Líbranos de la tentación (cap. 40 + explicaciones)

Lucas y Bea tienen 18 años y llevan saliendo desde los 14, por lo que su relación es bastante sólida. No obstante, Bea debe irse a la universidad y separarse de Lucas, lo que pondrá en juego su relación, especialmente porque el mundo parece empeñado en hacerlos ser infieles.

NOTA DEL AUTOR:

Hola a todos. Disculpad el enorme parón sin publicar nada del relato, pero se ha juntado el hecho de que ha habido cambios significativos en mi vida con el de que el ritmo de publicación alcanzó al ritmo de escritura y me quedé sin contenido que publicar ni tiempo y ganas para escribir. Ahora parece que estoy recuperando algo de esto último, así que voy a intentar retomar el relato, aunque naturalmente no podré mantener el alto ritmo de publicación que llevaba originalmente.

Por ahora os dejo este único capítulo y una consulta: ¿preferís que vaya publicando cada capítulo que escriba a partir de ahora de forma individual, o que siga publicando bloques de 4 o 5 capítulos, aunque me lleve mucho más tiempo hacerlo?

Gracias a todos por vuestra paciencia. Espero que sigáis ahí y que no hayáis perdido el interés en esta historia.

Sin más dilación, os dejo con el nuevo capítulo:

NURIA (IX): Consecuencias

Estaba temblando de miedo. Me dolían las dos hostias que me había propinado Bea, me preocupaba que se hubiera cargado mi ordenador... pero sobre todo tenía miedo.

Diablo me lo había advertido. “No es una buena idea, no le va a gustar”, me dijo. Yo pensé que sí, que se dejaría llevar y que el siguiente paso sería que quisiera seguir conociendo a Diablo, pero subestimé su rechazo por mi novio así como su temor a ser expuesta físicamente. Ahora lo había jodido todo. Posiblemente había estropeado cualquier esperanza que Diablo tuviera de acostarse con Bea. “Si sale mal, habrá consecuencias”, me amenazó. Y había salido muy, muy mal.

Lo peor era que ahora dependía de Diablo para tener un sitio donde dormir. Me presenté en la puerta de su dormitorio y llamé a la puerta, mirando al suelo, esforzándome por no llorar. Cuando abrió la puerta supe que estaba enfadado sin necesidad de mirarle.

–    ¿Me.. me puedo quedar a dormir? - pregunté, dudando. - Bea me ha echado.

–    Desnúdate. - ordenó.

Hacía mucho tiempo que no me desnudaba así. Ahora con Diablo nos desnudábamos mutuamente, como la pareja que éramos. Pero me acababa de dar una orden, como antes. Como antes de... lo de Didier.

Sumisa, me dispuse a entrar en el cuarto para obedecer. Entonces fue cuando Diablo me impidió el paso y, para mi horror, entendí lo que pretendía.

–    Desnúdate, zorra. - la frialdad de su voz era peor que el insulto y casi tan mala como la orden.

–    Pero...

–    ¡AHORA!

Tuve que hacerlo, ya sin poder contener más las lágrimas. Por suerte era ya bastante tarde y no había nadie por los pasillos, pero aún así no era nada cómodo desnudarse allí, ni siquiera para mí, que en otras circunstancias podía llegar a ser tan exhibicionista.

Cuando ya estuve desnuda me atreví a mirar a Diablo, confiando en que estuviera conforme con el castigo. Una vez más, fui tan estúpida como para subestimarlo. Recogió mi ropa y mi mochila, los metió en su cuarto y, sin una triste despedida, me cerró la puerta en las narices. Tardé unos segundos en darme cuenta de la gravedad de la situación.

Estaba desnuda, en mitad del pasillo de la residencia masculina, sin móvil ni ningún otro recurso y sin sitio donde dormir. Por un momento tuve el impulso de aporrear la puerta de Diablo y suplicarle perdón, pero enseguida concluí que eso solo lo cabrearía más. Y la ira de Diablo podía llegar a ser mucho peor, yo era más consciente que nadie.

La desesperación se apoderó de mí, y estuve como una media hora literalmente congelada en el sitio, sin tener la menor idea de a quién o a dónde acudir. No me movía, solo temblaba y lloraba. Empecé a pensar en Didier, y a través de Didier me llegó la inspiración: ¡Andrés!

Andrés me conocía, yo le gustaba, y para rematar tenía una cama libre en su habitación. ¡Era perfecto! Sería incómodo presentarme desnuda ante él, pero ya me había visto las tetas y teníamos cierta confianza. Andrés era mi única esperanza.

Cuando me abrió la puerta estaba adormilado y en pijama, pero la visión de mi cuerpo desnudo, por mucho que yo intentara taparme en la medida de lo posible, lo despertó de golpe. Y algo se despertó también en sus pantalones.

–    ¿N-Nuria? - tartamudeó.

–    Hola, Andrés... - intenté mostrarme con entereza. - ¿Puedo quedarme, por favor?

–    ¿Qué... qué ha pasado? - estaba excitado, pero aún estaba más preocupado.

–    No tengo adónde ir... - quise ahorrarle detalles. - Por favor.

–    Nuria, me encantaría ayudarte de verdad, pero... - tragó saliva.

Tenía miedo de Diablo. Ya se sabía que había algo entre él y yo, y supuse que dejar pasar a su cuarto a la novia desnuda del tío más temido del campus no le parecía una buena idea. Tenía que conseguir que dejara de pensar con la cabeza...

Aparté los brazos de mi cuerpo, mostrándome ante él en todo su esplendor, y me mordí el labio inferior.

–    Por favor, Andrés. Haré lo que sea... - intenté sonar sexy pero creo que soné patética.

–    Nuria, yo... - se asomó por la puerta y miró alrededor. - Pasa, anda.

Sintiendo un profundo alivio en mi interior, lo acompañé al interior del cuarto y él cerró la puerta rápidamente. Ya iba a abalanzarme sobre él, aunque solo para darle un abrazo de agradecimiento, cuando él me detuvo con un gesto de sus brazos.

–    Nuria, no hace falta, en serio. - forzó una sonrisa. - No tienes que hacer nada, ¿vale?

–    ¿Estás seguro? - mi sonrisa fue sincera. - A mí no me importa...

Era una verdad a medias. Andrés no me atraía especialmente y jamás me habría planteado acostarme con él, pero en ese momento le estaba tan agradecida que tener sexo con él casi me parecía adecuado.

–    Vístete, anda. - dijo, sin duda esforzándose por no caer en la tentación.

–    Gracias.

Me puse una de sus camisetas que me cubría hasta las rodillas y, debajo, unos calzoncillos que me quedaban absurdamente grandes pero que en ese momento sentí que me devolvían cierta dignidad. Casi no volvimos a hablar. Yo me metí en la cama de Didier, él se fue al baño a quitarse el calentón y para cuando salió yo ya me había dormido. Estaba tan hecha polvo que ni siquiera me paré a pensar en que estaba durmiendo en el último sitio donde lo había hecho mi amigo. De hecho, a la manaña siguiente me daría cuenta de que no me había parado a pensar en absoluto, y de que venir a la habitación de Andrés también traería consecuencias.

Cuando desperté estaba sola en la habitación. Asumí que Andrés se habría marchado a clase, hasta que me di cuenta de que era sábado. Aún era temprano, no serían más de las nueve de la mañana, así que me sorprendió un poco que hubiera madrugado tanto. Pronto descubriría la verdad.

Mi plan era esperar a que volviera Andrés y pedirle ayuda para salir de la residencia sin ser vista o, al menos, llamando la atención lo menos posible. No tenía claro adónde iría después. Supuse que podría intentar que Bea se compadeciese de mí y me dejase volver con ella, pero dudaba que fuera a ser tan bondadosa. Mi ropa y mis cosas seguían en el dormitorio de Diablo, pero no tenía intención de recuperarlas mientras él estuviese allí. Me daba pavor verle.

En cualquier caso, no podía quedarme en la residencia y en el cuarto de Andrés indefinidamente, y cuanto antes saliera mejor. Lamentablemente, cuando se abrió la puerta de la habitación no fue Andrés quien entró por ella. Fue Pablo.

Al principio me asusté pensando que me acababa de pillar, pero para mi horror enseguida me di cuenta de que ya me habían pillado mucho antes. Pablo solo venía a actuar en consecuencia.

–    Ven conmigo. Diablo no está contento. - ordenó, mirándome con una extraña expresión entre el deseo y el desprecio.

–    ¿Dónde está? - pregunté, aterrada.

–    No está en la residencia, pero creo que los dos sabemos que si no hacemos lo que quiere las cosas se pondrán muy feas.

Pablo tenía tanto miedo de Diablo como cualquier otro. La única diferencia era que, por algún motivo, Diablo parecía tener cierto aprecio por él. A lo mejor porque era el único habitante de la residencia tan repugnante como él.

A regañadientes acompañé a Pablo, y mis nervios se multiplicaron por diez cuando me di cuenta de que nos encaminábamos a las duchas. Justo antes de entrar, se giró para mirarme.

–    Lo que vas a ver cuando entremos allí es muy desagradable. Si tienes ganas de vomitar, hazlo antes de que empecemos, ¿entendido? - me hablaba con calma, pero había algo en su voz que me congelaba la sangre.

No sabía qué de todo lo que me había dicho me daba más escalofríos. ¿Algo muy desagradable? ¿Ganas de vomitar? ¿Antes de que empecemos qué?

Pablo pasó al interior del recinto de las duchas y, con paso tembloroso, fui tras él. Lo que vi una vez dentro era algo que me había temido, pero mucho peor. Andrés estaba tirado en el suelo, desnudo, con la cara hecha un cristo y los testículos muy inflamados, y junto a él estaban, de pie y con las manos ensangrentadas, dos tíos que había visto alguna vez con Pablo. El resto de su cuerpo parecía sorprendentemente intacto, pero se habían cebado con su rostro y sus genitales. Estaba consciente pero claramente en shock.

–    ¿Pero qué habéis hecho? - susurré, casi sin voz.

–    Diablo dijo que este tío se había follado a su piba y que le rompiéramos los huevos, que como también le van las pollas no le importaría mucho. - dijo uno de los matones, encogiéndose de hombros. - Lo de la cara ha sido por resistirse.

–    ¡No hicimos nada! - chillé. - ¡Sois unos... unos...!

Eran lo que me merecía, ni más ni menos. Si duermes con niños te despiertas mojado, y si duermes con el demonio te despiertas con muertos y heridos a las espaldas. Andrés era inocente, mucho más inocente de lo que Didier y yo habíamos sido...

–    Han hecho lo que han podido. - habló Pablo, y ante mi mirada asesina se explicó mejor. - Lo que han podido por no cabrear a Diablo.

–    Sí, joder, si hubiera sido él probablemente le habría arrancado los huevos directamente. - añadió el matón que había hablado antes. - Le hemos dado bien de hostias pero hemos tenido cuidado de no desgarrárselos.

–    ¿Y qué queréis, el Nobel de la Paz? - ironicé, indignada.

Me fijé en el otro matón. No hablaba, no nos miraba a nadie, solo callaba y miraba al infinito. Parecía mucho más afectado que su compañero, aunque a lo mejor simplemente lo disimulaba peor.

–    Nuria... - volvió a intervenir Pablo. - Ahora tenemos... tengo que encargarme de ti.

–    ¿Encargarte de mí? - perdí otra vez el valor y mi enfado volvió a convertirse en miedo. - ¿Encargarte cómo?

–    Según Diablo le prometiste que no te acostarías con un virgen salvo que fuera... conmigo. - me costaba interpretar las intenciones y los sentimientos del gigante.

–    ¡Que no hicimos nada! ¡Solo dormí en su cuarto porque no tenía adónde ir! - exclamé, empezando a llorar.

–    Diablo me ha pedido que te haga cumplir tu promesa, al menos en la medida en la que aún es posible. - Pablo ignoró mis palabras. - Quiere que me acueste contigo.

Por la forma en la que me miraba estaba claro que la idea le encantaba. Por la forma en la que hablaba parecía todo lo contrario.

–    ¿Que te acuestes conmigo? - repetí, incrédula.

–    En realidad... me ha pedido que te viole. - confesó, y por fin percibí una emoción en él, pues le tembló ligeramente un labio. - Por favor, Nuria, yo prefiero hacerlo por las buenas.

–    ¿En serio? - yo iba saltando entre el miedo y la indignación, y volví a venirme un poco arriba. - Que yo recuerde la primera vez que nos vimos me miraste como si fuera un trofeo, le pediste permiso para tocarme y te quedaste con mis bragas.

–    Quería tocarte un poco las tetas, joder, no violarte. - protestó, dejándome claro que su pequeño cerebro no era capaz de entender que las dos cosas eran básicamente lo mismo.

–    ¿Entonces... no quieres hacerlo? - se me ocurrió que a lo mejor podía negociar.

–    No. - insistió. - Pero como poco tenemos que acostarnos.

–    ¿Y por qué no le dices a Diablo que lo hemos hecho aunque sea mentira?

Pablo suspiró y señaló con su cabeza al matón que había hablado.

–    Él tiene que grabarlo. - dijo finalmente.

Por supuesto que tenía que grabarlo. Diablo era muchas cosas, pero no era tonto. Seguramente era perfectamente consciente de que Andrés y yo no habíamos hecho nada, y aún así decidió hacernos pagar. Suspiré, le di una señal al matón para que sacara el móvil y empezase a grabar, me puse de rodillas y bajé los pantalones y calzoncillos de Pablo, empezando a chupar su corta pero gruesa polla.

Pablo se relajó, disfrutando de la mamada y magreándome con torpeza los pechos con sus enormes manos. El matón grababa con indiferencia. Su compañero parecía estar ausente, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, y Andrés probablemente no era consciente ya de nada aún estando despierto.

Yo, por mi parte, me distraje de mi desagradable tarea ocupando mi cabeza con pensamientos. Pensamientos sobre Diablo, pero no precisamente de tipo erótico.

Ya me había quitado a mi mejor amigo y a mi compañera de piso. Ni los mejores polvos del mundo valían la pena semejante sacrificio. O el riesgo que corría siguiendo a su lado. Pero todos estábamos en riesgo mientras él siguiera controlando el campus a su antojo.

–    Follaré con los tres. - afirmé, sacándome el pene de la boca y sorprendiéndolos a todos. - Pero a cambio me vais a ayudar.

–    ¿Ayudar? - el que había hablado era el matón que había permanecido en silencio hasta ahora, que por fin parecía haber recobrado el interés por la realidad. - ¿A qué?

–    A acabar con Diablo. - sentencié.