Listos para despegar

Terri y charlie un amor por las alturas

Listos para despegar

DS Bauden

—Última llamada para los pasajeros del vuelo 1901 con destino Ottawa, Canadá. Por favor, embarquen por la puerta H8. Última llamada para los pasajeros del vuelo 1901 con destino Ottawa, Canadá. Por favor, embarquen por la puerta H8. Gracias por volar con Amscray Airlines.

Dios, sé que me está siguiendo. Llevo ya veinte minutos notando su mirada. Supongo que esto es lo que se siente cuando te acechan. Pues permitidme que os diga que no es una sensación agradable. Estoy que no me llega la camisa al cuerpo. No sé si de verdad me está mirando a mí o a otra persona. No es más que una impresión, pero bueno. ¿Puedo denunciar una impresión? Lo dudo.

He llegado demasiado pronto. Llevo más de una hora sentada en esta maldita sala de embarque. Debería aprender a leer de una vez estos malditos billetes. ¿Cuándo estamos en otra zona horaria, cuando el avión aterriza o cuando despega? ¡Mierda!

Éste es el primer viaje de negocios de mi vida. Estoy nerviosísima. La última vez que estuve en un avión tenía ocho años y me dirigía a Disney World con mi familia. Jo, eso fue hace más de veinte años. Sé que para cuando aterricemos en Houston, habré vomitado por lo menos dos veces.

Ahí está otra vez. Está sentada al otro lado de la sala de embarque. ¡Joder, mírala! Ese pelo oscuro que le cae por los anchos hombros. Las largas piernas enfundadas en vaqueros estiradas con los pies calzados con botas cruzados por los tobillos. Lleva una cazadora de cuero negra encima de una camiseta blanca. ¡Y esas gafas de sol que lleva puestas no engañan a nadie! ¿Qué se cree que está ocultando? No me puedo creer lo arrogante que es.

Tiene las manos recogidas entre los muslos. Juraría que se acaba de tocar. Y encima está sonriendo. Creo que esta vez me sonríe a mí sin duda.

¿Por qué no puedo respirar?

Dios, es guapísima.

Oigo cómo me late el corazón desbocado dentro del pecho. Calma. A lo mejor si no le hago ni caso, se marcha o se pone a incordiar a otra persona. Cogeré mi libro y me pondré a leer hasta que empiecen a embarcar mi vuelo. Espero que capte la indirecta y se largue.

Dios, que se largue. ¿Por favor?

Vale, todavía queda más de una hora para embarcar. Cuando consiga embarcar, ya no tendré que pensar en ella.

Mierda, llevo veinte minutos leyendo las mismas dos frases. Esto no va bien. Ya van tres veces que me tengo que secar el sudor de la frente. A lo mejor me levanto y paseo un poco, tal vez encuentre una tienda de regalos. Tengo que hacer algo. Se ha quitado las gafas de sol y siento el ardor de su mirada. No puedo seguir sentada aquí: me está desquiciando por completo.

¡Oh, Dios mío, se ha ido! Ya no está en su asiento. ¿Dónde ha ido? No me está poniendo las cosas nada fáciles. Ya estoy bastante nerviosa sin tener encima que preocuparme de que me esté siguiendo.

Hice un intento disimulado de examinar la sala de embarque y no la vi por ninguna parte.

—¿Me estás buscando? —me murmuró al oído una voz grave por detrás.

Solté un chillidito y volví la cabeza de golpe para encontrarme con los ojos más bonitos que había visto en mi vida.

—¿Q... mm... qué? —dije medio ahogada.

—Estabas buscándome, ¿verdad? —preguntó de nuevo con aire chulo.

—¡Por supuesto que no! —dije indignada—. ¡Ni siquiera te conozco! —Esperé que el rubor de mi cara no me traicionara.

—No, pero te gustaría, ¿verdad...? —Hizo una pausa, mirando la etiqueta de mi equipaje de mano—. ¿Terri?

Tragué audiblemente al oír cómo ronroneaba mi nombre. Ahora me sentía más nerviosa que antes, si es que eso era posible.

Abrí la boca, intentando decir algo. Por desgracia, no me salió nada.

—Eso me parecía. No suelo equivocarme —dijo, con una sonrisa burlona, increíblemente segura de sí misma.

—Creo que me confundes con otra persona —balbuceé.

—Oh, yo creo que no. Creo que te conozco mejor de lo que te conoces tú misma. ¿No es cierto, Terri? —volvió a susurrarme la desconocida al oído, provocando escalofríos por todo mi cuerpo traicionero.

—Mira. —Tragué saliva—. No sé de dónde has salido, ¡pero más vale que te largues antes de que llame a seguridad! —dije, apretando los dientes. No los apretaba de rabia, sino de frustración y excitación.

Maldita sea.

—Está bien, Terri, te voy a decir una cosa. Cuando pienses en mi oferta y te des cuenta de que ya es demasiado tarde cuando no me encuentres, no digas que no lo he intentado. Que tengas un buen vuelo —me dijo al oído y se metió el lóbulo en la boca antes de apartarse.

No sé si gemí en voz alta o me contuve, pero la expresión de su cara me dijo que ella también lo había oído. Me quedé mirándola mientras se adentraba contoneándose en la masa de gente del aeropuerto hasta que desapareció.

Solté un suspiro y me hundí en la silla. Noté muchos ojos clavados en mí mientras intentaba que se me normalizara el pulso. Nunca hasta ahora me había sentido expuesta. Oh, esa mujer... esa mujer... Dios, ¿acababa de cometer un inmenso error?

Era guapísima.

¡Y me deseaba!

Joder. Así se hace, Terri.

Creo que debería ir al cuarto de baño y tratar de lavarme la cara y su recuerdo.

Avancé por el ruidoso pasillo y encontré el servicio de señoras. Metí mi equipaje de mano con ruedas en el servicio conmigo y lo apoyé en la pared del fondo, justo fuera del cubículo que iba a usar. Cuando salí, fui al lavabo para lavarme las manos y de repente volví a notar que me miraban. Sentí que se me elevaba la temperatura, pues sabía muy bien quién me estaba observando.

—Vaya, vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? —La desconocida se rió por lo bajo—. Sabía que me estabas siguiendo.

—¡No es cierto! He entrado aquí como todo el mundo. ¡Acabo de usar el servicio! —Noté que el corazón se me aceleraba diez veces por encima de lo normal.

Tenía que largarse y deprisa. Yo empezaba a perder el control de mis sentidos. ¡Su olor me estaba volviendo loca! ¿Era su perfume o eran sus feromonas? ¡No lo quiero saber!

—¿Qué pasa, Terri? Pareces un poco sofocada. —Sonrió con sorna.

—¿Qué dices? ¡No estoy sofocada! Aquí hace calor —farfullé.

—Oh, ¿entonces tú también lo notas? A mí también me parece que hace bastante calor. Deberíamos decírselo a alguien, ¿no crees?

—¡Te estás burlando de mí! —exclamé.

—Al contrario, estoy de acuerdo contigo. Yo también pienso que aquí hace calor, pero no creo que tenga nada que ver con el edificio. ¿Y tú?

No pude hacer nada más que quedarme contemplando su arrogancia.

Se colocó silenciosamente detrás de mí y noté que mi cuerpo quería apoyarse en el suyo.

¡NO!

—Percibo tu lucha, Terri —ronroneó—. Déjate ir. Te prometo que no te haré daño. De hecho, te garantizo que me rogarás que no pare. —Me puso delicadamente las manos en los hombros y yo no podría habérselas apartado ni aunque hubiera querido.

No quería.

Sus manos iniciaron un lento masaje de los músculos de mis hombros y sentí que se me caía la cabeza a un lado.

Traidora.

—¿Lo ves? Sólo necesitas relajarte un poco. Estás tensa como una serpiente de cascabel —me susurró al oído.

Su voz era una canción de sirena para mi cuerpo. Estaba a su merced y lo sabía.

Y ella también lo sabía.

Noté que me apartaba la chaqueta de los hombros mientras continuaba su tranquilo examen de mi cuerpo.

—¿Te gusta volar? —preguntó mi misteriosa desconocida.

—Nn... no, la verdad. La mera idea me pone muy nerviosa —reconocí tontamente.

Dios, qué manos tiene.

—Volar es un subidón increíble —ronroneó al tiempo que yo me dejaba arrastrar a un cubículo grande.

¡Dios, mátame ahora! ¡No me puedo creer lo excitada que estoy! No me puedo creer que esté dejando que una total desconocida me vaya a hacer de todo. ¡Oh, a la mierda, me da igual!

—Primero te acomodas en tu asiento y te abrochas el cinturón de seguridad. —Me quitó el cinturón de los vaqueros y lo colgó por encima de la pared del cubículo.

Se colocó delante de mí y me miró intensamente. Casi me derretí con su mirada. Sólo había visto ese tono de azul en el centro de una llama. Sus dedos encontraron los botones de mis 501 y los fueron desabrochando despacio uno a uno al tiempo que ella no dejaba de mirarme directamente a los ojos.

Me quité los zapatos y sentí que primero una pierna y luego la otra se liberaban del estorbo llamado vaqueros. Sus ojos se clavaban en mí al inclinarse hacia mi cara. Sus dedos bajaron delicadamente por mi cuerpo y me quitaron las bragas mojadas. Se irguió despacio, arañándome ligeramente la piel de las piernas con las uñas al subir.

Se me cortó la respiración al sentir que su boca se pegaba a mi cuello. La oí gemir silenciosamente mientras mordisqueaba la piel ardiente que encontró allí.

¡Oh, Dios!

Sentí que se me contraían los dedos de los pies como respuesta a sus atenciones. No sabía qué hacer con las manos mientras su lengua saboreaba mi garganta y se acercaba peligrosamente a mi barbilla y mi boca.

Quería agarrarle la cara y besarla hasta hacerle perder el sentido, pero no quería que cesara ninguna de las sensaciones. Mantuve las manos apretadas con fuerza a los costados. Debió de notar mi dilema, porque sus manos me acariciaron los brazos, deslizándose hacia mis puños. Me cogió la mano derecha delicadamente, se la llevó a los labios y la besó tiernamente hasta que abrí el puño. Repitió lo mismo con mi otra mano.

La mujer alta llevó mis propias manos a los botones de mi camisa y me ayudó a desabrocharlos. Una vez abiertos todos, me di cuenta de que estaba de pie casi desnuda, en un cubículo, en un cuarto de baño del aeropuerto, siendo devorada por la mujer más sexy que había visto en mi vida.

¡Tenía que estar soñando!

El mordisco que sentí en el pezón me devolvió a mi increíble realidad. Solté un bufido de placer y ella tuvo la amabilidad de repetir la acción con mi otro pecho. Se apartó y me echó una sonrisa depredadora.

Se inclinó despacio y me besó dulcemente en los labios. Sentí que el fuego iba en aumento dentro de las dos. Su lengua salió para reunirse con la mía y no tardaron en hacerse amigas. Nos acariciamos oralmente durante varios minutos y luego se echó hacia atrás ligeramente para chuparme los lóbulos de las orejas.

—Luego te reclinas bien en tu asiento y aprietas con firmeza el brazo del asiento con los dedos hasta que ves que los nudillos casi se te han puesto blancos —dijo con voz ronca, descargando rayos de electricidad entre los empapados pliegues de mi piel sensible.

Volar... está hablando de volar.

El resto de mi ropa desapareció, dejándome expuesta y vulnerable ante ella. Sus manos cogieron las mías y las levantaron, poniéndome una en cada pared del cubículo.

—Tu mente te dice que te agarres con fuerza y tus manos obedecen ese ruego silencioso —dijo la desconocida, mirándome a los ojos, buscando una señal por mi parte que le dijera que comprendía lo que se esperaba de mí.

Lo comprendía. Esto de volar me estaba empezando a gustar mucho.

Me agarré con fuerza a las paredes del estrecho cubículo y me preparé para cualquier cosa que mi enigmática amante tuviera planeada.

Sus labios encontraron mis pezones desnudos y se pusieron a chuparlos con energía. Su lengua acariciaba mis pezones, excitándome como nunca me habían excitado. Mis caderas empezaron a girar y empujar hacia delante, deseosas de pegarse a ella. Se acercó más a mí para responder a mi ruego sin voz. Me mordisqueó y chupó los pechos mientras sus dedos bajaban por mi cuerpo hacia el lugar donde más quería sentirla.

Me penetró con un dedo al tiempo que me acariciaba el clítoris con el pulgar. ¡Mi cuerpo estalló en llamas! Nunca en mi vida había sentido un poder tal que emanara de nadie como el que sentía que emanaba de esta mujer asombrosa. Me tenía controlada desde el principio. Mi aliento salía despedido en cortos jadeos y me agarraba a las paredes con firmeza.

Dejó de atender a mis pechos y noté que su cuerpo iba bajando. Sentí su aliento sobre mi piel ardiente y mi cuerpo nunca había deseado nada tanto como ahora deseaba eso. Deseaba sentir su lengua sobre mí, saboreándome, penetrándome... tomándome.

Me cogió un muslo y se lo colocó encima del hombro. Me agarré a la pared con más fuerza para mantener el equilibrio.

—Sientes que el avión se mueve debajo de ti, ganando velocidad a medida que se va acercando al final de la pista —dijo al tiempo que se colocaba mi otra pierna encima del otro hombro. Crucé los tobillos a su espalda y tomé una inmensa bocanada de aire que necesitaba urgentemente.

Oh, sí, llévame ahí.

Su lengua empezó a acariciarme ligeramente al principio y gemí en voz alta como respuesta. Noté que sus manos me agarraban el culo y me sujetó con fuerza al tiempo que se levantaba, subiéndome con ella. Mis piernas se aferraron por instinto a sus hombros y sentí que su lengua me acariciaba el clítoris una y otra vez. Las sensaciones me estaban cegando. Me sentí caer hasta que volví a oír su voz.

—Cada vez más deprisa, vas ganando velocidad hasta que estás lista para despegar —murmuró y entonces me penetró con la lengua. Mi humedad alcanzó niveles históricos cuando me acercó muchísimo a ella para chuparme el clítoris. Me rozó con los dientes y agitó la lengua cada vez más rápido hasta que supe que había llegado al punto sin retorno.

—¡Oh, Dios! ¡No pares! —exclamé.

Ella sabía que estaba a punto y la oí gemir en mi piel mojada. Sentí el comienzo del cosquilleo y cerré los ojos con fuerza para evitar la luz fluorescente que me daba en la cara. Meneé las caderas deprisa y me agarré a ella como una lapa mientras los temblores me sacudían con violencia. Grité de placer, ante la consternación de otras viajeras desprevenidas que salían del cuarto de baño.

—Hemos despegado —gruñó y volvió a penetrarme con fuerza.

Era implacable.

No dejó de moverse hasta que mi segundo orgasmo me provocó un calambre en las piernas. Le rogué que me bajara y ella obedeció amablemente mi ruego.

—Uaau... —suspiré, dejando caer la cabeza sobre su hombro.

—Tranquila, cielo, tranquila. Respira hondo y despacio. Eso es, yo te sostengo —me arrulló al oído mientras mi cuerpo intentaba recordar cómo sostenerse en pie.

Su abrazo me llenaba de un calor y una ternura que llevaba toda la vida anhelando.

—Ha sido increíble —suspiré apoyada en ella.

—Sí, cierto. Ya te lo dije. —Se rió por lo bajo.

—¿Qué me dijiste? —pregunté, separándome de ella.

Los ojos le brillaban risueños.

—Pues dos cosas, en realidad. Primero, te dije que me rogarías que no parara.

Noté que me enrojecía al oír su comentario.

—Qué guapa te pones cuando te sonrojas así —dijo, acariciándome la mejilla.

—¿Qué era lo segundo? —dije, recuperando la voz.

—Te dije que volar era un subidón. —Sonrió con aire burlón.

—Ya, pues si esto es volar, ¡ahora mismo reservo billetes para toda la vida! —exclamé, haciendo que mi amante anónima se echara a reír.

Me ayudó a vestirme y con despreocupación, bueno, con toda la despreocupación posible, salimos del cubículo y, por fortuna, nos encontramos la estancia vacía. Se me debió de notar el alivio en la cara.

—¿Contenta de que estemos solas? —preguntó.

—Sí —suspiré—. Aunque creo que hemos tenido algunos testigos. Por suerte, no se han quedado para el bis. —Me eché a reír sin poder remediarlo. Luego la miré sin dar crédito—. ¿Haces esto a menudo?

—¿El qué? —sonrió.

—Llevarte a mujeres inocentes a los cuartos de baño de los aeropuertos y aprovecharte de ellas. Eso —la desafié con un matiz de humor en el tono.

—Bueno, para empezar, inocente tú no eres, señorita Terri. —Abrí la boca y me llevé la mano al pecho, fingiendo estar ofendida—. Pero en respuesta a tu pregunta, normalmente antes de volar suelo tomar medidas personalmente, ya sabes, para relajarme y estar a gusto. Suele ser un vuelo en solitario, pero tener copiloto es mucho más satisfactorio —dijo sonriendo.

—Ah, ya veo. Bueno, ahora estoy mucho más relajada, así que yo también debería darte las gracias. —Sonreí cortada.

Comprobamos nuestro aspecto y miré el reloj y supe que se acercaba la hora de embarcar.

—De nada, Terri.

Cogí mi equipaje de mano y ella cogió el suyo y salimos del cuarto de baño.

—Bueno, ¿y dónde vas? —preguntó.

—Voy a Houston por negocios. Es mi primer viaje de negocios de verdad. Estoy bastante emocionada —dije, sin querer que terminara el tiempo que tenía para estar con ella.

—Houston está estupendo en esta época del año, te encantará —me aseguró.

—Pasajeros del vuelo 0704 con destino Houston, embarque dentro de quince minutos por la puerta G12. Pasajeros del vuelo directo 0704 con destino Houston, embarque dentro de quince minutos. Gracias por volar con Amscray Airlines.

—Bueno, tengo que prepararme y parece que vas a embarcar pronto —dijo con una sonrisa.

—Sí, eso parece —respondí—. Oye, mm, ya sé que ahora no importa, pero ¿puedo preguntarte cómo te llamas?

Dios, me sentía como una puta barata. Empecé a bajar la cabeza al instante, al empezar a asimilar lo que acababa de hacer. Noté que sus dedos me levantaban la barbilla hasta que me encontré cara a cara con esos preciosos ojos azules que no tardarían en perseguirme a todas horas.

—Me llamo Charlie. —Alcanzó algo al otro lado de su equipaje—. Pero puedes llamarme capitana —terminó, colocándose la gorra de piloto en la cabeza.

Se me pusieron los ojos como platos ante esta revelación.

—¿Tú vas a pilotar mi avión hasta Houston? —exclamé.

Asintió.

—Parece que voy a volver a ser tu piloto. Te puedo asegurar que este vuelo no va a ser ni mucho menos tan divertido, pero puedo compensarte cuando aterricemos en Texas. —Me echó esa sonrisa burlona y sexy y a mí me empezó a hervir la sangre al comprender lo que quería decir.

—Tienes una cita. —Me acerqué a ella y la besé ligeramente en los labios.

Ella miró los rostros asombrados que nos rodeaban.

—Oh, cómo me voy a divertir contigo —gruñó, dándome una palmadita en el trasero. Me devolvió el beso y corrió a ponerse el uniforme.

Me la quedé mirando cuando corría a la puerta para embarcar en el avión con los asistentes de vuelo. Captó mi mirada y me guiñó el ojo en el momento en que pasaba por la puerta.

Dios, ¿en qué me he metido?

Oh, Houston, ya lo creo que tenemos un problema.

Empecé a bajar la cabeza al instante, al empezar a asimilar lo que acababa de hacer. Noté que sus dedos me levantaban la barbilla hasta que me encontré cara a cara con esos preciosos ojos azules que no tardarían en perseguirme a todas horas.

—Me llamo Charlie. —Alcanzó algo al otro lado de su equipaje—. Pero puedes llamarme capitana —terminó, colocándose la gorra de piloto en la cabeza.

Se me pusieron los ojos como platos ante esta revelación.

—¿Tú vas a pilotar mi avión hasta Houston? —exclamé.

Asintió.

—Parece que voy a volver a ser tu piloto. Te puedo asegurar que este vuelo no va a ser ni mucho menos tan divertido, pero puedo compensarte cuando aterricemos en Texas. —Me echó esa sonrisa burlona y sexy y a mí me empezó a hervir la sangre al comprender lo que quería decir.

—Tienes una cita. —Me acerqué a ella y la besé ligeramente en los labios.

Ella miró los rostros asombrados que nos rodeaban.

—Oh, cómo me voy a divertir contigo —gruñó, dándome una palmadita en el trasero. Me devolvió el beso y corrió a ponerse el uniforme.

Me quedé mirando cuando corría a la puerta para embarcar en el avión con los asistentes de vuelo. Captó mi mirada y me guiñó el ojo en el momento en que pasaba por la puerta.

Dios, ¿en qué me he metido?

Oh, Houston, ya lo creo que tenemos un problema.

Había pasado más de un año y seguía sin saber nada de Charlie. Cuando mi vuelo aterrizó en Houston hacía ya tantos meses, no hubo manera de encontrarla por ninguna parte. Supongo que un revolcón conmigo le bastó. Me quedaría corta si dijera que aquello fue un mazazo para mi psique.

Después de aquel encuentro sexual en el cuarto de baño, no había vuelto a tener relaciones sexuales con nadie. Sí, había tenido oportunidades, pero no conseguía animarme. Charlie me había dejado hecha polvo, emocional y sexualmente.

¡Maldita sea!

Había tenido discusiones internas con ella cientos de veces. Casi a diario intentaba imaginar lo que le diría si nos volviéramos a encontrar cara a cara. La cosa ya era ridícula: lo sabía y todos los que me rodeaban lo sabían. Aunque nunca mencionaba a la persona que me había roto el corazón, la gente daba por supuesto que había sufrido una mala ruptura. ¿Cómo podía decirles que para tener una ruptura primero hacía falta tener una relación?

Los amigos que se preocupaban por mí me sacaban a cenar o me invitaban para que conociera gente nueva. Nada podía compararse nunca a mi encuentro con Charlie.

Charlie.

¡Maldita sea!

Hoy era el Día de San Valentín, un día para los amantes. Jessica, otra mujer lesbiana del trabajo, iba a hacer una fiesta para todas las que estábamos "solteras". Dijo:

—Venga, Terri, todas estamos en el mismo barco. Vente a mi casa, pásalo bien y olvídate de tus problemas.

¿He mencionado cuánto detestaba el Día de los Enamorados? Yo sólo quería quedarme en casa y dormir hasta que empezara el nuevo día, pero ahí estaba, de camino a casa de Jessica para celebrar que estaba soltera. Jo, chica.

Al detenerme en su camino de entrada, reconocí algunos coches del aparcamiento del trabajo.

—Vaya, parece que voy a tener mucha gente con la que beber esta noche para olvidar mis penas, ¿eh? —dije en voz alta, quitando las llaves del contacto.

Salí del coche y subí despacio por el camino hasta la puerta principal, donde llamé al timbre. Me estaba mordisqueando la mejilla por dentro y me pegué un susto cuando Jessica, medio borracha, abrió bruscamente la puerta.

—¡Eh, nena! ¡Has venido! ¡Pasa! —Jessica se tambaleó y me metió en la casa de un tirón.

—Hola, Jess. No me hace falta preguntarte cómo estás —dije con una sonrisa burlona.

—¡Qué va, estoy genial! Pasa, deja que te ponga una copa —dijo, agarrándome del brazo y llevándome al cuarto de estar.

Casi todas sus amigas estaban sentadas en el sofá y otras sillas diseminadas por la habitación. Algunas estaban alrededor de la mesa de la cocina, entregadas a una especie de juego con bebida. De repente, me sentí como si estuviera de nuevo en la universidad jugando a las prendas. Y perdiendo. Ese juego nunca se me dio bien. Me asombra que consiguiera aprender algo en la universidad.

Al notar una mano en el hombro, me volví y vi a un par de mujeres del trabajo, Jamie y Wendy.

—Hola, chicas. ¿Cómo estáis? —pregunté con mi tono más alegre y decidido.

—Estupendamente, Ter. ¿Qué tal estás esta noche? —preguntó Jamie, bebiendo un sorbo de su vaso.

—Muy bien. ¿Qué tienes ahí? —pregunté, mirando su vaso de plástico.

—Zumo de la selva —replicó alegremente.

Sí, la universidad de nuevo. Ahora no me cabía la menor duda.

—¿Lo ha hecho Jess? —pregunté riendo.

—No, una de sus amigas. ¿No es preciosa? —preguntó Wendy, señalando la espalda de una mujer que hizo que se me parara el corazón.

Tragando con gran dificultad y con los ojos desorbitados, esperé a que la mujer de pelo oscuro se diera la vuelta. Al oír que alguien la llamaba, Tina se volvió y sonrió. No era ella... No era ella. Gracias a Dios.

—¿Terri? ¿Te pasa algo? Parece que has visto un fantasma —preguntó Wendy amablemente.

Respirando hondo varias veces para calmarme el corazón desbocado, meneé la cabeza y contesté:

—Sí, lo siento. Es que se parece a alguien que hace tiempo que no veo y me he llevado un susto.

—¿Una antigua novia? —preguntó.

—Algo así —contesté con más aspereza de la que pretendía.

Si un encuentro sexual en un cuarto de baño del aeropuerto se podía considerar tener una antigua novia.

—Siento oír eso, Terri. Ya sabes, si te sirve de algo... es ella la que debería lamentar que se acabara. Eres un partidazo —dijo, guiñándome el ojo, y se alejó seguida de Jamie.

Sintiéndome algo mejor, me volví y vi que Jessica venía hacia mí con una copa en la mano.

—Toma, cielo, bébete esto. Te curará todos tus males... y más —dijo, riéndose de su propio chiste.

Al oler el líquido que había en el vaso, sonreí reconociendo el contenido: zumo de arándanos con vodka, mi copa preferida. Bebí un buen trago y sentí cómo me calentaba las entrañas estupendamente.

—Mm... gracias, Jess.

—De nada. Dentro de nada vamos a jugar a "Jamás en la vida". Deberías jugar. Si quieres pillarte un pedo, es la oportunidad perfecta.

—¿Jamás en la vida? —pregunté, pues no recordaba ese juego.

—Sí, es como cuando alguien dice, "Jamás en la vida he practicado el sexo en un coche". Y entonces todos los que sí han practicado el sexo en un coche beben un trago. ¡Va a ser divertidísimo, venga!

Riendo al ver el entusiasmo de mi amiga, asentí y acepté jugar más tarde.

—Dime cuándo empieza.

—De acuerdo —dijo y regresó a la cocina para ponerse otra copa.

Al cabo de una hora y varios vodkas con zumo de arándanos, me senté pesadamente en el sofá con un pedo muy agradable. Observaba a la gente ir y venir, charlaba con algunas borrachas, pero realmente lo estaba pasando bastante bien. Jessica me presentó a una mujer que se llamaba Becky y que estoy segura de que se había bebido una caja de cervezas entera ella sola. Estaba dormida como un tronco a mi lado, babeando alegremente entre ronquido y ronquido. De vez en cuando, soltaba un hipo y se le formaba una pompita entre los labios. Esto me hizo muchísima gracia y llamé a otras persona para vinieran a verlo. En estos momentos, no había que esforzarse mucho para mantenerme entretenida.

Busqué a Jessica y la vi hablando animadamente con una mujer que yo no conocía. Haciendo un esfuerzo para levantarme, me alejé de mi roncante compañera de sofá y me acerqué a mi amiga.

—Eh, Jess. ¿Cuándo va a empezar ese juego?

—¡Hola! Pues vamos a empezar ya. Estaba esperando a que llegara una amiga mía, pero parece que no va a venir. Venga, pilla silla.

Hice lo que me decía y me senté a su lado. Vi que otras mujeres se rellenaban las copas antes de sentarse alrededor de la mesa.

—Vale, Jess, es tu casa. Empieza tú —propuso una pequeña pelirroja.

—Bien. Mm... vale, ya lo tengo. Jamas en la vida me han chupado los dedos de los pies —dijo y bebió un trago, indicando que sí se lo habían hecho.

La mayoría de la mesa bebió un trago, lo cual provocó risas generales. La siguiente era una servidora. No tenía ni idea de qué decir. ¿Qué había hecho yo que nadie más hubiera hecho?

—Vale, esperad que piense un momento... mm... —farfullé nerviosa y por fin recordé un episodio de mi juventud—. Jamás en la vida he practicado el sexo en un parque encima de una mesa de merienda.

Al ver las miradas desorbitadas de algunas, me eché a reír y bebí alegremente un trago de mi copa. Sola.

—Ooh, ¿nadie más? ¡Caray, soy una leyenda! —dije riendo y agitando el puño en el aire.

—Sí, ya, en sueños. Sigue, Wendy, que al paso que vamos no le va a caber la cabeza en la habitación —bromeó Jessica.

—Estás celosa —le susurré, ganándome un ligero manotazo en el muslo.

—Muy bien. Vale, jamás en la vida he dado azotes a nadie ni me han dado azotes y me ha gustado —dijo y se bebió el resto de su copa. Una mujer se atragantó con la suya, pero bebió disimuladamente. Yo no pude participar en esa ronda. No me gustaba que me dieran azotes. Pero al parecer, a medida que se alargaban los segundos, resultó que estaba en minoría. Sobre gustos... es lo que siempre he dicho.

Tras pasar un rato haciendo alardes y bebiendo con mis nuevas amigas, miré a mi alrededor y me di cuenta de que éramos las únicas que quedábamos en casa de Jessica. Supongo que las demás ya habían tenido suficiente fiesta por una noche. Aunque sólo fuera eso, Jessica tenía razón: me estaba divirtiendo y no estaba pensando en formas de estrangular a Charlie. El mero hecho de estar pasándolo bien con gente conocida y gente nueva me estaba sentando de maravilla.

Al mirar el reloj, vi que eran cerca de las once. Faltaban ochenta minutos para sobrevivir a otro Día de los Enamorados. Por mí, que terminara lo antes posible. Un codazo me llevó de vuelta al juego.

—Gracias, Jess —murmuré, tratando de secarme la bebida que me acababa de tirar en los pantalones. Debía de estar emborrachándome, normalmente me habría dado un ataque después de que alguien me manchara la ropa.

Arándanos con caqui, no era la combinación que mejor me sentaba.

—Te toca, cariño —dijo Jess con cierta dificultad.

—Vale, bueno, algunas ya habéis dicho cosas que podría decir yo, así que dejad que piense —dije, intentando dar con algo fuerte—. Mmm... muy bien, señoras, a ver qué os parece —dije, echando una mirada aviesa a los ojos interrogantes que me miraban—. Jamás en la vida...

—He practicado el sexo en el cuarto de baño de un aeropuerto —terminó la voz aterciopelada detrás de mí, cortándome la respiración. Sólo había una mujer que tuviera esa voz.

Y estaba detrás de mí.

Todas las miradas estaban posadas en mí mientras yo luchaba valientemente por controlar mis emociones. No se oía ni una mosca en el silencio absoluto que reinaba en la habitación. Antes de darme cuenta de lo que estaba pasando, la rabia acabó con toda mi capacidad de raciocinio. Me levanté, me volví y me enfrenté al demonio que había torturado mis sueños durante tantos meses. Con un rápido movimiento de muñeca, le tiré el resto de la copa a la cara.

—Creo que te toca a ti beber —dije entre dientes y crucé la cocina y me dirigí a la puerta de entrada.

—¡Terri, espera! —exclamó Charlie, que corrió detrás de mí y aprisionó mi cuerpo contra la puerta con el suyo.

—¿Qué demonios haces aquí, Charlie? —dije jadeante.

—Jessica es amiga mía. Me dijo que ibas a estar aquí —susurró, rozándome la oreja con sus labios húmedos y provocándome todo tipo de descargas por el cuerpo.

¡Maldita sea!

—¡Aparta! ¡Me quiero ir! —dije, tratando de apartarme de ella en vano—. ¿De qué la conoces?

—Fuimos juntas al colegio. Cuando vi las etiquetas de tu equipaje, supe que trabajabais para la misma empresa. Le pregunté si te conocía y me dijo que sí. No le he dicho nada de lo nuestro.

Resoplé con desprecio ante eso.

—¿Lo nuestro? Nunca ha habido nada parecido a "lo nuestro", Charlie. Tú te aseguraste de ello al dejarme plantada en Houston.

Su cuerpo se apartó de mí y me volví entre sus brazos, pegando la espalda a la puerta. Al mirar a esos preciosos ojos, me pareció ver una expresión de tristeza en ellos. En cuanto me planteé la posibilidad, desapareció. Se puso a secarse los restos de la bebida de la cara.

—Siento lo de Houston.

—Sí, yo también —repliqué sarcásticamente—. ¡Ahora apártate de mí!

Esto no estaba saliendo como en todas las fantasías que me había imaginado.

¡Maldita sea!

Cuando trataba de encontrar el picaporte de la puerta, puso su mano sobre la mía.

—Pero no siento lo que ocurrió en ese cuarto de baño, Terri. En absoluto.

—¡Seguro que no! —le solté—. ¿Qué puede tener de desagradable follarse a una desconocida en un cuarto de baño público? Seguro que tus amigos pilotos disfrutaron de lo lindo al oírlo. Me alegro de haber podido levantarte el ego entre tus colegas. —Mis emociones estaban rayando el llanto.

¡No! No iba a llorar.

Al notar que se ponía algo rígida con ese último comentario, entré a matar.

—No te preocupes, Charlie. No fue más que un polvo. Decente, eso sí. Es que no me gusta que me hagan quedar como una tonta —dije con mala intención.

—No quise hacerte daño, Terri... —Se calló y soltó un largo suspiro—. ¿Podemos ir a hablar a alguna parte?

Al mirar hacia el salón, me di cuenta de que teníamos público. En el momento en que me fijé en las cabezas que asomaban por la esquina, fueron desapareciendo una a una con aire culpable.

—¿Jess? —llamé a mi amiga.

Volvió a asomar la cabeza.

—¿Sí?

—¿Te importa que vayamos a tu habitación para hablar? —pregunté, sin saber muy bien por qué le estaba dando esta oportunidad de redimirse.

—Muy bien, de hecho, subid y meteos en la segunda habitación de la izquierda, que es la de invitados. Ahí estaréis más en privado —dijo generosamente.

—Gracias, Jess —dijo Charlie y echó a andar hacia las escaleras.

—No hay problema, amiga. —Jessica volvió con sus invitadas.

Encontrar la habitación de invitados fue fácil. Quedarme ahí y escuchar a Charlie iba a ser un poco más difícil. Cuando entré en la habitación, la encontré sentada en el borde de la cama jugueteando con las hebras de la funda del edredón que había encima.

Cerré la puerta al entrar y me quedé de pie ante ella, sin querer acercarme demasiado.

—Vale, Charlie, di lo que tengas que decir. No quiero pasarme aquí toda la noche —dije con impaciencia.

Charlie me miró y respiró hondo antes de empezar.

—Terri, no quise hacerte daño.

—Eso ya lo has dicho —la interrumpí. Levanté las manos para disculparme y le hice un gesto para que siguiera.

—Estar contigo fue muy excitante, y me quedo corta. Cuando me preguntaste si ya había hecho eso con alguien, te respondí sinceramente que no. Te dije que solía tomar medidas personalmente antes de volar y era cierto. Nunca me había ligado a nadie en el aeropuerto mientras esperaba para volar. Tenías algo que me llamó la atención y no podía quitarte los ojos de encima. Me dio tal descarga de adrenalina que no pude controlarme. Supongo que me di cuenta de lo nerviosa que estabas por el vuelo y luego una cosa llevó a la otra... y... bueno, ya conoces el resto.

—Sí, Charlie, ya conozco el resto, estaba allí, ¿recuerdas? Pero lo que no sé es qué pasó después de aterrizar. ¿Por qué no te reuniste conmigo? ¿Por qué estás aquí ahora y dónde has estado todos estos meses?

Me di cuenta de que le daba vueltas la cabeza con tantas preguntas, pero qué demonios, me parecía que tenía derecho a saber por qué me había hecho tan desgraciada. Esperar con paciencia no era una de mis virtudes. En el momento en que había decidido abrirla en canal con otra andanada de preguntas, levantó la cabeza y me miró con ojos asustados.

—Tenía miedo, Terri.

Noté que mi cara reflejaba claramente mi sorpresa.

—Tenías miedo —dije, más como afirmación que como pregunta.

—Sí, en efecto. Tenía miedo de lo que había sentido al estar contigo. Qué demonios, estar con una desconocida debería dar una sensación... bueno, ¡extraña! Pero no fue así. Me sentía comodísima contigo, como si fuésemos amigas de toda la vida. La forma en que conectamos en el baño... pues... a veces ni siquiera la tienes con una persona con la que has pasado años. Pero ahí estaba yo, pasándolo en grande contigo como si ya conociera cada centímetro de tu cuerpo y cómo iba a responder. ¡En serio, estaba cagada de miedo!

Desconcertada ante su brutal sinceridad, me senté al pie de la cama y me volví para mirarla.

—No es broma, ¿verdad?

Me miró a los ojos y supe que lo decía en serio.

—Caray —fue lo único que conseguí decir.

Nos quedamos así un rato, algo inseguras. Estuvimos mirándonos hasta que alguien llamó a la puerta. Cuando respondí verbalmente, Jessica asomó la cabeza.

—¿Estáis bien? —preguntó, con cara de preocupación.

—Sí, estamos bien. Es que teníamos que hablar de unas cosas —contestó Charlie por las dos.

—Vale, bueno, ya se ha ido todo el mundo y yo voy a estar levantada un poco más. Sois libres de quedaros a pasar la noche, si queréis —nos ofreció.

—Gracias, Jess. Te lo agradezco —contesté.

—No pasa nada. Si decidís marcharos, no os preocupéis por la puerta, se echa el cerrojo automáticamente cuando se cierra al salir.

—Vale, gracias otra vez —dijo Charlie.

—Buenas noches —dijo Jessica y nos guiñó un ojo.

—Buenas noches, Jess —respondimos a la vez.

—Terri —dijo Charlie, al tiempo que yo decía:

—Charlie.

Sonriendo por la coincidencia espontánea, Charlie me miró.

—Tú primero.

—Comprendo que tuvieras miedo, pero no tienes ni idea de lo mal que he estado todo este año. Nunca había hecho una cosa así con nadie. En toda mi vida sólo he estado con unas pocas personas. Por alguna razón desconocida, quería tener sexo contigo, aunque no nos conociéramos. Cuando terminamos y dijiste que querías verme otra vez, la timidez que sentía desapareció. Sin embargo, cuando aterrizamos, la recuperé con creces. No te encontré por ninguna parte y te busqué, te lo aseguro. No he estado con nadie desde entonces, Charlie. Llevo tanto tiempo maldiciendo tu nombre que forma parte de mi rutina diaria.

Esto hizo reír suavemente a mi "compañera de cuarto", haciendo que en mi propia boca se dibujara una sonrisa.

—Eso también lo decía mi madre —dijo con una amplia sonrisa.

—¿Tu madre no ha estado con nadie desde entonces? —dije, para ver si le hacía gracia. Así fue.

Riendo, respondió:

—¡No! Me refería a que maldecía mi nombre. Mucho.

—Ya lo sé, lo decía en broma.

—Lo sé —contestó, mirándome profundamente a los ojos. Sentí que se me encogían los dedos de los pies como reacción. Se arrimó un poco más a mí y me tocó la mano que tenía apoyada en la cama—. ¿No has estado con nadie desde que estuviste conmigo? —preguntó suavemente—. ¿Por qué no?

—Porque, doña Charlie la piloto, ¡me has echado a perder! Me llevaste a unas cimas con las que sólo había soñado. Sabía que nunca volvería a sentir eso con nadie más. —Dejé caer la cabeza hacia el pecho y sus dedos me levantaron la barbilla con un gesto muy familiar.

—Siento muchísimo no haberte llamado. Jessica me dijo que iba a hacer una fiesta para intentar animar a su amiga Terri, que estaba hecha una mierda desde el viaje de negocios que hizo a Texas el año pasado. ¿Cuántas personas así podría haber? Le pregunté si me podía pasar y aquí estoy.

—¿Has venido por mí? —pregunté, consciente de repente del cosquilleo que sentía en el vientre.

—Sí —susurró—. Como tú, no he podido pensar en nada ni en nadie más. Cuando logré dominar el miedo, quise... no, necesitaba encontrarte. Cómo me alegro de haberlo hecho.

Tirando de mi barbilla, su mano suave guió mi boca hasta unos labios que me resultaban muy familiares y sin embargo casi olvidados. Nuestros labios se juntaron con mucha inseguridad. Sus labios eran tan suaves como recordaba y me entregué a ellos de buen grado.

Al oír el suave gemido que salió de la garganta de Charlie, me dio un vuelco el estómago. Le sujeté la cara entre las manos y pegué mis labios a los de ella con afán posesivo. Mordisqueándole el labio inferior, le acaricié la boca con la lengua, pidiendo paso. No tuve que esperar mucho para obtener respuesta. Nuestras lenguas se juntaron bruscamente con caricias profundas. Yo oía mis propios gemidos, que salían de lo más hondo de mi ser. La había echado tanto de menos que ni siquiera me acordé de seguir enfadada. Lo único que sentía era felicidad.

Al quitarle la chaqueta de lana de los hombros, Charlie captó mi indirecta y empezó a desvestirse rápidamente. En sujetador y bragas, se acercó a mí como una pantera al acecho. Asintiendo ante una pregunta tácita, yo también empecé a desvestirme. De pie, me quité los pantalones, los calcetines y el jersey mientras Charlie apartaba las mantas de la cama.

Charlie se acercó a mí y me acarició suavemente las mejillas con los nudillos.

—Te prometo que esta vez no huiré.

—Más te vale, si quieres seguir respirando —dije medio en broma.

Me abrazó y por primera vez sentí su piel contra la mía. Hasta ese instante no había caído en la cuenta de que todavía no la había tocado. Ella hizo lo que quiso conmigo en el baño mientras yo me agarraba como podía. No había tenido la oportunidad de devolverle el favor.

Hasta ahora.

Rodeándonos con los brazos, nos soltamos el sujetador la una a la otra y los apartamos de nuestros cuerpos, dejando que cayeran al suelo de cualquier manera. Los ojos de Charlie se pasearon por mi figura semidesnuda.

—Dios, qué preciosa eres, Terri.

—Gracias —contesté con timidez.

—No, gracias a ti —dijo suavemente.

Recorriendo su largo cuerpo con la mirada, coloqué los dedos en la cinturilla de sus bragas y la miré interrogante. Asintió y bajé la prenda por sus caderas y sus muslos. Olí su excitación y eso me excitó muchísimo. Cuando se apartó de sus bragas, noté sus manos en las mías. Le sonreí tímidamente y me quedé mirando mientras me las quitaba. Al llevarla hacia la cama, me hizo un gesto para que me metiera yo primero.

Tumbándome antes que ella, abrí las mantas como invitación. Nuestros cuerpos volvieron a juntarse, esta vez libres de impedimentos. Charlie se echó encima de mí con los brazos a cada lado de mi cabeza, mirándome desde arriba. Su boca se acercó a la mía hasta que sentí su aliento que se mezclaba con el mío. La expectación de besarnos me dejó sin respiración. No me vi defraudada. Su boca era como un fuego y me abrasaba con cada caricia de su lengua.

—Qué dulce sabes —susurró entre beso y beso.

—Mmm —fue mi coherente respuesta.

El cuerpo de Charlie encajaba perfectamente con el mío. Jamás en la vida había sentido nada mejor. Salvo esto. Al tumbarla boca arriba, la sorprendí con mi fuerza. Me miró maravillada y luego abrió los brazos, cediéndome el mando de nuestra unión. Tomé las riendas y me puse a besarla por la garganta y luego bajé hacia su pecho. Probar el sudor de Charlie era como probar ambrosía. Los suaves gemidos que emitía eran la incitación que necesitaba para continuar seriamente con mi exploración.

Siguiendo mi propio impulso, rodeé su pezón derecho con los labios y me lo metí ligeramente en la boca. Se movió ondulante como una serpiente y gimió sensualmente, al tiempo que su mano me agarraba del pelo, pegando más mi cabeza a su cuerpo. Gemí como respuesta y chupé el pezón con más fuerza, mordiéndolo ligeramente con el movimiento ascendente. Su mano me acariciaba el cuero cabelludo, instándome a seguir. Repetí lo que había hecho con el otro pezón y la respuesta de mi piloto fue aún más intensa.

Mi piloto, me gustaba cómo sonaba.

Al bajar besándola rumbo a su tripa, noté los pequeños temblores que la estremecían por dentro. Apartando la mirada de mis atenciones, atrapé sus ojos ardientes con los míos.

—¿Estás bien? —pregunté, para asegurarme de que lo que hacía era lo que ella deseaba.

—Muy bien —contestó con voz ronca.

Se quedó mirando mientras yo bajaba por su abdomen y por encima del vello oscuro que le cubría el sexo. Me coloqué más abajo y me puse una de sus piernas encima del hombro, dejándola apoyada ahí, y la volví a mirar a los ojos expectantes.

—Nunca le había hecho el amor a una piloto —dije, esperando su beneplácito.

—Creo que vas a tener que beber —dijo casi sin voz.

—Ah, ésa es mi intención —contesté antes de saborearla por primera vez. Nada me podría haber preparado para la intensa emoción que sentí al tomarla de esta forma. Mi lengua se movía por su propia cuenta. Al beber su esencia, mi cuerpo ansiaba el contacto. Mi pelvis se movía sobre la cama, tratando de aliviar parte de la presión que se había formado entre mis muslos. Cogí su clítoris entre mis labios y lo chupé suavemente, notando que sus caderas se levantaban cada vez más de la cama.

—Aaaah —gimió.

Mi lengua lamía su humedad tan deprisa como podía, pero cada vez producía más por el inminente orgasmo. Sustituí la lengua por el pulgar y seguí acariciándole el clítoris. Al notar los estremecimientos de su cuerpo, la penetré con la lengua todo lo que pude. Noté que sus dedos se enredaban en mi pelo, suplicándome la culminación.

—Terri, por favor... —la oí decir suavemente.

Saqué la lengua de su cálido hogar y la usé de nuevo para acariciarla con firmeza. Cuando alcé los ojos para encontrarme con los suyos, la atravesó la primera oleada del orgasmo. Ver su placer fue lo más maravilloso que he presenciado en mi vida y mis caderas se movieron con más fuerza sobre el colchón, haciendo brotar mi propio orgasmo. Gimiendo sobre ella al estallar, noté que se estremecía en mi cara, provocándome aún más placer. Con una última embestida contra mi cara, la oí gemir y volvió a caer en la cama. Aparté su muslo de mi hombro y fui subiendo despacio por su cuerpo.

Cuando miré su cara sudorosa, abrió los ojos y los clavó en mis labios. Sabiendo lo que me pedía, bajé los labios hasta juntarlos con los suyos. Sacó la lengua y exploró el interior de mi boca, arrebatándome su esencia. Me aparté rápidamente y le sonreí acusadora.

—No estarás intentando recuperar todo lo tuyo, ¿verdad? Porque me encanta tener tu sabor en la lengua.

—No, me gusta nuestro sabor combinado —dijo, tratando de recuperar el aliento—. Ha sido increíble, Terri.

—Sí, lo ha sido —asentí.

Me bajó la cabeza hasta apoyarla sobre su pecho, entre el cuello y el hombro. Me rodeó con los brazos y noté que sus dedos me acariciaban la espalda ligeramente. Lo único que se oía era la mezcla de nuestra respiración y el rápido latido de nuestros corazones que intentaban calmarse tras la acometida de emoción que habían experimentado.

Estuvimos en silencio largo rato. Mi cabeza daba vueltas a varias ideas y estaba segura de que ella sentía lo mismo.

—¿Charlie? —dije, interrumpiendo el silencio.

—¿Mmm?

—¿Qué hacemos a partir de este momento? —pregunté, pues necesitaba saber que teníamos un futuro y que esto no iba a ser una repetición de la vez anterior.

—Bueno, decir que empezamos de nuevo sería una tontería, teniendo en cuenta nuestra historia. Pero me encantaría probar a estar juntas, Terri. Es decir, si tú quieres —dijo Charlie, que parecía muy insegura de sí misma.

Al mirar el despertador que había en la mesilla, vi que faltaban dos minutos para la medianoche. Sonriendo de nuevo a la mujer maravillosa que tenía debajo, dije:

—Bueno, teniendo en cuenta que has salvado mi Día de los Enamorados, lo menos que puedo hacer es dejar que me invites a cenar en algún sitio.

Riéndose al oír mi tono bravucón, contestó:

—A cenar en algún sitio, ¿eh? ¿Por qué vamos a salir si podemos comer en casa? —preguntó Charlie, colocándome boca arriba y capturando mis labios.

Cuando me liberé, intenté contestar, pero no se me ocurrió nada.

—Tienes razón —dije, aceptando la derrota de buen grado.

—Hay otro aspecto de volar que me gustaría enseñarte —dijo, enarcando una ceja.

—¿Ah, sí? ¿Y cuál es? —pregunté, sin saber a dónde quería ir a parar.

—La diferencia entre volar en clase turista y volar en primera —gruñó y pasó a demostrarme, con gran detalle, la mejora de los servicios que se obtiene cuando se paga un precio abusivo.

Mi precio fue el año pasado, pero ahora mismo estaba recibiendo la mejor recompensa que me podría haber imaginado.

Ah, sí, primera... una forma mucho mejor de volar.

FIN