Linda, una gran mujer 2

Linda cae en la trampa de su seductor y empieza a descubrir una faceta nueva de su personalidad

La historia de Linda

Capítulo 2

Infidelidad

Nos saludamos formalmente, con un beso en la mejilla. Ella sonreía con cierta confusión y yo casi no podía respirar de la emoción. Ambos sabíamos que esta entrevista sería diferente a las anteriores. Había llegado la hora de la verdad.

Por vez primera eligió un asiento al lado mío en lugar de su habitual refugio tras el escritorio. Cruzó sus piernas y me miró sonriendo, con esa mirada llena de encanto que me cautivó desde la vez primera que la ví.

“Así que nos deja”

Lo dijo sin ningún preámbulo. Fue directo al tema crucial de nuestra entrevista. Sería la última vez que la visitaría en mi calidad de visitador médico, así se lo había planteado por teléfono, en mi afán de apurar los acontecimientos. Nuestra relación puramente comercial había quedado en el pasado y ahora éramos más amigos que clienta y vendedor. Pero amigos que deseaban ser algo más, como quedó demostrado en nuestra última despedida, cuando nuestros labios se rozaron y nuestras manos se apretaron, buscando una cercanía fugaz cuando nos separamos. Ambos nos deseábamos, eso lo tenía claro, pero difícilmente llegaríamos a algo pues Linda era conservadora en lo sentimental y no podría aceptar ser infiel a su marido. A menos que mediara una separación forzosa, como la que le planteé por teléfono, diciéndole que me iba de la ciudad en busca de un mejor trabajo y que no volveríamos a vernos. Sólo así pensaba destruir sus defensas y decidirla a dar el paso a mis brazos.

“Sí. Con dolor del corazón, pero debo hacerlo”

“¿No había manera de que se quedara?”

“Solamente un milagro podría haberme decidido a dejar todo y quedarme”

“¿Y ese milagro qué es?”

“No puedo decirlo. Y menos a usted”

Ya estaba dicho. Había puesto las cartas sobre la mesa. Ella no podría evadir el sentido de mis palabras. Era ella la causa. Era mi deseo de tenerla.

Calló. Por un largo instante no nos dijimos nada, pero el eco de mi última frase estaba en el aire. Los dos sabíamos lo que ello significaba y que su respuesta hubiera marcado el inicio de una nueva etapa en nuestra relación. Y ella temía tomar una decisión pues todo su ser le decía que no podía ser, aunque su cuerpo le pidiera vivir esta aventura.

Derivé la conversación por otros temas, como una forma de aliviar la tensión. Ella respondía casi maquinalmente, como si estuviera en otro sitio. Su pensamiento estaba muy lejos de esa oficina, quizás volando por qué latitudes, viviendo quizás qué fantasías, que estaba seguro me tenía a mí de protagonista.

Creí que había llegado el momento de apretar el último tornillo para que la máquina se echara a andar. Una máquina que no pararía. La máquina del deseo.

“Bueno, no le quito más tiempo”

“¿Tan pronto?”

Sus ojos se humedecieron cuando me miró, casi como suplicante.

“Es la despedida final”

Fue cruel de mi parte decir esto, pero era necesario para que ella finalmente se soltara.

“No te vayas aún”

¡Linda estaba rompiendo sus barreras, finalmente!

“Es necesario, quedarme sería extender el dolor de saber que no te veré más”

“Un poquito más, por favor”

“¿Para qué sufrir? El dolor sería peor aún, cuando llegue la soledad”

Me acerqué, sabedor que Linda estaba completamente rendida, e hice amago de despedirme, pero ella, en su desesperación de sentir tan cercana la soledad que mi partida le daba a su vida, volvió la cara y me besó directamente en la boca, abrazándome.

“Quédate”

“Te quiero, Linda”

Mis brazos la rodearon y mis labios se fundieron con los suyos, que me besaban desesperadamente, ante la inminencia de la separación.

Fue un momento increíblemente hermoso sentir a esa hermosa mujer abandonada en mis brazos, pidiéndome que me quedara junto a ella.

Después de unos minutos en que nuestros labios se conocieron a plenitud, una de mis manos bajó a su pecho y me apoderé de uno de sus senos. En la emoción que ella sentía por nuestro abandono, parecía que no se hubiera percatado de mi mano en su seno, pero un leve suspiro suyo me dijo que mis caricias hacían efecto en ella.

“Te deseo tanto, Linda”

Dije mientras mi mano sacaba uno de sus senos y lo dejaba libre. Bajé mi cabeza y empecé a chupar su pezón, con un deleite increíble. Ella se abandonaba a mí, con una confianza que no me esperaba.

“Eres exquisita, amor”

Dije en un respiro y volví a chupar ese pezón que parecía una guinda a punto de estallar, en tanto una de mis manos bajaba hasta el pliegue de su minifalda e iniciaba su camino de regreso, por dentro de la tela y acariciando su hermoso muslo.

“Salvador, no”

Era un último arrebato de pudor, pues no hizo nada por detener mi marcha hacia su preciado tesoro entre las piernas. El deseo era superior y estaba rompiendo sus normas morales.

“Sientate”

Le ordené cariñosamente. Y ella obedeció, en un acto de entrega sin igual. Ya estaba en mi poder, nada me detendría para hacerla mía. Y Linda había tirado por la borda toda su formación estricta, sus reglas morales y su contenido recato. Cuando se sentó era otra mujer, la mujer que se me entregaba completamente, deseosa de probar la miel de la lujuria que yo le ofrecía.

“Abre las piernas, Linda”

Y ella las abrió, ofreciéndomelas.

Me arrodillé y me puse entre sus muslos, abriendo el calzoncito negro y mi lengua empezó a recorrer sus labios vaginales y a bucear en su túnel de amor.

“Salvador, ¿qué estamos haciendo?”

Decía en un último arrebato de pudor, último destello de conciencia, pero su cuerpo se estaba entregando completamente a los placeres del sexo, olvidando toda una vida de estrictas normas morales. Y mi boca la llevaba sin remedio por los senderos de la lujuria, de la pasión, de una nueva vida, más plena y llena de morbo.

Me levanté y empecé a sacar mi verga, que expuse frente a ella.

“¿Qué vas a hacer?”

“Te voy a follar, cariñito”

“Yo nunca he engañado a mi marido, Salvador”

“Ahora lo harás. Y lo gozarás”

“Pero……”

“Tómalo con tu mano. Acarícialo”

Dudo, pero su mano se adelantó como si tuviera vida propia y se apoderó de mi barra de carne, que empezó a acariciar.

“Nunca había visto algo tan grande”

“Y pronto lo tendrás dentro tuyo”

Así que mi verga era más grande que la de su marido. Lo había confesado. Y mi respuesta le hizo temblar las piernas de solo pensar que su cosita recibiría el monstruo que sus manos acariciaban.

“Bésalo, amor”

“Nunca lo he hecho”

¡Cuánto tenía que aprender esta muchachita! Su vida sexual parecía que era una vida del siglo pasado, con trabas de todo tipo. Y era evidente que su cuerpo deseaba liberarse y sentir nuevas sensaciones, nuevos placeres. Y yo se los daría, sin lugar a dudas.

“Abre la boca y recíbelo”

Abrió su hermosa boquita y puse mi verga en ella. Empezó a mamar instintivamente, mostrando que tenía pasta de mamadora, aunque esta fuera su primera mamada.

Me levanté y con mi trozo de carne frente a ella, me dispuse a hacerla mía.

“Sácate el calzón, que vamos a follar”

“Salvador, por favor”

“Sácate el calzón y abre las piernas”

Con renuencia se desprendió de su prenda íntima y abrió sus piernas, que las subí a la altura de mis hombros y le introduje mi verga en su hermosa cuquita. Fue una sensación increíble sentir mi pedazo de carne y nervios entrar en su túnel, haciendo a un lado las paredes húmedas de su vagina. Ella estaba quieta, como si no diera crédito a lo que estaba haciendo: estaba engañando a su marido por vez primera.

¿Te gusta, amor”

Ella nada dijo. Con los ojos cerrados parecía pedir perdón a su marido por su infidelidad. Era necesario que rompiera completamente con su pasado puritano y se entregara sin reservas a la lujuria que le ofrecía.

“¿Te gusta?”

Seguí metiendo y sacando mi polla de su cuquita mientras la tomaba de las nalgas para facilitar mis arremetidas.

“¿Te gusta, cariño?”

“Si”

¡Finalmente se había soltado de sus últimas amarras! Ya era completamente mía. Ahora iniciaría un camino de lujuria sin límites.

“¿Sientes mi verga dentro tuyo?”

“Siiiii”

“¿Y te gusta cómo te follo?”

“Siiiii”

“Dilo, amor, dilo”

“Me gusta”

“¿Qué te gusta. Dilo”

“Me gusta como me follas”

“¿Te gusta mi polla? Anda, dilo”

“Me gusta tu polla, Salvador”

“Al fin estamos culiando, amor, ¿no es cierto?”

“Si, amor, al fin”

“¿Al fin qué, amor?”

“Al fin estamos culiando, amor”

“Me encanta oírte decirlo, amor. ¿Verdad que da gusto decirlo y oírlo?

“Si, mi cielo”

“Entonces, pídeme que te culee más”

“Culeame más, amor, más. Es rico”

“¿Te gusta sentir mi pico dentro tuyo?”

“Es rico tu pico, mi cielo. Me gusta sentirlo en mi chocho”

Sus propias palabras fueron un incentivo extra para su morbosidad y ambos sintieron que les llegaba el clímax y sus cuerpos se arquearon en busca del instante final, donde sus jugos explotan para salir como un torrente.

“Mijitaaaaaaa, ricaaaaaaaaaa”

“Siiiiiiiiiii, amorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr”

“Eres exquisitaaaaaaaaaaaaaa”

“Aghhhhhhhhhhh, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”

Y sus cuerpos se fundieron en un abrazo mientras acaban el uno en el otro. El jugo de sus cuerpos empezó a caer por las piernas de Linda hasta llegar al piso. Y la respiración entrecortada de ambos denotaba la lujuria vivida.

Cuando se hubieron calmado, se apartaron y compusieron sus ropas, volviendo a la realidad de la oficina de ella y de la gente que esperaba fuera.

“Eres increíble, Linda”

“Y tu. Nunca había experimentado algo igual, Salvador”

“Seríamos una pareja de amantes sin igual, ¿no crees?”

“Si”

Y callamos, sopesando nuestras palabras. A decir verdad, lo que deseaba era que ella meditara en lo que había dicho.

“Salvador….”

“¿Si?”

“¿Hay alguna forma de que no te vayas?”

“Si. Si me prometes que seremos amantes”

Quedamos en silencio. Yo a la expectativa de su respuesta a mi proposición. Ella, meditando lo que le había dicho y lo que ello implicaba en su vida, tan tranquila hasta ahora, sin sobresaltos ni dobleces y lo que yo le ofrecía en cambio.

Me miró resuelta.

“No te vayas.”

Nos despedimos, sabiendo que nuestras vidas ahora serían diferentes. Ahora eramos amantes.