Linda, una gran mujer 1

Serie dedicada a una gran mujer, que me hizo partícipe de sus fantasías. En este capítulo ella se imagina una relación con un visitador médico.

La historia de Linda

Capítulo 1

El visitador médico

La clínica se alzaba majestuosa entre los árboles de todo tipo que poblaban su jardín. Estaba ubicada en el centro de la ciudad y tras sus muros funcionaba un pequeño mundo dedicado a la atención de mujeres embarazadas que acudían en gran número por la fama que se había difundido entre ellas de que en Clínica Trébol tenían muy buenos profesionales. Los laboratorios, por su parte, que trabajaban con cifras y estadísticas y no con comentarios de futuras mamás, habían llegado a conclusiones similares y habían puesto sus ojos en este cliente que cada mes aumentaba sus compras de insumos médicos. Y esa era la razón de mi visita. Bueno, a decir verdad, esa era la razón oficial, pues mi verdadero objetivo era follarme a la principal socia de la clínica y sabía que lo  haría en esta oportunidad. Lo había planificado muy bien todo para ello sucediera hoy, en su privado.

Aunque no era la primera vez que me entrevistaba con la señora Linda, seguía sintiendo un cosquilleo en mi estómago mientras esperaba en la recepción a que me recibiera. Pero ahora mis nervios estaban motivados por las ansias de que pronto se hiciera realidad mi deseo de poseer ese cuerpo exquisito con el que había soñado tantas veces.

Linda es una Linda mujer, en la mejor etapa de su vida. Una hermosa dama de 42 años que sabe sacar provecho a sus atributos, que no son pocos. Mas bien le sobran atributos, y ella está consciente de ello.

Antes de nuestra primera entrevista ví una foto de ella en el periódico junto a una nota que informaba de un concurso de belleza para señoras. Su bello rostro lucía más hermoso aún de lo que era en medio de las caras comunes y corrientes de las  otras concursantes. Y en cuanto a su cuerpo, conservaba las líneas de una juventud cercana que engañaba respecto a su verdadera edad y las restantes señoras salían perdiendo cuando se las comparaba. Pero es mucho más atrayente en persona, cuando se sienta tras su escritorio y me mira fijamente, con una leve sonrisa bailando en sus labios. Es que se sabe hermosa, atractiva y seductora y le encanta lucir su belleza y ser admirada.

La vez primera que la ví,  estaba  sentada  tras su escritorio y con gesto agradable pero serio  me invitó a entrar. Me senté frente a ella con un ligero temblor de mis manos, producto del impacto que me produjera su belleza en persona, mucho más cautivadora que en las fotos del periódico. Me sentí completamente atrapado por los encantos de esa mujer. Unos ojos que me hicieron recordar los ojos tapatíos de la canción, un rostro atrayente al que el paso de los años no le habían hecho mella, y un cuerpo exquisitamente modelado, digno de ser admirado en el concurso de belleza, del cual salió triunfante según me enterara después.

En esa primera entrevista, en la que me comporté como un verdadero estúpido, completamente aturdido por su belleza, lo que me llevó a hacerle una presentación deplorable de los productos que representaba, ella no dejó de sonreír en todo momento, como si mi actitud de adolescente le divirtiera, si no fuera porque su tiempo es valioso y yo se lo estaba haciendo perder miserablemente. Pero Linda pareció comprender la situación y se sentía halagada por mis torpes maneras, más aún sabiendo que yo era un vendedor de experiencia y que este tipo de entrevistas se suponía que eran mi pan de cada día. Si mi comportamiento era tan lamentable era evidente que la razón de ello era ella. Y como toda mujer desea estímulos, mi actitud le agradó, le halagó  y le divirtió. Tal vez por ello, al momento de despedirnos, se levantó y sonriendo me dio un beso en la mejilla, lo que provocó en mí una salida lamentable de su oficina, tropezando con la puerta y caminando como si mis piernas no quisieran obedecerme. No sé si ella se percató de lo divertido de mis actos, pero me sentí el ser más ridículo de la tierra mientras me encaminaba a la salida.

Afortunadamente mi comportamiento en las visitas siguientes fue bastante más digno y paulatinamente se fue creando entre los dos un vínculo que fue dando paso poco a poco a un trato amistoso e íntimo, pero siempre dentro de los parámetros que impone la relación comercial. Ella representaba un muy buen cliente y ello significaba ventas y comisiones para mí, algo que no podía desechar coqueteando con esta dama exponiéndome a perder los ingresos que ella significaba para mí.

No obstante lo afectuosa que Linda era para recibirme, no podía dejar de pensar en ella como una mujer en la edad más exquisita para dar rienda suelta a su sexo en plenitud y me sentía capacitado como para satisfacer a una hembra como ella, capaz de sacar a su macho toda la vitalidad de que es posible. Y es que su cuerpo parecía llamar a gritos que la poseyeran, que ella podría satisfacer al tipo más pintado en la cama. Sus hermosas piernas parecían hechas para enroscarse en la cintura de su amante y sus pechos siempre parecían sostener una lucha para liberarse de  su sostén, aunque no fueran de dimensiones abultadas. Sus senos eran normales, pero ella siempre usaba una prenda que los hacía subir y sus globos daban la impresión de que en cualquier momento saltarían de su prisión, lo que aumentaba el erotismo que producía ella con su manera de vestir seria pero algo provocativa, sin caer en la exageración. Más bien era una hermosa mujer que gustaba de lucir lo que la naturaleza le regalaba, sin que ello significara que se estuviera haciendo evidentemente audaz a las miradas de los hombres.

Linda sabía lucir sus atributos, eso era evidente. Y una mujer que gustaba de verse bien, seductora, no me cabía duda que es una mujer con la que hay posibilidades de lograr algo. Muy en el fondo de toda mujer que se muestra seductora late una hembra deseosa de encontrar un macho que la satisfaga, estoy seguro de ello. Al menos mi experiencia así me lo ha demostrado. Y mi experiencia me decía que si alguien podía lograr acostarse con ella, ese era yo. Por ello mi acoso a su fortaleza, aunque sutil, fue implacable y persistente, empleando mis dotes de seducción a fondo con esa mujer que aunque me parecía que ofrecía posibilidades, no sería una fortaleza fácil de vencer.

Visita tras visita, después de un par de meses logré ganar su confianza, y cada vez más nuestras conversaciones tenían más de confidencias personales, en un ambiente de cordialidad propio de dos personas adultas que se sienten cómodos abriendo sus vidas. Poco a poco fui logrando su confianza y tuve mucho cuidado de que siempre supiera por mis miradas que la veía como a una persona de respeto a quien me gustaría faltárselo. Y ella poco a poco se fue dejando llevar por mi juego, tal vez consciente de que mis intenciones iban mucho más allá de una simple amistad. Y es que no perdía la oportunidad de dejar entrever el aspecto sexual de nuestras vidas, sin mencionarlo. Un comentario que quedaba en el aire, que ella podía interpretar de varias maneras, o bien una indirecta algo inocente o  una mirada algo indiscreta pero no insistente ni atrevida. O adoptando posiciones frente a ella de manera que pudiera apreciar el bulto entre mis piernas, bueno si es que ella se fijaba en ello. Pero fundamentalmente era la  conversación la que cada vez más se iba al aspecto personal e íntimo de los dos.

Primero empecé yo con las confidencias, ya que ella siempre se mostró una dama algo reacia a comentar aspectos de su vida matrimonial. Sin yo expresarlo abiertamente, le fue quedando claro que mi esposa era fría, distante y algo retraída. Nunca mencioné la cama, pero era evidente que estaba tras mis comentarios, los que nunca fueron de reproche sino la mera constatación de hechos de nuestra convivencia y siempre dichos a la pasada, de manera natural. Ya fuera por la actitud de mi mujer frente a las amistades, compromisos sociales, gustos personales, en fin, fuera cual fuere el tema, quedaba siempre la idea de que mi vida conyugal no era una taza de leche. Poco a poco Linda me fue revelando la suya. En un principio fue reticente a las confidencias, pero mi actitud le ayudó a soltarse y empezó a retribuir mi confianza contándome de sus cosas, aunque siempre hasta cierto límite.

Pero Linda era toda una dama y nunca caería en confidencias íntimas, limitándose a intercalar comentarios a mis comentarios. Y en los suyos de alguna manera me contaba aspectos de su vida conyugal, pero siempre se refería a situaciones anodinas, sin caer en intimidades y menos contarme de su vida conyugal. Pero a buen entendedor, pocas palabras. Y me fui tomando una idea de ella y su vida en pareja, la que me pareció no era mala. Más bien me dio la impresión de que no tenía nada de qué quejarse respecto de su vida sexual y que tenía una buena pareja en su marido.

El problema más bien parecía que iba por el lado de la rutina y el deseo de probar algo diferente. Tal vez era demasiado el tiempo que llevaba comiendo el mismo plato y deseaba probar algo diferente. Y eso se reflejaba en su creciente interés en nuestras conversaciones, las que invariablemente llevaba al terreno sexual, sin mencionarlo explícitamente. Pero el morbo estaba en el aire y se podía oler.

Cuando estuve seguro de que lo que ella deseaba era variar un poco, me dediqué con más ahínco a la tarea de despertar su interés en mí como posible amante. Tarea ardua, considerando que es una dama y que nunca ha engañado a su marido. Pero yo estaba hecho para los desafíos.

Fui cerrando el círculo sobre ella y mis comentarios empezaron a ser más evidentes y ella no pareció molestarse por ello. Sonreía y me miraba, pero no decía nada. Así fue que se enteró de que yo había engañado muchas veces a mi esposa, que era un hombre caliente que siempre estaba dispuesto al sexo y que mis parejas casuales no tenían nada que reprocharme por mi actuación en la cama.

Ella sonreía y me miraba, pero no decía nada. Hasta que llegó el día en que empezó a preguntarme acerca de mis confidencias. Fue poco a poco, a veces quería que le aclarara algunos puntos inocuos, sin importancia, pero luego sus consultas empezaron a derivar hacia mis parejas, a su comportamiento, su reacción ante mis avances amorosos, dónde lo hacíamos. Su curiosidad fue su perdición.

A cada pregunta respondía de manera de dejarla interesada en un nuevo aspecto de mi vida sexual, aumentando su deseo de saber más. Fue así como se enteró de que mis primeras experiencias sexuales fueron con mis hermanas y una tía. O que había tenido sexo en mi oficina con la esposa de un amigo o que lo había hecho con una muchacha mientras su esposo estaba en la pieza de al lado. Le comenté de varias anécdotas de mi vida sexual y ella parecía cada vez más interesada en saber aspectos de ella.

En una de estas visitas ella se despidió con un beso que fue a dar cerca de la comisura de mis labios. Se sonrió, como siempre, y me miró intensamente, sin decir nada. En ese momento pensé que todos mis esfuerzos iban bien encaminados y que su fortaleza estaba a punto de derribarse.

Nuestras conversaciones por lo general versaban sobre aspectos de nuestras vidas alejados de lo sexual y yo intentaba siempre dar un consejo u opinión mesurada y atinada, lo que fue granjeando su confianza en mí como persona. Lo sexual de nuestras conversaciones no siempre salía a luz, pero a medida que ella adquiría confianza en mí ese aspecto ganó terreno hasta convertirse casi en nuestro único tema de conversación una vez que habíamos terminado el aspecto comercial de mis visitas.

Y sus besos de despedida fueron persistentemente cerca de mis labios. Y yo se los retribuía con entusiasmo, por lo que ambos esperábamos ansiosos el momento en que debíamos separarnos, pues nuestros labios cada vez se acercaban más, como en una telenovela en que la culminación de los hechos se alarga casi hasta la desesperación. La última vez que nos vimos, nuestra despedida fue casi un beso en regla, ya que nuestros labios lograron tocarse, aunque levemente. Tomé su mano y la apreté mientras la comisura de sus labios tocaba los míos. No hizo nada por retirar su mano, que la dejo para que yo la apretara, y yo apreté fuertemente, sin soltarla, por un lapso prolongado de tiempo, mientras saboreaba el sabor de su casi beso.  Se sonrojó, consciente de que habíamos pasado una barrera y que nos estábamos precipitando derechamente por el abismo del deseo. Y no me cabía duda que a esa altura ella sabía bien que nuestra relación pasaba a otro plano y que de ahora en adelante las cosas serían diferentes. En esa oportunidad no se atrevió a mirarme a los ojos, tal vez temerosa de la audacia nuestra y de lo que estábamos iniciando y yo salí eufórico de su privado, sabiendo que mis deseos se verían muy pronto recompensados.

Pasadas un par de semanas la llamé y le informé que mi siguiente visita sería la última.

Le dije que me retiraba del laboratorio y que iría a vivir a otra ciudad, donde había recibido una mejor oferta de trabajo. Ella reaccionó tal como me esperaba: con estupefacción, al punto que casi no pudo responderme. Un largo silencio previo y unas palabras de felicitación susurradas a media voz me indicaron que había dado el paso correcto y que las cosas se desarrollaban de acuerdo a mis planes.

Colgué feliz de que mi estratagema surtiera el efecto deseado.

Si algo se había despertado en ella después de nuestro beso, si ella se había hecho alguna ilusión al respecto, todo se vendría al suelo con mi partida. Solo nos veríamos una vez más. Esperaba que este razonamiento la llevara a la conclusión de que esta última entrevista debiera ser la culminación de nuestros deseos y que en ella se hiciera realidad lo que los dos anhelábamos. Después de ello no habría otra posibilidad, por lo que era entonces o nunca. Su respuesta telefónica me indicaba que esos pensamientos se le pasaron por la cabeza mientras recibía la noticia de mi partida.

La secretaria me avisa que la señora me espera. Me levanté con el cosquilleo en el estómago debido a la ansiedad de lo que esperaba sucediera entre esta hermosa mujer y yo. Abrí la puerta de su privado lentamente, como si temiera que en el último momento mis planes se estropearan.

Estaba parada delante de su escritorio, luciendo una hermosa mini que hacía lucir sus lindas piernas. Era la primera vez que la veía en falda. Y la primera vez que me recibía de pie y con esa amplia sonrisa en los labios. Y qué decir de su mirada, llena de promesas.

Sonreí para mis adentros y entré. Ella se adelantó y nos saludamos.