Lluvia

Volvió a mirarlo. Sus ojos sonreían por encima de la taza mientras bebía despacio su café. Y después de muchos meses, por fin lo vio.

Todavía no hacía cinco minutos que había llegado a casa cuando escuchó el primer trueno. Menos de un minuto después, las gotas golpeaban con fuerza el cristal de la ventana del comedor. Sonrió. Siempre le había gustado ver llover, y abrir luego la ventana. Se respiraba un aire completamente nuevo.

Pensó en bajar la persiana, por no tener que limpiar cristales por la mañana, pero decidió no hacerlo. Mañana sería otro día.

Sacó el móvil del bolsillo de los pantalones y vio que tenía un mensaje de su hermana. Suspiró pensando qué se le habría ocurrido para ese fin de semana. Encendió el ordenador y se dirigió al dormitorio para cambiarse la camiseta y quitarse las zapatillas.

Cuando volvió al comedor lo vio, tirado, encima de una silla. Se detuvo un instante para observarlo. Su pelo no podía ser más rubio y rizado. Tenía los ojos grandes, de un color azul intenso con unas pestañas largas y pobladas. Quizá un poco grandes, pero quedaban bien en su cara, algo graciosa. La nariz era pequeña, salpicada de pecas. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas y una eterna sonrisa, en su boca pequeña de labios rojos. Los pantalones a cuadros y los tirantes no hacían sino acrecentar su aire infantil y despreocupado.

Suspiró de nuevo y recordó la primera vez que se encontraron. Eran unas navidades, no tendría más de 11 años y por primera vez había conseguido que su madre le dejara ir solo a la feria. Con la condición de llevarlo y recogerlo en coche, por supuesto. Allí había quedado con varios amigos y tras dar un par de vueltas, y después de haberse montado en algunas atracciones, decidieron ir a una caseta para encestar algunas canastas y ver si se llevaban algún premio.

Entre los peluches y los muñecos había algunas camisetas de algún equipo de fútbol (copias no demasiado buenas) y bufandas de los mismos. Por supuesto, para ellos eran el premio gordo. Premio que no ganaron, claro. Él tuvo menos suerte que alguno de sus amigos y después de gastarse el poco dinero que le quedaba, se dio cuenta de que volvía a casa con las manos vacías. A pesar de que era una decepción con la que podía seguir viviendo, no pudo evitar sonreír cuando Luis le tendió su premio y le dijo que se lo llevara él a casa, porque en la suya seguro que lo pillaba su hermana pequeña y lo destripaba en un memento.

Y allí seguía teniéndolo, quince años después, el muñeco de la feria todavía ocupaba un sitio en su casa. Estaba mucho más viejo, y en los últimos años había recibido mucho más uso, ya que cada vez que su sobrina iba a su casa lo cogía. Sin embargo, él seguía viéndolo como ese primer día. Seguía recordando como Luis le había guiñado un ojo cómplice al dárselo y como lo tuvo muchos años ocupando un sitio destacado de su cuarto. Tanto, que cuando se fue de casa de su madre, fue una de las primeras cosas que empaquetó.

Sacudió la cabeza, como para quitarse los recuerdos de encima, y recayó de nuevo en la luz parpadeante de su móvil. Se sentó en su sillón, cerca de la ventana y lo cogió. Era un mensaje de voz de su hermana. Quería saber si el domingo podía ir a recoger a su madre para llevarla a comer porque quería contarles algo. Lo sabía, volvía a estar embarazada. Pensó en devolverle la llamada, pero no le apetecía nada hablar con ella en ese momento.

Contestó con un simple: “Hecho. En tu casa?”, y dejó el móvil a mano porque sabía que la respuesta no tardaría en llegar.

Y mientras seguía viendo como las gotas de lluvia resbalan por el cristal, su cabeza se fue a Luis, sin pretenderlo pero sin poder evitarlo.

Decir que había sido su primer amor, era quedarse corto, muy corto. Habían sido amigos desde siempre. Sus abuelos eran vecinos y prácticamente jugaban juntos cada tarde. Iban al mismo colegio, aunque a clases diferentes, y también iban juntos a Taekwondo.

Aunque salían en grupos de amigos distintos, siempre encontraban algo para pasar tiempo juntos. Cuando empezaron el instituto compartían algunas clases y empezaron a formar parte del mismo grupo, uno mucho más grande. Eso no hizo más que afianzar su amistad y aunque ya no jugaban en casa de sus abuelos ni iban juntos a hacer deporte, sí que empezaron a quedar para estudiar, o bien en la biblioteca si se juntaban con más gente, o en casa de alguno de ellos.

Normalmente solía ser en su casa, ya que él era el pequeño y se llevaba bastante con sus hermanos. Luis, como era el mayor, siempre tenía que estar dando largas a su hermana pequeña para que los dejara tranquilos. Pasaron innumerables horas en su habitación: haciendo los deberes, leyendo cómics, jugando a la consola, hablando… Luis hablando de chicas, con las que había hablado, o con las que le gustaría salir, y él conteniéndose para no acercar su mano a su cara y retirarle el pelo que le caía sobre la frente, o simplemente tocar sus mejillas que se le antojaban suaves aún cuando muchas veces éste se empeñaba en dejarse un tímido intento de barba.

Para él no fue raro hablarle de su homosexualidad, tenían tanta confianza depositada en él, que sabía que no haría nada que pudiera dañarle. Y así fue, lo aceptó como tantas otras cosas habían aceptado el uno del otro. En ningún momento hizo un mal gesto, ni cambió un ápice la forma en que lo trataba. Siguieron exactamente igual que todos los años anteriores.

Fue un poco más complicado hablarle de su interés por otro chico. Lógicamente, en ningún momento le dijo que se sentía atraído hacia él, ni que hacía años que había caído en un enamoramiento platónico. Y aunque se seguía sintiendo igual de atraído hacia Luis, supo que tenía que buscarse otras opciones.

El entrar a la universidad fue un mundo nuevo para él. Su círculo de amistades se amplió mucho más y no tardó mucho en darse cuenta de que otros chicos también sentían interés hacia él.

Muchos de sus amigos se jactaban de ser expertos en todo lo relacionado con el sexo, cuando él se encontró dándose unos primeros besos tímidos con el amigo de un compañero de clase en una de las numerosas fiestas universitarias que celebraban los jueves.

Cuando llegó a casa, no podía esperar para hablar con Luis sobre sus primeras experiencias. Y es que éste, aunque no era el más experimentado de su grupo, ya hacía algún tiempo que había empezado a dar esos primeros pasos y le aventajaba de una manera bárbara.

Seguía siendo igual de fácil que unos años atrás hablar con él. Se gastaban bromas y se hacían insinuaciones mutuamente sobre posibles parejas para uno y otro. Por aquel entonces Luis llevaba unos meses saliendo con una compañera de clase. En un principio no iba a ser nada serio, pero parecía que poco a poco la cosa iba complicándose.

Estaba tan acostumbrado a verle con otras chicas que no sabía si había dejado de sentir celos o los había interiorizado tanto, que ya eran una parte más de su persona en todo lo relacionado con Luis y sus posibles parejas.

Todo cambió un año después. Estaban ya en segundo curso, cada uno de sus respectivas carreras. Aunque en un principio pensaron que con la universidad se iban a separar más, seguían haciendo planes para cada fin de semana y hablando casi a diario.

Siempre encontraban algún motivo o alguna buena excusa para salir. Y prácticamente había fiestas cada semana, si no era de la carrera de un amigo era de la de otro.

Así fue como se decidieron a salir aquel viernes. No recuerda si la fiesta era de los de biología o de los de enfermería, pero quedaron después de cenar. Como algunas de las componentes del grupo no podían ir, decidieron que saldrían solo los chicos. Luis pasó a buscarse por su casa y esperaron juntos el autobús.

Bromearon, y él intentó picarle diciéndole que si sería capaz de salir y divertirse sin tener a su novia al lado, ya que era una de las pocas veces en las que se juntaban todos y ella no venía. Su respuesta hizo que las brasas de esos celos casi apagadas se encendieran un poco más, ya que le dijo que yendo con él, era como si fuera con su novia.

A pesar de todo la noche fue bien. Vieron a un montón de conocidos, hablaron con otros no tan conocidos, estuvieron haciendo bromas y bebiendo, sobre todo bebiendo.

No le extrañó que cuando bajaron del autobús en su parada, Luis le pidió que se sentaran un poco, ya que no quería llegar en muy mal estado a su casa. Era tarde, cerca de las cinco de la mañana de un sábado y prácticamente no había nadie por la calle. Se sentaron en la acera, entre dos coches aparcados. Estaban casi en mayo y la temperatura era buena, así que no había prisa por levantarse. Allí siguieron hablando, de cómo había ido la semana, de las amistades de uno y de otro, de cómo estaban llevando las clases de la universidad y de cómo había ido la noche.

Hubo un momento de silencio que aprovechó para apoyar los brazos sobre la acera y echar el cuerpo ligeramente hacia atrás. Cerró los ojos, y un pequeño suspiro escapó de sus labios. “La verdad es que estoy cansado” dijo más para sí que para que Luis le escuchara o le respondiera.

Lo siguiente que notó fue la caricia de los labios de su amigo sobre los suyos. Fue un beso cálido, dado casi con miedo. Su sorpresa fue tal que no fue capaz de reaccionar. No respondió al beso y cuando Luis se separó de él, siguió con los ojos cerrados, sin saber que decir.

Fueron unos minutos de silencio, o quizá solo unos segundos, que tampoco se le antojaron como incómodos. Pasado un rato se despidieron, como siempre hacían, y cada uno fue en dirección a su casa.

En los días siguientes, las semanas incluso, quiso sacar el tema en varias ocasiones. Pero nunca veía que el momento fuera el mejor. Luis, por su parte, tampoco dijo nada. Seguía con su novia, como siempre, se veían los fines de semana, y quedaban de vez en cuando para estudiar juntos.

A veces tenía que convencerse a sí mismo de que había existido ese momento, pues no lo tenía tan claro. Aunque casi podía seguir sintiendo los suaves labios de su amigo, no estaba al cien por cien seguro de que aquello hubiera pasado. Nunca hablaron de eso, nunca se hizo ningún tipo de referencia a ese momento. Y como habían hecho siempre, aprendieron a vivir con eso también.

Según fueron pasando los días, las semanas, él lo tomó como un bonito sueño. Y aunque se moría de ganas por saber cómo se lo había tomado Luis, fue como con sus celos, poco a poco esa curiosidad fue desapareciendo o fundiéndose con el resto de sus sentimientos sin que destacara por sí misma.

Un par de años después, Luis se fue con su novia a acabar sus estudios a Madrid. Por aquel entonces las cosas no andaban del todo bien en su casa y no pudo acompañarles, aunque era algo que llevaban tiempo planeando.

Mantuvieron el contacto por mail, por teléfono y se hacían visitas siempre que podían. Luis seguía teniendo a su familia en el pueblo y él era bienvenido en el piso de Madrid que compartían con otros estudiantes.

Aunque intentaron que su amistad no se enfriara, todo fue mucho más complicado cuando acabaron la universidad y se enfrentaron al mundo laboral. Tenían muchas más responsabilidades, estaban mucho más ocupados, las llamadas ya no duraban una hora y eran prácticamente a diario, se fueron reduciendo a quince minutos los viernes después del trabajo. Lo mismo pasó con los mails, cada vez más cortos y más espaciados en el tiempo. Y las visitas… Luis tenía suerte si podía ir cada dos o tres meses a casa y él veía casi imposible escaparse mucho más a Madrid.

Aún así, se enteró de que ya no estaba con su novia. De que lo había intentado con alguna chica, e incluso que había tenido varios encuentros con algún chico. O con algún hombre, porque por lo que le comentó, eran tipos bastante más mayores que ellos.

Él también le habló vagamente de alguna de sus relaciones. Pero puesto que su amigo había dejado de entrar en detalles muy personales, él se fue adaptando y cada vez era más superficial en sus descripciones.

De pronto, un día se dio cuenta de que su sorpresa no había sido tan grande como se esperaba cuando caminando se topó con Luis. Había ido a pasar unos días a cada, con sus padres, y se le había pasado avisarle. El trabajo, no fue planificado… fueron algunas de las excusas que le dio. Él simplemente sonrió, le dijo que no pasaba nada, y le dio las señas de su nuevo apartamento. Sí, aunque le pagaban una miseria en la radio, había conseguido alquilarse algo para él solo.

No quería pensar que la relación se había enfriado, sino que había entrado en una nueva fase. Ya no tenían quince años y no podían contarse cada cosa que pasaba en sus vidas.

A raíz de ese encuentro sus mails volvieron a ser algo más frecuentes y menos vacíos. Aprovechó para contarle que llevaba un tiempo conociendo a un chico, que habían estado “saliendo” pero que todavía no era nada serio, se lo pasaban bien. Luis le deseó suerte, y dijo que él había intentado varias cosas que no habían salido, o que no eran lo que se esperaba.

Aunque se había convencido completamente a lo largo de los años que lo único que necesitaba de Luis era la amistad que mantenían, que un viejo muñeco sacara a la luz tantos recuerdos seguía siendo algo que le ponía los pelos de punta.

Miró al horizonte a través de la ventana. La lluvia seguía cayendo, aunque en menor cantidad. Las gotas ya no impactaban sobre el cristal y únicamente resbalaban perezosas las que hacía unos instantes se habían posado allí. Cogió todo el aire que pudo y lo fue soltando poco a poco. Estaba tan abstraído en sus pensamientos, que el sonido de su móvil hizo que se sobresaltara.

Seguro que es mi hermana confirmando, pensó. Pero sonrió al leer que el destinatario del mensaje era Óscar. Aquel chico del que había hablado a Luis hacía meses como alguien a quien empezaba a conocer pero nada serio. Igual con el tiempo las cosas se habían puesto algo más serias. Le decía que acababa su turno en diez minutos, que iba a coger algo para cenar y se pasaba por su casa. Aprovechaba para decirle que no hacía falta que confirmara, que ya sabía lo poco que le gustaba mojarse los pies con la lluvia.

Volvió a sonreír. Parecía que cada vez se conocían mejor el uno al otro, lo normal en cualquier relación. Óscar no tenía nada que ver con él, ni físicamente ni en forma de ser. Era una persona muy aventurera, a veces demasiado para su carácter tranquilo, y que siempre estaba buscando cosas nuevas para hacer. Reconocía que le había venido bien, había salido mucho más de casa y se había enfrentado a cosas que no se le hubieran pasado por la cabeza jamás.

Era mucho más extrovertido que él, y siempre encontraba a alguien con quien mantener una conversación. Su carácter hacía que siempre estuviera riendo, por lo que solía caer bien a casi todo el mundo, era divertido. Como consecuencia, tenía un gran grupo de amigos que lo habían acogido y tratado bien desde el primer día.

También era cariñoso. Quizá fue lo que más le sorprendió. Siempre tenía un gesto amable, un guiño cómplice o una mirada comprensiva hacia él. Todo esto había hecho que cada vez se creyera más rendido a sus pies, a pesar de sus tatuajes, de sus piercings o de su forma de vestir. Digamos que todo lo que en un principio le hizo proclamar a los cuatro vientos, que aquello no era más que algo de unas cuantas noches, porque nunca tendrían nada en común.

Ahora, cada vez que se despertaba, se alegraba de ver uno de sus brazos tatuados por encima de su pecho. No le había costado mucho reconocer que el pendiente que llevaba en la nariz le hacía mucho más atractivo, así como el que lucía en su oreja. Y que hasta sus camisetas y pantalones, acompañados de sus eternas zapatillas, resultaban casi elegantes en él.

Seguía ensimismado viendo cómo caían las gotas por el cristal cuando llamó al timbre. Preguntó, educado, quién llamaba, porque sabía que a Óscar le molestaba. Y éste, una vez más, contestó con su habitual “No sé”. Pulsó para que se abriera el portal y entreabrió la puerta de su piso.

Se dirigió a la cocina para coger unos platos y unos cubiertos que acomodó sobre la mesa pequeña de delante del sofá. Pasaba por la puerta con unos vasos y una botella de agua cuando Óscar entró, algo mojado, llevando una enorme caja de pizza con él.

Fue a la cocina a dejar la cena y al baño a secarse un poco antes de acercarse a él, rodearle la cintura con su brazo y besarlo con ternura en los labios. Le respondió con algo más de pasión y pasando la mano por su pelo corto hasta acomodarla en la nuca.

  • ¿Mucho curro? – susurró todavía sobre sus labios.

  • Como siempre – fue la escueta respuesta de Óscar – El programa os salió genial hoy, no se notó que no estaba preparado – le dijo.

  • Ya sabes, somos muy profesionales – contestó, sacando pecho y levantando la cabeza.

Óscar se echó a reír y él le siguió. La verdad es que estaba contento con su trabajo. Había tenido mucha suerte después de acabar la carrera, y poco a poco se iba haciendo un hueco entre los periodistas de deportes de la zona. Aunque reconocía que no era nada fácil y echaba muchas más horas de las que le pagaban, lo bien que se sentía lo compensaba todo.

Cenaron mientras se ponían al día. Era fácil hablar con Óscar. Rara vez dejaba una conversación en un incómodo silencio. Cuando se levantó para llevar los platos a la cocina, le comentó que acababa de empezar una película que no tenía mala pinta, así que sin fregar, se tumbó junto a él en el sofá.

Primero apoyó sus piernas sobre las de Óscar, pero no había pasado ni media hora, cuando se encontró completamente girado y envuelto por sus fuertes brazos. Sentía como su olor se le colaba por la nariz y llegaba hasta la última célula de su cuerpo. Era otra de las cosas que lo volvían loco de él. Su olor. Olía a limpio, como siempre le había gustado resaltar a su madre de las personas, un poco a colonia, o a desodorante, nunca estaba muy seguro, y si profundizabas un poco más, con un ligero toque a café.

Dejó de concentrarse en la película. Empezó a pasar sus dedos sobre sus brazos, repasando las líneas de tinta que los adornaban. Sopló y vio como se le puso la carne de gallina. Sonrió. Y su sonrisa se ensanchó cuando escuchó a Óscar suspirar y decir que estaba claro que no iban a ver la película. No hizo falta que él contestara. Entrelazó sus dedos con los suyos y atrajo su mano hacia su cara, besándola suavemente cuando la tuvo cerca de sus labios.

Se sentaron de lado, y enrolló sus piernas en su cintura. Se acercó para besar sus labios. Y perdió la cuenta del tiempo que estuvieron besándose, larga y pausadamente. Como si no necesitaran hacer nada más el resto de la noche.

Pero sí que lo necesitaban. Después de todos esos besos, surgió una necesidad primaria en ambos de poseerse. De estar uno dentro del otro. De entregarse a lo que se les pusiera por delante. Casi siempre se desplazaban al dormitorio, ya que era mucho más cómodo. Pero esa noche podían estar cómodos en cualquier sitio.

Se separó un poco de Óscar, o de sus labios, y lentamente subió su camiseta, haciendo que saliera por su cabeza. Antes de lanzarse a su cuello, o a su pecho, lo admiró unos segundos. Sí, decidió, también podría haber influido en su creciente enamoramiento el perfecto cuerpo que mostraba. Casi se relamió mientras dirigía sus manos a sus pezones y posaba sus labios en su cuello. Allí su olor era mucho más intenso y casi gimió de dolor por la enorme erección que sufría bajo sus vaqueros.

Pero no quería separar ni un segundo sus labios de ese pecho, de sus pezones, de su vientre liso y duro como una piedra. Mientras jugaba con todo su torso, Óscar se fue acomodando en el sofá y sus suspiros tímidos pronto se convirtieron en auténticos gemidos de placer.

Como no tenía ni para empezar, desabrochó sus pantalones y con algo de ayuda, consiguió mandarlos tan lejos como pudo. Apoyó su nariz sobre los ajustados calzoncillos y volvió a aspirar. Definitivamente, no había ninguna parte de su cuerpo que no le volviera loco. Masajeó su pene erecto por encima de la ropa interior, y deshizo con su lengua todo el camino hasta llegar de nuevo a sus labios, que lo esperaban ansioso.

Mientras sus lenguas volvían a reencontrarse, su mano se manchaba de las primeras gotas que dejaba escapar su pene. Estuvo tentado de llevarlas hacia su nariz, pero le pareció un poco descarado en ese momento. Se separó ligeramente de esos labios para, sin pensárselo, escurrirse entre sus piernas y meter más de la mitad de su pene en su boca.

Ahora sí, sus gemidos se desataron completamente. Cada lametazo, pequeña succión o mordisco era gratamente recibido. Sus manos se enredaron en su pelo, a veces incluso tirando de él o haciendo que su cabeza se hundiera más en su entrepierna. Aunque nunca se lo había dicho, que jugaran con su pelo de esa manera era algo que le volvía loco. Óscar intentaba tener un mínimo de control, intentando guiar su cabeza, pero no pensaba permitirlo. Tras dos intentos por parar la felación, o por intentar que fuera más lenta, acabó corriéndose con fuerza en su boca.

Tragar su semen no era algo que normalmente hiciera, pero no se lo tuvo ni que plantear esa noche. Siguió besando sus muslos, su vientre, su pecho, mientras poco a poco iba recuperando el aliento y su respiración se iba serenando. Al poco sonrió, y se extrañó de verle completamente vestido.

Le atrajo hacia sí y le quitó la camiseta. Estar sin camiseta delante de él era algo que le había costado. Él no era fuerte, no estaba en forma, sus músculos nunca habían asomado demasiado, parecía más bien poquita cosa. Pero no era algo que a su pareja pareciera importarle lo más mínimo. También se lanzó a besar su cuello y a mordisquear los lóbulos de sus orejas. Para él fue algo que hizo que su pene creciera un poco más, si eso era posible, pero le gustó saber que provocó el mismo efecto en su compañero.

Sin ningún tipo de prisa desabrochó su cinturón y le quitó los vaqueros, los calzoncillos e incluso los calcetines. Sus manos se movían por todo su cuerpo. Sobaron su culo fuertemente, frotaron su espalda y masajearon sus hombros. Hacía tiempo que sus labios no se encontraban y él los buscó. Óscar, esquivo, los posó sobre su pecho, y como unos minutos antes hiciera él, fue descendiendo hasta encontrar con ellos su pene.

Mucho más comedido en sus reacciones, simplemente soltó un fuerte suspiro. Y fueron muchos más a medida que trabajaba con su miembro. Sin darse cuenta se encontró arqueando su espalda cuando los dedos de Óscar encontraron la entrada de su ano. Y ahora sí, un sonido casi gutural, escapó de sus labios. Pudo notar su sonrisa aunque seguía con su pene entre sus labios. Y eso, como no, también le gustó.

De pronto dejó de sentir como sus dedos dejaban de jugar con su ano, pero antes de que pudiera siquiera emitir un leve quejido, sintió su lengua, recorriéndolo entero. No es que no le gustara ser él quien penetrara a Óscar, pero reconocía que esas sensaciones no las cambiaba por nada. Óscar siguió un rato preparando su ano, y él estaba disfrutando tanto, que no fue capaz de decirle que ya estaba preparado incluso antes de que se acercara a él.

Pensó que lo peor iba a ser perder un mísero minuto para ir al dormitorio a por un condón, pero su compañero, mucho mejor preparado que él, sacó uno de su cartera. Pensó que había mandado sus pantalones mucho más lejos, pero poco le importaba en esos momentos.

Cogió aire y no lo soltó hasta que notó que le había penetrado completamente. Cerró los ojos cuando sintió los labios de Óscar sobre los suyos, y se concentró únicamente en el placer que le estaba proporcionando. Empezó lento, con cuidado, acompañando cada pequeña embestida de un millón de caricias por todo su cuerpo. Se le escaparon pequeños suspiros de sus labios. Casi gritó cuando sintió su mano rodear su pene. Si hubiera tenido los ojos abiertos, los habría puesto en blanco justo en ese instante.

Aunque las penetraciones cada vez eran más profundas y rápidas no perdieron nada en cuando a su ternura. Fue consciente de que realmente estaban haciendo el amor, no follando o teniendo sexo como cualquier otra noche. Y eso casi hizo que se corriera. Aguantó, sin embargo, unos minutos más. Exprimiendo y llevando al límite todas las sensaciones que estaba experimentando. Y esperó a escuchar a Óscar decirle que le quería para vaciarse. Él no tardó mucho más y después de quitarse el condón se acurrucó contra su pecho en el sofá.

Se durmieron. En algún momento de la noche, uno de los dos se levantó y les cubrió con una manta, pero sinceramente no recordaba cuál de los dos fue y tampoco tenía la más mínima importancia.

No recordaba a que hora se habían despertado, pero sí que era de día y que parecían los últimos en amanecer de toda la calle por la cantidad de ruido que había. Fue a la habitación y cogió un par de pantalones cortos. Él se puso también una camiseta y cuando llegó a la cocina, vio que la cafetera estaba preparada. Sacó algo de zumo de la nevera y un poco de mermelada. Buscó pan para tostar. Y mientras le servía el café lo tuvo claro.

-Mañana voy a buscar a mi madre porque vamos a comer con mi hermana, ¿quieres venir?

Por un momento se sorprendió de haber sido él quien había formulado la pregunta. Pero cuando vio que sus ojos respondieron antes que él, tuvo claro que era el momento. Su familia sabía que era gay, su hermana sabía que se veía con alguien, pero nunca les había presentado a nadie.

Volvió a mirarlo. Sus ojos sonreían por encima de la taza mientras bebía despacio su café. Y después de muchos meses, por fin lo vio.