Lillian engañada/Lillian esclavizada (fragmento)

Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. Presentación en público.

Lillian engañada/Lillian esclavizada (fragmento)


Título original: Lillian Deceived/Lillian Enslaved

Autor: Leo Barton (c) 2001

Traducido por GGG, agosto de 2002

Fue recibida en la puerta por Everton, de una forma muy parecida a como había ocurrido con Lillian solo unos poco días antes, conducida por el vestíbulo de mármol e indicada que se refrescara. A Anna no se le permitía salir de la habitación hasta que pasara el tiempo establecido, ni entrar en contacto con nadie más.

A la siete suena un timbre, y una criada, la criada que trabajaba en casa de Hyde-Lee antes que Sonia, una bella muchacha suiza de largo pelo rubio y ojos esmeralda claro, llama a su puerta.

Anna no espera ilusionada la experiencia. Su novio ha pasado tres días suplicándole que pase por esto. Después, le dijo, serán ricos. Toda su vida depende de ella. Anna es muy joven y le cree, pero incluso mientras se está poniendo las medias negras que le ha aconsejado que lleve, las bragas de encaje, o alisando el corto y negro vestido de espalda al aire tiene dudas. Se siente como un cordero llevado al matadero, o, más de acuerdo con el escenario, un cristiano arrojado a los leones.

Baja las escaleras, sin percibir las pinturas exóticas y caras, o la sonrisa amable que la criada le dedica cuando se da la vuelta. Puede oír un ruido procedente del comedor. Parecen ser solo voces de hombres, ninguna mujer. Fuertes risas sarcásticas de macho. Puede escuchar, por encima de las burlonas, dos voces inglesas más ligeras, pero parecen estar haciendo el juego. Ha pasado mucho tiempo en Inglaterra y en Estados Unidos y su inglés es excelente. Cree que es esencial hablar bien inglés para tener éxito en el mundo.

Se da cuenta del ruido que hacen sus tacones finos en el suelo de mármol. Son bastante incómodos. Las voces se apagan; sus zapatos han anunciado su entrada a la sala.

Está en lo cierto. Hay doce hombres sentados en torno a la mesa, todos con ropa formal de noche. Todos se vuelven a mirarla cuando entra. Los ojos de ella saltan de uno a otro hombre. Es una muestra internacional. Tres o cuatro ingleses, un par de italianos, algunos orientales y dos más que no podría decir exactamente de donde son. Hay un hombre de aspecto alemán. Es el más joven y, con mucho, el que parece más guapo de todos. Buena y fuerte mandíbula, bonitos ojos azules, y pelo dorado, angelical. De inmediato se siente atraída hacia él.

Se siente atemorizada mientras los ojos vagan por su cuerpo. La sala está en silencio. Permanece en la entrada, sintiéndose torpe, sintiéndose un poco estúpida. No sabe qué hacer. ¿Por qué no dice algo alguien? El silencio parece durar una eternidad, hasta que Hyde-Lee se levanta y camina hacia ella.

"Tú debes ser Anna."

Asiente nerviosa pero no dice nada. Nota por primera vez el calor que hace en la sala, todas los rostros de los hombres parecen cubiertos de sudor. Se pregunta por qué ninguno de ellos se ha quitado la chaqueta.

"Bienvenida. Por favor, pasa y siéntate a mi lado."

El ruido de la charla continúa, formándose pequeños grupos de conversación. Se sienta cerca de Hyde-Lee que está sentado en la cabecera de la mesa. Cuando le habla nota, de vez en cuando, que los otros hombres de la sala la miran, a veces desvergonzadamente, antes de seguir hablando con la gente que tienen al lado.

Siente de alguna forma extraña, como si estuviera en un sueño. No es como otras reuniones sociales a las que ha ido antes -tan forzado, tan antinatural- y en el fondo de su mente está esa idea aterradora de que estos hombres le van a hacer algo a ella, que se espera que actúe de alguna manera.

Hyde-Lee tiene una voz agradable, acogedora. Hay otro inglés frente a ella, que no habla con nadie, se limita a mirarla sin decir nada. La enerva con sus ojos voraces, de cerdo. Más tarde aunque Hyde-Lee no los presenta, se entera de que es un Lord británico y que su nombre en Willingham.

Hyde-Lee parece un consuelo en este sitio. Quizás actúe como una especie de protector. No parece cruel en absoluto. Le han dicho, después de todo, que es escritor, y los escritores se supone que son humanos... ¿verdad? ...

Llega la bebida. Se la trae Everton, aunque no sabe todavía su nombre. La bebida es de color rojo y sabe fuertemente a fresa. Parece haber algún tipo de base alcohólica en ella; posiblemente vermut, pero no está segura.

"¿Qué es esto?"

"Oh, ¿la bebida? Un pequeño cóctel especial hecho especialmente para ti. Tiene ciertas hierbas excelentes. Realmente te hará el mundo agradable."...

Al fin, Hyde-Lee dice, "Bueno, querida, creo que podemos empezar."

Es inquietante, casi surrealista, la manera en que todas las otras conversaciones se detienen, y todos los otros hombres de la sala vuelven al unísono sus cabezas en dirección a ella.

Eso no altera el tono de la voz de Hyde-Lee. Le habla como antes -amable, íntimamente. Son sus palabras lo que encuentra confuso, como si todo su inglés se estuviera alejando lentamente de ella.

"Bueno, querida, ¿te subirás a la mesa?"

¿Qué quiere decir eso? ¡Subirse a la mesa! Mira la madera. Se da cuenta de que han retirado todo de la madera reluciente.

"¿Por qué? ¿Qué?"

"¿Qué si puedes subirte encima de la mesa, por supuesto?"

No se puede mover. Está pegada. Los hombres la miran, expectantes, esperando que se suba, que aparte la silla y se suba a la mesa. Hay doce hombres esperando a que se suba a la mesa. ¿Qué significa esto? ¿De qué va todo esto?

"Venga querida. ¿No te han explicado esto? Es una petición muy sencilla. ¡Puedes subirte a la mesa, por favor!"

Mira de nuevo todos los ojos fijos en ella. Se fija en el chico alemán, pero ahora parece como los demás. Siente todo el peso de la presión social de ellos. Se siente como una escolar desobediente en una fiesta de cumpleaños de una amiga, que se niega a participar en todos los juegos de después del té.

"¡Vamos, súbete!"

Y lo hace. Siente que no tiene opción. Deberían habérselo explicado. Mauro debería haberle dicho que es lo que se suponía que iba a hacer, que se esperaba de ella. Los hombres estaban esperando. Es parte del trato.

Mientras se pone de pie, se siente ligeramente mareada. Debe ser la bebida carmesí.

Hay un silencio total en la sala. El ruido de su silla rozando el suelo de mármol le resulta ensordecedor. No puede oír ninguna otra respiración aparte de la suya.

¿Cómo debería estar sobre la mesa? No lo sabe. ¿Querrán que esté de pie? ¿Querrán que se siente?

"Eso es una buena chica," le dice Hyde-Lee animándola. "Ahora arrodíllate, pero vuelve la cara hacia los caballeros, por favor, y arrodíllate derecha."

Todos los ojos están fijos en ella, en su bonito vestido negro sin espalda. De repente siente la presión de la mano de Hyde-Lee en el interior de su rodilla, luego sus dedos se deslizan hacia arriba por sus medias alcanzando la parte de abajo del dobladillo de su vestido.

¿Qué está haciendo? Siente que su mano ahora toca el encaje de sus bragas. ¿Qué puede hacer? Esto no formaba parte del trato. Mauro debería habérselo explicado todo, pero no le han explicado nada, y ahora está en este apuro y no puede salir. Sabe que por encima de todo no puede escapar de estos hombres. La situación es imposible. Sabe que debe hacer lo que se le diga.

"Dóblate hacia delante, querida, bien hacia delante."

Ahora sigue las instrucciones con más facilidad. Ha cedido. Ha aceptado que hará cualquier cosa que Hyde-Lee le pida.

Hyde-Lee también se ha levantado de la silla. Está empujando la parte baja de la falda cada vez más arriba, por encima de sus muslos, por encima de la parte alta adornada de sus medias, por encima de sus bragas de encaje. Le sube la falda hasta la cintura. Mira a los hombres. Todavía está al nivel de sus ojos pero siente que está mucho más cerca. Puede oler una mezcla de colonia, humo de cigarro y gel de pelo, aromas de madera y alientos mentolados, y Hyde-Lee le está bajando ahora sus bragas de encaje. Lo hace lenta y tiernamente. Se las baja a los muslos. De nuevo con tierno cuidado las pasa una por una por las rodillas con habilidad para pasarlas por encima de las piernas y luego empujarlas por los tacones.

Asombrada de todo lo que le ha ocurrido hasta ahora, nada la va a impresionar tanto como de lo que será testigo a continuación. Hyde-Lee estruja sus bragas con la mano, las huele y luego las pasa a Lord Willingham. Este hace lo mismo, las estruja con la mano, aspira profundamente, mirándola todo el tiempo con aprecio antes de pasarlas al siguiente.

Y así continúa, cada hombre aspirando su olor, cada hombre mirándola con aprobación. Finalmente vuelve a Hyde-Lee habiendo dado la vuelta completa a la mesa. Vuelve a oler y coloca las bragas delante de ella. Inhala su propio aroma. Hyde-Lee tira a un lado las bragas.

Hyde-Lee mueve la mano entre sus piernas, trazando los contornos de sus labios vaginales. Ella se sorprende al darse cuenta de que está húmeda. De repente nota que Hyde-Lee lleva guantes blancos. Siente contra ella el material, sondeando su rosada carne interior, y luego un dedo se desliza directamente dentro de ella. Le hace cosquillas, y luego encuentra que se excita mientras él aprieta las paredes de su coño. El dedo se desliza hacia fuera y luego se introduce en su otra abertura. Esta es la primera vez que un hombre ha puesto un dedo aquí. Ni siquiera Mauro la ha tocado en un sitio tan íntimo. No es una sensación desagradable, o no lo sería si hubiera ocurrido en circunstancias más normales. Los hombres siguen con la mirada clavada en ella. Es una violencia cometida en su contra, esa colección de ojos que miran, como un monolito de deseo masculino, atrapándola. Y cuando piensa en las indignidades que se están cometiendo con ella, así es como ella se ve -un animal atrapado sin sitio a donde ir, sin ninguna forma de defensa.