Líbranos de la tentación (Introducción, caps. 1-4)

Lucas y Bea tienen 18 años y llevan saliendo desde los 14, por lo que su relación es bastante sólida. No obstante, Bea debe irse a la universidad y separarse de Lucas, lo que pondrá en juego su relación, especialmente porque el mundo parece empeñado en hacerlos ser infieles.

INTRODUCCIÓN

Este es un relato que sigue las aventuras y desventuras de cuatro personajes, narrada fundamentalmente a través de capítulos desde sus puntos de vista, al estilo de “Canción de Hielo y Fuego”, aunque en este relato la narración es en primera persona y no en tercera.

Lucas y Bea tienen 18 años y llevan saliendo desde los 14, por lo que su relación es bastante sólida. No obstante, Bea debe irse a la universidad y separarse de Lucas, lo que pondrá en juego su relación, especialmente porque el mundo parece empeñado en hacerlos ser infieles.

Nuestros otros dos protagonistas son Nuria, otra chica de la uni que tiene una vida sexual bastante alocada en la que Bea podría llegar a verse envuelta, y Aníbal, el hermano mayor de Lucas y todo un seductor que intentará que se le pegue algo a su hermano pequeño.

El relato está dividido en tres grandes actos, cada uno contando con 5 capítulos por cada uno de los cuatro personajes principales más algún capítulo bonus de otros personajes y un gran capítulo final en el que varios personajes interactúan y narran distintos sucesos.

Debo advertir de que por momentos el relato se vuelve bastante oscuro, y que algunos personajes son personas realmente horribles, así que si sois sensibles con ciertos temas (engaños, humillaciones, violencia, etc.) pensároslo antes de poneros a leer. También advierto, aunque esto es un poco de cajón, de que la mayoría de personajes están algo exagerados y estereotipados para un mayor efecto erótico, soy perfectamente consciente de que la gente en la vida real no se comporta así. Aún así, he intentado que el relato se sienta “realista” dentro de esta exageración, y que los personajes tengan desarrollo y no sean clichés con patas.

En el momento de publicación de estos primeros capítulos de introducción ya tengo escrito todo el Acto I y parte del II, así que si veo que el relato tiene éxito podré ir subiendo capítulos con bastante frecuencia, aunque si los subo muy rápido seguramente habrá un parón antes del acto II. Los capítulos los subiré por bloques (de 4 o 5 capítulos, dependiendo de si hay capítulo bonus en el bloque o no), para que la lectura no sea muy larga ni muy corta.

Gracias por leer y que disfrutéis.

ACTO I

NURIA: Introducción

Me gustaba mirar la foto de la boda del Sr. Jiménez. Me divertía ver su sonrisa y la de su esposa, por aquel entonces joven y bella, inocente, sin imaginar que, 16 años después, una niña que en el momento de la instantánea tenía tan solo 2 años de edad estaría tumbada boca abajo en su cama matrimonial, desnuda, con la polla de su marido ensartada en el interior de su vagina.

El Sr. Jiménez casi siempre me follaba boca abajo, y siempre que lo hacía enfocaba mi rostro en dirección a la fotografía, que descansaba sobre la mesilla de noche correspondiente al lado de la cama de su ya no tan joven y bella mujer. Quizá sospechaba de la perversa satisfacción que me proporcionaba contemplarla o tal vez la compartía, pero ya era un ritual que me penetrara mientras yo miraba los ojos y la sonrisa congelada en el tiempo de su estúpida mujer.

No estúpida por cornuda, no me malinterpretéis, estúpida por casada. Creo que no le descubro las Américas a nadie si digo que los hombres piensan con el pene. Haciendo un repaso rápido, el Sr. Jiménez había pasado por alto hasta tres detalles importantes cuando decidió follarme.

En primer lugar, no me preguntó la edad. Mi cuerpo reflejaba bastante bien mis 18 años, pero por mi cara de niña muchos me echarían 15 tranquilamente. Su mujer sabía que era mayor de edad, ella me contrató para cuidar de su hijo, pero él no tenía ni idea. Y follarte a tu niñera sexy es mucho menos guay cuando puedes ir a la cárcel por ello.

En segundo lugar, no se le ocurrió pensar en la posibilidad de que yo pudiera chantajearle con la posibilidad de contárselo a su mujer. A mí sí se me ocurrió, pero la verdad es que mis intereses al acostarme con un hombre casado que me saca 25 años están bastante alejados de lo económico.

En tercer lugar, de condón ni hablamos, claro. Con la excusa de que se ha hecho la vasectomía no veía la necesidad, como si yo no hubiera podido coger cualquier cosa después de acostarme con unos 50 tíos en los últimos dos años (que no la he cogido porque yo sí suelo usar condón, pero ese es otro dato que el Sr. Jiménez no podía conocer). Y no os preocupéis, que también tomo la píldora, soy muy previsora.

El caso es que un día el Sr. Jiménez llega a su casa de trabajar, un par de horas antes que su mujer y un rato después de que el niño se haya dormido, y se encuentra en su sofá a una chica con las tetas más grandes y firmes, el culo mejor puesto y, por qué no decirlo, con muchas más ganas de follar. Y claro, para cuando el cerebro toma la decisión de meterla en su cama se han perdido ya muchos datos por el camino.

¿Y mi cerebro? Mi cerebro es retorcido, cruel y muy muy pervertido. La idea de recibir dinero cada semana de la mujer a cuyo marido me estaba follando me ponía un montón, bastante más que el hombre en sí, que se conservaba bien para su edad y tenía una buena herramienta, pero tampoco era nada del otro mundo.

Pero al Sr. Jiménez y a mí se nos acababa el chollo, pues en una semana yo empezaba la universidad e iba a mudarme al campus, por lo que tendría que abandonar mi trabajo temporal como niñera y mi hobby como amante. Aunque antes, yo iba a darme una última satisfacción...

Mi último día de trabajo fue un sábado, que también era el día en el que siempre recibía mi sueldo, al mediodía. Como siempre, mi querida y cornuda jefa se encontró conmigo en el comedor para entregarme un sobre con el dinero correspondiente al trabajo de toda la semana.

  • Muchas gracias por todo, Nuria. Fran está encantado contigo, hasta se ha puesto a llorar cuando le he dicho que te ibas. – Me comentó la señora de la casa con su simpática sonrisa. Lo cierto es que la sonrisa la seguía teniendo muy bonita, es una pena que con eso no se mantengan erecciones.
  • Es un encanto. - repliqué yo con un gesto más juguetón. - Aunque no creo que me eche de menos tanto como su padre.

Estudié con atención su cara. La transformación de la amable sonrisa en un gesto de confusión fue entretenida, pero el plato fuerte vendría a continuación.

  • ¿Paco? Pero si casi no os habéis dirigido la palabra, ¿no? - preguntó, casi con miedo.
  • Bueno... - me acerqué lentamente a ella y, con cuidado pero con decisión, le arrebaté el sobre con mi último sueldo de la mano. - No queríamos despertar al niño.

Mi tono y mi mirada perversa fueron mucho más esclarecedores que mis palabras. Su rostro, tan respladeciente hacía unos segundos, se contrajo en un gesto a medio camino entre la ira y el dolor.

  • Vete de mi casa. - quiso ordenarme, pero a mí me sonó a súplica.

Solo cuando hube salido de la habitación pude llegar a escuchar su llanto, tan insistentemente contenido en mi presencia. Aún a día de hoy me masturbo recordando aquel sonido.

¿Os he dicho ya que soy mala gente?

BEA: Introducción

Éramos adorables. Todo el mundo lo decía. Lo decían cuando éramos unos niños de 14 años que empezaban su primera relación y lo decían ahora, cuatro años después, siendo ya adultos y con un sólido noviazgo que ya duraba casi un lustro.

Lo cierto es que no habíamos cambiado demasiado en este tiempo. Lucas seguía siendo el mismo chico flacucho y despeinado con cara de no haber roto un plato, probablemente porque de verdad nunca había roto uno. Yo también tenía cara de ángel: rizos rubios, ojos azules y una sonrisa de la que decían que podría derretir el hielo de los polos. Yo no me lo terminaba de creer, igual que no estaba convencida de que mi forma de ser fuera merecedora de rasgos tan angelicales. Era una buena chica, o eso creía, pero no podía negar que mis apetitos eran cada vez más pecaminosos.

Cuando Lucas y yo perdimos la virginidad no fue gran cosa, y por aquel entonces yo ni siquiera había descubierto los placeres de la masturbación, así que para mí el sexo era poco menos que una dimensión desconocida que no tenía demasiada prisa en conocer. Pero poco a poco mi libido fue aumentando, cada vez me calentaban más las sesiones íntimas con mi novio (más escasas y separadas en el tiempo de lo que a ambos nos hubiera gustado, por limitaciones espaciotemporales), cada vez me calentaba más ver a mis actores favoritos sin camiseta, y cada vez el sexo tenía un papel más principal en mis sueños, tanto durmiendo como estando despierta.

Había llegado a los 18 con un ritmo de una masturbación al día de media, que por lo que sabía era una frecuencia mayor que la de cualquiera de mis amigas e incluso que la de Lucas (no me mentirían con este tema, ¿no?). En resumen, estaba más salida que el pico de una plancha, algo que nos venía muy bien a mi novio y a mí cuando teníamos la oportunidad de desfogarnos, pero que iba a ser un problema muy gordo a partir de la semana que viene, cuando tuviese que mudarme al campus para empezar mis estudios universitarios.

No me planteaba la posibilidad de dejar a Lucas, nuestro amor era demasiado fuerte y después de tantos años no sabría ni cómo llevar una vida de soltera. Ponerle los cuernos no se me pasaba por la cabeza excepto en forma de fantasías, fantasías que yo consideraba tan lejos de cumplirse como las que tenía con Leonardo DiCaprio y Keanu Reeves. Así que solo se me ocurría una opción para saciar mis crecientes necesidades...

  • ¿Un vibrador? - preguntó Lucas con perplejidad, pero sin poder ocultar una media sonrisa.
  • Sí, para cuando esté en la uni. ¿Te parece bien que me lo compre? - planteé con la cara roja como un tomate. Ni siquiera cuatro años de relación me facilitaban el hablar abiertamente de mis apetitos sexuales.
  • Bueno, si con tus dedos no te vale pues... Claro, supongo. - dijo él, al borde ya de la risa.
  • ¿Qué te hace tanta gracia? - protesté, esforzándome por sonreír también.
  • Nada, es que... Bueno, nunca pensé que serías el tipo de chica que usaría un vibrador. - se encogió de hombros.
  • Si pudieras venir conmigo no lo necesitaría... - transformé mi rostro en una cara de cachorrito herido, suplicando de forma juguetona.
  • No me han dado la beca, Bea, tendré que trabajar en el taller de mi hermano un tiempo para poder costearme una carrera. - repitió con tristeza lo que ya me había explicado mil veces y que yo aún quería negarme a aceptar. - Con suerte el curso que viene me tendrás allí, ¿vale?

Nos consolamos mutuamente con un beso dulce, romántico. Hasta que rompí la magia del momento con una sonrisa traviesa y la pregunta: “¿Me ayudas a elegir vibrador?”

LUCAS: Introducción

No me sentía capaz de cerrar la boca.

Me había parecido divertida la idea de ayudar a Bea a seleccionar un vibrador del catálogo de la web de un sex-shop cercano, especialmente cuando ella metió su mano izquierda en mis calzoncillos mientras con la derecha sujetaba el ratón, pero ahora que tenía la mercancía ante mis ojos no estaba convencido de que hubiera sido tan buena idea.

¿Sabéis eso que dicen de que el tamaño no importa? Pues aparentemente a los sex-shops no les había llegado el memo. Y lo peor es que a Bea eso parecía divertirle mucho.

  • ¿¡30 cm!? - exclamé sorprendido al leer el tamaño de un dildo enorme de color negro. - Ni siquiera creo que mi antebrazo sea tan grande.
  • Se ve muy realista, ¿no? - dijo ella con una risita. - Parece la polla de un negro de verdad.
  • ¿Cuántas pollas de negros has visto tú? - protesté con sarcasmo.
  • Sabes que yo también veo porno, ¿verdad? - se mordió el labio ligeramente y se sonrojó no tan ligeramente.
  • Así que te va el interracial, ¿eh? - la chinché, sabiendo lo vergonzosa que se ponía al hablar de sus gustos sexuales. - ¿Voy a tener que darme rayos UVA?
  • No es el color, es... - empezó a decir, pero enseguida se arrepintió. A mí se me borró la sonrisa de los labios.
  • ¿Es...? - insistí, conociendo la respuesta.
  • Perdóname, no debería haber dicho nada. - me miró con expresión contrita.
  • El tamaño, ¿no? - levanté un poco la voz, ahora enfadado. - Para eso quieres un vibrador, para sentir que te folla un buen pollón.
  • No es eso, Lucas, sabes que contigo tengo más que suficiente. - respondió, manteniendo la calma. - Son solo... fantasías. Tú también tendrás fantasías con chicas de tetas enormes, ¿no?

Ni Bea ni yo estábamos especialmente bien dotados, pero ella lo llevaba bastante mejor que yo. Sus pechos apenas habían crecido desde que empezamos a salir, aunque por lo menos ahora ya necesitaba usar sujetador. Mi polla... no había crecido en absoluto. Supongo que 12 cm (hubo una época en la que me la medía a diario con la esperanza de percibir algún progreso) no están tan mal, pero sé de buena tinta que en mi grupo de amigos nadie la tiene tan pequeña. Por no hablar de mi hermano, que con dos años más que yo tiene mucho más desarrolladas absolutamente todas las partes de su cuerpo, desde unos músculos que hacen que yo parezca un niño a su lado hasta... Bueno, digamos que había rumores bastante intensos sobre cierta parte de su anatomía, y por los pocos vistazos de refilón que yo había tenido en los últimos años no debían estar infundados.

  • Me gustan las tetas pequeñas, ya lo sabes. Las grandes solo quedan bien en un escote o con ropa ceñida, en cuanto la chica se quita la ropa todo se viene abajo... literalmente. - me esforcé por hacer un chiste para relajar el ambiente.
  • Suenas como todo un experto. - sonrió burlona. - Te recuerdo que tuviste a Scarlett Johansson de fondo de escritorio durante una buena temporada, y no es que esté plana precisamente.
  • En primer lugar, no era Scarlett Johansson, era la Viuda Negra. Me gusta el personaje, no la mujer. - expliqué, simulando cierta indignación.
  • Ya, claro. Más te gusta el Capitán América y nunca lo he visto en tu ordenador. - se mofó, enarcando una ceja.
  • Y en segundo lugar... - ignoré su comentario. - Obviamente, en esa foto estaba vestida, por lo que se sostiene mi teoría sobre las tetas grandes.
  • Bueno, entonces tienes fantasías con tetas grandes vestidas, pero siguen siendo fantasías con tetas grandes. - se encogió de hombros y sonrió, satisfecha. Yo abrí la boca levemente, intentando replicar con algo ocurrente, pero tras unos segundos de vacilación solo pude añadir:
  • Touché.

Seguimos un rato dando vueltas por el catálogo erótico, hasta que finalmente Bea tomó una decisión:

  • Este de 23 centímetros tiene buena pinta. ¿O es demasiado grande para tu ego? - preguntó haciendo pucheros, sabiendo que yo ya me había relajado y podría encajar la broma.
  • 23 es un buen número. Es primo, ¿lo sabías?
  • Qué friki eres. - rió.

A todo esto, en ningún momento de la conversación su mano izquierda había dejado de masajear mis genitales por debajo de mi ropa interior. Ventajas de tenerla pequeña, puedo tener una erección dentro de la ropa durante mucho rato sin que resulte molesto.

  • Bueno, ahora que ya nos hemos encargado de mis necesidades futuras... - dijo picaronamente después de encargar el dildo, dando ya la dirección de la que sería su residencia en el campus. - ¿Qué tal si nos ocupamos de las presentes?

Iba a ser nuestro último polvo en semanas, tal vez meses, y ambos lo sabíamos. Los dos lo dimos todo, incluso probamos alguna cosa nueva: yo le metí un dedo en su virginal culo, cosa que le pilló por sorpresa aunque al final le gustó, pero no se animó a ir más allá por esa vía; y ella me ató las manos al cabecero de la cama con sus medias, una atadura no muy resistente pero que yo estaba dispuesto a fingir que era irrompible. Nos lo pasamos muy bien. Después de corrernos estuvimos casi una hora tumbados en mi cama (mis padres estaban de viaje, lo que había facilitado el pasar esta última noche con mi novia en casa) y finalmente ella tuvo que marcharse. No lloré hasta que no estuve seguro de que no podía oírme.

ANÍBAL: Introducción

Nunca hacían ruido. Daban igual las circunstancias, incluso ahora con nuestros padres fuera, Bea y mi hermano no hacían ningún ruido. Estaba seguro de que follaban, no habrían durado 4 años si no lo hiciesen, pero a juzgar por los sonidos que (no) salían de su cuarto nadie lo hubiera dicho.

Cada vez que yo me traía a una tía a casa y quería ser medianamente discreto tenía que taparle la boca con la mano (o con sus bragas, según nos diera el punto) para que no chillara y ponerme yo debajo para no hacer temblar la casa con el movimiento de la cama, y aún así era consciente de que se nos oía. Sabía que Lucas tenía poca masa muscular y que Bea era vergonzosa a más no poder, pero aún así el silencio era excesivo. Algo estaban haciendo mal.

Y fuera lo que fuera, sabía que Lucas lo acabaría pagando. Bea se iba a la universidad, lo que significaba que iba a estar mucho más lejos de mi hermano y mucho más cerca de otros tíos. Tíos que no dejarían pasar un caramelito como Bea como si nada. Tenía que hablar con Lucas y hacerle entender que la decisión sensata era o cortar la relación o asumir que otras personas iban a entrar en ella, y que él por su parte también debería buscarse alguna nueva amiga con la que desfogarse.

No es que dudase de la integridad de la novia de mi hermano, pero sabía perfectamente con qué tipo de chicos iba a tener que lidiar. Chicos que saben cómo hablarle a una chica para poder manejarla como plastilina en sus manos. Chicos a los que se la suda cargarse una relación de 4 años. Chicos más fuertes, más guapos y con más experiencia que Lucas. Chicos como yo.

Os voy a ser sincero: la única razón de que no me hubiera tirado a Bea era que nunca había coincidido con ella en ningún contexto en el que no estuviera mi hermano presente. Pero ella era una monada, y el hecho de que fuera la novia de mi hermano solo me la ponía más dura. Yo no le deseo ningún mal a Lucas, le quiero muchísimo, pero hace ya tiempo que mi filosofía de mi vida consiste en que primero yo, luego mi polla y después ya los demás.

De todas formas ya daba igual. Bea se iba a la universidad y ahora sí que ya no podría tirármela de ninguna de las maneras. Aunque no quería quedarme con la curiosidad de saber lo que podría haber llegado a pasar, así que aproveché la última oportunidad que me brindaba la vida de intentar un acercamiento con ella.

  • ¡Bea! - la llamé conforme ella se dirigía a la puerta principal de la casa, dispuesta a marcharse.

Ella se volvió hacia mí, que me encontraba sentado en el sofá del salón, a oscuras salvo por la luz de la luna que entraba por una ventana.

  • Aníbal, no te había visto. - dijo Bea con una sonrisa amable. - Ya me iba.
  • Mañana te marchas ya a la uni, ¿no? ¿Te ibas sin despedirte de mí? - devolví la sonrisa con socarronería, aunque no estaba seguro de que ella pudiera verla entre las sombras.

Bea se acercó unos pasos, sin perder el buen humor.

  • Gracias por todo, Aníbal, espero que volvamos a vernos pronto. - extendió la mano hacia mí, como para estrechármela.
  • Dame un abrazo, mujer, que somos prácticamente familia.

Me levanté de mi asiento, mi imponente figura ensombreciendo completamente la de la chica al ponerme en pie. Antes de que ella moviera un músculo, la agarré de la mano que me ofrecía y la atraje hacia mí, envolviéndola entre mis brazos y apretándola suavemente contra mi pecho.

Sentí su respiración agitarse, su cuerpo temblar y sus pezones endurecerse. También estaba seguro de que su rostro estaría rojo como un tomate, pero no tenía forma de verlo.

  • Eres una chica preciosa. - susurré. - Seguro que los chicos se pelean por ti en la uni.
  • Yo... - se separó ligeramente de mí, manteniendo solo el contacto de mi mano con su brazo. - Yo quiero a tu hermano, ya lo sabes.
  • Ya lo sé. Pero vais a estar separados mucho tiempo, y tú vas a conocer a mucha gente. No sería difícil de entender que, bueno... - con la mano que tenía libre le aparté un poco de pelo de la cara, acariciándosela en el proceso. - Cayeses en la tentación.

La tentación era yo y los dos lo sabíamos. Pero yo no iba a forzar nada. Ella iba a tener que ser la que decidiese si se abalanzaba sobre mí y me devoraba los labios o si salía corriendo por la puerta. Con mi hermano en la habitación de al lado, tomó la decisión sensata.

  • Lo... lo tendré en cuenta. - dijo apartándose de mí definitivamente. - Nos vemos, Aníbal.

Y salió, no corriendo pero casi. Yo bendije mi autocontrol, porque de haber tenido una erección ella la habría notado con toda seguridad y la cosa podría haberse puesto realmente incómoda, tanto si su reacción era positiva como negativa. Ahora tenía que tener una charla con mi hermano.