Lluvia de verano

Un encuentro morboso en el parque en una noche de bochorno. Palabras clave: lluvia dorada, cruising, mamada

Samuel llevaba toda la tarde metido en el coche con la nariz hundida en Grindr, esperando a ver si se concretaba algún plan para esa noche en el parque. A pesar de que aquel lugar no era conocido por ser un punto de encuentro para practicar cruising, ello no significaba que no reuniera las condiciones idóneas para planteárselo.

El Castro era una colina poblada de árboles que había logrado resistir los embates de las excavadoras y se mantenía como una isla verde en el centro de la ciudad. El bosque primigenio, sin embargo, había dado paso a un entorno más domesticado por la construcción de pistas deportivas y zonas infantiles, aunque manteniendo su fisionomía forestal y algo agreste. Por los alrededores se habían trazado sinuosos senderos que permitían rodear el parque mediante distintos recorridos; estos serpenteaban por toda la superficie, ocultos entre los árboles y la variada vegetación, desembocando en pequeños claros que a veces sorprendían al caminante con un banco o una fuente recóndita. Un sistema de escaleras, excavadas en el suelo para integrarlas en el ambiente, unía los distintos caminos dando al conjunto una impresión laberíntica.

Samuel conocía aquel lugar como la palma de su mano por todas las veces que de pequeño sus padres le habían llevado allí, dejando que se perdiera por los recovecos, explorando todas sus posibilidades e imaginándose como un descubridor cada vez que encontraba un nuevo lugar o alguna escultura camuflada. Los años habían pasado, pero el sentimiento de que ese paraje podía albergar todo tipo de secretos todavía perduraba dentro de él; aunque ahora tuvieran otro significado.

Ya eran las diez; cuatro horas después del inicio de su búsqueda de candidatos. Nada fuera de lo normal según su costumbre de no aceptar menos que las exigencias que se proponía para la ocasión. Entre los filtros superpuestos que dificultaban el éxito estaban, principalmente, los fetiches: se trataba de encontrar a alguien que no solo quisiera quedar para hacerlo al aire libre en una zona céntrica y no reconocida por ello, sino que también estuviera dispuesto a lloverle encima. Instalada en su cabeza la idea de cumplir aquellos objetivos, cualquier aproximación que no fuera precisa le resultaba desmotivadora y causa de reticencia. De ahí que cuando el sol comenzara a desaparecer más allá de las Islas Cíes, Samuel siguiera en su coche esperando.

Dejó escapar un sonoro suspiro al cerrar la última conversación improductiva. Echó hacia atrás el asiento, recostándose en él y colocando los pies sobre el volante todavía tibio mientras se abanicaba contra el bochorno. Después de comprobar que la acera seguía desierta, sacó su miembro sudado de los pantalones; seguía aguantando en el estado de semi dureza que la perspectiva de acción había generado, aunque ahora comenzara a flaquear. Se lo masajeó mientras volvía a entrar en Grindr para comprobar si se había conectado alguien nuevo a quien no le hubiera preguntado todavía.

Fue pasando su vista por los distintos perfiles, reconociendo todos los que eran de activos y ya le habían rechazado. La mayor parte de ellos habían huido ante la propuesta de quedar en el Castro, y los que no, aquellos a quienes hasta les atraía la idea, se habían desconvocado al saber que también debía llover. Deslizó el dedo hacia abajo en la pantalla para recargarla. ¿Tan imposible era? Le parecía difícil que Vigo no fuera lo suficientemente grande como para tener gente con cualquier fetiche. ¿Sería acaso el único al que le gustara el cruising y la lluvia dorada? Siguió tocándose imaginando lo que podría haber sido.

La aplicación se recargó y un perfil nuevo se deslizó a siete de distancia del suyo. 33 años, 1,69cm, 57kg activo.

-Hola, yo 183 90k 30 años pas, te va?

Esperó a que el otro respondiera; la mayor parte de las veces ni siquiera sucedía, lo que alargaba la expectativa de forma cruelmente innecesaria.

-Si. Sitio?

Samuel se incorporo en su asiento volcándose sobre el teléfono antes de responder.

-No, busco morbo. Quedar en el castro, ahora de noche. puedes usar mi boca para descargar si quieres. Y si te mola el rollo lluvia puedes hacerlo tambien

Tragó saliva aguardando.

-Vale. Vivo cerca, en diez minutos llego al depósito

Leyó la respuesta varias veces. Le había dicho que sí a todo de una forma tan sencilla que parecía el preludio de una decepción.

-Si? Te mola tambien lo de la lluvia?

-Si. Cuanto tardas?

Mordió su labio.

-Diez minutos tambien

-Vale, nos vemos ahí. Voy con pantalón corto y camiseta de tiras

-Ok

Samuel salió de la aplicación y se quedó unos segundos paralizado, sintiendo su corazón acelerado y el estómago retorciéndose. Tenía al alcance de sus piernas poder cumplir con una de sus fantasías, pero el deseo con el que la había envuelto era tal que temía acabar en desengaño con un encuentro frustrado; la posibilidad de no ir e inventar una excusa fue tomando forma… hasta que comparó aquella con tantas noches fallidas por culpa de sus miedos. Colocó su asiento en posición vertical y salió del coche dando un portazo.

El depósito era un reservorio de agua que se encontraba casi en la cima del parque, a cinco minutos de donde había aparcado y cerca de las pistas de skate. Samuel iba caminando, pero se detuvo al comprobar la mancha de humedad en su entrepierna e intentó recolocar su miembro para que no alcanzara la tela. Cuando alzó de nuevo la vista observó el perfil del otro esperándole al final de la cuesta.

Al llegar cerca de donde estaba, el chico se puso en movimiento bajando por unas escaleras que nacían de entre los setos, internándose en la espesura. Samuel lo siguió a la distancia, observando como el otro iba buscando un sitio apto para el encuentro. Pasaron la pista de skate, dejando atrás sus focos halógenos, y a unos metros le vio subir por un terraplén hacia un frondoso arbusto por el que desapareció. Cuando Samuel le dio alcance, él lo esperaba ya con el miembro fuera.

Sin decir nada se arrodilló delante y comenzó a lamérselo, besarlo e introducírselo en la boca. El chico puso las manos sobre su cabeza, dejando que fuera Samuel el que marcara el ritmo del movimiento, tragando el miembro cada vez más profundamente hasta que su nariz tocó la mata de vellos de su entrepierna. El tamaño no era enorme, pero sí lo suficiente como para que comenzara a sentir unas arcadas.

Aguantó unos segundos engulléndola entera, moviendo su lengua a lo largo del tronco. Cuando intentó sacarla para volver a coger aire notó como el chico comenzaba a hacer presión con sus manos para mantenerlo ahí, moviendo sus caderas en pequeñas embestidas con las que ganaba profundidad. Al comenzar a arquear, Samuel se agarró de los muslos del otro para empujarse, logrando liberarse y escupir la bola de saliva que se había acumulado. Alzó la vista hacia el otro, que lo miraba divertido.

-        Ya quiero mear. Ponte.

Samuel sintió que se le secaba la boca.

-        Vale, pero oye, no me quiero manchar. Me pongo de rodillas de lado y me meas solo en la cara, ¿te parece?

-        Dale, que se me sale – respondió el chico.

Samuel se colocó como había pensado, pero descubrió que no era tan fácil al estar ambos sobre un terraplén bastante inclinado. Cuando le iba a decir al otro que esperara a buscar una mejor solución, notó el chorro caliente golpearle la cara y bajar luego por su camiseta. Al chico le había dado igual su petición, meándole por todo el cuerpo como si su objetivo fuera abarcar toda la superficie posible. Fue en ese momento cuando Samuel eyaculó, sin tocarse, sabiéndose usado como si de un juguete se tratara.

Cuando ya solo caían unas gotas, el otro pasó su mano por la nuca de Samuel atrayéndolo hacia sí y metiéndole de nuevo el miembro, húmedo y salado, en la boca. Él no hizo ademán de oponerse, extático como se encontraba, mientras el chico lo penetraba furiosamente, sujetando su cabeza con ambas manos mientras embestía con las caderas. Tampoco reaccionó Samuel cuando se detuvo, sacando su erección al aire y masturbándose ferozmente, eyaculando sobre toda su cara. Limpió los restos que le quedaban pegados en el glande con un dedo y lo pasó por los labios de Samuel, para recogerse e irse sin mediar palabra.

Continúo unos segundos en aquella posición hasta que el dolor en las rodillas le obligó a levantarse. Notó, al hacerlo, como su ropa se pegaba húmeda a su piel y el olor a orina comenzaba a asaltar su nariz. Al ser de madrugada, decidió sacarse la camiseta e ir hacia el coche de la forma más discreta posible a través del parque. Luego condujo a su casa con las ventanillas abiertas.