Lleva a tu hija al trabajo

La joven y atractiva Carol se ve obligada por su padre a participar en la jornada "Trae tu hija al trabajo". Es un acto inclusivo de la empresa para acercar a las jóvenes al mundo laboral. Pero su padre está tan ocupado y en un lío tal que la pobre Carol tendrá que sacrificarse para ayudar a papá.

I

–Venga, Carol, que hoy es el día de “Lleva a tu hija al trabajo”.

Qué pesado es su padre. Son menos de las ocho y ya está dando la turra. Carol se acaba de lavar los dientes, se hace una coleta y sale a lo alto de la escalera del duplex adosado donde su padre vive en las afueras desde que se divorció.

–No sé ni por qué tenemos que ir. ¡Si no lo han hecho ningún año!

–Cosas de las grandes empresas, mi niña. Es mejor que no piensen que paso de ellos. Que tengo una carrera…

–Tenías, papá, tenías… que cumpliste este mes 57. Ya no vas a llegar más lejos. Con suerte no te prejubilarán.

–¡Venga, llegaremos tarde!

–¡Que ya no soy una niña, papá! ¡No pinto nada allí!

–Tampoco tienes nada que hacer. No entraste en la carrera que querías por tus bajas notas. Pues a acompañar a tu padre. Ah, y ponte falda, cariño, que creo que se te ha olvidado.

No, no se le había olvidado. Carol lo había hecho aposta. Para que su padre viese las braguitas de blonda negra, bien pequeñitas. Sabía que estaba en esa edad en que había dejado de ser un niña y ponía cachondo a su padre. Pero claro, él nunca se hubiese atrevido. Tan calvo, tan encogido de hombros, tan poca cosa. Su madre sí, que para eso ahora estaba en su piso follándose al joven jardinero de la comunidad de vecinos mientras él pasaba religiosamente una pensión que su exconyuge no necesitaba. Pero él era así. Era débil y por eso lo había escogido a él cuando tuvo que decidir vivir con uno de los dos. Porque con su padre hacía lo que quería. Y si él intentaba poner un poco de orden ella le abrazaba, le restregaba un poco las tetas contra su brazo como sin querer y su progenitor se apartaba tímido cediendo en lo que le pidiese. Avergonzado, no de su debilidad, sino del bulto que se adivinaba bajo sus pantalones.

Escogió una minifalda gris, ceñida, como le gustaban al Ricky. No era su novio pero lo hacían a menudo, en una habitación que les dejaba el hermano mayor de Ricky. El plan del día era salir a comer una hamburguesa tras estar en la oficina de su padre y luego dedicarse al folleteo. No le gustaba el hermano de Ricky, en especial su afición por entrar en el baño siempre que ella se estaba duchando… Pero cosas así le acostumbraban a pasar con los hombres. Ella sabía manejarlos, sacarles lo que quería a cambio de lo mínimo posible. El hermano del Ricky era una ejemplo. Llevaba meses diciéndole que era fotógrafo y que con aquel cuerpo y con su carita de ángel le iba a hacer un book . Ella sólo le daba larga y no tenía dudas de lo que pretendía su futuro cuñado era hacerle era otra cosa.

Se vio en el espejo: el suéter rosa de pico, la minifalda gris, tan pegada que se le marcaban todas las braguitas, casi como si su padre las estuviera volviendo a ver… y los leotardos grises hasta por encima de las rodillas se la pondrían a Ricky como una piedra, ese era el objetivo, pero el conjunto resultaba demasiado putón para la oficina de papá. Iba a cambiarse, cuando sonó la bocina del coche:

–¡Carol! ¡Por Dios! ¡Baja de una vez!

Bueno, pues no le daba tiempo. Él lo había querido. Cogió el bolso y bajó corriendo. Virgen eras y en pendón te convertirás, ya lo dice la Biblia, o algo así. Se lo había explicado el profesor de Religión hacía dos años mientras intentaba si podía verle las bragas por debajo del pupitre.

En el coche camino de Azca, Coral no pudo evitar de ver las miradas de refilón que su padre lanzaba a sus franjas de muslos desnudos.

–¿Me dejas ver el mail?

–Sí, claro hija… Coge mi móvil. Es del viernes.

Carol lo consulta. Ve el mail: “Dentro de las nueva políticas de comunicación interna y políticas de género el próximo lunes___ día tal se celebrará el día ‘Traiga su hija al trabajo”. Se trata de una jornada de discriminación positiva en que se intenta que las mujeres jóvenes de nuestras familias tengan su primera aproximación al mundo laboral. Por eso animamos a todos los padres y madres a traer a sus hijas y que se empapen del ambiente de esfuerzo, meritocracia y profesionalidad de nuestra compañía”.

–¡Pues vaya mierda!

–No será tan malo. Lo único es que tengo que acudir a un comité de control de gasto.

–Vamos que me voy a pasar horas sola en un despacho. Espero que al menos tengas el Minecraft en tu ordenador.

–No, no lo tengo. Pero volveré pronto y te enseñaré toda la empresa.

–¡Vaya rollo!

Así que así acabó Carol solita en el despacho de su padre. Era bastante grande, y con buenas vistas a otras torres de oficinas similares. Carol se preguntó, en medio de su aburrimiento, cuántos mirones contemplarían ese paisaje desde las otras torres y no dirigirían la vista en su dirección, hartos de ver a su aburrido padre, encogido de hombros, centrado en su trabajo.

Se sentó en una de las sillas de cortesía y le envío un whatsapp  al Ricky. La respuesta fue extraña…

Una foto de su polla. Seguida de la frase.. “Así me tienes, Claudia!.

Rauda hizo una captura de pantalla. Justo a tiempo. El whatsapp se borró.

Indignada llamó al caradura de Ricky.

–¿Pero qué te has creído, cabronazo? ¿Quién es Claudia, a ver? ¿Quién?

–Pero, vamos, chochito… Si tu siempre dices que no somos novios… que no..

–¡Ni chochito ni ostias! ¡Tú eres un cabrón! ¡Si es que soy tonta! ¡Si es que me lo merezco por estar con un muerto de hambre como tú!

–¡Pues ya le puedes enviar fotopollas a esa gorda! ¡Qué seguro que está como una vaca!

–Cariño, que si quiero tetezas, ya tengo las tuyas… Ya sabes cómo me ponen ese par de melones tuyos… ya…

Colgó. ¡A mamarla! ¡Menudo cretino!

Ahora eso sí, el muy cabrón tenía un rabo de impresión. Sólo pensar en él se sintió ligeramente humedecida en su tierna intimidad. Se hubiera masturbado allí mismo, para calmarse, para consolarse.. pero no era lo más apropiado… en el despacho de su padre.

Y encima la alusión a su delantera. Sí, se había puesto hoy también ese suéter tan ceñido con el cuello en pico y sin blusa debajo. Las chicas como Carol tienen un difícil relación con su papi. Carol la tenía con sus tetas. Por un lado desde que empezaron a crecerle le habían abierto puertas. Por otro lado, le avergonzaban. Atraían tanta atención que le era imposible pasar desapercibida. Así que primero le incomodaban y segundos después, cuando le facilitaban cualquier cosa, le conseguían la mejor mesa en una cafetería o le servían para aprobar gimnasia… Entonces se compraba un jersey aún más ceñido que el anterior o se desabrochaba otro botón de su blusa. Algunas heroínas tenían una personalidad compleja. Ella tenía un busto polivalente. Por un lado, le servía para brillar; por otro, eclipsaba todo lo que le gustaba de ella misma: su inteligencia, su mala hostia, su doblez.

La puerta se abrió y entró un joven. Pelo rizado, gafas… Llevaba una de esas carpetas con una pinza aguantando algunos papeles. El traje parecía caro pero era barato. Nuevo tal vez, pero barato, definitivamente. Se le antojó guapo. O eso o la fotopolla del cabrón de Ricky todavía la tenía cachonda perdida.

–¿Manuel Cardosa?

–No está. Tenía un comité… un comité de algo.

–¿Eres su nueva secretaria? –le preguntó mientras le daba un repaso a sus cruzadas piernas y su cansada vista de persona que pasa demasiado tiempo ante un ordenador, hacía un alto en el camino de sus muslos desnudos.

–No –no puedo evitar sonreír–. Soy su hija. Ese es día de traer la hija a la oficina o algo así. Pero claro, eres muy joven para tener un niña.

–Las niñas tienen mucho peligro.

Ella no tuvo que preguntarse qué estaba pensando él… ya lo sabía. Sólo le sorprendió que sus ojos siguiesen en sus muslos. No habían subido hasta sus tetas… aún.

Ella se levantó y le ofreció su mano, con una pose descarada.

–Carol Cardosa, encantada.

–La niña de papá, supongo. Yo soy Hugo. Hugo Poblaciones.

Ella se volvió a sentar. Hugo pareció dudar pero fue sólo un momento.

–Pues es que yo tendría que hablar con su padre.

–Pues es que tiene un reunión. Y levantó los pies muy juntos hasta ponerlos en el borde de la silla. Carol dudó si se le verían sus diminutas braguitas negras.

El tipo se sentó en la mesa con las piernas un tanto abiertas. De modo que su bulto preminente le sirvió para aclararle que seguramente sí, que le estaba viendo el número. Así que decidió bajar las piernas. Podía dejar que él pensase que era boba, pero no guarra. Esas eran las reglas del juego de las interesadas calientapollas.

–No debería decirte esto, niña… Pero si necesito ver a tu padre por algo grave. Hemos descubierto desfases contables en su departamento. Desvío de fondos, facturas falsas, gastos fantasmas. Antes de avisar a dirección quería hablar con él…

–¡No puede ser! ¡Papá es el hombre más honrado que conozco!

–Te harías cruces de lo que se ve en mi trabajo. Por dinero todo el mundo está dispuesto a cualquier cosa.

Carol pensó un momento. En su ritmo de vida, su casa, el caro divorcio. Habría sido capaz su padre, al que tanto despreciaba por su debilidad, por su contentarse con todo… habría podido hacer algo así…

–Incluso hay pagos… a su colegio de las Esclavas de la Purísima, imagino que es donde estudias.

–Donde estudiaba… Ahora me estoy tomando un tiempo… dudando entre varias carreras.

Carol no se sentía culpable. Su padre le había pagado sus caprichos. ¿Y qué? ¿Acaso no los merecía? ¿La naturaleza no le había enviado una señal cuando le había otorgado un físico como el suyo? Pero era rápida de mente. Todo lo que se esforzaba en parecer boba hacia afuera, porque había aprendido que para un pibón como ella resultaba siempre el camino más corto para salirse con la suya, lo tenía de avispada hacia adentro. Se imaginó a su padre perdiendo el trabajo, a su edad, pasándolo mal, él y pasándolo mal ella. Y decidió que tenía que evitarlo.

–No puede hacer eso, señor.

–Pero es mi trabajo, bonita.

Lenta, muy lentamente, Carol bajó el mentón con fingido candor al mismo tiempo que descruzaba las piernas muy, muy despacio:

–Pero seguro que hay algo que yo podría hacer…

Hugo se ajustó las gafas al entrecejo con el dedo corazón y le replicó:

–No hay nada que tú puedas hacer, bonita. Es mi trabajo. Si ocultase algo así me jugaría mi carrera.

–Ya sé que soy una pobre chica que apenas sé nada de la vida… Pero seguro que podría hacer algo para… para complacer a un hombre como usted.

–Pero no podría ocultarlo –dudó él tragando saliva –. Hay que hacer reportes, controles internos…

–Bueno, yo no soy muy lista –y al mismo tiempo volvió a cruzar las piernas, no fuera que él se hubiera perdido algo la primera vez –pero eso es lo que hacen ustedes, los auditores ¿no? Arreglan las cuentas para que todo cuadre… Seguro que usted podría hacerlo en este caso para ayudar a mi padre… un buen hombre con una pobre e inocente hija… –y mientras decía eso empezó a acariciarse uno de los tobillos, como masajeándolo con sus manos, de manera que se inclinaba y el jersey de pico cedía mostrando su frontis en todo su esplendor. Sus senos parecían desbocarse apenas contenidos por un sujetador negro demasiado escueto para la titánica misión encomendada. Se recreó unos segundos para que Hugo pudiese refocilar en el mostrador unos ojos que habían pasado de cansados a saltones como por arte de magia. Luego subió la mano hasta las rodillas y miró a su interlocutor como si fuese un corderito a punto de ser sacrificado.

–Hablas por hablar, criatura. No sabes el trabajo que me daría ocultar algo así… Hay años de fraude. Y no sé qué podrías ofrecerme tú que pudiera interesarme.

–Yo, señor, sólo tengo una duda… si una chica como yo, con tan poca experiencia… Pero mis amigas me dicen que soy guapa.

–Ep, ep, ep… Espera. ¿Qué quieres decir, con… ejem… poca experiencia?

–Sólo he tenido un novio, señor y… acabamos de cortar.

Eso último era casi verdad.

–Pero eso no es conocer poco. Algo harías con él.

–Bueno, es que me da un poco de vergüenza.

Hugo Poblaciones le lanzó un gesto de descaro:

–Yo ya te he contado un secreto de tu familia. Ahora te toca a ti.

Carol fingió que dudaba:

–Bueno, mi novio era un poco torpe… Y no pudo, no supo… –mentira. Ricky la había follado a base de bien. Y desde luego no era su primer novio.

Vio como el auditor tragaba saliva… Casi era suyo.

–Eso, quiere decir… que tú… ¿nunca?

–Bueno, a veces me tocaba –se tapó la cara con las manos, le iba a dar el Oscar a la mejor calentorra– ¡No puedo! ¡me muero de vergüenza!

–Mujer, estamos en confianza.

–Lo que le decía, que a veces me tocaba… ya sabe… ahí abajo… pero era muy torpe y yo casi nunca llegaba. En cambio, él acababa muy rápido.

Hugo se pasó la mano por la nuca… Resoplaba, como un ballena a la que ya ha alcanzado el arpón. Carol tenía claro que estaba a punto de derrumbarse.

–No sé… Carol, te llamabas ¿no?

Dejó el silencio colgando como una duda sobre el aire del despacho. Mientras había ido hablando sus manitas habían ido subiendo de las rodillas hasta su regazo, sobre la minifalda gris, dibujando una especie de cuenco en el lugar justo justo donde se encontraba su sexo.

–Bueno, ya veo que una chica inexperta como yo no puede ofrecerle nada a un ejecutivo agresivo como usted –y se levantó para dirigirse hacia la puerta.

Hugo la sujetó de la muñeca. ¡Había picado!

–Espera, tal vez… –y tiró de ella hacia él… retrocediendo hasta que Hugo Poblaciones quedó sentado sobre la mesa del despacho de su padre.

–Tal vez podrías sacudírmela un poco, como le hacías a tu novio… Para aliviar tensiones… No sé si podría ayudarte, pero algo podríamos rebajar.

Ella había quedado pegada al cuerpo del auditor, entre sus piernas. Dejó que un dedo bajase por su corbata. Muy lento. Y, comprobado, la corbata también era barata. Debía de ser el contable más tacaño de la empresa.

–No sé si sabré, un hombre de mundo… como usted.

–Tú prueba, guapa –la invitó mientras con una mano trajinaba con su bragueta.

–No sé… ¿Le parezco guapa?

–¿Te parece que no me lo parece? –y como argumento colateral exhibió su nabo henchido.

–¡Dios! ¡Es enorme! ¡Mi novio no lo tenía así! –otra puta mentira. Aquel miembro no pasaba de normalito. Ricky la tenía más grande. Pero fue oír aquello y no puede decirse que aquel rabo creciese, pero si palpitó lleno de vida.

–Tú cógelo con tu manita… Y sacúdelo poco a poco.

–¿Lo estoy haciendo bien, señor?–  preguntó ella, como si no supiera que le estaba dando el recital de zambomba de su vida a aquel pobre tipo.

–De maravilla, de maravilla –jadeó el contable al que por fin aquella mañana le estaban saliendo los números.

Mientras ella cimbreaba aquella polla venosa, no muy larga pero de diámetro más que aceptable, las manos de él viajaban hasta debajo del jersey de pico y exploraban los límites entre el diminuto sujetador y sus pezones erectos.

–Señor Poblaciones, que tengo los senos muy sensibles.

–¡Qué senos ni que leches! ¡Unos señores melones! ¡Eso es lo que tienes tú! ¡La virgen!

Ella seguía con sus sacudidas.

–¿Seguro que voy bien? Es que como Ricky se corría tan pronto…

–Dale, dale… ¡Joder!

Siguió un rato más. El tipo cada vez la tenía más dura pero apenas había surgido un poco de líquido preseminal.

–¡No quiero que mi padre nos pille así! ¿Se imagina que entrase en este momento?

–Pues, guapa… Tendrías que hacer algo más.

–Estoy haciendo todo lo que puedo.

–Quizá si probases con la boca…

Carol dejó de cascársela al rijoso contable y se llevó los dedos a unos labios que dibujaron una O entre sorprendida y escandalizada , como si su manita fuese la última defensa de su cavidad bucal.

–¡No! ¡No querrá proponerme eso! ¡Mi novio me lo pidió muchas veces y siempre me negué! –otra falsedad, claro. Si el Ricky salió con ella fue porque ya venía con fama de ser una mamona vocacional. Pero si algo sabía Carol de economía es que sólo se valora lo escaso. Y lo escaso en el mundo actual no eran las golfas, sino las vírgenes.

–Venga, no será tan terrible.

–No pienso hacerlo –se puso digna, cruzó los brazos sobre sus pechos, que ya campaban libres bajo el jersey, desbordando el sujetador sin complejos, con unos pezones que parecían que iban a perforar el punto. Hizo ademán de separarse, pero las piernas cruzadas de él se lo impidieron.

–¿Pero por qué?

–Porque es de guarra. Mi novio me dejó por otra que tenía fama de chuparla. ¡Encima! –mentía de forma compulsiva, dibujando el personaje de casta pero muerta de ganas de  emputecerse sobre la marcha.

–Pero no me puedes dejar así, nena. Y piensa en si vuelve tu padre.

Carol fingió dudar.

–Bueno, lo hago por mi padre. Pero ha de quedar limpio de polvo y paja.

–Te lo juro. No quedará ni rastro. Total, si eran unos problemillas sin importancia.

–Te chupo sólo la puntita –y se inclinó sobre el cipote rozándolo apenas con los labios.

En unos segundos sintió la zarpa en su nuca. Pese a no parecer muy vigoroso, Hugo Poblaciones demostró una fuerza descomunal para presionarle la cabeza y hundirle la polla en su boca. Ella se resistió:

–¡Qué me vas a ahogar! –otra mentira, ella no se abogaba chupando aquella polla ni mucho menos, pero no podía pasar de ingenua virginal y chuparla cual meretriz.

–Chupa, chupa, chupa…

Empezó a subir y bajar, pensando en que ya se apartaría cuando se corriese. Y de repente el que paró fue él.

–¿Pero qué demonios está pasando aquí? –tronó una voz desconocida a su espalda.

II

El tipo cerró la puerta y ella justo llegó a bajarse la falda, que como se había combado para chupársela al contable se le había subido hasta dejar sus braguitas negras transparentes bien a la vista.

El recién llegado era un hombre más mayor, calvo. Pero también delgado. Con gafas de culo de botella. De nuevo, como en el caso de Hugo Poblaciones, el traje no encajaba. Y no porque fuese marrón, que lo era, ni porque pareciese barato, que también; sino porque le iba demasiado grande. Hasta el cuello de la camisa le quedaba demasiado holgado.

–¿Alguien puede explicar esta indecencia?

–Yo, bueno… es… –Hugo Poblaciones intentaba guardar su instrumento pero seguía demasiado erecto para su bragueta.

–Es el día de “trae a tu hija al trabajo” y yo… bueno… Él estaba abusando de mí.

–Bueno, bueno… –el hombre parecía un tanto irritado, empezó a caminar en círculos irradiando autoridad–. Así que es usted la hija de Cardosa.

–Sí, señor. Encantada…

Y le tendió la mano, que se quedó en el aire. El hombre parecía muy enfadado.

–Soy Agapito Talavera. Presidente de esta compañía.

Carol empezó a pensar que ahora sí estaba metida en un lío.

–La verdad, señorita es que sólo puedo expresar tristeza por lo que han visto mis ojos. Aprovechar el día de “Trae a tu hija al trabajo” para algo así…

–Él me obligó, yo no quería… –y mientras tanto se bajaba el rosado suéter, como si quisiera bajárselo para taparse la minifalda, cuando lo que en realidad hacía era mostrar más escote, al tensionar la apertura de pico, resaltando más aquel soberbio par de peras con la que el destino la había bendecido.

–¡Mentira, señor presidente! ¡Ella me provocó!

–Me es igual. Lo que yo he visto, señorita no parecía muy forzado. Se la estaba usted metiendo hasta la campanilla, jovenzuela.

–¡Gracias, me ha salvado! –y corrió a abrazarse hacia él, que sintiese el calor de su cuerpo, el roce de sus tetas, que no pudiese pensar.

Él la apartó con firmeza pero sin brusquedades.

–Señorita, lo siento mucho pero tendré que informar a su padre. Se trata de una falta muy grave.

El cielo le cayó sobre la cabeza. Con eso sí que no contaba. Si la auditoría no mataba a su padre, esa noticia le provocaría un infarto. Tenía que evitarlo como fuera.

–¡No, por favor! ¡No le diga nada a mi padre!

–Ha mancillado algo tan sagrado como el día de “Trae a tu hija al trabajo”. Desde hace años esta jornada inclusiva y feminista ha roto una lanza por la igualdad de las mujeres y marcado la diferencia respecto a las políticas corporativas de nuestra competencia. Para que ahora llegue usted y arrastre todo eso por el fango.

–No, por favor… no se lo diga. ¡Se lo suplico! ¡Haré lo que sea!

–No le crea señor –intervino Hugo–. Es casi virgen. Mucho prometer pero luego nada de meter.

Agapito Talavera levantó una ceja. Mandaba cojones, ella restregándole las tetas contra el cuerpo y era ese comentario sexista del auditor lo que captaba la atención del presidente.

–Tengo poca experiencia, señor presidente. Pero como ya ha visto, lo que me falta de rodaje me sobra de entusiasmo.

–Uhmm, así que virgen… No le creo… Usted, Poblaciones no distinguiría una virgen en el mismísimo portal de Belén.

–¡Pero qué hace? ¿Cómo se atreve? –Carol casi gritó al sentir los dos dedos de aquel hombre maduro y poderoso colándose bajo su minifalda, subiendo por su entrepierna, apartando sus bragas y entrando en su más profunda intimidad. Y todo en unos segundos, sin que pudiese reaccionar.

–¡¡¡¡Noooo!!!! ¡Pare! ¡¡Uauh! ¡Ahhh! ¡Mmmmmm!

Carol se mordió el labio. El maldito cabrón había estado a un tris de hacerla correrse. ¡Menudo cabronazo! Si no llegar a retirar los dedos con la rapidez con la que los había metido la hace llegar al orgasmo sin más dilaciones.

–Pero ¿cómo se atreve? ¡Nadie me había hecho esto nunca! –misma línea de actuación. Mentira tras mentira. ¡Pues no le había metido veces el Ricky hasta cuatro dedazos en el coño! Pero había que salir de esta como fuese.

–¡Por muy presidente que sea no tiene usted derecho a abusar así de mi confianza! ¡Me ha pillado desprevenida!

Talavera se olió los dos dedos.

–Virgen, puede ser, puede ser…

Otro como el Hugo, incapaz de distinguir una naranja de un limón, una virgen de un putón. Los hombres de esta empresas eran puro postureo.

–Vamos a ver de lo que eres capaz, niñita.

–¿Me promete que no le dirá nada a mi padre? –insistió ella con desconfianza pero también poniendo las manos sobre el pecho del presidente, para que quedase claro el regateo pero también la disponibilidad.

–Mis labios estarán sellados, bonita.

Dicho y hecho la llevó de la mano a al otro lado de la mesa del despacho, donde se sentaba su padre. Cuando la tuvo allí la puso contra la mesa y lentamente le sacó el jersey. Carol sintió vergüenza, pero no de aquellas manos, demasiado callosas para un alto directivo, despojándola de sus prendas, sino de sus pechos, que una vez más la avergonzaban, inhiestos, duros como piedras, con unos pezones que parecían cantos rodados. Su lengua sabía mentir pero sus tetas no engañaban a nadie. Podía fingir resistirse pero sus tetas se mostraban deseosas de entregarse. Talavera, más bajito que ella, en parte por sus tacones, hundió su cara en aquellos melones como si fueran un manjar de dioses. Los besaba, los lamía, los mordía, se refrotaba en ellas como si hundiese su rostro en la hierba recién cortada, fresca, saludable, viva.

–Don Agapito, que está usted abusando de mi situación… –se quejaba ella, pero en realidad le dejaba hacer, bamboleando aquel pechumen a derecha y a izquierda para enardecerlo aún más– ¡Qué sólo soy una pobre chica a la que han pillado en un renuncio!

Hugo se había quedado al otro lado, entre la mesa y la puerta. Mirando la escena como embobado.

–Hugo, baja las cortinas –suplicó ella, jadeando, faltándole el aliento–Alguien podría vernos desde las otras torres de oficinas.

Pero el auditor no podía reaccionar. Tal vez seguía teniendo toda la sangre concentrada en un parte del cuerpo y no precisamente en el cerebro.

Como si hubiera cambiado de frecuencia Agapito Talavera desconectó de sus tetas y la empujó sobre la mesa, con los pechos contra el tablero. Desde atrás le bajó las braguitas, defensa ya tan inútil como insuficiente dado su exiguo tamaño. La ceñida minifalda le fue remangada de manera abrupta para convertirla en escueto cinturón. Y con todo el culo al aire se aprestó al asalto por detrás.

–Veamos lo flexible que eres –masculló Talavera. Y empezó a separarle las piernas. Sobre los tacones a la pobre Carol le costaba mantener el equilibro. Pero era perfecto para fingir indefensión mientras alargaba la mano hasta su bolso y sacaba su móvil.

–Hugo, un foto.

El auditor pareció no comprender al principio.

–¡Una foto, joder!

–¡Joder, de eso se trata! –ladraba Talavera desde atrás, maniobrando con una herramienta que por lo que podía sentir, esta sí que era un mango mucho mayor que el Ricky.

Hugo alargó la mano y sacó la foto. Justo cuando disparaba ella enseñó al objetivo un desafiante dedo corazón.

–El móvil. Ahhhh.

Hugo se lo alargó. Mientras Talavera seguía con sus toqueteos y maniobras, cuánto se demoraba ese hombre, ella estaba dando una verdadera lección de multitarea. Casquivana de cintura para abajo y community manager de cintura para arriba. Envió la foto por WhatsApp a Ricky con la sencilla leyenda. “¡Jódete, cabrón! Aquí todo el presidente de una empresa enseñándome lo que es un hombre de verdad.

–¡Ese dedo! –gritó al acabarlo de enviar –¡Que ese no es el agujero!

–Eso te crees tú, listilla. Este sólo ha allanado el camino.

–¡No, eso no es lo que hablamos! –Y esta vez no fingía. Por lo que podía sentir entre sus piernas el tipo gastaba un calibre descomunal y eso por el ano iba a doler y mucho. Intentó escapar. Se agarró a la mesa y tiró hacia delante. Pero no fue sólo la fuerza de su improvisado acosador la que la frenó desde atrás. Fue Hugo que la sujetó por los hombros, le impidió avanzar. Para colmo el muy ladino aprovechó para desenfundar su polla y colocársela en la boca sin miramientos.

–¡No! ¡Joputa! ¡Aumggghfff!

Ya no podía hablar. Tenía la boca llena. Y no sólo era una cuestión de buena de educación. Era imposibilidad fisiológica. Le estaban dando por delante y por detrás.

–Acaba lo que empezaste, zorrita –y de nuevo la sujetó por la nuca. Sin miramientos.

Ahora, donde no había ni urbanidad, ni piedad, ni condescendencia era a popa. El pollón de don Agapito se abrió paso por la estrecha vía y empezó a ganar terreno. Salía un poco pero entraba más. Un movimiento rítmico, salvaje. Si Carol hubiera podido gritar lo hubiese hecho, pero en su estado sólo consiguió aullar. Un aullido sordo. De sorpresa, porque nunca pensó que la cosa iba acabar así. De gozo, porque, oh, Dios, se estaba corriendo, y de qué manera. No sabía si había sido el morbo o el que dos hombres poderosos la estaban usando a su antojo o qué. Pero nunca un orgasmo la había dejado así, en ese ese estado de placentero abandono, las piernas no le aguantaban… Menos mal que don Agapito le sujetaba los muslos justo debajo de sus caderas con sus manos rudas y callosas. A lo mejor era el riesgo de ser descubiertos… No sabía…

Y de repente sí sabía. Porque habían sido descubiertos. Y no, no era excitante. Todo lo contrario. Un tropel de gente entró en el despacho. Las pollas tal como habían entrado salieron pero todo resultaba demasiado evidente. Un mujer con moño y aires de estricta gobernanta mandaba el grupo y unos guardias de seguridad se llevaron a los dos hombres sin más contemplaciones.

–¡No es lo que parece! ¡Es un error! –gritaba Hugo mientras lo arrastraban fuera del despacho, la bragueta todavía sin cerrar.

Si ese era el hombre que tenía que proteger a su padre, todos estaban en un problema. No parecía muy bueno mintiendo.

III

Estaban en otro despacho. En la misma planta pero en otro despacho. Carol se hubiese sentido más cómoda si hubiese encontrado sus bragas. Pero no sabía dónde estaban. Y aunque había recompuesto su aspecto ella se sentía vestida por fuera pero desnuda por dentro. La mujer del moño la miró por encima de sus gafas bifocales.

–¿El presidente, don Agapito, ahora echará a mi padre?

–No es el presidente. Es el bedel. Nosotros le hemos echado a él.

Carol cerró los ojos. El bedel. Pensó en el traje demasiado grande, las manos callosas, el otro traje de Hugo, tan barato…

–Entonces, Hugo…

–Tampoco es ejecutivo. Es el becario de informática. Fue él el que envió el mail de “Traiga su hija al trabajo”. De todos los que picaron la escogieron a usted. Creemos que la seleccionaron cuando la vieron por las cámaras de seguridad. Estaban compinchados con un guardia que también iba a sumarse a la fiesta. Pero nuestra rápida intervención lo ha impedido.

–¿Por qué a mí?

La mujer la miró de arriba a abajo como diciendo: “¿no es obvio?”. Pero no dijo nada. Sólo preguntó:

–¿No hay fotos? ¿No grabaron nada con el móvil?

Carol recordó el whatsapp al Ricky.

–No. No hay fotos.

Ya no venía de una mentira más.

La mujer le tendió unos folios.

–Pues firme aquí, señorita. Lo ha preparado nuestro departamento legal. Su padre nunca sabrá nada y le recomendamos que guarde silencio. Le ingresaremos 100.000 euros en la cuenta que usted nos indique.

Ella releyó los folios por encima y poniendo cara de pena se limitó a decir.

–Esto ha sido muy traumático para mí… A mi edad, tan joven… Mejor que sean 200.000.

La mujer la miró un tanto sorprendida. Dudó un momento.

–Ahora te imprimimos la nueva versión. Sólo espero que dentro de unos años no le fiche algún competidor nuestro.

Dos horas después volvía a casa en el coche de su padre. La falda se le subía un poco, tan corta. Y ella estaba preocupada por que su progenitor notase la ausencia de ropa interior.

–Bueno, siento no haber podido estar contigo. Pero mi trabajo es así, Carol. Me pagan un montón de pasta a cambio de darme por culo sin parar.

–No pasa nada, papá. Y no te preocupes. Eso es lo único que me ha quedado claro.

Su padre se rio.

–Chica lista –y le puso una mano sobre la pierna. No fue nada especial. Pero Carol sintió un estremecimiento, allí sin bragas, en un coche que en cada curva la faldita resbalaba un poco más y sentía su coñito contra los asientos de cuero, todavía mojado por la experiencia del día, con ese hombre que debía protegerla pero no se enteraba de nada y que sólo se dejaba humillar por su exmujer, por su empresa, hasta por el bedel de la compañía… Y sin embargo…

–La verdad, papá es que ha sido un experiencia agotadora en la que me he tenido que entregar mucho más de lo que pensaba.

–Me hubiera gustado verlo, hija.

¿Ese brillo en los ojos de su padre era lo que Carol creía? ¿Había notado que no llevaba bragas? ¿Al final no sería ella como el resto de chicas? ¿Además de con sus tetas, no tendría problemas pendientes con su papi?

–No lo dudo, papá. Estoy segura de que te habría encantado verme así.