Ligeramente turbio
Un sitio como el congreso para una orgía entre hombres, travestis y mujeres.
En su sueño el adiós empalma otro adiós de otra despedida. Nadie dice chau pero alcanza con oír el llanto rengo del que se va sin dolor. Empuña una aguja de tejer como espada, busca a los manotazos confundirse con esos otros, acaso con él mismo sin ser esta horrible apariencia que lo muestra como descartable. Grita con pasto en la boca: "si las armas conquistarán nuestra inspiración matemática, la cosecha de nuestros números equivaldría por siempre a cero". Escucha el aplauso generalizado sin entender un carajo del manifiesto.
Un sonido de corneta interrumpe su denuncia. Vuelve a concentrarse: "la sospecha criminal caería inerme a los pies de una revolución utópica". Ahora el aplauso estalla hacia otra tarima, nota que no hay estrategia ni puesta en escena que rente un futuro aceptable. Solo ella en el descampado ridículo del discurso; las piernas cortas y juntitas, pelitos rubios que se ensucian con la misma facilidad artesana de doblar un alambre; irreparables. Mugre sobre las manos acariciando la corneta que deja de ser corneta. La mirada limpia en otra cara. Apoya la boca y no sopla, chupa la pija que no es la suya y el timbre suena por segunda vez.
Hola.
Yo.
Estoy durmiendo.
¡Dale boludo!, hay que ir a lo del Coraza.
¿Qué?. Aguantá, ya bajo.
Al taxi le cuelgan santos hasta del volante. Roco baja la ventanilla y prende un cigarro, la cara pide basta - por favor basta - . La cabeza duerme atragantada en el resorte que ella merienda. Sueña de noche, de día, de siesta. El té diario ni siquiera le ocupa un cigarro, lo toma de un sorbo y el apuro se hace tan largo como los enormes tiempos que financian su derroche. Se ha convertido en una flotante llamada en espera de numeritos negros, fluorescentes pulseritas de I love you le encadenan pesadillas a la pupila; carrito panchero volcado en plaza retiro. Incoherencia que repite al cerrar la última puerta del ascensor. Malena lo peina con la mano y le acomoda la ropa.
¿Soñaste feo de nuevo maricón?
Vení, por qué no te hacés un buche.
El tachero cabecea unido a la orquesta de los santos. Malena sonríe y tira sobre las piernas de Roco el saquito que lleva en la mano. Lo toca primero de yemas; arrastra una olita con la tela del pantalón que sube pausada hasta digitar con los dedos el croar de la bragueta. Mira por el retrovisor la frente gastada del taxista, una biblioteca de semáforos arqueando los ojos por otro insalubre billetito. Roco también sonríe pero la pija continúa de llanto. Le frena la muñeca, lanza el cigarro por la ventana y la escupe en llovizna cerrando el circulo del código. Malena lleva puesto un solerito holgado, verde oscuro con caricaturas de lagartos azules decorando la tela; un cangrejo le camina entre las tetas intentando refugiarse por debajo de su remera roja, tiritas de cuero garabatean sobre sus pies ajustando en un nudo la sandalia al talón. Tiene la certeza que algún día dejará de esperar la lastimadura que aun no vino. Ahora el saco cubre su falda, ningún animalito se estampa en la lana aunque el brazo de Roco parezca una serpiente buscando salida.
Ella se recuesta sobre su hombro en diagonal ta-te-ti al taxista, los dedos la conocen a ciegas y abren la bombacha sin que haga falta moverse para guiarlos en el ritmo. Roco hace meses que no juega todo lo que hablaba cuando cogía, hace meses que no mira todo lo que veía cuando cogía. Malena lo sabe y decide mirar jugando entre la gente. Rajan un par de días afuera, eligen tres lugares y eliminan dos por medio de un dado azul transparente; herencia del abuelo que Malena calza con un cordón negro atado al tobillo. Tiran hasta que salga cuatro veces consecutivas el mismo número, juegan una hora diaria y normalmente pasan días hasta definir la partida.
Después, el mismo ejercicio para seleccionar el transporte. Avión, micro, barco. El azar es solidario y por lo general respeta el orden de prioridades. El viaje es una paja eterna, una franela templada en cortes transitorios: gente de pasillo, pozos de aire, luces que se prenden. Malena también cede el primer lugar a los aviones. En verdad solo lo hace para no crear conflicto en las apuestas; el dado que arroja tiene la fachada cómplice del aire pero el deseo puesto en el micro. No hay mayor placer para la caída de su orgasmo, que el vaivén de la ruta la duerma en el útero del asiento. Hoy el tributo le pertenece al taxi; se humedece antes que la mano llegue a la concha. Hace años que no acaba con los ojos mojados.
El viaje es corto y Malena balancea la cadera corrigiendo el intervalo de su péndulo. Inclina la cabeza para subir su olor, lo trae desde la nariz con el mentón clavado en el pecho; adormece el cuerpo respirando de su flujo y lacrando los ojos entrega la nuca al respaldo, como si una lengua que trepara del clítoris le fuese a lavar la cara con su gusto. Zumba bajito murmurando cosas para excitar su propio oído. Agarra la mano de Roco que pasea sin escala demorando la continuidad precisa del frote. La huele.
Está tan caliente que si pudiese llegar se chuparía ella misma hasta acabarse la boca. Besa la punta de los dedos y la devuelve a su concha. Entreabre los ojos y contempla por un momento al taxista y a los santos, la hilera de estampitas terminan por rodear la foto que forra la tapa de la guantera; una mujer se abriga del frío abrazando a un nene empecinadamente arisco, los dos encapuchados y apilados en ropa. La mujer feliz del único salvataje que ha parido su tacaña vida. El nene impone la virginidad en el gesto.
¿Son su mujer y su hijo?
Sí. Está un poco gordito el guacho, lo tengo que controlar viste.
Es chiquito. ¿Cuántos años tiene?
Cumple trece el domingo. Chiquito pero sabé la colección de película porno que esconde en la pieza. Si la madre se las encuentra se desmaya.
Malena le saca la bufanda y sopla en su cuello, escucha el corazón a mil hormonas por segundo, lo besa en las mejillas trazando una línea de ruiditos tímidos hasta la boca. El nene no reconoce más allá de su hermetismo pero ella enseguida le debuta la lengua. La mano raspa el blindaje por encima del rompevientos, le pregunta si es la primera vez mientras afloja el elástico para bajarle el pantalón. El nene devuelve vocales que pellizcan la novela de Malena. Lo roza con la panza hasta sentir el calor de la pija asomada por el borde del calzoncillo. Sólo necesita que los dedos de Roco acunen un ratito en el mismo lugar. Gime tosiendo despacito, vuelve a preguntarle si tiene ganas de arrodillarla y ocuparle toda la garganta, si quiere enseñarle las películas con las que se pajea todas las tardes cuando llega del colegio. Endurece las piernas y encoge el vientre recibiendo con espasmos la leche del nene empastada en su ombligo. Llega a lo más alto de la historia y no acaba, no desciende pero queda sujeta a un sensible quejido de estómago mentiroso.
¡Lo estás haciendo a propósito!
¿Qué?
¡Salí pelotudo!
Me parece que hoy no te quieren campeón. ¿En la esquina esta bien?
Sí.
Sí.
Caminan media cuadra sin hablarse, en la que resta para llegar al congreso Malena cuenta sobre Ëriximaco, aquello de la armonía como consonancia que a su vez resulta un acuerdo de cosas discordantes o que anteriormente lo fueron. Siempre que se enoja no exhala, toma aire en su autismo que resiste la cosecha de un libro, una película, un registro, media cuadra; entonces acude en seminarista comprometida con el mapamundi y reza por los artistas. Encargados de lograr la concordancia entre la discordia, responsables de otorgarnos el arte como reconocimiento de una primera visión. Una manzana es una pintura que deja vernos por primera vez a la manzana.
¡Dejáte de joder Malena!, estás grande y vieja para estas boludeces.
Como se puede confiar en ellos, si no pueden obrar libremente y encima esperan una recompensa.
No podés parar, no te pongas tonta. ¡Por favor!
Malena continúa con el hombre que descubre su promesa en el momento exacto en que promete. Roco para en un kiosco, ella sigue con reconocer la voluntad como objeto, materializarla, responder sin haber asumido la irrefutable legalidad a la que pertenecemos. Habla de la conciencia como promesa, promesa que malgasta palabras durante años haciendo de la memoria un recuerdo de la misma. Roco busca monedas en la campera, cuando la escucha tan estúpida llama por teléfono; a quien sea, donde sea. Es el método más efectivo para exorcizar su orgasmo atrancado.
Porque la pena es deuda, un pago que alguien no te hizo o no hiciste.
¡Malena por favor! Sí querés entramos a un bar y te hacés la paja en el baño. Te espero tomando un fernet. Sí querés te chupo la concha acá, pero por favor loco... ¡para!
Es muy cruel cuando un escrito sentencia civilizadamente la pena por vos mismo. ¿A quién le debés? ¿Cómo te pagás vos mismo?. Es un anillo burlón, una guerra que adquiere la inmunidad de convivir con el bolsillo lleno de culpa... Quiero fumar.
Ya llegamos. ¿Es en el segundo piso?
Sí. Quiero fumar.
Bajo un laberinto de escalones uno es conciente que ha llegado al seudo segundo piso del congreso. Malena busca algún morral conocido, de esos que guardan justicia y ramitas dulces para nenas sin raíces. Roco agarra un catálogo y lee:
Sobre las siguientes obras establecemos no poner de manifiesto virtudes expresivas de hondo tono reflexivo... carecemos de éstas. Estamos seguros de no confraternar con el eclecticismo. Es utópico creer que nuestra precaria percepción pueda reunir, con la mayor intensidad, las razones más íntimas y el espíritu mismo del lenguaje artístico.
¿Una copa señor?
Gracias.
Borra un par de párrafos y continúa en su picadito:
la imagen de la obra no es presagio de la vista, sino apenas un renglón ambiguo dentro de una página ciega... el culo en la butaca donde uno filtra sus amores y los patenta por medio de dolores abdominales, donde eyacula miseria mientras queja por sus días de empacho... nosotros que marchamos con la concupiscencia por su esclava sensibilidad carnal, desarrollamos una creación efímera de lo creado, o con cierta neofobia, seamos apaciblemente mediocres, mediocres de primer orden.
En el fondo de la sala Coraza ladra con un trava y un señorito que tonifica de lleno el cuadro. El primero viste de kamasutra, cada medio minuto se estira el vestido para cubrirse las tetas y el culo. Mide un metro noventa más los diez de plataforma que calzan sus cuarenta y tres de zapato. La boca es una molleja cruda que guarda una lengua árida de vaca viciosa. Los párpados están revocados de un celeste plata aderezando unos ojos portadores del pánico; vientos de setecientos kilómetros por segundo despide su mirada. El otro es un bonito clase media paraguaya, petiso y discreto habla en un guara-castellano casi indescifrable. El jeans le pone el culo a la altura de la nuca y poseído por la gráfica europea, procura cuidar sus poses con una ostentación de princesa holandesa subdesarrollada. Luce un par de anillos que estrangulan sus dedos y toma de la copa con la morcilla del meñique alzado. Está vivo y sonríe orgulloso de tener todos sus dientes. Los tres iluminados manotean a los menguados que eluden la escandalosa euforia. Coraza llama a los conocidos y presenta al amigo de taco instalando la incomodidad de base; es indudable que disfruta mucho más de esto que profundizar en pintura. Roco se acerca y saluda con besos y abrazos al trío descontrolado, palmea a Coraza con la complicidad habitual de cada muestra.
¿Dónde están tus alumnas?.
Ella es Lidia y el...
Dany.
Hola... que hijo de puta que sos.
Hay un par de viejas que están espantadas. ¿Malena vino con vos?
Sí, anda por ahí. ¿Tus alumnas?.
Aquel pendejo que está allá...
Las alumnitas pelotudo, que carajo me importa el pendejo.
¡Boludo!. Es una discípula ese pibe, no sabés como se porta, es una nenita rodeada de óleos. Viene los jueves, lo tenés que ver... tiradores de malabarista, gorrito jamaiquino, la mochilita con los bolos y una latita de kerosene amarilla. ¡Es un artista!. Lanza llamas en alguna esquina y se viene a pintar. Un dedicado.
Te hacés chupar la pija por Gaby, Fofo y Miliki.
No pelotudo. ¡No!. Ellos proponen y yo no me niego.
Aquella nena es muy linda.
¿Cuál?. ¡No!... olvidáte. La hija del miedo, anda cargada todo el día con cosas, llora y llora. No sabe que hacer con nada. Miedo, miedo, miedo.
¿Miedo a que?
Miedo a nada boludo. Es una turrita que usa la capa de martirio con la B grandota que le ocupa toda la espalda.
¿Una B?
Sí. De buena. Así protege la cabeza de mierda que tiene. Espérame acá un toque y vamos arriba.
Malena está sentada a la derecha de dios padre. Cruzada de piernas compra el trabajo estándar que abunda en el mercado. El tipo ofrece marginalidad con llagas de conocimiento; barba prolija, mueca alternativa y origen revolucionario. Recorta un plano interesante de su adaptación al sistema. Vive en Barcelona pero asuntillos burocráticos lo meten de regreso a Buenos Aires. En la Toscana dispone de unas cuantas galerías de arte, dirigidas y administradas por gente de confianza. La venta del taller de plástica, situado en pleno corazón de París, el hijo perdido en Montevideo y su Master en historia, lo condenan a terapia bajo un presupuesto de diez mil dólares anuales. Se muestra naturalmente asexuado, como si la esencia de la charla consistiera en intercambiar un momento agradable con una desconocida. Sus palabras se tiñen de un violáceo místico, a todo lo envuelve con un: "Que loco ¿no?". Combinado en un despliegue corporal post-terrenal. Malena interrumpe el jornal con su gemido hecho tosesita. Saluda de punta a punta con un ademán a Roco.
Perdoná, me estabas diciendo algo.
No, lo voy a tomar como una señal que no hayas escuchado.
¿Qué me habías dicho?
Nada, nada que no se pueda remediar. ¿Es tu novio?
No. Es un hijo de puta.
¡No!. ¿Por qué?. Me parece conocerlo de otro lugar. Que loco ¿no?.
En un prostíbulo, en un casino, en una juguetería...
No. Difícil entonces. A una puta por suerte nunca fui, no tiene magia eso de pagar por...
¡Que hijo de puta!. Mira como se ríe con ese trava sucio. Disculpáme, pero sabés que la mierda esa me venía haciendo una paja en el taxi y no pude acabar. Me lo hizo a propósito el pedazo de bosta. ¡Estoy recaliente!. Tengo unas ganas de coger.
...
Dale, contáme por qué no vas tampoco al casino.
No... el azar, no sé... viste que es raro.
¿Raro?. ¿Qué estás diciendo?
¿Querés que salgamos a dar una vuelta?
¿Una vuelta?. No. Estoy tan caliente que no puedo ni caminar. Voy a hacer un esfuercito para ir a saludar al anfitrión. Después nos vemos.
Coraza acepta felicitaciones por las obras de sus alumnos, gesticula con desprecio y deambula aferrado al malabarista dando la imagen tierna de un padrino consejero. Roco unta el filtro del cigarro con la generosidad que desborda Lidia. Los invitados recorren la sala comentando sobre la jerarquía que imponen por sí mismas las pinturas, aceptan al trava como parte estética y humana de la vanguardia. Dany empina un trago tras otro, brinda a la distancia con un cuarentón que catea sentado y al trecho, como su mujer disfruta con sus amigas en despilfarrar costumbres burguesas. El pendejo se presenta con dulzura ante Lidia, Dany y Roco. Una vocecita de no me duele pronuncia el nombre de Monchi. Malena llega con su comentario habitual de atraer por siempre carne magra.
Che, vamos arriba.
¿Dónde querés ir Coraza?. Estuve hablando recién con aquel tipo. Es un pelotudo. ¿Quién es?.
Yo que sé Malena, a mi me preguntás.
A quien querés que le pregunte boludo, al trava éste.
Éste tiene nombre querida. Lidia me llamo, o si querés decime la sorbeta, aunque en época de ajuste me como alguna concha. Te noto un poco nerviosa... si querés avísame que te hago el favorcito.
Antes prefiero que me la chupe mi sobrinito de dos años.
¡Uy!, que degeneradita, perversona. Me gustas así.
¡Hey!. No se peleen.
Bebé, que vocecita, que chiquitito sos. ¿Cómo te llamás?
Javier pero de muy chico me dicen Monchi.
¡Uy! Monchi. Mirá Dany el bomboncito que tengo acá... ¡mmm!... estos ojitos azules, la carita de pícaro que tiene... mi amor.
¡Dale che!, vamos arriba. ¿Qué pasa Roco?. Sos un adoquín.
Dale Coraza... ¡no me hinches las pelotas!... vamos.
Suben todos menos Dany. Coraza se sienta al borde del sillón que cubre a noventa grados la mesa petisa de algarrobo. Lidia viene de mimos con Monchi. Malena gruñe y Roco fuma castañas del paladar.
Miren lo que tengo acá.
Estás loco chabón. No me presentas a tus alumnas, me quemás la cabeza durante toda la semana con ir a comprar cosas que después no venden, y encima ahora, me hacés subir misterioso para mostrarme la espadita de He-Man.
¡No boludo!. Es un cortaplumas.
No me digas.
Es el cortaplumas de la cámara de diputados. Me lo acabo de afanar.
Estás enfermo... ¿Bajamos?.
¡Para durapio! ¡Lidia!. ¡Uy!, que hija de puta.
Monchi pone los dedos como arañita y circula entre las piernas de Lidia dejando tejidos por la rodilla. Abajo Dany saquea la última copa de una bandeja y alborotando la culata se aleja del barullo. El meñique levantado le indica a su presa la senda a seguir. El empleado matrimonial estudia el panorama antes de pararse, el andar borracho del paraguayo desparrama rumores en toda la sala. Decide permanecer en el asiento, al menos esperar que la gente fije nuevamente su atención en las pinturas, o bien, que su mujer abandone ese gesto típico de censura justificada. Lidia desata los breteles salvando a sus tetas de la asfixia, separa las piernas y el nylon del vestido se pliega hasta la boca del estómago. La tarántula asciende por los muslos y con la panza de la mano prensa la resma por encima de la bombacha. El pendejo le chupa las tetas sin besarle la boca, la lengua tornea los pezones y Lidia le masculla el oído pintando aritos de rouge en el óvulo de su oreja. Malena se hace un ovillito en el sofá y observa el espectáculo como si fuese una nena espiando los regalos del arbolito.
Las patitas de la araña fabrican un hilo tramado con la bombacha salmón, hilvanan en las tetas y van de un pezón a otro con piquitos truncados. La concha lampiña engorda sin la ayuda de las manos, se despega del sueño como belcro gastado, como una boa haragana que despereza lentamente su volumen. Monchi siente la rigidez desenrollada en su pecho, sus piquitos son mordiscos de baba fría que granulan la piel de un hombre adobado en cremitas de mujer. La pija da saltos con el filo de cada diente, levita unos segundos y cae embrutecida sobre el sudor del apéndice. Roco deshace a Malena que apenas cambia la postura sin mover un centímetro la vista. Coraza abstraído del escenario lustra con placer su souvenir, lo clava en la mesita y con el índice lo chasquea complacido en el ajetreo de la espadita. Lidia sube de los pelos al malabarista y le come la boca tapándole casi toda la cara.
¿Querés chuparme la conchita bebé?
¿La tenés toda durita?
¡Sí!... la tengo cómo te gusta a vos... vení... contáme si está rica.
El marido se echa a andar ojeando sin interés el titulo de cada obra. La sequía de su responsabilidad se funde con las arrugas del saco, un color claro grisáceo que combina minuciosamente con su bigote canoso. Los anteojos van sujetos a la mitad de la nariz y el paso encorvado lo lleva con disimulo a la cueva del morbo. Cruza una cortina de terciopelo bordó y atraviesa un descampado de cincuenta metros. Llega a la segunda cortina deteniendo la marcha; inyección de juventud que presta servicios a su vieja taquicardia. Voltea hacia atrás. Está desconcertado. Piensa con el cráneo y resuelve volver. Dany surge del éter y lo toma de la cintura amurándolo contra la pared.
¡Desertor!. ¡Que bonito bigotito!. ¿Quieres pincharme un poquito la boca?... dele.
¡Me asustaste!
No me mientas cielo. Que te voy a asustar si me estabas buscando. Te gustó mucho mi colita... ¡eh!... ¿¡Quieres que te haga parar toda esta cachiporra con la lengua!?
Monchi empuja la mesita con los pies y arrodillado ajusta su pequeña cola entre los talones, es tan menudito que olvidado de frente parece una nena desmechada y obediente. Los dedos continúan de arañita en los pezones de Lidia, la boca se mete en la pija y Malena siente la saliva de Roco goteando por la gelatina de su clítoris. No sabe en que momento ha perdido la ropa ya que mantiene la hipnosis en la columna del pendejo, un troquelado telón que solo deja escuchar en el meneo de la cabeza el sonido licuado de su boca. El pelo son barrotes finos que moldean su pómulo abultado por la tripa de Lidia. La espalda femeninamente escuálida obstaculiza la apertura total de la visual. Malena lo prefiere así, excitada en recoger chispazos antes que recibir la constante regularidad de la escena. El vértigo de estar a unos metros del eco y paradójicamente no presenciar con claridad la imagen, construyen el complemento individual más nítido para su fantasía.
¡Uy!. ¿No me querés sacar la bombachita mi amor...quiero que me chupes toda la colita. Sacáte ese pantalón, dejáme ver la viga que escondés ahí Monchi.
¿Querés ver como se puso mientras te chupaba la concha gorda que tenés?
Dany amenaza con la mejilla hecha gato sobre el embalaje del cuarentón. Un aro dorado prendido del cinto repiquetea una música de cascabel, como cilindros que chocan al abrirse una puerta. El marido chista mendigando silencio, la boca se le tuerce como un siete de oro. El paraguayo afloja el cinturón y desabotona el pantalón que se desmorona por el peso de las llaves. Se la saca por la abertura del bóxer, un clásico color pastel con rayas grises delgadas; la piropea por costumbre y la frisa con la frente. El cuarentón desfigurado balbucea un chiflido con el objeto de instruirlo en el arte de chuparla, lo toma de las sienes y zarandea el pescado, todavía soso y flaco, golpeando repetidas veces el moflete hundido de su alumno. Dany juega en crear el personaje de analfabeto bucal. Aparta los labios curvando las cejas de perro triste, ensaya su mejor mueca de aprendiz y espera la aprobación del iluso perito. El asesor asiente con la cabeza y atropella la boca de su discípulo, inmerso en proseguir con su monería de quinceañera desentendida.
Movéme la lenguita adentro... ¡ay!... eso... así.
¡Mmm!... yo vi otra forma de hacerlo. ¿Quieres que pruebe?. No sé si me va a salir bien.
¿Si?... ¡ay! yo te dejo... si no me gusta te digo.
Lidia vuelve a subir de las rastas al malabarista. Parado frente a ella, Monchi se baja el pescador y quita solo una manga de la pierna. Sus talones marcan en su cola una aureola rosada que descomprime la cabeza de Malena; espesa y dilatada en los dedos de Roco que giran pegados sobre la aspereza lubricada de sus paredes. El pendejo la mira por un instante, desnudo y sin una gota de pudor esconde el sexo en una mano, la otra acaricia la cola como si manipulase con ganas una concha. Coraza se acerca y besa el cangrejo entre las tetas de Malena. Lidia se pajea con las pestañas caídas en calentura, una liana de saliva cae por la boca de Monchi sobre la punta del hueso seco; vuelve a arrodillarse y esta vez la chupa con las dos manos batiendo con violencia todo el callo. La boca de Roco ya no encuentra flexibilidad en el clítoris de Malena, una lengua que lava una piedra viscosa con gusto a salitre de orilla. Lidia se encuadra por encima al pendejo y le deja la pija deslizándose por la raya de su culo.
¿Querés que te coja con esta conchita?
Me vas a cuidar un poquito. Mirá que soy muy chiquito.
¡Uy! Monchi. Dejáme bordearlo a ver como se siente... ¡uy! quiero patinar un ratito adentro.
Dany persiste con su comedia de novato, retrocede la piel que resguarda la cabeza en forma de flecha y desfila de arriba hacia abajo desvergonzando una prevista flacidez nerviosa. La vena crece irrigando el calor que llega hasta la muñeca del colegial; las rodillas del cuarentón se flexionan y sus ronquidos desgarran la perversión contenida por años. La mano del paraguayo es una herramienta que desenrosca con exagerada calidad la parte superior de la pija, un letal estilo pimentero que eriza las vértebras del tutor blanqueando la incontinencia de sus ojos. Dany suspende la perfección del trabajo, trepa con la boca por el estómago y camuflado en la camisa le tritura el pecho mientras descalza su propio pantalón. Lo mira con la soberbia sabia del profesional. Regresa serpenteando en succión el contorno del pellejo, los labios espolean el cuero rancio y remangan el piñón hasta alcanzar la rugosidad de los huevos. La lengua copula inmovilizando la asestada compulsiva del marido cumplidor, atornillado en la pared y con la urgencia de atorar en semen el paladar del paraguayo.
¡Que puto que sos!... ¡ooh! ¡cómo te gusta la pija!
¡Mmm!... me parece que hace mucho que no te la chupan así. Cuéntame cómo lo hace tu mujer.
¡Ay!... tenés la boca muy grande.
Sí... ¿se la mete hasta acá tu mujer?...
Las piernas de Lidia son anchas y de un bronceado parejo, desproporcionan en tamaño la fibra de colores que acentúan la anemia en la pálida desnudez de Monchi. El cangrejo de Malena desaparece en el fruncido de la tela, levanta los brazos y Coraza deshace el acordeón quitando la remera salpicada en baba por sus tetas. Una pierna se dobla sobre el hombro de Roco, el talón y el dado le fuerzan la espalda con ganas de emborrachar la cara con el brebaje compacto de su concha. Sostiene la cosquilla cerca de los ovarios. Todavía no ha visto la pija de Lidia desarmando a los saltos la cola del pendejo. No quiere acabar. Por un segundo reconoce la ilustración de su carne, un chucho de glaciar graniza los pezones bajo la boca líquida de Coraza. No llega a ver la lengua de Roco pero la siente cada vez más soldada a su clítoris. Las piernas tiemblan con la dificultad de domar el arrebato del orgasmo.
Subí un poquito... vení Roco, quiero chuparte toda la cara.
Tengo mucho gusto a concha... oléeme.
¡Ay!... estás todo aglutinadito... ¡mmm!... ¡te puedo lavar así la carita!
¿Me dejás bajar?...
¡Estoy muy caliente!... me ponés la lengua y te acabo.
Dany se masturba en cuclillas mientras conejea descarriado la cáscara fraguada del tutor. De a ratos pierde el equilibrio por la torpeza que impulsan los tumbos del cuarentón contra su bóveda. Empotra la pija hasta el fondo de las muelas y lame taponado la telita blanda de los huevos. Queja de goce obstruido entre saliva y secreciones que caen como yoyo por su alisado mentón. Aprovecha la catarata para mejorar el recorrido acuoso de su mano. El cuarentón le rasca los pelos procurando enredarle las células, un sabor ácido corroe el frenillo de Dany por debajo de su lengua. La boca nuevamente quieta, esta vez sobre el filo de la flecha como silbando por el agujerito el aire de la uretra. Alza las cejas y sacude con saña la mandíbula sin desheredar la mirada. Da dos pasos a lo mono acercando su paja a la pierna del cuarentón, la mano resbala por el brillo de su pija que parece embadurnada en detergente industrial. El tutor lo tironea del flequillo, Dany remueve la punta de la cepa sacando un lustre graso al leño; pone los ojos en blanco y descarga un primer chorro de nata disuelta. La mancha decrece prolija por el doblez del pantalón, la cara se abolla junto al resto de la leche desbordando los dedos; una especie de ricota que no llega al suelo permaneciendo aferrada a los nudillos castaños del paraguayo. El cuarentón la frota rallando la obesa deformidad del labio inferior, las piernas se esfuerzan por mantenerlo parado y desde el esófago brota el jadeo que termina por atorar la respiración de su alumno. Dany limpia con la lengua la pared que separa sus fosas nasales, y entre palabras malas que fusionan idiomas, traga la tibieza del semen franqueando la zanja por donde no crece su bigote.
¡Mmm! ¡Que rico!
¡Uf!... que manera de acabar.
¿Te gustó?
Me tengo que ir... dejáme subirme el pantalón.
Monchi gira con los labios en rojo, un payaso que hace de mimo transmitiendo la afonía sorda de una lámina; solo Malena recibe la claridad muda de la fotocopia, solo Malena transfiere con el pendejo esa llanura de calentura abobada. Lidia lo toma de los hombros y lo tira hacia atrás apoyando la espalda blanca sobre sus tetas. Con una mano agarra la pija de Monchi y con la otra la suya. Roco desconecta los dedos de la concha, y con la lengua adherida al mineral desglosa el jarabe vidrioso de Malena, resuelta a sostener la cabeza de Coraza sin abandonar el tubo que comunica la imperceptible intimidad con Monchi.
La cara de Lidia se pierde entre las rastas del malabarista, los colmillos remachados a la nuca; sangre que filtra la ausencia del sentido a las cosas. Malena está ahí, intercambiando en la soledad del otro el premio que establece el valor anecdótico del relato. Una maqueta de cursos destilados por la patología de la carne, arancelada en la piel de pollo que estabiliza la necesidad de tracción abrillantada por el pendejo. Todos menos él, están vacunados contra la epidermis del arte. Malena está ahí porque a veces decide no generar el anticuerpo, hoy sus ganas determinan definitivamente lo que puede; y así, queriendo, desglosa con la mirada el pulso de Lidia acelerado en la impaciencia de su paja.
Vuelve a enfocar su abdomen, las manos de Coraza atenazan su cintura al igual que la boca sus pezones, los ojos de Roco escalan hasta los suyos para mostrarle las capas del clítoris anestesiando su lengua. No aguanta más. Lidia desapega los dedos de su listón y los tamiza por el hocico de Monchi. Lo tupe con su gusto y trota con las piernas hamacando la fragilidad de su cuerpo. Las tetas se le adhieren a los omoplatos, ventila la cervical del pendejo y enjuaga la palma colando el olor por su tráquea. Malena no aguanta más. Echa rayos sobre las uñas granates que oprimen la pija de Monchi; lo mira entregando la última correa que le queda, como pidiéndole ver la melaza que desate el nudo flojo de su orgasmo. Roco esposa los muslos que tiritan escapando de la picazón. Monchi empieza a eyacular ante el hechizo que produce el vacío continuo que decae por Malena. Una cabeza que resbala por el estómago y arranca flemas disueltas en la saliva de Roco.
¡Ay! Monchi. Me estás llenando toda la mano de crema. ¿Querés que te acabe toda la pancita?
Sí... dale... ¡me calienta mucho ver como acaba ella!
Vení... ponéme la boquita... ay... así... hacéme con la manito... ay... te voy a acabar la boca...¿querés?
Sí... la tenés muy mojada.
¡Ay! me va a salir mucho flujo...ay...¡ay!...¡oh!... así... comete el yogurcito así... ay...
Roco baja las escaleras con un cigarro en la mano. El mismo mozo le ofrece otra copa. Todo igual. Un poco menos de gente. La hija del miedo aletea proyectos al oído de un agitador doméstico, armado con una antología de Gregório de Matos y un sombrero de pana en donde esconde el conejo para la suerte de la nena. Ni la amargura dental de Roco lima el aserrín que impregna la docilidad del boy scout. Los dos firman la solicitud de entrega. Veo, veo. ¿Qué ves?. Mucha poesía, mucho oído prestador, mucho charol para el lucero que opaca el jardincito de la autoestima. Dany pasa en guiño y le toca el culo con el meñique alzado.
Roco le cierra un ojo y se encamina hacia a la puerta sin dejar de apreciar el intercambio de semillitas que hacen el boy scout y la nena; girasoles de una calle diferida en lo finito de la sordera. Se escuchan por el espejito de sus pupilas. Que asco - piensa Roco- . Conectan entre mesetas comprando de a pelitos las cascaritas del diálogo.
Empapelan relojes para recrear en pirámide el tiempo de los numeritos. Corporizan juntos las estrellas y giran la perinola creyendo ser un par de audaces en el encuentro. Que asco - piensa Roco- . Invierten en radares pero nunca llevan las manos a los bolsillos. Veo, veo. ¿Qué ves?. No lamen heridas. No saben. No quieren. Hacen cruces con las uñas y después se liman las manos reprochando donaciones. No pueden dar más que mimitos corrugados; y sin embargo, con un amor de kiosquito, sienten el derecho de resfriar los ojos y velar en el cuerpo de otro su propia muerte. Que asco - piensa Roco- . Me quedo con mi cuerda por más que no vea un carajo.