Llenando el tanque

Jamás te detengas en una gasolinera de madrugada y medio borracho. A menos que quieras que te llenen el tanque.

Las aceras estaban prácticamente vacías a aquellas horas de la madrugada. Hice un esfuerzo por mantenerme alerta, porque había perdido la cuenta de las cervezas después de la sexta o séptima y había sido prácticamente el ultimo en abandonar la fiesta, bastante bien servido de copas. La línea de separación de los carriles en el asfalto se me borraba de repente, y lo último que necesitaba era partirme la madre en un accidente causado por mi desmesurada forma de beber.

Para colmo de males, la señal roja en el tablero me avisaba que estaba ya a punto de quedarme sin combustible. Bonito momento, pensé tratando de aclararme la vista para buscar el anuncio de alguna gasolinera. Afortunadamente dos calles mas adelante divisé el brillante anuncio verde y di gracias al cielo por mi fortuna.

La gasolinera estaba vacía pero iluminada, así que supuse que el despachador andaría por allí y me estacioné junto a una de las bombas. Estaba en lo cierto, pues un tipo con el uniforme de la gasolinera salió del baño en aquel momento.

Podrías llenarme el tanque? – le dije tratando de hablar sin que se me notara la pastosa voz de borracho, pero sin conseguirlo muy bien que digamos.

Claro, carnal – contestó el tipo sonriendo tranquilamente.

Permanecí en el coche mientras él comenzaba a surtir la gasolina. Con una mano sostenía la manguera y la otra descansaba en su cintura.

Parece que estuvieras meando –le dije de pronto sin detenerme a pensar en mis palabras -y esa manguera tan larga es tu pito – completé como si fuera la mejor broma del mundo y me reí tontamente.

El muchacho me sonrió como si la broma le hubiera encantado.

Pues no tan larga como esta – dijo sacudiendo la manguera del combustible – pero si tengo un buen trozo aquí – dijo agarrándose la entrepierna.

Me quedé repentinamente callado. Bien merecido me lo tenía, pensé cerrando los ojos en un intento de aclararme la mente. Quién me mandaba andar haciendo aquellos chistes tan pendejos.

Y si te pones listo hasta te la enseño – dijo el tipo de pronto como si nada.

Abrí los ojos sin estar seguro de lo que había escuchado. Pero no lo había imaginado, porque el cabrón estaba allí de pie, frente a la ventanilla, agarrándose el paquete frente a mis propios ojos.

Entonces qué, puto – dijo con absoluta calma – te animas?

Me mostraba la gorda silueta de su verga bajo los pantalones azules del uniforme.

Estas pendejo! – reclamé ofendido – lléname el pinche tanque y vete a chingar a tu madre – le grité enojado y manoteando torpemente.

Molesto, metió una mano por la ventanilla y me agarró por las solapas.

Calmado, pinche puto – me advirtió – que tú comenzaste todo.

Resolví que no había forma de salir bien librado en una disputa, así que busqué a tientas la llave para encender el auto y largarme a toda prisa. Adivinando mis pensamientos y mucho más rápido que yo, tomó las llaves y se las echó a la bolsa.

Adónde crees que vas? – dijo entonces.

Dame las llaves, cabrón – le dije con una buena imitación de voz encabronada, aunque en realidad me cagaba de miedo.

Al rato – me dijo abriendo la portezuela a pesar de que yo trataba de impedírselo – luego que te llene el tanque.

Ya no quiero que me lo llenes – le dije mientras ya me sacaba del auto a empujones.

Pero yo sí te lo quiero llenar – dijo tranquilamente jalándome hacia el fondo de la gasolinera.

Me resistí, pataleé, traté de que me quitara las manos de encima, pero las nubes de alcohol hacían lentos mis movimientos y torpes mis intentos por zafarme de sus fuertes manos. Se limitó a arrastrarme hasta una angosta puerta junto a los lavabos, donde me metió sin mayores dificultades. Adentro, una pequeña cama y nada más. Seguramente el lugar le servía para echarse un sueñito de vez en cuando y me empujó sobre la cama. Me senté tratando de mostrar la mayor tranquilidad.

No traigo mucho dinero – le advertí – pero el reloj es bueno.

Quién quiere tu pinche reloj? – dijo de nuevo acariciándose el bulto bajo los pantalones.

Y entonces qué quieres? – pregunté a pesar de ver las claras señales que respondían mi pregunta.

No te hagas pendejo – contestó con tranquilidad abriéndose la bragueta y sacándose el pene – aquí esta la manguera que tanto admiraste.

Me quedé mirando el grueso y oscuro pene, todavía dudando de estar viviendo aquello.

Te juro que no hablaba de esa manguera – le dije con un hilo de voz.

Me vale madres – contestó acercándose – porque ya la tienes enfrente y ahora me la mamas o te atienes a las consecuencias.

No había ventanas ni donde esconderse en la minúscula habitación. Me miraba con ojos fieros, con la verga en la mano y la amenaza flotando entre ambos. Me tomó del cabello y me jaló hacia su entrepierna. Me zafé como pude tratando de golpearlo, y evadió mi puñetazo con suma facilidad. En cambio el suyo me dio justo en el estomago, dejando momentáneamente sin aire. Comencé a boquear desesperado, los pulmones contraídos en busca de aire mientras me doblaba preso del dolor. Él me tomó por los cabellos y metió su gordo traste en mi boca. No lo chupé, me limité a seguir boqueando tratando de aspirar algo de aire por la nariz, porque la boca la tenía sellada por el grosor de su miembro. De cualquier forma no pude evitar sentir el olor de su sexo, con la nariz enterrada en sus negros vellos púbicos y el primitivo y salado sabor de su verga en mis labios.

Déjame respirar – pedí con un hilo de voz sacando su miembro de mi boca.

Él dejó que recuperara el aliento, y mientras lo hacía, su verga acariciaba mis mejillas, rasposas porque no me rasuraba desde las primeras horas de la mañana. Su verga viajó por mi nariz, por mis ojos y por mis orejas, mientras a mí lo único que me importaba era recuperar la respiración. Finalmente lo logré, y él volvió a acercarme su pene a la boca.

No quiero hacerlo – le rogué humildemente, intentando de eso forma calmarlo.

No me importa – dijo amenazante con la verga en la mano, como si fuera un cuchillo – y puedo volver a golpearte sino lo haces - dijo cerrando el puño.

No quería esa sensación de ahogo nuevamente. Me metí la gruesa verga en la boca. La sentí más consistente, mas dura. El sabor y el olor eran los mismos.

Eso, putito – dijo al ver que lo hacía por propia voluntad – yo sabía que te gustaba la verga.

No lo contradije. No tenía ningún caso. Si la mamada me sacaba del problema, pues que remedio, pensé para mí mismo, chupando su verga mientras imaginaba que se trataba de una paleta y no del miembro de otro hombre. Después de varios minutos él comenzó a moverse, utilizando mi boca como si fuera el coño de una mujer, y me limité entonces a mantenerme en mi sitio dejándolo moverse a su antojo. Me preparé para la idea de que se vendría en mi boca, para tratar de estar prevenido cuando sucediera y poder escupir su asqueroso semen. Sin embargo no sucedió. Sacó su verga reluciente y mojada de mi boca y se cerró la bragueta.

Bueno – dijo – te portaste bien después de todo – y me palmeó la cabeza como si fuera un perro.

Ya puedo irme? – pregunté mansamente al ver que ya se abrochaba los pantalones, no pudiendo creer en mi buena suerte y en haberme librado de su semen en mi boca.

Sí – dijo él – pero luego que me hagas otro favorcito.

Me puse tenso inmediatamente.

No te asustes, putito – dijo él con fingida ternura – nada mas quiero que me enseñes tu verga.

Mira quién es el putito, pensé, pero no lo dije en voz alta. Me abrí la bragueta y me saqué el pene, con una media erección que me tomó por sorpresa.

Enséñamelo bien – pidió él señalándome el botón de los pantalones – con todo y huevos.

Me desabroché los pantalones y me los bajé al igual que los calzones hasta las rodillas. Miré al techo algo avergonzado mientras enseñaba mis partes privadas a aquel desconocido. Debí haberlo previsto, pero el alcohol me hacía hacer tantas cosas estúpidas. Se me echó encima, y con los pantalones a las rodillas lo único que pude hacer fue trastabillar hasta la cama, donde caí boca abajo. Muy tarde me di cuenta de su trampa. Ya para entonces lo tenía encima de mí, agarrándome las nalgas sin que al menos pudiera tener la defensa de patalear, pues los pantalones a las rodillas me impedían todo movimiento, como si fueran una cuerda.

Aquí esta lo que querías, putito – dijo sacándose la verga nuevamente y sobándola sobre mis nalgas desnudas.

Me tenía sostenido por los brazos, con todo su peso encima, inmovilizándome. Inútilmente traté de quitármelo de encima. Logró acomodar su grueso trasto entre mis nalgas y sin más lubricante que un poco de saliva me lo metió. El inesperado dolor casi logró sacarme de mi nublada borrachera. Era rojo brillante en medio de la bruma borrosa. Era pulsantemente doloroso y grité de rabia y desesperación.

El bombeo de su cuerpo en mi cuerpo comenzó primero con torpeza. Aun me movía desesperado, y con eso sólo conseguía que las oleadas de dolor volvieran como la marea, frecuentes y borrascosas. Me detuve, inerte como un muñeco y las cosas parecieron calmarse un poco.

Ya lo estas disfrutando, verdad puto? – preguntó el cabrón cínicamente.

No dije nada, cerrados los ojos y el entendimiento, mientras algo muy parecido al placer, aunque básicamente distinto, comenzaba a ocurrir en mi cuerpo. La media erección que me había sorprendido creció hasta alcanzar una dureza vergonzosa e inexplicable. Su verga rasgaba mi ano dolorosamente, pero el dolor se difuminaba en mi cuerpo en calurosas ondas que corrían veloces por otras zonas de mi cuerpo. Comenzó a besarme la nuca, lamiendo mis orejas con una lengua mojada y caliente que me hizo estremecer de una forma alarmante. Sus manos dejaron de sujetar mis brazos para meterse bajo mi pecho buscándome las tetillas, asombrosamente erectas y sensibles en aquel momento. Al pellizcarlas, una ráfaga de placer corrió por mi espina dorsal, y sin quererlo alce las nalgas al encuentro de su siguiente embestida.

Sí – confirmó él – definitivamente te gusta la verga.

Qué podía explicarle, razoné, si yo mismo no lo entendía. El mundo conocido ya no era mi mundo. El universo era aquel minúsculo cuarto perdido en la noche de una vacía gasolinera. Mi cuerpo era su patio de recreo, mis nalgas su juguete, y yo no era sino un agujero mas donde calmar la calentura de una madrugada. Jamás lo volvería a ver, jamás volvería a detener mi coche en su perdida gasolinera, y aunque lo hiciera, el hijo de puta bien podría ya no trabajar allí. Su secreto era mi secreto. Mi cuerpo, liberado y despierto se aferró a ese último pensamiento, cuando ya el placer del dolor era posible y únicamente perseguía la conclusión ineludible y ansiada.

Comenzó a bufar sobre mi espalda, acentuando las embestidas con empujones decididos y feroces. Metí mi mano, ahora libre bajo mi propio cuerpo, encontrando mi verga dura y deseosa también de algún tipo de goce. Comencé a masturbarme, con el tipo encima de mí violándome. Su verga entra en mi cuerpo, pensé con ultimo intento de razón, y el orgasmo llegó en ese preciso instante. Primero el mío. Poco después el de él. Comenzó a venirse con fuertes espasmos.

Ahora sí te estoy llenando el tanque – comentó jadeante y satisfecho junto a mi oído y no se lo discutí.

Dejé la gasolinera como quien sale de una pesadilla. Apenas si habían transcurrido treinta minutos. Tal vez, pensé, me había quedado dormido y todo eso no había sido sino un mal sueño. Miré la aguja del combustible y comprobé que efectivamente el tanque estaba lleno. Seguramente todo aquello no era sino una mala jugada de mi imaginación, decidí de pronto aliviado. Debo dejar de beber de forma tan imprudente, decidí.

Al llegar a mi casa y bajarme del auto sentí una dolorosa punzada en el trasero. Me toqué las nalgas y noté una mancha de humedad justo en el ojo del culo. Me llevé los dedos a la nariz y detecté el inconfundible olor del semen. El tanque lleno, recordé, y comencé a subir las escaleras hacia mi casa con dolorosa dificultad.