Liberándome (6)

El hecho era que me sentía culpable por lo ocurrido con mi hijo y comentarlo con su partenaire no me dejaba el alma tranquila así que...

Al día siguiente volvía a estar de servicio en el comedor social y para colmo me tocó servir comida frente a Faustine. Esta me sonrió al verme y me dio dos besos como si nada y yo creo que me puse muy colorada.

— ¡Oh Claudine, qué hijo tienes! Aún me acuerdo de lo que me hizo y me estremezco con sólo pensarlo.

— ¡Te importa ser más discreta! —musité entre dientes mientras servía comida a los sintecho.

— ¡Ya! —soltó una risotada—. Es que fue maravilloso, ¿lo entiendes? Nunca me han hecho algo así —me confesó.

— ¡Muy bien querida, me alegra que te complaciera tanto! —dije mientras disimulaba.

— Desde luego tienes que hablarle de mí, quiero volver a ser suya. ¡Te daré lo que quieras! —dijo mi amiga.

En ese momento no se me ocurrió, pero luego me di cuenta de que su ofrecimiento podía ser usado por mí para algún fin particular y éste no cayó en saco roto.

Cuando terminamos nos quedamos en la cocina para limpiar, aún nos quedaban otro par de horas para lavar ollas y por suerte poner las bandejas en una máquina que las limpiaba.

Pero primero nos servimos un café y descansamos un poco antes de continuar con la tarea. Ya no había casi nadie en la cocina así que pudimos seguir nuestra conversación.

— ¿Oye Faustine? Me siento culpable por haberos espiado la otra noche —le dije—. ¿En serio que no te molestó?

— ¡Oh no Claudine, imagino que todo fue tan sorpresivo que la curiosidad te mató! ¿Verdad? A mí también me hubiese pasado —dijo Faustine.

En el fondo, creo que Faustine sólo trataba de animarme con sus palabras. Tomé un sorbo del café humeante y acepté su permisividad con mi acto.

— ¿Sabes, me masturbé mientras os veía? Ya no recordaba tener eso tan lubricado, ¡y creo que al final me meé y todo! —le confesé con mucha vergüenza por mi parte.

— ¡Ah sí! Eso a veces nos pasa a todas chica, creo que lo llaman eyaculación femenina.

— ¿A ti te ha pasado?

— Creo que alguna vez, aunque es poco frecuente la verdad y con lo poco que practico yo pues es más raro en mi caso. Entonces, ¿eso limpiabas cuando abrí la puerta?

— Si —asentí.

— ¡Oh, ¡qué inoportuna! —rio Faustine—. Es que tenía la vejiga a punto de estallar, tu hijo me la había aplastado bien antes.

— ¡Oh, claro, no fue culpa tuya! —dije yo para disculparla.

En ese momento se acercó el padre Fabién y ambas nos levantamos a saludar.

— ¡Buenas tardes ya señoras! —dijo afablemente.

— ¡Buenas tardes padre! —respondimos al unísono.

— Hoy ha ido muy bien el servicio creo, ¿verdad?

— ¡Oh si, muy bien! —respondió Faustine.

— ¡Me alegro, estamos en el buen camino! —afirmó él.

— ¿Padre, estará luego en la sacristía? —le pregunté yo.

— Si claro, como cada tarde antes de misa, ¿puedes pasar a verme si lo deseas?

— ¡Tal vez lo haga! —reí yo.

El hecho era que me sentía culpable por lo ocurrido con mi hijo y comentarlo con su partenaire no me dejaba el alma tranquila así que se me pasó por la cabeza hablarlo con el padre Fabién ante el estupor de Faustine que lo vio venir, y aunque trató de quitarme la idea de la cabeza, no lo consiguió. Eso sí, fingí que no lo haría para no darle ese disgusto. Aunque fuese en secreto de confesión, pero por dentro estaba dispuesta a confesarme con él.

Nota del autor: Espero que te esté gustando la novela, si quieres saber dónde puedes seguir leyendo la novela completa, búscala en mi perfil de autor en esta página o en mi blog.