Linea 5 Lunes 7:10h

Linea 5 Lunes 7:10h Después de un fin de semana de aburrimiento, tenía por delante un nuevo lunes de tedio. El vagón se detuvo donde todos los días laborables de los últimos diez años (quitando vacaciones) y se abrieron las puertas. Todavía había espacio, pero sabía que en un par de paradas, a medida que llegara al centro, la cosa iría siendo cada vez más horrible, hasta acabar como verdaderas sardinas.

Linea 5

Lunes

7:10h

Después de un fin de semana de aburrimiento, tenía por delante un nuevo lunes de tedio.

El vagón se detuvo donde todos los días laborables de los últimos diez años (quitando vacaciones) y se abrieron las puertas. Todavía había espacio, pero sabía que en un par de paradas, a medida que llegara al centro, la cosa iría siendo cada vez más horrible, hasta acabar como verdaderas sardinas.

Se ajustó la falda (después de tantas vueltas para elegir cuál, no acababa de estar segura si al final era demasiado larga o demasiado corta) y entró al vagón inspeccionando a los viajeros. A algunos ya los conocía: salvo que un día cogieran el tren anterior o el posterior, o acabaran en otro vagón, o tuvieran gripe, eran los mismos de siempre. No es que fuera especialmente observadora, capaz de sacar la historia de cada uno solo con mirarles, o ni siquiera es que lo intentara, como hacen algunas personas. Sencillamente, formaban parte de su... rutina desesperante. Estaba la chica con granos que haría transbordo en Sants con ella, con la carpeta de la UB bajo el brazo, escuchando música y mirando Instagram todo el trayecto. El grupito de chavales que se bajarían en un par de paradas para ir a la escuela de mecánicos o lo que fuera que estudiaban, con sus monos azules, contando a gritos dónde habían ido, qué se habían tomado y a quién se habían tirado el sábado. El jubilado de jersey gris y bambas, del que no tenía ni idea de a dónde iba ni a donde venía, pero que siempre estaba ahí.

Sin embargo, hoy se fijó en los desconocidos. Vio un hombre de unos cuarenta años, alto, moreno, con traje, con pinta de estar escuchando RAC1 en el auricular que salía de su bolsillo. No muy lejos, al fondo, un chico de unos veinte, jugando a algo en el móvil, moviendo la pierna rítmicamente, nervioso. Era mono, y podría ser divertido. Tenía toda la pinta de que incluso podría ser virgen, aunque fuera un poco mayor para eso... ¿no sería genial? Pero la camiseta de calaveras ensangrentadas de metal-no-se-qué la tiró un poco para atrás...

Siguió avanzando por el vagón y se paró delante de un hombre de unos 30 años, alto. También llevaba auriculares y se cogía con una mano a la barra del techo del vagón. Igual es eso la que le decidió: era una mano enorme. Aún había mucho espacio, así que no se acercó mucho, solo lo justo.

7:19h

Como siempre, el tren se llenó pocas paradas después. Lo quisiera o no, todo el mundo acabó compartiendo su espacio personal con todo el mundo; no existe la privacidad en el metro. A simple vista, sin buscar mucho, podía leer dos o tres conversaciones de watsapp, un par de stories del "Insta", y una señora con la letra del ebook enorme absorta con alguna novela erótica de highlanders, de esas que dicen “miembro” y “hombría” en lugar de “polla”. Sin embargo, hoy había decidido ella quién era la persona a la que iba a estar pegada todo el trayecto.

7:21

Una parada menos, y ya no tenía tan claro si hacerlo o no aunque la verdad es que solo la idea ya la estaba poniendo mucho. No sabía si era mejor o peor, quizá solo imaginarlo y planearlo ya había sido suficiente... por otro lado, ¿qué podía perder? ¿qué era lo peor que podía pasar? En realidad se le ocurrían varias cosas malas: vergüenza, rechazo, ridículo... pero eso solo le daba más morbo.

El tren se paró en la siguiente estación. Cada vez menos tiempo. Era ahora o nunca.

En realidad ya estaba tan cerca que notaba su mano, en el culo. No es que la estuviera tocando, para nada: simplemente la tenía allí porque en algún sitio tenía que tenerla y no había espacio para más. Se decidió y deslizó la suya hacia atrás y le acarició los dedos. Él al principio no reaccionó, probablemente pensando que era simplemente un roce fortuito. Cuando le apretó con fuerza y la guió debajo de su falda, es cuando su expresión cambió. Ella le miró de reojo, y le sonrió sin querer: su idea había sido mantener siempre la misma expresión, pero era demasiado divertido. Él lo entendió en seguida aunque de momento seguía sin tomar iniciativa.

Apartó las bragas a un lado y pudo comprobar lo que ya sabía: estaba completamente empapada. Había pensado en directamente no llevarlas, pero finalmente sí se había puesto. Llevaba también unas medias con liguero: no era su prenda favorita (ni la más cómoda) pero con unas medias normales habría sido imposible. De momento, solo sus dedos se movían; los de él seguían donde ella los había puesto... ¿qué pasaba? ¿no le gustaba?

7:24

Volvió a su mano y guió su larguísimo dedo índice entre sus labios hasta que se lo metió hasta el fondo, causándole un estremecimiento por toda la columna vertebral que le hizo apretar con fuerza la barra del vagón a la que se agarraba. Ahora sí, él fue moviéndolo lentamente desde detrás adelante. Apretó el cuerpo más atrás si cabe y notó en la parte baja de su espalda (¡era mucho más alto que ella!) la dureza de su polla. Un señor con bigote que leía El Mundo Deportivo sentado cerca de ellos se levantó y pasó a su lado para acercarse a la salida, y la señora de la novela de highlanders se apresuró a posicionarse para ocupar su asiento. Él sacó su índice y le acarició con todos los dedos por todo el coño, desde el vello púbico (¿debería haberse rasurado? A veces lo hacía, pero no siempre) hasta rozar su ano, antes de volver adelante y meter, esta vez el anular, de manera que, gracias a su longitud, el índice frotaba el clítoris a la vez.

7:26

Estaba claro que él ya no necesitaba más guía, y ella necesitaba hacer algo con su mano derecha, o acabaría arrancando la barra de sujeción con la izquierda. Si darse cuenta, se había subido tanto la falda que no tapaba nada, pero estaban tan apretados que era imposible que nadie viera. Por el mismo motivo, las personas a su alrededor tenían que estar notando todo el movimiento, pero eran lo bastante discretas para fingir que no. Sacó la mano de entre sus piernas, con cuidado de no manchar su ropa con su propios fluidos (¡tenía que llevarla todo el día en el despacho!) y la deslizó hacia la de él. Necesitaba agarrar esa polla y ver cómo era de grande ya.

7:28

Una parada más y gente que entra y sale. El vagón se vacía un poco, pero no demasiado. Él ya está de lleno en el juego, y se hace espacio hasta apoyarse contra la pared. Ella le sigue, a la vez que intenta desabrocharle el cinturón. No es fácil. Están justo en la intersección entre los dos coches. Cuando el tren arranca, el traqueteo se nota más aquí. Por fin consigue meter la mano dentro de sus calzoncillos. Él también los ha mojado: la polla de él y los dedos de ella están pegajosos cuando ella va moviéndose arriba y abajo. Los dedos de él también van deslizándose entre las paredes mojadas, el clítoris hipersensible. Tendría que haber llevado bragas limpias en el bolso. Lo hará la próxima vez. El pulgar roza su ano, casi sin querer. El sexo anal no le entusiasma, pero por momentos casi desea que también lo meta. ¿o no? No lo sabe. La megafonía indica “Propera estació: Diagonal”. Quedan tres paradas. Cinco minutos. ¿Tiempo para correrse y acercarse a la salida?

7:30

“Pipippipipipipip”. Cuando suene la señal acústica, no se acerquen a la salida. ¿La salida soy yo? Chiste malo. No es momento de chistes malos, es momento de correrse. ¿Él se va a correr? Si se me corre en la mano, seguro que me corro yo. Solo de imaginarlo... ¿Estoy poniendo caras? ¿Se me nota mucho que me están masturbando? ¿La gente se da cuenta de que me están haciendo un dedo en el metro a las siete y media? Joder, me da igual Espero que esté bien agarrado a algún lado, porque yo necesito la mano izquierda. Con la mano derecha sigo haciéndole una paja, lo más rápido que puedo con los putos pantalones. Le doy un codazo al tipo de al lado. Me mira, y lo nota todo, pero no tiene cojones a decir nada, disimula. Peor para él. A lo mejor hubiera cambiado de polla. Me gustaría otra mano, quizá en las tetas. Con la izquierda, me agarro a su culo. Al de Él, con mayúsculas, el de antes. Él. Vuelvo a él. Ya no me interesa nada más. Si el tren da un frenazo, solo me agarro a su polla. Noto cómo me aprieta más. Por un instante, su mano se detiene, no se mueve, solo hace fuerza como si fuera a cerrar el puño, si no fuera porque tiene el dedo índice en mi clítoris, el corazón en el fondo de mi coño y el pulgar en mi culo. Los demás, ni lo sé ni me importa. Y entonces noto como explota en mi mano todo el semen caliente; sigo dándole, y él vuelve, un segundo después, lento y hasta el fondo.

7:33

Orgasmo. Me corro. Quiero gritar. Aprieto los dientes, aprieto su polla y aprieto su culo. Aprieto mi culo hacia atrás contra él, y me arrepiento de que el gilipollas de al lado no me apriete las tetas. Un segundo, dos tres... muy intenso. No pares. Vuelve. No sé si es el mismo o es otro. Me da igual. “Propera parada: Entença”. Si no paras, yo también sigo. ¿Otro? ¿No lo sé? Tengo que irme. Ya llegamos. Pero ya me he ido. Dos veces. Casi tres. Me tengo que ir de verdad. La salida está lejos. Hay mucha gente. Me voy abriendo paso. ¿Miro atrás? ¿Tú quieres que mire? ¿Me estás siguiendo con la mirada? Hay mucha gente. No miro atrás. Me voy limpiando la mano llena de lefa en las chaquetas de los desconocidos. No se dan cuenta.

7:35

“Propera parada: Estació de Sants”. “Pipipipipippipipipipi”