Lluvia y romance con mamá

La lluvia propone juegos prohibidos con la persona que más amas.

Llovía cuando Carlitos se levantó esa mañana. Eran como las 10 cuando perezosamente abrió los ojos y veía el agua correr por los vidrios. Fue al baño a hacer pis y escuchó a su mamá entrar volviendo del supermercado, y fue a buscarla a la cocina, lamentando que no saldría con sus amigos y pasaría el día encerrado. Ni siquiera estaba su padre, de viaje por toda la semana, como para salir a pasear con el auto.

Carlitos era un pibe agradable y simpático. Sus quince años a flor de piel se notaban a la hora de sus impetuosas erecciones nocturnas y sus inquietas hormonas jugándole malas pasadas cuando veía películas en la tele. A pesar de su delgadez, portaba un miembro viril más que respetable, y pasaba la noche entre pajas sin agotarse en más de una ocasión.

Al entrar a la cocina, esa escena lo despabiló. Celia, su madre, estaba empapada chorreando agua, acomodando las mercancías. Su largo pelo rubio se enrulaba y enredaba en el cuello, su remera blanca se le pegaba como una segunda piel transparentando un lozano cuerpo de vikinga de 40 años, sus pezones erectos como uvas rosadas apuntaban desafiantes hacia delante, y el jogging mojado se deslizaba por su cintura hasta las caderas, dejando al descubierto una franja de piel húmeda y brillante donde asomaba apenas el borde de una bombachita blanca. Sus pies descalzos apenas se posaban en el suelo dejando pequeñas huellas. Era como un poster de calendario desplazándose por la cocina de su propia casa.

Esa visión lo sorprendió, recién se levantaba y sus pensamientos volaron sin control. La inmediata erección fue inevitable , imposible de disimular bajo los pantaloncitos cortos.

-Buenos días, bello durmiente- lo saludó Celia, advirtiendo la juvenil erección descontrolada de su hijo– parece que no nos hemos despertado del todo aún – dijo para facilitarle la situación.

  • Hola, bueno, a veces me pasa, perdón- tartamudeó, colorado de vergüenza y pudor.

Celia sonreía amablemente y quiso distraer la charla hacia otro lado para liberarlo del bochorno.

  • Ayudame con estas cosas, mientras te sirvo el desayuno- le dijo dándole un beso en la mejilla, lo que no ayudó en nada al indefenso Carlitos, quien sintió el olor de su madre invadiéndole el cerebro y aumentando aún más la turgencia de su miembro viril. Ese olor suave y penetrante, ese aroma fragante de la piel húmeda y tibia de la mujer fue el punto culminante. De ahí en más, no hubo marcha atrás en la mente del muchacho.

Carlitos cayó pronto en la cuenta de que sentía cosas nuevas por su madre. En su idea ya no sería más quien lo perseguía con las tareas de la escuela, quien le planchaba la ropa o le servía la comida. Este era un sentimiento nuevo y extraño, pero poderoso, que crecía a cada minuto invadiéndole el cuerpo, algo que nunca sintió ni siquiera durante las furiosas pajas con las revistas escondidas, ni espiando a sus compañeras en las clases de Educación Física. Esta idea era algo que lo dominaba, que lo ataba, era como una fiera salvaje que ni él podría dominar si no tenía mucho cuidado: su madre le gustaba. Le gustaba como mujer, como hembra.

Trató de librarse de esos pensamientos pero fue en vano. En el transcurso del día, con la lluvia, ese pensamiento lo persiguió hasta instalarse definitivamente en su cerebro, viendo a Celia moverse, secarse con la toalla el pelo, y bromeando con él. Se imaginó que su mamá lo estaba seduciendo, que lo estaba provocando, que ella misma quería gustarle nada menos que a él. Sus ratones saltaban alocados dentro de su cabeza.

Por su parte , Celia estaba turbada. Por supuesto que notó que su hijo adolescente tuvo esa reacción al verla así mojada, y se sintió avergonzada al principio. Ella se sabía bonita y sensual, en la calle cosechaba piropos con frecuencia, y sabía manejar a los hombres para mantenerlos a raya o donde quisiera. No era nada tonta, y tenía experiencia acumulada como para darse cuenta de la situación.

Se sintió un poco culpable por Carlitos y quiso ayudarlo, pensando que el asunto derivaría en un trauma adolescente, o algo así.

Él, por su parte, fue a su dormitorio al terminar el desayuno que bebió en segundos, se tiró en su cama, y sin pensarlo, sacó de abajo del colchón sus revistas ocultas. Cada una de las mujeres desnudas que veía en cada foto tuvieron en ese momento el rostro de su madre. Era Celia quien lo provocaba en cada pose, en cada página, sonriéndole, mostrándole la lengua, ofreciéndole su cuerpo, tocándose. Daba vueltas cada página y encontraba en todas ellas a su rubia y escultural madre, y una febril y loca sensación lo arrasó por completo. Sacó su miembro del pantaloncito, y empezó a acariciarse, primero despacio y suave, y finalmente terminó en una enloquecida paja pensando en su hermosa mamá.

  • Ay, mamá, mamita, ay, mamá,….- susurraba despacito mientras sacudía una mano sobre el pene y otra tocándose debajo de los huevos.

Celia mientras tanto empezó a cocinar, y lo buscó para que la ayudara. No quería que se encerrara con la tele luego de la escena en la cocina, y quería distender la situación. Fue a su dormitorio y asomó por la puerta despacito. La escena que vio casi la hizo desmayar: Carlitos pajeándose y susurrando su nombre. Se quedó petrificada observando el miembro durísimo de su hijo crecer a cada instante, firme e ingurgitado de sangre, como una fiera buscando su presa y sedienta de carne. El adolescente cuerpo temblaba de excitación, sus manos se revolvían y la cama vibraba con la furia de la masturbación. La piel transpirada brillaba con el reflejo de la luz y cada músculo se dibujaba tenso como si fuera a explotar.

Celia se quedó allí, muda y paralizada, quería salir corriendo pero sus piernas estaban inmóviles, el corazón golpeteaba a mil en su pecho, y sus manos temblaban. Descubrió también que su entrepierna se humedecía con esa visión, que espiar la más ardiente paja de Carlitos la excitaba. Quiso pensar y ensayó mentalmente uno que otro reproche, y se sorprendió a sí misma cuando no halló nada para recriminarse. No se sentía culpable de ningún error, no tenía remordimientos. Se dio cuenta de algo que la estremeció casi al punto de caerse: Carlitos estaba pensando en ella. Sí, ese cuerpo adolescente y enérgico, que se contorneaba y se estimulaba acariciando sus genitales lo hacía pensando en ella.

El estremecimiento fue todavía mayor al caer en la cuenta de que no le molestaba esa idea para nada. Es más, siempre le gustaron los adolescentes, y solía fantasear secretamente con más de un muchacho que veía en la calle. Pero la sola imagen de su propio hijo con ella era algo tan fuerte que no lo pudo resistir.

Fue entonces que Carlitos tuvo su orgasmo, ante los ojos de su madre. Ella vio sus ojos cerrados respirando furiosamente, las manos crispadas sobre su miembro duro y rojo al máximo, retorciéndose en convulsiones de placer, ahogando en la almohada sus gemidos. Veía su espalda que se arqueaba una y otra vez, y su semen blanco que se disparaba buscando su cuerpo único. A Celia se le antojaba tomarlo en sus manos, embadurnarse con él, beberlo y lamerlo todo, conocer el sabor del esperma de su hijo y revolcarse en él. Se le ocurría que sería suave y tibio al verlo tan blanco. Ese momento le pareció interminable y sublime.

Al fin, luego de una eternidad, el hechizo del momento terminó, y Celia volvió a la cocina con las piernas temblando, con mil ideas rondándola y atormentándola. Carlitos se limpió, se sintió un poco mal por lo hecho, y decidió buscarla, tal vez para tratar de borrar esas imágenes sensuales y reencontrar la idea familiar de su madre.

Al entrar a la cocina, ambos se miraron, sin decirse nada al principio. Luego, cocinaron juntos, jugando, lo que hizo distender la tensión de ambos..

A medida que pasaba el tiempo, se notaba algo distinto en el aire. Celia le sonreía, le contaba cosas, buscaba conversación, le hacía bromas. Carlitos la ayudaba y correspondía a su charla, y a sus bromas. Descubría a cada instante cómo una mujer charlaba con un varón, no de la forma como lo hacían sus compañeras , sino una verdadera mujer. Entre ambos, un ambiente de romance iba ganando espacio, y uno con otro se sentían muy a gusto. Celia revolvía la comida y Carlitos la abrazaba por la cintura. Él abría la heladera y ella le acariciaba la espalda. Ella picaba verduras y él volvía a tomarla de la cintura. Él ponía la mesa y ella lo abrazaba por detrás. Afuera llovía sin parar. Adentro, algo estaba surgiendo entre una mujer y un adolescente

Al terminar el almuerzo, la lluvia insinuaba amor en los oídos.

Celia se sentó en el sofá del living y encendió la tele. Estaba descalza, con remera sin corpiño, y pantalones cortos. Carlitos la vio, sintió hervirle la sangre, y decidió jugarse a suerte y verdad. La cabeza le latía a mil por hora. Si algo salía mal, nunca más pasaría nada y sería un pésimo recuerdo para todos, sin contar con lo que haría su padre cuando se enterase. Ella deseaba que algo sucediese, no sabía bien qué hacer para no quedar mal, pero quería fervientemente tenerlo lo más cerca posible.

No supo de dónde sacó el coraje, pero lo cierto es que Carlitos fue a sentarse en el regazo de Celia, acomodando su cabeza para recostarse en su hombro y oliendo su cuello. Ella lo abrazó, y lo acarició tiernamente en los brazos. Ambos imaginaban cosas y soñaban una fantasía que les parecía imposible. La situación era tensa y nerviosa, todo pendía de un hilo delgado y frágil. Si algo salía mal, el dolor sería inmenso para toda la familia. Ninguno quería dar un paso en falso que descubriera sus intenciones antes de estar completamente seguros del otro.

Carlitos dio el siguiente paso con mucho temor. Le dio un besito en el cuello y se quedó allí esperando. Ella, como respuesta, lo abrazó mucho más fuerte. Lo siguió acariciando, ahora por el pecho y el abdomen, y notó el miembro de Carlitos creciendo bajo los pantalones, y sentía su cuerpo temblar de miedo.

Celia decidió entonces tomar las riendas, y tomando su cara le dio un tierno beso en los labios. Fue un piquito dulce y cálido, casi inocente, a no ser por que al terminar, se quedó a un milímetro de su cara, respirando su aliento. Él casi no podía moverse, aterrorizado y excitado , con los ojos cerrados. Ella entonces decidió apostarlo todo:

Abrí los labios, que voy a darte algo- le susurró al oído.

Cuando él abrió la boca, ella le dio un beso apasionado metiendo su lengua en él, como una mariposa de fuego. Ambos se refregaron las lenguas, explorándose e invadiéndose, sintiendo sus sabores y olores.

A esta altura ya no cabían las palabras. Celia tomó el miembro de su hijo con una mano y lo acarició enloquecida, le encantaba sostener una pija juvenil tan dura que le respondiera sólo a ella. Inmediatamente le bajó los pantalones y el slip, y se encontró con su pija apuntándole directo. Le pareció hermosa y suave, la acariciaba dulcemente desde la punta a la base, deslizando sus blancos dedos sobre la rosada cabeza .

  • Mi amor, qué hermosa pija que tenés, qué suave se siente al tocarla.

  • Sí, sí, qué lindo, me estás tocando, no sabés lo que soñé esto….- le dijo él

  • Ya lo sé, amor, ahora vamos a hacer muchas cositas. Querés?

  • Sí, sí, sí, claro que quiero, me muero por hacer todo.

  • Pero ya sabés también que no hay que contarle a nadie esto. Tiene que ser nuestro secreto, y de nadie más. Vamos a estar juntos siempre que quieras, y te voy a enseñar todo lo que quieras, pero tenés que prometerme que nadie, ni tus amigos ni tu padre menos, tiene que enterarse de esto. Prometido?

  • Claro, mamá, nadie lo va a saber.

Acto seguido, y previendo que Carlitos no duraría mucho con lo excitado que estaba, Celia metió el miembro erecto en la boca y empezó a mamarlo. Dulcemente. Apasionadamente. La invadía el olor a hombre y sentía en su boca latir la verga palpitante. A él, esa tibia sensación de la boca de una mujer tragándose entera su pija lo enloqueció. Era como un terciopelo húmedo que subía y bajaba , lo succionaba y lo elongaba, con suavidad y ternura, con verdadero amor de madre y amante. Lo empezó a invadir una urgencia desde la pelvis como un volcán en erupción, empezó a temblar y sentía que el universo corría por su sangre hacia la punta del pene, toda su sexualidad luchaba por expulsarse, y sintió el mayor orgasmo de su vida brotar a través suyo, derramándose en la boca de su madre entre espasmos de placer. Sentía que la vida entera se le escurría por el torrente de esperma que volcó en la suave boca, que lo tomaba todo y lo aceptaba todo de él. Eso, y no otra cosa, era el amor.

Celia lo succionó complacida, bebiendo el amor de su hijo que sabía suave y tibio como lo había imaginado, tomando todo lo que él le daba, hasta que terminaron las sacudidas de Carlitos, y siguió lamiéndolo tiernamente dejándolo limpito y brillante. La poronga no se ablandó ni por un instante, y continuaba firme entre sus manos.

Ay, papito, qué dura que sigue, no aflojaste nada, qué resistencia tenés. Ni me imaginaba lo hermoso que sos, mi amor, estás durísimo como un palo.

Mamá, me vas a matar, no sé qué me pasa, no puedo parar, quiero seguir.

Claro que esto sigue, amor, ahora ni se te ocurra que te voy a dejar salir, no pienso ni dejarte respirar. Con esta lluvia, y nosotros aquí, no vas a salir de la cama en toda la semana.

Celia se arrancaba la ropa frenéticamente, y en un segundo estuvo desnuda en el sofá. Carlitos creyó estar soñando cuando la vio así. Ni en las mejores pajas se imaginó tener un cuerpo así frente a él, ardiendo de lo caliente que estaba, suave y húmedo, dispuesto a darse entero durante todo el tiempo que quisiera. Ya no era la dulce y maternal imagen de todos los días. Ahora tenía una mujer anhelando coger con él.Era una visión mágica, un ensueño increíble. Nunca supo cómo pero cuando se dio cuenta, ella lo había desvestido a los tirones y estaba trepándole encima.

Celia se dio cuenta de la inexperiencia de su hijo, y se sintió orgullosa de ser quien lo iniciara en el sexo. Le enseñaría todo, lo haría un hombre completo y le mostraría cómo goza una mujer.

Tomó sus trémulas manos y se hizo acariciar los pechos. Luego de la torpeza inicial, las caricias se hicieron rápidamente suaves y tiernas. Eran suaves y turgentes, y temblaban bajo las manos de su nuevo hombre. Sus pezones estaban erguidos al máximo, tensos y enardecidos. Cada vez que la mano los tocaba, la hacían estremecer de deseo. Carlitos se decidió a besarlos. ¡Por fin¡-pensó ella,- te decidiste a tomarme, mi amor, mi vida, cómo me gusta sentir esa lengüita jugando con mis tetas

Sus besos en las tetas eran tan tiernos y cariñosos que la enloquecían. Celia adoraba cuando un hombre la trataba con ternura y éste era el más dulce de todos. Tuvo un orgasmo al instante, bastó con la boca de su hijo en los pezones para estallar en el primero de ellos. Sólo sentirse encima de ese cuerpo juvenil que la estaba haciendo suya, oler la piel de su hijo-amante, tocar su tibieza y su inmadurez, la volvía loca. Se refregaba contra él deseando solamente unirse en un cuerpo, fusionarse para siempre y no separarse jamás.

Carlitos tenía a su madre encima, una enorme y divina vikinga rubia se le revolcaba encima, y sin embargo no se sentía aplastado, al contrario, una oleada de placer le invadió al notar el completo dominio que ella tenía de su cuerpo. Era una danza erótica increíble que ocurría encima suyo. Sintió al orgasmo de su madre como un leve temblor, como un trueno suave anunciando la más grande tormenta nunca imaginada. Verla totalmente desnuda entregándosele le resultaba un sueño. Miraba los pelos rubios del pubis, prolijamente afeitados y recortados, le resultó una exquisita sensación de orgullo. Qué mujer más refinada y sensual tenía a su disposición.

Celia colocó su pelvis frotándose contra el miembro de su hijo. Lo aprisionó entre sus labios mayores y se movía contra él, viendo asomar la punta por delante. Se deslizaba lentamente, sintiendo cada latido de la pija debajo suyo. Las manos de Carlitos la tomaban de la cintura con ansiedad, le apretaban contra sí para sentirla. A punto de volverse loca, se levantó un poco, tomó el tronco con la mano y la colocó precisamente en la entrada de su amorosa vagina. Estaba todo listo. Ya no había marcha atrás ni dudas.

La diosa rubia fue bajando, ensartándose lentamente en la pija de su hijo. A medida que él la penetraba, ella entrecortaba la respiración. Esa pija estaba durísima y quemando de tan caliente. La sensación de empalarse sobre ese cuerpo prohibido le produjo una excitación tan intensa que antes de terminar la penetración, ya estaba en pleno orgasmo nuevamente. Sin pensar más, cabalgó a Carlitos . Lo montaba con verdadero amor, dulcemente, pero con decisión. No iba a bajarse hasta estar completamente saciada de su nuevo hombre. Empezó a moverse con increíble sensualidad y erotismo, dándole su cuerpo y su amor pleno.

Carlitos deliraba de placer. No conocía la sensación de penetrar a una mujer, y hacerlo con la mujer más prohibida de todas era demasiado excitante. Su tibia humedad, su suave y aterciopelada vagina parecía querer tragárselo, y sentía un torrente de placer brotando desde su pelvis como una bomba a estallar. No pudo contenerse ni un segundo más y acabó penetrando a una mujer por primera vez. Le pareció que iba a morir de tanta intensidad orgásmica. Se aferró a la cintura de Celia y la penetraba frenéticamente una y otra vez, gritando y gimiendo durante una eternidad, dándole a su madre todo lo que tenía hasta vaciarse.

Esto hizo sentir a Celia enormemente complacida. Le daba el máximo placer a su hijo querido, y se sentía totalmente dominadora de la situación, controlando todo allí arriba, manejando a su gusto y placer el cuerpo y el deseo de su amada pareja. Su pelvis marcaba el ritmo de las acciones. Era la reina total y absoluta.

Te vas a acordar siempre de esto, mi amor- le susurró al oído a Carlitos- tenemos toda la tarde, la noche y mañana para nosotros solos, no voy a dejar que te vayas de aquí hasta que terminemos esto.

El amante adolescente terminó su orgasmo casi sin poder respirar. Temblaba todo

su cuerpo y sentía un bienestar desconocido.

La boca de Celia buscó la de él nuevamente. Se comían uno al otro con hambre y desesperación. Las lenguas danzaban inventando jueguitos todo el tiempo. La de él, impetuosa y enérgica. La de ella, provocativa y experta. No se daban tregua. Las manos de uno apretaban el cuerpo del otro como para no separarse ni un milímetro. Eran amantes desenfrenados entregándose la vida uno al otro.

Celia se ubicó debajo de su hijo ahora. Pensaba que era el momento de que él fuera el macho que merecía. Ella iba a ocupar su lugar de hembra entregada a su embestida.

Carlitos se tiró encima de su madre , acomodándose al instante en el sitio que ella le daba. Su pija encontró solita el amoroso hueco rosado y tibio.

Ella no esperó más. Con un empujón de la pelvis, se hizo penetrar hasta el fondo. Sintió la embestida de su hijo como si el universo penetrara en ella. No tenía dentro de ella una pija tan dura desde hacía años y se sintió la mujer más feliz al pensar que sería suya por muchos años. Ese pensamiento despertó en ella sentimientos degenerados y lascivos que creía haber olvidado. Sintió deseos de degenerarse con su hijo y liberar sus fantasías más prohibidas, qué mejor que hacerlo con él. Levantó sus rodillas y enlazó sus piernas rodeando esa espalda juvenil y sudorosa, para que quedara claro que quería la máxima furia en cada penetración. Quería que le dieran lo más duro posible. Mordió los hombros de su machito. Le metió su lengua en el oído, penetrando y lamiendo. Con una mano lo tomaba del pelo con fuerza. Con la otra, le acariciaba la cola, insinuando sus dedos suaves en el ano. Carlitos se rindió a su madre. Se dejaba hacer todo, alucinando de deseo y excitación. Afuera, llovía apaciblemente con el sonido del agua corriendo como música celestial. Adentro, el sonido del amor carnal atronaba la sala.

Las acometidas de ambas pelvis sacudían el sofá. Se cogían el uno al otro desesperadamente.

Carlitos empezó a temblar nuevamente, y su cuerpo se tensaba de nuevo. Al notarlo, Celia levantó aún más su pelvis, para recibir la acabada de su amante. Tomó con su mano los huevitos de su hijo, apoyando los embates, y animándolo a empujar con mayor brío todavía.

Sí, papito, sí, cómo te siento ahora, me estás cogiendo toda, así amor, bien

fuerte, dame todo lo que tengas, dale a mamita todo eso que tenés guardado, sí, sí, dame todo, todo, así, as텅.

Ambos tuvieron ese orgasmo a la vez, con la intensidad de un huracán. Se apretaban, se arañaban, se mordían, con tanta fuerza que parecían matarse. Acabaron durante un tiempo que pareció eterno, no tenía fin esa sensación extrema de placer carnal.

Carlitos ya no podía más. Su pene ahora empezaba a aflojarse, luego del cuarto orgasmo del día, contando la paja matinal. Celia , en la cumbre de la lascivia, no iba a dejar que eso pasara.

Salió de debajo de él y lo tomó de la mano. Se pusieron de pie. Se besaron largamente y ella lo condujo al dormitorio. Ahora iba a hacer valer su experiencia para renovar la potencia de su hombre.

Entraron al dormitorio. Carlitos sintió una sensación de hombría y virilidad ni bien traspusieron el umbral. Era el hombre de la casa ahora, e iba a tomar posesión de la cama matrimonial. Esa sola idea comenzó a excitarlo nuevamente, pero Celia iba a asegurarse totalmente de que su amante le respondería otra vez.

Lo hizo ponerse en cuatro patas, entre besos suaves y caricias dulces. Puso música suave, ahora, y encendió un par de velitas y un sahumerio, dando un ambiente exótico y sensual al momento.

-Carlos, mi amor, ahora voy a hacerte cosas muy lindas, no tengas miedo, vas a sentir cómo ama una mujer a su hombre.

Ella lo llamó sin diminutivo por primera vez en su vida. Oírse nombrar como un hombre de labios de su mujer-amante lo hizo excitarse más. Su pene empezaba a mostrarse más potente, pero no bastaba para satisfacer a esa tremenda mujer.

Ahora, finalmente, ella empezó a besarlo por todo el cuerpo teniéndolo en cuatro patas. Lo lamía en las orejas mientras montaba su espalda como una amazona. Lamía su espalda bajando despacio. Luego lamió los pezones y los mordió despacito, lo que a él le pareció espectacular. Siguió bajando y llegó a su cintura. Ella de pie detrás de él, le pasó la mano entre las piernas y tomó la pija masturbándolo sensualmente, acariciando el tronco y el glande con los dedos embadurnados en los restos de semen y jugo vaginal. Pasaba los otros dedos por la ingle y los huevitos con amor y ternura.

Luego, lo inesperado. Comenzó a besar los glúteos de su hijo, y a pasar la lengua entre ellos, buscando el ano. Cuando lo encontró, empezó a lamerlo , de arriba abajo primero, con movimientos circulares después, luego otra vez de arriba abajo, muy delicadamente, tratándolo como un objeto precioso. La punta de su lengua se insinuaba en el agujerito jugueteando como si estuviera besándose en otra boca más de su amante.

Ay, mi amor, qué rico que sos aquí también, cuántas veces que quise hacerte esto antes, soñaba con esto hace mucho tiempo, sos más rico de lo que pensé.

Mientras tanto, seguía masturbándolo con el amor que sólo una madre puede demostrar.

Él no podía creerlo. Su madre le estaba practicando el beso negro, y le parecía como si un ángel hubiera bajado del cielo para darle la felicidad más completa. Siguieron así durante varios minutos, el macho agazapado como un tigre, la hembra lamiéndole el ano y excitándolo para ella.

Su pija respondió a los propósitos de Celia. Volvió a ponerse rígida como una lanza, dispuesta a seguir.

Celia tomó el comando nuevamente. Ahora, subió ella a la cama y se puso en cuatro patas, ofreciéndose a su amante.

  • Haceme tuya otra vez, mi amor, te doy todo para vos solito, no me hagas esperar más- le dijo, y él sintió el llamado de su hembra como si fuera a domar una fiera salvaje.

Carlitos la montó por detrás. Se arrodilló y apuntó la pija hacia la tibia vagina de su madre. No podía embocar bien, y dejó que ella acomodara su herramienta a su pelvis. Fue ella quien se ensartó hacia atrás en su hijo, y se sintió penetrada, llena por dentro ahora en su posición preferida.

-Ahora sí, mi vida, ahora sí, dame con fuerza, lo más fuerte que puedas, haceme tu mujer- le suplicaba arañando las sábanas.

Él, sintiéndose amo y señor de la situación, la tomó de la cintura, y empezó a cogerla. En pocos segundos, la estaba haciendo gritar de placer. A ella realmente esa posición la volvía loca, le encantaba sentirse cogida como un animal, y sentir que estaba siendo dominada por quien más amaba en el mundo. Sentía esa pija que se adueñaba de ella, llegando hasta el fondo mismo de su cavidad. Su cuerpo temblaba y se estremecía con cada estocada de su hombre. Deliraba de deseo y placer. Gritaba y pedía más como si fuera a morir.

La lluvia hacía de fondo a la suave música. El aroma del sahumerio se mezclaba con el olor de los cuerpos haciéndose el amor. La tenue luz de las velitas daba un leve contraste al gris del cielo en la ventana.

Los amantes se entregaban mutuamente al placer sin pensar en otra cosa. Celia ahora gemía y suplicaba que la siguieran cogiendo. Ya había tenido tres orgasmos más, y parecía a punto de llorar de deseo. Carlitos sentía crecer de nuevo esa sensación dentro suyo buscando estallar.

Acabame, Carlos, acabame , por favor, quiero sentirte dentro mío, dame todo, amor, dame, así, así….

No daba para más. El orgasmo final fue indescriptible. Ambos se embestían con furia, para matarse, para explotar uno en el otro. Celia apretaba con su vagina la pija de Carlitos exprimiéndola gota a gota. Carlitos bombeaba para perforarla sin piedad. Ambos cayeron en la cama en espasmos de placer. Siguieron jugueteando con sus genitales ensartados, contrayéndolos hasta agotar la última gota de pasión.

Las bocas volvieron a buscarse, ahora lánguidamente, disfrutando calmadamente uno al otro, con una perezosa sensación de amor flotando entre ellos. Celia lo trepó otra vez, adueñándose nuevamente de todo. Lo bañó en besos durante un largo rato. Estuvieron así toda la tarde hasta la noche, en que ella se levantó a buscar algo para comer. Él quiso ayudarla y ella lo detuvo.

-No te levantes, yo me encargo de todo. Tenemos una larga noche por delante y ni pienses que voy a dejar que te muevas de ahí. Dejame a mí, que voy a atenderte como a un rey, realmente mi hermoso rey. Mientras estemos juntos, y la lluvia continúe, vas a ser mío y voy a ser tuya. Luego, veremos qué pasa más adelante.

Celia era muy clara en sus pensamientos. Había decidido ya tener a su hijo como amante clandestino para los años futuros. Ya tenía en mente futuros juegos con él y aprendizajes compartidos, y planeaba estrategias para tener días libres juntos, tal vez viajar los dos a alguna parte.

Tal como ella dijo, la noche transcurrió en la cama entre la cena, televisión juntos, y más sexo a la madrugada.

En toda la jornada, y los tres días siguientes, no paró de llover.