Llegar a casa

En cuanto abrí la puerta supe que iba a pasarlo bien. Y no fue por encontrarte arrodillada tras la puerta, con la lengua fuera, aunque llegara tarde y diera la sensación de que llevabas tiempo esperándome así. No.Fue por la forma de besuquearme los zapatos, por tu forma ciega, apasionada, entregada

(Dedicado a la perrita a:cera)

En cuanto abrí la puerta supe que ésa iba a ser una velada especial.

No sé por qué, tal vez fuera uno de esos días importantes para las perras: el mismo día en que recibiste por primera vez mi semen en tu boca, el aniversario del día en que me apeteció que fueras mi esclava o el día mundial del escupitajo en la cara de las furcias. No lo sé, a quién le importa.

Fuera lo que fuera, el caso es que al  momento supe que iba a pasarlo bien. Y no fue por encontrarte arrodillada tras la puerta, con la lengua fuera, aunque llegara tarde y diera la sensación de que llevabas tiempo esperándome así. No.

Tampoco lo supe porque te hubieras preparado a conciencia para tener un aspecto atractivo: con dos coletas altas sujetas con lazos rosas que se desflecaban a los lados de tu cabeza, como las orejas de una perra golden retriever... la blusa de seda cruda anudada sobre tu ombligo, dejando claramente visibles -y accesibles- los pezones, que habías coloreado con el mismo lápiz de labios rosa que decoraba tu boca carnosa... a juego con las medias rosadas que acababan a medio muslo, resaltando aún más la desnudez de tu coño de puta, entregado y ofrecido, que se atisbaba levemente brillante por la anticipación... y al que equilibraba un rabo de perra, bien insertado en tu culo, y que meneabas con torpeza.

No. Fue por la forma de besuquearme los zapatos, por tu forma ciega, apasionada, entregada, de arrojarte a mis pies y lloriquear de pura felicidad, como una perra abandonada a la que acogen de nuevo. Por el sonido chasqueante de tus besos y lametones. Por el ansia de humillarte, de adorarme, de reducirte hasta ser nada, menos que nada, bajo mi presencia.

Por eso supe que sería una velada especial. Aunque tuve mucho cuidado de que nada en mi expresión lo revelara. Sin saludar siquiera, dejé caer al suelo con descuido mi maletín y mi americana y, pasando sobre tu cuerpo postrado, me dirigí tranquilamente a mi butaca favorita, mientras me soltaba los puños de la camisa.

Sobre la butaca, esperaba el periódico. Lo desplegué y comencé a hojearlo, mientras recogías y guardabas mis cosas y te apresurabas a acercarte a mí, de nuevo a cuatro patas y con las zapatillas en la boca. A menos de un metro, sobre una bandejita, descansaba un martini blanco, el vaso aún empañado por el frescor del hielo. Obviamente, no iba a alargar la mano para alcanzarlo, así que chasqueeé los dedos para que tú, sumisa y cabizbaja, me lo ofrecieras sonriendo.

Sin mirarte a la cara, bebí un sorbo, suspiré con satisfacción y continué leyendo el periódico mientras alargaba las piernas. Tú, fiel putita, sabías de sobra lo que significaba eso, de modo que te inclinaste a descalzarme, con sumo cuidado, acariciando mis pies para colocarlos en tu regazo y comenzar a masajearlos dulcemente... Primero con las manos, después con la lengua...

El día había sido largo y caluroso, y mis pies necesitaban realmente tus mimos. Por eso te empleaste a fondo, lamiendo con devoción las plantas y los empeines, los talones y el espacio entre los dedos, acariciando con labios y saliva el tendón de aquiles, succionando cada dedo con los ojos cerrados... No sólo relajabas mis pies, no sólo los limpiabas; también los adorabas, entregada y feliz, gimiendo y ronroneando de vez en cuando, tu grupa en alto, tu coño abierto humedeciéndose.

Arrojé displicente el periódico a un lado, apuré de un trago lo que quedaba de mi bebida y puse fin a mi lavado de pies restregándolos contra tu pelo para secarlos de babas, usándote como felpudo. Tú misma te aplicaste a ello, utilizando tus coletas-oreja de perra para enjuagarme.

Cuando tuve los pies bien secos, y enfundados en las confortables zapatillas, gimoteaste como una perra para pedirme permiso para hablar, tal como te había enseñado, y me suplicaste el privilegio de servirme la cena, si es que me apetecía comer algo en la presencia de una cerda infecta como tú.

Me acomodé en la mesa, que habías dispuesto elegantemente. Para servir mi cena favorita sustituiste la blusa por un exiguo delantal con puntilla y colocaste una ridícula y servil cofia sobre tu cabeza, entre las dos coletas, aunque no te atreviste a sacar la cola de perra de tu ano sin mi permiso.

Te mantuviste en pie, con la cabeza baja y las manos en la espalda, junto a mi silla. Utilicé tu cuerpo, tu vientre y caderas como servilleta. Durante los entrantes, te di la vuelta y, distraídamente, comencé a hurgar dentro de tu coño con mis dedos, mientras seguía comiendo. El rabo de perra me molestaba, así que te lo saqué y lo tiré en una esquina. De este modo, tuve un acceso más cómodo a tu interior, y puede comprobar cómo estabas ya chorreando, puta caliente, tan sólo a base de servir y ser humillada.

Eres una perra tan golfa, una ramera en celo tan obvia, que habías comenzado a lubricarte ya desde el mismo momento en que mi presencia llenó tu cerebro de animal. Y a esas alturas estabas ya encharcada.

Eso me gustó, así que, tras limpiar mis dedos en tu boca y ordenarte que me sirvieras el plato principal, te hice arrodillar bajo la mesa y suplicar que te permitiera tragar mi polla, adorar mi venerado miembro para darme placer, que es la única razón de tu indigna existencia. Sonriendo, te permití que me abrieras la bragueta y comenzaras a lamer, primero los huevos y después la polla.

Con los ojos cerrados, y con total dedicación, te entregaste a adorar mi sexo, lamiendo, besando y chupando, acariciándolo con tus labios, tu lengua y tu boca. Sintiéndote puta y mía, guarra y servil. Sintiéndote viva y en la gloria, a mis pies.

Seguí comiendo, aunque tuve cuidado de dejar parte de la comida en el plato. Luego, me dejé llevar por el placer que me brindaba tu boca, por las succiones, las caricias, los lametazos, hasta que me apeteció ser yo quien se follara tu morro. Sujetándote del pelo, te embestí durante varios minutos llegando al fondo de tu garganta, hasta que sentí que se acercaba el momento de correrme. Entonces me puse en pie y eyaculé sobre los restos de comida que había dejado en el plato, mientras escuchaba tu respiración agitada, tus jadeos, bajo la mesa.

Esperé hasta relajarme de nuevo, me abroché los pantalones y lentamente coloqué el plato con tu cena y tu "regalo" en el suelo, a unos metros de ti. Chasqueé los dedos y te ordené comer. Tú te acercaste a cuatro patas y te agachaste sobre el plato. Con la respiración agitada aún, comenzaste a comer sin utilizar las manos, por supuesto, lamiendo mi semen y tomando la comida como lo que eres, un animal, una perra, una mascota.

Cada vez que te inclinabas levantabas tu trasero, mostrándome tu ano, ligeramente cedido por el plug y tu vagina brillante. Cada cabeceo era un pequeño movimiento oscilante de tu grupa, arriba y abajo, arriba y abajo, mientras te humillabas, comiendo mis sobras en el suelo, mezcladas con mi esperma, convertida en una patética bestia...

Este pensamiento me estimuló, y me acerqué a ti. Pausadamente, comencé a acariciar tu cadera. Noté como te estremecías al sentir mi contacto, y sonreí. Paraste de comer durante medio segundo, pero comer era una orden directa, y no te atreviste a desobedecerla, estás bien domesticada.

Continué acariciándote. La espalda, los muslos, el trasero... jugueteé con los labios vaginales, antes de presionar sobre tu perineo y, finalmente, introduje un dedo en tu culo de furcia. Entró fácilmente, pues el rabo de perra lo había dilatado un poco, así que metí otro dedo. El tercero costó más, y ahogaste un pequeño gemido ahí abajo, en el plato, entre las sobras.

Yo sacaba y metía los dedos, reinterpretando el ritmo que marcabas antes al cabecear. Tú intentabas seguir comiendo, pero ya no podías y finalmente te abandonaste, tu cara sobre el plato, manchándose de salsa... Con la mano libre, te hundí aún más el rostro en la comida, mientras me reía de tí: eres tan zorra y tan guarra que en cuanto un Amo ocupa tu interior pierdes la cabeza, sucia ramera.

Poco a poco tus gemidos iban creciendo. Cuando ya se asemejaban a pequeños chillidos de cerda, saqué mis dedos de tu culo, los limpié en tu pelo y me fui. Mientras salía, te dije que tomaría el postre en el salón, pero que te limpiaras antes, que estabas hecha una puerca. Humillada, postrada aún sobre mi plato, suplicaste mi perdón.

No tardaste mucho en aparecer, caminando de rodillas. Yo ya sabía que lo que traías sobre la bandeja era tarta de chocolate. En uno de tus primeros mensajes ya me dijiste que era tu especialidad, y realmente lo era. Me acomodé y disfrute del dulce sabor, servido sobre tu espalda, como si fueras una mesita. Mi mesita. Mientras saboreaba la tarta, acariciaba con la suave palma de mi mano tu pezón, muy levemente, y rozaba al tiempo tu pecho con las yemas de los dedos. Simplemente porque podía.

Suspiré de satisfacción. Todo estaba siendo perfecto, estaba siendo una velada genial. Tus preparativos, tu servicio, tu sumisión, tus ganas de servirme... Era todo tan perfecto, que decidí premiarte. Follándote.

Tú seguías a cuatro patas, con la bandeja sobre tu lomo, y yo no quise retirarla. Comencé a acariciar de nuevo tu raja, pero estabas excitadísima, ya tan sólo por servirme de mueble.

Olí mis dedos mojados y sentí un intenso aroma a hembra en celo, a guarra hambrienta, y no necesité más para que mi polla se pusiera de nuevo dura como una piedra. Me coloqué detrás de ti, y apoyé el glande sobre tus labios vaginales. Tú diste un respingo y la bandeja aguantó a duras penas... no duraría mucho más.

Cuando empujé, mi miembro entero se deslizó en tu interior con una facilidad asombrosa, y sentí el calor que inundaba tu coño de cerda abrazando mi polla, mientras escuchaba el estrépito del plato y la bandeja cayendo al suelo.

Acaricié tus flancos y tu espalda mientras te follaba, amasé tus tetas y seguí follándote, te di palmadas en el culo y finalmente te agarré del pelo con una mano mientras con la otra rodeaba tu cuerpo a la altura de tu cintura... y seguía follándote y follándote, hasta tenerte gritando, temblando, al borde del orgasmo, ladrando y dando gracias y diciendo estúpidamente "por favor, por favor, por favor"... Hasta que me incliné y susurré en tu oído suave, dulcemente "córrete".

Y lo hiciste, vaya que si lo hiciste... Ruidosamente, casi gritando, retorciéndote desmadejada... Yo saqué mi polla de tu vientre y me corrí también, callado, sonriendo del placer de verte así, sobre tu cuerpo y tu cabeza...

Me senté y esperé a que te calmaras un poco, y a que te volvieras hacia mi, acariciando y besando mis pies mientras musitabas las gracias, una y otra vez... gracias!! El que debería dar gracias era yo... Gracias por poseer una esclava tan sumisa, por una perra que me adora de esa forma tan absoluta, que me sirve en todos mis deseos de una manera tan perfecta, que organiza una velada como esa...

Pero en vez de eso, simplemente, te empujé con desdén para hacerte voltear y coloqué mis pies sobre ti, cómodamente, antes de encender la TV.

Y eso te hizo feliz.

humillator@andylau.net