Limpieza

Me agarró de la cintura y me tiró al suelo para luego colocarse encima de mí entre mis piernas. Se apoyó en su codo izquierdo para que yo no tuviera que cargar con todo su peso, su mano derecha se aferraba a mi muslo levantándolo ligeramente de forma que también abría más mis piernas. Su boca besaba mi cuello y yo solo podía sentir como mi respiración era cada vez más pesada y zumbante, abriéndose paso hacia los jadeos.

Mojada, sudada y cansada. Había sido un día largo de limpieza y el calor –tan característico de mi país en todas las temporadas del año– hacía que mi ropa se me pegara al cuerpo y me hacía sentir incómoda. Entre en la habitación que estaba habitada por la penumbra debido a que las ventanas estaban cerradas, aunque ya estaba oscureciendo así pronto no habría diferencia. No le di importancia y dejé la luz apagada, prendí el ventilador y me coloqué justo debajo de éste.

Hoy no había sido un buen día. Mi suéter favorito –de color negro, lo suficientemente largo como para no tener que ponerme nada en la parte de abajo– se había manchado con cloro y por si fuera poco me había enganchado de no-sé-qué-rayos y se había desgarrado haciéndole un agujero de un tamaño considerable, no me quedaría más opción que botarlo; una amiga me había llamado y me puso de un terrible humor con un tema que no quiero ni recordar. Y para rematar el día Diego, mi novio, me había llamado avisándome que hoy no podría venir a almorzar conmigo y que trabajaría hasta tarde. Ahora me encontraba sola en casa y así seguiría por unas tres horas más, al menos.

Yo vivía con Diego desde unos seis meses atrás. Después de dos años de relación sin problemas él me propuso la idea de vivir juntos y no me pude negar. Él trabaja en una empresa publicitaria mientras que yo actualmente cursaba mi último trimestre en la universidad. Nuestra relación había sido buena, y mucho más que eso, él era –y sigue siendo– perfecto, y no solamente por lo atractivo que pudiese ser –sus hermosos ojos azules enmarcados por rasgos fuertes con una piel de color pálido y un pelo negro como el carbón, alto, con un pecho ancho y brazos que sabían cómo hacerme sentir segura–, sino también por quien él era como persona: amable, cariñoso, protector, cuidadoso y una personalidad tipo imán. Yo sabía tan bien como él que vivir juntos sería un gran paso, quiero decir, la seriedad y el compromiso a la que nuestra relación estaba girando seria el paso antes de que todo estuviera sellado con una firma en un papel, él sabía tan bien como yo que está sería una prueba para nuestra relación para ver si podríamos seguir tan bien como hasta entonces teniendo que vernos más que solo unas cuantas horas al día; pero él parecía feliz con la idea y, la verdad, a mí se me formaba una sonrisa cada vez que pensaba en el tema. De todas formas el experimento ha sido un éxito hasta ahora e, incluso, parece haber dado aun más vida a nuestro romance.

En éste trimestre solo me quedaban tres materias por cursar así que tenía mucho tiempo libre. En el día de hoy no tenía ninguna clase, así que había aprovechado para hacer limpieza general, ahora hasta el techo se encontraba brillante. Pero también me había estresado, haciendo que todo fuera grande y pesado, y logrando de las nimiedades del día grandes desastres. Necesitaba desestresarme pero para eso necesitaba a Diego, sus manos en mi piel eran como una medicina que lo curaba todo. Se me formó una sonrisa al recordar parte de una de las muchas conversaciones calientes que habíamos tenido en la que me dijo: “ Para un largo día de trabajo no hay nada mejor que encontrar tu cuerpo desnudo en mi colchón ” rió, “ no puedo pensar en nada -no trabajo, no problemas- cuando tu luces así enfrente mío ”.  Al recordar sus palabras y lo que vino después hizo que se me pusiera la piel de gallina.

Necesito su cuerpo junto al mío. Pero voy a tener que esperar. Y hoy después de un día largo de trabajo para él, le daría lo que a él "lo mejor".

Subo mi mano hasta mi pelo y lo aparto para que la brisa del ventilador acaricie mi cuello sin ningún impedimento. Mantengo mi pelo color castaño en la parte superior de mi cabeza con una mano mientras que hago que la otra me toque la cara, el sudor corría y lucho para que éste desaparezca. Mi mano baja por el cuello y sigue bajando cuando su compañera suelta mi pelo -siento como éste se vuelve a expandir en mi espalda hasta la mitad- y ayuda a su compañera a hacer el recorrido de mi pequeña figura. Mido a duras penas 1.60, tenía curvas pronunciadas gracias a mis senos y a mi cadera. Mi mayor orgullo –y el de Diego– eran mis piernas junto con el color caramelo de mi piel.  Ahora me toco los senos, bajo hasta mi cintura, toco mis caderas, sigo hasta mis piernas; me dirijo hasta la parte trasera de las mismas y vuelvo a subir en una especie de masaje mientras en sudor se hace soportable. Me detengo unos segundos en mi trasero y subo por mi espalda tanto como puedo para luego ir hacia mis senos nuevamente, seguir por mi cuello y terminar donde todo empezó: ahora ambas manos mantienen mi pelo lejos de mi cuello.

Mi memoria era cruel, pues no dejaba de pensar en los besos que mi novio  me proporcionaba. Ahora me sentía excitada y él no volvería en horas, pero conseguiría entretenerme mientras tanto. Podría preparar una buena cena, me debía bañar y lavarme el pelo..., aparte, intenté verle el lado positivo a la situación: mientras más esperara por él, mayor serian mis ganas y mayor seria lo que tendría para ofrecerle en la cama.

Cierro mis ojos y me concentro en la sensación del aire a mí alrededor, intento calmar mis ganas. Suelto un suspiro de cansancio pero no me muevo, la brisa se siente tan bien.

No había oído el sonido de la puerta o el de pasos, pero una voz habló a mi espalda desde la puerta.

–Suenas cansada, deberías acostarte en la cama–. Diego. ¿Era yo una pervertida o en su tono había una invitación?

Me sorprendí al escuchar su voz pero la única manifestación que dio mi cuerpo fue el aceleramiento de mi corazón. Aunque bien eso podría ser simplemente porque era Diego él me que hablaba. Tuve sentimientos encontrados: Diego ya estaba aquí, podía sentir como ese solo pensamiento me hacia humedecer; pero yo no estaba ni pizca de presentable –sudaba, con mi ropa (o más bien mi roto suéter negro) todo mojado, mi pelo estaba hecho un desastre y estaba segura que debía de tener una que otra mancha de sucio–, esa no es la idea de sexy que ronda en mi cabeza.  No me moví, pero le respondí con la voz más calma que pude (desesperada tampoco entraba en mi categoría de sexy).

–Las sabanas están muy limpias y yo, definitivamente, muy sucia– tanto por dentro como por fuera, podía sentir como la parte salvaje afloraba en mi, tuve que luchar por no correr y saltarle encima. No tenía ni quince minutos pensando en él tocándome y ya estaba así de ansiosa ¿Cuál sería mi reacción si realmente hubiese tenido que esperar todo ese tiempo? Lo que me recuerda… – ¿No se suponía que hoy llegabas tarde?

Rió con tono suave, su risa estaba llena de humor. Una risa sexy. La oí mientras se acercaba, posó sus manos en mis caderas y acercó su boca a mi oído para responderme.

–El sin vergüenza de Juan sirvió para algo, por fin. Él se encargará del trabajo que tenía que hacer.

Juan, su mejor amigo, era una de las personas más divertidas y simpáticas que nunca había conocido pero, claro, era un vago y un mujeriego.

– ¿Estamos hablando del mismo Juan? ¿Por qué razón él haría tu trabajo?

–Me lo debe– pude sentir la sonrisa en su voz, su aliento en mi oído, sus labios en mi lóbulo derecho. Se me olvidó de que hablábamos. La sensación era sublime. –Hmm…

Su boca bajo hacia mi cuello y yo me estremecí. Mis complejos se quejaban de que yo estaba sucia y mi deseo le gritaba a mis complejos que cerraran el pico. Me giró para que nuestras caras se encontraran. Sus ojos –mirándome de una manera que debería ser ilegal– eliminaron todo pensamiento. Ahora mi deseo estaba al control.

Agarre las solapas de su saco y lo atraje más hacia mí con fuerza, importándome un carajo si se dañaba. Subí mis manos hacia su nuca obligándolo a bajar la cabeza y aplastando su boca contra la mía con hambre, mordí su labio y entonces él reaccionó. Sus manos –que hasta entonces habían estado reposando sobre mis caderas– subieron hasta mi cintura y me apretó contra su cuerpo tanto como pudo. La fuerza que empleó era vigorizante, sus manos eran fuertes y delicadas a la vez. Esas manos SIEMPRE me hacían ver la gloria.

Nuestros labios ya no eran entidades separadas, nos besábamos con tanta fuerza y hambre que bien podrían haberse fundido juntos. Su boca se separó de la mía y bajó hasta mi cuello, alzándolo yo a mi vez para hacerle el camino más fácil. Lo mordió y yo jadeé de placer. Eso pareció encenderlo aun más porque se apartó lo suficiente de mí como para agarrar mi suéter por la zona donde se había hecho el hoyo y terminó de desgarrarlo para dejarme a mi tan solo con mi ropa interior. Me agarró de la cintura y me tiró al suelo para luego colocarse encima de mí entre mis piernas. Se apoyó en su codo izquierdo  para que yo no tuviera que cargar con todo su peso, su mano derecha se aferraba a mi muslo levantándolo ligeramente de forma que también abría más mis piernas. Su boca besaba mi cuello y yo solo podía sentir como mi respiración era cada vez más pesada y zumbante, abriéndose paso hacia los jadeos.

Él estaba completamente vestido con su saco negro. ¡Qué injusticia! Hice que rodáramos de forma que yo quede encima de él. Me senté en cuclillas y comencé a desvestirlo. Realmente no era mi intención pero cuando le estaba desabotonando la camisa, mi desesperación era tal que la mayoría de los botones fueron arrancados. La camisa azul marino que tenia debajo del saco quedo totalmente abierta –rota– y yo comencé a besar su pecho, y mis manos, curiosas, seguían más atrás las huellas que habían dejado mis besos. Me levanté quedando arrodillada sobre él para poder desabotonar sus pantalones. Prácticamente me peleé con su cinturón y su cremallera pero salí invicta. Comencé a bajar sus pantalones y con ellos me lleve sus bóxers, hice que él levantara los glúteos para que fuera más fácil sacárselos. A pesar de eso me costó trabajo porque había olvidado quitarle los zapatos primero pero al fin logré sacarle todo. Volví a sentarme en cuclillas sobre él -con su miembro erecto y hermoso, pude notar- y lo atraje para que se sentara y así poder terminar de quitar el saco y la camisa.

Él se dejaba hacer gustoso con cara de pervertido, le respondí con una mirada que debía ser muy parecida a la suya. Una vez que él estaba sin ropa pase mi mano por su nuca y me apreté de nuevo contra él. Pronto volvimos a los besos y el comenzó a apretarme las nalgas, en consecuencia yo comencé a mover mis caderas con suave anticipación. Sus manos comenzaban a recorrer mi espalda y comenzábamos a perder el control de nuestras bocas. No aguantaba más, ambos jadeábamos y ambos lo necesitábamos.

–Métemela– jadeé de pronto contra su boca–, métemela que no aguanto, anda métela.

Escuché el desgarrón del fino panty que tenía puesto. Si esto seguía así no sobreviviría ni una sola prenda mía el día de hoy. No es tampoco que me importase. No había tiempo para quitarme el brasier. Lo empujé para que se volviera a acostar en el piso y removí el pedazo de tela que hacía pocos segundos había sido mi ropa interior del camino. Me alce lo suficiente para colocar su pene en mi vagina. Entró sin ningún problema a pesar de lo ancho que era y de los 20 cm con los que contaba. Estaba tan mojada que podía sentir como los flojos se escurrían por mis muslos.

Intenté hacerlo lento e ir subiendo la velocidad pero no pude. Comencé a cabalgarlo como loca y los gemidos no se hicieron esperar. Me incliné hacia delante y besé su boca con desesperación. Sus manos iban desde mi cuello hasta mis muslos en un recorrido que me hacia estremecer y luego se devolvían haciendo el mismo recorrido de forma inversa, apretándome toda; de forma ansiosa sus manos me apretaban contra él para eliminar el espacio inexistente entre nosotros.

Nuestras caderas iban en una carrera desesperada en la que perdí la cuenta del tiempo cuando comencé a sentir que me venía. Mis jadeos y gemidos aumentaron de volumen mezclados con diferentes palabras: a veces su nombre, otras veces alguna palabra de amor, ligadas junto con las peores groserías –mi vocabulario no era el mejor–; al mismo tiempo escuchaba los gruñidos de Diego, lo que me ponía a mil.  No sé ni cómo, pero antes de que me diera cuenta él volvía a estar encima mío y la velocidad de las embestidas creció. Mis rodillas perdían fuerza, mis gemidos ahora eran gritos y así mi vagina llegó a la gloria. Escalofríos me recorrían toda y mi vagina se contraía con el orgasmo.

No mucho después pude sentir el miembro palpitante de Diego mientras que se corría en mi interior. Su esperma me llenó toda mientras él gemía profundamente. Salió de mi interior medio minuto después. Su miembro comenzaba a retomar su tamaño normal y mi vagina comenzaba a… tranquilizarse, por así decirlo.

Sublime. Él se acostó a mi lado por un minuto más, hasta que mis respiraciones ya no quemaban en mi garganta. Giré y me volví a sentar encima de él y lo miré fijamente de la misma forma que él a mí. Te amo nos decíamos mutuamente sin abrir la boca. Lo besé, está vez más suavemente.

–Debes estar hambriento– le sonreí al tiempo que me paraba. Me devolvió la sonrisa.

–Sí.

Desenmarañé su camisa azul de entre las demás prendas y me la puse abotonándome los únicos dos botones que habían sobrevivido. Me dirigí a la cocina con las rodillas aun débiles, fui hacia la alacena y saqué lo primero que vi: pasta. La puse a hervir mientras que hacia los preparativos para una salsa.

Después de un rato Diego salió de la habitación –para mi desgracia con sus bóxers negros– y las prendas que ya no servían, me dirigió una mirada cómplice mientras que las echaba en el zafacón y volvía la alcoba. Un estremecimiento de placer recorrió mi espalda mientras intentaba concentrarme en la comida.

Dejé que mi mente vagara un poco. Hace un rato había gritado como hacía mucho no lo había hecho... en éste departamento. Diego y yo intentábamos mantener una relación sin escándalos y eran pocas las veces que como hoy no podíamos reprimir los gritos -por no decir que muchas otras veces estábamos amordazados en alguna clase de juego o con la boca llena de... cosas, dependiendo-. Ahora que las emociones no me tapaban los demás sentidos comencé a preocuparme por los vecinos. Bueno, los cuatro apartamentos más cercanos: uno de ellos estaba vacío, en el otro vivía una mujer que a esta hora debía encontrarse trabajando, en el tercer apartamento vivía un señor mayor que con suerte estaría durmiendo y en el cuarto… bueno, tres de cuatro no estaba mal, sin contar con que la pareja del cuarto apartamento no podrían decir nada acerca de nosotros pues ellos tenían una fama muy grande, para no alargar el asunto. Traté de dejarlo pasar.

Diego volvió a la cocina un rato después y comenzó buscar vasos y bebidas mientras yo servía la comida. Ambos teníamos hambre así que no hablamos mucho mientras cenábamos. Preguntas como “¿Qué tal tu día?” o bromas acerca de ropa rota, sabanas limpias, piso que rechina y chicas que se tocan debajo del abanico. Cuando terminamos recogimos la mesa y  pusimos la loza en el lava-platos.

Diego se me acercó y me dio un beso profundo llenándome el estomago de mariposas. Me cargó y yo enredé mis piernas alrededor de su abdomen, llevándome al cuarto de baño y dando vida a nuevas caricias, aunque esta vez con la desesperación un poco más controlada para dar paso a los besos tiernos y los muchos “Te amo” que decíamos entre suspiros.


Les agradecería que dejaran sus comentarios dandome su opinión acerca de mi relato, una valoración o cualquier cosa para saber en que debo mejorar o dandome una motivación a seguir escribiendo. Hasta el próximo relato.

-Dy