Liberándome

Por la mañana me descubrí en medio de un charco de fluidos, algo que ya tampoco recordaba que...

1

Hola, soy Claudine y esta es mi historia…

Hace aproximadamente un año que mi único hijo, René, se vino a vivir conmigo tras divorciarse de su mujer Desirée. No entendí qué les pasó, hacían tan buena pareja que cuando me lo dijo no podía creerlo. Más tarde me enteré del porqué de su separación porque ella misma me lo contó, confirmando mis sospechas.

Al principio me dio mucha pena por ellos, porque se llevaban tan bien, pero a mi edad sabía que estas cosas pasaban, tras seis años de matrimonio su relación pasó por altibajos, como todas, pero esta se fue deteriorando hasta llegar al inevitable final.

Los primeros días me costó adaptarme a tenerlo en casa, pues estaba ya muy hecha a vivir sola y verlo en casa en calzoncillos con el torso descubierto me daba cierto pudor. Así como al salir de la ducha e ir a vestirme a mi cuarto, había perdido la costumbre de cerrar la puerta, lo que provocó algún encuentro inesperado mientras él pasaba por el pasillo y yo me estaba vistiendo. O igual estaba arreglándome para salir en el baño y él entraba y como si tal cosa se ponía a hacer pis, lo que me incomodaba, pues soy de naturaleza tímida y reservada.

René llevaba en paro ya más de dos años y estaba deprimido, casi no comía y se pasaba todo el día en el gimnasio o en su habitación, viendo videos en el ordenador.

Por las noches, la escena se repetía, se levantaba de la cena y se metía en su cuarto. Yo me quedaba viendo un poco la tele y luego me iba a acostar. A los pocos días de llegar empecé a oír los gemidos, al principio eran casi imperceptibles, pero poco a poco se fue confiando y terminé por escuchar los vídeos que veía. ¡Todos porno!

Horrorizaba escuchaba como seguía viendo este tipo de contenido hasta la madrugada, tuve que comprarme tapones para los oídos para poder dormir y a la semana me senté con él y le dije que no podía seguir así, ¡yo tenía que dormir!

— René, tenemos que hablar —le dije sentándome con él en el salón una noche.

— Bueno pues dime.

— Es que verás, por las noches oigo los vídeos que ves en el ordenador y no puedo dormir.

— ¡Oh, lo siento madre, es que a veces me quedo dormido y siguen reproduciéndose! —dijo el excusándose.

— Pues ten más cuidado por favor, además me da vergüenza que la vecina pueda oírlos también, tú ya me entiendes —le dije en referencia al contenido de estos.

— Bueno, ¡esa vieja lo mismo se pone cachonda! —me soltó escandalizándome.

— ¡Cariño, esa vieja es mi vecina desde siempre y tiene mí misma edad! —dije yo horrorizada—. Que luego me tengo que cruzar con ella en el portal.

Él se quedó callado y luego asintió.

— Está bien, tendré más cuidado con el volumen.

Yo me quedé más tranquila pensando que todo se resolvería, así que decidí interesarme por qué veía tantos vídeos “de esos”. Pero entonces él reaccionó de forma airada.

— ¡Los veo porque me da la gana! ¡Que ya soy mayorcito!

— Está bien René, sólo lo decía porque hombre entiendo que veas alguno de vez en cuando ahora que estás solo pero tanto rato y todos los días —especifiqué.

— ¡Pues bueno, compraré unos auriculares y así no te molestaré! ¡Contenta! —dijo visiblemente enfadado.

A continuación, se levantó y se metió en su cuarto.

Yo creía que ya estaba arreglado y en parte esa noche bajó el volumen, pero en el silencio nocturno yo podía seguir oyendo de vez en cuando un gemido y esto terminó por perturbar mi descanso.

De repente me noté excitada, hacía años que no sentía algo así, desde que falleció mi marido fatalmente me había consagrado a ayudar a los demás y a trabajar limpiando la casa de los novicios y casi sin darme cuenta me había ido desentendiendo de esa parte de mí.

Además, a mis cincuenta y cuatro años la menopausia me había llegado tempranamente y mi apetito sexual prácticamente era nulo. Hasta esa noche…

Suavemente me exploré con mis dedos bajo mis bragas y descubrí mi incipiente lubricación entre mis labios arrugados. Metida entre las sábanas profundicé entre mis surcos con mis yemas y el fluido se extendió por mi surco como por arte de magia. Y a ni me acordaba de la última vez que me había masturbado, pero aquella madrugada me descubrí, como una adolescente que se entrega al placer sin prisas, pero sin pausa.

Mis dedos entraban y salían de mí con fluidez, tremendamente lubricada terminé por quitarme las bragas y me entregué al goce y al disfrute, mientras con una mano me penetraba con dos de ellos, con la otra me frotaba el clítoris en círculos y frenéticamente a ratos, hasta aproximarme al clímax, entonces paraba y me relajaba, para a continuación acelerar el ritmo y acercarme una vez más al exquisito placer.

No sé el tiempo que estuve entregada a mi cuerpo, pero sé que fue mucho, extenuada y cansada me corrí sintiendo que los fluidos me corrían por los muslos mientras todo mi cuerpo, hasta la última fibra temblaba.

Por la mañana me descubrí en medio de un charco de fluidos, algo que ya tampoco recordaba que me pasase, pero que efectivamente, en los orgasmos más intensos conseguía.

Un poco avergonzada tiré las sábanas al suelo y me duché. René no se levantaba hasta el mediodía, así que no me lo encontré por el pasillo. Me horrorizaba que me hubiese podido oír, pues sé que cuando me corro profiero toda clase de gemidos y alaridos que trato de contener pero que escapan de mi garganta.

2

Ese día estaba en el comedor social, tras limpiar en la casa de los novicios y me horrorizaba a mí misma recordando el placer disfrutado durante la noche. Le servía comida a aquella gente y pensaba si con alguno de ellos podría darme un revolcón, y sin poder creer mis tentaciones intentaba por todos los medios sonreír cuando el padre Fabién se acercó a mí por detrás dándome un buen susto, que traté de disimular.

— ¡Oh padre, no le había oído!

— Lo siento Claudine, no quería asustarla —sonrió el padre.

Era un hombre joven de unos treinta y cinco años, más o menos de la edad de mi hijo. Le gustaba pasarse a la hora de comer y charlar con la gente, por ver si podía ayudar a alguno de los que, cada día, venían a comer.

— ¿Cómo va hoy el reparto? —se interesó.

— ¡Bien, bien padre, creo que habrá suficiente comida para todos ellos!

— Estupendo Claudine, es usted una excelente cocinera, no paran de decírmelo todo con el que me siento a charlar.

— ¡Oh gracias padre! —sonreí, sintiéndome gozosa de la obra que hacía.

Entonces su perfume me llegó hasta dentro de mi nariz y descubrí que me encantaba su colonia. Traté de disimularlo, como si él pudiese notarlo y aliviada vi como seguía por la cadena de reparto, charlando con las voluntarias que la asistíamos.

Aquella noche al volver a casa me encontré a René tirado en el sofá sin camiseta y en calzoncillos.

— ¡Pero René, te importaría ponerte algo más apropiado! —dije yo protestando por su inadecuada indumentaria.

— ¡Es que acabo de llegar del gimnasio y tengo calor! —protestó de mal humor.

— ¡Bueno pues dúchate! —le dije yo también levantando la voz.

— ¡Está bien! ¡Qué asco de vida! —exclamó levantándose y encaminándose hacia su cuarto.

Olía a un sudor intenso y pegajoso que me provocó repulsión al notarlo pasar frente a mí. No hacía otra cosa que deporte y ver vídeos guarros, definitivamente aquello tenía que cambiar —me dije para mis adentros.

Mientras se duchaba preparé la cena y cuando terminó, más adecentado se presentó para cenar.

— ¿Te importa esperar diez minutos a que me duche yo?

— Bueno, no espero mientras viendo los deportes —me dijo ya más calmado.

Pasé a la ducha y me relajé en ella, mientras el agua caía por mi cuerpo me descubrí frotándome la piel sensualmente y pensé en la noche anterior. Aunque fue solo un momento luego salí y me sequé para no hacerlo esperar mucho.

Nos sentamos y cenamos en familia, me gustaba esta parte de nuestra vida juntos, pues odiaba llegara casa y cenar sola.

— ¿Qué tal el día? —me preguntó René.

— Bien, hoy hemos tenido mucha gente en el comedor y hemos hecho un montón de comida. Luego ha tocado fregar y nos han dado las tantas como ves.

— De no ser por ti, yo podría estar en esa fila —se lamentó.

— Bueno René, ya te saldrá algo —le dije intentando animarlo.

— No sé, qué quiero hacer con mi vida.

Me dolía verlo tan decaído y traté de animarlo.

— ¿Y en el gimnasio, has conocido a alguien? Tal vez te viniese bien comenzar otra relación, ¿no crees?

— ¡No, aún es pronto para eso! —dijo muy acelerado.

— ¿Pero por qué?

— Pues porque aún no me siento preparado.

Callé un momento y lo dejé sosegarse, se había puesto muy nervioso por mi pregunta y me extrañó esa relación tan airada.

— Si no quieres no me lo cuentes, pero ¿qué falló entre Desirée y tú?

— Bueno, sin trabajo, empezó a decir que no hacía nada todo el día, tirado en el sofá y se cansó —sentenció.

Pensé en sus palabras y efectivamente era posible que eso minase la relación, yo sabía de lo que hablaba, lo había escuchado en boca de muchos hombres en el comedor social.

— Sabes, hoy he estado hablando con el padre Fabién. Tal vez podría decirle que te ayudase a encontrar algo, ¿lo aceptarías?

— Si, ya puestos, no tengo nada que perder.

Seguimos charlando mientras comíamos.

— El padre Fabién, es muy guapo, la verdad es que tuvo que serle difícil renunciar a una vida en pareja y hacer el voto de celibato —dije yo recordando su colonia.

— No tiene porqué, a veces el sexo no es tan maravilloso como lo pintan —respondió René para mi sorpresa.

— ¿No, por qué lo dices?

— ¡Ah no, por nada, bueno es que mantener una relación es complicado a veces! —dijo muy apurado por mi interés.

— Si te molestan mis preguntas dímelo, no quiero incomodarte —le dije para tranquilizarlo.

René se lo pensó y algo dentro de él pareció tirarle de la lengua y forzarle a hablar.

— Verás, es que cuando empecé a estar en paro no podía pensar en otra cosa que no fuese sexo, sexo a todas horas y Desirée no quería dármelo, eso minó nuestra relación.

— ¡Oh vaya, no tenía ni idea! —dije sin pensar.

— Bueno es normal, tú tenías tiempo libre, pero ella trabajaba y estaría cansada.

— Si, supongo que era así.

Y tras esta conversación quitamos la mesa y como cada noche se encerró en su cuarto a ver porno.


Liberándome , tal vez sea una obra poco conocida, cuando la escribí no tenía muy clara la historia de Claudine, pero la idea principal era la que subyace en el título, una liberación paulatina de la madre viendo cómo el hijo veía porno sin cortarse un pelo... Aquí os dejo su sinopsis:

Claudine es una mujer tradicional, por no decir chapada a la antigua que queda mal y probablemente ya esté obsoleto, pero así es. Su vida es sencilla, se reduce a ayudar en un comedor social y limpiar las habitaciones de los novicios para ganar el sustento.

Su vida se verá alterada cuando René, su único hijo, vuelva a vivir con ella tras su divorcio de Desirée, una chica sensual, recatada, de apariencia tímida, pero con algún oscuro deseo, como cada uno de nosotros por otra parte.