Lio y polvo en las rebajas de agosto
En este relato, narro como al acudir a las rebajas de unos grandes almacenes una tarde de agosto, termina en un ardiente y excitante encuentro con una joven, sin que su novio se percatara de nada.
El calor en Madrid caía de lo lindo. Y esa tarde decidí ir al centro, a una de las mayores grandes superficies de ropa que existen en la capital. En la Puerta del Sol, para ser más exactos. Era época de rebajas y por la hora que era, las 5,30 de la tarde, pensé que en agosto y a esa hora, no habría mucho lío de gente.
Al llegar me di cuenta que no era así. Había gente, demasiada para lo que yo creía, de acuerdo al día y la hora, pero tampoco las oleadas de personas que en otros momentos se podían llegar a acumular. Subí hasta la planta de ropa de jóvenes. No iba con ninguna idea clara, si no más bien a curiosear y a mirar por si hubiera algo que me gustara para llevármelo a mis vacaciones. No sé porqué, levanté la mirada y vi de pasada a una pareja.
Algo me atrajo de la chica y durante un par de segundos me quedé mirándola. Rápidamente volví a lo mío. Iba de pasillo en pasillo, mirando, más bien. Llegué hasta la zona donde estaban los polos de manga corta. Y otra vez vi a la chica de antes, pero esta vez me detuve más tiempo en mirarla. Mediría entre 1,70 y 1,74; pesaría unos 60 kilos. Era atractiva, muy atractiva: morenita, melena por los hombros, ojos color miel, labios tirando a carnosos. Vestía una minifaldita negra, un top azul de tirantes finos y unas sandalias que mostraban unos pies preciosos.
Yo llevaba pantalón corto de vestir, sandalias, una camiseta de manga corta y también un polo deportivo de manga larga puesto que en esta gran superficie por motivos del aire acondicionado si te quedas un largo rato empiezas a tener algo de frío. Mi reciente depilación me permitía lucir unas piernas suaves.
La verdad, tenía un tipo de infarto y al verla andar, movía la cadera con un vaivén que quitaba el sentido y hacía que la falda se moviera al ritmo de su cadera de manera graciosa. Sus piernas estaban morenas por el sol y bien torneaditas. El culito, estupendo, tenía pinta de ser durito, respingón. La miré de arriba abajo y pude intuir una talla 95 de sujetador. El escote que le hacía el top era de verdadero vértigo si te asomabas.
En eso estaba yo, cuando se acercó el novio a su lado a decirle algo. Yo enseguida retiré mi vista de ella; por si acaso, ya sabéis, hay gente muy celosa por ahí. Pero me di cuente que ella en el momento en el que su chico se aproximó a ella a hablarle, una sonrisa cómplice asomaba a sus labios. ¿Será a mi o sonreirá por lo que le dice su novio?, pensé.
Continué mirando más cosas. Esta vez bañadores. Me hacían gracia algunos estampados y algunos colores y pensaba en cómo habría gente que se pondría tales prendas. Y de nuevo, la morena. Miré a su alrededor y no vi moros en la costa. Ella esta vez no dudó en clavar la miel de sus ojos en mí. Y enseguida comprobé que sí, que era a mi a quien miró antes y a quien sonrió antes. Yo, de modo cortés, le devolví la sonrisa.
Y sin pensármelo, me acerqué hasta la zona de las camisetas que estaba mirando ella. Pero esta vez, en lugar de ponerme enfrente a ella, me puse a su lado, disimulando y haciendo que me interesaban las camisetas. Estiré mis brazos para coger una; la misma que ella iba a coger. Nuestras manos se rozaron. Yo no retiré las mías, ni ella las suyas. Así, durante 4 o 5 segundos. Sólo el grito de su novio llamándola desde otro pasillo nos sacó a los dos de ese letargo. Sónsoles, se llamaba Sónsoles.
-¡Voyyyyyyyy!, dijo ella.
-¡Qué pesadito es cuando quiere!, agregó
-¡No te vayas a ir!, me dijo mientras iniciaba la marcha hacia el otro pasillo.
¡Ni loco!, pensé para mi. Seguí cotilleando ropa y salvando personas. Menos mal, agradecí para mí, que hay tanta gente, porque si no, hubiera sido muy difícil haber hablado. Por primera vez en la vida me estaba alegrando de la presencia de tantos seres humanos en un mismo lugar, jejejejejejejeje.
Y perdido en esos pensamientos andaba yo cuando oí su voz de nuevo
-¡Ya estoy aquí! No te has ido al final, ¡qué bien!, afirmó con una sonrisa en sus labios
-¿Y tu novio? No quiero buscarte ningún jaleo ni nada de nada, en serio, contesté yo
-Le he dicho que olvidé el monedero con las tarjetas y el dinero en el bolso y que si bajaba a buscarlo para poder pagar si al final compramos algo, sentenció ella.
-¡Vaya, una chica con recursos, que sabe bien lo que quiere, ¿no?!, le pregunté
-¡Sí, y eres tú!, respondió sin más miramientos.
Nos presentamos. Le dije que me llamaba José Luis.
-Encantada, José. Yo Sónsoles, aunque bueno, ya lo sabías, ¿no?, y me guiñó un ojo.
-Encantado Sónsoles, dije yo
-Bueno, y dime, ¿qué estás buscando?, me preguntó
-La verdad, no venía con ninguna idea concreta. Vine un poco a cotillear y se veo algo que me guste, me lo compraré, respondí. Aunque lo que he encontrado no se puede comprar, sino mas bien admirar y tal vez algo más......
Mientras charlábamos, por supuesto, la gente no dejaba de merodear ni de empujar, ni de casi pelearse por un jersey, un pantalón corto o lo que fuera.
-Mejor, nos cambiamos de planta. Estaremos más tranquilos, me dijo Sónsoles
Y así hicimos
Seguimos mirando ropa, pero más cerca el uno del otro cada vez. Aprovechábamos cualquier empujón, cualquier instante, para rozar nuestros cuerpos. En una de ellas, mi paquete quedó encajado entre sus nalguitas. Unas simpáticas señoras me empujaron al pasar y paré contra Sónsoles, quien sonriente giró su cabeza. Nuestras bocas quedaron muy próximas. Tanto que pude sentir su respiración y ella la mía, entre otras cosas.
Sonsóles cogió una blusa y una falta, al tun tun. Sin mirar. Me agarró de la mano y nos dirigimos al probador de señoras.
-¿Cuántas prendas llevas?, le preguntó la señorita
-Dos, dijo ella
-Muy bien, toma la ficha
-Acompañáme, cariño, y me dices como me queda, dijo disimulando ante la dependienta
Entramos al probador. Cerramos la puerta y echámos el cierre. Sonsóles se agarró a mi cuello y me besó profusamente. Con fuerza, chocando y enredando en un tornillo sin fin nuestras lenguas. Saboreándonos con pasión, como si la vida nos fuera en ello. Yo aproveché para llevar mis manos a su culo y confirmé la dureza del mismo.
Sónsoles se descalzó. Nos apartamos.
-Me tendré que probar lo que he cogido, ¿no te parece?
Y sin darme opción a responder, levantó los brazos y sacó su top. Bajó la cremallera de su falda y cayó al suelo. Colgó todo en una percha y allí estaba, como una Venus. Era increíble verla así. Tenía un cuerpo de infarto y el morenito que lucía la hacía aún más irresistible.
Sonsóles sacó el polo que yo llevaba de mi pantalón. Yo me limité a levantar los brazos hasta que me lo quitó del todo. Sus manos y sus labios recorrieron palmo a palmo mi torso, mis pectorales, mis abdominales.
-Me gusta tu cuerpo, decía mientras saboreaba mis pezones y su lengua bajaba y subía por mi tripa, mi ombligo.
A la par, yo también me fui descalzando y desabrochando el cinturón y mi pantalón, que ella se encargó de quitar y apartar. Yo quedé nada más que con mis boxer que dejaban ver una clara, evidente y pronunciada erección. Una de las manos de Sonsóles bajó hasta mi polla, agarrándola por encima de la fina tela de mis calzoncillos.
-¡Menuda arma llevas ahí escondida!, dijo
-¿Tú crees que eso me entrará sin hacerme daño?, me preguntó mirándome a los ojos.
Sin responderla, y sin dejar de mirarla, le quité el sujetador. Sus impresionantes tetas quedaron entonces ante mí. No me pude resistir a sus pezones oscuros los lamí, los chupé, jugué con ellos entre mis dedos, mientras Sonsóles agarraba mi cabeza contra su pecho y gemía.
Iba alternando de un pezón a otro. En un momento, mientras yo chupaba una de sus tetas, Sonsóles se agarró la otra y comenzó a lamer su pezón con su lengua y a chupetearlo todo. Entonces yo, sin que ella dejara lo que estaba haciendo, me sumé y nuestras dos lenguas lamieron un mismo pezón. Era increíble notar a la vez su lengua y su pezón. Sonsóles cerraba los ojos y gemía.
Cuando estuvieron bien duros, Sonsóles me bajó los boxers, se sentó en una banqueta del probador y comenzó a mamar mi polla como si fuera la primera vez que lo hacía. Mi verga desaparecía entre sus labios mientras su lengua recorría en círculos mi capullo. Era impresionante la forma de chupar que tenía esa chica. Sacó mi polla de su boca y se dedicó a mis huevos mientras me iba haciendo una paja.
Se los metía los dos en la boca y su lengua otra vez jugaba con ellos. Los sacaba y los besaba y los recorría con la lengua. Chupó dos dedos y los fue desplazando hasta el agujero de mi culo. Lo humedecía a la vez que ejercía una leve presión. Volvió a chuparlos y a repetir la operación hasta que por fin, los metió, a la par que mamaba y mamaba mi polla y mis huevos.
La dije que parara. No me quería correr aún. Quería follármela. Le bajé su tanga. Los dos estábamos ya completamente desnudos. Lamí su coño como si fuera un niño con un caramelo. No estaba depiladito del todo, pero si lo tenía muy muy bien cuidado. Me centré en su clitoris mientras mis dedos se encargaban del resto de aquel coño carnosito, húmedo y calentito.
Durante diez minutos ni mi lengua ni mis dedos descansaron. Ella se corrió durante ese tiempo. Me puse de pie delante de ella. Coloqué una de sus piernas sobre la silla y así se la ensarté entera. Era tal su humedad y excitación, que mi polla entró sin problemas.
-¡Ahhhhhhhhhhhhhhh, siiiiiiiiiiiiiiii!, dijo Sonsóles.
-¿Ves como si entra mi herramienta en tu coño?, le susurré al oído
-¡Síiiiiiiiiiiii, sigue, sigue, que me encanta sentir como me atraviesas y como si me fueras a partir en dos!, respondió
No podíamos demorarnos mucho más. Su novio ya habría subido del aparcamiento y estaría buscándola por el centro. Sin prisa, pero sin pausa, seguimos follando. Mientras las lenguas se buscaban, se deseaban, se devoraban la una a la otra. Los gemidos de ambos se mezclaban con el sudor y con el roce de nuestras pieles.
-Estoy a punto de correrme, le dije
-Yo ya me he corrido dos veces, pero no te salgas, acaba dentro de mí. No pasa nada, tomo la pildora, me respondió
Y sin más tiempo a nada, clavó sus uñas en mi espalda un poco más. Era la señal de que Sonsóles llegaba a su tercer orgasmo. El mío no tardó en llegar tampoco. Cinco chorros calientes y espesos inundaron su coño.
-¡Si, me encanta sentir tu calor en mi coño! ¡Vacíate dentro de mi, cielo, sí, no dejes ni una gota dentro, que lo quiero todo para mi!, me dijo.
Cuando terminanos, nos besámos. Nos limpiamos con pañuelos de papel. Nos vestimos y salimos del probador. La dependienta no dijo nada, pero se nos notaba. Le devolvimos la ficha y cada uno salió para un lado. A lo lejos se veía la figura de su novio. Menos mal que estaba de espaldas y no nos vio salir juntos. Ella le alcanzó y habló con él. Se agarraron de la mano y se fueron. Sonsóles giró la cabeza con disimulo y sus labios dibujaron un beso en el aire que yo sentí en los míos.
Metí la mano en mi bolsillo y había un papel: "Mi móvil, llámame un día de estos". Y allí estaba su número de teléfono móvil. La mandé un mensaje para que tuviera el mio también. Me respondió agradeciéndomelo y diciéndome que le dijo a su novio que se entretuvo más de la cuenta en el probador mirándose ropa y que dentro hacía un calor tremendo. Jajajajajajajaja.
Desde entonces hemos ido a comprar ropa muchas más veces juntos Sónsoles y yo.