Líbranos de la tentación (caps. 36-39)

Lucas y Bea tienen 18 años y llevan saliendo desde los 14, por lo que su relación es bastante sólida. No obstante, Bea debe irse a la universidad y separarse de Lucas, lo que pondrá en juego su relación, especialmente porque el mundo parece empeñado en hacerlos ser infieles.

NURIA (VIII): Retos y revelaciones

  • “Follarme a un profesor”. - Diablo soltó una pequeña risa entre dientes. - Qué típico.
  • Da mucho morbo... - admití, de rodillas entre sus piernas, interrumpiendo la mamada.
  • “Follarme a una tía buena”. - siguió leyendo. - Bueno, esto ya lo has hecho, ¿no?
  • Bea no está taan buena, y además no me la he follado, su coño no me ha dejado tocarlo para nada. - le corregí.
  • “Hacer un trío con una pareja”. - torció un poco el gesto. - ¿Te refieres a una pareja de novios?
  • Sí, era la idea.
  • ¿Qué morbo tiene eso? ¿No prefieres follártelos por separado? - se notaba que empezaba a conocerme, pero en eso se equivocaba.
  • No... Si me follase a una pareja de novios, el novio estaría mucho más pendiente de mí que de su novia, y eso me da morbo. Y la tía, una de dos, o se quedaría desplazada, que me daría morbo también, o intentaría ganarse también mi atención, lo cual sería la hostia. - me encogí de hombros. - Ya me he follado a muchos novios y novias por separado.
  • Me encanta que seas tan zorra. Lo sabes, ¿no?
  • Y a mí me encanta que seas tan cabrón... - seguí mamando.

Era algo que estaba empezando a asumir. Diablo era un hijo de puta redomado, pero eso me gustaba. Obviamente matar a Didier era pasarse de la raya, y nunca terminaría de superar que lo hubiera hecho, pero todo lo demás que hacía... me ponía. Incluso follar sobre su tumba tuvo su morbo.

  • “Acostarme con un virgen.” - prosiguió con la lista, que yo había apuntado en la aplicación de notas de mi móvil. - ¿Sabes que Pablo es virgen?
  • Lo sospechaba. - había que estar muy enferma para acostarse con un tío como Pablo, aunque sé que no soy la más indicada para hablar. Aunque Diablo por lo menos estaba bueno.
  • Si quieres cumplir este reto tendrá que ser con él, ¿entendido?

El motivo de que Diablo estuviera leyendo mi lista de “propósitos de año nuevo” era que le había pedido permiso para seguir intentando cumplirlos. Pero aparentemente ese último tendría que descartarlo definitivamente.

  • Ni en sueños.
  • En pesadillas quizá. - rió Diablo. - “Pervertir a Bea.” Este me gusta.
  • Ya...
  • Gracias a este reto estamos donde estamos, ¿no? - seguía divirtiéndose mucho. - ¿Qué tal vas, por cierto?
  • Pues he sabido que estuvo a punto de acostarse con Didier... - confesé, aunque me dolía mencionar su nombre delante de Diablo.
  • Ah, por eso iba a verla a vuestro cuarto. Menos mal que me lo quité de en medio a tiempo.
  • Sí, menos mal... - los dos sabíamos que mentía al darle la razón, pero aún así lo hice.
  • Bueno, tú sigue pervirtiéndola pero ya sabes, ninguna polla entra en su coño hasta que haya pasado la mía. - ordenó.

Yo me limité a asentir. Entonces él hizo algo con lo que yo no había contado. Cerró la nota y, al hacerlo, vio la nota de al lado.

  • ¿Qué es esto? ¿Otra lista de retos?
  • Sí, pero esa es... - intenté quitarle el teléfono pero lo alejó de mi alcance.
  • ¿Es...?
  • De Didier. - admití, cabizbaja.
  • Vaya, vaya... Veamos qué fantasías tenía tu amigo.

Me maldije a mí misma por torpe. No quería que Diablo violase la intimidad de mi difunto amigo, aunque a estas alturas supongo que eso era lo menos grave que le había hecho.

  • “Follarse a una profesora”. - puso los ojos en blanco. - Qué poco originales. Además, esto cuando mola hacerlo es en el insti, que ella puede meterse en un lío mucho más gordo.
  • ¿Tú lo hiciste?
  • Me follé a la suegra de tu amiga. - dijo como si tal cosa.
  • ¿A... a la madre de Lucas? - pregunté, atónita.
  • Sí, pero era una zorra que se follaba a medio claustro de profesores, no tiene tanto mérito. - contó. - Aunque follarse a la madre de un pringao siempre da más morbo.
  • Pero nunca se lo dijiste a él, ¿no?
  • ¿Te gustaría que se lo hubiera dicho o que no? - me miró con una sonrisa malvada.
  • No sé... - me mordí el labio, me gustaba mucho más hablar de esto que de Didier. - Tanto decírselo como ocultárselo tienen su buena dosis de morbo...
  • Sí, pero la ventaja de ocultárselo es que era más fácil repetir, así que eso hice. - se rascó la barbilla, pensativo. - Podría decírselo ahora, aunque después de tanto tiempo casi que pierde la gracia.
  • Cuando te hayas follado a su novia le dices las dos cosas a la vez. - propuse, retomando la mamada.

Lo sentía por Lucas (más o menos), pero prefería que las maldades de Diablo se centrasen en él que no en la memoria de Didier o en mí misma.

  • Joder, Nuria, me encanta cómo piensas. - gimió de placer, no sé si por el placer que le estaba proporcionando con la boca o el que le producían las palabras que salían de ella. - Pero sigamos... “Tirarse a una tía blanca con novio blanco que haya probado una polla negra.”

Esta vez soltó una carcajada, y por un momento tuve la tentación de morderle la polla.

  • Qué específico, ¿no? ¿Por esto andaba rondando a Bea?
  • Creo que le gustaba de verdad... - opiné.
  • Puede ser. En cualquier caso esta no llegó a cumplirla, ¿no?
  • No que yo sepa...
  • Vaya. Bueno, de momento 1 de 2, veamos si Didier saca el aprobado. - siguió leyendo, claramente entretenido. - “Tirarse a un tío que no sepa que le atraen los hombres.”

En esta ocasión no rió, solo me miró con desconcierto.

  • ¿Didier era marica?
  • Obviamente era bisexual. - le corregí, algo molesta.
  • Si te molan las pollas eres marica, aunque también te molen los coños. - sentenció.
  • Entonces yo soy marica. - puntualicé, sarcástica.
  • Bueno, ¿y este lo consiguió? - por fortuna, decidió no seguir con la discusión terminológica y homófoba.
  • Estaba muy cerca de conseguirlo con su compañero de habitación, no sé si lo lograría al final.
  • Coño, pues luego le preguntamos. - parecía entusiasmado con la idea. - “Hacer un trío.”
  • Ese sí lo cumplió. - añadí enseguida, y entonces recordé cual era el último reto y se me vino el mundo encima.
  • Con otros dos maricas, seguramente. - se burló Diablo. - “Fo...follarme el culo.” ¿A ti?

Me miró como si me acabara de descubrir en un yacimiento arqueológico. Yo solo pude asentir.

  • ¿Me estás diciendo que Didier, el semental negro y tu mejor amigo, nunca te folló por el culo?
  • No... - estaba empezando a pasarlo muy mal con esto.
  • ¿Por qué no?

Ya sabía por dónde iba a ir esto. Diablo aún no me había follado el culo ni me lo había pedido, seguramente no era una práctica que le llamara especialmente la atención. Pero ahora se la iba a llamar, seguro.

  • La tenía muy grande...
  • Ya. Demasiado, ¿no?
  • Sí...
  • Pero no mucho más que yo.
  • No...
  • La mía es perfecta para ti, ¿verdad?
  • Sí... - para bien o para mal, era cierto.
  • Ponte a cuatro patas, Nuria. - usó el mismo tono que hubiera usado para pedirme que abriera la ventana.

Yo ya me esperaba esto así que tardé poco en obedecer.

  • Entonces no le diste tu culo por miedo al dolor, ¿no? - preguntó mientras me retiraba la falda hacia arriba.
  • Sí...
  • Te la voy a meter sin lubricante. - sentí la punta de su polla en el ano y temblé. - ¿Tienes algún problema con eso?
  • No... - me obligué a contestar.
  • Nunca dejará de sorprenderme lo zorra que eres.

Me dio un azote en una nalga y me bajó la falda otra vez.

  • El sexo anal es para maricas como tu amigo. Pero me gusta saber que a mí me darías lo que a él le negaste durante toda su vida.

Sus palabras eran hirientes, pero en ese momento me sentía tan aliviada de que no fuera a penetrar mi culo que solo pude respirar con calma.

  • Respecto a tus retos... - volvió a hablar. - Como hemos dicho el del virgen lo descartamos, salvo que cambies de opinión respecto a Pablo. El de Bea, naturalmente, sigue adelante. Los otros tres puedes hacerlos pero quiero verlo todo, así que ya verás cómo te las apañas.
  • Vale... Gracias. - fue un agradecimiento más sincero de lo que se merecía.
  • Ahora ve a buscar a Andrés, veamos si Didier aprueba por lo menos.

Enseguida me dirigí hacia la que fuera la habitación de mi amigo. Solo de volver a recorrer ese camino me entraron ganas de llorar.

ANDRÉS (BONUS)

Tuve envidia de Didier desde el momento en que le conocí. Era el típico tío cachas, imponente y con mucha seguridad en sí mismo. Nada más llegar me avisó de que traería chicas a menudo, y desde luego cumplió su promesa. Más o menos cada dos días se traía a alguna chica, aunque la mitad de las veces esa chica era Nuria. Y a lo mejor una vez cada dos semanas traía a un chico. Yo, en cambio, me tenía que conformar con matarme a pajas. Al hacerlo pensaba, entre otras cosas, en las tías que Didier traía. El día que le vi las tetas a Nuria casi me da un ataque, no sé cómo no me corrí en el sitio. Yo salí por patas por si acaso.

El colmo llegó el día en el que Didier llegó a la habitación acompañado de dos preciosidades. Por un momento fui lo suficientemente iluso como para pensar que iba a presentarme a una de ellas mientras él se liaba con la otra. Obviamente, lo que hizo fue pedirme que abandonara la habitación para liarse con las dos. Me sabía mal odiarle, porque nunca me dio la sensación de ser mal tío, pero no podía soportarlo.

Pero ahora Didier estaba muerto y yo casi me sentía culpable por haberle envidiado tanto. Supongo que follarte a tantas tías como quieras no vale mucho la pena si te vuelan la cabeza de un tiro cuando acabas de empezar la universidad. De todas formas, si Didier seguía rondando por mi cabeza cada noche no era tanto por esa culpabilidad, sino por lo que pasó entre nosotros la última vez que nos vimos.

Estaba pensando en todo esto, mientras me preparaba la mochila para el día siguiente, cuando una invitada sorpresa irrumpió en el cuarto que ahora ya no compartía con nadie.

  • ¡Nuria! - me sobresalté. - ¡C-Cómo me alegro de verte! ¿Qué haces aquí?
  • Hola, Andrés... - sonrió con una timidez que no le había visto nunca. - ¿Cómo lo llevas?
  • Bueno... se le echa de menos. - admití.
  • Sí, sí, es verdad... - no parecía demasiado cómoda hablando conmigo.
  • ¿Querías algo? - dejé lo que estaba haciendo para prestarle toda mi atención.
  • Eh, sí, bueno... Diablo quiere verte.

Menuda forma de transformar una visita medianamente agradable en una pesadilla. Yo nunca había intercambiado ni una palabra con Diablo, pero conocía perfectamente su reputación y precisamente por eso me esforzaba por evitarlo.

  • ¿Por... por qué? - apenas pude disimular el miedo en mis palabras.
  • Solo quiere hacerte un par de preguntas, no te preocupes.

Extendió su mano hacia mí. Reconozco que caminar cogido de la mano de Nuria alivió un poco mis temores mientras nos dirigíamos a la habitación de Diablo. Lo que no esperaba era encontrármelo casi desnudo, sentado en su cama con las piernas expandidas y ataviado solo con unos calzoncillos que marcaban un paquete considerable y aparentemente semi-erecto. Por lo visto debí quedarme mirándolo más de la cuenta.

  • ¿Qué, te gusta lo que ves, marica? - preguntó Diablo con arrogancia.
  • ¿Qué? - le miré a la cara inmediatamente, aunque apenas le pude sostener la mirada. No... claro que no...
  • ¿Qué pasa? ¿No es lo suficientemente grande para ti? - se burló. - ¿Prefieres que traigamos a un negro?

No podía ser. ¿Didier había contado algo?

  • Tío, que no soy... gay. - dije, casi temblando.
  • ¿Ah, no? - se puso en pie y se acercó a mí lentamente. - Agárrame el paquete.
  • ¿Qué? - casi me caigo de la impresión.
  • Agárrame el paquete, marica. - hablaba con autoridad pero su tono de voz era tranquilo.
  • Diablo, no voy a...
  • Agárrame el paquete o te juro que te rompo la muñeca.

Suspiré, cerré los ojos y obedecí. Estaba aterrorizado, pero no puedo decir que, por lo demás, la sensación fuera desagradable. El bulto de los pantalones de Diablo era ciertamente apetecible. Y ese es un adjetivo que nunca hubiera usado para describir los genitales de un hombre hasta hacía unas semanas.

  • ¿Se le ha puesto dura? - preguntó Diablo.

De repente sentí la mano de Nuria agarrar mi propio paquete que, en efecto, se había puesto duro. Pero no por mucho tiempo, porque nada más sentir el toque femenino me corrí sin remedio.

  • Sí. - confirmó ella. - Joder, y creo que acaba de correrse.

Diablo rió, agarró mi muñeca y apartó mi mano de su cuerpo con firmeza pero sin hacerme daño.

  • ¿Te acostaste con Didier? - preguntó sin soltarme.
  • No...
  • ¿No? - apretó un poco más fuerte y me retorció un poco el brazo.
  • ¡No, joder, solo se la chupé! - confesé finalmente.

Diablo sonrió satisfecho y me soltó.

  • Eso era todo. - dijo finalmente, como si nada hubiera pasado. - Puedes marcharte.

Salí con toda la presteza que pude, tan atemorizado por una posible reacción negativa de Diablo como avergonzado por la humedad en mis pantalones.

Didier no había dejado de aparecer en mis pensamientos cada noche porque ahora solo pensaba en él cuando me masturbaba antes de dormir. Aunque las mujeres seguían atrayéndome más que los hombres, nunca me había pasado nada tan erótico en mi vida como mi último encuentro con el que fuera mi compañero de cuarto.

Él había quedado con alguien en un parque, el parque en el que al día siguiente aparecería su cadáver, y me pidió ayuda para cambiarse los pantalones con la pierna rota. Yo le había visto muchas veces en ropa interior, alguna vez incluso desnudo. Pero, aunque siempre me había llamado la atención su paquete, esa fue la primera vez que Didier hizo algo al respecto.

  • De hecho, ayúdame a quitarme los calzoncillos también. - pidió, mirándome fijamente a los ojos.
  • ¿Estás... estás seguro? - yo le miré con dudas.
  • Quítame los calzoncillos, Andrés. - decidió tomar un enfoque más directo.

No pude decirle que no. Le agarré el borde de la ropa interior y tiré, con cuidado de no hacerle daño en su pierna rota, hasta que me libré de ella. Su pollón, semi-erecto, salió a la luz. Me quedé mirándolo como un bobo. Nunca me habían ido los tíos, pero había algo poderoso en un pene de semejante tamaño.

  • Pónmela dura. - ordenó.

Me salió de forma natural obedecer, se la agarré con mi mano derecha y empecé a masturbarlo lentamente.

  • ¿Así te pajeas tú? - me sonrió burlonamente.

Aceleré. Pronto se puso lo suficientemente dura como para que mi otra mano pudiera unirse a la fiesta, cosa que no dudó en hacer.

Puto Didier. Podía tener a todas las tías que quisiera, y ahora también parecía poder tenerme a mí a su disposición. Lo odiaba por tener ese pedazo de polla, pero no podía dejar de admirar ese pedazo de polla.

Le miré a los ojos mientras seguía masturbándolo a dos manos. Estaba esperando su siguiente orden. Entonces me di cuenta de que él esperaba que yo tomara la iniciativa. Y lo hice.

Me agaché y empecé a dar la primera mamada de mi vida. Y joder, lo estaba disfrutando más de lo que hubiera imaginado.

  • Sabía que acabarías siendo mi puta. - susurró, y eso solo me excitó aún más.

Tenía que irse pronto así que no tardó en correrse, y aunque no me atreví a dejar que lo hiciera en mi boca sí que me salpicó la cara. Creo que lo disfrutó tanto como yo.

Cuando se marchó me prometíó que la próxima vez que nos viéramos se adueñaría de mi culo, algo que me provocaba pavor y excitación a partes iguales. Pero no volveríamos a vernos, y pasó simplemente a formar parte de mis fantasías nocturnas, aunque obviamente me daba algo de mal rollo saber que ahora estaba muerto.

Quizá a partir de ahora Diablo ocuparía su lugar en esas fantasías.

ANÍBAL (VIII): Hijo de puta al cuadrado

No era 1999. Hoy en día no era tan difícil encontrar a alguien, y las pistas que tenía sobre mi verdadero padre resultaron ser suficientes para comenzar una pequeña investigación que en un par de días me hicieron dar con su paradero. Supuse que mamá desconocía el potencial de Internet hoy en dia o ya lo habría intentado ella.

Quería conocerle en persona, así que aproveché el fin de semana para viajar hasta la ciudad donde residía, a unos 300 kilómetros de la mía. Pasé la noche en un hotel de no muy buena calidad y a la mañana siguiente me dirigí al lugar donde residía el hombre que me engendró.

Su casa tenía mucho mejor pinta que la nuestra. Para empezar, era un chalet con piscina, no un piso en un barrio de clase media. No tenía ni idea de si se ganaría mucho dinero con el porno, pero ya desde que oí hablar de él a mi madre algo me hacía sospechar que se trataba de un hombre que sabía triunfar en la vida. Todo parecía indicar que mis sospechas eran ciertas.

Más aún que el aspecto de la casa me sorprendió el de la chica que me abrió la puerta. Era una belleza, pelo moreno, ojos oscuros, de complexión pálida pero con formas muy sugerentes en su anatomía, oculta tan solo por un top y unos pantalones cortos que dejaban a la vista su ombligo. No pasaría de los 20 años. ¿Sería... mi medio-hermana?

  • Buenos días, ¿está tu... padre? - me atreví a aventurar.
  • ¿Mi padre? - se rió de mí como si fuera idiota. - Mi padre vive a una hora de aquí en coche, me parece que te has perdido.
  • No, perdón, quería decir... - me corregí. - Aquí vive Santiago Velázquez, ¿no?
  • Ah, sí. - dijo con indiferencia y se giró hacia el interior de la casa. - ¡Cariño!

Por supuesto. Por supuesto que mi padre, que ahora rondaría los 55 años, estaba tirándose a un pibón de 20. No sé ni cómo no lo había imaginado. Cuando el tío llegó a la puerta flipé bastante. No se parecía a mí tanto como decía mamá, pero lo que me sorprendió fue que estaba más en forma que yo. Lo comparaba con el cornudo del marido de mi madre y no había competencia posible.

  • ¿Quién eres tú, chaval? - preguntó con amabilidad pero agarrando a su chica por la cintura, como marcando territorio. ¿Me veía como una amenaza?
  • ¿Recuerdas haberte tirado a una zorra llamada Olga en 1999? - decidí ir directo al grano y demostrar que no había venido para andarme con tonterías.
  • Recuerdo haberme tirado a muchas zorras en 1999, seguro que más de una se llamaba Olga. - se encogió de hombros. - ¿Qué soy, tu papi?
  • Así es. - contesté con tanta naturalidad como él había preguntado.
  • ¿Y qué quieres, dinero? - me miró con una sonrisa burlona, casi riéndose. - Si le tuviera que pagar algo a todos mis hijos ilegítimos te aseguro que no tendría un chalet.
  • No quiero dinero. - se me había pasado por la cabeza pero suponía que era una lucha perdida, y tenía otros planes mejores.

Santi se rió más fuerte. Parecía darle absolutamente igual haberme conocido, y aunque no parecía incómodo con mi presencia tampoco me había invitado a pasar.

  • No querrás a mi piba, ¿no? - la azotó en el culo, a lo que ella respondió con una risita. - No serías el primero que se enamora de ella solo con verla.
  • Los tíos llamáis amor a cualquier cosa. - replicó ella, divertida.
  • ¿Tu piba es celosa? - les interrumpí, y ahora fue mi turno de sonreír de forma cómplice.
  • De mi dinero más que de mí. - se burló él. - Con mi profesión tampoco es que pudiera permitirse serlo.
  • ¿Le importaría que le echaras un polvo a mi madre? Por los viejos tiempos. - propuse con convicción.

Os preguntaréis por qué yo quería que hiciera semejante cosa. Básicamente, y aunque había disfrutado del sexo con ella, necesitaba quitármela de encima. Su obsesión por mí era inaguantable, y más teniendo en cuenta que es mi propia madre y que todo lo teníamos que hacer a espaldas de su marido y de mi hermano.

  • No, no creo que le importara. - él habló por ella, y a la chica no le importó. - Pero, ¿por qué iba yo a follarme a una vieja de 60 años?
      • le corregí.
  • ¿Qué más da? - protestó. - Tengo una novia de 19, tío, ¿qué tengo que ganar?
  • Te puedo conseguir también una de 18. - yo lo tenía todo pensado, seguro que Carlota no se quejaba de esto.
  • ¿Qué, vas a dejar que me tire a tu novia? - se burló.
  • A una amiga muy guarra que tengo y que le encantan bien grandes. Porque la tienes grande, ¿no? - sonreí con picardía.
  • Parece que tu madre te ha contado muchos detalles. - soltó una carcajada.
  • Bueno, ha sido una intuición basada en los principios de la genética. - mentí, echándole una mirada de reojo a la joven.

La chica era preciosa y yo a una chica así no la dejaba escapar sin, por lo menos, flirtear un poco. Mi padre, siendo mi padre, se dio cuenta.

  • ¿Sabes, chaval? Michelle no es celosa, pero yo sí. - la agarró con un poco de fuerza y la colocó delante de sí, abrazándola por la espalda. - Sé que debes estar acostumbrado a salirte con la tuya, pero con mi chica no tienes ninguna posibilidad. Igual que tu madre no tiene ninguna posibilidad de que vuelva a tocarla ni con un palo.

La tal Michelle se rió, con el mismo desprecio que la primera vez. Me estaba empezando a hervir la sangre.

  • Tú te lo pierdes. - le espeté.
  • No, tú te lo pierdes. - sonrió él mientras le bajaba el top a la chica, mostrándome unos pechos perfectos.

Era un hijo de puta. Si no hubiera estado Michelle en medio tal vez le habría pegado. Aunque me estaba dando cuenta de que ella no era mejor que él.

  • Mira, se le ha puesto dura. - señaló con una risita y, para mi horror, era verdad.
  • Eso es que le pone que lo humillen. - susurró él en su oído, aunque lo suficientemente alto para que yo lo oyera. - Seguro que es un cornudo como su padre.
  • ¡Tú eres mi padre, cabrón! - le chillé.

Él se volvió a reír mientras no dejaba de magrear a su novia, que por su parte estaba empezando a hacer gestos de placer.

  • Yo no soy nada tuyo, chaval. Tú fuiste un accidente producto del calentón de una zorra de la que ni siquiera me acuerdo. - metió una mano en los pantalones de Michelle, haciéndola gemir. - ¿Y crees que voy a follármela otra vez para hacerte un favor?
  • Ya te he dicho que...
  • Si quiero tirarme a una tía de 18 años chasqueo los dedos y aparecen 5 en mi puerta, ¿te enteras? - su tono ahora era más agresivo, como también el movimiento de su muñeca mientras masturbaba a su novia delante de mí sin ningún pudor. - Joder, me pagan por tirarme a tías de 18 años. ¿Tú quién coño te crees que eres y qué te crees que puedes ofrecerme a mí?

Visto así, no le faltaba razón. Él tenía dinero, podía tener a la tía que quisiera y además estaba saliendo con un pibón. Me sentía ridículo allí plantado. Conocerle no había servido de nada porque a él se la sudaba, y desde luego no estaba por la labor de ayudarme con mis planes. No iba a quedarme a esperar a que la guarra de Michelle se corriera en mis narices.

Me di la vuelta y me marché, escuchando las risas de los dos conforme me alejaba. Cuando llegué al hotel me tiré en la cama y tuve que contenerme para no darle un puñetazo a la pared. Odiaba a ese hijo de puta, a la zorra de su novia, a la zorra de mi madre y al cornudo de mi “padre”. No sentía aprecio por ninguna de las zorras a las que me había tirado, y mi relación con mi hermano cada vez iba a peor, y era culpa mía. Tenía algunos colegas, pero ninguno significaba lo suficiente para mí como para tener la deferencia de no tirarme a sus novias (los únicos a los que no había hecho cornudos habían sido siempre solteros, habían tenido novias feas o, en el caso de uno de ellos, era gay).

Podía follarme a la tía que quisiera (o casi, si no contamos a la puta Michelle), pero por primera vez en mi vida me di cuenta de lo solo que estaba en realidad.

BEA (VIII): Cuestión de confianza

  • ¿Confías en mí? - preguntó Nuria, divertida.
  • Para nada. - respondí burlona. - Pero supongo que ya es tarde para echarse atrás.
  • Tranquila, no te arrepentirás. - me susurró al oído y me plantó un beso en la mejilla.
  • Bueno, pero ya sabes que nada de tocarme el coño. Ni literal ni metafóricamente. - me reí de mi propio chiste.
  • Tranquiiiila. - insistió.

Aunque nos habíamos liado varias veces, esto era lo primero que hacíamos juntas que podría llegar a llamarse “juego sexual”. Nuria me había convencido para ponerme una venda en los ojos y dejarme llevar por ella, y aunque me daba un poco de miedo lo que me pudiera hacer lo cierto es que era excitante. Con Lucas habíamos probado a hacer alguna cosilla parecida pero Nuria parecía mucho más experta.

En aquel momento yo me encontraba sentada sobre mi cama, vestida con la misma ropa que había llegado a clase: un jersey fino, unos vaqueros y un conjunto de ropa interior discreto pero bonito. En cuanto a Nuria, antes de ponerme la venda estaba únicamente ataviada con la camisa de tirantes del pijama y el tanga, pero ahora yo me encontraba a oscuras y ella estaba situada a mi espalda.

La verdad es que hacía unos meses ni me habría planteado tener relaciones con otra chica, pero lo cierto es que Nuria me había abierto nuevas miras en mi sexualidad con tanta velocidad como naturalidad. Ahora me sentía en el séptimo cielo cuando estábamos juntas, aunque no me atreviera a darle acceso a mi zona más íntima. Además cuando estaba con ella y me acordaba de Lucas solía convencerme a mí misma de que a él realmente le gustaría lo que estamos haciendo, a diferencia de si supiera lo que había pasado entre Didier y yo o si conociera mis sentimientos por su hermano.

En cualquier caso, ahora estaba dispuesta a disfrutar de lo que Nuria me tuviera preparado. Por lo pronto, me acarició los costados de mi cuerpo durante unos segundos mientras me besaba el cuello y, poco después, me hizo levantarme con suavidad. Me acompañó durante un par de pasos, escuché el ruido de una silla al arrastrarse y volvió a sentarme en ella. Era la única silla que teníamos en la habitación, normalmente en la esquina junto al pequeño escritorio pero que ahora Nuria había traído hasta el centro de la habitación.

  • Discúlpame un momento. - dijo con otro susurro, antes de mordisquearme la oreja suavemente.

Después estuvo casi un minuto dando vueltas por la habitación, dejándome con la intriga de qué me estaría preparando, pero cuando volvió a mi lado retomó exactamente lo mismo que estaba haciendo antes, aunque en esta ocasión metió sus manos por debajo de mi jersey, rozando mi piel desnuda.

  • ¿Cómo te sientes? - me susurró.
  • Nerviosa... - admití, temblando un poco.

Sus manos se movieron hacia el centro y hacia arriba, acariciándome el estómago, el esternón y finalmente alcanzando mi sujetador.

  • ¿Eres consciente del dinero que tiras en sujetadores? - bromeó mientras me apretujaba con delicadeza uno de mis pechos por encima de la prenda. - Con estas tetitas no te hacen falta, estarías mucho más sexy y estoy segura de que no te incomodarían nada.
  • Nuria, sabes que tengo complejo... - protesté, molesta por que se refiriera a mis tetas en esos términos.
  • Tienes complejo porque Lucas es un acomplejado y te contagia esa mentalidad. - dijo conforme sus manos viajaban hacia mi espalda para deshacer el cierre del sostén. - Pero tus tetas son preciosas. No podemos decir lo mismo de su polla...

Enfatizó su argumento dejando caer mi sujetador, que se quedó reposando en mi regazo, y agarrándome ambos pechos con algo más de fuerza que antes, provocándome un pequeño gemido de placer. Iba a quejarme por sus palabras contra Lucas pero para cuando recuperé la voz ya se me había olvidado. Además, tampoco estaba tan alejada de la realidad...

Sus manos siguieron trabajando a lo largo de mi torso, siempre por debajo del jersey, mientras su lengua se encargaba de la zona de mi cuello y de decirme al oído piropos y alguna que otra guarrada. Lo cierto es que no entendía a que venía tanto misterio con lo de la venda, aunque sí que era cierto que el no ver nada agudizaba un poco las sensaciones que Nuria me proporcionaba. Pero, ¿qué era lo que había estado preparando durante casi un minuto? Algo me intranquilizaba...

Cuando de repente las dos manos de Nuria tomaron una ruta descendente me asusté un poco, pero se me pasó cuando me di cuenta de que no iban con intención de meterse en mis pantalones. Por el contrario, agarró mi jersey y me lo quitó de una vez por todas, cosa que tampoco es que me hiciera sentir la mayor comodidad del mundo pero a la que ya estaba bastante acostumbrada cuando estaba a solas con ella.

Nuria continuó con sus atenciones durante un ratito más, hasta que finalmente sentí como se situaba delante de mí, se sentaba sobre mis piernas y empezaba a besarme. Aproveché el morreo para palpar yo también su cuerpo y me di cuenta de que ya no había rastro de su camiseta de tirantes, solo le quedaba puesto el tanga que tampoco hacía nada por ocultar sus nalgas. Nalgas que no dudé en tocar a placer mientras la sujetaba para mantener nuestro beso.

Yo cuando estoy besando a alguien suelo mantener los ojos cerrados, así que casi ni me di cuenta de en qué momento me quitó la venda. Por eso, cuando abrí los ojos no me esperaba ver. Y todavía menos me esperaba ver lo que vi.

Enfrente de mí, y ahora mismo detrás de Nuria, estaba su portátil encima de una mesilla. Y, en la pantalla, Diablo nos observaba con una sonrisa que me dio ganas de partirle la cara. Hice lo más parecido que pude.

Empujé a Nuria con tanta violencia que, al caer de espaldas, se chocó contra la mesilla y la tumbó. No sé si el ordenador se rompería pero como mínimo se estampó contra el suelo y, como mucho, a Diablo le quedaría una bonita vista del techo.

  • ¡Joder! ¿Qué coño haces? - protestó Nuria desde el suelo, con visibles gestos de dolor. - ¡Me has hecho daño, joder!
  • ¿Que qué hago yo? - me levanté de la silla, furiosa, casi olvidando que estaba desnuda de cintura para arriba. - ¿Qué coño haces tú?
  • Hostia, Bea, no es para tanto. - se levantó, frotándose con la mano la zona del coxis. - Como le hicimos un show a tu novio pensé que sería justo que también se lo hiciéramos al mío.
  • ¿Sin mi permiso? ¿A escondidas? - chillé. - Me has expuesto al hijo de puta que acosaba a mi novio en el instituto. ¿¡No te das cuenta de lo que has hecho!?
  • ¿A tu novio el pichacorta? ¿El que prefiere mis tetas a las tuyas? ¿El que alimenta tus complejos y tus inseguridades? ¿Ese novio? - por algún motivo parecía que era ella la que tuviera motivos para estar cabreada conmigo.

Puede que tuviera razón en alguna de sus afirmaciones. No me importó. La bofetada que le solté debió oírla Diablo desde su residencia, tanto si el micro del ordenador seguía funcionando como si no. Aguantó el golpe estoicamente, pero cuando volvió a mirarme no solo tenía la mejilla enrojecida sino que también tenía lágrimas en los ojos. No me importó.

  • Vete con tu querido novio si tanto te gusta. - le espeté. - No quiero dormir en el mismo cuarto que tú.

Por lo menos tuvo la dignidad de no protestar. Se vistió, se preparó una mochila en la que guardó entre otras cosas su portátil (sin pararse a comprobar si funcionaba) y se marchó.

Yo nunca había estado tan cabreada. Había confiado en Nuria ciegamente, y nunca mejor dicho, y me lo había pagado con una traición inconcebible. Por mucho que ella estuviera colada por Diablo, e incluso si este había cambiado desde que íbamos al instituto, no tenía ni pies ni cabeza que hubieran jugado así conmigo. No me sentía capaz de perdonarla.

Esa noche lloré más amargamente aún que tras la muerte de Didier. Nuria no estaba muerta, pero también la había perdido. Y lo peor es que lo se me había quedado de ella eran sus dolorosas palabras sobre mi novio.