Limpieza de bajos
...con la excitación del momento, el rabo se me había puesto como un palo y, aunque yo no lo sabía, asomaba la punta por uno de los perniles...
Limpieza de bajos
(Publiqué este relato en Internet hace algunos años, con otro seudónimo, pero creo que merece la pena que esté en Todorelatos, la más interesante página de relatos eróticos de la red)
Este verano estuve en un semáforo limpiando cristales; diréis que soy un marginal, pero la verdad es que lo que soy es un chico de 17 años sin un euro, y con muchas ganas de conseguir dinero como fuera. Pues un día me sucedió lo que voy a contaros.
Era un domingo de agosto, a las cuatro de la tarde. Yo no había hecho prácticamente nada en todo el día, y la verdad es que estaba frito de calor. No había un alma en la calle, y no pasaban casi coches. Por fin llegó uno, con cuatro chicos. Llevaban los cristales subidos, con su aire acondicionado, fresquitos. El coche estaba limpio, esa es la verdad, pero yo no podía dejar la ocasión de conseguir algún dinero. Me fijé, y vi que encima del techo del vehículo, justo en el centro, una paloma había dejado un "recado". "Ésta es la mía", me dije.
El conductor, en principio, negaba con la cabeza cuando le intentaba explicar lo que le decía, pero noté que me miraba insistentemente las piernas; yo llevaba puesto unos pantaloncitos vaqueros muy cortos, porque era lo único que soportaba con aquel calor, y nada en el torso. Incluso (me di cuenta después) llevaba el botón de los tejanos sin abrochar y el comienzo de la cremallera bajada. Como no uso slips, debía estar enseñando el comienzo del pubis, aunque yo, con el calor que tenía, no me había dado cuenta, ni mayormente me importaba, ésa es la verdad.
Tengo que decir, aunque me esté feo decirlo, que tengo un buen paquete, y aquel tejano cortado casi al nivel de las ingles lo resaltaba, porque era de una talla más pequeña de la mía. Así que el chico no me quitaba ojo del paquete, y yo vi la posibilidad de rentabilizar aquello. Así que me dispuse a quitarle el "recado" de encima del coche, para lo que no tuve más remedio que aplastar mi paquete contra el cristal del conductor, ofreciéndole una visión que, supongo, debió ser "demasiado".
Yo esperaba que aquello lo ablandara... y vaya si lo ablandó. Sentí cómo el cristal era bajado automáticamente, y mantuve el paquete donde estaba. A todo esto, con la excitación del momento, el rabo se me había puesto como un palo y, aunque yo no lo sabía, asomaba la punta por uno de los perniles. Cuál no sería mi sorpresa cuando, de repente, sentí como alguien me chupaba la punta, me abría la cremallera y se metía todo mi nabo dentro de la boca.
Yo no había estado nunca con un hombre, salvo algunas veces que nos habíamos pajeado algunos amigos, unos a otros; había tenido algunas experiencias con chicas, poca cosa, apenas un chupetón por su parte y un magreo por la mía. Pero aquello sí que era realmente bueno. El chico se había metido mi tranca hasta la empuñadura, porque notaba la nariz rozándome el bajo vientre. A todo esto, yo no me atrevía a separarme del coche y seguía pegado a la ventanilla, como si aún siguiera limpiando lo de la paloma; la verdad es que no sabía muy bien qué hacer. Miré alrededor, por si alguien nos veía, pero no había un alma ni un coche a muchos metros a la redonda.
En esto noté que el cristal de atrás del lado donde yo estaba se abría, y una mano se deslizaba por dentro del pantaloncito hasta cogerme el culo. Uno de los dedos llegó hasta el mismísimo agujero, y, tras un ligero tanteo, se introdujo allí. Los lengüetazos que me estaba dando el conductor me tenía totalmente flexible el agujero, y pronto entraron dos dedos. Noté entonces que el conductor se echaba hacia un lado, y con él su boca, y con su boca mi polla, lo suficiente para que, según deduje, su compañero de asiento delantero se acercara hasta mis huevos y se los metiera en la boca. No sé cómo pude ver que el semáforo ya había cambiado varias veces, y allí seguían. Como no llegaban coches, nadie les pitaba.
El que me chupaba los huevos me enloquecía, los mordisqueaba un poquito, se los metía enteros en la boca, mientras el conductor seguía tragándose mis 20 centímetros como si fuera lo más normal del mundo. El que me magreaba el culo me metió el tercer dedo, y junto con los otros dos me abrió el agujero hasta límites que nunca pensé podría llegar. Me habría entrado un palo de béisbol, si lo hubieran tenido a mano.
Noté cómo me corría, y quise retirarme del que me la chupaba, pero éste me retuvo con fuerza. Me corrí con desesperación en su boca, al tiempo que el del culo me metía el cuarto dedo en mi agujero, abierto más que nunca. El que me la mamaba se había sacado un poco el pollón, lo suficiente para recibir la leche en la lengua y no en la garganta. Sentí como la saboreaba, cómo la paladeaba, cómo se la tragaba poco a poco.
Estuve a punto de caer de placer, pero el del culo y el de los huevos me sostuvieron. La puerta trasera se abrió, entonces, y la mano que me había puesto el culo a tono me hizo gestos de que entrara. No me lo pensé dos veces. Me guardé la polla, todavía bien grande, en mis minúsculos pantaloncitos vaqueros, y me introduje dentro del coche. Allí el espectáculo continuaba. El conductor tenía el nabo enchufado en la boca del que me había estado chupando los huevos; el que me había follado el culo con los dedos estaba siendo mamado por el cuarto chico, que no había catado nada mío. El conductor, con el otro chico mamándole el rabo, arrancó, porque llegaba un coche. No reparé entonces en que nos podíamos haber matado, con el conductor siendo chupado de la forma en que lo hacía aquel chico. Entonces lo único que sabía es que quería meterme en la boca uno de aquellos carajos, cuanto más grande mejor.
El que me había abierto el agujero del culo debió darse cuenta de mi ansia, porque retiró con delicadeza al que se la estaba mamando y me ofreció un espectáculo de fábula: un pedazo de rabo de no menos de 20 centímetros, totalmente lubricado, brillante, extremadamente apetitoso: no lo pensé dos veces y lo sepulté en mi boca. Nunca había chupado una polla, y sin embargo parecía que no había hecho otra cosa en mi vida: instintivamente supe como dar lengüetazos a lo largo del mástil, cómo gustaba los mordisquitos en el glande, cómo hacer llegar al paraíso chupando justo debajo del ojete del capullo. Mis esfuerzos fueron recompensados: de repente el chico se me corrió en la boca. Yo, por supuesto, hice intención de retirarme, porque creí que aquel líquido viscoso de mis pajas debía estar asqueroso; sin embargo, no me retiré lo suficientemente rápido y un buen churretón me cayó en la lengua: no había probado en mi vida nada tan delicioso, así que, sin perder un instante, volví a enchufarme y recibí en la boca los restantes trallazos de leche de mi nuevo amigo. Goloso, seguí exprimiendo el glande y el ojete cuando parecía que ya no salía más.
El chico, entre tanto, había estado hurgando en mi agujero del culo, y los cuatro dedos habían vuelto donde estaban pocos minutos antes. Mientras se me corría en la boca, no sabía qué me daba más placer, si la leche en la lengua, rebosándome por las comisuras, o los cuatro dedos masajeándome el interior del culo. El chaval se dio cuenta de cómo culeaba, y, cuando a los pocos minutos aparcamos en un camino despoblado y cubierto por árboles, donde se estaba fresquito (aunque la temperatura dentro del coche había subido considerablemente, a pesar del aire acondicionado...), vi como susurraba algo a sus amigos, mientras yo aún intentaba conseguir una gota más de aquel carajo monumental, ya exprimido. Salieron todos del coche, y yo los seguí. Me fijé entonces un poco más en ellos. Tenían más o menos mi edad, o quizá algún año más, pero en ningún caso más de 20 años. Todos vestían pantaloncitos muy cortos, con unos bultos tremendos en la delantera, y unas camisetas muy finas, ahora un tanto sudadas, con lo que se les pegaban al cuerpo y se les intuían las tetillas.
--¿Te gustaría un fin de fiesta en condiciones? -me dijo el conductor, que se llamaba Pablo.
Yo no podía hablar, todavía relamiéndome la leche en la lengua, así que asentí con fuerza.
Los chicos abrieron el portón trasero del coche (era tipo cinco puertas) y abatieron el asiento trasero hacia delante, de tal forma que quedó un gran maletero, muy amplio y alto. Dos de ellos, Pablo y Julio, se sentaron sobre ese asiento tumbado, y se sacaron sus vergajos. Eran descomunales, del tamaño de sus amigos. Los otros dos me indicaron lo que yo ya imaginaba. Me situé dentro del maletero, con mi boca a tiro de las dos pollas, y me metí una de ellas en la boca; era como un misil caliente y palpitante. Pero la otra pobrecita pedía también donde guarecerse, así que me la metí también en la boca; las dos pollas, a la vez, dentro de mí, me follaban sin piedad. Por detrás, los otros dos chicos, Evaristo y Alfredo, me metían los dedos. Cada uno había metido dos, con lo que ya había cuatro, pero mi culo quería agrandarse aún más: metieron uno más cada uno, con esfuerzo, y tuve metidos seis dedos en el agujero.
Estaba a reventar, con seis dedos metidos por detrás y dos grandes pollas por delante. Pero el placer trasero iba a ser sustituido muy pronto por otro incluso superior. Cuando me sacaron los seis dedos culeé pidiendo que no se fueran, pero muy pronto llegó algo mucho mejor. Uno de ellos, Evaristo, me metió sin dificultad alguna (imaginaros cómo estaba de abierto y lubricado) su pedazo de carajo, gordo y grande, y aquella masa de carne caliente fue mucho mejor que los seis dedos. Pronto mi esfínter se adaptó a aquel tamaño y el chico empezó a largarme emboladas. Pero Alfredo no quiso quedarse atrás y, con gran esfuerzo, consiguió meterse entre mis piernas, boca arriba, hasta llegar con su polla a la altura de mi culo. Entonces hizo lo que me imaginaba: coordinándose con Evaristo, me metió también él por el agujero del culo su pedazo de verga, con lo que estuve totalmente lleno.
Si antes los seis dedos fueron una maravilla, esto era el paraíso: dos enormes pollas ocupaban mi culo, bombeándolo sin descanso, y dos grandes nabos me ocupaban toda la boca.
Parece que se hubieran puesto de acuerdo; de repente, la polla de Pablo comenzó a largar leche; la de Julio, como si se hubiera contagiado, también. Evaristo se vio venir y sacó la polla y me la acercó a la boca. Con gran esfuerzo abrí un hueco para dejar entrar entre mis labios aquel tercer pollón. Alfredo se corría en mis entrañas. Las pollas en mi boca largaban leche, y más leche, y más leche, y parecían no acabar, turnándose unas a otras, hasta que las dejé exhaustas, aunque también es cierto que me costó gran trabajo mantener en la boca tanto líquido, tanto almíbar. Cuando sacaron los nabos de mi boca, Alfredo aún me acercó el suyo, que todavía rezumaba leche, y se la limpié bien limpia.
Pablo me dijo:
--Nunca había visto a nadie chupar pollas como tú, y sobre todo tragar tanta leche. Anda que no habrás mamado tu nabos...
Sonreí enigmáticamente. No sabrían, al menos aquel día, que me habían desvirgado. Nos fuimos juntos, y aquéllas no fueron las últimas pollas que me comí aquel día...