Lilia

Amigos, sólo amigos, me dijo. Lo acepté así, la quería y no quería perderla.

Nos conocimos allá por finales del 2004. No logro establecer la fecha exacta, el mes cuando menos. Lo que sí sé es que desde entonces nos consideramos buenos amigos. Esto, como sabido es, puede no ser siempre posible entre un hombre y una mujer; pero así fue porque nunca, o más bien, siempre, lo estableció así:

Amigos, solamente amigos

. Una línea invisible, bien marcada por ella impidió un acercamiento más cerrado. Físicamente nos atraíamos, era poco probable que no se diera tal cosa. Ella, Lilia, con sus 34 años; bajita de estatura pero muy bonita, alegre, y soltera. Yo, Jorge, de 40, de buen ver, nada especial, pero bien plantado, y divorciado; libres los dos. Sin embargo, como si se tratara de un pacto no escrito, manejamos nuestra relación en un contexto amistoso, de mutuo respeto y considerándonos, más que nada, como confidentes mutuos, solidarios conocedores y depositarios confiables, y confiados, de tantos secretos del uno y de la otra. Éramos diferentes y mucho. Ella tranquila sexualmente hablando, bien portada en su juventud y también en su actualidad. Yo un absoluto desastre en mis años mozos, con una muy temprana cercanía con el sexo, y ahora igual o peor. Pero sucede que fue como si nos complementáramos.

Una afinidad tal nació entre los dos que desde el principio disfrutamos de estar juntos, de largas conversaciones, de jocosas tardes o noches donde las risas y carcajadas eran el común denominador. A veces la conversación tomaba otros giros más personales. Lilia, a pesar de su edad, conservaba un aire de inocencia y candor que le daba el hecho de haberse cuidado en cuanto a no rolarse demasiado en amores y en amantes. Dos o quizá tres parejas había tenido ella hasta esa edad y sin consecuencias, lo que le daba una regular experiencia en ese ámbito. Yo sí tenía una experiencia larga al respecto. Dos matrimonios fallidos y relaciones de unión libre, todo con paternas consecuencias, y muchas aventuras fugaces, me daban muchísima más práctica en todo eso. Tal vez este fue uno de los motivos por los que ella siempre guardó su distancia conmigo, pues es natural que una dama siempre me prefiera como amigo al ver el tamaño de mi currículum amoroso, y tan malogrado más que nada. Así lo acepto, y así lo acepté con Lilia desde luego.

"Es diferente, corazón, nada qué ver. Tú y yo somos amigos solamente", me dijo alguna vez cuando me platicaba de sus momentos íntimos con algún galán y yo le externaba mis envidias al respecto de haber sido yo el que ocupara el lugar de ese afortunado. Escucharla decirme eso fue como sentir un golpe en la boca del estómago, pero aguanté callado; no sé cómo no se dio cuenta de lo que provocó su sinceridad en mí pues yo sentía que mi cara ardía de desconsuelo. Debo haber actuado muy bien, puesto que me siguió dando detalles de ese encuentro amoroso con otro más suertudo que yo. Mejor le seguí la corriente. Esto ganó su confidencia y nos hicimos más cercanos e íntimos.

Salíamos a platicar, gustábamos de estar juntos, nos teníamos mucha confianza para todo y en todo. Al café, al cine, era igual, el asunto era estar juntos. Hasta a una plaza a caminar; de la mano eso sí, no había por qué no hacerlo así, y si salíamos a la calle, ella misma, bajándose del coche me tomaba la mano con confianza para caminar junto a mí. No era, ni es, de copas. No le gusta el alcohol y a mí sí, y mucho, pero íbamos de antros algunos fines de semana, ella sus limonadas, yo mis cervezas. Siempre sobria, yo no. Pero eso le daba un tono más delicioso a nuestras largas conversaciones. Le gustaba mucho que yo llegara a cierto grado de ebriedad en el que me volviera más divertido, más descuidado en mi hablar y en mi expresar de ideas. Se deleitaba de mi indiscreción etílica. Gozábamos bastante esas veladas. Su inteligencia siempre evidente me ponía en serios aprietos cuando el alcohol llegaba a mi cerebro; con Lily siempre había que estar al 100%, y con la borrachera me era difícil completarlo, pero gozábamos como enanos cuando me sacaba ciertas confesiones eróticas que sobrio no le hubiera dicho. Sabía muchas cosas de mí. Yo también de ella, pero no había comparación. Me sabía TODO.

Mis inicios sexuales, mis mocedades, la historia completa de la relación que tuve con mis sobrinas políticas en mi primer matrimonio, los detalles del segundo, y los que viví con mis uniones libres, absolutamente todo era ya de su conocimiento. La novela ilícita completa de mi vida sexual… la sabía Lilia al derecho y al revés.

Eso, por supuesto, alejaba cualquier posibilidad de que pasáramos a otro nivel de relación. Saberme tantas cosas, verdades escandalosas e inmorales, marcaba aún más esa línea presente entre nosotros. Pero no me importaba, ya a estas alturas tenía bien claro, y ella más, que no íbamos a pasar de amigos. Pero sí había, más de parte mía que de Lilia, espacios de oportunidad donde buscábamos el acercamiento personal. No fue raro que yo pidiera de vez en cuando una probadita de esas delicias que me dejaba ver cuando salíamos y me mostraba con sus faldas cortitas, sus blusas finas y su maquillaje, toda esa belleza femenina, tan próxima pero tan lejana para mí. Siempre me la negó; sus explicaciones giraron regularmente en que prefería que nuestra amistad siguiera intacta antes de lesionarla dando un paso romántico en ella. Así me mantenía a raya, pero a veces no le era posible.

Varias veces, sobre todo donde hubiera aglomeraciones, yo aprovechaba para sentirla cerca de mí más de la cuenta, más de lo que ella me lo quería permitir. En las filas para entrar al cine o a algún evento masivo de arte o música la ponía delante de mí; con la premisa de protegerla de empujones o empellones propios del amontonamiento, la rodeaba con mis brazos y me la juntaba mucho, conmigo detrás. En pocos momentos el aroma delicioso de su cabello y de los finos perfumes que gustaba de usar, hacían que mi miembro pasara del reposo absoluto a una media erección, la cual acercaba a su popa por encima de su falda entallada.

Lilia no parecía tomarse en cuenta de tal cosa y, con la idea de sentirse protegida, se acurrucaba entre mis brazos dócilmente. Yo procuraba ser intermitente en mis acercamientos por el temor de no poder disimular el hecho de que llegara el momento en que el pantalón se me desarreglara demasiado, poniéndola a ella, y a quienes nos rodeaban, alertas por ese voluminoso detalle. Un par de veces sí hubo oportunidad de ser más atrevido, y ella me dejó serlo. Incluso, en una de esas ocasiones, pude tallar algo fuerte con mi inflamación ese par de nalgas que tanto me gustaban y Lilia se mostró dispuesta al jugueteo erótico amistoso que empecé en la fila de un cine muy lleno, mientras esperábamos la entrada a la sala. En el momento en que más me aplicaba en mi abrazo frotador, ella echó su cabeza para atrás y recostó su nuca en mi pecho para decirme algo, acerqué mi oído a su boca para escuchar lo que quería:

-Mande, Lily- le pregunté apoyando mi barbilla en su hombro.

-Horita que alcancemos asiento me compras una soda, corazón, tengo mucha sed.

-Si quieres voy de una vez.

-No, hay mucha gente. Así quédate conmigo, me aplastan- me dijo con esa voz tan suave y cariñosa que siempre tuvo para conmigo.

-Bueno, reina, yo sentándote allá adentro vengo y te la compro- le respondí al momento que le dejaba un besito en la mejilla, para continuar otros minutos con mis frotaciones en sus nalguitas deliciosas.

Esa noche la sentí más tierna y permisiva conmigo. Durante la película se pasó mucho tiempo recostada en mi hombro. Platicábamos de detalles del film muy de cerca, sentía su aliento fresco muy cerca de mi boca, varias veces estuve a punto de robarle un beso, pero no me atreví. Cuando, casi al final de la función, sentí que no se movía volteé mi cara a la suya y vi sus ojos cerrados, dormida; tenerla tan cerca me motivó a pegar mis labios a su boca. La chupé despacito, muy despacito. Saqué la punta de mi lengua y la fui metiendo entre sus labios, muy lentamente. Lilia la aceptó sin abrir los ojos y nos dimos un beso muy mansito. Ella masajeaba mi lengua muy dulcemente y luego me pasaba la suya para hacer lo mismo. Fue un beso largo. Percibía sus suspiros cada vez más intensos. Me aventuré a tomar su manita y colocarla justo encima de mi erección. Sentí leves caricias en mi verga oculta, sentí leves apretoncitos sobre toda la salchicha que apuntaba a la derecha, donde Lily estaba besándose conmigo. Me separé de ella al ver que la película estaba por finalizar y a los dos minutos prendieron las luces de la sala. Lilia seguía recostada en mi hombro. Sabía muy bien que no estaba dormida, pero le seguí el juego.

-Lily… Lilia. Ya se acabó, mami.- le dije acariciándole una mejilla.

-¡Eh! ¿Ya terminó la película? Ay, me dormí, corazón. Ni la vi, me la vas a tener que contar.

-Jejeje… bueno, ¿qué más me queda?

No hubo un solo comentario respecto al beso y a las caricias, ni el más mínimo. Fue como si no hubiera ocurrido. Salimos del cine tomados de la mano y fuimos a cenar antes de llevarla a donde habíamos dejado su coche. Platicamos un rato; pero fui más osado. Mientras ella charlaba yo acariciaba sus cejas y sus mejillas. Pasaba mis dedos por sus labios y los miraba fijamente saboreándome y mandándole la señal de que los quería chupar de nuevo. Veía en sus ojos otro brillo, otro fulgor; pero de inmediato ella retomaba el orden y se le notaba desconcertada, impedida para seguir con mis claras invitaciones a dar un paso más en nuestra relación. Yo respeté siempre ese detalle y mejor no presionaba más. Me daba temor que se ofendiera; la quería y me preocupaba perder esa amistad tan importante para mí. Pero era ya muy fuerte mi necesidad de llevármela a otros lugares diferentes del cine y los antros: me la quería llevar al motel. Esto no era nuevo para ella, pues muchas veces cuando nos conocimos se lo había propuesto. Pero no, no quiso eso conmigo. Así que hacía mucho que no le hacía esas propuestas. No quería que se sintiera acosada.

Luego hubo un distanciamiento. Ella se envolvió en una relación romántica con alguien cuando tuve que dedicarme más a mi negocio ante una crisis de bajas ventas, por lo que viajaba mucho. A veces sólo estaba en la ciudad los domingos, y el lunes me volvía a ir, lo que me limitaba a solamente ver pendientes familiares, con mis ex mujeres y mis hijos. Pasaron algunos meses donde poco o nada de comunicación tuvimos. A veces le llamaba por teléfono desde donde anduviera y ella también lo hacía, pero estaba bien dedicada a su novio y nuestras pláticas se fijaban a ese temita, que como es de suponerse, a mí no me satisfacía mucho que digamos y, por otro lado, las tardes y noches que antes compartíamos eran ya de él todas. En nuestras ya contadas conferencias telefónicas el tema siempre era el mismo:

- Guillermo para acá… Guillermo para allá… Guillermo dice… Guillermo hace

El escucharla hablarme maravillas de ese señor no era, para mí, del todo interesante. Así que poco a poco fueron disminuyendo mis llamadas y las de ella, hasta perdernos la pista completamente. Ya la daba por perdida y eso me dolía. La extrañé, me faltaba y batallé para llenar el espacio tan grande que dejó en mi vida, en mi espacio. Pero me consolaba la idea de saberla enamorada y feliz, se lo merecía más que nadie.

Así pasó el tiempo.

Hasta meses después, un sábado nos encontramos en uno de esos bares a donde antes íbamos juntos. Lilia iba con su pareja y yo también llevaba una amiga. Sólo a la distancia cruzamos sonrisas discretas, saludándonos sin que nuestras respectivas compañías lo advirtieran. Pero percibí que su mirada no era la misma, su carita tan conocida para mí, denotaba tristeza y melancolía. No había en su gesto esa frescura, esa felicidad que siempre la caracterizó. El tipo era de bastante más edad que ella, incluso mayor que yo y no se veía a la distancia, una persona comunicativa. Su gesto denotaba más bien cierta dureza. Yo hablaba con mi acompañante y fugazmente volteaba a ver a Lilia. Me miraba con una mano en su oreja, como si se acomodara un arete para que su novio no se diera cuenta para dónde dirigía su mirada. Su rostro lindo cambiaba al verme voltear a ella y que yo la observaba. Variaba, en una fracción de segundo, de la nostalgia a tornarse en una mueca que parecía una sonrisa amable hacia mí.

Como teníamos una reunión y sólo habíamos llegado allí para hacer tiempo, pedí la cuenta y Lily lo notó. En eso el novio se puso de pie y se dirigió al baño. Le pagué al mesero y nos levantamos de la mesita para retirarnos. Cuando puse a mi acompañante delante de mí para encaminarnos a la salida, volteé a donde ella estaba sentada para despedirme a la distancia. Lilia me miraba atentamente y puso su mano, a modo de teléfono, en su mejilla y con sus labios me dijo " llámame ", un par de veces. Le hice saber, moviendo mi cabeza de manera afirmativa, que lo haría y le mandé un beso con mis labios. Ella retornó mi beso y salí del bar. No cabía de felicidad, me encantó volver a verla. La noté más guapa que la última vez. Llevaba el cabello más oscuro y había modificado su maquillaje, se veía preciosa; pero no pude dejar de pensar en cuál sería el motivo para tanto desánimo. Al ver a su novio a la distancia, lo intuí; pero no lo sabía bien.

A media semana le marqué a su celular, pero éste ya no era el mismo; así que le llamé a su oficina, pero hasta el viernes por la mañana.

-¿Bueno?- reconocí su voz.

-Hola, pequeña mía.

-¡Jorge! Pensé que ya no me ibas a llamar. ¿Por qué tardaste tanto?

-Marqué a tu celular el miércoles, pero nada.

-Ya es otro, horita te lo doy. Pero ya sabes que aquí me encuentras ¿Cómo estás, corazón? ¿Qué has hecho?

-Bien. Trabajar. Por eso te marqué allí, aunque hasta dudaba que siguieras trabajando donde mismo. Y tú, ¿cómo te va?

-Aquí sigo. ¿Cómo estoy? Pues te diré

-¿Qué tiene mi reina, qué la tiene triste? Te observé la noche del sábado.

-Ay, corazón, si supieras. ¿Vas a venir por mí, verdad?

-No sé. ¿Y tu novio no se molestará?

-No. Desde ese sábado que no sé nada de él. No le interesa saber si vivo o muero, menos creo que le interese con quién como- percibí un tono de amargura.

-¿Y eso?

-Te platico si me invitas a comer

-Encantado, ahí estaré cuando salgas al rato.

-¡Qué padre! Te espero entonces. Qué bueno que ya estás conmigo, mi amor- cambió el tono de su voz, ahora fue de bienestar, me gustó eso. Y ese mi amor me gustó más. Me devolvió a tiempos caminados con ella y casi olvidados.

Llegué puntual a la hora de su salida a comer y ella salió exacta. Se subió a mi coche y nos saludamos con un beso en la mejilla. En el restaurante me contó sus vicisitudes con Guillermo, su novio o casi eso. Él se desaparecía por lapsos largos y regresaba como si nada, dando una y mil excusas. Eso para Lilia, por supuesto, no era lindo y lógicamente se provocaban muchas discusiones y momentos desagradables. Hubo amor al principio, y mucho, de su parte para con él, pero había disminuido debido a todo eso. Ese sábado, según me contó, él había regresado de uno de sus "abandonos" y por eso la seriedad con que vi que se trataban. Prometió, el tal Guillermo, cambiar sus raros hábitos novieros, pero ya eran seis días desde entonces y ni siquiera una llamada le había dispensado a la novia.

Regresé a dejarla a su oficina a su hora de entrada. Me preguntó, antes de bajarse del carro, que si nos veíamos por la tarde y le respondí que sí, pero con una condición.

-¿Cuál, Jorge? Lo que sea con tal de que nos veamos al rato.

-Que ya no me hables de ese señor, nomás eso. ¿Cómo ves? ¿Podrás?

-No te gusta que te hable de él, ¿verdad, corazón?

-NO.

-Por eso te alejaste de mí, ¿verdad? Malvado.

-En parte. Es que ya no tenías otro tema.

-¿Sólo por eso, o hay algo más?

-Sabes bien que siempre ha habido algo más , ¿o a estas alturas no te has dado cuenta?

-Ay, Jorge… es que ya sabes que yo… es que tú… es que

Ya no la dejé terminar. La tomé de la cara y eché mi boca sobre la suya, Lily quiso separárseme pero yo estaba dispuesto a consumar un beso completo. Mis labios cubrían toda su boca y mi lengua frotaba sus labios cerrados hasta que se fueron abriendo para dejarme entrar. Poco a poco la sentí laxarse en mis brazos, la sentí cederse a mí. Fue un beso más que completo. Yo me quería retirar de ella, pues ya se me había hecho suficientemente completa la caricia y, además, estábamos estacionados frente a su oficina; pero ella al sentir que yo aflojaba con la intención de concluir con mis besos, me volvía a atraer a su boca abierta y seguía entregándose al momento. Si a ella no le interesaba que la vieran, a mí menos, así que ya no hice por separármele y continué besando a mi querida y extrañada Liliana. ¡Su boca era deliciosa!

-Lily, me gustas mucho. Te traigo unas ganas

-Ay, Jorgito… a ver cómo me va contigo, pero te necesito mucho. Llévame contigo, dale a donde quieras- me dijo aún besándome, sin dar tregua bucal. Besando y hablando. Le respondí del mismo modo: con la boca llena.

-No tengas miedo, ya déjame enseñarte cositas ricas… ¿No vas a trabajar ya, mi vida?

-No, amor, ya no. Vámonos, llévame de aquí. Pensé que ya no volvías a mí, condenado. Vámonos antes de que me vean.

-Pues suéltame, Lily, jejeje.

-Horita…mmm… papito. Qué besos das.

-Tú también, mamacita…mmm--- qué boca más dulce y suave.

Al fin nos separamos y me encaminé a donde pudiera estar a solas con ella como lo había soñado por tanto tiempo. En el trayecto aprovechábamos cada semáforo o cada embotellamiento para darnos las bocas mutuamente. Muchas veces los autos de atrás me pitaron para llamar mi atención y avanzar, pues Lilia y yo nos concentrábamos tanto en nuestros besos que el exterior de mi coche no existía. Mi bragueta iba casi reventándose de la tremenda presión que llevaba en el miembro con sus besos y con la premisa de que al fin iba a estar con ella. Esa mujer me traía demente desde hacía mucho tiempo y a Mostrenco igual.

Al arrancar de nuevo en un semáforo, Lilia puso su antebrazo en mi muslo y sintió la hinchazón que llevaba atrapada en el pantalón. Bajó su cabeza y la miró.

-¡Jorgito! ¿Qué es esto?-me dijo y puso la palma de su mano encima.

-¿Tú qué crees?

-Mmm, amor, qué rica.

-¿Te gusta?

-Mucho, papito… desde que te conozco me gusta muchísimo.

-Nunca la has visto, ¿cómo es eso?

-Pero se te nota, y ya la he sentido en mis pompas, no te hagas.

-Perdón, es verdad, no me aguanté.

-Y desde que te la toqué en el cine me encanta- me la apretaba suavemente.

-¿Pues qué no estabas muy dormida?

-Ándale sí, hasta crees, seguramente que con ese beso que me diste me iba a dormir.

-Jejeje… mira nomás- sentí que me la apretaba más y más seguido.

-¿Qué me vas a hacer, mi amor, con esta cosota que tienes?

-Te voy a hacer cositas ricas, mami.

-¿Pero qué cositas? Dímelo, dímelo como lo sabes hacer, como me has dicho que se lo dices a otras viejas, así dímelo a mí también- me pidió acariciándome todo el fierro.

-Te la voy a meter toda, Lilia, te la voy a retacar como lo deseo desde hace más de año y medio, mamacita.

-Mmm, sí, métemela, Jorge. La quiero dentro toda. Ya la quiero conocer. Sé que está muy grande, pero no la he visto. La siento enorme. Esa noche del cine me asustó. La sentía muy grandota en mi mano, como horita.

-Prohibido tener miedo, chiquita, hoy no se vale.

-No, ya no te tengo miedo. Quiero todo contigo.

-¿Todo todo?

-Sí, ya hazme lo que quieras, pero todo lo que quieras.- me dijo precisamente cuando nos deteníamos en otro semáforo para besarnos con más pasión aún, sobándome bien la verga.

Llegamos a un motel y entramos a la habitación. No encendimos la luz, sólo dejamos la televisión prendida, alumbrándonos. Me senté en la cama, la atraje dejándola de pie ante mí y rodeándola por la cintura. No besamos nuevamente, se nos estaba haciendo vicio. De su boca y bajé a su cuello, desabotonando su blusa. Besé los globos de sus senos tersos. Ella continuó desabrochándose hasta dejarme ver su sostén conteniendo ese par de tetas grandes y llenas. Sumergí mi nariz en medio, aspirando el perfume fino que les aplicaba. Metí mis manos por debajo de su falda para recorrer sus piernas hasta bien arriba. Lilia forzó el brassier por encima de sus pechos y éstos emergieron desafiantes a mis ojos, hermosos y redondos. Ella misma cogió uno y lo dirigió a mi boca, ofreciéndome alimento. Lo acepté, su pezón estaba suave y largo. Acariciaba mi cabello con sus manos, mirándome comerme su fruta dulce.

Mis manos seguían explorando debajo de su falda, acariciando sus muslos. Me retiraba un pecho de la boca y me daba el otro. Dejé ese par de pezones, brillantes con mi saliva y bien hinchados. La puse de espaldas a mí, aún sentado en la cama. Le quité la blusa y le desabroché el sostén, se lo quitó por delante y lo aventó en el peinador que estaba frente a nosotros. Recorrí su espalda con mis labios y mi lengua, sentí la piel de sus brazos erizarse. Luego le subí la falda hasta la cintura y contemplé sus nalgas preciosas. Esas nalgas que me emocionaban tanto en las filas de los cines, al fin estaban descubiertas ante mí. El hilo de su tanga se perdía entre ellas mostrándose completas, grandes y ampulosas, era un soberano culo el que tenía frente a mí. No me aguanté y me bajé de la cama. Poniéndome en cuclillas besé cada nalga, mordí suavemente cada una mientras acariciaba sus muslos y metía mis dedos en medio de ellos, sintiendo el calor de su papita. Colé mi dedo índice y sentí el resbaladizo canal de su vagina, metí la primera falange en medio y percibí su calor. Al escucharla gemir suavemente, volteé al espejo y vi sus ojos cerrados sintiendo mis exploraciones en su centro mismo.

Abrió más sus piernas y puede echar a un lado la tanga para acariciarle su pastelito más fácilmente. Seguí besando sus piernas y sus nalgas un buen rato. Le bajé la tanga y la saqué completamente. Luego su falda, dejándola desnuda, sólo con sus zapatos de tacón. Ante mí, aún hincado en la alfombra estaba mi Liliana totalmente expuesta, hermosa, imponente. Ella me miraba hacia abajo, dejándome contemplar toda su belleza. Al ver que yo, lelo, nomás no daba el siguiente paso, se acercó a mí y me tomó de la cabeza acercando su vulva a mi boca.

-Jorge, mi amor- murmuró, invitándome, tocándose la entrepierna.

Besé sus dedos, los quitó y pasé por encima de su bien recortado triangulo y saqué mi lengua peinándolo. Lily abrió un poco sus piernas y mi lengua acarició sus labios. Puse mi cara de lado y alcancé a meter la lengua bien entre ellos, sintiendo el sabor agridulce de sus secretos. Con sus dedos abrió bien sus labios vaginales y flexionó sus piernas un poco, con eso logré lamer toda la rajita, de arriba para abajo, mientras ella movía su pelvis de adelante para atrás. Puse mi cabeza de frente y eché mi nuca casi sobre mi espalda, "dislocándome" el cuello como ya bien lo sabía hacer desde joven, para darle placer a las mujeres así, estando ellas de pie ante mí. Erguí bien mi lengua y con ella la hacía mía literalmente, sentía en mi apéndice la cueva de su canal vaginal tan estrecho, dudé que mi animal fuera a lograr entrarle por ahí. Con esa idea la cogí por las nalgas y la repegué más a mi boca para de alguna manera ampliar su pequeño orificio, preparándolo. No soportó mucho la caricia de mi larga lengua, se me retiró y se sentó en la cama, llevándose las manos a la cara.

-¿Qué te pasa, Lily?- le dije hincándome frente a ella, entre sus rodillas.

-Me dio un temblor en las piernas y vi lucecitas en mis ojos, amor. Nunca había sentido tan delicioso el sexo oral… tu lengua, Jorge, tu boca… no sé.

-¿Qué cosa, mi Cielo? ¿Te molestó?- le pregunté sacándola de mi boca y moviéndola cerca de sus ojos, de arriba para abajo, como si lamiera el aire.

-No, me gusta mucho- me respondió mirándola de cerca con sus ojos adormilados.

-Bésala, mami, chúpala antes de hacértelo de nuevo.

-Aaahhh- se quejó antes de prenderse de mi lengua expuesta para devorarla con ansias en un beso que nos elevó las temperaturas al mismo tiempo.

Me puse de pie y con mis rodillas sobre la cama me la llevé, sin dejar de besarla, hasta las almohadas, depositándola ahí. Bajé por su cuello y lo lamí. Sus senos apuntaban al techo, sus pezones parecían temblar de lo inflamados que estaban. Los mordí levemente y los succioné con algo de fuerza. Bajé a su estómago y lo besé y lo acaricié con mis manos. Abrí sus muslos y pasé mis dedos por su papita, estaba inundada y tibia. Metí mi dedo medio en ella, pero medio cerró las piernas y la miré a la cara. Lily tenía sus manos en su pecho, se le notaba muy nerviosa. Le dije que se dejara llevar, que no me tuviera miedo pues yo sabía cómo tratarla. Movió su cabeza afirmativamente y sus muslos cedieron. Me acomodé en medio de ellos y lamí con ternura su vaginita tan cuidada. La humedecí con mi saliva y empecé a soplar en ella suavemente. Luego volvía a pasarle mi lengua por la rajadita, con calma y volvía a echarle aire. Poco a poco sentí que Mi Amor se relajaba, así que fui penetrándola con la punta primero y luego con el grueso de mi lengua, hasta sentir su suave pelo pélvico en mi nariz. El sabor de Liliana era muy dulce y agradable, por momentos me desbocaba y movía mi lengua dentro de ella con mucha fuerza, pero me controlaba y medía más mis ataques pues tenía que llevarla con calma.

Cuando descansó con un orgasmo suspirado, en el que me apretó la cabeza con sus piernas y me entregó su miel deliciosa, se quedó como dormida. Salí de allá abajo para mirarla y estaba un poco agitada, sus pechos subían y bajaban al ritmo de su respiración. Sin que Lily lo notara me quité la camisa, me desabroché el pantalón y me saqué la verga bien parada. Con calma me recosté de lado, debajo de ella, haciendo una "T" invertida con su cuerpo. Alcé sus pantorrillas y me le fui acercando con el pito por delante, poniendo sus piernas sobre mi cuerpo completamente de costado en la cama, hasta que quedé a tiro. Empecé a pasar mi inflamada cabezota por su resbaladiza rajadita. Lilia, al sentirla, abrió sus ojos y enderezó su cabeza.

-No, mi amor. Aún no, ven quiero hacértelo con mi boca ahora yo. Quiero conocerla antes y chuparte como tú a mí. Ven- me dijo queriendo enderezarse. No la dejé.

-Horita, cielo mío, ya no aguanto las ganas de hacerte mía, me urge- lo que no quería era que viera lo que se iba a comer. Además era muy difícil que mi tornillo pudiera pasar a la manera tradicional al interior de su pequeña vulvita, tan estrecha y poco usada. Así, canteado, era más confortable para ella, menos doloroso para ambos. Ya sabía yo cómo tratar a pequeñas vírgenes y a damas así, tan cuidaditas como mi Liliana.

Sin mucho penar pudo entrar la cabeza, ahí la dejé mientras acariciaba su estómago con la palma de mi mano. Lily suspiraba suavemente. Luego fui empujando el fierro con calma, sintiendo la resistencia de su funda estrecha. Sus suspiros se hicieron más continuos, y aún no iba ni la cuarta parte. Me detuve y sólo inflamaba el perno de modo intermitente pero suave, para aflojar la vagina de a poco. Cuando sus suspiros se regularizaban avanzaba otro poco, hasta que aceptó la mitad de mi verga. Su vaginita estaba bien estirada, mi dedo pulgar acariciaba su clítoris buscando que la incomodidad obvia que sentía, cediera con mis provocaciones en su botón. Habiendo percibido que esa mitad de miembro ya era recibida con más naturalidad, empecé el vaivén del amor, sacando y metiendo, metiendo y sacando, parejito. Fueron varios minutos de gozo.

-Mmmm, amor… es ricoooo- me dijo Lily recostada en la almohada.

-¿Te gusta, chiquita?

-Sí… mmmm… qué cosa tan deliciosa, mi amor… mmmm… dámela… me vengooo.

Su abdomen se cimbró y su segundo orgasmo llegó. Aprovechando la humedad destilada empujé otro poco. La distensión ya era considerable, pero ella parecía ya estar a gusto con el volumen del invasor cabezón que le rellenaba el útero. Otro poco de presión y sentí que la punta llegaba al fondo de su canal, aprecié claramente la membrana de su matriz y ya no empujé más.

-Ayyy, mi amor, me la metes mucho… qué deliciosa la tienes, papi… mmmm

-Cosita, estás muy cerradita.

-Ya soy tuya, Jorge, toda tuya… nunca había sentido a un hombre tan adentro de mí.

-Al fin, mi reina, eres mía. ¿Te duele?

-No. Pero la siento muy gorda. ¿Ya me entró toda?

-Casi, mami. Mira- le respondí, haciéndola que viera ahí. Se sostuvo con sus codos y miró.

-Todavía falta mucho, amor. Qué bárbaro, estás muy...

Volví a cogérmela parejito, para evitar que echara cuentas y se dejó caer de golpe en la almohada, sintiendo como le limaba las paredes vaginales con mi venoso majadero. La frotación continua de su fundita me venció y, al mismo tiempo que ella, me vacié a bufidos dentro, formándonos en nuestros líquidos en uno mismo por fin. Permanecimos unos momentos así, pegaditos uno del otro por medio de mi garrote aún erecto. Lily se seguía moviendo en él, danzando en la verga con sus caderas y su cintura, exprimiendo bien la leche que todavía le entregaba en su interior. Mi semen y sus jugos hicieron su efecto emulsionante, lo que permitió que la penetración fuera ya más natural, sin molestias para ella. Viendo esto, me le separé y me tendí sobre su cuerpo, entre sus piernas abiertas; ahora sí a lo tradicional, ya estaba. La besé en la boca y dirigí la verga allá, a donde yo ya era bien recibido. Con cuidado, pero de seguidito, entré en ella.

-Jorgeeee… me matas, qué delicia. No se te bajó nada… mmmm.

-Tómala, chiquita. Mira cómo me pones.

-Está bien dura, amor. Me traías muchas ganas, ¿verdad?

-¿No lo sabías, cabroncita?

-Sí, me encantaba gustarte tanto… uuummm… me hacías sentirme bien.

-Gozabas. Hora me las vas a pagar, Lilia, te voy a dar unas cogidas que vas a ver- le dije bombeando sabroso.

-Cógeme mucho, papi, mátame de coger… Castígame por miedosa.

Sosteniéndome en los codos para no aplastarla, no me cansaba de besarla, de saborear su cuello, sus pechos. En la cama no existía la diferencia de estaturas, podía seguir matando a mi palomita sin dejar de saborear esos pezones hinchados. Metía mi cara entre sus senos y Lily los sostenía con sus manos por los lados, presionando mis mejillas con ese par de melones firmes. Luego volvía a su boca, nos besábamos fuerte, por momentos con mucha violencia. Tal pareciera que a besos queríamos hacer retroceder el tiempo, recuperar lo que pudiéramos del que perdimos siendo amigos, solamente amigos.

Otro orgasmo simultáneo estalló. Hasta nuestros relojes fisiológicos estaban afinados. Caí a su lado, rendido. Lilia se puso de costado y recostó su carita en mi hombro, acarició mi pecho y mi estómago bajando lentamente su mano hasta lo bellos de mi pubis. Envolvió mi semi erecto y resbaloso miembro con sus dedos, lo palpaba y lo recorría con curiosidad. Yo permanecía relajándome con los ojos cerrados, percibiendo la suavidad con la que me tocaba y me daba jaloncitos. Sin abrir los ojos la sentí abandonar mi hombro deslizando su cara por mi pecho, hasta que llegó a mi abdomen y puso su mejilla en mi estómago, descansando su cabeza ahí. Sus maniobras empezaron a dar frutos y el taradón empezó a reponerse, poco a poco, pero se endurecía de nuevo. Lo sintió crecer en su mano, por un momento sentí como su respiración se interrumpía al notar en su manita el volumen que iba alcanzando.

-No puede ser…- escuché que musitaba.

-¿Qué, mi cielo?

-Que me cupiera todo esto. Es mucho, Jorge. Ya se puso dura otra vez, mira cómo está de nuevo y ya te has venido dos veces.

-Lo provocas, amor, tú tienes la culpa. Ven, ya no eches cuentas, súbete, cosita mía.

-Sí, mi amor, ya quiero más.

Se vino a mi boca y nos besamos mientras seguía masturbándome, poniéndome bien duro y listo para el tercero. Bajé por su cuello hasta alcanzar las frutas chulas de sus senos, los lamí y los mordí encantado de su suavidad y de su aroma. Con agilidad, sin sacarme sus pezones de la boca y sin soltarme la verga, se fue acomodando montada en mi cuerpo. Elevó su trasero y con su manita dirigió la punta del fierro a la entrada pequeña de su vagina. La cabezota fue pasando y cuando tenía la mitad del miembro dentro, me retiró sus pechos de la cara y se enderezó completamente, poniendo sus manos en mi pecho. Operó su espina dorsal moviendo sus caderas a un lado y el otro, comiéndose centímetro a centímetro, hasta que Mostrenco entró completo en esa fundita apretada y resbalosa. Miró al techo y en un momento puso sus ojos en blanco, quejándose y suspirando deliciosamente.

Ni las manos metí, Lilia hizo todo el trabajo pesado. Bailando cadenciosamente encima de mí, literalmente, me estaba dando una cogida de colección. Sentía en mis testículos resbalar una gran cantidad de líquido, jugos vaginales de ella y pre seminales míos inundaban su vagina y caían por gravedad en mis pelotas. La visión de Liliana ardiendo, incinerándose encima de mí, me impresionaba; nunca la había visto así, era otra. Sus caderas se movían con tal ritmo y cadencia que, así, iba a acabarme en 10 minutos. Se detuvo, abrió sus ojos y se tendió hasta quedar su boca cerca de la mía. Rodeó con sus brazos mi cuello y yo la afirmé de la cintura con los míos. Volvió a la carga, su cabeza no se movía, me miraba fijamente, pero sus caderas no paraban. La verga entraba y salía de ella, pero yo sólo me mantenía inmóvil, con las nalgas pegadas al colchón.

-¿Te gusta, papi?- me dijo notando que sufría para retener mi explosión lo más que podía.

-Eres lo máximo, chaparrita, qué manera de cogerme.

-¿Te estoy cogiendo?

-Me estás violando, condenada.

-Aaay, papacito… qué rico te cojo… bésame.

Acercaba su boca abierta a la mía y la retiraba cuando casi la mía la alcanzaba, luego otra vez. Me daba su lengua intermitentemente para chuparla un par de segundos y me la quitaba, mirándome cómo me exasperaba no tenerla más tiempo para devorársela. Sentía cómo mis huevos se contraían anunciando el desorden lechoso que iba a hacer dentro de ella. En una de esas, por fin, dejó su boca pegada a la mía. Era tanta mi hambre por besarla que con eso desbocó mi vaciada, sentí su boca más sabrosa que nunca, suave, fresca, deliciosa. Me vine a mares dentro de ella, sin soltar su lengua, besándola como si me fuera la vida. Su papita exprimió hasta la última gota que me quedaba para esa noche. Ya, ya no había más, se me acabó. Poco a poco nos relajamos. Lily descansaba encima de mí con facilidad, confortablemente, con mi lanza rendida aún dentro de ella. Ya no tenia nada más para entregarle, pero aún no quería irme de ahí.

Retiré su cabello de la carita, la miré a los ojos fijamente y le dije:

-Liliana, mi amor, ¿y si te como a besos?