenzaron a besarse. Curiosamente, fue el más joven el que tomó la iniciativa, envolviendo con sus delicados dedos la barbilla de Lucas, y robándole de sus labios la dulzura de un beso.

Le tomó un poco por sorpresa que fuera tan apasionado, aunque lo achacó a que probablemente se sentiría mal por lo de su madre y sentiría que el afecto que no encontraba en la mujer que lo trajo al mundo lo encontraría en el aliento gimiente que exhalaba la boca de aquél que lo amaba. Normalmente, se besaban durante un breve periodo de tiempo: lo que tardan los impíos rayos del Sol en penetrar en la atmósfera para embriagarse con el veneno de las pieles atravesadas de los humanos. Sin embargo, esta vez no lo soltaba, sino que aumentaba la intensidad de su encuentro, como si alimentándose de la lengua de Lucas pudiera recuperar los nutrientes que le había sido arrebatados por la trifulca con su madre.

Entonces el mayor lo separó con un leve empujón en el pecho. Estaba algo avergonzado, y, en el fondo, se odió a sí mismo por hacerlo, pues quería más, y creía que seguramente, dejándolo, llegarían hasta el final, pero pensaba que era más importante el bienestar de Javi que los deseos egoístas que le atormentaban el cuerpo con fuertes temblores y ardientes subidas de temperatura.

─¿Qué te pasa?─preguntó Lucas tratando de calmarlo.

Los ojos del que fue su alumno parecían reflejar el fulgor apagado del brillo que provocaba el agua de dos estanques en los que tanta contaminación se había lanzado, que había acabado por dejar de verse el fondo. Agachó ligeramente la cabeza y agarró de la mano al que fue su profesor.

─Estoy algo cabreado; sólo eso.

─Oh, vamos, dime por qué─suplicó el joven con voz suave, moviendo ligeramente la mano que le tenía agarrada para acariciar la del contrario.

─No quiero rayarte con mis cosas─frunció el ceño.

─Tú siempre escuchas mis quejas. Ahora me toca a mí. Vamos, dime─sonrió alzando ambas cejas mientras asentía ligeramente.

─Es que estoy cateando mucha asignaturas, y mi madre empieza a cabrearse…

─¿Ése es el problema? ¿Y por qué no me has pedido ayuda? Yo podría enseñarte. No sería la primera vez.

─No─soltó tajante.

─¿Eh?

─Los ratos en los que estoy contigo─alzó la vista y la clavó en los ojos de Lucas─no quiero hacer otra cosa que no sea disfrutar de ti.

─¿Qué tonterías dices?─se rió el contrario─. Somos jóvenes. Tenemos todo el tiempo del mundo para estar juntos.

En ese momento, Javi apartó suavemente su mano de la de Lucas  y se tumbó en la cama de cintura para arriba, dejando caer su cabeza sobre el regazo del otro chico. Esto le sorprendió; sin embargo, consiguió mantener la compostura y comenzó a acariciarle la cabeza para intentar serenarlo, como se hace con los perros o con los gatos. Su orgullo, como el de un felino derrotado por otro que intenta tomar su territorio, o como el de un canino al que han abandonado; estaba herido, muy herido, y sólo podía recuperar algo de su alegría vital tan característica con el apoyo de alguien.

─Me gusta que me acaricies─admitió Javi.

─A todo el mundo le gusta, supongo.

─¿Por qué nunca me llamas por mi nombre?─preguntó sin más, mirando al frente, pues su cabeza estaba hacia fuera.

─¿Eh? Pues…

─Me gustaría que lo hicieras. Sería agradable oírlo en tu voz.

Esas palabras, armonizadas en un tono susurrante y deleitante, supieron alcanzar el corazón de Lucas, y, cual daga sedienta de sangre, se introdujeron en su interior de una punzada, tomándolo así como rehén para que la razón hiciera que su garganta creara un viento envolvente y embaucador que deletreara con sumo tesón, pronunciándolo con la virtud de mil ángeles tocando la lira, el nombre Javi.

Sin embargo, su débil mente se resistía a acceder a tales viles chantajes, no por indiferencia ante su corazón, sino por el terror a que las represalias a ofrecerles lo que habían pedido fuesen peores que las ventajas de recuperar el órgano secuestrado. Lucas se dijo a sí mismo que la mente humana es estúpida a la par que fascinante. ¿Cómo era posible que, aun sabiendo que podía llamarlo Javi sin ningún tipo de reparo, siguiera dudando entre usar Javier o Javi por miedo a su respuesta?

De repente, un pensamiento le asoló como si cortara de un solo golpe, por la mitad, el paisaje que se dibujaba ante sus ojos, como si tuviera que bordearlos para atravesar su oreja y así penetrar en su interior. Era una idea que ya tenía que haber olvidado, pero que jamás había confesado. Cuando expresó sus verdaderos sentimientos hacia Javi de forma tan repentina, en realidad, lo hizo sin pensar. No estaba seguro de si le gustaba; sencillamente se dejó llevar por el calor del momento, por el calor del abrazo de alguien dispuesto a envolver con sus brazos el frío envoltorio en el que, despojada de vida y enterrada en el fondo de capas y capas de dolor reprimido, se hallaba su alma.

En aquel banco, se avergonzaba de lo que había dicho, porque creía que Javi le iba a odiar, pero también porque creía que lo había dicho cuando podía ser falso. Una vez que Javi le encontró y le dijo lo que pensaba, debido al júbilo de ser correspondido, se dejó llevar nuevamente, pero no fue hasta algo más de una semana después cuando se dio cuenta de que esos sentimientos eran ciertos.

A él le gustaba ese chaval. ¡Es más, lo quería! Por eso, sintió que debía dejar a un lado su, por otro lado, ridículo pudor y hablarle claro, ya que lo merecía. Respiró hondo y recitó las palabras de forma que su cerebro no las analicese, pero que saliesen a través de su boca sin más:

─Es porque no sé si puedo llamarte Javi. Quiero decir… Igual quieres que te diga Javier y no Javi, porque no me dejas, o porque… no sé...─inevitablemente, analizaba lo que decía, y se daba cuenta de lo absurdo que sonaba, por lo que se puso bastante nervioso.

Durante unos segundos, la respuesta no se la ofreció el otro allí presente, sino el silencio, que, con su solemnidad, parecía reflejar el disgusto o incluso la ofensa que debía sentir Javi. No obstante, eso estaba muy lejos de ser lo que sintió.

─Pfffff… ¡Jajajajajajajajajajajajajajajajaja!

─Bueno, creo que merezco que te rías─admitió Lucas.

Al escuchar eso, a pesar de tardar un poco debido a lo divertido que le pareció aquello, consiguió calmar los aullidos incesantes de su risa y se alzó para sentarse cara a cara con él en la cama.

─Eres lo más tierno que he visto en mi vida─sonrió.

─¿A qué viene eso?─comentó divertido.

─No sé. Me apetecía decirlo.

─Para parecer un macarra que no tiene interés por nada, eres bastante dulce─alzó Lucas una ceja.

─Gracias─susurró─. Ah, ¡y por supuesto que puedes llamarme Javi!

─Vale.

─¿”Vale” y qué más?─sonrió con picardía el alumno.

─Vale, Javi─le siguió el juego con expresión juguetona.

─Oh, Dios, creo que estoy entrando en alguna especie de parada cardíaca, porque el corazón me va a mil ahora mismo─se puso la mano en el pecho fingiendo, de forma teatral, que se moría.

─No digas tonterías─curvó los labios a la derecha.

─Es en serio. Cásate conmigo. Ya. Te necesito.

─¡Para! Jajajaja.

─Párame tú─cogió la mano de Lucas y la posó en sus labios─con un beso.

Ambos querían dejar atrás todo rastro de problemas, de preocupaciones, borrando sus huellas con el afectuoso néctar del amor, de modo que los dos ansiaban aquel roce con la misma intensidad. Lucas, aun presa de la inexperiencia en temas de pareja, se inclinó y deslizó ambas manos por la cara de Javi para que se deleitaran con su suavidad. Su camisa, al ser de manga larga y estarle un poco holgada, interfería en el tacto de sus manos cubriendo un parte, pero tal era el calor que le provocaba el solo roce de su piel, que toda su cuerpo lo sintió sin necesidad de estar más cerca. Colocados como estaban, los ojos de los dos muchachos, entrecerrados en claro gesto del anhelo delirante que cubre el espejo de la cordura con el vaho del deseo, se miraron por última vez, justo antes de cerrarse por completo, para permitir que sus semblantes volvieran a unirse en una explosión de amor y ganas de ser amados.

Sus lenguas, como dos víboras que se pelean entre sí para decidir quién es merecedora de una presa, se retorcían la una contra la otra, juntándose y restregándose en un frenesí de saliva y humedad. Los brazos del muchacho de instituto se deslizaban ahora alrededor del cuello del profesor, rodeándolo así por completo en un abrazo. Lucas se sentía atrapado en su interior, y no atrapado en el mal sentido, sino como aquel que está atrapado en casa en un día de lluvia y siente la protección de las paredes que le rodean, siente su calor, su intención de envolver en un aura de sosiego al que guardan en su interior.

Movido por estos sentimientos, un “te quiero” se gestaba en sus entrañas para escapar al exterior en busca de un amor más real, pero esta vez se controló. Podía ser demasiado pronto, y no quería apresurarse como la otra vez.

Ya separados, cuando como reminiscencia de ese contacto sólo quedaba un reguero de saliva entre sus lenguas que iba a desaparecer de un momento a otro, el menor habló:

─Lo siento.

─¿Por qué?─preguntó alarmado Lucas, aunque también sorprendido.

─No puedo esperar más. Necesito que lo hagamos. Necesito follar.

Aquella declaración le parecía, por un lado, algo repentina, teniendo en cuenta que nunca había querido llegar a más; pero también absurda, pues él lo deseaba tanto como Javi, así que… ¿por qué habría de sentirlo?

─Hagámoslo.

─¿Qué?

─Que lo hagamos. Yo lo estoy deseando tanto como tú.

─Joder─se echó a reír─. Y yo que me metía contigo por lo de no llamarme por mi nombre. Pensaba que no querías, que no estabas preparado o algo por el estilo y por eso no había intentado dar ningún paso.

─¿En serio?─inquirió incrédulo.

─Sí. Por eso nunca duraban mucho nuestros besos y todo eso. Es que, como nos morreáramos durante mucho rato, no iba a poder controlarme. Y de todas formas se me ponía dura. Cuando te ibas, no veas qué homenajes en el baño…

─Creo que tenemos que mejorar la comunicación─sentenció Lucas.

Sin embargo, aunque pareciese haber ignorado por completo la revelación de lo que hacía en el baño tras su marcha, la mente del ex-universitario no podía evitar admirarse con la idea de que el chico cometiera tales actos pensando en él. Se lo imaginaba con total precisión. Era tal la exactitud de su imagen mental, que parecía ser un mundo real, y no una fantasía onírica rodeada de espejismos. Podía verlo sentado en el retrete, piernas abiertas y ojos cerrados, con los pantalones y los calzoncillos por los tobillos, agarrando con firmeza su polla con la mano derecha, deleitándose así, mientras susurraba el nombre de su amado, con el frote frenético de su ser. Seguramente se imaginaba que le hacía cosas, cosas sexuales. Lucas quería cumplir esas fantasías. Lo estaba deseando.

─He estado estudiando, ¿sabes?─dijo orgulloso Javi.

─¿A qué te refieres?

─Al sexo gay. Ya sé cómo chupar una polla, cómo lamer un ojete, cómo abrir un cul…

─Vale, por favor, no lo digas. Creo que lo pillo─le interrumpió tapándole la boca, algo superado por lo que decía.

El chico cuyas palabras fueron reprimidas, como venganza, le pegó un enorme lametón a la mano del otro chico, como haría un niño pequeño para evitar que lo que quisiera decir quedara presa entre los muros de la misma. Aunque es probable que otro niño la hubiera apartado rápidamente para evitar que ríos estancados de babas se formaran en ella, él no lo hizo, sino que disfrutó del roce húmedo y viscoso de su lengua.

Acto seguido, le agarró del brazo y, de un tirón, lo apartó para después levantarse y empujar levemente a su amante con la intención de que quedara tumbado en la cama. Tras hacerlo, se colocó encima, con las rodillas apoyadas en sus piernas y las manos a ambos lados de su cabeza. Lucas creyó que su expresión, algo dominante pero serena y pícara, era muy sexy. Se dejó llevar por otro beso con lengua que le embriagó de nuevo con los placeres de la carne. Una vez se separaron sus bocas, dejando atrás otro reguero de saliva  como protesta ante sus dueños por tener que apartarse la una de la otra; Javi deslizó su mano hacia la camisa del chico y la introdujo en el interior de ésta para acariciar su pecho, sin dejar de mirarlo fijamente.

─Ah… Tu mano está fría─susurró quejoso Lucas.

─Cuando te besaba y no te acercabas más a mí, creía que me rechazabas, que no te gustaba, que no estabas preparado para algo más. Supuse que estas cosas te costaban, por lo que tuve que reprimirme mucho─sonrió pérfidamente.

─¿Qué me quieres decir con eso?

─Que ahora me tendrás que devolver todo el tiempo que hemos perdido─acercó la cara a su cuello y le dio un ligero mordisquito, que hizo que del interior del otro muchacho escapara un gemido─, Lucas.

Lucas se estremeció. ¡Cuán cierto era que el nombre, formando parte del respirar en forma de habla de la persona a la que se ama, es como oler una flor de la más exquisita fragancia! ¡Era como si, al sentir dicho vocablo en la respiración, en su medio de vida, en su medio de subsistir, hiciera que se sintiese como si necesitara clamarlo para poder continuar vivo! Eso le parecía muy hermoso.

Las entrometidas caricias de Javi por dentro de la camisa fueron abriéndose camino por su vientre, pecho y pezones, lo cual hacía que su cuerpo temblara de una manera que al muchacho de instituto le pareció muy erótica. Quería más, quería saborear ese cuerpo en todo su esplendor. Desenvainando la lengua, atrevida buscadora del deleite de su amo, recorrió, con la misma celeridad de la que hace gala un caracol cuando huye del peligro, el cuello de Lucas.

Sus reacciones le excitaban cada vez más, sus miradas, sus exaltamientos, la forma en la que cerraba la boca con fuerza y apretaba los labios… Aquello lo estaba volviendo loco. Ascendió hasta sus mejillas y las humedeció para después entrar en su boca. Luego, salida la lengua de la boca, se dedicó a juguetear con sus orejas. Con movimientos vacilantes y rápidos pero repetitivos acometía contra el lóbulo de su oreja, como debe hacer un agricultor que apalea las frutas para que caigan del árbol. Eso parecía gustarle mucho a su amante, de modo que decidió ampliar su experiencia sensorial. Agarró cada uno de sus pezones por separado con los dedos índice y pulgar para retorcerlos suavemente y, a la vez, acariciarlos con un movimiento constante del dedo pulgar. Sus jadeos aumentaron de intensidad enseguida. Eran ansiosos, eran constantes, eran sonoros.

─Joder, cómo me estás poniendo─le susurró Javi al oído.

Lucas no le respondió, pues no sabía qué responder ante aquello. Además, le daba un poco de corte hablar cuando le hacían eso. Daba por hecho que no le saldría la voz.

─Excítame. Di que quieres esto, di que lo quieres─pronunció soltando uno de los pezones para acariciar, a través del pantalón, su miembro incipiente de manera descarada.

─A-aaah… Q-quiero esto.

─¿Te gusta?

─¡M-me encanta!

─Pues di que quieres más.

─¡Oh, Dios, quiero más!

─¿Dios?─sonrió arrogantemente. Después, se metió la mano en el pantalón y la restregó por su polla para después sacarla e introducírsela a Lucas en la boca─. Ahora yo soy tu Dios. No pienses en él, no pienses en nadie más, piensa sólo en mí.

A pesar de que Javi se ponía un poco arrogante durante el sexo, a Lucas le gustaba mucho verlo así, aunque no sabía muy bien por qué.

Ahora el ex-universitario se deleitaba chupando los dedos cargados del olor de su amante, lo cual estaba haciendo que el otro alcanzara un estado de impaciencia casi similar al que siente un loco. Sin poder más, cesó todas las actividades que tenía en marcha y bajó por el cuerpo de Lucas despojándole de la ropa interior y la exterior. Él también se lo quitó todo para quedar desnudo. Los miembros de ambos, erguidos y chorreantes de líquido preseminal, pedían a gritos más atención, por lo que Javi, sujetándolos con la mano derecha, los pegó y comenzó a deslizarse para hacer fricción entre ellos.

─A-aaah...─gimió Lucas.

─Que comience el frote.

Sus cuerpos, restregándose el uno contra el otro, se ofrecían mutuamente el regalo de las altas temperaturas propias del livido. El muchacho de instituto aprovechó las acometidas para enredar de nuevo sus lenguas. Era tal la excitación de ambos, que más que besarse, se chupaban, se lamían, se bebían sus salivas.

─¡Jooooooder! Vamos, pónmela más dura aún. Ponme cachondo de verdad. Dime cómo lo estás disfrutando.

─A-aah… Esto… esto es increíble. Nunca… me había sentido t-tan bien.

Sin esperar siquiera a que dicha frase terminara, dejó de frotarse y colocó su boca a la altura del miembro de Lucas, lo que provocó gran sorpresa en éste. ¿Iba a hacer lo que creía que iba a hacer? Era como si un león fuera a devorar un matorral, como si el Sol oscureciera el mundo, como si el fuego humedeciera o el agua ardiera. Sencillamente era algo imposible. Sin embargo, ocurrió. Se introdujo su polla de una sola vez, lo cual hizo que un escalofrío, al cual se podría denominar también como fuerte corriente eléctrica, recorriera absolutamente todo su cuerpo para acabar en su pene.

No es que el chico creyera que era muy larga, pues unos 14 centímetros no son de destacar, pero le pareció increíble que lo hubiera hecho a la primera con tal facilidad. ¿Quizás era parte de ese “estudio” del que hablaba antes?

─Veo que estás sorprendido─se la sacó de la boca para colocarla sobre su lengua y lamerla─. Que seas el más bajo de los dos no quiere decir que tengas que encargarte de esto.

Sus movimientos circulares, delicados y suaves, invitaban a su cuerpo a gritar exigiendo más, más y más. Cuanto más le daba, más pedía. Que le mordisqueaba ligeramente el glande, quería más; que le envolvía la polla con la lengua y subía y bajaba, quería más; que se la tragaba entera de nuevo, quería más. Tanto deseó y tanto quiso, que su cuerpo, al no recibirlo, protestó con un torrente de venganza desde lo más profundo de su interior. Se corrió en la cara de Javi.

─Cabrón, podías haber avisado─se rió el chico.

─¡Oh! ¡L-lo siento! ¡Lo siento mucho! Es que estaba tan…

─Vaya, ¿tan loco te vuelvo, que pierdes el control de ti mismo?─alzó la vista con actitud chulesca.

─Si...─asintió alicaído.

Se sentía culpable. A nadie le gusta recibir tal cosa por sorpresa, o al menos eso pensaba él. Sin embargo, el que fue su alumno, se alzó y, sin limpiarse la cara, acercó la boca a la de Lucas. Al principio le dio algo de pudor, pero se dijo a sí mismo que se lo debía, de modo que saboreó los jugos en los que se cocinaban los aspirantes a vástagos en su interior. No supo qué pensar, el sabor no estaba mal, pero era demasiado viscoso. Y Javi se lo restregó bien, por fuera y por dentro de la boca, cosa que la dejó rodeada de esa viscosidad.

─No pasa nada─susurró Javi seductor─. Eso sí, ahora, para compensarme, tendrás que aliviarme tú a mí.

─Voy─bajó la mano hasta su polla. No obstante, el otro le agarró del brazo antes de poder hacerlo.

─No. Llevo mucho tiempo esperando esto, así que quiero disfrutarlo bien. Quiero que me alivies─llevó la mano a la entrada del culo de Lucas y lo acarició─con esto.

Sin la más mínima protesta, esperó a que Javi se apartara un momento y se dio la vuelta, alzando la cadera para entregar el culo a su amante. Rápidamente y con mucha avidez, como el hambriento que regresa del desierto y se maravilla con un banquete, comenzó a lamer el orificio de su antiguo profesor.

Lucas jamás lo había probado, y tenía sus dudas, mas se dio cuenta de que era mucho más suave y placentero de lo que parecía. Era como ser arropado por una sensación extraña de calidez mientras los sentidos se entregaban a una especie de sueño parecido al que produce el alcohol.

─Lo siento mucho, pero no puedo esperar─introdujo un primer dedo.

─¡Aaaah!─gritó Lucas.

─Mierda, tanto tiempo preparándome para saber usar los lubricantes, y hoy no tengo ninguno aquí─escupió en el dedo como remedio casero, aunque sabía que su eficacia iba a ser poca.

Aquello puso bastante nervioso a Lucas, y eso era lo que menos necesitaba en ese momento, pues su esfínter se resistiría, y entonces llegaría el verdadero dolor. En una investigación nacida de la curiosidad sobre su nueva condición homosexual, consultó muchas páginas en las que se decía que eso dolía mucho, muchísimo. Era un sufrimiento enfático y taladrante, como cuando deben hacerse paso entre la roca para hacer un túnel. Cerró los ojos con fuerza y rezó para sus adentros con el ruego de que aquello acabara rápido. Seguramente, la divinidad, si es que existía, se preguntaba por qué sencillamente no negaba la indecencia de su cuerpo, aquel fruto de su lujuria, al otro chico. Pudiera ser que la inseguridad y el miedo a perder a Javi se juntaron en pérfida alianza para que se dejara arrastrar, pisotear, humillar y castigar por aquél al que podía perder; pudiera ser que el deseo de superación, de entrenar su cuerpo para disfrutar del acto en el futuro, aun temeroso de lo inicuo de la escena, se dejara martirizar para perfeccionar su aguante. No obstante, en el fondo de su ser, desde las profundidades del pozo donde Lucas guardaba sus sentimientos en protección, una voz ascendió y gritó de forma recia que lo único que él quería, que lo único que él deseaba era hacer sentir bien a Javi.

Hay quien puede pensar que es absurdo, que es ridículo, que es hasta desagradable, pero así se sentía. No le importaba ser un mártir de la lujuriosa polla de su amante mientras esto le provocara el mayor de los placeres. Mentalizado con esa idea, respiró hondo y se temió lo peor. No obstante, al ambiente idílico y regocijante de ese encuentro no iba a pudrirse tan fácilmente debido a la depravación y el sadismo. Notó algo frío deslizarse por su entrada. Al principio, creyó que era su lengua de nuevo, mas el tacto era diferente. Se giró y vio, en el aire, un bote de lubricante, tras el que se encontraba la sonrisa burlesca de Javi.

─Qué susto me has dado─reconoció Lucas dando un fuerte resoplido.

─¿De verdad creías que sería capaz de hacerte daño? Sólo quería ver cómo temblabas un ratillo.

─Serás sád…─detuvo su frase introduciendo dos dedos lubricados─¡Aaaagh!

─Vaya, qué bien entra. Veo que has estado jugando tú solito. Dime, ¿has estado pensado en mí mientras lo hacías?─susurró con voz seductora a la par que se mordía el labio inferior.

─S-sí…

─Cabrón, si dices eso, no voy a poder aguantar más─se rió metiendo y sacando los dedos del interior de su amante mientras éste gemía revolviéndose.

─M-métemela y-ya… Haz… que esta sed… se apague.

─No te preocupes, la apagaré con mi manguera. Saciaré tu sed, pero, antes, tienes que decirme de qué tienes sed para que pueda dártelo.

─T-tengo… tengo… ¡tengo sed de ti, Javi!

─¡Cojonudo! ¡¿Entonces para qué esperar más?!─gritó echando lubricante en su polla para después dejar el bote a un lado y deslizarla por el interior de Lucas.

Sólo estaba dentro la punta, pero, para el ex-universitario era como si tuviera un bate de béisbol perforándole las entrañas. La sintió enormemente gruesa. Aunque estaba lubricada, el esfínter del chico todavía se recibía a hospedarla en su interior, por lo que el otro muchacho decidió abrazarlo por completo con clara intención de tranquilizarlo y darle seguridad. Su cuerpo parecía decir con total ternura que estaba allí a su lado, que no tuviera miedo. Lucas estaba tumbado de boca en la cama, con el culo alzado, y el otro joven se encontraba encima de él, tanto con las manos como las piernas sobre las suyas. Al sentir el roce de sus dedos, Lucas no pudo evitar que una sonrisa se posase en su rostro, como una linda mariposa que lo hace sobre una flor.

El aliento de su amado, como una calurosa brisa al atardecer, acariciaba su nuca regalándole una fuerte sensación de sosiego, pero también de excitación. Finalmente, su interior se abrió, como se abren los brazos durante un abrazo que se le da a alguien amado, es decir, con la total sinceridad del cariño. El chico de instituto aprovechó el momento para introducírsela entera. Javi gritó contra la sábana, única confidente de los alaridos que salían de su garganta. Oír esos sonidos ahogados pusieron más cachondo al penetrador, que sintió la necesidad de cambiar de postura para oírlos, pero no pudo hacerlo por si su madre les oía.

Finalmente, con el cavernoso interior de Lucas, acostumbrado a la profanadora luminiscencia de Javi, el chico empezó con el vaivén propio de la penetración. El otro joven, por su lado, agarró con fuerza la sábana, apretando los dientes ante el dolor que, aunque reducido, continuaba siendo constante. Con un movimiento calmado y sosegado, el discípulo deslizó las manos por encima de las del maestro, como hace un pianista al acariciar las teclas antes de una actuación. Qué delicadeza, qué mimo, qué ternura. El contraste de sus brutales acometidas y sus afectuosos gestos hacían que el otro joven volviese a sentir ganas de llorar. Se sentía tan pleno, tan feliz, tan excitado, tan satisfecho…

Al cabo de un rato de entradas y salidas, fue acelerando sus embestidas más y más, a la par que sus jadeos. Sus ojos, cerrados con fuerza, parecían absortos en las propias visiones del placer, sin interés en mirar el mundo cotidiano, carente de todo rastro de emoción. Sentía cómo un espasmo caluroso estaba recorriendo su polla, así que sabía que su primera vez con Lucas llegaba a su fin.

─Aaaagh… ¡Me corro, me corro!─gritó Javi.

─¡A-aaagh…! Ha-hazlo dentro…

─¡Buaaa! ¿¡En serio!? ¿Quieres que te llene el culo de lefa?

─¡Sí, joder, llénamelo! ¡Quiero tu leche!

Lucas había visto en los vídeos porno que a los tíos les ponía eso, por eso lo había dicho. Sin embargo, lo que pasó a continuación, de vídeo porno tenía más bien poco.

─¡Excítame más! ¡Ponme más cachondo, Lucas!

─¡A-aaaagh! ¡A-a-aaaagh!─gimió casi sin poder hablar.

─¡Vamos, excítame! ¡Di que me quieres!

Así, ambos, perdidos en las fantasías lujuriosas de un encuentro sexual, se dejaron llevar por sus verdaderas emociones, y estallaron.

─T-te quiero, Javi. Te quiero mucho.

─Je. Yo ta-también te quiero, Lu-lucas…

Y entonces se corrió en el interior de la persona a la que más quería en el mundo, la persona que iluminaba su orbe, ese chico que fue su profesor, y que no sólo le había enseñado a resolver problemas matemáticos de elevada complicación o a hacer un comentario de texto, sino que le enseñado lo más importante que se le puede enseñar a un ser humano, le había enseñado a amar.

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─Oye, Lucas─le llamó Javi pensativo, mirada en el techo.

Los dos amantes, tras entregarse por completo el uno al otro, se habían dejado caer en la cama totalmente desnudos: Javi estaba tumbado a lo largo de ésta y Lucas estaba acurrucado a su lado, posando la cabeza en su pecho. Ambos estaban en un estado de alegría calmado, estado típico del post-coito.

─Dime─respondió.

─Eres muy bajito, ¿lo sabías?

─¡Oye! Soy muy sensible con ese tema─frunció el ceño girando la cara y alzándola hacia él.

Javi bajó la vista y lo miró con semblante serio, pero no dijo nada, sino que dejó que su mirada hablara por sí sola.

─¿Q-qué?─inquirió Lucas desconcertado.

─Nada. Sólo pensaba en lo hermoso que eres.

─Me pregunto a cuántas chicas habrás embaucado con esas artes─suspiró.

─Eres muy bajito.

─Te he oído la primera vez─frunció el ceño girándose de nuevo para no mirarlo.

─Casi como una chica─se rió.

─No te parecía una chica cuando me la has chupado antes.

─¡Hostia! ¡Qué golpe bajo!─se hizo el ofendido.

─Te aguantas. Has empezado tú─le reprendió.

─¿Cuándo me invitarás a tu casa?─volvió a su tono de voz calmado.

─¿A mi casa?

─Nunca me has llevado.

─Es que mis padres… Bueno, nunca he llevado amigos a casa ni nada.

─Oh, vamos. ¡Quiero ver la tele en 3D!─se quejó indignado.

─¡Así que no era para verme a mí!

─Imagina esto: yo sentado, tú tumbado en mi regazo, un bote de palomitas. Sería genial.

La verdad es que a Lucas le parecía una idea fantástica. El único problema es que no tenía tal televisor. Puede que le dijese a la madre del muchacho que ahorraba para uno, pero, en realidad, el dinero lo guardaba para el futuro, pues sabía que un chico que no tenía estudios universitarios lo iba a tener difícil en la vida.

Volvió a colocar su cabeza en dirección al chico, que de nuevo miraba al techo, pero que volvió a dirigir la vista hacia Lucas cuando se movió acompañando dicho movimiento con una sonrisa. En el preciso instante en el que iba a responderle, se quedó con la mirada clavada en su piercing. Esas cosas, no sabía por qué, le atraían mucho. Quizás era tan simple, que el típico “look” de machote macarra le atraía un poco, mas obviamente eso no estaba dispuesto a decirlo en voz alta.

─¿Cuándo te hiciste el piercing en la oreja?─preguntó el muchacho.

─¿Mmmm? ¿A que mola?

─Sí, me gusta─comentó distraído.

─Pues me lo hice hará dos años, creo. Mi madre me lo prohibió, pero fui al centro comercial con un carné falso y me lo hicieron en un momento.

─¿Y cómo es que no te obligó a quitártelo?

─Bah, una vez hecho, ya no había nada que se pudiese hacer.

─También es verdad.

─Por cierto, esa sombrilla que siempre traes… Está hecha una mierda, ¿sabes? La gente pensará raro de ti si siempre llevas eso.

─Es una herencia familiar. No recuerdo desde hace cuántas generaciones la tiene mi familia.

─Joder, ¿una sombrilla de herencia? Qué familia tan rara─sentenció sorprendido.

Repentinamente, su charla se interrumpió ante la tonada de unos golpes en la puerta. Debía de ser la madre de Javi. Ambos saltaron de la cama con el miedo dibujado en sus rostros. Menos mal que había echado el pestillo. Si no, les pilla, allí, en medio de la charla de cama. Javi le dijo la señora que esperara un momento, que estaban escribiendo una cosa, y se vistieron para recibirla.

Mientras el alumno se dirigía a la puerta para abrir, Lucas abrió varios libros y los colocó sobre el escritorio para que pareciera que estaban estudiando. Al abrir, la mujer llevaba una bandeja con una botella de agua, un vaso y unos bocadillos. Lo primero que hizo fue mostrar lo contenta que estaba de que estuvieran estudiando. Ver que su hijo volvía a recibir la ayuda del joven Maestre la hizo muy feliz. Ello hizo sentir culpable al chico, pues la estaban engañando. Se prometió a sí mismo dar más clases a su discípulo para que no suspendiera y causara en su pobre madre la flagrante mella de la decepción.

─Javi─suspiró la mujer─, ¿no has hecho tu cama hoy?

Como un campo de rosas rojas que florece al unísono ante la luz del Sol, las mejillas de Lucas se dibujaron del color de la pasión. Rápidamente, se sentó en la silla de oficina y agachó la cabeza haciendo como que leía, para disimular. El otro chico, acostumbrado a mentir, no sintió el más leve estremecimiento, y simplemente le dijo a su madre que le había dado pereza. Ella le regañó, pero él, aunque parecía mirarla y escucharla, pensaba ahora en cómo sería pasear con su amante en un descapotable. Cuando le dijo todo lo que debía, la mujer se despidió y se fue, dejándolos solos. Al girarse de nuevo hacia el que fue su profesor, Javi vio que Lucas se había echado un vaso de agua y se lo estaba bebiendo.

─¿Por qué bebes tanta agua? Empiezo a pensar que es siniestro.

─El agua es buena, es fuente de vida. Deberías beber más─asintió dejando de beber para, al cesar el movimiento, volver a hacerlo.

─No serás un clorofilo de ésos.

─Creo que quieres decir “hidrofílico”.

─¡Eso!

─Jajajajaja.

El joven de instituto se acercó a su amante y, tras inclinarse, lo besó suavemente, tan sólo saboreando sus labios, sin meter la lengua.

─Me gusta oír tu risa─susurró Javi al separarse.

─Gracias─sonrió Lucas.

─Por cierto, yo soy el que debería estar sentado─le imitó con una sonrisa burlesca─, porque tú eres un en…

─Te lo juro, no te lanzo un libro a la cabeza porque te dejaría tonto.

─Mientes─le sacó la lengua─. No lo haces porque me amas.

─Agh… ¿Cómo puedes decir esas cosas de forma tan natural? Ven aquí─protestó con el ceño fruncido.

Corrió la silla y, arrodillándose sobre ella para alzarse, tiró del cuello de su camisa y le atrajo hacia él. Después, se fundieron en otro beso rebosante del calor de un amor verdadero. Al parecer, ambos tenían ya claro que era el amor lo que sobrevolaba sus vidas, de modo que ya no tenían ningún problema en gritarlo al mismo viento que le ayudaba a planear.

─Por supuesto que te quiero. Y ahora─se separó Lucas con mirada insinuante─a estudiar.

El más joven se quejó, pero no le quedó otra que aceptar. Para sorpresa de ambos, con la nueva confianza que tenían entre ellos, les costaba mucho más estudiar, pues se distraían ante los encantos de la insinuante complicidad. Las conversaciones sobre filosofía divagaban en temas que no tenían ninguna relación.

─Y por eso Platón dividía la realidad en el mundo de las ideas y…

─¿Sabes por qué no estudiaba?─le interrumpió Javi.

─¿Por qué?─suspiró Lucas, frustrado porque no paraba de hacerlo.

─Porque estaba estudiando cómo hacértelo.

─Ésa no es excusa. Ahora calla.

Si bien es cierto que era una tontería, aquello le hizo feliz. Que sacrificara sus obligaciones, su deber, su futuro, todo por él le hacía sentir muy dichoso. Pensó que tenía mucha suerte por tener a alguien como él en su vida, y que debía devolvérselo ayudándole a aprobar. Finalmente, aunque con mucho más esfuerzo que antes, consiguieron estudiar. A partir de ese día, Lucas volvió regularmente a ir a su casa, y entonces estudiaba con su novio. Sí, ya habían decidido que eso es lo que eran, novios. A ellos les sonaba muy bien. Tras el estudio, el ex-maestro lo recompensaba con mimos, caricias y sexo. Pero él lo disfrutaba tanto como el otro, claro; sólo lo llamaba recompensa para hacerle trabajar duro.

No podía permitir que, con lo que le había costado que aprobara, volviera a suspender por prestar atención a una nueva distracción: él. Y, gracias a su ayuda, Javi volvió a enderezar su camino por un sendero repleto de buenos resultados académicos.

A partir de ese día, todas las tardes del año alguien llamaba a la puerta de la casa de los Discipo. Era Lucas Maestre. Y allí se quedaba para estudiar y pasar el rato con Javi: su novio y la persona con la que pasaría el resto de su humilde y apacible vida, ya despojada del aburrimiento y la melancolía.

FIN