Lío en la floristería
Ana iba a ser la modelo de una sesión de fotos bastante atrevida para un amigo y necesitaba que Isa vigilara el exterior de la tienda. Pero no se esperaba que Isa tomara la voz cantante con el tino que lo hizo ni que las cosas llegaran a donde llegaron.
-Tengo que pedirte un favor, pero es algo delicado y no sé cómo decírtelo.
-Lo que sea, Ana. Sabes que no tienes que tener reparo ninguno conmigo.
-Ya, pero es que es algo que no sé qué te va a parecer. Te va a sonar a disparate…
Isa no volvió a abrir la boca pero se lo dijo todo con la mirada. No hacía falta que remoloneara más, llevaban trabajando más de cinco años juntas en la floristería y se conocían bastante bien. O eso creía Isa hasta que Ana, por fin, le explicó cuál era el favor que quería pedirle.
Oliver, un viejo amigo suyo que se dedicaba profesionalmente a la fotografía artística, acababa de volver de París con una mano delante y otra detrás después de no haber conseguido abrirse un hueco en aquel mercado. Era un excelente fotógrafo, innovador y con mucha creatividad, pero parecía que la suerte le había abandonado. Se habían visto recientemente y, tras una nostálgica charla en la que se fueron poniendo al día, Oliver tuvo una idea: Hacerle a Ana una sesión de fotos usando la floristería como escenario. Y no una sesión de fotos cualquiera, no, una sesión de desnudos.
-Y le has dicho que sí… -Isa no se creía lo que acababa de escuchar. Efectivamente, aquello era un total y absoluto disparate-. ¿Y cómo lo piensas hacer? Lo de la floristería, digo, porque dudo mucho que se lo vayas a decir a Juan…
Juan, el jefe, era un hombre de cuarenta largos que había enviudado demasiado pronto y que había encontrado en las flores su vía de escape para aliviar la pena que le seguía consumiendo por dentro. La delicadeza al tratar a una flor es la misma con la que se ha de tratar a las mujeres, solía decir. Y volcaba en ellas todo el amor que, un día, tuvo que dejar de darle a su mujer.
-Ni de coña. Se muere si se entera… ¿Ha vuelto a venir de noche a la tienda?
-No desde la última vez.
Cuando enviudó y montó la floristería, Juan se pasaba casi los días enteros en la tienda. Con el paso de los años fue dejando de hacerlo. Primero dejó de acudir los fines de semana y así paulatinamente hasta quedarse en los días veinte de cada mes con “fiesta especial” en Octubre, por ser fecha de aniversario, el quince de mayo, que era el cumpleaños de su mujer, y el dieciséis, el aniversario de su muerte. Isa vivía casi en frente de la floristería y, por eso, sabía de las visitas nocturnas del jefe a la tienda. Aunque era un tema del que Juan nunca les había querido hablar.
-Me da mucha pena. Con la vida que le queda aún por delante y el modo en que la está desperdiciando…
-Sí. Mucha pena, mucha pena pero bien que vas a retozar desnuda con el recuerdo de su mujer…
-¡Coño, que cruel eres!
-¡¿Yo?! Perdona. Pero a mí no se me ocurriría en la vida, ni posar desnuda, ni mucho menos hacerlo en mi lugar de trabajo y con unas flores que son como la mujer de mi jefe! Jefe que, dicho sea de paso, se porta muy bien con nosotras aunque tenga “sus” cosas en la cabeza.
-Pues yo creo que, la idea, hasta le podría poner cachondo y todo, fíjate. Su mujer con otra mujer desnuda… Uuuhhhh…
-¿Quién es la cruel ahora? –resopló Isa indignada-. ¡Cómo te pasas!
-¡Bueno! ¡Va! ¿Me vas a hacer el favorcillo o no?
-Todavía estoy esperando que me digas cuál es.
-Te necesito aquí conmigo la noche de las fotos. Necesito que vigiles la calle… Según dices, hasta el día veinte no tendríamos de qué preocuparnos. Estamos a ocho, así que tengo once noches para elegir. Bueno, diez, que la de hoy no cuenta… ¿Te viene bien alguna en especial?
-Todavía no te he dicho que sí.
Ana puso esa cara de niña buena que saben poner las mujeres cuando quieres que hagas algo por ella e Isabel, después de quedarse pensativa durante unos segundos, terminó por asentir con una sonrisa y un parpadeo algo más prolongado de lo habitual.
-¡Gracias! –y le dio un abrazo.
-El martes que viene hay partido de champions. Si le digo a Fernando que me voy a quedar aquí preparando un encargo yo creo que hasta le doy una alegría… Pero, tía, ¿Y voy a tener que verte en bolas?
-Sí, ¿Qué pasa?
-Que yo no podría…
-El martes me lo cuentas... ¿Nos vamos?
-¡¿Cómo que el martes te lo cuento?! ¿Qué te crees? ¿Qué a mí me va a hacer nadie fotos?
Volvió a resoplar mientras negaba con la cabeza. Como si fuera evidente que esa idea era totalmente descabellada y algo totalmente imposible de ocurrir por la sencilla razón de que tenía sus razones. Ana se rió de la reacción de su amiga y no dijo nada más, como si aquello hubiera sido una broma sin más. Salieron de la tienda, echaron las rejas de tijera y se despidieron. Era sábado a mediodía y no se volverían a ver hasta el lunes.
El fin de semana pasó rápido y, entre el lunes y el martes, fueron ultimando los detalles. Fernando se había tragado lo del trabajo nocturno de su mujer y Ana, por su parte, se había preocupado de pedir al vivero flores de todos los colores imaginables. Le había dicho a Juan que las pagaba ella, que las quería para desarrollar una idea que llevaba tiempo rondándole por la cabeza. Aquella iniciativa convenció al jefe que terminó por pagar las flores.
-Espero poder verlo cuando lo tengas. Tienes mano para las flores…
-Si tú supieras lo que voy a hacer con estas flores –pensó Ana sin mediar palabra mientras le contestaba a aquel cumplido con una sonrisa.
A las ocho y media, como de costumbre, echaron el cierre pero se quedaron dentro de la tienda. Juan no acostumbraba a ir por las tardes y Ana e Isa se la habían pasado entera cotorreando sobre la sesión de fotos que, en un ratito, iba a suceder.
-Pues, mira, ni aún con todas las razones que me has dado, termino de verme yo haciendo lo que vas a hacer tú. Me da igual que Oliver sea un amigo de la infancia, razón de más para no hacerlo. Es que ni aunque fuera gay. Que no, que a mí no me ve desnuda más que mi marido…
-Eso es porque sigues relacionando la desnudez con el sexo…
-¡Y dale! ¡Que no! Que ni aunque la fotógrafa fuera una mujer, que sabes que no me gustan. Que no me ve nadie desnuda y punto.
-¿Y por qué le das tantas vueltas entonces? Además, ¿A quién le van a hacer las fotos? ¿A ti o a mí? ¡Pues ya está! Ni yo me voy a molestar porque no seas capaz de hacer lo que yo hago ni, supongo, a ti te molesta que lo haga. ¿No? –Isa negó con la cabeza-. Pues no le des tantas vueltas…
-Es que sigo sin entender cómo es que no te importa que un amigo te haga fotos desnuda…
-Porque es arte, ¡Yo que sé, Isa! –Ana retomó el aliento con la intención de darle una última explicación que, de antemano, sabía que su amiga tampoco aceptaría-. Admiro las fotos que hace Oliver y hasta me alaga que piense que mi cuerpo puede contribuir a ese arte suyo. Le conozco, confío en él y es un amigo que necesita un favor… Es que lo que no encuentro es ninguna razón para negarme.
Isa no se quedó conforme pero tampoco siguió insistiendo en satisfacer su curiosidad. A pesar de su interés por querer conocer, aquella conversación le parecía tan estéril como a su amiga.
-A lo mejor ahora cuando vea cómo se desarrolla la sesión termino de entenderla –pensó.
Oliver llegó al poco, Ana les presentó y, desde ese mismo momento, Isa se limitó a estar a disposición de su amiga y a prestar atención a todo lo que pasaba. Despejaron la mesa de trabajo hasta dejarla totalmente vacía, Oliver montó un trípode para la cámara, aunque la mantenía colgada del cuello, y un foco de pie dirigible para los efectos de iluminación. Finalmente, Isa se acomodó sobre un taburete en una posición estratégica desde la que podía controlar los escaparates y ver lo que hacía su amiga y Ana, tras apagar unas cuantas luces de la tienda, se quitó la ropa y se puso detrás de la mesa bajo la luz del foco.
-¿Por dónde empezamos?
-Súbete a la mesa.
Se subió y Oliver le indicó cómo ponerse para empezar. La puso a lo largo de la mesa, con una pierna estirada y la otra levemente flexionada y apoyada sobre los antebrazos. Le cubrió el sexo colocando unas flores estratégicamente y comenzó a dar vueltas alrededor de la mesa buscando encuadres y comenzando a disparar las primeras fotos.
Los tres permanecían en silencio. Isa observando a su amiga, su amiga observando lo que hacía Oliver y Oliver buscando la inspiración entre posturas y flores.
-A mí no me podrían pasar la mano por el coño como se la está pasando sin ponerme cachonda –pensó Isa.
Empezó a buscar posibles evidencias de excitación en su amiga pero no encontraba ninguna. Ana estaba totalmente relajada siguiendo a Oliver con la mirada o mirando hacia dónde él le indicara si es que así lo quería para las fotos. No le temblaban los labios, no había achinado los ojos, no tenía los pezones erizados ni se le veía piel de pollo por ninguna parte. Como si fuera totalmente insensible.
Oliver seguía dando vueltas alrededor de la mesa, poniendo a Ana de esta o aquella manera y mirando aquí o a allá y disparando fotos. De vez en cuando cambiaba el efecto de la luz con las aletas que tenía el foco y volvía a pasearse alrededor de la mesa buscando ángulos y perspectivas y disparando más bien poquito. No parecía encontrar la inspiración.
-Empiezo a entender que esto pierda todo atisbo de excitación –Isa seguía perdida en sus pensamientos-, llega a ser hasta aburrido.
-No lo veo… -terminó por protestar Oliver en voz alta.
-¡Ya decía yo! –la inesperada reacción de Isa hizo que Ana y Oliver la miraran.
-¿Por qué lo dices? –le preguntó Oliver- ¿Qué es lo que has visto?
-¿Lo que he visto?
-Sí, exactamente eso. Quiero que me cuentes qué sensación te hemos producido mientras estabas mirando.
-Pues, precisamente, la de la total ausencia de sensaciones. Todo era muy frío, como muy profesional y distante… No sé qué es lo que buscas en tus fotos pero, si hacerlas te resulta rutinario o aburrido, entonces no creo que puedan ser buenas.
-¡Joder con la crítica de arte! –bromeó Ana.
-No, pero… Tiene razón –a Oliver le pareció interesante la explicación que le estaban dando- ¿Se te ocurre alguna forma de resolverlo?
Isa se quedó bloqueada porque le saltó el resorte sexual. Seguía sin poder separar la desnudez de la excitación y no supo qué decir. Empezó a pensar en un plan B y, entonces, tuvo la revelación que tanto había estado buscando.
-Si un cuerpo desnudo puede transmitir la sensación de la excitación o no transmitir emoción alguna –comenzó a decirse en voz baja.
-¿Qué?
-No, que… Si un cuerpo desnudo puede ser totalmente inexpresivo o, por el contrario, puede expresar una emoción como lo es la excitación sexual o el aburrimiento, igual también puede expresar cualquier otra como, qué se yo, la alegría o la pena, la felicidad o la tristeza…
-Te ha dado en todos los huevos, Oliver. Eso es de manual…
La mirada con la que Oliver le respondió a esas palabras reveló su secreto. Oliver lo que estaba era deprimido o, por lo menos, pasando la peor de sus rachas.
-Eso también es de manual, ¡Idiota! –se recriminó Ana a sí misma al recordar por qué estaba Oliver de nuevo en la ciudad.
La mirada de Oliver encerraba también un secreto. Algo que aún no le había contado a su amiga pero que era que evidente que llevaba dentro. Ana no tardó en atar cabos y cayó en la cuenta de que a la historia de Oliver le faltaba un detalle. Tenía que haber una mujer porque, y entonces Ana lo vio, a Oliver se le veía el corazón roto en las pupilas.
-¿Qué pasó con ella?
Por cómo se le movió la nuez, el nudo que se le acababa de hacer a Oliver en la garganta debía ser de dimensiones considerables. Acababan de tocarle la fibra sensible y parecía que hablar le fuera a doler.
Isa también vio el dolor de aquella mirada y le echó un capote a Oliver.
-Sé lo que necesitas –de nuevo los dos la miraron perplejos-. ¿Qué me has dicho que sois? Amigos de toda la vida, ¿No? Pues Oliver lo que necesita es a su amiga, que su amiga le de un soplo de aire fresco, un respiro, un lugar en el que sentirse cómodo, sin presiones…
Se levantó del taburete y se acercó hasta ellos. Ana estaba sorprendida por el comportamiento de su amiga y, como le pasaba a Oliver, flipaba con la facilidad con la que se había hecho con la situación y con lo bien que la estaba manejando. No parecía la misma Isa retraída y temerosa de hacía tan solo un rato.
-Enséñale lo que sabes hacer –continuó diciéndole Isa a Ana-. ¿No le has dicho al jefe que has comprado las flores para una idea que tienes en la cabeza? ¿No te ha dicho él que tienes mano para las flores?... Pues es el momento de que te pongas con las flores. Vive un buen momento, deja que fluya tu imaginación y verás como Oliver también empieza a hacer fotos. Tienes que darle felicidad y creatividad, es lo que ahora necesita de su amiga.
-Flipo contigo. Que lo sepas…
Ana se bajó de la mesa y miró a su alrededor analizando todos los elementos de los que disponía para trabajar. Oliver se separó de ella y empezó a observarla y, en seguida, surgió la creatividad. Oliver tenía un hilo argumental para sus fotos y estaba en el punto de partida que le marcaba su amiga. Enseguida cambió la posición de la luz y empezó a disparar las primeras fotos.
Isa volvió a acomodarse en el taburete y le echó un vistazo al exterior. Estaba todo tranquilo. Sacó el móvil del bolso, que había dejado sobre un pequeño mostrador a sus espaldas, y abrió la mensajería instantánea para hablar con su marido.
-¿Cómo va el partido? A nosotras aún nos queda un rato.
Al levantar la vista para ver qué estaban haciendo los otros se quedó eclipsada. Ana estaba detrás de la mesa de pie, con los brazos en jarra, las piernas levemente abiertas, la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados como si estuviera pensando en el lugar por el que empezar a trabajar todas las flores que había dejado sobre la mesa y solo se la veía a ella en la penumbra de la tienda, iluminada lateralmente por el foco. Instintivamente abrió la cámara de su teléfono móvil y echó una foto. Aquella estampa la había cautivado.
Volvió a bajar la vista a la pantalla para ver la foto. Era la típica foto del making off en la que, además de verse a Ana, entre las sombras se identificaba perfectamente a Oliver y la silueta del pie del foco a su derecha, entre otros detalles más borrosos. Casi se le cae el teléfono de la mano del susto cuando recibió el aviso de que Fernando había contestado.
-Un partidazo, gordi. ¿Vais a cenar en la tienda? Lo digo por si pido unas pizzas, hacéis un descanso y cenamos aquí.
Ana empezó a contar en voz alta lo que iba y por qué lo iba haciendo y volvió a llamar la atención de Isa que, al oírla, dejó de mirar el móvil. Estaba entusiasmada. Le contaba a Oliver el significado de cada flor y las trabajaba con soltura. Cortaba los tallos, abría los pétalos…
-No tengas prisa en hacer cada cosa –le dijo Oliver-. Si vas muy rápido, no tengo tiempo de jugar con la luz
Isa estaba flipando. De repente el mismo cuerpo desnudo e inexpresivo que había visto antes, radiaba felicidad por todos los poros. No era solo la sonrisa que Ana tenía en la cara, era como si cada curva de aquel cuerpo fuera una bella e inesperada sonrisa. Y, cuando volvió a sonarle el móvil en la mano, se le acabó por caer al suelo.
-¿Qué me dices a lo de las pizzas? ¿Cenamos aquí u os vais a quedar en la tienda?
-No es el mejor momento para hacer una pausa –pensó Isa-. Nos quedamos aquí, No podemos dejar a medias lo que estamos haciendo –escribió a continuación después de recoger el teléfono del suelo sin dejar de mirar a su amiga.
Ana seguía explicando lo que hacía mientras trabajaba las flores con mucha tranquilidad. Las cogía, las miraba desde diferentes perspectivas, sonreía, las dejaba sobre la mesa y seguía haciendo cosas. Parecía como si tuviera intención de hacer una composición de centros y ramos porque estaba creando varias piezas a la vez sobre la mesa.
-¿Puedes trabajar sentada en la mesa con las piernas colgando?
Oliver y Ana habían conectado y se entendían a la perfección. Ana estaba disfrutando con lo que estaba haciendo, tanto las flores como las fotos, porque sabía cómo posar mientras trabajaba, le salía de manera natural. Oliver, por otro lado, casi no podía separar el dedo del disparador porque no hacía más que encontrar encuadres y más encuadres. Como si cada milésima de segundo Ana fuese mil fotos distintas. E Isa, por último, también estaba disfrutando mucho desde su posición de espectadora. Ensimismada con la espectacular belleza que le sugería el cuerpo desnudo de su amiga, también iba visualizando en su imaginación cómo podrían ser las fotos que Oliver estaba haciendo.
-Está claro que estas fotos no dirían lo mismo con vaqueros y camiseta –pensó-. Para poder captar la esencia hay que quitarse la ropa. Ahora lo entiendo…
Isa se quedó rumiando esa idea mientras continuaba disfrutando con la escena que estaba viendo y empezó a buscar en el cuerpo de su amiga las reacciones que ella, en teoría, sentiría si estuviese en la misma situación.
-Yo estaría muerta de la vergüenza –pensaba- y no podría relajarme. Si no me relajo ni con mi ginecóloga, cómo para relajarse desnuda delante de un fotógrafo. Y el caso es que Ana tiene pinta de estarlo…
-¡Mierda! –protestó Ana- Tenemos que parar.
-¿Por qué? –preguntaron a la vez Isa y Oliver.
-Porque te voy a necesitar –Ana volvió a ponerle a Isa aquella mirada-. Hacen falta cuatro manos para una cosa que quiero hacer pero, claro, imagino que dos manos vestidas y dos desnudas no sirven para las fotos. Así que supongo que habrá que dejar de hacerlas un momento… ¿Me ayudas?
Isa se quedó pensativa unos segundos, miró a la calle a través de los escaparates y se levantó del taburete para acercarse a la mesa. Ana comenzó a explicarle lo que tenía que ir haciendo y el efecto que quería conseguir y, como le gustó la idea, se puso enseguida manos a la obra para echarle una mano a su amiga. No habían pasado ni dos minutos y ya estaban las dos totalmente metidas en labores de floristería. Tanto que se vinieron a dar cuenta de Oliver estaba haciendo fotos cuando éste ya les había disparado más de una veintena y hasta había cambiado la posición del foco.
-¿Sigues sin animarte a quitarte la ropa? –Ana le preguntó a Isa como si tal cosa y en un volumen que no llegaba a ser susurro y que Oliver podía escuchar.
-Lo he estado pensando hace un momento, ¿Sabes? Os estaba viendo y he comprendido que hay que estar desnuda para que estas fotos transmitan emociones y te he visto tan metida en tus flores que he pensado que, igual abstrayéndome como tú lo haces, podría darme igual que me fotografiaran desnuda.
-¿Y estás abstraída?
-Pues la verdad es que estoy oyendo la cámara y no me asusta… De hecho hasta me da pena que pueda estar fastidiándole las fotos porque estoy vestida… Mira, ¿Sabes qué? ¡A la mierda!
Isa se sacó la camiseta, se quitó el sujetador, se quitó los vaqueros y el tanga, se volvió a calzar los botines y fue a dejar la ropa en el mostrador, con el bolso. Se paseó desnuda por la floristería dándole la espalda a la cámara y, cuando se dio la vuelta y se encontró sola ante el objetivo de Oliver, bajo su atenta mirada y expuesta a su fantasía, sintió como un excitante escalofrío le nació en las cervicales y le bajó por toda la espalda hasta descargar por la rabadilla.
Regresó a la mesa decidida para disimular que, en realidad, le temblaban las rodillas. El resorte sexual le había terminado saltando pero ya no había vuelta atrás, no podía volver a vestirse y luchaba para tampoco querer hacerlo. Y encima Oliver le disparó tres o cuatro fotos.
-Si es tan bueno como dice Ana, acaba de inmortalizar la peor de mis vergüenzas –pensó.
Una vez tras la mesa y con Ana y las flores, Isa empezó a encontrarse a salvo. Quiso empezar a pensar en los centros cuanto antes para dejar de pensar en todo lo demás y, aunque al principio le pareciera que el tiempo pasaba muy despacio, terminó por relajarse y por volver a estar tan a gusto como lo había estado antes de desnudarse.
-Funciona –se felicitó mentalmente.
Al cabo de unos minutos de trabajo, Isa y Ana se empezaron a mover alrededor de la mesa para ir haciendo por separado diferentes tareas. Aquello sirvió para que Oliver volviera a entrar en juego preguntando y proponiendo posiciones. Los tres eran un equipo y, como le había pasado al principio a Ana con su amigo, ahora Isa también encajaba perfectamente y se comportaba de un modo totalmente natural.
-Una cosa te voy a decir –le susurró Isa a Ana para que Oliver no le escuchara-, a mí el puntito sexual no se me termina de ir. ¿Son cosas mías o a ti también te pasa?
-¿puedes controlarlo? –Isa asintió-. Genial entonces, ¿No? ¿O acaso no mola tener este calentoncillo sin que nadie lo note? ¿No te has parado a pensar en lo a gusto que vas a follar luego con Fernando?
Cuando escuchó el nombre de su marido, Isa sintió pudor y miedo durante un instante. Por unos segundos le pareció que aquello de las fotos era una especie de forma liviana de infidelidad y que, por tanto, de alguna manera le estaba poniendo los cuernos. Pero la sensación solo duró un momento, hasta que la idea de un polvazo con su marido iba a ser el broche de oro a esa nueva experiencia que estaba viviendo y, entonces, volvió a despreocuparse. La excitación que sentía se volvió mucho más erótica y picantona.
-Mola esto de que calentarse con otro para que tu marido te coma –pensó-. Pero, lo mismo que estamos calientes nosotras, Oliver tiene que estar entonces cachondísimo –le susurró a su amiga.
-Supongo que sí.
-¿Y no te importa saber que eres tú quien le pone caliente ni que te folle con la mirada? Porque a mí, si lo pienso, me entran ganas de salir corriendo a taparme.
-Pero aquí sigues…
-hi –le respondió Isa más con un sonido gutural que con una palabra-. Aquí sigo…
-Sigo flipando contigo… Anda, súbete a la mesa, hermosa…
Ana echó a un lado los centros que habían preparado y ayudó a su amiga a que se recostara en la mesa y apoyara el antebrazo izquierdo sobre uno de los cojines que había en la tienda. Usó otros dos o tres más para darle apoyo al resto del hombro y parte de la cabeza. Isa, por su parte, no se negó a aquello y, divertida, se acomodó expectante mientras que Oliver seguía pendiente de ellas y disparando fotos. A pesar de que, en lo alto de la mesa, dejaba expuesto su sexo al objetivo de la cámara, a Isa ya le daba igual todo y estaba disfrutando de su calentón secreto sin importarle lo más mínimo que, en cualquier ocasión, Oliver pudiera verla con ojos libidinosos en lugar de con mirada artística. Incluso empezó a sospechar que ambos conceptos tenían que ir cogidos de la mano para poder captar buenas fotografías.
-Levanta un poco la rodilla derecha y flexiona la izquierda sobre la mesa lo suficiente como para que te abras un poquito de piernas… No, no juntes los talones, deja los pies separados.
Ana terminó de situar a su amiga sobre la mesa en la misma postura en la que ella había estado al principio de la sesión y, cuando creyó que Isa estaba justo en su sitio, cogió los dos centros idénticos y los utilizó para cubrirle los pezones. Luego cogió otro y, con ese, le cubrió el coño dejándolo bien tapadito con una trenza que, a propósito, le habían hecho al centro y que Ana sujetó por el extremo oprimiéndole una hoja entre los cachetes del culo.
El roce de las flores y los tallos contra la piel de Isa eran como suaves cosquillas que, inevitablemente, la fueron excitando. Ya lo había pensado cuando había visto a Oliver ponerle flores a Ana antes y había supuesto que le pasaría. Pero, ahora que la suposición se materializaba en un ambiente además tan particular como el de la floristería en esos momentos, la excitación que sentía era bastante superior a la que había imaginado que sentiría. Por otra parte, el hecho de que Ana siguiera acariciando su piel mientras seguía colocándole adornos y que Oliver estuviera siendo testigo del calentón, por mucho que intentara esconderlo, tampoco la ayudaba a recuperar el control.
-Creo que el calentón se me está yendo de las manos –le susurró a su amiga en cuanto la tuvo lo suficientemente cerca como para hablar tan flojo que Oliver no pudiera escucharla-. Las flores y tus manos me hacen cosquillas y me cuesta controlarme. Verás tú cómo se escape un gemido la que liamos…
Ana trató de aliviar la presión a la que Isa estaba sometida y buscó la forma de trabajar sobre su cuerpo tocándola lo menos posible pero, a la vez, la miraba y sonreía pícara al saber el estado en el que se encontraba. Durante unos primeros compases su esfuerzo dio resultado y pudo ver cierta cara de control en el gesto de Isa pero, al creer que ya estaba todo controlado, volvió a centrarse en su proceso creativo y, de nuevo, volvieron las caricias que empezaron a estimular las terminaciones nerviosas de su piel.
Cuando la pilló mordiéndose el labio por primera vez, Ana se hizo una idea de lo cachonda que estaba Isa. Entonces buscó a Oliver con la mirada para saber si se había dado cuenta y, por cómo la miró, dedujo que sí, que Oliver también lo había visto. Prefirió no decírselo a Isa. Bastante nerviosa estaba con su calentón como para, encima, confirmarle que todos lo sabían. Pero sí que lo aprovechó.
Había terminado de vestir de flores la piel de su amiga. Aparte de los centros con los que le había cubierto el coño y los pezones, había colocado las guirnaldas trenzadas dibujando el contorno de su cuerpo y también le había colocado estratégicamente algunos pétalos para esconder imperfecciones. Entonces cogió un cuenco de una estantería y comenzó a espolvorear sobre Isa polen de un vistoso color rojo pasión con el que empezó a hacer dibujos.
La suavidad con la que Ana pasaba la yema de sus dedos sobra la piel de Isa era tan necesaria para conseguir la definición deseada del dibujo como para buscar la sobreexcitación de su amiga. Le resultaba excitante ponerla en esa tesitura de calentarla y que ella siguiera tratando de disimular. Incluso se preocupó de no acercarse mucho a su cara para que no pudiera susurrarle nada. Quería saber hasta dónde era capaz de aguantar… O de llegar.
-¿Cómo lo ves? –preguntó Isa a Oliver -. ¿Está Ana transmitiéndote algo?
Primer intento de desviar la atención. Isa quería olvidarse de lo cachonda que estaba buscando refugio en las emociones de su amiga y en la finalidad profesional de aquellas fotos. Por eso le preguntó a él sobre ella, para no ser el centro de atención.
-Desde el mismo momento en que le vino la inspiración y se puso a buscar las flores. Ni yo mismo habría sido capaz de encontrar las palabras con las que, tan certeramente, la has motivado. ¿Hace mucho que os conocéis?
-Cinco años.
-Tiempo más que suficiente como para conocerla bien.
-Yo, sin embargo, estoy totalmente perdida con ella –Ana se sumaba a la conversación con intención de abrir la caja de pandora-. ¿Sabes que, hasta un momento antes de que llegaras, decía que nunca, ¡Que ni loca!, haría justo lo que está haciendo en estos momentos?
-¿El qué? ¿Las fotos? –Ana asintió con la cabeza y Oliver bajó la mirada para terminar de responderle a Isa-. Pues, con la soltura con la que has ido teniendo iniciativas desde el primer momento, jamás lo habría imaginado. ¡Fíjate que hasta me ha resultado curioso que no hayas posado desde el principio!
-Es que, en principio, yo solo venía a vigilar para que no os sorprendiera nadie. Que, por cierto, no estaría de más que alguien echara un vistazo por los escaparates.
Isa supuso que sería Oliver quién se acercara al cristal porque era el único que estaba vestido y así podría aprovechar para hablar con Ana pero Ana fue más lista y más rápida y, para evitar quedarse a solas con ella y que ésta pudiera recriminarle algo, no dudó en ir ella misma a la cristalera del escaparate. Aquello era también un premeditado arranque de exhibicionismo que buscaba aumentar la excitación de Oliver. No hay hombre que se resista a la fantasía del sexo o el erotismo en público. Y él, además, tenía una cámara de fotos para inmortalizarlo.
Su intención surtió efecto y Oliver la siguió con el objetivo y con un, cada vez, más visible bulto en el pantalón. Ana se puso de puntillas para asomarse por entre las ramas de unos altos cañizos dándoles la espalda a sus amigos y se quedó mirando a la calle hasta que le pareció haber escuchado la cantidad suficientes de clic de la cámara. Entonces se dio la vuelta, le vio el paquete a Oliver y le propuso algo.
-¿No te apetece quitarte la ropa? Vas a reventar el pantalón y estoy convencida de que no vamos a ver nada que no hayamos visto antes. Además, eres el único que queda con ropa porque quiere. Porque, ésta y yo, nos la hemos quitado sin que nadie nos lo pida.
-¿Sabes lo que pasa? Y perdona si suena brusco lo que voy a decir. Pero, es que, como me desnude, en vez de haceros las fotos con el corazón os las voy a hacer con la polla. Y no sé si eso os parecerá bien.
-¡¿Con la polla?! ¿Y hace también buenas fotos? Porque, si es que sí, con el rato que llevo desnuda a mí ya me importa poco quién dispare la cámara. Pero Isa… No sé yo…
Ana había vuelto a dejar sutilmente la patata en el tejado de Isa como hizo antes cuando la animó a que se desnudara. Ahora la historia era dar un paso más en busca de un clima más descaradamente sexual. Ella lo había dejado claro, quería ver a Oliver desnudo y Oliver había dicho que, de hacerlo, iba a excitarse mucho. Ana, además, sabía que Isa estaba cachonda y tenía la intuición de que no se iba a rajar. En un par de horas la había visto evolucionar de tal manera que tenía claro que la Isa que saliera esa noche por la puerta de la floristería no iba a ser la misma que la había cruzado antes para entrar. Lo que no sabía era cómo iba a ser de diferente, le excitaba fantasear con que se dejaba llevar y terminaba por tentarla porque solía entrar al quite.
-¡Lo que yo decía! –añadió entonces Isa en un tono totalmente desconcertante-. Mis prejuicios a este tipo de cosas han sido siempre por cuestiones sexuales y, ahora, me estáis dando la razón los dos –guardó unos segundos de silencio que a Ana le parecieron eternos. Tenía la sensación de que la diversión se iba a terminar en aquel momento-. Sin embargo… Esta noche he aprendido a controlar esa tensión sexual y, si te soy sincera –le dijo a Oliver mirándole a los ojos-, incluso a disfrutarla. Así que si, por lo que veo, Ana y yo llevamos un rato echándole un poquito de sexo a las fotografías, imagino que estás en tu derecho de echárselo tú también si te apetece.
-¡Irreconocible! –Ana seguía alucinando con Isa-. Por cierto, tienes un mensaje… –le dijo mientras le trasteaba el móvil- de Fernando. Que dice que cómo lo llevamos, que si nos queda mucho. ¿Le digo algo?
Oliver se había echado ya la mano a la hebilla de la correa para desabrochársela pero se detuvo momentáneamente al escuchar a Ana. Igual Isa decía de parar y de irse y estaría en todo su derecho de hacerlo. Con lo que ellos tampoco podrían quedarse en la floristería y, por lo tanto, no tendría sentido desnudarse. Sin embargo, Isa se quedó pensativa unos segundos pero luego reaccionó.
-Dile que casi habíamos acabado, pero que nos ha dado por ponernos a limpiar y a redecorar la tienda y que estamos con el disco de Hombres G puesto.
-¿Hombres G, tía?
-Conforme lo lea, podemos pasarnos aquí las horas que nos de la gana. En casa lo pongo cuando estoy de subidón hiperactivo… Además, el va a ver el cielo abierto porque, cuando lo pongo, le suelo mandar al despacho a que se entretenga sin molestarme. Y allí se puede pasar horas…
-¿Al despacho?
-¡Claro! Donde tiene el ordenador, que te lo tengo que decir todo…
-¿Le mandas a ver porno cuando te da por limpiar en vez de aprovechar el subidón para follar como locos?
Isa no necesitó articular palabra alguna para que, en su mirada, se le entendiera perfectamente que era un tema del que prefería no hablar y sobre el que no quería ni una sola pregunta más.
-venga, va. Le mando eso. “Estamos con los hombres G…”. ¡Eah! ¡Tú! Ya puedes terminar de quitarte la ropa.
Oliver no se lo pensó un momento y comenzó a desnudarse mientras comprobaba que Isa no le quitaba el ojo de encima y que tampoco hacía por disimular que le estaba mirando. Se quitó los pantalones, la camisa y, por último, los bóxers.
-Buena polla…
-¡Nena!
-¡¿Qué?! ¿No se supone que ya no hay tabúes? Pues si Oliver tiene un buen rabo y me apetece decírselo, se lo digo. ¡Que no me lo voy a comer! ¡Solo he dicho que es una buena polla!
Ana empezó a pensar en la posibilidad de que Isa pudiera tener una historia oculta y que, la casualidad de una sesión de fotos en una floristería, la había sacado a la luz muy a su pesar. Al principio de la noche Isa decía que nunca haría nada atrevido y, ahora, estaba diciéndole a un tío que, además, no era su marido, que tenía una buena polla. Algo había que no casaba. Eso sin contar que, seguramente, lo de la historia de los discos de Hombres G también tenía algo que ver con el tema porque no conocía a ninguna mujer que mandara a su marido a ver porno en vez de aprovechar ese tiempo en hacer el amor con él. Igual era un matrimonio roto que seguía conviviendo por alguna razón determinada.
-¿Y ahora qué? ¿Nos montamos un rollo bollo o cómo va la cosa? Porque mi trabajo floral ya está hecho y presentado y aquí andamos los tres desnudos y con el sexo ya en la boca…
-También puedes buscar la inspiración sexual y retocarme las flores –respondió Isa a la propuesta de su amiga.
-A ver si, cuando te toque, no vas a poder aguantar las cosquillas y te vas a correr encima de la mesa…
-¿Te preocupa? –le respondió Isa con una indiferencia bien medida para no parecer maleducada pero sí decidida.
-¿A mí? Para nada. Tú sabrás…
-Pues ¡Ala! Tú a excitar con las flores y tú a sacar buenas fotos –y se acomodó sobre la mesa.
Ana se quedó inmóvil unos segundos mientras observaba el trabajo floral que había hecho sobre su amiga. No pensaba en las flores sino en Isa. Estaba verdaderamente desorientada con su comportamiento aunque ya había asumido que era una desinhibida confesa que, hasta aquella noche, había llevado en secreto su desinhibición por alguna razón que ya habría tiempo de conocer. No sabía qué hacer. Si tratar de buscar un nuevo enfoque más sexual a su trabajo floral o si, directamente, utilizar las flores como excusa para, directamente, estimular a su amiga hasta hacer que se corriera.
Oliver las observaba totalmente erecto. Había permanecido quieto junto a la lámpara después de haberse quitado la ropa pero, conforme Isa le había dicho lo de que hiciera buenas fotos, había empezado a moverse por la tienda buscando diferentes encuadres en los que la mesa fuera el centro de atención.
Por fin Ana encontró un punto de partida y comenzó a retocar las flores a la par que cambiaba también la posición de su amiga. Lo primero que hizo fue abrirla de piernas y soltar la hojita que escondía el coño de Isa bajo las flores. No la quitó, solamente la echó para un lado y la rizó de otra manera para que permaneciera como elemento decorativo debidamente colocado.
Oliver encontró la primera foto. Estaba a los pies de Isa y, desde esa perspectiva, en la profundidad se iba perdiendo el resto de su cuerpo. La luz de la lámpara le iluminaba la cara y, al tenerla también de frente y provocar un contraluz, no tardó en encontrar el ángulo en el que la luz se fuera perdiendo hasta dejar el coño en penumbra. El sonido del clic de la cámara fue el resorte para que las manos de Ana comenzaran a recorrer el cuerpo de su amiga con oscuras intenciones.
Isa se dejó llevar desde el primer momento y, cuando las manos de su amiga le provocaban un escalofrío, no hacía por ocultarlo. Así que Ana no dudó en acariciarle las zonas más sensibles de la piel con la excusa de recolocar las flores para calentarla. No le hacía ascos a las mujeres y, además, se estaba divirtiendo muchísimo. Aunque nadie se lo notara, tenía el coño chorreando. Oliver, por su parte, cuando vio el grado de excitación en el que se encontraba Isa no pudo evitar que el rabo se le pusiera duro como una piedra e, instintivamente, se lo frotó en varias ocasiones para calmarse el calentón.
El primer gemido de placer de Isa les emputeció a los tres. Ella se abrió bien de piernas confiada en que su amiga no tardaría en masturbarla descaradamente y clavó sus ojos en Oliver como si le quisiera dedicar la paja. Ana, efectivamente, se dejó de rodeos y de flores, posó su mano derecha sobre el coño de su amiga y le introdujo un dedo y, con la izquierda, jugueteaba con la boca de su amiga que, hambrienta, perseguía con la boca entreabierta uno de sus dedos para chuparlo.
-¿No prefieres chupar otra cosa?
-No –respondió Isa-. Si Oliver me mete la polla en la boca estará limitado para hacer buenas fotos. No te ofendas –le dijo al fotógrafo-, pero prefiero que mires, fotografíes y no toques. Bueno… Que no me toques a mí… Si quieres tocarte tú…
Ana tenía los dedos empapados de los flujos vaginales de su amiga y, entonces, se le ocurrió la idea de usarlos como fijador para espolvorear sobre el cuerpo de Isa polvo de polen de colores que tenían guardados en frasquitos de cristal. Se acercó a coger un par de ellos, volvió a humedecerse los dedos metiéndoselos de nuevo a Isa en el coño y empezó a poner en práctica su idea.
Empezó a dibujarle una greca floreada que arrancaba en el monte de Venus y se enredaba en el ombligo pero no consiguió el efecto que andaba buscando. Metió la cabeza entre las piernas de su amiga, le escupió sobre el coño y empezó a comérselo a la par que le volvía a meter dos dedos para hacerla lubricar más profusamente. Aquello no daba resultado. Isa estaba para correrse pero Ana, que había dejado aparcado su calentón en ese imprevisto momento de creatividad, quería encontrar el modo de dejar el polvo bien sujeto a su piel.
-Voy a necesitar que te corras –le dijo a Oliver.
Sin dudarlo un segundo se acercó a su amigo, le cogió la polla y empezó a meneársela.
-Avisa cuando te vayas a correr, que apunte bien…
Oliver no estaba como para hacer fotos. Sentía las tetas de Ana oprimidas contra su brazo derecho y su monte de Venus contra la cadera. Eso sin contar la mano que le estaba pajeando. Por mucho que quisiera buscar un encuadre para fotografiar a Isa, el tembleque de piernas se lo impedía. Así que se centró en disfrutar de aquella paja y de la cara de deseo con la que Isa le miraba la polla y, cuando sintió el calor del viscoso líquido a punto de salir disparado, se lo indicó a su amiga con un jadeo y una mirada de reojo.
Ana tiró de él, sujetándole la polla, y lo acercó al cuerpo de Isa sin dejar de masturbarle. El primer escupitajo seminal impactó de lleno contra el vientre de la modelo y, los posteriores, se repartieron entre las tetas y la cara. Isa se relamió sin dejar de mirar aquel erecto pene y no pudo evitar acercar la cara para chuparlo.
-Eso es –le dijo Ana-, límpiale el sable mientras termino.
Isa se lo metió en la boca pasando por completo de las fotos. Aquel biberón era demasiado apetecible como para no hacerle mimos después de haberle corrido el cuerpo. Ana volvió a coger los frascos de polvo de polen y, usando el semen como fijador, terminó el dibujo que tenía en mente y que, ahora sí, se mantenía perfectamente.
Una vez que lo terminó, volvió a meter la cabeza entre las piernas de su amiga y, antes de bucear de nuevo en sus flujos, le pidió a Oliver que volviera a coger la cámara para terminar la sesión. El fotógrafo sacó lentamente la polla de la boca de Isa, se separó de ella para tener encuadre de nuevo y, después de ver como Ana volvía a amorrarse en el coño de su amiga para comérselo, se dio cuenta del dibujo y comenzó a disparar de nuevo.
Entre florituras artísticas de polen a dos colores y el resto de exornos que Ana había realizado sobre el cuerpo de su amiga con las flores se podía leer: “bebiendo de la flor de la pasión”.