Llámame.

Daniel y Mati están separados por cuestiones de trabajo. Su extrañamiento mutuo les hace descubrir el sexo telefónico.

La música sonaba suavemente en la radio del coche. Era un cantante francés, si bien Mati no prestaba demasiada atención, estaba más por atender a dar la vuelta en el sitio correcto… casi siempre se metía por la bocacalle que no era y tenía que dar toda la vuelta a la manzana. Como cuando vivía sola, iba y venía siempre en autobús y con Daniel era prácticamente siempre él quien conducía, no estaba acostumbrada. Suspiró al pensar en Daniel, pero no se permitió distraerse. La tercera… ¡ahí! Eso es, perfecto, hoy había entrado en su calle a la primera. Ya podía relajarse, así que subió un poquito la música y hasta canturreó ligeramente. No es que estuviese precisamente eufórica, pero tenía motivo para alegrarse dentro de su tristeza, porque pronto oiría su voz.

Daniel y ella estaban separados. Le habían mandado a una gestión nada menos que a Canarias, una inspección contable con vistas a una futura fusión de empresa. No iba a ser mucho tiempo, apenas un mes, ya sólo quedaban tres semanas, y, como Mati no había podido ir de ninguna manera, luego les habían prometido el puente, que caía justo después. El puente entero, y a los dos, había fiesta el lunes, el miércoles y el jueves, de modo que tendrían toda la semana… contando el fin de semana anterior, nueve días. Nueve maravillosos días para ellos solitos. En un principio, Daniel, para compensarla, le propuso aprovechar el puente para hacer algún viajecito, pero Mati se negó en redondo. "No te enfades, pero después de un mes sin ti, no querré ver a nadie más que a ti. No quiero ninguna ciudad, lo único que querré ver más allá de ti, será el techo de nuestra casa". Daniel había sonreído y confesado que él sin duda se sentiría igual. Ni siquiera pudo ir a despedirle al aeropuerto, aquélla fría mañana de final de verano habían tenido que decirse adiós en el portal, mientras los compañeros venían a recogerle y ella se iba a la oficina. Qué triste se había sentido… Él también, le dijo aquélla tarde cuando le llamó. "Al menos, anoche, pudimos despedirnos a conciencia…", le recordó pícaramente, y el sonido de la risa de Mati atravesó más de novecientos quilómetros para acariciar los oídos de su novio.

Mientras dejaba el coche en el parking del edificio y subía en el ascensor, Mati se abrazó al bolso con una sonrisa soñadora. Aquélla noche había sido memorable. Apenas habían dormido y luego tuvo sueño todo el día y se acostó temprano la noche siguiente, pero había valido la pena, y tanto que sí. Daniel siempre tenía esa mezcla, deliciosa y perfecta, de salvajismo y ternura, de dulzura y sexo duro, pero aquélla noche, estuvo realmente sembrado… La campanita del ascensor la sacó de sus pensamientos, estaba en el octavo, su piso.

Entró en casa, el suave olor al jazmín que usaba para perfumar le dio la bienvenida, pero por debajo de ese olor, se notaba el olor de Daniel… colonia suave, desodorante fuerte bajo el que se notaba un cierto tono áspero por el sudor, y el jabón de la espuma de afeitar, y un decidido toque cálido, casi animal, algo que olía como a humo de barbacoa, a leña quemada… un olor que abrazaba. Mati sabía que la mezcla de olores componían a Daniel, pero era sobre todo aquél olor caliente el que más le gustaba. Era el que le inundaba la nariz cuando le abrazaba desnudo en la cama, se notaba sobre todo en el pecho, y era más potente cerca de las zonas del sudor, las axilas, el cuello, la entrepierna... Era el olor que aspiraba en su pelo cuando él le apoyaba la cabeza en los pechos. Era un olor terriblemente sexual y afrodisíaco, pero también familiar, agradable, que transmitía cariño y seguridad. Era erotismo, pero era amor. Era todo lo que ella quería.

Era increíble que después de una semana sin él, ventilando y limpiando todos los días, aún persistiese el olor y tan vivamente, pero a Mati le encantaba que siguiera allí, aunque doliera un poco, porque era como si Daniel fuera a aparecer en cualquier momento. Mientras pensaba en aquello, se desnudó y se preparó un té. Todavía faltaba casi media hora para que pudiera llamarle, hoy le tocaba a ella. Lo cierto es que no le gustaba nada hablar por teléfono, le parecía frío e impersonal, detestaba no ver la cara de la otra persona… pero qué remedio quedaba si no. La empresa no pagaba las llamadas personales que se hicieran desde el hotel y a tal efecto, llevaba un estricto control de los números a los que se llamaba desde las habitaciones, por eso Daniel llamaba desde su móvil, y para no gastar demasiado, se turnaban. Por otra parte, al estar fuera, el móvil de Daniel era de empresa y ésta, harta de empleados que colaban en las facturas llamadas a números X y aprovechaban la coyuntura para llamar hasta a su primo lejano de Chichicastenango no pagaba facturas de más allá de cien euros mensuales.

"Hay que reconocer que algo si hay de bueno en que no esté Daniel…" Pensó Mati sirviéndose su té. Lo decía porque estaba en bragas. A pesar de ser inicio de Otoño, esa tarde aún hacía calor, y un calor espantoso, y a ella siempre le había gustado ir desnuda por casa, o sólo con bragas, y eso con Daniel en el mismo cuarto, era imposible. Deliciosamente imposible, pensó sonriente. A Daniel le daría un infarto si la viese andar desnuda por casa como si tal cosa y se lanzaría a por ella como un potro furioso. No es que a ella le importara, pero… bueno, de vez en cuando, le gustaba poder pasearse en bragas sólo por comodidad, sin pensar que podía estar poniendo a nadie malo.

Saboreó lentamente el té con pétalos de rosas, era uno de sus preferidos; según la etiqueta era afrodisíaco, pero Mati lo tomaba más por su delicioso y delicado sabor que por sus supuestos efectos sobre el aumento del deseo, que en su caso, estaba ya más que elevado en la normalidad. Miró el reloj. Sí, según la hora de diferencia, ya podía llamarle, pero decidió hacerse esperar un poco. Así Daniel podría ponerse cómodo y darse incluso una duchita si le apetecía, y mientras ella lavó la taza y puso en adobo el filete para la cena. Después de un ratito de hacer tiempo, se dirigió al dormitorio donde tenía el bolso, sacó el móvil y marcó el número de su novio. Casi ni sonó.

-¿Mati? ¿Ha pasado algo? Ya estaba a punto de llamarte yo…

-No, Daniel, no ha pasado nada - sonrió y se dejó caer sobre la cama; siempre hablaba desde el dormitorio, su móvil no era de los más modernos y era donde cogía mejor cobertura – sólo dejé un poco de tiempo para asegurarme que llegabas y te ponías cómodo.

-Mi comodidad es oírte y lo sabes… - la voz de Daniel sonaba cariñosa y triste – No me he quitado ni el traje, sólo los zapatos, lo primero que quiero antes de desnudarme, antes de nada, es oír tu voz.

-Eres un cielo. ¿Cómo va todo por ahí, por cierto?

-Aburrido, cansado, agotado… estamos trabajando a destajo. Sólo hay una hora de diferencia y yo lo noto como si fueran doce, y no te creas que soy el único, a Mendieta también le pasa. Y… lo mismo a partir de mañana, tengo que llamarte más tarde. Están viendo que aquí hay trabajo para más gente, pero no piensan mandar ni a un repartidor de pizzas, así que tendremos que hacer más horas…

-¿Eso significa que no podré llamarte ya a las seis… que tendremos que esperar más?

-Me temo que sí, ratón. En cualquier caso, nos han asegurado que como muy tarde a las nueve (las nueve de aquí, digo), nos soltarían, así que sobre las nueve y media, ya podríamos hablar… Lo malo que no sería tanto como ahora, porque como nos hacen levantar a las cinco… - Un silencio contestó a Daniel – Mati, piensa que apenas quedan tres semanas ya, y luego tendremos nueve días para nosotros. Y pienso llevarte a un hotel, un hotel estupendo donde no tendremos que salir de la cama más que para ir al baño, ya verás. El primer finde, lo pasamos allí, y luego en casita, teléfono desconectado, una barricada en la puerta, y nadie entra ni sale aunque se queme la finca. Palabra. ¿Estás enfadada…?

-Sí. Con la empresa. –Esta vez el silencio procedió de Daniel - ¡Estoy harta! ¡Mendieta se ha llevado a su mujer, y otros han hecho lo mismo! ¿Por qué no podía ir yo también? ¡No es justo!

-Lo sé… a mí también me jode, la verdad – Daniel estaba muy molesto, él sólo decía tacos cuando estaba realmente enfadado o dolido - ¿No les vale que vivamos juntos para saber que somos pareja? ¿Tiene que ser obligatorio casarse para entender que quieres a una persona y no quieres estar un puto mes separado de ella? Esta es la última vez que nos hacen esta jugarreta, si hay que casarse, nos casamos y punto, ya está. ¿No te parece?

Se oyó la risita de Mati.

-Buen intento, vaquero.

-¿No ha colado? – sonrió él.

-Ni de lejos. – Mati tenía un miedo espantoso al matrimonio, más que cualquier hombre que Daniel hubiera conocido, motivo por el que habían tenido alguna que otra discrepancia, pues él insistía que ese miedo, no era más que un residuo de sus ganas de huir, de cuando se escapaba de entre sus brazos o le echaba de casa. El casarse, lo veía como el atarse definitivamente, el eliminar cualquier posibilidad de eclipsarse… mientras no estuvieran casados, ella siempre podía desaparecer cualquier día, y suprimir eso la aterraba. Mati se defendía diciendo que si realmente quisiera escapar, ya lo habría hecho y para ella tenía más mérito quedarse sin que fuera necesario, que hacerlo estando poco menos que obligada a ello, pero la mayor parte de la verdad, estaba de lado de Daniel: la horrorizaba el compromiso, la idea de la entrega incondicional, el concepto de atarse a una persona. Había visto a su madre soportar las infidelidades de su padre porque "estaba casada con él y había que aceptarlo en pro de la unidad familiar"; había visto a su ex novio poner por las nubes a su madre porque aguantó las borracheras y palizas de su padre durante toda su vida por los mismos motivos… y aunque sabía a ciencia cierta que Daniel no era como su padre ni como el de su ex, no por ello tenía menos miedo y se negaba tajantemente a una boda. Daniel lo sabía y prefería no insistir, al menos de momento.

-Bueno, ¿y tú, qué tal?

-Pues, literalmente, en bragas.

-¿Qué? – Mati se dio cuenta un poco tarde de lo que acababa de decir. No sabía por qué se le había escapado, era poner burro a Daniel a lo tonto, pero ya no podía desdecirse.

-Eeeh… bueno, hacía calor, y… No me apeteció ponerme la ropa de estar en casa, que está recién salida de la secadora, y ardiendo, así que, preferí quedarme sólo en bragas.

-Mmmh, Mati, ¿por qué me dices esas cosas?

-Porque te gusta oírlas.

-Claro que me gusta, pero no cuando estamos a más de novecientos quilómetros el uno del otro… Bueno, olvida eso, la verdad es que me gusta oírlas esté donde esté. ¿Estás en la cama?

-Sí.

-¿Sentada o tumbada?

-Tumbada. Boca arriba, antes estaba boca abajo, apoyada en el cojín, pero ya me estaban molestando los codos y me he dado la vuelta.

-Te ha temblado un poquito la voz. – lo cierto es que la de Daniel también titubeó ligeramente. Cuando estaba excitado, su voz se ponía muy ronca, muy grave, tanto que no parecía ni la suya. Pero cuando sólo estaba tontito, contentillo, entonces a veces tartamudeaba un poco. – Seguro que estás un poco roja. No mucho, sólo un poco por la cara. Cuando empezamos a salir, me di cuenta de eso muy pronto. La primera vez lo noté, y la segunda ya estaba claro… cuando deseas a una persona, cuando te excitas… te sonrojas ligeramente. Hay que estar cerca para notarlo, pero si uno se fija, lo ve enseguida. Tenías sobre todo tres señales, no te dabas cuenta, pero a veces, cuando querías que estuviéramos juntos… bueno, cuando querías hacerlo conmigo, te abrazabas. Tenía que andar listo a las señales, porque después te escapabas, y no quería pensar encima que a lo mejor te había forzado. Pero no había duda de que querías cuando te abrazabas. Todavía lo haces, te acaricias los brazos, y el izquierdo lo dejas en la cintura, el derecho lo subes al hombro y apoyas allí la cara, y a veces aprietas las manos o se te escapa un suspirito. Estabas tan guapa cuando te veía así, era como si tu cuerpo me rogara "abrázame, Daniel"… no podía resistirme. Lo tercero que te pasaba, es que a veces temblabas un poco. Las manos y las rodillas sobre todo, y las juntabas para que no se notara el temblor. Y cuando te pasaba todo a la vez… Me parecía que hasta olía las feromonas, roja, abrazada a ti misma y temblorosa, Mati, parecías un cachorrito desamparado… Como la noche antes de venir para acá, hacías todo a la vez… entre eso y pensar que no te iba a ver en un mes, no pude parar. Cada vez que acababa o te hacía acabar, estaba más agotado, pero te miraba y otra vez estabas dando las tres señales, y tenía que seguir, como fuera, no podía resistirlo, con la lengua, con las manos… con lo que pudiera, pero tenía que darte más.

-Mmmh… me gusta tu voz, Daniel… me gusta cuando me hablas… - la voz de Mati dejaba lugar a muy pocas dudas, Daniel casi la oía gemir y el pensar en lo que podría estar haciendo junto con todo lo que había recordado, le estaba haciendo que se quedase rápidamente sin sitio en el pantalón.

-Dime qué estás haciendo – pidió él. – cuéntamelo.

-Me has pillado - contestó con vocecita vergonzosa - Me estoy acariciando… me hago cosquillas por encima de las bragas, mmmh… es muy agradable… me encanta ese cosquilleo, me hace tener ganas, me hace sentir bien… - Mati tenía que parar frecuentemente para tomar aire.

-¿…Qué bragas llevas?

Mati sonrió. No eran precisamente una prenda sexy.

-Las de algodón rosa… las que tú llamas "bragas de cuello vuelto". – La risa de Daniel le acarició los oídos, eran las bragas menos eróticas que pudiera imaginarse, llegaban más arriba del ombligo, tapaban absolutamente todo y más, eran redondas, de un color rosa pálido apagado sin ninguna gracia, y en suma, recordaban más a una faja que a unas bragas como tales. El equivalente femenino a unos sosos slips blancos y una camiseta de tirantes metida por dentro.

-No sé ni cómo sientes algo acariciándote por encima de eso. – sonrió él – ¡son una coraza! Serán comodísimas, no te digo que no, pero son feas con avaricia, están llenas de costuras, y tienen un espesor como el de una compresa de hospital… cuando te toco a través de ellas, apenas puedo notar el calor que desprendes… y ahora mismo, ellas están más cerca de ti que yo… ¡las odio!

-Si quieres, me las quito… - atacó Mati, y a Daniel le dieron un temblor las rodillas. Esto le estaba excitando mucho, muchísimo más de lo que él suponía. La verdad era que nunca había hecho sexo teléfonico, sólo una vez, siendo adolescente, se había atrevido a llamar a un número erótico por curiosidad, pero cuando vio que no era una grabación, que tenía que hablar, temió que su voz delatase su juventud y colgó rápidamente. Lo cierto es que pensar en Mati, tan lejos, pero tan cerca, era una tortura deliciosa… Habían empezado sin querer, pero no era momento para parar ahora.

-…Sí. Quítatelas. – Una risita traviesa, y un sonido de roce de tela contra piel, y Mati contestó.

-Las he dejado en mi tobillo, quería seguir cuanto antes – dijo, muy bajito, como si temiera que alguien la fuese a oír. – Creo que tienes razón en lo de las señales, debo tener ganas. Estoy mojadita… Mmmmh… me gusta cuando me acaricio, mi botón resbala…

Daniel se había aflojado la corbata y dos botones de la camisa, lo necesitaba para respirar. Sin darse mucha cuenta de lo que hacía, había empezado a acariciarse el bulto del pantalón.

-Dime… ¿Te… te masturbas mucho ahora que yo no estoy? – preguntó.

-Pues… depende de lo que llames mucho. Más o menos, día sí, día no.

-Mati, tú no me echas de menos – se lamentó en broma él – Yo necesito hacerlo todas las noches, todas, si no, no consigo dormir, porque no puedo dejar de pensar en ti, y aún así sueño contigo y me levanto empalmado. A-a veces tengo que hacerlo antes de salir al trabajo… No, no te rías, no tiene gracia.

-Pues a mí me la hace, me gusta que tengas tantas ganas… quiero que las conserves para cuando vuelvas…

-¿Alguna vez has tenido queja?

-Nunca… ¡ah! Mmmmh…. Danieeel… acaríciate conmigo ahora…

Él estuvo a punto de dejarse el teléfono en el hombro mientras se desabrochaba el pantalón, pero se lo pensó mejor; acercó el aparato a su entrepierna y se quitó el cinturón con una sola mano. El tintineo de la hebilla y el siseo de la cremallera hicieron gemir audiblemente a Mati "Qué sonido más duulce…" la oyó suspirar mientras liberaba su polla del encierro de tela. Estaba enhiesta y supurante. "Mi Mati, ojalá estuvieras aquí", se lamentó mientras se abrazaba el miembro con la mano y empezaba a acariciarse, apretándose.

-Haaah…

-¿Lo estás haciendo, Daniel? ¿Te estás tocando? – preguntó ella, con voz entrecortada.

-Sí…

-¿Qué sientes?

-Calor… y placer… ¡mmmh! Cosquillas, y deseo.

-Yo he tenido que meterme un dedo, no… no aguantaba más, mmmmh… puedo sentir mi interior, estoy empapada… mi rajita está muy caliente por dentro… oooh… es… como rugosa al principio, pero suave, muuuuuuuuuy suave… mi dedo se desliza… más adentro parece que esté lisa del todo, mmmmmh…

-Haaah… Mati, si sigues diciéndome esas cosas… no… no sólo me voy a correr como un verraco… sino que voy a pedir la baja de la empresa, sólo para tomar un avión y poder tirarme sobre ti… sin parar, hasta que nos muramos de hambre…

Mati se estremecía sacando y metiendo lentamente el dedo de su interior, haciéndolo muy despacio para gozar más tiempo y torturarse un poco. Daniel temblaba de la cabeza a los pies, sus caderas daban golpes para encontrarse con el hueco de la mano con la que se acariciaba sin parar. Él también hubiera querido hacerlo más lentamente, pero su cuerpo pedía a gritos el alivio, y eso que hacía menos de veinticuatro horas de la última vez, pero la vocecita de Mati, la conversación que estaban teniendo, superaba toda su resistencia.

-Córrete si quieres, mi vidaaah… - suspiró ella – No te cortes por mí, que yo lo estoy haciendo lentitoooh… mmmh… como me lo hiciste tú, ¿recuerdas? Que yo te pedía "más, más…", pero tú hacías círculos en mi perlita todo lo despacio que podías, bien lento, hasta que noté que me iba llegando, muy despacio… haaaaaaaah… pude… pude notar cómo aumentaba la fuerza, mmmmh… la intensidad del placer, subiendo poco a poco… aaaaay, Daniel, la que se corre, soy yoooo….

-Adelante, hazlo… Yo estoy casi ya… me estoy centrando en la punta… no puedo aguantar más… me gusta tanto esta sensación… siento la presión… en la base… el picorcito que me sube desde las corvas, se centra en la base de mi polla… me hace querer estallar… aaah, Mati, qué bonita estabas cuando te acaricié así, tan despacio… me pareció que lo saboreabas tan ricamente…

-Lo hicee… fue… fue muy dulce… haaah… mis dedos quieren aceleraaaar…

-Lo repetiré… mmmh… te-tengo que acabar, Mati, no puedo más… me está viniendo…. ¡me… mee…mmmmh!

-¡A mí también….! Me viene… calor… en olas… ¡haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah….!

-¡Mmmmmmmmmmmh…. Aaaaffffffh….!

-¡Haah … mmmmh! Mmmmmmmmmmmmh….

Mati siguió gimiendo durante algunos segundos más, mientras Daniel ya directamente jadeaba, recobrando la respiración. Los dos sonrieron, satisfechos. Mati estaba empapada en sudor, aún con su dedo corazón dentro de su rajita y el índice sobre el clítoris palpitante, disfrutando de los dulces espasmos que prolongaban la sensación de intenso bienestar. Daniel se dio cuenta que se había tumbado en la cama, y no recordaba cuando; tenía los calzoncillos húmedos y chorreantes, la entrepierna empapada de semen, manchas en la camisa, y su miembro aún se agitaba dulcemente entre sus dedos que lo exprimían por completo, regalándole deliciosas ráfagas de placer.

-Daniel…

-Dime, ratón. – jadeó él.

-Aún se te oye cansado… - sonrió y Daniel estuvo a punto de soltar la carcajada - ¿Podemos… podemos hacer esto otra vez… cuando me llames mañana?

-Hecho… pero con una condición: El día que vuelva, el 22… para recordar esto, quiero que lleves esas bragas de cuello vuelto. Las… las voy a hacer trizas. Ellas tienen la culpa de que esté hecho un asco, de que me haya manchado la ropa de esperma, y de que la ducha que tengo que darme ahora, tiene que ser fría, porque esto no quiere bajar, y yo estoy demasiado cansado para darme otra vez…

-Creía que tenías que esperar como diez minutos entre polvo y polvo…

-Eso creía yo también, pero parece que después de una semana y un día de estar separados, esto ha empezado a pensar por su cuenta.

Mati sonrió con picardía.

-Más te vale que lo siga haciendo para cuando vuelvas.

-Para cuando vuelva, te va a parecer que estás soñando. – Daniel no lo sabía aún, pero lo decía totalmente en serio.