Limpia parabrisas

Joven moreno 1.90, cuerpo celestial, busca salvador entre las calles, limpiando parabrisas. Joven moreno y caliente, amante perfecto.

1

Por donde estuvieras el tráfico de viernes por la noche te detenía. No poder transitar por las avenidas más concurridas de mi ciudad, no poder avanzar más de 100 metros en 5 minutos. El aire acondicionado del coche y las ventanillas cerradas, te encierran en tu mundo, solo en tu coche y hacer más que cantar las canciones en moda, en inglés o en español.

Los reflujos de pensamientos que no se detienen y que absorto observo y veo como pasan y pasan, tengo flojera y hoy no voy a pensar.

Se acercan vendedores, típicos limpiaparabrisas, señoras cargando niños y que piden y no les dan.

Pero que más se puede hacer, más que observarlos, sentir sus métodos, sus plegarias y sus maldiciones una vez que no consiguen lo que quieren. Así es todo en la vida, te ven bien, te adulan mientras tienen la esperanza de conseguir algo, pero cuando ven que no lo obtienen, te arrojan en el baúl o en el cesto. Eres bonito mientras des algo, eres feo mientras te niegas.

Mi mirada incierta observa algo fuera de lo común, un tipo de origen humilde, de ropas desvencijadas, con un impecable talla 32 de cintura, músculo en brazos, camiseta sin mangas, hombros enormes, moreno, de barba cerrada, pechos duros y ánimo serio.

Yo detenido en el sinfín de carros que no avanzan, atrapado y sin poder ir a ningún lado. Incómodo mi pantalón que comienza a crecer. Atraigo mi atención a sus ojos, a todo su tórax, a esa energía que nosotros conocemos de oler y estar perplejo ante el individuo que nada tiene que ver con lo que veo todos los días.

Cicatriz en el brazo y en el alma, huelo y resuello. No pierdo instante o quizá ni parpadeo. Yo con pelo corto, camisa de vestir, corbata huyendo de mi cuello, pantalón de casimir y mi calor sube. Mi mano virtual emerge de mis ojos y palpa ese cuerpo que se acerca al parabrisas y eyacula de su envase de refresco, jabón en mi coche. Alcanzo a observar que toma su instrumento de caucho, raro, con mango y no nada más el quita agua en mano. Más raro que trate de limpiar y no de solo tratar de intercambiar mugre en mi cristal. Su esponja hace más espuma.

Estira su cuerpo desde mi espejo retrovisor derecho y su camiseta viaja y me muestra su ombligo, peludo, esbelto, que ahora siento en mi mente.

Con cada ímpetu de su manera de lavar más me muestra, observo la plenitud de su musculatura, que hace aquí, no encaja entre todos los demás. Cada uno de sus folículos pilosos ahora están mojados en mi calentura. Respira y distiende, incomoda su actitud libre y sin inhibiciones. Abro la ventana y el olor inunda mi coche. Limpia el parabrisas y lo hace bien. Huele a jabón Roma, del más barato, del que hueles en los baños públicos de paga.

Sube al borde de mi camioneta y ahora ridículamente su ingle es la observada. Alcanzo a admirar a menos de 15 centímetros de mis ojos como se delinea, cariñosa su dulce verga. Abro la boca y mi imaginación está saboreando el líquido que sale de la misma, como el tamaño importa, la dureza embelesa, como mi pene real está creciendo y yo soñando su sabor salado y su tramado exquisito.

Acude al otro extremo y el tráfico pretende avanzar unos metros y yo cortésmente no lo hago. Admiro sus brazos que se esculpen en rayas perfectas. Su quijada cuadrada que va del mentón al nacimiento del oído, no huele a sudor, lo hubiera percibido, mi mente calenturienta, me dice que a éste galán limpiavidrios hay que conocerlo más.

Pongo mi direccional y orillo la camioneta. Atrevimiento estúpido. Calentura complaciente, inteligencia nulificada.

Él solo alcanzó a hacerse a un lado y lo toma como agresión, no como cumplido para que termine su chamba. Los coches siguen medio avanzando pero hay un espacio en los estacionados que hábilmente aprovecho.

No mames cabrón, si no quieres pues, mándame a la chingada. Espeta mi adorado limpiavidrios.

Mi estómago me avisa peligro, pero mi putería me impide pensar.

Me gustó como lo haces y por eso me estaciono. Mientras hablo lo observo en su actitud de casi romperme la cara con la botella plástica.

Esta bien, mai, pero para la próxima avisas. Su 1.90 y cuerpo dotado me imponen.

Se dirige a terminar con el delantero y se mueve al trasero, claro del vehículo y mis ojos en los espejos observan su buen trabajo. Mi mente analiza el recuerdo de su voz, el pues , enfatizado me indica que no es de la ciudad, mi oído me dice costa, caliente, hombre bravo, que ricura.

Ya con todo el tiempo del mundo deja flamante el cristal y camina hacia mi ventana, totalmente abierta.

Te gustó cabrón o te lo vuelvo a hacer. Voz de costa que encaja en mi adivinanza.

Me encantó. Puteo a lo lindo, cuando el individuo me inspira y huelo el cuerpo, ya que he apagado el aire y permito que la bocanada viole mis fosas nasales. Tomo el cambio en el coche y lo dirijo a su manaza, morena arrugada por el agua enjabonada.

Mis ojos no han dejado de mirar su cara, que asombrada de las monedas, sonríe a mi atrevimiento. Guarda las monedas y ahora me digo, ¿cómo le hago?.

Nunca te había visto por aquí, eres distinto a lo que veo todos los días. Afloro mi invitación al cuento. Espero y sonrío a sus ojos.

Yo no hago esto, pero la nece, mai, la necesidad culera aquí me trai.

Cariño, yo te saco de esto y tú feliz, pienso. Su mano entra en mi espacio y me toca el hombro, me toca y me aprieta.

Pinche camionetota, mai, tú que vas a saber de eso. Su voz menos agresiva y su mano en mi hombro, me denotan calor humano. No siento rechazo, quizá un poco de resentimiento.

Su mano ahora me toma las clavículas y continúa apretando.

¿pa onde vas, mai?, ya 6 horas aquí es mucho y estoy cansado, adolorido y con un chingo de hambre. El hombre ha abierto el candado del puente que separa la convivencia.

Subete y te llevo, mi chavo. Mi voz ante la incredulidad de mi raciocinio y aplaudida por mi calentura, me suena distante, este no soy yo, es el Mr. Hide que ha salido y Jekill se fue a dormir.

Sin contestar, corre al camellón entre los coches y toma una mochila negra, raspada y voluminosa. Acude a la puerta ya sin seguro y conoce como abrirla. Entra y ahora si, huelo a este individuo, que en su asiento individual de camioneta cara, no se la cree. Sonríe y su mano toma mi antebrazo.

Soy Joel y me dicen "el camel". Me asegura y le creo. Gracias cabrón por el raite.

2

Me dirijo a cenar, a un Vips de los rumbos de viaducto y eje 3, mis maniobras y su voz intrascendente me dicen que se sabe comportar. Está chingón, pero me asusta que abre su mochila y busca algo entre lo que ahí hay.

Mi imaginación y mi espíritu avieso, me dice que solo falta que saque una arma, me asalte, me encuere, me viole y me quite la camioneta.

Pero no tengo mala suerte, saca otra playera, azul, sin mangas, arrugada y viene lo bueno, pues se quita en su asiento la mugrosa, no puedo voltear, estrellaría el auto, solo mi mirada lateral, observa un difuso cuerpo perfecto, con formas adheribles a mi calentura. Que confianza, pero me agrada el tipo.

Dejamos la camioneta en el estacionamiento y mi 1:80 citadino, contra su 1:90 de escultura trepa palmeras, me agrada.

Ratero no es, pero conoce los protocolos de los restaurantes, asignación de mesa, fumar o no fumar. Leer la carta, pedir por gusto y no por hambre, tomar los cubiertos y sonreír.

Poco a poco la incógnita de que hace un muchacho así, limpiando vidrios en las esquinas, se va despejando. Conforme va soltando piezas del rompecabezas, las voy uniendo y encajando. Mi afán, mi observación y mis preguntas, destapan una historia de muchacho de ciudad chica, sin padre, vagabundo como pocos, estudios de preparatoria con carrera técnica, madre fallecida y parientes cabrones. Vida en muchas ciudades de mi País, vida en Chicago, en los Estados Unidos. Trabajos de limpia platos, de pinche en la cocina, de mesero y de que ya tenía su primer coche por allá. El espectro de la Migra lo atrapó y en dos ocasiones volvió a pasar, hasta que lo amenazaron con cárcel y ahí llegó, seis meses y el perdón.

Muchacho que llegó en un vuelo hacía quince días, asaltado en mi ciudad y dejado a la deriva. Que sacaba con la limpiada de vidrios para comer y dormir en la terminal del sur.

Después de tres cervezas en el restaurante y comida extendida, hasta con postre, me hacen invitarle a que la sigamos en otro lado. Su mirada ante mi invitación, de esas que te ven haciendo la cabeza hacia arriba y preguntando:

Oye cabrón, ¿porqué tanta ayuda?, que se me hace que te gusta el pito.

La agresividad de su verdad, me hace querer defenderme, pero simplemente le digo:

Ese tema lo discutimos en una cervecería o en una cantina, ¿no cabrón?.

Si soy bien puto y me gustaste, hubiera sido mi aseveración certera, pero esquivo la metralla y me defiendo con armas de Ninja puto.

Bueno, pero que conste que yo no quiero. Suelta la carcajada que desinhibe mis defensas y salimos del lugar, un "gracias" acompañado de un abrazo de lado, que me empuja a su cuerpo. Me siento bien, quizá sea mi tarea buena y me salga bueno el resultado.

3

Vivo en una callecita oscura en la zona rosa, mi estacionamiento no está en mi edificio y al salir de la camioneta observo que pretende tomar su mochila, que como trae abierta, me permite mirar su vida, ropa y dos pequeños libros, bolsas de plástico con zapatos dentro y le pido que la deje, que ya después venimos por ella.

Existen en esta colonia de desmadre, lugares hetero, lugares gay y lugares sin preferencia definida, pero que permiten la convivencia de lo uno o de lo otro. Opto por lo último para que no huya gritando en la calle. Entramos al remedo de taberna del Oeste Americano y observo que los comensales, mujeres y hombres, voltean sin ser obvios a vernos. Yo ya sin corbata, arremangada en los brazos, él descomunal con esos brazotes que se marcan conforme los mueve, duros, sabrosos.

Sabe que pedo, creo yo, porqué la cercanía de nuestros cuerpos y su insistente plática, acompañada de toques en mis hombros, en mis piernas. Su rodilla que roza mis piernas y la aglomeración, me hacen seguir indagando su vida, hasta que llega el tema toral, la sexualidad.

Abierto el canijo, me dice que lo que a él le encanta es saborear nalgas, culear o en lenguaje de por aquí, dar por atrás. Que en estos quince días de susto y de hambres, la sexualidad no la ha practicado, acompañando su aseveración con un enderezamiento de cuerpo y sin pena indicarme:

Mira cabrón, ve como ando. Voltea hacia su ingle, retira las manos y enmarca con las mismas lo que ya me había imaginado, una vergota bien parada, apuntando a su izquierda, denotándose en sus pantalones.

Suelto la carcajada. Juro que sentí que esa vergota, reptaba entre su ropa, salía de ahí y derechito iba hacia mi culo. Reímos y volvemos a reír. Su mano toma mi hombro y me dice un gracias que hace que me sienta ángel salvador.

4

Dan las dos de la mañana, unas tres cubetas de 6 cervezas han sido libadas, un ambiente de confianza se respira y amenazan con ya cerrar el antrillo. Salimos, medio pedos, medio abrazados, dos buenos camaradas, uno con depa, otro sin nada. Sin que exista la palabra, vamos a la camioneta y sacamos la mochila y mi portafolios, caminamos hacia el edificio. Una voz ya media atorada con el alcohol me dice:

Gracias cabrón, ya me voy. Me abraza un cuerpo cariñoso, me aprieta y ahora le digo yo:

No mames, a donde vas, pásale y seguimos platicando. En la oscuridad veo sus dientes y su boca sonriente, que no sabe decir que no.

Tres pisos, dos cuates pedos, unas llaves y la luz que prendo y nos observa. Lo invito a la sala, acudo al refri y saco dos botellas de chela, frías, frescas y sudadas. Yo solo tengo un sillón, mi tele y me siento a su lado. Destapo las botellas y brindo por él.

Hace calor. Me levanto y abro la ventana, cierro las persianas y lo observo como comienza a llorar. Es un llanto de lamento, de queja a la vida, que hace que mis ojos lo acompañen. Lloro con él, me siento y lo abrazo, le digo que no se preocupe, que a veces la vida es así. El lamento de su voz, diciendo que llora de felicidad de haberme encontrado, mientras seguimos abrazados y las botellas estorbosas, nos impiden que con ambas manos nos apapachemos.

Recupera el aliento y se separa, yo propio, lo dejo irse a su lado, ya no va a seguir llorando, sino que cambia su ánimo a seguir la plática, a mantener abierto el micrófono de su vida.

Eleva una rodilla hacia mi y me está hablando, toma y habla, toca pierna y dice:

Pinche calor, con su permiso. Deja la botella en el brazo del sofá, toma la costura baja de la camiseta y la sube por sus brazos, estirando y tapando su cara. Observo su cuerpo, fuerte y moreno, sin mucho insistir mi mente divaga, me calienta el cabrón, sus axilas peludas, hacen que mi lengua sude en saliva por lamerlas. Sus pezones en su pecho han sido consumidos por mis labios. Su vientre ha sido lenguetado en mi imaginación.

A la casa que fueres, has los que vieres, dejo mi cerveza y me quito la camisa, pero en mis caso, llevo camiseta de las atléticas, misma que no me quito.

Sonríe, veo sus dientes blancos y alineados, me encanta su sonrisa.

Me cae cabrón, cinco horas juntos y ya te conozco hasta los pelitos de tu ombligo. Río de mi observación.

Si no son muchos, mira. Mientras lo dice, levanta el cuerpo y me enseña su aseveración. No son muchos, pero a este cabrón le dura la erección, ya que sus pantalones delgados, me permiten, ya que se flexiona hacia mi, no ver sus pelitos mencionados, sino su erecta vergota, comestible y sin fecha de caducidad.

Si es chicharrón que truene, pienso yo. Tomo un conjunto de pelitos de su ombligo con los dedos de mi mano y repaso con la palma su abdomen. No se aleja, permanece con la rodilla en el sillón y flexionada la pierna. Su mano lo detiene en esa posición, mientras acaricio desvencijadamente, tardadamente su escultura de abdomen. Retiro mi mano y le pregunto:

¿Que ejercicio haces que estás así?.

La poca comida y el gimnasio en Chicago me tienen así. Serio se pone y me pide que le toque sus piernotas, que hasta ahora no he visto, para que yo vea que lo del gimnasio es en serio.

Culposamente dirijo mis manos a sus piernas, a la parte media de una de ellas y si, degusto con mi tacto y afirmo con la cabeza que es cierto.

5

Hasta ahora nada ha sido abierto, los toqueteos el que me muestre la verga disimuladamente y con acento costeño, con su mueve caderas típico de los que fornican rico, ha sido todo de manera velada.

Sabes que cabrón, dame chance de que me eche una ducha y ahorita vengo, ando todo sucio y huelo a madres. Me pide el cabrón.

Claro mi chavo, te digo donde está todo y sírvete tu mismo. Contesto y me levanto, me quito los zapatos y me dirijo con él al baño. Tomo una toalla del closet, abro la puerta del bañito y enciendo la luz. Aviento al toalla al toallero superior y le digo:

Grita si necesitas algo. Le digo y volteo, sorprendiéndome que ya se está encuerando. Me hago a un lado y veo como su pantalón, truza y calcetas lo dejan. Trago saliva. En otras circunstancias, yo ya estaría encuerado, pero me gusta la emoción y la vista chingona de un cuerpo, nalgón, vergudo y mamado. Sus piernas peludas hacen que mi respiración se agote, que casi grite de la emoción de verlo. Él se dirige a la regadera y veo su par de nalgas meciéndose en su camino.

Oigo el agua, me dirijo a mi recámara, la de al lado del baño y me cambio la ropa, tomo un par de shorts y me sale la comezón de ver.

La puerta abierta del baño, la transparencia de las del baño, hacen que toda la sangre se me agolpe en mi pene. Se está limpiando todo su cuerpo, corre el agua y su cara de satisfacción ante lo que necesitaba, me excita.

No te adelantes, me digo y ahora si me voy a la sala. Me siento y enciendo la tele, pongo el canal de videos nacionales y tropicales. La música inunda el panorama. Son casi las 4 de la mañana, de un sábado que suena a diferencia.

Ya en mi mente he sido poseído por mi limpia parabrisas extraño, como unas cinco veces, de pensarlo se me endereza el short, cierro mis ojos, la música y el calor me hacen soñar despierto. No oigo cuando se acerca, anudado en la cintura con la toalla, abajo nada de ropa. Se sienta y me toca la frente.

Me hago para atrás del susto. Ríe de mi susto. Toma su cerveza y liba su contenido. Deja su chelita y abre sus brazos, invitando al abrazo. Me emociono, sin lascivia, a dejarme ser. Junta su recién lavada cara a mi oloroso perfil mío.

Gracias cabrón, en serio, gracias. Me dice en el oído, pegados sus labios a mi piel.

Todo va a estar de poca madre. Le digo en el similar, haciendo énfasis en que mis labios hablen pegadito a su entrada ótica.

Siento que sus labios se cierran y besan mi lóbulo. Hasta este momento el abrazo ha sido de lejos, solo la parte superior de los cuerpos está en contacto. Si de pagar se trata, beso exactamente en donde comienzan sus patillas. Mueve su cabeza y me besa en un ojo, en la ceja ahora, en la nariz y no se atreve a besar mi boca, sino juega con sus labios y mi bigote, sin pasarse a mis labios. Siento como sus movimientos al hacer el beso tocan levemente la orilla de mi boca. La fuerza de quien hace tiempo no ha besado así, aflojan mi camiseta atlética y me pide sin palabras que me junte más a él.

Mis manos, junto con mi cuerpo se acercan. Tocan las mendigas el zurco de su espalda. Ahora yo soy el que quiere llorar, pero de éxtasis al roce de sus manos en mi espalda, al roce de sus manos en la parte superior de mi pantalón. Una mano abandona mi espalda y se dirige a mi lampiño pecho, amasando mi pecho.

Las fronteras se acaban, abre sus labios y con sus dientes me muerde mi labio inferior. Abre con su lengua mi boca, que ahora abro y parece que esto no quiero que nunca se acabe. Mis ojos y sus ojos cerrados nos llevan a deleitarnos con nuestros sabores y lenguas, pausadamente, sin apresuramientos

Es caliente "El camel", abre su toalla y abre mis shorts, siento como me empuja para acostarme y seguirme fajando rico. Un beso interminable y unas manos que me quitan, mediante elevar mi cadera, los shorts.

Estoy en desventaja, soy caliente, pero él lo trae innato, yo lo he aprendido.

El sofá cama, esta en posición de sofá, por lo que me aprisiona entre la esquina doblada y hace que abra mis piernas. Lame mi mentón, baja por el cuello, su lengua desbarata mis inhibiciones. No se por donde sentir, si es su boca en mi pecho, o su mano en mi espalda o la otra en mis nalgas, no se si es el conjunto de sensaciones que con los ojos cerrados y mi llanto de éxtasis me atrapa o su olor y mi olor mezclados. Esta sudando profusamente de la cara, no solo me besa el pecho, pasa toda su cara en mi pecho, mojándome y oyendo el resuello que nos provocamos.

Su verga, poderosa, enorme, gruesa, que pegada erectamente a su cuerpo, la pinceléa en la mía, la sube y en mi ombligo, abre sus piernas y la ubica en mi pecho. Siento como llega la punta a mi cuello y abro los ojos, ya que el espectáculo es incomparable. La dirige a mis oídos, pasando por mi pelo y sin decírmelo, quiere que me la coma todita.

Pero ya que la cámara lenta es posible en los menesteres del sexo, muevo mi cabeza, para besarla. Es realmente descomunal, sin muchas venas, pero tremendamente gruesa, pegada a su cuerpo, le llega más allá del ombligo.

Reposa sus testículos, sus huevotes con un pelo corto, en mi boca, le llaman a mi lengua y mis labios hacen el trabajo de succionar, mientras creo que no me caben en la boca.

Él está detenido en la pared y observándose en el espejo de la sala, abre sus piernas y ahora beso la región de su perineo, la zona que va de los testículos al ano. Siento que ahí comienza su verga, lamo y conduzco electricidad que hace que se queje. Me atrevo a más y lamo también hasta su ano. Esa florecita limpia y contraída arrugada, exquisita.

Casi me estoy viniendo de lamerle su culo. Mis manos otrora indiferentes, ahora abren sus glúteos, palpan la exquisitez de sus músculos, abriendo más para que mi lengua enrollada y engrosada penetre. Sus huevos se depositan en mis ojos, su falo en mi frente. El sudor y su olor a jabón mío, hacen que lo posea.

En un movimiento rápido de su mano y su cuerpo, hacen que la punta de su vergota con capa protectora, abran mi boca y me la mete hasta donde puede. No puedo mover mi quijada, siento como que se me va salir el maxilar de la cara. Pero él mete y mete, saca y saca. Mi saliva, mezclada con su líquido pre-seminal, hacen que casi enloquezca del placer que me da, sentirlo tan caliente. El pelo de sus piernas en mis hombros, mis manos en sus nalgas, su acometido movimiento, hacen que sienta como se me van a salir los ojos. Saco aire por la boca para que no provoque que mi garganta maestra se atragante. Su cabeza en la parte posterior de mi garganta, su mano deteniéndolo en la pared, su otra mano abrazando mi cabeza. Es imposible que algo suceda ahora, más que su eyaculación, primero adentro de mi boca, en mi cara, en mis ojos, en mi bigote. Saboreo lo que escurre, se quita de esa posición y se vuelve a adherir a mi. Con su lengua me limpia los ojos, degusta el sabor a él. Prometo con calma no gritar de gusto.

Yo no me he venido, él lo sabe. Por lo que, su mano se apersona en mi verga. Hace movimientos de arriba abajo, pero ¿qué va hacer?, se pone en cuclillas y con su mano que sube y baja, con mi sudor y saliva de por medio, dirige mi cíclope amigo a su entrada posterior, bajando poco a poco sus caderas.

Es demasiado, soy más pasivo, que activo, pero ahora vale madres. Mi erección incólume se ubica y me lo ensarto, primero un poco, observando el panorama de sus piernas musculosas y flexionadas, bellas y velludas, que ayudan a que mi erección me ayude. Sin gran esfuerzo y debido a mis dimensiones, entro y siento apretado, engolosinado al cabrón.

Cierro los ojos y mi pene siente su próstata, que da gusto. Se eleva y se baja, decenas de veces. Contraigo mis nalgas cada vez que mi contrincante se sienta, quiero y deseo sentirlo penetrado más.

El abomba su cuerpo para alcanzar con su cara, mi cara. Es una boca deliciosa, un movimiento que me aniquila. Me besa y se desbarata, se sube y beso su pecho. Muerdo sus tetillas. No ha parado de moverse y mi erección está en la cúspide. Acudo a la reacción de su cuerpo y lo lleno internamente, una y otra vez, de mi amor líquido, de la sabia personal solo para los escogidos y que desean inmensamente ser cojidos. Pierdo durante segundos la conciencia, es demasiado para mi cuerpo. Estallé en él, al mismo tiempo que huyo mentalmente de ahí.

"El camel", me besa y me desea. Me dio las nalgas y sus líquidos, las gracias y su tiempo.

Primer capítulo de varios, que espero contar.