Linda colegiala

Cumple mis sueños sin importar quien nos observe.

Les pedí que hicieran los ejercicios anotados en el pizarrón y me senté detrás del escritorio a leer un libro sobre el ciclo de vida de los insectos. Estaba por terminar el prólogo, cuando escuché a una dulce y suave voz pronunciar mi nombre.

Se trataba de Mariana, una de mis alumnas, quien estaba parada a unos cuantos pasos de mí. Ella era el sueño de cualquier profesor, de todo hombre y una que otra mujer. Una cara de perfectas y finas facciones. Cabello largo y negro peinado en dos divertidas colitas. Un cuerpo de cintura estrecha, senos prominentes y piernas largas que, metido en su sensual uniforme de colegiala, lucía aún más tentador.

Tratando de ocultar el nerviosismo que su simple presencia me provocaba, le pregunté que se le ofrecía. En lugar de responderme, la atrevida chamaca se hincó entre mis piernas y comenzó a acariciar mi paquete por encima del pantalón.

No tengo que decir lo que eso me hizo sentir. Mi miembro despertó al primer contacto de sus pequeñas manos y mi corazón aceleró exageradamente su ritmo. Estábamos frente a toda una clase, por lo que no era prudente seguir con todo aquello, pero aunque así lo hubiera deseado, no la habría podido detener. La chiquilla era sumamente hábil y, antes de que yo me diera cuenta, en dos movimientos sacó mi endurecido pene. Ya no podía poner resistencia. Coloqué mis manos en mi nuca y la dejé hacer.

Se lo metió entero en su pequeña y estrecha boca que más bien parecía un barril sin fondo, pues ni siquiera se inmutó cuando su nariz topó con mi pubis. Empezó a subir y bajar por el tronco de mi polla, encargándose de éste con los labios y de la punta con su traviesa y experta lengua.

Al principio lo hizo con calma, casi de manera religiosa, pero conforme los gemidos de placer que me provocaba subieron de tono, ella aumentó la velocidad de su mamada. Pronto pareció que me arrancaría el pedazo, de la fuerza que le imprimía a su vaivén.

Esa húmeda cavidad rodeando mi verga y todos esos adolescentes viéndonos con envidia y asombro, hicieron que una intensa corriente eléctrica se concentrara en mis testículos y exploté como nunca antes. Disparé ocho o tal vez nueve chorros de semen contra el paladar de la jovencita y ella, demostrando su maestría, se los tragó todos. No derramó una sola gota.

El orgasmo fue tan fuerte que sentía que mis extremidades no me respondían. Creí que tendría tiempo de descansar, pero en cuanto limpió mi instrumento por completo, me dijo que era su turno. Se despojó de su diminuta falda y no llevaba nada debajo. Ante mis ojos quedó su sexo libre de vello, tan hermoso como juvenil y ya chorreando jugos de la excitación.

La muchacha subió una pierna al escritorio y otra a la silla y me puso su raja justo al nivel de mi boca. Me ordenó que comenzara a chupar su vulva y que no me detuviera hasta que ella quedara satisfecha. Sin más opción, empecé a mover mi lengua como un cachorro que se bebé desesperado su leche.

Aquel orificio y aquellas tibias carnes tenían un sabor delicioso que me provocó una nueva erección. Mientras disfrutaba lamiendo cada uno de aquellos pliegues y aprovechando que tenía las manos libres, decidí también masturbarme. Mi mano rodeando mi enhiesto pene, subiendo y bajando rápidamente, así como mi lengua dentro de su cálida e inexplorada gruta, me tenían en la gloria.

La preciosa niña, dueña de esa babeante cueva en la que también metía ya mis dedos, se deshacía en gemidos que me permitían gozar aún más del momento. Con un gran esfuerzo, miré hacia arriba y noté lo duro que estaban sus pezones, transparentes ante la delgadez de su blusa. Aceleré mi paja y mis bucales caricias.

Los jadeos y suspiros de Mariana se convirtieron en gritos y, empujando mi cara contra su sexo, ocurrió lo inevitable. Al mismo tiempo que yo me venía por segunda vez, manchando el piso del aula, ella también terminó. Sentí su orgasmo como si hubiera sido un balde de agua que me despertó de manera inesperada.

Se trataba de mi esposa, quien efectivamente y por mi negativa a levantarme de la cama, me había arrojado un balde de agua para quitarme el sueño. Era hora de irme a trabajar. Todo, mi palpitante verga en su boca, su mojada vulva en la mía y los jóvenes espectadores aumentando la excitación del momento, había sido un sueño.