Liceo de Señoritas

Este relato no es mío. Lo encontré hace un tiempo en Internet, escrito en inglés y me pareció digno de publicarse en TR, por lo que lo traduje y lo adapté a nuestra América Latina, ya que el original se ubica en Estados Unidos.

Este relato no es mío. Lo encontré hace un tiempo en Internet, escrito en inglés y me pareció digno de publicarse en TR, por lo que lo traduje y lo adapté a nuestra América Latina, ya que el original se ubica en Estados Unidos. Asimismo y con ese mismo propósito, cambié los nombres, dado que el autor aclara, en su comentario previo, que es pura ficción. Espero que les guste.

Liceo de Señoritas

Me llamo Javier Ortiz. Soy viajante de una empresa argentina en el Mercosur. Lo que aquí relataré ocurrió hace un par de semanas. Dudé acerca de escribirlo en mi computadora. Pero no creo que alguien encuentre este archivo, así que… ¿por qué no?

Pasé sólo dos noches en Montevideo. Por las mañanas tenía reuniones, pero el resto del día lo tenía totalmente libre. Pese a que era mi primera visita a esa ciudad, no quería hacer el típico papel de turista.

Eran las dos de la tarde y estaba caliente. Desafortunadamente, ésa no es la mejor hora para encontrar "compañía", a menos que se esté dispuesto a pagar por ella. Yo no le estaba.

Recostado en la cama del hotel, consideré la posibilidad de masturbarme y pensé: "¿Qué puedo hacer? No quiero quedarme en esta habitacón hasta que los bares ofrezcan ‘algo interesante’ dentro de unas… siete horas", culminé, mirando mi reloj.

Decidí dar un paseo por el centro de Montevideo. Después de casi una hora de mirar vidrieras y chicas, me encontré frente a un liceo de señoritas. Eran las tres y oí el timbre de salida. Las puertas se abrieron y una lluvia de adolescentes inundó la vereda. Todas vestían igual: polleras cortas tableadas, camisas blancas y medias hasta las rodillas. Sentí que mi pija tuvo una breve reacción. Las palmas de mis manos se humedecieron viendo a las chicas alejarse en distintas direcciones. Un grupito de tres cruzó la calle y pasó a mi lado. Sin prestar demasiada atención, me pareció que una de ellas me había sonreído. No podía tener más de quince años. Tenía cabello largo y rubio y sus senos eran pequeños pero prometedores. Sus ojos azules brillaban y me resultaba imposible dejar de mirarla. Parada a unos tres metros de mí, se le cayó un cuaderno. Cuando se agachó, quebrando la cintura, para recogerlo, vi sus muslos y pude observar un poco de sus bombachitas blancas.

Mi pene estaba duro como una roca. Contemplé la posibilidad de seguirla y pensé en las consecuencias legales de tener sexo con una menor. No me importó. Mi mente sólo pensaba en su sonrisa y la idea de bajarle esas castas bombachitas blancas. Necesitaba seguirla. Supongo que el hecho de estar en una ciudad desconocida, sin tener que rendirle cuentas a nadie, facilitó mi decisión. De hecho, mi pija era la que mandaba, porque cuando quise darme cuenta, había estado siguiendo a las tres chicas durante veinte minutos.

Caminando detrás de ellas a una distancia prudencial, me pregunté qué, carajo, estaba haciendo. Digo, hay tres jovencitas increíblemente hermosas… una de ellas era negra y parecía una modelo bien desarrollada para su edad. La segunda era pelirroja, alta, pero de pecho tenía poco y nada; y, por supuesto, la sonriente. No dejaba de imaginármela acostada sobre una cama con las piernas sobre mis hombros, mientras yo degustaba su conchita virgen.

Se detuvieron. Estaban paradas a una distancia discreta de una licorería. Había también una tintorería y un banco en la misma cuadra, pero algo me dijo que su meta era la licorería. Miraban hacia todas partes, simulando estar aburridas. De pronto, me di cuenta de que querían bebidas alcohólicas. Quise ir a ofrcerles mi ayuda, pero sabía que debía ser cauto. Haciéndome el distraído, me acerqué a ellas, intentando no mostrar ningún interés.

-Perdón, señor -oí que alguien me habló, cuando estaba a centímetros de la puerta. Me di vuelta y vi a la rubia, sonriendo mansamente-. ¿Podría comprarnos una cajita de seis cevezas? No tenemos documentos y, realmente, se lo agradeceríamos.

-Será un gusto -dije, mientras ella comenzaba a abrir la cartera y le dije-: dejá, yo invito.

Creí que mi poronga se me saldría por la bragueta, al ver sus labios brillando después de que se relamiera.

-¿Qué tipo de cerveza les gustaría?

-Heiniken -respondió la pelirroja.

Levanté mis cejas al comprobar sus gustos caros.

-Por favor… -agregó, unos segundos después, aunque no fuera necesario.

-Bueno, si usted paga las cervezas, puedo darle unos pesos para comprar un poco de vino. -sugirió la morena.

-No te preocupes. -dije.

Cuando salí con las bebidas, las chicas ya no estaban. Había un coche de policía estacionado, pero estaba vacío. Me pregunté si no me estarían haciendo una broma de mal gusto, viendo si podían hacer que algún estúpido gastara dinero en bebidas alcohólicas. Estaba confundido, hasta que vi a la rubia en la tintorería. Me di cuenta de que estaban esperando que la policía se fuera. Despacio, comencé a caminar. No quería mirar hacia atrás porque tenía la sensación de que un auto me seguía. Mi corazón empezó a latir muy fuerte. ¿Me agarraría la policía? El auto me alcanzó y resultó ser un taxi.

-Súbase -me dijo la rubia, sonriendo.

Al entrar, ella se corrió en el asiento trasero para hacerme lugar y, una vez más, pude ver un poco de su bombacha blanca. Dios, ¡cómo quería tocar esa conchita!

De pronto, me descubrí en el asiento trasero de un taxi con tres jovencitas núbiles de secundaria. Les pregunté sus nombres. La rubia era Julieta, la morena, Alejandra y la pelirroja, Carola.

-¿Adónde vamos?

-¿Adónde querés ir? -preguntó Ale, la negrita.

-Donde quieran llevarme -respondí, tratando de aparentar tranquilidad, a fin de no arruinar esta ocasión.

Terminamos yendo a lo de Juli. Sus padres trabajaban y podríamos beber sin ser molestados. Cuando llegamos a la casa, pagué el taxi. Los padres de Julieta eran médicos y la casa era una belleza. Ganaban buena plata y se notaba. Bajamos a la habitación donde tenían la tele y Juli encendió el estéreo. Puse el primer cd que encontré y brindamos por nuestra nueva amistad.

Yo estaba sentado en el sofá y Julieta estaba frente a mí, sobre una silla reclinable de cuero. Tenía las rodillas hacia arriba y, de vez en cuando, se movía para alcanzar su trago, oportunidades que yo aprovechaba para espiar la blancura de su bombacha. Mi pija empezó a reaccionar otra vez.

Me percaté de que ella me veía cuando yo le miraba la entrepierna y de que sonreía muy pícara.

Sugerí agregarle algo más fuerte a nuestras cervezas. Además de la cerveza y el vino, había comprado una botella de vodka. Las chicas aceptaron, convencidas de que sería un buen ingrediente y lo agregué a sus cervezas. Julieta estaba tomando vino.

Sin sorprenderme, la conversación derivó hacia el tema del sexo. Ale me dijo que una vez había visto a su hermano masturbándose. Traté de ocultar mi bulto mientras miraba sus profundos ojos marrones y dije que no había nada de malo en pajearse. Juli no dijo nada, pero terminó su bebida en un par de tragos. Luego, agarró la cerveza, la vertió en un vaso grande y le agregó un buen chorro de vodka.

A esa altura de los acontecimientos, Ale se excusó y, levantando su mochila, se retiró. Cuando regresó, se había quitado su uniforme escolar y se había puesto unos vaqueros y una remera holgada y sin mangas, la cual intuí que me permitiría ver sus tetas firmes, cuando se agachara a alcanzar su vaso.

Alejandra me preguntó cómo había sido mi primera vez. Les dije que fue a mis catorce años y que mi compañera, amiga de mi hermana mayor, tenía diecisiete. Su nombre era Clara y tenía ojos azules y cabello negro, largo que le llegaba a la cintura. Estaba muy bien desarrollada y, según la opinión general de sus compañeros, era la chica más hermosa del colegio.

La noche que perdí mi virginidad, ella se había quedado a dormir en casa y, alrededor de la una de la mañana, se levantó para ir al baño. Cuando terminó, entró directamente en mi cuarto, en lugar de ir al de mi hermana, que estaba pegado al mío. Yo estaba leyendo una Playboy que sostenía con una mano, y con la otra me pajeaba cuando Clara entró.

Mientras le contaba esto a las chicas, observé sus reacciones. Ale sólo atinaba a mirarme atentamente; Carola estaba ruborizada y Juli, muy disimuladamente, unía sus rodillas, apretándolas.

De todas formas, la amiga de mi hermana, muy probablemente, estaba más avergonzada que yo y, tartamudeando una disculpa, empezó a retirarse. No sé cómo me animé, pero

-Esperá. Cerrá la puerta -dije; parecía confundida, pero aceptó mi sugerencia-. Ahora me toca a mí. Es lo justo: vos viste la mía y ahora yo veo la tuya. Así, estaremos a mano.

Comprendió la lógica de mi razonamiento y, lentamente, bajó su bomacha un poco por debajo de su camisón. Observándola, empecé a tocarme la verga, cubierta por las cobijas, mientras su tanguita resbalaba por sus piernas hasta el piso donde, con unos pasitos, terminó de sacársela. Dudó un momento. Nunca olvidaré cómo se veía… asustada y excitada, parada en mi cuarto, con un camisón semitransparente de algodón. Sus tetas grandes y firmes se apretaban contra la tela y sus pezones se delineaban claramente, erectos y duros.

-¿Qué estás esperando? -pregunté, con creciente impaciencia, calentándome y no pudiendo creer demasiado lo que estaba sucediendo.

Despacio, mirando mi cara, se tomó el ruedo del camisón desde las rodillas y, rozando sus muslos, comenzó a subirlo y vi el triángulo oscuro, la primera concha en vivo de mi vida.

-Esperá -me dijo, cuando yo ya estaba por acabar-, no lo desperdicies en tu mano.

Terminó de sacarse el camisón y allí estaba, de pie, orgullosa, con su pequeña cola, sus tetas erectas y su conchita a sólo centímetros de mi esperanzada poronga.

-¿Y? ¿Cómo me comparo con las modelos de tu revista? -me preguntó al ponerse al lado de mi cama. Retirando las cobijas, vio mi pija dura y sonrió-. Supongo que ya tengo la respuesta.

Se agachó y comenzó a lamer mi verga desde la base hasta la punta, hasta dejarla brillando en un mar de saliva. Después, tomó mi herramienta con la mano y empezó a pajearme, muy despacio al principio. Luego, aceleró su ritmo y puso más energía. Alcancé sus pezones y se los pellizqué cada vez más fuerte. Con su otra mano, jugaba con su cuerpo. Se frotaba el clítoris y me pajeaba, mientras yo tiraba de sus tetas. Cuando yo estaba por llegar, se puso mi pija en la boca y me metió el dedo índice en el culo. Sentí que todo mi pubis se contraía y lancé la descarga más grande de lava que jamás había largado. La más grande hasta la siguiente descarga, mientras me acomodaba para mi primera vez.

Miré a las chicas. Carola tenía los ojos algo vidriosos. Alejandra parecía excitada. Los pezones se marcaban en su remera.

-Juguemos al póquer. -dijo Julieta.

Sonreí para mis adentros. Caro no quería, pero sus compañeras la convencieron y Ale regresó con un mazo de cartas.

-¿Qué vamos a apostar? -pregunté.

-¿Qué tal nuestra ropa? -carcajeó Juli-. La mano más baja se saca una prenda.

-No cuenten conmigo -dijo Caro.

Las chicas no pudieron convencerla de jugar por su ropa, pero sí por respuestas. Las reglas eran que, si no queríamos quitarnos una prenda, deberíamos responder cualquier pregunta y, si tampoco queríamos contestar, deberíamos hacer lo que decidiera el grupo. A esa altura, mi pija pedía atención urgente y yo esperaba que el juego se hiciera ágil.

Ale repartió las cartas y Carola perdió esa mano.

-Bueno, contanos cómo fue la primera vez que le tocaste la verga a un tipo -dijo Juli.

-¡Ni loca! -gritó, bebiendo un gran sorbo de su tercera cerveza.

-Entonces dale un beso de lengua a Javier. -ordenó Ale.

Yo sonreí y me encogí de hombros. Ella vino hacia mí y empezó a besarme, tímida, al principio.

-¡Con la lengua! -gritó Julieta.

Abrió la boca y yo abrí la mía. Sentí cómo su lengua disparaba hacia dentro de mi boca e, involuntariamente, temblé al sentir como su joven lengüita bailaba ahí. Después, la envolvió alrededor de la mía, como si estuviera dándome una mamada.

-Bueno, ¿qué tal? -preguntó Juli, luego de que Caro terminara de besarme.

Yo me limité a sonreír.

Perdí la siguiente mano y me saqué la camisa. Juli perdió y se sacó los zapatos. Caro volvió a perder y también se descalzó.

Yo estaba sentado frente a las tres quinceañeras, que estaban bastante borrachas. Eran tantas mis ganas de cogérmelas que me estaban volviendo loco.

Ale, quien de por sí, no tenía mucha ropa puesta, perdió a siguiente mano. Todos nos quedamos callados, esperando a ver lo que haría, cuando se quitó la remera por la cabeza.

Sus tetas sobresalían firmes. Eran de un color castaño claro con pequeños pezones gordos. Se sentó callada, orgullosa… y con razón.

Carola tenía una mirada extraña y, cuando volvió a perder, decidí arriesgarme. No quería sacarse más ropa y opté por una pregunta.

-Caro, ¿te excita verle las tetas a Ale?

-¿Qué debo hacer? -interrogó, mirándome con una sonrisa.

-Dale un beso de lengua a Ale. -dije.

Los ojos de Caro se agigantaron. Ale se quedó sentada y tomó un trago de vodka puro. La pelirroja se corrió hacia Alejandra y empezó a besarla. Miré a Julieta. Se había ruborizado, su respiración era agitada y rápida. Me acerqué a ella y la besé y abrió la boca para recibir mi lengua impaciente.

Cuando todos terminamos de besarrnos, Ale sugirió que fuéramos al dormitorio de Julieta que, en realidad, era un departamentito sobre el garaje. Nos vestimos y salimos por la puerta de atrás. El garaje estaba separado de la casa y era un departamento de dos ambientes. Cuando nos acomodamos, decidimos dejar las cartas y jugar "verdad-consecuencia".

Le pregunté a Juli si era virgen. Se negó a contestar, así que Ale y Caro pensaron una consecuencia para ella.

-Tomate toda la botella de vino.

-Ni loca. -respondió, mirándolas sorprendida.

Le dijeron que estaba desobedeciendo las reglas del juego y que debía aceptar una doble consecuencia.

-Hacé lo que Javi te diga durante veinte minutos

Julieta aceptó, siempre y cuando no me quitara la ropa. Estuvieron de acuerdo, pero también dijeron que no querían quedarse a mirar, así que se irían durante veinte minutos y que regresarían luego. Ale puso la alarma de su celular y las dos chicas se fueron con amplias sonrisas en sus rostros.

Juli estaba bellísima pero un poco nerviosa. No dejaba de acomodarse la pollera para cubrir más sus piernas al cambiar de posición en el sofá. Los ojos le brillaban y su cara estaba caliente de excitación.

-Sacate la blusa.

-Yo no hago esas cosas. -dijo, y parecía asustada. Se puso de pie y cruzó los brazos, protegiendo sus tetitas.

-Sacátela.

-No. Mirá, se suponía que esto sólo sería un juego inocente. Además, soy virgen y quiero seguir siéndolo hasta que me case.

Empezó a alejarse hacia la puerta. Yo, por mi parte me ubiqué delante de la puerta y caminé hacia Juli. Estábamos a centímetros y mi pija ya me dolía dentro del pantalón.

-¿Qué tal un beso? -dije, cambiando de táctica.

No parecía confiar en mí, pero estuvo de acuerdo. Empezamos a besarnos y, al relajarse, dejó caer los brazos hacia los costados. Metí la mano debajo de su pollera tableada y sentí su conchita a través de la bombacha húmeda.

Gritó, pero mantuve mi boca sobre la suya, evitando que se oyera sonido alguno. Caímos juntos hacia atrás sobre el sofá, mientras con esa misma mano le frotaba el conejito y seguía besándola. Finalmente, dejé de frotarla y la sentí relajarse otra vez. Cuando paré de besarla, ya no gritaba ni tampoco dijo nada. Otra vez, la besé suavemente, empezando a desabotonarle la blusa. No opuso resistencia, pero tampoco ayudó. Ya sin la blusa, la miré. Su piel era blanca y suave. Los pezones luchaban por salir de su corpiño totalmente blanco, el cual quité. Me saqué la camisa, mientras ella miraba sin decir palabra. Cuando empecé a sacarme los pantalones, volvió a asustarse.

-Pará, pará. Yo sólo quería jugar un rato. Eso es todo. ¿Okey?

-Okey. -dije, volviendo a besarla con suavidad.

La levanté y la llevé a su dormitorio, depositándola sobre su enorme cama de bronce.

-Acá estaremos más cómodos. Pero no te preocupes, no voy a hacerte nada que vos no quieras.

Sonrió mientras me veía entrar en el baño. Allí, una segunda puerta me llevó a un placard enorme, estilo norteamericano. Encontré una pila de pañuelos de seda que llevé cuando regresé al dormitorio.

-¿Qué vas a hacer con ésos? -me preguntó.

-Shhhh -la acallé, amordazándola lo más rápido posible. Luego, até sus manos, para lo cual tardé unos segundos, dado que ella era mucho más pequeña que yo. Antes de atarle los pies, bajé el cierre de su pollera para sacársela, pasando por su hermosa colita. Sus ojos se agigantaron, mirándome a la cara, mientras le quitaba sus húmedas bombachas blancas.

Su concha era chiquita con muy poco vello rubio. Los labios eran gruesos y cuando le toqué el clítoris, un temblor le recorrió todo el cuerpo.

Cuando le metí un dedo, intentó zafar, pero los nudos estaban bien atados.

-Te gusta jugar y hacerles trampas a los chicos, ¿no? -pregunté y asintió.

-Apuesto a que te gusta ver cómo se calientan con tus mentiras, antes de volver a casa a pajearte. -arriesgué, y volvió a asentir.

-¿Qué usás cuando estás sola acá arriba?

Fui hasta su cómoda y empecé a abrir cajones. Atrás, en el de su ropa interior, encontré un vibrador de unos dieciséis centímetros de largo. Le quité la mordaza.

-Eso no es mío -protestó-. Estoy guardándoselo a una amiga.

Encendí el vibrador y lo sentí moverse en mi mano. Lo pasé por todo su cuerpito atlético, con intenciones de llegar a su rajita.

-Por favor, no. Pará, porfi. Vamos, ya es suficiente. Mis padres podrían venir en cualquier momento. -dijo, tratando de razonar conmigo.

-Shhh, esto es lo que les pasa a las "calientapijas". Ahora, chupá el vibrador.

-No -respondió, y le mordí un pezón-. ¡Aaayyy!

Enseguida comenzó a chupar el aparato. Me calentaba observarla babeando ese falo electrónico que tantas veces había metido salvajemente en su cuevita.

Después de que quedara empapado de saliva, lo reubiqué a la entrada de su culito.

-No, porfi, no hagas eso. Es demasiado. No lo hagas, porfaaaaaa.

Lentamente, puse la punta en su entrada posterior y Juli se retorció violentamente, intentando escaparse. Despacio, empujé el vibrador, hasta que sus dieciséis centimetros llenaron su orificio marrón.

-¡Ay Dios… pará, por favor! -rogó.

Empecé a lamerle las tetitas, mordiéndole los pequeños pezones, no muy fuerte, sólo lo suficiente para hacerla saltar de dolor y de calentura. Me moví hacia abajo, hasta su rajita, donde marqué el contorno de sus labios con la lengua. Luego, tomé su clítoris entre mis dientes y comencé a tirar de él. Se estaba calentando. Su conejito estaba mojándose y sabía a miel.

-Cogeme, cogeme. Meté tu pija en mi concha. Quiero sentirte cuando me llenes de leche -pidió, y decidí seguir sus instrucciones. Me saqué los pantalones y, rápido, me puse un preservativo-. No, es demasiado grande… te la chupo, ¿dale? Porfa -dijo, pero la ignoré, sabiendo que estaba tratando de engañarme, como lo hacía con los otros.

De una embestida, le metí mis veinte centímetros de carne.

Gritó, mientras su cuerpo se tensaba. Luego, se relajó. Después de unos segundos, empezó a seguir mi ritmo: era perfecto. La cogía con la pija más larga, gorda y dura que nunca. Justo cuando estaba por venirme, puse el vibrador en máximo y sentí que sus músculos vaginales apretaban mi pija. Julieta bombeaba con las piernas el estómago y la conchita.

Sentí que mi lava me bullía en las bolas. Sabía que no aguantaría mucho más y, con una embestida final, la llené con lo que me parecieron dos litros de leche.

Juli todavía no había llegado. Estaba acostada con el vibrador zumbándole en el culo, rogándome que la ayudara a acabar. Me saqué el preservativo y lo puse frente a su carita juvenil. Lo lamió salvajemente, como un animal en celo.

Le metí un dedo en el conejito y empecé a frotarle el clítoris.

-¡Más, necesito más!

Metí dos dedos en su gruta del amor. Después, tres; luego, cuatro.

-¡Más, más… dame con todo!

No podía creer que en este pequeña raja entrara todo mi puño, pero así era. Pude sentir sus músculos tomando mi mano con cada embestida, hasta que empezó a gritar cuando llegó.

Con todo esto, mi verga volvió a endurecerse y comencé a pajearme a centímetros de su rostro. Llegué otra vez, salpicando su hermosa carita con mi lava. Sonrió y lamió todo cuanto le fue posible.

En cuanto desaté sus manos y pies, se subió a mi falda y me dio un beso apasionado. Sentí su colita sobre mi pubis y, otra vez, se me empezó a parar.

Sentado ahí, me pregunté si podría planear mis viajes de negocios para estar siempre cerca de algún liceo de señoritas.