Liberándome (5)
Mientras tanto la escena que contemplaba avanzaba como a cámara lenta. Mi hijo se afanó en lamer la raja de Faustine y esta se deleitó con su boca en tan delicada parte, esto me hizo desear un contacto así, algo que tampoco había disfrutado en mi vida de casada.
Al día siguiente vino a verme una amiga y tomamos café en el salón, cuando René entró. Venía del gimnasio y tenía calor, pues venía con la camiseta quitada y echada al hombro mientras bebía agua de un botellín.
Saludó y pasó delante nuestra sin decir nada más. Mi amiga se quedó pasmada, tanto como yo.
Pude oler su sudor al pasar, intenso y penetrante. Hoy no me dio asco, sino vergüenza, pues mi amiga estaba allí conmigo.
— ¡Bueno, por donde íbamos! —dije yo tratando de disimular.
Faustine rio nerviosa frente a mí. Sus mofletes se sonrojaron y supe que la visión de René, con su torso desnudo y sudoroso, viniendo del gimnasio le había afectado.
— ¿Has visto tu hijo Claudine? Me odiarás por esto, pero está muy bueno —afirmó en mi cara.
— Bueno Faustine, no me ofendes, admito que es guapo. ¿Te lo tirarías? —bromeé.
— ¿Es que me dejarías? —reímos al unísono.
— ¿Te quedas a cenar? —le propuse.
— Pues no te diría que no ni estando muerta.
Preparé la cena con Faustine y me produjo cierto morbo pensar que ella lo deseaba. Quería también ver las reacciones de René frente a ella. Faustine no se comía muchos roscos y ya casi lo tenía asumido, así que la verdad era que no me importaba que se tirase a mi hijo si con eso conseguía bajar sus hormonas.
Durante la cena Faustine no paraba de tirarle los tejos, aunque René trataba de guardar las formas en todo momento, sonriéndole cuando ella lo hacía, lo cual ocurría muy a menudo.
— Bueno René, creo que estuviste casado, ¿verdad? —preguntó Faustine.
— ¡Oh sí, pero nos separamos hace seis meses!
— Ya sé que suena horroroso pero, ¿te puedo preguntar qué pasó?
— Bueno, teníamos ciertas desavenencias que fueron a más —se limitó a contestar René ante la pregunta de mi amiga.
— Pues a mí me pareces un joven adorable, —confesó Faustine—. Si te tuviese en mi cama no te dejaría escapar —añadió soltando una risotada algo escandalosa.
— ¿En serio? Creo que me siento alagado entonces —dijo René caballerosamente.
Seguimos comiendo con y aunque traté de llevar la conversación por otros derroteros, ellos no me dejaron.
— ¿Puedo preguntarle Faustine si no tiene nadie para compartir su cama?
— ¡Oh por supuesto, aunque admito que duermo sola más de lo que una mujer como yo debería! —afirmó Faustine sensualmente.
— ¡Es una pena! Porque estoy se ve una mujer muy calentita para dormir —sonrió René.
— ¿En serio? Ahora creo que la alagada soy yo —sonrió Faustine—. Admito que la carne es lo mío, por eso quien duerme conmigo duerme muy calentito —insinuó.
— ¡Creo que ya siento ese calorcillo! —añadió René para calentar más esa complicidad que estaba surgiendo entre ambos.
Me levanté y me dispuse a ir por el postre que había preparado: flan con nata, pues sabía que a Faustine le encantaban las golosinas.
— ¿Me ayudas René? —le dije.
— ¡Oh claro mamá! —dijo él muy solícito, algo realmente extraño pues no le gustaba ayudar.
— ¡Yo también ayudaré! —añadió Faustine.
— ¡Oh no querida, tú eres nuestra invitada, por favor espera! Te traeré un delicioso flan con nata —le dije.
— ¡Oh estupendo querida, será delicioso!
Ya en la cocina traté de averiguar las intenciones de René para con mi amiga.
— ¿Qué te ha parecido Faustine? ¿La encuentras atractiva de verdad?
— Bueno, no está mal, ¡ante todo tiene unas enormes tetas! —me dijo dejándome descuadrada.
— ¡Oh vaya René! Te agradecería que no fueses tan sincero con tu madre —protesté mostrándome escandalizada.
— ¡Vamos madre! Ya creo que estás crecidita para escandalizarte. Admito que tu amiga tiene un polvo, ¿me dejarías follarla en mi cuarto?
— ¡Cómo dices! —reí nerviosa.
— Que, si quieres, puedo llevarla a mi cuarto tras la cena, creo que ella aceptará mi propuesta sin pensarlo.
— ¡Claro que no hijo, qué horror! —dije yo airadamente.
— ¡Vamos madre! Si quieres puedes asomarte a la puerta y espiarnos mientras follamos —añadió para más vergüenza mía.
— ¡René, no seas tan escatológico! Me muero de vergüenza.
— Bueno entonces tú verás lo que haces yo se lo voy a proponer —afirmó tajante.
Volvimos ante los atentos ojos de mi amiga y cuando entré me fijé en que sus ojos se iban a la bragueta de René y cuando me percaté de ello miré yo y descubrí con cierto espanto cómo su bulto era realmente patente, ¡estaba empalmado!
Creo que Faustine devoró el flan en pocos bocados, mientras que a mí me costaba tragar cada cucharada, pensando en que René atacaría.
— ¡Oh Faustine, creo que yo también he acabado! ¿Me gustaría enseñarte algo, pero lo tengo en mi cuarto, me acompañarías?
— ¿En tu cuarto? —preguntó Faustine mirándome con cierto escándalo—. ¡Oh vale!
Para mi asombro asintió como una colegiala y ni corta ni perezosa pasó delante de René, que le mostraba el camino.
Sin poder creerlo los vi desaparecer por la puerta del cuarto de René y sentí el vértigo del morbo y la curiosidad picándome por todos los poros de mi piel, así que me levanté y sin pensarlo me asomé por la rendija de la puerta entreabierta que me había dejado René, tal como me prometió. Lo que a continuación vi, aún me escandaliza…
Faustine se sentó mientras René se giraba hacia el escritorio estaba el ordenador y parecía buscar algo.
— Si mira lo tengo justo aquí —le dijo…
Y mientras se giraba, al tiempo desabrochaba el botón de su vaquero y llevándolo hacia abajo arrastraba sus calzoncillos descubriendo con el gesto, ¡su larga verga apuntando al suelo!
Escandalizada llevé mis manos a mi boca y tragué saliva. Faustine, extrañamente se quedó parada y luego le sonrió mirándole desde abajo.
— ¡Oh qué bonita sorpresa! —dijo Faustine extendiendo su mano y acariciando la punta de su glande flácido y colgante—. Vaya creo que no se alegra mucho de verme, pero eso tiene arreglo —añadió.
¡Ni corta ni perezosa la tomó y conduciéndola hacia sus mofletes abrió sus pequeños labios apretados y la tragó!
¡No me lo podía creer! Yo estaba allí, espiándolos desde la puerta. Los veía de lado, con mi amiga sentada a los pies de la cama de René, este de pie frente a ella y su larga verga siendo succionada por sus labios regordetes.
Como una gatita, mi amiga comenzó a emitir unos sonidos melosos al tiempo que se la mamaba. Yo nunca había hecho algo así en los tiempos en que mi marido vivía, pues éramos una pareja clásica, como mucho le había masturbado cuando éramos novios y no teníamos sitio donde acostarnos. Pero el hecho es que me quedé embelesada ante la cierta belleza del acto, Faustine potenció su erección hasta que esta se mantuvo por si sola y separando sus labios se secó las comisuras por el exceso de saliva
Mientras éste estuvo a la vista pude admirar su brillo, tras salir de la boca de Faustine y su color rojo sangre, algo que me escandalizó un poco más si cabe, luego ella la volvió a tragar y aparentemente disfrutó mucho del acto tan obsceno como explícito.
Sin perder mucho tiempo René la detuvo y empujándola suavemente la hizo echarse hacia atrás en la cama, a continuación, metió sus manos entre sus muslos y tiró de sus grandes bragas sacándoselas por los pies aún con sus pequeños zapatos de tacón negros.
Mi amiga tenía unos muslos generosos, tremendamente rollizos y carnosos y para mi asombro vi como René se arrodillaba ante ella y mientras le mantenía las rodillas en el aire hacía desparecer su cabeza entre las carnosas y blancas columnas de carne.
En seguida Faustine ahogó un alarido, sin duda tras sentir el íntimo contacto de la boca de René. Aunque esto no podía verlo, dadas las dimensiones de sus muslos, únicamente vi desaparecer entre ellos la pequeña cabeza de mi hijo y sólo intuir lo que allí pasaba.
Sin duda su raja debía ser tan fenomenal como su cuerpo, grande y jugosa, con grandes labios abiertos y un interior sonrosado, húmedo y cálido.
Estos pensamientos me desarmaron por completo, me sentí tan excitada que pude oler mi sexo desde arriba y sólo deslizando mi mano entre los pliegues de mi vestido hizo que se me electrificara cada centímetro de mi piel.
Me puse en cuclillas allí mismo, sujetándome al pomo de la puerta y así tuve un mejor acceso a mi sexo, deseaba tocarme como nunca antes lo había deseado y cuando palpé mis bragas en seguida la humedad de mi raja las traspasó, empapándolas con mis abundantes jugos.
Creí desfallecer, cuando un dedo se deslizó entre mis labios vaginales tras apartar la tela húmeda de mis calientes bragas y llevándolo hasta la unión con mi ano, hice desaparecer la uña y la primera falange en mi hoyito.
La sensación fue más electrizante aun cuando lo saqué y volví a recorrer toda mi vulva con todos mis dedos, literalmente mi mano chorreó jugos vaginales como si fuese una colegiala que se toca por primera vez.
Mientras tanto la escena que contemplaba avanzaba como a cámara lenta. Mi hijo se afanó en lamer la raja de Faustine y esta se deleitó con su boca en tan delicada parte, esto me hizo desear un contacto así, algo que tampoco había disfrutado en mi vida de casada.
Luego René recuperó la verticalidad y de rodillas aún empuñó su verga y parsimoniosamente se colocó entre las columnas blancas de Faustine, pero se tomó su tiempo. Pareció jugar en la entrada de su sexo y esta se removió nerviosa ante la inminente penetración.
Cuando esta llegó Faustine respiró hondamente y expiró tan hondamente como había inspirado. Sin duda sintió su columna de carne entrar en su sexo mientras mis dedos se aceleraban acariciando mi vulva e incluso me sorprendí llevándolos tan atrás que rocé mi ajustado ojal, descubriendo un placer inusitado en este gesto. Sentí lo duro que lo tenía, me recreé en él la separación entre mi hoyito y mi ano, en lo que creo que se llama el perineo y experimenté un cierto placer al palpar el cerrado esfínter con mis yemas intentando clavar mi uña en él.
Mientras tanto René se afanaba en penetrar enérgicamente a Faustine, tanto que me pareció hasta violento, pero ella no estaba en absoluto molesta por sus brusquedades, sino más bien entregada como una endemoniada al sexo y al disfrute. Retorciéndose en la cama mientras René le descubría los pechos y con sus manos se los apretaba para endurecerle los pezones. Luego se zambulló entre sus tetas y enterró su cara entre ellas mientras se tomaba un respiro en la fornicación.
Faustine le dio de mamar con sus enormes pezones de grandes areolas y este devoró sus gordos garbanzos llevándola a la extenuación. La hembra se contrajo y sentí que se había corrido por primera vez, pero René no se detuvo y recuperó la verticalidad para de nuevo penetrarla con intensidad y así siguió haciéndolo mientras yo creía que me meaba en el suelo.
Había terminado por apoyar mis rodillas en la fría losa y mientras me sujetaba con una mano al pomo de la puerta para mantener la rendija abierta, con la otra me frotaba mi sexo sintiendo gran gozo en ello. Tanto gocé que sentí que algún fluido se escapaba de mi sexo mientras frenéticamente lo frotaba sintiendo mi excitación estallar en un mar de placer que me hizo tambalearme y agarrarme con más fuerza al pomo de aquella puerta.
Mientras tanto allí dentro la escena tocaba a su fin. René gruñó, Faustine gritó y su verga salió disparada de su sexo para frenéticamente ser agarrada por su mano musculosa y sacudida sin piedad hasta esparcir su esperma entre los muslos de Faustine.
Todo había acabado, y entonces fui consciente de que estaba sobre un charco de algo que no estaba segura si era pipí mío, ¿me había meado mientras me corría? Como digo, no podía asegurarlo en ese momento, así que corrí a buscar una toalla y mientras los amantes se recomponían me dispuse a limpiarlo.
Con tanto afán limpié que no fui consciente de que dentro Faustine tenía una urgencia y apresurándose a salir abrió la puerta sin que yo la viese y me golpeó la cabeza lanzándome contra la pared posterior en el pasillo.
— ¡Oh Claudine, estabas ahí! —la oí decir sorprendida.
Creo que fui incapaz de decir nada, me dolí del golpe y avergonzada salí a rastras hacia el salón.
Ella, igual de sorprendida que yo, sintió la urgencia de la naturaleza e igualmente corrió al aseo a aliviar su vejiga.
Al salir nos encontramos en el salón.
— ¡Lo siento Faustine, he estado espiándolos! —le confesé esperando su ira.
— ¡Ah sí! ¿y te ha gustado? —dijo sorprendentemente Faustine mientras se ajustaba el vestido.
No podía creer lo que estaba oyendo y mientras trataba de mirarla me volví a colocar algo de hielo que había ido a buscar a la nevera en la frente.
— Tu hijo folla como los ángeles, dile que me llame cuando quiera —agregó mi amiga mientras se disponía a ponerse el abrigo para salir.
Se marchó rápidamente, como si tuviese prisa mientras yo seguía con el hielo puesto en mi maltrecha frente.
Entonces René salió de su cuarto, sin calzoncillos ni nada vi su verga de nuevo apuntar al suelo, ya en estado de relajación.
— ¿Estás bien madre?
— ¡Si, Faustine me ha cogido desprevenida detrás de la puerta! ¿Y no parece haberle importado? —musité nerviosa.
— Si, ha quedado complacida por el polvo —sonrió René—. ¿Y tú?
Pensé un momento mi respuesta, tal vez no debí responder, pero lo hice.
— Estás hecho un buen semental René, he de confesar que me ha gustado el espectáculo —le dije al fin.
Entonces él me sonrió y se encaminó al servicio donde le escuché aliviar también su vejiga mientras estrepitosamente su chorro caía al agua del inodoro, como una cálida cascada. Para cuando salió yo ya me había ocultado entre las sábanas de mi cama y regocijándome un rato más en el recuerdo de las calientes escenas volví a acariciar mi vulva mientras el sueño me vencía.
Nota del autor: Espero que te esté gustando la novela,
si quieres saber dónde
puedes seguir leyendo la novela completa, búscala en mi perfil de autor en esta página o en mi blog.