Llámame mamá (1)
Una mujer incapaz de tener hijos busca trabajo como empleada del hogar, donde conoce a un chico que cambiará su vida...
Antes de todo quiero aclarar que yo nunca he sido una mujer sexualmente muy activa, y a mis 42 años mis relaciones sexuales con mi marido son prácticamente inexistentes. Tuve la “suerte” de encontrar a mi marido muy joven, y como él era unos cuantos años más mayor que yo, ya tenía la vida resuelta y con el dinero que ganaba podía mantenernos perfectamente a los dos, así que yo nunca tuve que trabajar y me quedé toda la vida en casa. Pensé en que al menos podría conformarme con cuidar de los hijos y confiaba en dedicar a ellos mi vida, pero tras intentarlo desesperadamente y follar con mi marido como conejos, el doctor termino comunicándonos que yo era estéril y que nunca podría tener hijos. Mi marido siempre ha sido muy carca y no se por qué estaba en contra de la adopción y tampoco quiso contratar una madre de alquiler.
Así que durante mi juventud llevé una aburrida vida como ama de casa, cocinando y limpiando para mi marido mientras mis únicas aficiones podían ser ver los culebrones y charlar con las marujas de mis vecinas. Veía como mi juventud y mi belleza se esfumaban de la mano, y aunque siempre he sido una mujer bastante guapa cada vez lo sentía menos. Soy una mujer morena, y tengo unos preciosos ojos verdes. No lo digo yo, ojo, es lo que siempre me han dicho. Mido 1.65 y mis caderas se han vuelto un poco anchas últimamente, haciéndome un culo bastante grande. Tengo la piel clara, y unas tetas enormes (una 110), que supongo que fue lo que enamoró a mi marido.
Me aburría tanto que acabe por discutir con mi marido la posibilidad de buscar trabajo fuera de casa. Fue una discusión de varios días bastante acalorada. El muy cabrón decía que lo único para lo que yo valía era para fregar y planchar, y tras una disputa en la que nos echamos toda la mierda de más de veinte años de matrimonio encima, acabo diciéndome que hiciera lo que me saliese de los cojones. Así que empecé a buscar. Pero en una cosa tenía razón: nadie contrataría a una mujer que se ha pasado la vida entre escobas para otra cosa que no fuese el hogar. Así que acepté un empleo trabajando en una casa. El trabajo era básicamente el mismo que hacía en la mía, pero al menos
tenía el orgullo de llevar algo de dinero a casa. Además una de las cosas que me llevó a aceptar aquel trabajo fue que tendría que cuidar de chaval en plena pubertad. El hombre que me contrató había enviudado hacía tiempo, y el pobre chico apenas conocía lo que era una madre. Pensé que podría encariñarme del chico, y tener una especie de experiencia como madre a pesar de que sólo debía estar con él para levantarlo y que fuera a la escuela, y hasta que terminara de comer al llegar del colegio.
Empecé el trabajo con muchísima ilusión, e intenté entablar una buena relación con el chaval. Pero era inútil. No soltaba ni una palabra. Ni una. Era todo lo cariñosa que podía, pero nunca obtenía respuesta. Empecé a pensar que quizás el chico padecía algún tipo de autismo, porque aunque no se relacionaba apenas conmigo en el resto de sus comportamientos parecía normal. Escuchaba música todo el día, jugaba a los videojuegos, estudiaba, etc. Hasta un par de veces encontré algún restillo de semen en sus sábanas o sus calzoncillos al ir a lavarlos (vamos, lo normal a su edad). La única cosa diferente era que su padre no le dejaba utilizar internet sin su presencia, supongo que sería algún tipo de castigo, o tal vez una estrategia educativa. Yo que se. El caso es que el chico seguía sin soltar ni prenda, pero yo le hablaba como si me fuese a dar una contestación. Yo siempre intenté ser lo más cariñosa que pude, incluso le dije que si quería podía llamarme "mamá". Llegó un momento que me cansé y empecé a hablarle como si hablase conmigo misma o con la pared. Como si el chico ni siquiera me estuviese escuchando.
Un día al ir a despertarlo para ir al colegio me llevé mi primera sorpresa. Yo llegaba a su habitación todas las mañanas a las 8 en punto y le levantaba la persiana para que con el ruido y con la luz se fuera despertando. Ese día me había dejado el móvil en casa, y al llevar el reloj de la cocina de los señores, que va un poco adelantado, debí entrar a su cuarto unos 10 minutos antes. Cuando entraron los primeros rayos de luz me encontré con una escandalosa situación. El chaval se estaba cascando una señora paja debajo de la sábana. Yo horrorizada veía un bulto subir y bajar y tocar el techo de la sábana a un ritmo frénetico. Su rostro estaba descompuesto por el placer y sus ojos estaban cerrados. No podía creer que el chaval se estuviese masturbando delante mía y entonces me di cuenta de lo que sucedía. El chico llevaba unos auriculares. Seguramente estaría escuchando música mientras se daba placer mañanero y cerraba los ojos entregado a su corrida casi inminente.
Y entonces llegó. Yo, que había estado observando la escena durante casi un minuto, no pude reprimir un gritito cuando ví su cuerpo convulsionarse y oí el ruido que hizo su semen al impactar contra la sábana. Entonces él si que oyó mi grito y abrió los ojos para encontrarme allí plantada. Se tapó muy deprisa con la sábana mientras se tumbaba de cara a la pared y yo huía de la habitación tapándome la cara por la vergüenza. En fin...
Él se fue al colegio, y cuando volvió yo hice como si no hubiese pasado nada. Pero a su habitual silencio, ahora se le unía el mío, haciendo de la situación realmente incómoda. Intentábamos evitarnos casi todo el tiempo. Pero dentro de la casa no coincidir era prácticamente imposible.
Él ahora se pasaba mucho tiempo recluido en su cuarto, y a veces en el baño, lo que yo achacaba debido a mis últimas experiencias a que el chaval se pasaba el día tocándose. Yo no era nadie para tener una charla con él, y mis instintos de madre habían desaparecido hacia él al haberle visto pelándosela como un mono. Decidí pasar de él y dedicarme exclusivamente a las tareas del hogar, pero me fue imposible...
Unos días después del incidente me hallaba haciendo las tareas del hogar. Yo me había quitado el sostén, pues estaba sola en casa y me encontraba más cómoda así, pero al terminarlas se me olvido ponérmelo otra vez y cuando el chico llegó yo todavía llevaba los pechos sueltos bajo el vestido. Se sentó a la mesa y le empecé a servir un plato de lentejas, pero al hacerlo debí agacharme tanto que dejé todo mi escote a su vista, pezones incluidos. El chico se puso rojo y se quedó mirando embobado mientras yo hacía como si no me diese cuenta para no hacer más violenta la situación, pero el no apartaba la vista, así que acabé cambiando de postura. Cuando me alejaba para dejar la olla en el fregadero, pude ver cómo se frotaba por encima del pantalón de chándal. Me quedé helada. No obstante, me fui de la cocina, me senté en el sofá del salón intentando evitar más situaciones incómodas y me puse una telenovela. Pero al poco rato caí dormida...
Debía de estar ya en mi quinto sueño cuando comenzce a notar una sensación muy agradable... Me recorría una calentura por todo el cuerpo, y yo estaba poniéndome cachonda en sueños. Restregaba mis piernas de puro gusto mientras sentía una caricia en un pecho...
Pero de repente reaccioné y abrí los ojos. Ante mí tenía la cabeza enorme de una polla y una mano que la estrujaba al ritmo de una frenética paja. Pude reaccionar lo justo para incorporarme en el sofá antes de que el chaval se corriese sobre mi escote, manchándome el vestido y la teta que él mismo me había sacado para sobarla.
No me lo podía creer. Se había cascado una paja mientras me sobaba y se había corrido encima mía, todo sin que yo me hubiese dado cuenta. Él se quedó allí de pie, todavía agarrado su monstruosa polla que goteaba restos de semen. No sabía como reaccionar, quería haberle gritado, pero no me salía la voz y corrí a encerrarme en el baño. Me sente en la taza y me llevé las manos a la cabeza intentando no llorar, pero en esa posición me llegaba el olor a semen que desprendía mi pecho y mi vestido. Joder, no se por qué pero tenía los pezones tiesos y estaba ligeramente cachonda a pesar de la situación. Me quité el vestido y empecé a limpiar las manchas de leche que me había dejado porque no podía llegar así a casa, y me juré que no volvería a entrar a esa casa nunca más.
Cuando llegué a casa no podía dejar de pensar lo que me había pasado aquella tarde. Debería haber llamado a su padre y contarle lo que había pasado, pero no sabía como decirle que su hijo se me había corrido en las tetas mientras me echaba la siesta, así que no me atreví a llamar.
Ya en la cama con mi marido no podía dejar de pensar en la paja que se habían hecho en mi honor. Pero ahora no sólo pensaba en la vergüenza que había pasado, ahora empezaban a aflorar en mi otra serie de pensamientos. Estando tumbada boca arriba en la cama venía a mi mente la imagen de ese glande rojo y cabezón que había aparecido a escasos centimetros de mis ojos. También me venía a la memoria el olor a semen que desprendían mis tetas en el baño, y me preguntaba que sabor tendría... Dios, me avergonzaba de lo cachonda que me estaba poniendo. Hasta mis pezones se habían puesto tiesos otra vez. Tanto, que cuando mi marido se removió en la cama y fue a abrazarme rozó sin querer uno de ellos y gemí.
-Cariño, veo que tienes ganas de guerra...
Comenzó darme besos en el cuello y a magrearme el vientre por encima del camisón, para ir subiendo hasta mis tetas. Mi marido estaba de medio lado, pegado a mi y sobandome con un baboso pervertido, seguramente debido a que había llegado algo borracho de ver el fútbol en el bar. Subió una mano hasta mi pezón y lo pellizcó por encima del camisón, haciéndome gemir y arquear la espalda.
-Joder, pues si que te he pillado con ganas hoy...
Me sacó una teta del camisón y la agarró sobándola en círculos, la misma teta que el chaval me había agarrado esa tarde. Eso me puso a mil, y derivó a que en mi cabeza volviera a aparecer la imagen de esa cabeza gorda y roja, imaginándome lo que sería tener semejante rabo en mi boca. Metí varios dedos en mi boca, imaginando que eran aquella polla gorda que me había vuelto loca, mientras mi marido me sobaba desquiciado, pensando que mis gemidos y mi excitación venían de su magreo. Se sacó la suya ya empalmada por encima del pantalón y me la restregó por la pierna. Yo pensé: “Ay cariño, ojalá fuera como la suya...”
De pronto se bajó de la cama y se puso frente a mí, me cogió de las piernas y me dio un tirón para acercarme a él. Me separó las piernas, y agarrándolas por las rodillas me metió una fuerte estocada directa a mi sexo. Yo gemí y me mordí el labio, y el aprovechó para echar su peso sobre mi y agarrarme las tetas. Empezó a follarme rápido, metiendo su polla con fuerza dentro de mi. Pero yo quería más, y gimiendo con sus manos exprimiendo mis tetas le pedí que me la metiera más adentro. Se puso mis piernas en los hombros y sin soltar mi tetas se tumbó sobre mi dejándome doblada. Me la metía hasta los huevos, haciéndolos chocar contra mis nalgas. Pero yo todavía quería más, y no paraba de recrearme en la idea de sentir una polla como la del chaval partiéndome en dos.
-Dios que puta estás hoy. Esto no lo voy a desaprovechar. Ponte a cuatro patas.
Iba a quejarme cuando recordé que yo estaba fantaseando con la polla de otro tío, y que tampoco estaba como para ponerme digna ahora. Además, casi nunca cambiabamos de la postura del misionero, y esa idea me ponía muy cachonda. Así que me puse en cuatro patas como una perra y abrí bien las piernas mientras meneaba mi culito arriba y abajo. Mi marido me agarró de las caderas y con fuerza volvió a penetrarme. Me follaba con ganas, haciendo chocar con fuerza su pubis contra mi culo, hundiéndomela hasta el fondo. Estaba dándome tan fuerte que pronto termino por correrse dentro.
Siempre lo hacía ahí, puesto que soy esteril. Pero esta vez me había puesto especialmente cachonda... Imaginaba que era el semen del chico el que me inundaba el coñito, y eso me ponía a mil. No me importó no haberme corrido, había sido una experiencia increible. Rebañé la leche que tenía en mi chochito y me la restregué por las tetas sin que mi marido se diera cuenta. Decidí esperar a que se durmiera para masturbarme yo sola pensando en aquella polla.
Y aquí estoy, metiéndome los deditos con muchas ganas, y pensando, que igual mañana si que vuelvo a esa casa. Total, son sólo cosas de chicos.