Linaje Carnal, Un Hijo de Puta Cap I

Un muchacho golpeado por la historia de su familia y una experiencia traumática se convierte en un sujeto ambicioso y sin moral que estará dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de alcanzar sus objetivos, incluso aprovecharse de la madre y la novia de su mejor amigo.

LINAJE CARNAL

AUTOR: MARK DE LUNA

CAPÍTULO 1

El muchacho veía con horror como el viejo tomaba por los hombros a su madre y la obligaba a doblar la espalda hacia adelante. Luego contempló como, con fuerza, le sacaba la falda y la ropa interior, para después bajarse los pantalones, tomar con su mano derecha su pene erecto y llevarlo hasta la entrada del culo de la pobre mujer.

El joven, aunque aún le faltaba para ser un adulto, tenía edad más que suficiente para saber lo que estaba pasando.

—Por favor —dijo su madre—, enfrente del niño no.

—¡Cállate, mujer! —gritó el hombre y le dio un golpe en el culo a la madre, ella gritó, pero no de dolor—. Ya es un hombrecito. Tarde o temprano va a aprender sobre esto, ¿y qué mejor que aprenda de su padre?—. El viejo hizo una pausa, se quedó con el pene agarrado sobre la entrada del trasero de la madre, luego miró al muchacho—. A menos que sea maricón, en cuyo caso, supongo que aprenderá de ti. jajaja.

—Pero, soy su madre, no es normal que me vea hacer esto…

—¡Dije que te calles, mujer! ¡Ya te he dicho que cuando te cojo solo quiero escucharte gemir y gritar tonterías de placer! —Le volvió a dar una nalgada—. Ya tengo suficiente con escuchar tus tonterías todo el día.

Para sorpresa del muchacho, su madre se cayó de inmediato. Lo siguió mirando con lástima, pero no volvió a decir nada, al menos no con palabras, porque si movió su cabeza, negando, como diciendo: “Hijo, no me veas, por favor”.

Pero el muchacho estaba petrificado, no podía mirar a otro lado. Muy en el fondo, aunque no era plenamente consciente de ello, encontraba morbosa la situación.

—¡Niño! —gritó el hombre—. ¿Qué fue lo que le preguntaste a tu madre hace un momento?

El joven no dijo nada, solo lo miró con miedo.

El viejo se giró para darle una bofetada, causándole dolor, provocando que soltara un par de lágrimas.

—¡No llores! ¡Y responde cuanto te pregunte algo!

—Le…, le pregunté… —El niño sollozaba—. ¡Le pregunté por qué se había casado con alguien como usted! —gritó al fin con furia.

—Jajajaja —rio el hombre—. Lo sé, niño, te escuché clarito desde la otra habitación. Entonces, volvió a acomodar su pene en la entrada del culo de la madre que seguía inclinada, a su merced; y le dijo al muchacho—: Te voy a enseñar la razón.

El viejo empujó sus caderas hacia adelante, penetrando a la madre del muchacho de un solo golpe, causando en ella un grito desgarrador.

Al oírla gritar de esa manera, el joven se armó de valor para moverse. No quería que nadie lastimara a su madre. Se adelantó, dispuesto a salvarla de ese hombre, pero, al ver su rostro, al fin lo entendió. No estaba sufriendo, por alguna razón que él aún no entendía, le gustaba.

—Verás, niño… —comenzó a decir el viejo, alzando la voz, para que se escuchara sobre los gritos de su madre—. Todos los humanos tienen un punto débil, sin excepción. —Movió sus caderas de atrás hacia adelante, causando más gritos de la angustiada madre—. Y si hablamos de mujeres, por supuesto pasa lo mismo con ellas… Uf —jadeó, haciendo ver que el esfuerzo de penetrar a la mujer le empezaba a pasar factura. Era un hombre que no estaba nada en forma—. A algunas las mueve el dinero, a otras simplemente el amor, pero hay algunas, como esta que tenemos aquí… —Empujo de nuevo, esta vez con más fuerza.

El joven se sorprendió de que su madre pudiera mostrar un rostro como ese, siempre era tan dulce, tan sonriente…

—A las mujeres como esta… —continuó hablando el viejo—, ¡les encanta la verga!

Tras decir esto, comenzó un mete saca frenético sobre la sufrida y hermosa mujer. Se movían como animales, parecían perros. El muchacho había visto antes en la calle a perros fornicando, y esa escena, se le parecía mucho, excepto que los perros no gritaban como su madre lo estaba haciendo.

Como para confirmar los pensamientos del niño, el viejo comenzó a hablarle a la pobre madre.

—¡Vamos, perra! —decía—. Es una ocasión especial, te permito que hables. ¡Dile a tu hijo lo mucho que te gusta mi verga!

El muchacho miró a su madre, que le devolvía la mirada. No era la misma de siempre, en sus ojos había algo… Era una mirada que a él todavía no sabía distinguir, le faltaban un par de años para comprender que era de lujuria, de placer.

—¡Sí! —gritó su madre —¡Me encanta!

—Jajaaja —rio el viejo —. ¡Ahora dile por qué te casaste conmigo!

La madre miró al muchacho, y su gesto cambió por un momento. Era como si le pidiera perdón, pero solo fue por un segundo, pues, con la siguiente embestida que el viejo le dio, no dudó ni un instante en gritar.

—¡Porque me encanta como me coges! —La saliva se desbordaba—. ¡Porque soy adicta a tu verga!

El muchacho veía como su padrastro se follaba sin compasión a su querida madre. El viejo ese era la persona que más odiaba en el mundo, el que siempre lo trataba mal, el que lo golpeaba cuando quería, el que lo humillaba riéndose de él por cualquier tontería, que lo llamaba maricón solo porque no hablaba mucho. Y ahora ahí estaba, teniendo sexo con su madre enfrente de él. Claro que ya los había escuchado en las noches más de una vez, pero verlo era algo muy diferente.

—Jajaja —se carcajeaba el viejo—. Ya ves, niño. Aaah. A algunas mujeres solo les interesa la verga, uf. Eso es algo que tu querido padre no entendió, por eso ahora está donde está.

El que mencionara a su verdadero padre, hizo enfadar mucho al niño.

—¡No hables de mi padre! —gritó—. ¡Él era mejor que tú!

—Y aun así está muerto —dijo el viejo—. Él murió, y yo me quedé con su esposa. —Le dio otra nalgada a la madre. Ya no era él quien se movía, era ella la que se penetraba sola contra el pene del hombre—. ¡Vamos, perra! ¡Dile al mocoso a quien amas más! ¿A mí? ¿O a su padre?

De nuevo, el joven notó en su madre esa mirada de disculpa, pero no tardó mucho para responder la pregunta del hombre.

—¡A ti! —gritó la mujer—. ¡Javier nunca pudo hacerme sentir así!

El muchacho sintió como una puñalada en el pecho. Para él, su padre era intocable. Pero también quería mucho a su madre, y no podía enojarse con ella…

Entonces, de repente, notó como su madre y su padrastro comenzaban a estremecerse.

—¡Aaaah! —gritó su madre, al tiempo que tiritaba sin control.

Luego de varios segundos, ambos se detuvieron y el muchacho vio como el hombre sacaba su pene del trasero de su madre. Estaba todo lleno de semen, mucho más de lo que le salía a él cuando se masturbaba, e incluso era más del que había visto en videos porno.

El viejo, aún con los pantalones abajo, lo miró durante unos segundos y comenzó a reírse.

—Jajaja ¡Mira, pendeja! —exclamó el hombre, señalando la entrepierna del joven —¡A tu hijo se le paró la verga por ver cómo te enculaba!

El muchacho no se había dado cuenta, pero ahora que el hombre lo decía, notó que era verdad. También se dio cuenta de cómo su madre lo miraba como si fuera un monstruo, como si el que hubiera hecho algo malo fuera él.

—¿Por qué no se la tocas? —dijo el hombre.

—¿Qué? —exclamó su madre, alarmada—. ¡Es mi hijo!

—Pero si no tuviste ningún problema en gemir como puta y correrte enfrente de el —le increpó el viejo—. Vamos, tócasela, seguro que nadie se la ha tocado; aunque yo a su edad ya había cogido con al menos tres viejas.

Su madre, tal como si fuera un robot, como si las palabras de ese hombre fueran la ley, llevó su mano derecha a la entrepierna del joven, que intentó apartarse, sin éxito.

—¡Wow! —dijo su madre en cuanto la tocó—. Maury, no estás nada mal, estoy segura de que puedes llegar a ser casi tan bueno en la cama como tu padre.

Esto de padre lo dijo haciendo un ademán hacia el viejo Genaro, el padrastro, el que la acababa de encular.

—¡No es mi padre! —dijo el joven Mauricio, sin poder creer que ese fuera el mismo tío Genaro, hermano de su padre, a quien tanto había admirado unos años antes —¡Es solo un viejo hijo de puta!

El sonido de la cachetada que le dio su madre retumbó por toda la casa. El joven la miró con rabia, con mucho dolor en el corazón. Ella nunca le había pegado, siempre había sido tan dulce y buena con él, incluso después de que hace un año se casara con Genaro. Incluso, cuando el viejo lo golpeaba, ella lo consolaba. Esa misma tarde, unos pocos minutos antes, Mauricio y Genaro habían discutido por una tontería, el control de la televisión, y cuando el viejo le dio un puñetazo en el rostro, el muchacho había ido corriendo a la cocina para que su madre lo abrazara.

Ella lo hizo, y fue entonces cuando, por milésima vez, él le preguntó por qué se había casado con él.

Fue ahí que todo empezó. El viejo lo escuchó y harto de los cuestionamientos del “niño” como él lo llamaba, decidió demostrárselo.

Sobándose la mejilla, el joven iba a decir algo, pero fue interrumpido por los gritos de su madre.

—¡Ya me tienes harta! ¡Te he dicho mil veces que Genaro ahora es tu padre! —la mujer gritaba, notablemente enfadada—. ¡Y ya es hora de que empieces a llamarlo así!

Mauricio la miró con los ojos llorosos. ¿Esa era su madre en realidad? ¿Cuánto había cambiado? ¿El sexo con ese viejo era tan bueno como para llegar a esos extremos?

Mientras su madre le gritaba, el viejo sonreía, hasta que terminó por carcajearse.

—Jajaja —rio el maldito tipo, antes de obligar a la madre a poner el último clavo en el ataúd del amor propio de Mauricio—. Ahora, querida…, dile a quien amas más… ¿A mi verga o a él?

El joven miró a su madre a los ojos, ni siquiera hacía falta que respondiera. Su rostro lo decía todo…

Mauricio despertó sobresaltado, respirando con dificultad, miró hacia todos lados. Había sido un sueño.

Un sueño del peor día de su vida. Se sorprendió al darse cuenta de lo muy bien que su subconsciente mantenía el recuerdo intacto, pues el sueño había sido muy vivido, casi como haber estado ahí otra vez.

De pronto, escuchó gemidos que venían de la habitación de su madre. Pensó que ese maldito ruido debía de haber provocado que su mente reviviera esa pesadilla.

Miró su teléfono. Ya casi era la hora en que se levantaba para ir a la universidad; de hecho, faltaba un minuto para que su alarma sonara.

—¡Aah! ¡Sí! ¡Sí! ― seguían escuchándose los gemidos de la habitación de al lado.

Enfadado, se puso de pie y salió de su habitación.

En la cocina, lo esperaba su madre.

—Buenos días, hijo —lo saludó.

Él no respondió nada

—Te hice el desayuno.

Mauricio entró al baño, abrió las llaves de la ducha y, después de desnudarse, entró en ella.

En el fondo, esa mujer le daba algo de lástima. En todo caso, no la suficiente como para dejar de sentir la repulsión que le provocaba desde aquella vez.

Desde hace seis años, su madre hacia todo para que él la perdonara, le preparaba la comida, la cena, le lavaba la ropa, intentaba hablarle…, pero todo era inútil. Desde esa noche, Mauricio no le había vuelto a dirigir la palabra.

Seis años de ignorar a una persona parecen mucho tiempo, pero a él solo le parecieron difíciles los primeros meses, quizá el primer año, sobre todo porque el adoraba con toda su alma a su madre; pero, precisamente por eso, no podía perdonarle lo que había hecho ese día.

Salió del baño con la toalla enredada a la cintura. Mientras, en la habitación seguían escuchándose los gemidos de una chica. ¿O eran dos? Difícil saberlo, si lo eran, tenían una voz muy similar, y si solo era una, gemía como pocas.

La casa era muy chica, una pocilga, con solo dos habitaciones y una sala grande que hacía las veces de cocina también.

Mauricio miró a su madre sentada en la sala, casi sintió lástima por ella.

Desde aquel fatídico día, Genaro dejó bien claro que él era quien mandaba en la casa. Mauricio tenía que pedirle permiso para todo, y Margarita, su madre, debía complacerlo en todo lo que le diera la gana, lo que muchas veces incluía salir de la habitación cuando él traía alguna mujer. Siempre eran putas, desde luego, era difícil imaginar que hubiera otra mujer tan estúpida como su madre, capaz de enredarse con un viejo gordo, calvo, feo y machista como ese por algo que no fuera dinero.

Se maldijo en cuanto entró a la habitación. Ya tenía veinte años, era un hombre; debería largarse de esa casa, pero, aunque no lo admitiría ante nadie, lo cierto es que se quedaba por su madre. En el fondo de su ser, Mauricio aún guardaba un poco del cariño que le tenía, y no se atrevía a dejarla sola con ese hombre; al menos no todavía. Pero, en unas semanas, tal vez todo cambiaría.

Cuando terminó de vestirse, salió de su habitación, checó su billetera y notó que no tenía nada de dinero. Tronó la boca y resignado se dirigió a la puerta de la habitación contigua.

Comenzó a tocar con fuerza.

—¿Quién es? —gritó Genaro.

—Soy yo — respondió él —Abre.

—No deberías molestar a tu padre ahora —dijo su mamá detrás de él. La ignoró, como siempre.

En cualquier caso, no tardó mucho tiempo en que la puerta se abriera.

—¿Qué quieres? —preguntó el viejo al abrir—. Estoy ocupado.

—Ya me voy, dame dinero —le soltó sin más.

El viejo lo miró con desprecio, pero no le dijo nada, simplemente se dirigió a su cama. Dejó entreabierta la puerta del cuarto, dejando que Mauricio viera a la mujer que su padre se estaba cogiendo. Se encontraba desnuda sobre la cama. Por lo que pudo ver, tenía un cuerpo bastante bueno, y una cara bonita, aunque de aspecto algo vulgar. La joven le sonrió y lo saludó con la mano. Él se limitó a mirarla.

—Toma —dijo Genaro cuando volvió con unos cuantos billetes—. Ya lárgate.

Mauricio tomó el dinero y salió de la casa.

Odiaba seguir viviendo ahí. Odiaba tener que pedirle dinero a ese viejo. Ya era un hombre, debería poder ganar su propio dinero, pero Genaro no lo dejaba trabajar; decía que él le daría dinero hasta que terminara de estudiar, y entonces lo dejaría largarse de la casa para que no volviera nunca más. Mauricio pensaba que las razones del viejo radicaban en que temía que él ganara más dinero y se terminara llevando a su madre. Un temor infundado, pero no se le ocurría otra explicación.

Mientras el joven caminaba por la calle, se repetía que tenía que ser paciente y aguantar un poco más. Después de todo, si lo que había planeado funcionaba, podría irse de la casa antes de lo que pensaba; y no solo eso, sino que, además, sería rico.

A pesar de odiar recordar esa tarde, sí que hubo algo que aprendió ese terrible día, una enseñanza que su padrastro le dio. Algunas mujeres pueden entregarse por completo al sexo, como era el caso de su madre. Así que su plan era simple: encontrar una mujer como ella, pero con dinero. Y, aunque no estaba del todo seguro, creía haberla encontrado.

UNAS HORAS MÁS TARDE

—¡Te dije que me trajeras cigarros de los que me gustan! —le gritó Mauricio a Jesús, antes de golpearlo en la cara.

—Perdón —contestó el chico, llevando su mano a su mejilla—, pero es que ya no había de esa marca.

Mauricio Había sido amigo de Jesús en su infancia, pero ahora abusaba de él , lo golpeaba y lo tenía casi de esclavo.

Jesús siempre había sido un chico tímido e introvertido, cobarde por naturaleza. De hecho, en su adolescencia, era evidente que solo se juntaba con Mauricio para evitar sufrir bullying por parte de otros chicos, pero Mauricio se había hartado, y al final decidió ser él quien se aprovecharía del joven Jesús.

—Bueno, supongo que es mejor a que no me trajeras nada —dijo Mauricio. Abrió la cajetilla de cigarros, le ofreció uno a los dos compinches que estaban a su lado, Pablo y Gonzalo, que eran unos matones con los que se juntaba desde hace años. Estudiaban en la misma Universidad, pero en realidad solo iban para pasar el rato. Con Mauricio, solían irse a un lugar alejado en los terrenos de la escuela, donde había una vieja bodega que antes se usaba para guardar los materiales de los conserjes. Se reunían ahí para pasar el rato, fumar, tomar; a veces incluso llevaban alguna chica.

—¿Quieres? —le preguntó Mauricio a Jesús, ofreciéndole un cigarro.

—No fumo —respondió el.

—Qué marica —dijo Gonzalo detrás de él.

—No digas eso hombre —dijo Mauricio—. Si no le gusta fumar no hay problema, eso no lo hace marica.

Él siempre había sido el más blando con Jesús, calmaba a los otros dos cuando lo querían golpear; lo defendía de sus insultos e, incluso, cuando lo golpeaba, lo hacía con menos fuerza.

No hacía esto porque fuera buena persona o porque sintiera cierta culpa, ni porque aún atesorara los momentos cuando eran amigos. No, lo hacía porque quería que Jesús sintiera que él era el mejor de los tres, para que se diera cuenta de que, si no fuera por él, los otros dos se lo harían pasar mucho peor. En cierta forma, lo que quería era que sintiera confianza, que pensara que no lo trataba tan mal porque alguna vez habían sido amigos; de hecho, quería que pensara que todavía lo eran, pues su plan se basaba en gran parte en eso.

—Oye —le dijo—. Tengo ganas de jugar videojuegos, ¿vamos a tu casa?

—S-sí, claro —dijo Jesús.

Mauricio iba a decirle que hablara bien, que se comportara como hombre, pero en ese momento vio como una joven muy bella se acercaba a ellos.

—Oh, ahí viene tu novia.

En efecto, Clara, la chica que había llegado donde estaban, era la novia de Jesús, una joven muy atractiva, de un cuerpo que, si bien no se había desarrollado del todo, ya era escultural. No había sido bendecida con unas tetas grandes como a Mauricio le gustaban, pero sí con unas piernas hermosas y bien torneadas, una cintura bien marcada y un culo de infarto, el mejor que había visto nunca, esculpido, sin duda, por las horas de ejercicio que dedicaba al club de Vóleibol.

A Mauricio le encantaba verla en el uniforme de su equipo, pues se le entallaba y resaltaba su trasero de una forma magnifica. El joven la deseaba, y se lo había dejado saber más de una ocasión; sin embargo, ella siempre lo había rechazado. No tenía ni la más mínima duda de que lo odiaba, pero, si su plan salía como esperaba, dentro de poco esa chica estaría compartiendo su cama, gritando de placer. Incluso, tal vez, se la prestaría a sus dos amigos para que gozaran de ella.

Pero aún no era el momento, había un pez más grande del que tenía que preocuparse antes de pensar en cualquier otro. Ya llegaría su momento.

—Hola, Clara —la saludó con cinismo—. ¿Qué te trae por aquí?

Ella lo miró con ese odio que siempre había en su mirada.

—¿Tu qué crees? —respondió ella—. ¡Vi que le pegaste! —le gritó—. ¿Por qué no lo dejas en paz de una vez?

Era algo que admiraba de ella. Esa valentía y ese coraje, tenía más valor que su novio, incluso, más valor que Pablo y Gonzalo, quienes solo se metían con gente que no podía defenderse de ellos.

—¿Pegarle? —preguntó Mauricio con sarcasmo—. Solo estamos jugando, ¿verdad chuy?

El aludido se limitó a asentir.

—¿Lo ves? —le dijo a la chica—. Es solo un juego donde todos nos golpeamos.

La chica lo miró con más odio que antes. Luego se agachó y tomó el rostro de Jesús con sus manos. Miró el área donde lo había golpeado, estaba roja, pero ya que Mauricio no lo había hecho con mucha fuerza, no iba a dejar marca, no como los golpes que le daban los gorilas que estaban detrás de él. La chica acarició la mejilla de su novio con gesto amoroso, para calmar el dolor.

—De hecho —dijo Mauricio—, es tu turno, chuy. Vamos, pégame.

Tomó del brazo al joven y lo puso de pie, luego puso la mejilla y con el dedo le indicó que lo golpeara. Jesús no hizo nada, no entendía porque le pedía eso, nunca lo había hecho.

—Vamos, no seas tímido —le dijo Mauricio, incorporando algo de fuerza en su voz, para darle a entender que era una orden.

Vio como Clara le hacía un gesto con la cabeza a Jesús, diciéndole que no lo hiciera. Pero el joven sabía bien lo que le pasaría si no obedecía, así que finalmente lo golpeó. Fue un golpe fuerte, tal vez Jesús aprovechó para sacar algo de la rabia que tenía contenida en su interior, pensó Mauricio.

Uno de los nudillos de Jesús le dio en la nariz, haciendo que de inmediato comenzara a sangrar. Mauricio lo miró con rabia, pues no esperaba que lo golpeara tan fuerte, pero se calmó, de hecho, así era mejor.

—¿Ahora lo ves? —le dijo con la voz gangosa por el golpe en la nariz a la chica—. Solo era un juego.

—Que juego más estúpido —dijo ella—. Vámonos Jesús.

El aludido lo miró. Había miedo en su mirada, pero Mauricio le sonrió en señal de que podía irse; así que Jesús dio media vuelta y caminó en dirección a las aulas de la Universidad.

Clara hizo lo mismo, pero antes de que pudiera avanzar, Mauricio la tomó del brazo, haciendo que se detuviera. Jesús siguió caminando, sin siquiera darse cuenta de que su novia se había quedado atrás.

Ella se giró con rabia en los ojos.

—¡Suéltame! —exclamó.

—¿Por qué no me consuelas como lo hiciste con él?

Mauricio señaló su herida, que seguía sangrando.

—¡En tus sueños!

—Sí —dijo él, soltando el brazo de la chica—. He tenido ese sueño muchas veces.

La chica entendió de inmediato el doble sentido de la frase. El enfado en su cara se multiplicó. Quería golpearlo, pero se contuvo, simplemente se giró y salió al encuentro de su novio.

—¿Estás bien? —le preguntó Gonzalo a Mauricio—. ¿Qué fue todo eso?

—No te preocupes, solo fue una idea que se me ocurrió.

Mientras observaba como la chica se alejaba, no podía evitar pensar en cómo le gustaría hacerla gritar.

Después de clases, Mauricio esperó a Jesús.

—¿Dónde está tu novia? —le preguntó.

—Tiene entrenamiento de vóley —respondió Jesús.

—Qué lástima, me gusta mucho verla.

Jesús agachó la cabeza. Mauricio sonrió. Le parecía increíble que aun diciéndole eso, él no hiciera nada. Definitivamente no era más que un cobarde.

Mientras caminaban con dirección a la casa de Jesús, Mauricio no dejaba de tocarse la nariz. Le dolía, el muy idiota lo había golpeado bastante fuerte, pero se calmó pensando que se lo haría pagar de alguna forma u otra.

La casa de Jesús no era una mansión, pero si era una casa muy lujosa. A Mauricio le maravillaba desde los tiempos que la visitaba de niño. Tenía dos pisos, con una fachada color verde suave, un jardín delantero con plantas de muchos colores que alegraban la vista. Aunque, sin duda, la flor más bella estaba dentro.

En cuanto entraron, Mauricio percibió el olor, la esencia de la mujer que le interesaba, y ella no tardó mucho en aparecer.

—Hola, cariño —dijo la mujer, que pareció sorprenderse de ver al amigo de su hijo ahí. Mauricio vio con orgullo como la madre de Jesús se ruborizaba al verlo.

Él la miró a los ojos durante unos segundos hasta que notó como apartaba la mirada.

—Ah, Mauricio, bienvenido —dijo ella con esa voz dulce que la caracterizaba.

—Buenas tardes, señora Angélica —la saludó—. Jesús me invitó a jugar videojuegos.

Le sonrió.

Entonces, la mujer notó como tanto su hijo y él tenían marcas de golpes en el rostro.

—¿Pero que les pasó? —preguntó alarmada.

Se acercó a ambos y con sus manos tomó el rostro de su hijo para examinarlo.

—¿Otra vez vienes así? —le preguntó.

—Lo siento, mamá —respondió cabizbajo Jesús.

La mujer lo miró con tristeza. Luego se centró en Mauricio, hizo lo mismo que había hecho con su hijo. Pero, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, miró a los ojos a Mauricio, se ruborizó de nuevo y se separó de él.

—¿Y a ti qué te pasó?

—No es nada, señora, cosas de chicos, ya sabe.

Ella lo miró. Parecía que quería decir algo, pero se contuvo.

En opinión de Mauricio, y del mundo entero, Angélica era una mujer hermosa, una mujer perfecta. Su cara era hermosa, tenía unos ojos verdes preciosos, una sonrisa que multiplicaba por diez los ya de por si bellos rasgos de su rostro. Además, poseía una hermosa cabellera negra que le llegaba hasta media cintura.

Aunque era una mujer de cuarenta años, la belleza de su cuerpo se mantenía como congelada en el tiempo. Mauricio la conocía desde que era niño, por eso sabía que la edad no había pesado, ni mucho menos, en la belleza de esa mujer. No solo no tenía ninguna arruga, sino que además su cuerpo estaba muy firme y vigoroso.

A diferencia de Clara, Angélica tenía unas tetas grandes que se apretaban contra cualquier blusa que usara, y aunque no tenía el culo perfecto de la novia de Jesús, tenía uno más robusto, muy bien formado y apetitoso.

Esa era la mujer en la que Mauricio se había fijado. Viuda desde hace ocho años y heredera de toda la fortuna de su marido. La mujer ideal. Además, el joven sabía muy bien que ella se sentía atraída por él. ¿Y por qué no? Era un muchacho apuesto después de todo. Tal vez era solo la falta de un hombre en su vida, pero era más que evidente como lo veía, como se ruborizaba y apartaba la mirada.

Esa era la razón del por qué recientemente Mauricio había ido tantas veces a esa casa. Su plan se basaba en conseguir que esa mujer se enamora tanto de él que no tuviera problemas en vivir con él. Se imaginaba siendo rico y cogiéndose a esa hembra una y otra vez.

Los jóvenes subieron a la habitación de Jesús y se pusieron a jugar. No pasó mucho tiempo para que Mauricio se aburriera.

—Voy a tomar agua —le dijo a Jesús y salió de la habitación. Bajó a la sala buscando a la madre de su amigo. La encontró en la cocina, preparando algo de comer.

—Hola, señora Angélica.

Ella se giró dando un saltito.

—¡Me asustaste! —dijo.

—Lo siento, señora. Solo vine por algo de agua.

—¿No te quedas a comer?

—No, gracias, tengo que ir a hacer la tarea.

Ella lo miró y sonrió.

—Qué bueno que seas un alumno trabajador.

Mauricio le sonrió, haciendo que se sonrojara.

—Oye… —dijo Angélica —, ¿tú sabes si en la escuela le pasa algo malo a Jesús?

El joven la miró. Era lo que esperaba, alguna pregunta parecida a esa.

—¿Algo malo? —preguntó, fingiendo ponerse nervioso. Quería darle la impresión de que sí sabía algo, pero no quería hablar.

—Sí —dijo Angelica—. Ya tiene casi dos años que regresa con golpes de vez en cuando. Al principio creí que serían peleas aisladas, pero cada vez llega peor.

—¿Por qué no le pregunta a él?

—Lo he intentado, pero no me dice nada. Desde que murió su padre se ha vuelto muy reservado, no habla con nadie. No sé qué le pasa, pero me preocupa.

Mauricio apartó la mirada cuando ella lo vio a los ojos, tratando de incentivar la sospecha de que algo sabía.

—Tú sabes algo —dijo ella—. Eres su único amigo. —Esto le confirmó a Mauricio que Jesús no le había dicho a su madre que eran él y sus amigos los que lo molestaban—. Por favor, dime.

—Es cierto —dijo Mauricio simulando pesar—. Sé lo que pasa con su hijo, pero no puedo decírselo.

—¿Por qué? —preguntó Angélica, espantada—. ¿Es algo muy grave?

Mauricio miró alrededor, asegurándose de que Jesús no los escuchaba.

—Escuche, señora —habló en un susurro—. No puedo arriesgarme a que su hijo escuche lo que voy a decirle. ¿Puedo venir mañana?, cuando él no esté. Así podré explicarle todo con tranquilidad.

Angélica miró al muchacho con un semblante contraído por la preocupación.

—Está bien. ¿A qué hora? Mi hijo vuelve a casa apenas sale de clases.

—No se preocupe, mañana tengo libre un par de clases en la mañana —mintió Mauricio—. Vendré a esa hora.

—Está bien —dijo la mujer—. Te esperaré, pero, por favor, ven; quiero saber qué le pasa. Me tiene muy preocupada.

—No se preocupé —dijo—, aquí estaré.

Ya eran las seis de la tarde cuando regresó a su casa. Por lo general trataba de tardarse lo más posible para no tener que ver ni a su madre ni a su padrastro.

Entró a la casa y para su sorpresa solo se encontró con la puta que en la mañana estaba cogiendo con Genaro. Estaba sentada en el sillón de la sala.

—Hola, guapo —le dijo.

—¿Y mi madre? —le preguntó.

—Salió —respondió ella—. Tu padre se la llevó. Dijo que iban a una fiesta.

—¿Y tú? ¿Por qué sigues aquí?

La chica se puso de pie y, para sorpresa de Mauricio, comenzó a desnudarse.

—Te estaba esperando —dijo la chica—. Sé que igual que tu padre, tú sueles ir mucho al congal. Las chicas a las que les pagas dicen que estás muy bien dotado y quiero comprobarlo.

Mauricio la miró de arriba abajo. Tenía un muy buen cuerpo. Solo las tetas estaban un poco más chicas de lo que a él le gustaban, pero tampoco es que les hiciera el feo.

Se había prometido que no iba a tener sexo con nadie hasta que consiguiera hacer suya al pedazo de hembra que era Angélica, pero al ver a esa prostituta así, desnuda, ofreciéndosele…

Lo cierto es que no estaba seguro de cuánto tardaría en poder cogerse a Angélica. Lo de juntarse con ella para discutir lo que le pasaba a Jesús solo sería un primer paso; podría tardar semanas en tenerla como él quería. Era mucho tiempo.

—Está bien —le dijo al fin a la chica—. Acuéstate en la mesa.

La puta sonrió e hizo lo que Mauricio le dijo. Se recostó de espaldas sobre la mesa y abrió las piernas para mostrar su vagina peluda y negra. El joven se calentó con la hembra que se le ofrecía. Ni pensó en preguntarle el nombre o en tratar de hacerla sentir cómoda. No le importaba. Solo se bajó los pantalones para liberar su pene.

—Wooow —se impresionó la golfa, borrando la sonrisa de su rostro.

Mauricio se acercó.

—Espera… —empezó a decir la chica con algo de temor. Pero a él no le importó; si quería verga, verga le iba a dar.

FIN CAPÍTULO 1.