Libertad
Hay muchas definiciones de la palabra libertad. Para mi, no hay mayor muestra de libertad que estar en paz contigo mismo. Eso es, para mí, ser libre.
Hay muchas definiciones de la palabra “libertad” y, al igual que sucede con la felicidad, o el amor, probablemente, cada persona tenga la suya. La RAE la define como la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. El preso dirá que es salir de la cárcel. El adolescente dirá que es hacer lo que le dé la gana. Otras personas dirán que es que nadie les diga lo que tienen que hacer.
Para mi, no hay mayor muestra de libertad que estar en paz contigo mismo. No tener aflicciones que te aten a ti mismo. Minimizar tus complejos de forma que sean irrelevantes. Y que esto no te quite el sueño. Eso es, para mí, ser libre.
Esto es lo que necesitaba, o más bien lo que buscaba, cuando aquella tarde entré en la consulta de Marta, y un poco así me sentía cuando, ya caída la noche, caminaba de vuelta a mi casa tras esa primera sesión. No voy a decir que me sintiera libre completamente, pero sí “un poco más libre”.
Al día siguiente, a las cuatro en punto ya estaba llamando a la puerta de Marta. Me recibió igual que el día anterior, con su sonrisa, su camiseta blanca y sus vaqueros negros. Pasamos al salón y mientras yo me acomodaba en el diván y ella en el sillón, las típicas preguntas de ¿qué tal te ha ido el día? y vaya tiempo que hace últimamente.
- ¿Qué tal estás, Carlos?
- Mejor. La charla de ayer me sentó realmente bien.
- ¿Cómo te sentiste?
Respondí a la gallega.
- ¿Durante la charla o después?
- En ambos casos
- Un poco cohibido. Te he contado cosas que no he contado nunca a nadie, cosas que me guardaba para mi. Pero a medida que te las iba contando, me sentía relajado, como si me estuviera quitando un peso de encima. Y bueno… un poco avergonzado al final.
- ¿Por qué? ¿Por tu erección?
Por un momento esperaba que no se acordara de eso. Pero sí, se acordaba.
- Sí
- Como te dije ayer, es normal. No le des más vueltas.
- Lo intentaré
Me sonrió de nuevo. La segunda vez en esa tarde. Es increíble lo mucho que me tranquilizaba y relajaba su sonrisa.
- ¿Y después?
- Cuando salí de aquí sentí que había hecho lo correcto, que aunque me había costado un poco, era lo que tenía que hacer para estar mejor. Me fui a casa, cené algo rápido y un Vladimir.
- ¿Un Vladimir?
- Una pajilla y a dormir.
No pudo evitar soltar una carcajada, y su risa inundó la habitación. Tanto que hasta yo también empecé a reír.
- No me digas que tampoco habías oído eso nunca.
- Pues la verdad es que no.
- No te acostarás sin saber una cosa más.
Ahora casi parecía yo el psicólogo. Tras las risas, continuamos la charla, igual que el día anterior..
- ¿Te masturbas a menudo?
- Depende lo que entendamos por “a menudo”, pero te diría que sí. Normalmente una vez al día.
- Y, ¿cómo sueles hacerlo?
- Por la mañana, nada más levantarme, con el café mañanero, en el sofá, me pongo un video porno, enciendo un cigarro y… ya sabes.
- ¿En el sofá?
- Ventajas de vivir solo.
- ¿Por qué por las mañanas?
- Me apetece más, por aprovechar la típica erección matutina. Y porque me relaja antes de ir a trabajar.
- Y ayer, ¿por qué fue por la noche?
- Cuando me metí en la cama, recordé todo lo que habíamos hablado, lo que te había contado, mi erección al final...y me terminé excitando.
- ¿En qué pensabas mientras te masturbabas?
Dudé un poco antes de responder.
- Prefiero no decírtelo.
No coló. Después de todo lo que le había contado, el hecho de que no respondiera a esa pregunta sólo podía significar una cosa.
- ¿Te masturbaste pensando en mí?
- Sí - respondí avergonzado-. Perdona.
- ¿Por qué me pides perdón? - otra vez esa sonrisa.
- Nunca le he dicho a una chica que me he pajeado pensando en ella. Me ha parecido un poco violento.
- No me pidas perdón, no pasa nada. No me molesta en absoluto.
- Gracias.
- A ti - sonrisa de nuevo-. Pero aún no has respondido a la pregunta.
- ¿Qué pregunta?
- ¿En qué pensabas?
- Me acordé de ese momento que señalaste mi polla marcada en los vaqueros. Cuándo me dijiste que a ti también te había excitado. Cuando vi tus pezones marcados en la camiseta. Y me preguntaba si tú también te estarías tocando.
Nos quedamos en silencio unos segundos, que, acordándome del día anterior, yo aproveché para echar una ojeada a sus tetas. No, hoy no se marcaba nada. Obviamente, me pilló.
- Hoy no se marcan - y de nuevo la sonrisa-.
- Mierda, perdona Marta.
- Deja de pedirme perdón anda. Si me molesta algo te lo diré, pero mientras, no me vuelvas a pedir perdón, ¿vale?
- Vale.
O sea, que tenía vía libre para mirarle las tetas. Guay.
- ¿Seguimos, Carlos?
- Sí, por favor.
- Ayer me contaste que tu primera vez había sido con esa chica que tuviste un rollo en la universidad, y que habías tenido otro rollo hace un año, ¿verdad?
- Sí, así es.
- Entre medias, ¿nada?
- Nada de nada.
- ¿Por qué?
- Bueno, me vine a Madrid. Demasiados cambios: cambio de ciudad, de vida, de gente que te rodea, empezar en el trabajo… un poco de todo.
- Pero eso, por lo que me cuentas fue hace tiempo. ¿Cómo es que hasta el año pasado nada de nada?
- Me centré bastante en el trabajo. Quería aprender y progresar. Salía poco con algunos amigos que también se vinieron a Madrid, pero como ya te dije, ligar siempre se me ha dado mal.
- ¿Y alguna chica que conocieras en el trabajo?
- A ver, en el trabajo, que me gustaran a mi, obviamente sí. Pero precisamente por conocerlas del trabajo, sabes cosas de su vida, y con las que me llevaba bien sabía que tenían novio. O novia. Entonces nunca intenté nada con ellas.
- ¿Y de esos chat en los que entrabas?
- Poco a poco dejé de entrar. Falta de tiempo, y en cierto modo de ganas. Me pasé a las app de ligue del móvil.
- Y ahí, ¿tampoco nada?
- Esta chica de hace un año, nada más.
- Cuéntame, ¿qué pasó con esa chica?
- Bueno, como te digo la conocí en una app de ligue. En estas app existe el tópico de que los tíos solo entramos para buscar con quién echar un polvo, pero no era mi caso. Nunca lo ha sido en realidad, nunca he buscado echar un polvo sin más, aunque el único que había echado hasta el momento fue eso precisamente. Vi a esta chica en la app, en su foto me pareció guapa, me gustó lo que ponía en su descripción y le envié un mensaje, como a tantas otras, pero como siempre, sin esperanza de respuesta. Prácticamente ninguna respondía. Y la que respondía era para decirte, en el mejor de los casos, “Lo siento, pero no eres mi tipo”.
- Pero esta chica te respondió.
- Sí. Todavía no sé por qué, porque tampoco le decía nada del otro mundo en el primer mensaje. Poco más que un “Hola, ¿qué tal te ha ido el día?”. Le debí caer en gracia.
- A veces algo tan simple como preguntar qué tal te ha ido el día es la mejor forma de entrar a una chica.
- Supongo que sí.
- Por favor, Carlos, sigue.
- Como te iba diciendo, me respondió y empezamos a hablar, a conocernos. Una charla típica, pero agradable. Nos caímos bien, intercambiamos más fotos ya por Whatsapp, y así estuvimos hablando aproximadamente un mes.
- ¿Qué dijo cuando te vio en las fotos?
- Bueno, ya me había visto en la foto que tenía en mi perfil de la app, así que imagino que no se llevó ninguna sorpresa. Pero me dijo que era guapo, que le gustaba.
- Ese era uno de tus miedos según me decías ayer, el rechazo al físico.
- Sí, y aunque nunca me he creído que sea guapo, me subió el ánimo que me lo dijera y, sobre todo, que no huyera de mí y me quisiera seguir conociendo.
- Y físicamente, ¿qué te pareció ella a ti?
- Muy guapa, aunque digamos que no seguía los cánones de belleza generales. Vamos, que tenía sus curvitas, estaba un poco rellenita. Morena, ojos marrones, pelo largo, gafas… Sí, me pareció guapa y atractiva.
- Dices que empezasteis a hablar por Whatsapp. ¿De qué hablábais?
- De todo un poco. De nuestras vidas, de nuestros trabajos, de nuestras relaciones anteriores…
- ¿De sexo?
- Sí, también. Alguna conversación tuvimos sobre el tema. Pero tampoco nada del otro mundo, básicamente si habíamos follado mucho o poco.
- ¿Y qué le dijiste cuando te preguntó?
- “Algún rosco me he comido pero no soy el dueño de la pastelería”
- Jajajaja. Lo mismo que te dijo la chica de tu primera vez.
- Eso es - esta vez fui yo el que sonrió-.
- ¿Y qué te respondió ella?
- Hizo lo mismo que tú, reírse. Me preguntó qué significaba eso y le dije, que significaba que no tenía mucha experiencia, que había follado pero que, por ejemplo, nunca me la habían chupado. No entré en más detalles, no le dije que sólo había follado con una chica y que habían sido sólo dos polvos en una noche. Tampoco me preguntó más, la verdad.
- Si te hubiera preguntado, ¿se lo habrías contado?
- En ese punto ya teníamos cierta confianza, así que creo que sí se lo habría contado.
- Supongo que ella también te contó qué experiencia tenía, ¿verdad?
- Sí, pero tampoco entró en detalles. Me dijo que había estado con tres chicos: un novio que le duró 5 años, un rollo de verano y su último novio con el que lo había dejado hacía un año.
- ¿Te importó eso? Que tuviera más experiencia que tú digo.
- Para nada.
- A algunos chicos eso les molesta.
- Sinceramente es algo que me da exactamente igual. Igual que no quiero que me juzguen a mi por mi experiencia, no juzgo a nadie por la suya.
- Eso dice mucho de ti, Carlos.
- Lástima que otras no sepan verlo. Pero gracias.
Marta, tras quedarse callada unos segundos dándome tiempo para pensar, me invitó a continuar.
- Sigue contándome Carlos. ¿Cómo os conocisteis en persona?
- Sería al mes de haber empezado a hablar por Whatsapp. Me lo había pedido varias veces, pero a mi me daba corte. Hasta ese momento, solo había quedado así con la chica de mi primera vez. Al final me dije que había que echarle huevos. Quedamos en tomarnos juntos una cerveza a media tarde, y ver si en persona había feeling. Y ya veríamos.
- ¿Cómo fue ese primer contacto?
- Quedamos en un bar céntrico, y con lo nervioso que estaba, llegué como media hora antes. Ella fue puntual, y a la hora acordada la vi aparecer por la esquina de la calle. La reconocí enseguida, y ella a mí también, porque me saludó desde lejos. Mientras se acercaba, me fijé más en ella: estaba un poco más gordita y más bajita de lo que se apreciaba en las fotos, pero me seguía resultando guapa y atractiva. Nos saludamos con timidez y los dos besos de rigor, y nos sentamos en la terraza mientras el camarero nos traía las cervezas.
- ¿Timidez tuya o de ambos?
- De ambos. Aunque fue sólo al principio. Habíamos hablado mucho virtualmente, y a medida que empezamos a hablar en persona, nos fuimos soltando.
- ¿Cómo fue esa charla?
- Bien. Empezamos hablando de ese primer encuentro, de lo que me había costado decidirme. Me dijo que le parecía más guapo en persona que en las fotos, que le gustaba que fuera “alto y fuertote”. Yo le dije que ella a mi también me parecía guapa, aunque en las fotos me había parecido más alta. Se rió y me dijo que eso se lo habían dicho muchas veces. Y así entre cerveza y cerveza, pasamos la tarde y cenamos juntos en el bar.
- O sea, que hubo feeling.
- Sí. Ya después de cenar, el bar cerraba y nos íbamos a ir a casa. Durante la charla habíamos hablado de cine, y los dos queríamos ir a ver una película que habían estrenado hacía poco. Así que, venciendo mi miedo a un rechazo a una segunda cita, la invité al cine el viernes. Aceptó, así que quedamos para ese viernes, y nos despedimos con los dos besos de rigor otra vez.
- ¿No pasó nada más ese día?
- No. Luego me confesó que se había quedado con ganas de que la besara. Y reconozco que yo también me quedé con ganas de hacerlo. Pero no me atreví, había sido una buena tarde, había feeling y no quería estropearlo.
- ¿Te arrepientes de no haberla besado en ese momento?
- No. Aunque me quedé con las ganas, no me arrepiento. Creo que fue mejor así.
- ¿Cómo fue ese viernes en el cine?
- Durante la semana seguimos hablando, y quedamos en un cine para la película. La película al final era una mierda, pero fue agradable pasar el rato con ella. Sentados en las butacas nos cogimos de la mano, y al rato me atreví a pasar mi mano por sus hombros y abrazarla. Parece que le gustó el gesto, porque se abrazó a mi.
- Y a ti, ¿te gustó ese gesto?
- Mucho. Tanto que me empalmé, como cuando me besaba con mi primera novia. Pero esta vez sin beso.
- ¿Sólo con el abrazo tuviste una erección?
- Sí y no. Tenía la piel muy suave, me gustó mucho eso. Era algo nuevo, y me excitaba. Pero lo que terminó de excitarme fue su escote. Hasta ese momento apenas me había fijado en sus tetas. Sí le había echado una ojeada cuando la había visto venir por la calle el día anterior, pero nada más. En el cine, con ella abrazada a mi, notaba su teta derecha sobre mi costado, y en un destello de la pantalla, vi su escote. En ese momento me acordé de las únicas tetas que había visto hasta ahora, que eran pequeñitas, y aunque tampoco se veía mucho por el escote, las de esta chica eran bastante más grandes. Y sí, me empalmé.
- ¿Ella lo notó?
- No, no lo notó. En la postura que estábamos mi paquete le quedaba lejos. Por fortuna, se me bajó antes de que acabara la película.
- ¿Y al acabar la película?
- Salimos agarrados de la mano del cine, y la acompañé a su coche. Allí ya, al despedirnos, y con la calle vacía, me lancé y la besé.
- ¿Te correspondió al beso?
- Sí, totalmente. Se notaba que los dos nos teníamos ganas. Estuvimos más de media hora besándonos, explorando nuestras bocas con la lengua, recorriendo con las manos nuestros cuerpos. Vamos, magreándonos y sobándonos como dos adolescentes.
- Y te volviste a excitar.
- Sí, me empalmé otra vez, cuando le toqué el culo. El hecho de que llevara leggins me permitió tocar bien agusto, y notar que a pesar de ser un poco culona, lo tenia durito. Al agarrarla del culo, se pegó más a mi y noté sus tetas sobre mi camiseta y ya me puse palote del todo.
- Esta vez sí lo notaría, ¿verdad?
- Ya te digo. se rozaba contra mi, y de vez en cuando me la agarraba por encima de los vaqueros. Era muy morboso y excitante. Pero de pronto pasaron unos chavales borrachísimos que cuando nos vieron, nos empezaron a decir “dale caña” o “fóllatelo”. Nos dio vergüenza y nos separamos. Nos cortaron el rollo, la verdad.
- Desde luego. ¿Qué hicisteis?
- Cuando desaparecieron nos volvimos a besar más calmadamente. Nos separamos un momento y me dijo que mejor nos fuéramos a casa. Cada uno a la suya vamos. Le dí un beso suave en los labios y le pregunté si estaba segura de eso. Me dijo que no, que le apetecía llegar hasta el final y pasar la noche juntos… pero que los chavales le habían cortado mucho el rollo. Nos despedimos con un beso, se montó en el coche y se fue.
- Y tú, ¿qué hiciste?
- Me fui a mi coche, y me hice una paja. Y para casa.
- Parece un poco raro que en esa situación, y diciéndote que le apetecía seguir, el simple hecho de que unos borrachos os dijeran algo la echara para atrás.
- En ese momento me pareció normal, pero conduciendo a casa lo pensé y a mi también me pareció raro. Cuando llegué a casa, y revisé el Whatsapp me había escrito y me explicó por qué esa reacción.
- ¿Y por qué era?
- Porque llevaba unas bragas feas y además no se había depilado. Y le daba vergüenza que la viera así la primera vez.
- Jajaja. Tengo que reconocer que la entiendo perfectamente.
- Sí, a mi en ese momento me pareció una tontería, pero luego ya pensándolo más fríamente, también la entendí.
- Supongo que volvisteis a quedar, ¿verdad?
- Sí. Durante la semana, por nuestros trabajos y el hecho de vivir un poco lejos uno del otro no podíamos vernos fácilmente. Así que quedamos en vernos el viernes siguiente, sin concretar nada más. Esa semana las conversaciones fueron subiendo de tono, hasta el punto que el miércoles nos acabamos masturbando virtualmente. después de eso, me dijo que teníamos que terminar lo del viernes pasado, así que le propuse que se viniera a mi casa a cenar el viernes.
- ¿A cenar o a follar?
- Jajaja. A cenar. Lo de follar los dos sabíamos que iba implícito.
- ¿Qué pasó ese viernes?
- Cuando salí de trabajar, y llegué a casa, me puse a adecentarla un poco. Pasar el aspirador, limpiar un poco el polvo, recoger mi habitación, cambiar las sábanas… lo normal. Bajé al súper con intención de comprar algo para hacer la cena, pero entre que no sé cocinar mucho, que no veía nada que me convenciera, y que no sabía qué le gustaba, decidí que mejor pedir la cena a domicilio. Así que cambié el plan y cogí algo para picar y unas cervezas de importación. Ya en la caja para pagar, vi detrás de la cajera un expositor con condones, y caí en la cuenta de que no tenía condones en casa. Como me daba vergüenza pedírselos a la cajera, ya que compraba ahí a diario, al salir del súper me fui a una farmacia a la otra punta del barrio, a la que no iba nunca, a comprarlos.
- Jajajaja. Anda, sigue.
- Pues eso, me volví a casa, y caí en otra cosa. Me acordé de lo que me había dicho, de porqué el viernes anterior no había querido seguir y me di cuenta que yo también tenía unos pelos interesantes ahí abajo. Y si ella se iba a “arreglar” para mi, lo justo es que yo hiciera lo mismo. Así que agarrando la maquinilla de afeitar, recorté todos los pelos, y luego con la cuchilla afeité mis huevos y la base de mi polla, dejándolos lisos y suaves. Hasta me pareció que había crecido cuando terminé.
- Si cortas el césped el árbol parece más grande.
- Jajaja, esa no me la sabía yo.
- Para que veas. Venga, sigue.
- Me acicalé un poco, aunque tampoco mucho. Ducha, afeitado rápido, un poco de desodorante, pantalón de chándal, bóxer negro y camiseta de estar por casa. Limpio, eso sí. Nuevo en realidad, que lo tenía guardado desde hacía un año y me pareció buena ocasión para estrenarlo.
- Buena ocasión era, pero tampoco es lo más sexy del mundo ¿eh?
- Jajaja. Lo sé, pero estaba en mi casa, y no me siento cómodo de otra forma. Y pensé que, total, qué más daba un vaquero y una camiseta, que un chándal si total, la idea era acabar sin ellos.
- Jajaja. También es verdad.
Tras el chascarrillo y las risas, Marta, levantándose, me ofreció un vaso de agua. Tras servirse uno para ella y otro para mi, se volvió a acomodar en el sofá y me invitó a continuar.
- Ya arreglado, por decir algo, faltaba casi una hora para que llegara ella, y…
- Perdona Carlos, todo el rato dices “ella”. ¿Cómo se llamaba?
- Sara. Pues eso, faltaba casi una hora para que llegara Sara, y yo estaba, otra vez, muy nervioso. Por mi mente pasaban mil cosas, pero había una que lo hacía con más fuerza que las demás: “después de tanto tiempo, por fin vas a follar otra vez, así que no la cagues tío”.
- ¿Tenías miedo de “cagarla”?
- A ratos sí, a ratos no. Era un vaivén.
- Entiendo, sigue.
- Sara me avisó que se retrasaba, que no encontraba sitio para aparcar, y esos quince minutos que se retrasó se me hicieron eternos. Por fin, llamó a mi puerta, y cuando la vi, me pareció todavía más guapa y atractiva que el viernes anterior. Nos saludamos con un beso, sus manos en mi cuello, las mías en su culo (otra vez venía con leggins). Tras el saludo, le enseñé mi casa, algo que dado su tamaño fue rápido, y cogiendo dos de las cervezas que había comprado y el picoteo, nos sentamos en el sofá, charlando tranquilamente, y con la televisión de fondo. De vez en cuando nos abrazábamos, nos dábamos un beso, una caricia por aquí, una caricia por allá, pero sin atrevernos ninguno de los dos a dar el paso definitivo.
- ¿Quién dió ese paso definitivo?
- Ella. En uno de esos abrazos mientras nos besábamos, mi mano, sin querer, acabó sobre su teta, y cuando me di cuenta, la bajé rápidamente a su cintura. Obviamente se dio cuenta, y sin dejar de besarme, me agarró la mano y la volvió a poner sobre su teta. Con su mano sobre la mía, me invitaba a tocarla y achucharla. Notaba en mi mano el contorno del sujetador y el calor de su piel a través de la fina tela de la camiseta. Sin dejar de besarme, su mano había pasado a acariciarme a mi el pecho, primero por encima de la camiseta y luego por debajo, directamente sobre la piel. Cuando bajaba la mano, llegaba hasta mi polla y me la tocaba un poco por encima del chándal, volviendo a subir a mi pecho.
- ¿Empalmado?
- Como una piedra me tenía. Viendo que yo no pasaba de tocarle la teta por encima de la camiseta, y que iba a tener que ser ella la que llevara la voz cantante, se sentó a horcajadas sobre mí y dándome un beso rápido, se quitó la camiseta. Me quedé embobado viendo ese par de tetas tapadas sólo por un sencillo sujetador blanco. Sin darme tiempo a reaccionar, me quitó ella a mi la camiseta, me agarró las dos manos, las puso sobre ellas diciendo “tócamelas” y comenzó a frotar su entrepierna contra mi polla, ropa de por medio.
- Y se las tocaste.
- Con todas mis ganas. Una mano en cada teta, apretando, acariciando, recorriendo con la yema de los dedos el borde entre la tela y su piel, recorriendo su redondez. Sara me miraba, mordiéndose el labio y no paraba de rozarse con mi polla, de forma suave y lenta, pero a mi me tenía a mil. Se acercó a mi para besarme, y aprovechando el momento traté de quitarle el sujetador. No podía, no encontraba el cierre. Sara, viendo mi torpeza, se incorporó con una sonrisa y se lo quitó ella: se desabrochaba por delante. Por fin se las vi sin obstáculos.
- ¿Qué te parecieron?
- Maravillosas. Las comparaciones son odiosas, pero nada que ver con las de la chica de mi primera vez. Aquellas eran tetitas. Éstas eran tetazas. Grandes, algo más que mi mano, redondas, un pelín caídas pero que le daba un punto sexy tremendo, con una areola marroncita como del tamaño de una moneda, y un pezoncito pequeño. Agarrándola de la cintura la atraje hacia mí y volví a besarla. Notaba sus tetas sobre mi pecho, la suavidad de su piel sobre mi vello pectoral, sus pezoncitos clavándose, su lengua en mi boca, y sus manos en mi cuello. Bajé mis manos por su cintura, acariciándola, y las pasé por debajo de sus leggins para tocarle el culo. También el culo lo tenía suave, toda ella era suave y eso me estaba poniendo más aún. Suave y duro. Estaba en el paraíso.
Me quedé callado unos segundos, pensando como continuar, y miré a Marta. Me sonreía, pensativa, mirando hacia mi entrepierna. No, hoy no estaba empalmado. Bueno, un poco sí, pero aún no se notaba.. Bajé un poco la mirada y sí, en su camiseta ya se marcaban bien sus pezones. Volví a mirarla a los ojos. Seguía sonriendo.
- Sigue, Carlos.
- Parece que a ella le molestaba mi chándal, y la verdad es que a mi me molestaban sus leggins ya. Así que Sara dejó de besarme, se agachó entre mis piernas, y agarrando el pantalón por la cintura comenzó a bajarlo. Nada más ver mi polla dura bien marcada en el bóxer, se mordió el labio, pero siguió hasta que me lo quitó por completo. Se incorporó acariciándome las piernas mientras lo hacía, y cuando estuvo de pie, se dio la vuelta, y se bajó los leggins hasta enseñarme su culo. Llevaba un tanga sencillo, blanco, que se perdía entre sus dos redondas nalgas. El contraste de la tela blanca con su piel morena era muy excitante. Se dio la vuelta y doblándose por la cintura, terminó de bajarse los leggins. Volvió a sentarse sobre mi, besándome de nuevo y ya con libertad para tocar su culo como quisiera. Al hacerlo, volvió a rozarse suavemente con mi polla, separados por la tela de su ropa interior. Y a pesar de esa ropa interior, notaba en mi polla el calor de su coñito. Mucho calor. Dejé de besarla, y bajé por su cuello dando besos suaves hasta llegar a sus tetas. Viendo mis intenciones, y dado que la postura para mi era algo incómoda, dejó de moverse, acomodando mi polla entre sus piernas, sobre su coñito y acercándome la cara a ellas. Lamí ese par de tetazas como si me fuera la vida en ello, en toda su extensión. Cada vez que lamía sus pezoncitos, Sara gemía. Los tenía muy sensibles. Dándome cuenta de eso, comencé a lamer y chupar esos pezones, primero uno y luego otro. Sara cada vez gemía más, y yo notaba sobre mi polla, además de calor, humedad. Se estaba mojando pero bien.
- ¿Se corrió así?
- Sí, se empezó a mover otra vez rozándose con mi polla, yo seguía lamiendo sus pezoncitos y con un suave “me corro” y un gemido ahogado se corrió.
- ¿Y tú? Tenías que estar a mi también.
- Cuando empecé a comerle las tetas, la verdad es que se me bajó un poco la erección, pero cuando noté como se corría, aún con el tanga y mi boxer puestos, eso volvió a crecer. Así que ahí la verdad es que aguanté.
- ¿Cómo siguió la noche?
- Después de correrse, me besó, me abrazó y se quedó así un momento. Cuando se recuperó me dijo al oído: “Quiero ser la primera que te haga esto”. No sabía a qué se refería, pero tampoco pregunté. Era mejor averiguarlo. Comenzó a deslizarse hacia abajo, besando mi cuello, mi pecho, mis pezones. Siguió bajando, llegó a mi polla y dio un beso a mi capullo por encima de la tela mojada de su corrida anterior antes de empezar a bajarme el bóxer. Volvió a morderse el labio cuando me vio la polla, y repitiendo la operación de antes, terminó de sacarme los boxer y de rodillas en el suelo, subiendo con sus manos por mis piernas, llegó a mi polla. Mirándome y sonriendo, me la agarró y comenzó a pajearme despacito, con su cara cerca de mi polla. Ahí entendí a qué se refería antes.
- Tu primera felación.
- Sí. Me dijo que “espero que lo disfrutes” y empezó lamiendo por la parte de abajo, desde los huevos al capullo, aún cubierto. Hizo un círculo con la lengua sobre mi glande y volvió a bajar lamiendo hasta los huevos otra vez. Así varias veces, siempre suave y con calma, descubriendo mi capullo cada vez más. En una de esas y con mi capullo ya liberado, al subir se lo metió en la boca y empezó a chupar despacio. Lo metia y sacaba lentamente de su boca, haciendo una muy leve presión con sus labios, y metiendo un poco más de polla cada vez. Como ya te dije no estoy muy dotado, pero ver mi polla en su boquita, entrando cada vez más, me hizo pensar que a lo mejor no la tenía tan pequeña como yo pensaba. Parecía que le costaba.
- ¿Se la metió entera en la boca?
- Sí, poco a poco cada vez iba bajando más hasta que toda entró en su boca. Se quedó así unos segundos, y se la volvió a sacar, pajeándome despacio y tomando aire cuando estuvo toda fuera. Yo sólo pude soltar un “uau”, estaba en la gloria y cachondo a más no poder. No me dejó apenas respirar, volvió a meterse mi polla en la boca, a chupar un poco más rápido y en un momento dado succionó fuerte mi capullo. Si yo ya estaba aguantándome las ganas de correrme desde que vi toda mi polla en su boca, esto me estaba matando, y empecé a soltar el líquido preseminal. Sara al notarlo, paró y me preguntó, con algo de decepción en la voz, si me había corrido.
- ¿Y lo habías hecho?
- No, como te decía sólo era preseminal. Suelo mojarme bastante antes de correrme. Se lo dije y cuando ví que volvía a la carga, le dije que parase. Si volvía a notar su lengua en mi polla me iba a correr sin remedio. Sin dejar de tocarme, pero con cuidado de no rozar mi glande, me preguntó, con su voz suave, si quería metérsela. Además lo dijo con esas mismas palabras: “¿Quieres metérmela?”. Yo estaba en la gloria, y le hubiera dicho que sí a lo que me hubiera pedido. Y desde luego que quería metérsela. Pero estaba tan a punto, que si no me corria mientras me ponía el condón, lo iba a hacer en cuanto se la metiera.
- ¿Le dijiste que no?
- No directamente. Le dije que prefería comerle el coñito yo a ella antes, que sino me iba a correr enseguida. Le pareció buena idea, pero me sugirió ir a la cama, Así, yo desnudo, ella en tanga y con todo el resto de la ropa desperdigada por el salón, me arrastró de la mano hasta mi dormitorio. Al llegar al borde de la cama, le di la vuelta y comencé a besarla, tumbándola poco a poco sobre la cama y yo encima. Empecé a bajar por su cuello, con besos, pasé por sus tetas de nuevo, lamiendo otra vez y acariciando con la punta de la lengua sus pezoncitos, provocándole otra vez esos gemidos que antes la habían hecho correrse. Seguí bajando por su tripa hasta llegar a ese tanga blanco. Seguí un poco el juego que ella había hecho antes conmigo, le di un beso sobre el tanga en su monte de Venus, y deslizando mis manos por sus caderas, agarré la cintura del tanga y lo deslicé por sus piernas hasta quitárselo. Abrí sus piernas y por fin vi su coñito: totalmente depilado, con los labios un poco gorditos, la piel morena como el resto de su cuerpo, y brillante de su humedad, y su clítoris como un botoncito que invitaba a ser pulsado. Poniendo sus piernas sobre mis hombros, fui acercando mi cara poco a poco a su coñito.
- ¿También tu primer cunnilingus?
- Sí, eso es. Nunca había hecho uno, pero eso ella no lo sabía, no se lo había contado. Empecé lamiendo su rajita de abajo arriba, con toda mi lengua. Primero suave, y haciendo cada vez más presión tratando de separar sus labios. Cada vez que subía y llegaba a su clítoris, le daba toquecitos rápidos con la punta de la lengua. La primera vez que hice eso no dijo nada. La segunda gimió y soltó un “uff”. A la tercera ya gemía fuerte, y levantaba sus caderas pidiendo más lengua en el clítoris. La hice esperar un poco más, y volviendo a bajar con la lengua, separé con mis dedos sus labios y empecé a lamer su agujero, tratando de meter mi lengua dentro. Con una mano me agarraba del pelo gimiendo, y con la otra me indicaba su clítoris diciendo que “aquí, por favor”. No le hacía mucho caso, aunque de vez en cuando, dejaba escapar mi lengua a su clítoris, le daba dos toquecitos y volvía a su rajita, que cada vez estaba más mojada. Empecé a meterle un dedo, y viendo que entraba suave hasta el fondo, probé con dos. Entraban más apretados, pero con su humedad se deslizaban bien, y Sara levantaba las caderas pidiendo más. Metiendo y sacando dos dedos de su coñito, aumentando el ritmo poco a poco, volví con la lengua a su clítoris y de la misma forma, empecé a lamer y aumentar el ritmo sobre él. Sara gemía, casi chillaba, me decía “Joder, sí, sigue, sigue”. Y esta vez sí le hice caso. Seguí así, mis dedos chapoteando en su coño y mi lengua sobre su clítoris. Hasta que noté como cerró las piernas sobre mi cabeza, y se empezó a retorcer diciendo, entre jadeos, “Me corro, me corro”.
- Y se corrió.
- Sí, en mi boca. Seguí un poco más, hasta que la noté dar unos pequeños espasmos y empezó a gemir más suave. Sus piernas se relajaron, y dejó caer sus brazos sobre la cama. Mi boca y su coño estaban totalmente empapados. Le acaricié el coñito con la mano, suavemente, y le pregunté que qué tal. Me dijo que le había encantado.
- Buena señal entonces.
- Ya te digo. Yo, que solo había estado con una chica en mi vida, que nunca me había comido un coño, había hecho correrse a una chica la primera vez que lo hacía. De algo tenía que servir ver tanto porno.
- Jajajaja. Sí, eso parece. Sigue, por favor.
- Me tumbé a su lado en la cama, los dos desnudos aún sobre el edredón y nos volvimos a besar. No le importó besarme con mi boca llena de sus flujos. Sara empezó a tocarme otra vez la polla, que con la concentración que había puesto en comerle el coño había quedado a medio gas. No tardé en volver a estar duro. Cogiendo un condón de la caja que estaba sobre la mesilla, y agachándose sobre mi polla, me dio un lametón en la polla. Me puso el condón, y debo reconocer que eso hizo que me volviera a bajar un poco la erección, pero seguía suficientemente dura como para meterla. Se puso a horcajadas sobre mi, y agarrándome la polla por detrás de su espalda, la apuntó a su coñito y empezó a bajar. Había entrado medio capullo cuando soltó un gemido. Parecía que le costaba entrar. Yo en un acto reflejo, al notar eso, elevé un poco mis caderas, y Sara se levantó. Me pidió que estuviera quieto, que “la tienes un poco gordita para mi, dejame a mi sola”. Eso hice y ella volvió a repetir la operación, colocándose mi polla otra vez en su agujero y empezando a bajar. Esta vez sí entró. Apretada, pero poco a poco iba entrando. Yo notaba la estrechez de su coño, el calor sobre mi polla a pesar del condón. Siguió bajando hasta que lo que noté fue humedad sobre la base de mi polla. Se la había metido entera y suspiraba. Aproveché ese momento para tocarle un poco las tetas otra vez, y Sara empezó a moverse. Suave al principio, haciendo círculos con la cadera sin sacarse ni un centímetro de mi polla. Luego, cuando el ritmo aumentaba, empezó a saltar sobre mi polla, apoyando sus manos en mi pecho. La agarré de la cintura y la acompañaba en ese movimiento, que hacía botar sus tetas ante mi cara y que cada vez se volvía más rápido. Demasiado rápido. Con un “Sara, que me corro”, le hice saber que estaba a punto. Se quedó quieta, con media polla en su coño y media polla fuera, y me dijo “Dame tú ahora, rápido”. Empecé a mover rápido la cadera, todo lo que la posición me permitía, y ella, llevando una mano a su coñito, empezó a acariciarse el clítoris también rápido. Volví a decirle que me corría, y aumentando el ritmo de su mano, me dijo “Yo también, córrete ya”.
- Y te corriste.
- Con todas mis ganas. Levanté la cadera y empujé mi polla todo lo dentro de su coño que pude, me quedé quieto así y me corrí. Al notar que hacía eso, dejó caer su peso sobre mi, mi culo volvió a quedar sobre la cama con toda mi polla en su interior, y con un par de movimientos rápidos en su clítoris, Sara también se corrió. Se dejó caer sobre mi, aún con mi polla dentro, desinflándose y permanecimos así unos minutos. Tras recuperar los dos un poco el resuello, rodó a mi lado, saliendo mi flácida polla de su coño y dándome un beso suave en los labios se abrazó a mi.
Me quedé callado, y Marta también. Seguía sentada en el sofá, con las piernas cruzadas, pero esta vez no me miraba a mi. Miraba a la pared, a la nada, pensativa. Eché un vistazo a sus tetas, y sí, seguía marcando pezones en la camiseta.
- ¿Marta?
Volvió su mirada hacia mi cara primero, hacia mi paquete después (que, ahora si, ya se me notaba bien empalmado) y a mi cara otra vez, sonriendo.
- Sí, perdona. Parece que fue un buen polvo.
- Sí, la verdad estuvo bastante bien. Aunque a mi me pareció corto.
- ¿Corto? Por cómo lo has contado, no lo parece.
- Si, o sea, el magreo en el sofá serían como diez minutos, dos de mamada, cinco de comida de coño, y si acaso tres follando. Veinte, veinticinco minutos como mucho.
- ¿Pasó algo más ese día?
- No mucho. Desnudos como estábamos, cenamos, vimos una película que daban en la tele abrazados en el sofá, y nos fuimos a dormir.
- ¿Se quedó a dormir contigo?
- Sí, cuando terminó la película eran las doce de la noche, y le dije que si quería quedarse. Me dijo que le encantaría y nos fuimos a la cama.
- Dormisteis juntos entonces.
- Sí.
- Y desnudos.
- Sí. O sea, yo siempre duermo desnudo. Y ese día, con una chica en mi cama por primera vez, con más motivo.
- ¿Era la primera vez que dormías con una chica?
- Sí. Aunque dormir, lo que se dice dormir, poco.
- ¿Echasteis otro?
- No. Aclaro: yo dormí poco, Sara durmió casi toda la noche.
- ¿Por qué dormiste poco?
- Como te decía, era la primera vez que dormía con una chica. No estoy acostumbrado a eso. Además, dormimos haciendo la típica cucharita: su culo pegado a mi polla, mi pecho contra su espalda y abrazándola con una mano en su teta. Demasiado nuevo todo para mi.
- Sé a qué te refieres. Las primeras veces que duermes acompañado cuesta.
- Sí.
- ¿Y al día siguiente?
- Me dormí casi a las seis de la mañana. Siempre duermo a oscuras, pero esa noche, con el folleteo, me olvidé de bajar la persiana, así que a las ocho empezó a entrar luz por la ventana y me desperté. Sara seguía durmiendo y yo necesitaba ir al baño. Como pude me separé de ella, la volví a tapar con las sábanas y me fui al baño. Después, fui al salón, coloqué un poco toda nuestra ropa, que seguía por allí, en una silla, y me puse a fumar un cigarro en la ventana. En ello estaba cuando al girarme, vi a Sara en la puerta del salón, apoyada sobre el marco y sonriéndome.
- ¿Seguíais desnudos?
- Sí, no nos vestimos hasta que se fue, casi al mediodía.
- ¿Qué te dijo cuando la descubriste en la puerta del salón?
- Fui yo el que le dijo un “Buenos días”. Se acercó a mí, y nos besamos pegándonos el uno al otro. Nos tomamos un café en el sofá, y al acabar, volvimos a follar, esta vez ahí en el sofá.
- Sí que teníais ganas.
- Muchas. Ella no había follado desde que lo dejó con su ex, hacía algo más de un año. Yo desde mi primera vez. Así que imagínate.
- ¿Cómo fue ese polvo? Así, en cuatro palabras.
- Más largo que el anterior, aunque un poco peor, la verdad. Resumiendo mucho: le comí el coñito, luego ella a mi la polla, y cuando la tuve dura, me cabalgó hasta que nos corrimos.
- Dices que se fue casi a mediodía, ¿qué hicisteis hasta que se fue?
- Follar otra vez. O más bien, intentarlo.
- ¿Por qué dices que intentarlo?
- Después del polvo del sofá nos quedamos ahí hablando de cosas banales. Yo empecé a acariciarle la pierna, me acercaba con la mano a su coñito, le tocaba las tetas de vez en cuando. Me gustaba tocarla, esa suavidad de su piel me relajaba y agradaba. Ella tampoco se quedaba quieta ante mis caricias, y también me tocaba la polla, los huevos, y el pecho. Medio me empalmé, y me preguntó si me apetecía otro antes de que se fuera. Volvimos a la cama, y a base de caricias, toqueteos y besos me empalmé del todo. Me puse el condón y empecé a follármela de misionero. Pero al ponerme el condón, se me bajó un poco la erección, y debí ponérmelo mal, así que a las tres metidas se rompió. Me di cuenta enseguida, la saqué y traté de ponerme otro, pero ya no se me levantaba.
- Tuviste un gatillazo, vamos.
- Sí. Y a mi me cortó todo el rollo. Ella me decía que no pasa nada, que daba igual, que era normal, habíamos echado ya dos polvos… vamos, lo típico. Pero a mi me dejó un poco de mal cuerpo. Ignorando lo que me decía, le dije que al menos me dejara comerle el coño antes de irse. Me dijo que encantada, y eso hice: se lo comí hasta que se volvió a correr en mi boca. Y nada más. Se vistió, nos despedimos y se fue.
Me quedé callado y miré a Marta. Ella me miraba, esta vez con compasión, pero con su eterna sonrisa. Desviando la mirada, me fijé en el reloj. Llevaba aquí ya cuatro horas.
- ¿Volviste a quedar con ella?
- Sí, a las dos semanas o tres, no me acuerdo bien. Por trabajo ella tenía que salir de Madrid y por eso tardamos tanto.
- ¿Cómo fue ese nuevo encuentro?
- La verdad, fue raro desde el principio. Después de esa noche juntos no hablábamos tanto como antes, porque ese trabajo que ella tenía fuera le ocupaba bastante tiempo, pero seguíamos teniendo nuestras conversaciones subidas de tono, contándonos lo que nos haríamos la próxima vez y las ganas que teníamos de volver a follar. Volvimos a quedar, esta vez entre semana, ya que ella tenía vacaciones, y a mi me debían días libres. Pero no fue igual ni de lejos. En realidad fue un desastre.
- ¿Qué pasó?
- El día que volvió a Madrid, se vino a mi casa, y nada más entrar por la puerta nos empezamos a besar y desnudarnos. Al llegar al dormitorio, ya estábamos del todo desnudos, ella mojada y yo empalmado, mi mano en su coño, la suya en mi polla. Me puso el condón, y al igual que las otras veces, se me bajó la erección un poco. Cuando se puso sobre mi para empezar a metérsela, se me bajó del todo.
- Vaya…
- Sí, otro gatillazo. Y yo me acongojé un montón. Obviamente no pudo metérsela, así que se tumbó a mi lado y trató de calmarme. Me quité el condón, ya inservible, y Sara trató de ponerme duro otra vez, acariciándome, besándome, y tocándome la polla. Consiguió que se me pusiera un poco dura, aunque no lo suficiente para metérsela, así que lo intentó con una mamada. Me la estuvo chupando como cinco minutos, y volví a empalmar. Pero al poner el condón otra vez, volvió a medio gas. Viendo que parecía que no iba a haber forma, volvió a chuparme un poco, y me preguntó si me quería correr en su boca, a ver si eso me relajaba y luego podíamos follar. Le dije que sí, sin saber bien lo que me había preguntado. Se puso a cuatro patas, a mi lado, con su culo hacia mi, y me pidió que la tocara mientras me la comía. Y eso hice, ella sí que estaba mojada. Tras otros cinco minutos de mamada, con mis dedos en su coño, y mi polla a medio gas, terminé corriéndome en su boca. Me preguntó si ya estaba mejor, y le dije que sí. Mentía. Estaba igual o peor que antes.
- ¿Por qué le mentiste?
- No quería que ella se sintiera mal.
- ¿Qué pasó después?
- Nada. Nos quedamos un rato hablando, hasta que me dijo que creía que era mejor que se fuera a su casa. No le dije que sí, ni que no. Así que se fue.
- Suena un poco… duro.
- Sí, lo sé. Pero en ese momento el cuerpo no me pedía otra cosa.
Me quedé callado, pensando y Marta me dejó esos minutos de silencio.
- Dices que eso fue hace un año. ¿Qué pasó con esa chica?
- Después de ese día nuestra relación cambió. Hablábamos con menos frecuencia y menos complicidad. Aunque me decía que no, era obvio que los gatillazos no le habían sentado bien. O eso pensaba yo. Y era obvio que a mi esos gatillazos me atormentaban de una forma abrumadora. Tanto que tardé como una semana en volver a poder hacerme una paja como dios manda. Ni estando yo solo se me levantaba. Poco a poco dejamos de hablar, hasta que la relación se cortó por completo.
- ¿No has vuelto a saber nada de ella?
- No.
- ¿Sentías algo por esa chica?
- Hasta ese último día que nos vimos, creía que sí. Ese día, cuando se fue, me di cuenta que no sentía nada más allá de amistad y ganas de sexo.
- También esto suena muy duro.
- Lo es. Pero ayer me pediste que fuera sincero.
- Lo sé. Y te lo agradezco.
Nos volvimos a quedar callados. Yo pensando en todo lo que, una vez más, había contado a Marta y que no había contado a nadie más. Ella, mirándome sonriendo, dejándome mi tiempo.
Volví a romper yo ese silencio, con una frase como diciendo, “Y ahora, ¿qué?”
- Y poco más que contar…
- Ha sido mucho lo que has contado.
- Pero me ha gustado contártelo. Me ha sentado bien. Muy bien. Ha sido quitarme un enorme peso de encima.
- De eso se trataba, de que te sintieras mejor.
Yo no sabía por dónde seguir la conversación, así que me quedé callado esperando que fuera Marta la que siguiera hablando. Me di cuenta que ya no estaba empalmado como hacía un rato. Contar mis gatillazos, aunque me había sentado bien, había encogido mi polla al mínimo. Eché un vistazo rápido a Marta. Volvía a estar pensativa, mirando a la nada. En su camiseta ya no se marcaban los pezones. Solo se adivinaba la redondez de sus pechos. Así que me puse yo también a mirar a la nada. Fue Marta la que rompió ese silencio, y lo hizo con una frase que me dejó totalmente descolocado.
- Sí me toqué.
- ¿Cómo? - creía no haberla oído bien.
- Que ayer, cuando te fuiste, sí me toqué.
- Vaya…
No sabía qué decir, me había dejado sin palabras. Afortunadamente no me dio tiempo a decir nada más. Siguió hablando.
- Me excitó mucho que me contaras tu primera vez, y cuando te fuiste estaba muy cachonda. Me di una ducha para relajarme, pero al salir seguía igual, así que así, desnuda como estaba, me tumbé aquí en el sofá y me toqué hasta que me corrí.
- Esto… no sé qué decirte, Marta.
- Sé sincero y dime lo que se te esté pasando por la cabeza en este momento.
- ¿Segura?
- Sí.
- Se me pasan dos cosas por la cabeza: ¿Por qué me cuentas esto? y ¿Cómo te tocaste?
- Aquí, tumbada en el sofá, a oscuras, acariciándome los pechos y metiéndome los dedos como me contaste que tú se los habías metido a esa primera chica. Y te cuento esto porque lo primero que te dije ayer es que quería que hablásemos como amigos. Tú has confiado en mí para contarme todo lo que me has contado, que es muy íntimo. Me parece justo que yo te cuente algo íntimo de mí.
- A mi también me parece justo. Pero sabes que habiéndome dicho eso, me voy a hacer una paja en cuanto llegue a casa.
- Sí, lo sé. Y ya te dije antes que no me molesta.
Nos volvimos a quedar callados. Yo pensando en la confesión que me acababa de hacer Marta. Ella observándome, esperando que fuese yo el que dijera la siguiente palabra. Y lo único que se me ocurrió decir fue lo que había pensado antes y no había dicho.
- Y ahora, ¿qué?
- Ahora ya podemos empezar a ayudarte.
- ¿Ya tengo un diagnóstico?
- ¿Quieres la versión técnica o la de andar por casa? - sonriendo de nuevo, y recordando la pregunta que me había dicho la tarde anterior.
- Ya sabes que yo soy de andar por casa - ahora sonreía yo.
- Como te comenté ayer, creo que te sientes solo y necesitas algo más de autoestima. Toda la charla que hemos tenido ha sido para entender por qué te sientes solo y por qué necesitas más autoestima. Y ahora ya sabemos por qué es.
- ¿Y por qué es?
- Una cosa va ligada a la otra. Te sientes solo porque no tienes a nadie a tu lado. No tienes a nadie a tu lado por esa baja autoestima. Y esa baja autoestima viene de unas relaciones, tres en concreto, que quizá no han sido todo lo satisfactorias que te gustaría. Y en los tres casos, parece que el origen de esa insatisfacción ha sido el sexo. En el primer caso por la falta de sexo. En el segundo, una primera vez un tanto inesperada. En el último caso, bueno, tu tormento por el gatillazo, sin ánimo de ahondar más en la herida.
- Tranquila, no pasa nada. Ahora, la pregunta es, ¿qué tengo que hacer para solucionarlo? Me asusta pensar que la próxima vez que esté con una chica con la que tenga intención de llegar a algo más, todo se vaya a la mierda por un gatillazo y se repita lo de la última vez.
Marta no respondió enseguida. Me miraba, sonriendo, pero pude ver en sus ojos que su cabeza iba a mil por hora. Unos ojos que, por cierto, hasta ese momento no me había fijado en lo bonitos que eran.
- Ahora, ¿también la versión de andar por casa?
- Siempre.
- Deja que primero sea yo la que ahora sea sincera contigo. Luego, te cuento cómo vamos a poner solución a tu diagnóstico. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- Ya sabes que ayer me excité escuchándote contarme tu primera vez, lo pudiste comprobar cómo se me marcaban los pezones en la camiseta. También te he contado que me toqué pensando en ello. Y es obvio que sabes, porque me has mirado varias veces las tetas, que hoy también me he excitado escuchándote. Decías que llevas más de un año sin sexo. Lo que no sabes es que yo llevo casi dos años, también desde mi última relación, y lo que tampoco sabes es que echo mucho de menos estar con un chico en la cama. Y hora pensarás “Ya, pero eres una chica, puedes tener sexo cuando quieras”. En cierto modo es verdad, salvo por una cosa: no quiero que sea con cualquiera. Para disfrutarlo tiene que haber cierta complicidad con esa persona. Tiene que ser algo más que sexo, algo más emocional y menos físico. Y con esto no quiero decir que tenga que ser con un chico que sea mi pareja, no se si me entiendes.
- Sí, te entiendo Marta, y agradezco que confíes en mí y me cuentes esto. Confirma lo que me dijiste, que se trataba de hablar como amigos. Pero no sé a dónde quieres llegar, la verdad.
- Ahí precisamente. A esa confianza. Ayer, cuando has entrado por esa puerta, solamente eras un paciente más, alguien que necesitaba ayuda y que había acudido a mí para que yo tratara de ayudarle. Cuando te dije que pensaras en mi como una amiga, simplemente trataba de que te soltaras, que comenzaras a hablar. Pero a medida que fuimos hablando, me fui dando cuenta que efectivamente te estaba hablando como a un amigo, no como a un paciente. Fui notando esa confianza en ti, igual que tu empezabas a confiar en mi.
- Entonces, me estás diciendo que me ves como un amigo. Que no hemos estado hablando “como si fuéramos amigos”, sino que de verdad hemos estado hablando como amigos.
- Por decirlo de alguna manera, pero sí. ¿O tú no te has sentido así?
- Mentiría si dijera lo contrario.
- Genial. Dicho eso, te voy a proponer algo, esa “solución a tu diagnóstico” por llamarlo de alguna manera. Y tu decides si aceptas o no.
- Adelante, aunque creo que sé por dónde van los tiros.
- ¿Y por dónde crees que van?
- Visto lo que me has dicho antes, que llevas tiempo sin sexo, que lo hechas de menos, y la confianza y todo eso, me vas a proponer que tengamos sexo.
- No exactamente. Lo que te voy a proponer es que, el próximo viernes, te vengas aquí, y pasemos juntos el fin de semana. Sin más plan que ese. Sin planear si cocinas tú o yo, pedimos la cena o salimos a cenar. Sin planear si vamos a ver una película o jugar al parchís. Sin planear si vamos a dormir juntos o separados, si vamos a follar o no. Que el único plan sea ese: pasar juntos el fin de semana. Y la única condición, que hablemos mucho. Dejarnos llevar, que surja lo que tenga que surgir. ¿Qué me dices?
Me quedé pensando unos segundos lo que me acababa de soltar Marta. Sí, yo esperaba que me hubiera ofrecido sexo. Pero no. O sí, según se mire. Ahora era mi mente la que iba a mil por hora. Sopesaba las diferentes opciones. ¿Qué tenía que hacer el próximo fin de semana? Nada. ¿Qué podía perder? Nada. Bueno, si salía mal, quizás a mi “psicóloga”, ahora amiga. Porque sí, la conocía desde hace poco más de un día, pero ya la consideraba mi amiga. La venda que se cae y eso. Y dado que era ella la que había propuesto ese plan sin planes, no creía que fuera a perder nada. ¿Qué podía ganar? En el peor de los casos, pasar un fin de semana diferente a lo habitual. En el mejor, quizá echar un polvo. En el punto medio, pasármelo bien con una amiga nueva.
Debí pensar más que unos segundos, porque Marta llamó mi atención.
- ¡Carlos! Que te has quedado alelado.
- Que sí, te digo que sí.
- Jajaja. Me alegro. Sé que puede sonar rara la propuesta, pero… creo que es buena idea.
- Sí, yo también lo creo.
- ¿Nos vemos el viernes entonces? Que mira qué hora es ya.
Efectivamente se nos había hecho tarde. Levantándome del diván, empecé a caminar hacia la puerta.
- Sí, nos vemos el viernes. ¿A qué hora?
- ¿A las nueve te parece bien?
- Sí, perfecto.
- Que pases buena semana Carlos.
- Igualmente, Marta
Ya en la puerta, se acercó para darme dos besos de despedida, poniendo su mano en mi hombro. Sentir ese contacto fue como una descarga eléctrica.
La semana iba a ser larga.