Lily

Esto es lo que ocurre cuando la puerta de tu casa no cierra como debe.

- Buenos días, cari – La voz de Oscar, mi novio, hace que abra los ojos, pero el sueño me vence y vuelvo a cerrarlos, sintiendo como él se levanta de la cama.

Quince minutos después, al fin logro levantarme yo. Camino en pijama hasta la cocina, donde Oscar ya ha preparado el café y me espera con una bonita sonrisa.

- Cada día te cuesta más levantarte. Eres una marmota – dice con una sonrisa, dando un sorbo a su café.

- Bueno, será que por las noches alguien no me deja dormir bien… - Río al contestarle, recordando las pocas horas que hemos dormido por haber preferido utilizar la cama de otra manera.

Oscar se ríe también ante mi respuesta, mientras yo me siento enfrente suyo, observando cómo lee el periódico en el IPad. Llevamos más de cuatro años juntos y aun me gusta mirarle cuando está distraído. Mis ojos recorren cada mechón de su despeinado flequillo negro, cada pelito de su barba desarreglada y cada centímetro de sus labios, relamiéndose por el café recién hecho. Qué enamorada estoy, maldita sea.

- Lily, tengo que irme, no quiero llegar tarde al trabajo – Dice mientras se levanta, colocándose la americana del traje. – Seguramente no venga a comer, el jefe me está metiendo prisa con la demanda… - Replica con algo de fastidio, agachándose para dejar un suave beso en sus labios, sonriéndome. A sus 28 años, una carrera y dos másteres, Oscar ya lleva tres de ellos trabajando como abogado, algo extraño entre los licenciados de este país. Ojalá yo tenga la misma suerte cuando termine de estudiar el máster de práctica jurídica. En cinco años veo un matrimonio de afamados y ricos abogados viviendo en una mansión. Aunque, de momento, nos conformábamos con un pisito de cincuenta metro cerca del centro. Nuestro “nidito de amor”.

Escucho el portazo que Oscar da al salir de casa. Cualquiera pensaría que se ha ido enfadado, cualquiera que no supiera que la maldita puerta principal de la casa no cierra bien y que casi hay que cerrarla a golpes para que no se termine abriendo sola.


Si algo tiene bueno estar estudiando aun a mis casi 25 años, es que tengo muchas más vacaciones que cualquier currante, así que las aprovecho para dedicarlas a limpiar la casa, ir de compras con las amigas o salir a correr. Y esto último lo acabo de hacer. Freno justo delante de mi portal, mirándome unos segundos en el reflejo de la ventana. Sonrío, por fin se nota el ejercicio. Con mi 1.69m de estatura, no soy esa clase de chica por la que los hombres pierden la cabeza, pero tengo que reconocer que no estoy nada mal. Mis piernas son tan largas que producen envidia entre mis amigas, tengo un culito redondo y respingón, junto con un vientre plano y unos pechos no muy grandes, pero sí firmes y redondeados. Mi cabello, ahora recogido en una coleta despeinada por el ejercicio, es largo y castaño, a juego con mis ojos oscuros y almendrados. Lo único que me hace torcer un poco el gesto es lo blanca que estoy. “ En cuanto llegue el calor ya puedes tomar el sol, Lily ”, me digo a mí misma, mientras busco las llaves del portal en el bolsillo. En ello estoy cuando la puerta se abre… y entonces le veo.

- Lily, vaya, buenos días – Su voz varonil hace que retroceda un paso, me impone. El hijo de la vecina de arriba, de 18 años recién cumplidos, me sonríe encantador.

- Roberto… Hacía mucho que no te veía. Cómo has crecido. – Digo casi en un susurro, sorprendida. ¿Crecer? Joder, está buenísimo. Seguramente medirá un palmo más que Oscar… ¡Y menudo cuerpo ha echado el niño! Sus ojos azules me recorren el cuerpo unos segundos, puedo sentirlos sobre mí, mientras los míos se han posado en los graciosos y bonitos rizos rubios de su cabeza. Sin ningún esfuerzo y con rapidez, le recorro el cuerpo con la mirada. Los brazos musculados se le marcan bajo la camiseta negra, y ese pantalón gris de deporte deja adivinar un paquete bastante importante. Sacudo la cabeza, intentando quitarme esos pensamientos de la cabeza, sintiendo mis mejillas rojas, casi ardiendo.

  • S í, he estado el último curso del instituto estudiando en Reino Unido, pero ya he vuelto. Me alegro de verte. – Responde, apartándose de mí con un aparente pasotismo y alejándose calle abajo.

Subo las escaleras sintiendo mi respiración acelerada. “ Es por la carrera… no por él” , pienso repetidas veces. Entro en casa y cierro la puerta distraída, quitándome la ropa y abandonándola por el pasillo, caminando directa a darme una ducha. Me miro un segundo en el espejo, dejando escapar un leve jadeo mientras me deshago la coleta del pelo. Mis mejillas aun permanecen enrojecidas por el ejercicio y siento mis músculos entumecidos bajo esa piel sudorosa. Estoy agotada, pero no hay nada como la sensación de meterse bajo el agua helada tras hacer algunos kilómetros.

No estoy segura del tiempo que paso dentro de la ducha. Mis manos enjabonadas recorren mi cuerpo ahora mojado y limpio. Acaricio mis pechos, mis muslos, mi sexo depilado… y ahí es cuando abro los ojos con un leve gemido. Mis dedos han dado con los jugos de mi coñito, completamente empapado por la excitación. Aparto la mano al instante y cierro el agua molesta. “ No me jodas, Lily… es un puto crío. Olvídate de él. En cuando Oscar vuelva a casa te lo vas a follar como hace mucho que no lo hacéis” , pienso mientras me seco el cuerpo con una toalla.

Lo bueno de estar sola en casa es que puedes salir completamente desnuda de la ducha sin miedo a que, como cuando vivías con tus padres, te pillen. O eso pensaba yo, claro. Camino al dormitorio con una toalla envolviendo mi pelo mojado, en busca de la ropa interior. Cuando, al cruzar la puerta de este, me quedo paralizada. Justo delante de mí esta Roberto, sonriente y sentado a un lado de la cama, observándome con una perfecta sonrisa de anuncio.

- Qué cuerpecito… Lily – Me dice con una voz algo más profunda de lo habitual. Se notaba que estaba excitado.

- ¡¿Qué haces aquí? ¡¿Cómo has entrado?! – Grito yo, intentando cubrirme los pechos y el sexo con las manos tras reaccionar, al no tener nada de ropa cerca.

- Vi la puerta de tu piso abierta al volver de comprar. Entré para ver si ocurría algo y escuché que te estabas duchando – Dice mientras se levanta de la cama, acercándose a mí lentamente, casi acechando.

- Largo de mi casa – Le replico yo, intentando parecer convincente, mientras retrocedo, aun cubriéndome con las manos. "Puta puerta rota de mierda, joder..." , no tengo calificativos ni maldiciones suficientes.

Sin embargo, Roberto no hace caso. Sin decir nada, intenta abalanzarse sobre mi cuerpo, pero si de algo sirve que mi piel aun esté húmeda, es para que me sea sencillo resbalar entre sus brazos y correr a la puerta de casa. La intento abrir a tirones con todas mis fuerzas y, sin embargo, no lo consigo. Tras de mí, escucho las zapatillas de deporte de Roberto acercándose a mí, acompañadas de un ligero tintineo metálico. Al girarme para mirarle, puedo ver que de sus dedos cuelgan mis llaves.Ha debido cogerlas del cuenco de la entrada.

- Tú y yo vamos a estar un ratito solos… - Dice, mientras lanza el llavero al otro extremo del pasillo, el cual aterriza el suelo y se desliza bajo una cómoda.

Yo observo horrorizada cómo las llaves ahora descansan en un lugar de difícil acceso, mientras retrocedo aterrada, ya sin cubrirme el cuerpo con las manos, pegando la espalda a la pared – Si te vas ahora no diré nada… Lo juro – Musito, en un intento estúpido por negociar con él. Y digo estúpido, sí, puesto que en sus ojos puedo advertir que de nada sirven mis palabras.

- Llevo tres años enamorado de ti, viendo como te paseas con ese canijo de Oscar… pensé que yéndome fuera unos meses lograría olvidarme, pero no… sigo soñando cada noche con follarte – Una sonrisa de lado se dibuja en su cara, mientras alza su mano y la posa sobre uno de mis redondos pechos.

Es ese momento es cuando reacciono. Grito, dándole un empujón con todas mis fuerzas, que de poco vale. Roberto gruñe enfadado, cogiéndome de la toalla en cuanto intento echar a correr de nuevo y dejando mi cabello libre. Siento su musculado brazo me rodea  la cintura y me alza del suelo, mientras que su mano libre me tapa la boca, apenas dejándome respirar. Cargándome ocmo a una niña, me lleva de nuevo al dormitorio y cierra la puerta de éste dándole una patada, para que después caigamos los dos sobre la cama.

Y ahí estoy yo, completamente desnuda, recién duchada y con un niñato de dieciocho años sobre mi cuerpo intentando a saber qué. Y, por supuesto, también estoy histérica. Pese al enorme peso del chico, me retuerzo y emito gritos ahogados por su mano, fuera de mí. Es en ese instante cuando Roberto, sentado ya sobre mi cintura desnuda, me rodea el cuello con la otra mano, inclinándose para quedarse muy cerca de mi rostro, mirándome a los ojos sin parpadear. Da miedo. Poco a poco, siento como los dedos que rodean mi garganta comienzan a apretar, de manera muy gradual.

- Escucha, zorra… Puedo asfixiarte y dejarte aquí tirada para que el gilipollas de tu novio te encuentre en pelotas, muerta y follada por todos los orificios... – Hace una pausa en su discurso, unos segundos que se me hicieron eternos – … O puedes portarte bien y dejar que los dos nos divirtamos. Si deseas lo segundo, sólo tienes que asentir con la cabeza.

Debido a la presión en el cuello, mi rostro ya está completamente enrojecido y me es imposible hablar, sin contar con que su mano aun me cubre la boca. ¿De verdad me está proponiendo algo así? Es humillante, pero, vista la situación, no tengo muchas más alternativas. Al menos, si acepto, me soltará y quizás pueda escapar más adelante. Estoy aterrada, apenas puedo respirar y comienzo a marearme. Solo siento mi corazón a mil por hora. Ese chico me va a matar. Lo sé. Puedo ver en sus ojos que es capaz de hacerlo. Casi sin pensar, el miedo habla por mí y, finalmente, asiento con la cabeza, mientras mis ojos castaños comienzan a llenarse de lágrimas.

- No grites – Musita el chico, justo antes de que sus manos, poco a poco, me liberen, permaneciendo él aun encima mío.

En cuanto me libera el cuello, sólo puedo coger aire y comenzar a toser, acariciando mi garganta, me duele, me arde. El oxigeno casi quema al volver a llenar los pulmones. Tras unos segundos recuperándome, trago saliva, aun jadeante. Mi respiración acelerada hace que mis pechos suban y bajen con energía.

- Estás loco… - Susurro, intercambiando la mirada con él, quien sonríe burlón.

- Sólo un poco – Dice mientras posa, ahora, las dos manos sobre mis pechos. Los aprieta ligeramente, sin llegar a hacerme daño, pero con firmeza. – Qué suaves son, joder… Llevo años soñando con esto. El capullo de Oscar debe gozárselo con este par de tetas, ¿eh? – Sonríe de nuevo, en verdad el muy cerdo lo está disfrutando.

Yo sólo cierro los ojos y me dejo hacer, sintiendo como mi cuerpo tiembla por los nervios. Para mi sorpresa, el tacto de sus manos sobre mis pezones, con los cuáles está jugando ahora, no me molesta. Sus palmas y dedos son hábiles y suaves, sin duda tiene experiencia. Poco a poco, mis pezones se erizan con las caricias, lo que hace que Roberto ría, satisfecho.

- Mírate… Tus pezones son más listos que tú. Saben que van a disfrutar de esto – Dice, mientras se inclina sobre mí para meterse uno en la boca.

En cuanto siento sus húmedos labios sobre mi pezón, grito nerviosa, por un segundo la cara de Oscar me viene a la cabeza. No, no puedo permitir esto. Le empujo o, al menos, lo intento, porque el chico se alza al instante y vuelve a cazarme con fuerza del cuello pero, esta vez, sin ahogarme.

- ¡Maldita puta, joder! ¡Te he dicho que te estés quieta! – Gruñe enfurecido.

Recibo un fuerte bofetón en la mejilla, que me hace girar el rostro y gemir de dolor. Tras el golpe me quedo quieta, paralizada, convenida de que si muevo un solo centímetro de mi cuerpo recibiré un golpe aun mayor.Tras esto, mi vecino se inclina sobre mí de nuevo, esta vez para quedarse sobre mi cara – Maldita sea, joder… No quiero matarte – Dijo con fastidio – Estate quieta o te moleré a palos.

Cierro los ojos ante semejantes palabras, mientras siento como un par de lágrimas ya recorrían la enrojecida y golpeada mejilla. – Lo siento – Son las únicas y estúpidas palabras que puedo decir, mientras de nuevo siento como el chico baja por mi cuerpo y se mete una de mis tetas en la boca, recorriéndola con la lengua, lamiéndola como un cachorrillo. Esta vez es precavido y, con su brazo estirado, me mantiene sujeta por el cuello, sin excesiva presión.

Así, asustada e inmóvil, me mantengo varios minutos, mientras Roberto recorre mis tetas con la lengua, con sus labios y con sus manos. Las chupa, las lame, las besa y las estruja hasta que quedan erizadas y completamente enrojecidas. Yo me mantengo quieta, aun con la respiración acelerada pero, para ser sincera, ya resignada a lo que me esperaba. Sorpresivamente y sin quererlo, siendo como mi cuerpo comienza a reaccionar. Por mucho que lo odie, el chico sabe cómo hacer que una mujer se derrita con sus toqueteos. Abro los ojos y le miró entonces, mientras él me sonríe, sacando mi pezón derecho de su boca.

- Te gusta… Aunque te jode, sé que te gusta. – Dice orgulloso, como sí pudiera leerme el pensamiento. Mientras habla se incorpora – Si te suelto, ¿volverás a jugármela?

- No – Contesto secamente, con los ojos algo rojos por las lágrimas, pero manteniéndole la mirada. No quiero que pueda ver mi miedo…. Ni mi incipiente excitación.

Poco a poco, la mano de Roberto libera mi garganta, para rápidamente quitarse la camiseta, mostrándome un torso cuidado en el gimnasio, apenas con un poco de vello rubio bajo el ombligo. Es… sexy. Trago saliva observándole, recorriéndole un segundo con la mirada sin poder evitarlo. En otra situación (y estando soltera) me habría tirado a devorar esos abdominales. En esta, sólo me mantengo quieta, mirándole el cuerpo sin parpadear, como una quinceañera novata.

- Quieta – Vuelve a recordarme, mientras se incorpora un momento para retirarse los pantalones, quedándose tan sólo con unos básicos boxers negros. Lo cierto es que tampoco pretendo moverme. No puedo, mi cuerpo permanece paralizado por el miedo (y por semejante visión, menudo paquete gasta el vecino).

Estoy tan absorta que casi no me percato de que Roberto de nuevo está sobre mí, esta vez tumbado. Juega unos segundos más con mis tetas, antes de bajar su mano izquierda por mi vientre, acariciándolo con asombrosa dulzura, algo que, desde luego no esperaba en él. Sin que pueda esperarlo, me besa en los labios con fuerza, casi con lujuria, abriendo los míos para colar su lengua. Me quejo un poco, intentando guardar la poca dignidad que me queda, pero al fin dejo que se cuele entre ellos, que me bese. Dios, qué extraño es, después de tanto tiempo, sentir unos labios que no son los de Oscar. Y que delicioso a la vez. Su lengua recorre por completo mi boca, la explora, mientras yo me dejo hacer, intentando ocultar el ímpetu que va creciendo entro de mí.

Con los besos, su mano se ha colado entre mis muslos, acariciándome las inglés. Cierro los ojos con fuerza, puedo sentir mi piel erizada por las caricias. Maldito crío, va a lograr que deje de estar asustada y que, al menos por un rato, olvide que lo mucho que quiero a mi novio. Al fin, su dedo corazón se cuela entre los labios de mi sexo.

- Vaya… alguien está muy mojadita – Dice entre risas, moviendo el dedo de arriba abajo, el cual resbala con ligereza en mi interior, que yace cálido y algo dilatado, como si estuviera esperándole. Eso hace que yo gima sin poder evitarlo. Físicamente, era una sensación gloriosa.

- Estaba mojada antes de que llegaras, idiota – Digo intentando justificarme, mientras él comienza a sacar y a meter el dedo, sin que tarde en meterme el índice también, acompañando al anterior, lo que hace que yo vuelva a gemir.

- ¿Sí? Bueno, entonces te habrás alegrado de verme aquí y de que pueda ayudarte con esto… - Dice sonriendo chulesco, mientras se arrodilla frente a mí. Sin sacar los dos dedos de mi interior, se retira con una mano la ropa interior, quedándose completamente desnudo, como yo. Mis ojos automáticamente se dirigen a su polla. Joder… no me equivocaba. Es enorme y dura. Es perfecta, mucho más grande que la de Oscar. – Vaya… ya veo que te gusta – Se la acaricia mientras habla, pajeándose muy lentamente delante de mí, como tentándome con esos movimientos . Sin dejar de hacerlo, Roberto se tumba sobre mi cuerpo desnudo, besándome  de nuevo. Y yo no se lo impido, incluso abro las piernas para dejarle sitio entre ellas. Me abandono a él porque me ha pegado, porque si no lo hago me matará… y porque, aunque me joda admitirlo, mi cuerpo me lo pide a gritos.

No tardo en sentir como esa enorme polla cruza los labios de mi coñito para entrar en él. Pese al tamaño, no le cuesta hacerlo, estoy lo suficientemente mojada como para que se cuele en mi interior sin ninguna dificultad. “ Joder, Lily… ¿Desde cuándo eres tan zorra? ”, pienso. Y desde luego, es para preguntárselo. Yo, una chica normal con un novio perfecto y, desde luego, con un sexo perfecto, lleno de besos, ternura y caricias, ahora estoy disfrutando de que un criajo me viole bajo amenazas de muerte en mi propia cama.

Es exactamente él, Roberto, quien con una fuerte embestida contra mí me saca de mi ensimismamiento. Comienza a moverse con fuerza sobre mi cuerpo, salvaje, casi como un animal. Sus movimientos son tan potentes que choco contra el cabecero acolchado de la cama. Comienzo a gemir cerca de sus labios, rozándoselos, mirándole a los ojos sin poder evitarlo. Me excita ver esa carita de ángel rubio con los ojos entrecerrados por el placer. Un placer que sólo mi cuerpo le brinda. Tras unos segundos así, son mis brazos los que rodean ahora su cuerpo, comenzando a mover mis caderas al mismo ritmo que él.

- Te… te he dicho que ibas a disfrutarlo… - Me dice sonriente y con la respiración entre cortada por el esfuerzo.

Yo no le contesto, tampoco sabría qué decirle. Sólo paso la mano por los rizos de su cabeza, ya algo húmedos por el sudor, antes de tirar de su pelo y atraerlo con fuerza hacia mí, besándole lujuriosa. No puedo evitarlo, estoy excitada como hacía mucho que no lo estaba. Este chico me pone demasiado como para seguir fingiendo que lo que me hace no me está gustando. Su cuerpo, sus ojos, su olor, su sudor… Todo él me empuja a dejarme llevar por completo.

- Mierda, Lily… Eres un sueño. No eres real… - Dice con los ojos cerrados ahora, mientras sus manos recorren mis pechos mientras habla. Por más que parezca extraño, sus palabras, en medio de tanto sexo desenfrenado, me producen ternura. Ni Oscar me hablaba así cuando empezamos a salir juntos.

Roberto acelera el ritmo, su cara está roja y su cuerpo tiembla. Tras hundir el rostro en mi cuello, entre mis mechones de pelo aun mojados por la ducha, gruñe sonoramente, clavando su polla aun más en mi ya dilatado coñito, mientras siento como termina dentro de mí. Todo mi interior parece inundarse en el instante en que su semen se descarga. Y es entonces cuando ya no puedo más. Le aprieto con fuerza entre mis brazos, clavando mis uñas en su espalda, algo que le hace retorcerse un poco, pero que no le impide seguir moviéndose. Al fin llego al orgasmo entre gritos de placer, retorciéndome bajo su cuerpo, abandonándome por completo a esa deliciosa sensación, sin importarme que se haya corrido en mi interior. Mientras Roberto, poco a poco, va quedándose quieto y, finalmente, cae tumbado sobre mí.

No estoy segura del tiempo que ha pasado, cuando noto como el hijo de mi vecina se incorpora. Abro los ojos y lo veo frente a mí, de espaldas y ya abrochándose los vaqueros.

- No voy a amenazarte más, sé que no vas a decir nada y que tampoco vas a denunciarme. Has disfrutado demasiado para hacerlo – Me sonrié, sentándose cerca de mí para calzarse. Así, agachado, volvió a hablar – Y también sé que, a partir de ahora, me perteneces enterita, que voy a follarte siempre que me dé la gana y que tú, por mucho que te quejes al principio, siempre vas a terminar mojada y corriéndote como una perra – Tras hablarme de esa forma, con esa superioridad y chulería innatas en él, se levanta poniéndose la camiseta, antes de agacharse y dejar un beso en mi frente, casi paternal – Pórtate bien. Mañana nos vemos.

Roberto me dedica una última sonrisa, antes de salir y cerrar la puerta del dormitorio. Desde la cama, puedo escuchar sus pasos a través del pasillo y como coge las llaves del suelo, antes de oír el portazo con el cual termina la experiencia más terrorífica y excitante de mi vida.

Y aquí estoy yo, desnuda, sudada y recién follada por un niño de 18 años, quien se cree que a partir de ahora es mi amo y señor. De mí y de todo mi cuerpo. Y si algo me da verdadero pánico en esta situación… Es que creo que tiene razón. “ Sí, Roberto. Mañana nos vemos ”.