Liado con mi socia

Después del polvo en la oficina, mi socia y yo nos vamos de vacaciones una semana, una semana de sexo duro, anal, oral, esposas, provocación y fetichismo.

Liado con mi socia

Entraba y salía de su culo con ansia posesiva, ella gritaba con fuera, berreaba, me instaba a llenarle el culo de mi semen y vaciarme dentro suyo. Finalmente lo hice. Con los últimos tres embates mi polla empezó a palpitar con fuerza y llegó la descarga. Yo sentí que me vaciaba, ella, que se llenaba al sentir los ardientes latigazos seminales en su ano. Su esfínter tembló y empezó  a palpitar con fuerza mientas se corría por el culo gritándolo para mí.

—Me corro, ¡¡me corro por el culooo!!

Saqué mi polla de su interior, viendo cómo el blanco y espeso líquido rebosaba de su ano y cómo al sacarla éste se cerraba lentamente entre palpitaciones. Un último y breve chorro salió, y cayó contra sus redondeadas y blancas nalgas, corriendo lenta y provocadoramente hacia su rosado esfínter pulsante.

—Ven… ven que te la limpie —me dijo, aun a cuatro patas en el sofá de mi piso.

Yo lo hice, me acerqué y vi cómo mi sensible polla era engullida por sus jugosos labios y su mirada de vicio se clavaba en mí. Lamió, chupó, recorrió mis huevos y no dejó ni una sola gota.

—Joder, lo quiero todo, estoy… enganchada. La hostia, nunca habría supuesto que sabría así, que me gustaría tanto tu semen… no me canso, y quiero más… Ufff… me duele el culo… Media hora follándomelo y ya me duele… no es justo, quiero más…

La cogí de la barbilla y la besé. Noté mi sabor en su lengua. Se puso de rodillas sobre el sofá y se abrazó a mí, haciéndome sentir sus picudos pezones rosados contra mi pecho, a través de la camisa negra abierta. Me acarició la nuca con suavidad y me volvió a mirar, borracha de sexo.

—Gracias por… follarme… Gracias por… someter nuestra amistad a esta prueba… —llevó una mano a mi polla—, y aprobar con sobresaliente…

Me volvió a besar con posesividad y ansia, hasta que volvió a gemir y sentí que se le aceleraba el pulso.

—A la ducha. Luego tendremos más, pero ahora, a la ducha. Deja que te lave…

Ella me miró y soltó su risa cantarina. Sus pecas me volvían loco, sus ojos chispeaban la delicia de su hambre de sexo que era reflejo de la mía.


La cosa fue a más, evidentemente. Leonor y yo nos gustábamos desde tiempos universitarios, y el polvo en la oficina sirvió como detonante para fundamentar una relación que sabíamos que nos llenaría de una forma en que pocas lo harían.

Después de aquella catarsis que fue la oficina, cuando por fin nos ofrecimos el uno al otro libremente, olvidando cualquier otra atadura, lo que vino a continuación fue una fiebre de sexo y descubrimiento mutuo.

Los tres días siguientes fuimos a la oficina, y ella me provocaba más y mejor. «No llevo bragas», «Hoy toca lencería fina», «uno de mis orificios está ocupado, adivina cual», «voy al baño, espero que vengas a follarme para pasar el resto del día con semen tuyo dentro de mí»… Descubrí parte de sus fetichismos, que me ofrecía más y mejor, y ella los míos. Empezó a llevar sandalias, a descalzarse para mí, mostrándome sus delicados pies que tanto me gustaban, se ceñía al cuello cintas de raso y seda…

Tres días que fueron una eternidad, hasta que llegamos al fin de semana que daba inicio a una semana entera de vacaciones en nuestro negocio, en la que habíamos planificados irnos juntos a una casa en las montañas, próxima a una pequeña población y que estaba bastante alejada de la ciudad.

El camino duraba unas tres horas largas, en las que Leonor me estuvo torturando en el coche. Yo conducía, y tuve que “sufrir” sus continuas provocaciones. Llevaba una falda negra, medias y camisa del mismo color. Nada más subir se quitó los botines y pude ver a través de las medias sus uñas de los pies de un rojo vivo, apoyando los pequeños pies en el salpicadero.

—Concéntrate en conducir, que la carretera es sinuosa y nada más que regular —me dijo mientras se abría bien de piernas. No llevaba ropa interior y su coñito rosa y depilado se abrió como una flor—. Yo me voy a tocar un poco, para pasar el rato, ¿vale? Luego todo esto será tuyo, pero mientras… concéntrate. Y que la erección de tu tremendo rabo no te quite sangre del cerebro —rio malignamente.

Acto seguido, mientras yo conducía al límite de la velocidad permitida para llegar antes veía de reojo como ella se masturbaba, gemía golosamente para provocarme, se sacaba los pechos, obviando que los coches que sobrepasábamos podían verla, y se tiraba de los pezones. Para colmo, la muy puta, se había puesto una pequeñas pincitas con cascabeles en ellas, y conformes aumentaba el ritmo de sus toqueteos, sonaban más y más. Gemía, se metía los dedos en la boca llenos de los fluidos de su entrepierna rosada y jugosa, se daba cachetes en ella, por lo que le gustaba el sexo más bien duro, y se metía los dedos, hasta tres, en el interior de su vagina con hambre infatigable, tras masturbar su clítoris locamente. Por tres veces se corrió entre gritos y, con el último orgasmo vaginal que le duró casi seis minutos y gritó como una descosida, metiendo los tres dedos furiosamente, hasta que acabó eyaculando unos tenues chorros transparentes.

Respiró agitada, con ansia. Los cascabeles tintineaban, y dirigió sus dedos hasta mi boca. Mi erección era tal que me molestaban los pantalones en grado sumo, y cuando probé sus rosados y delicados dedos, saboreé su salado y dulce aroma.

—Me las vas a pagar, zorra, lo sabes, ¿verdad? —le dije en voz alta, teniendo por toda respuesta una cantarina risa.

Leonor se durmió casi enseguida, tras meter sus pechos sin sujetador en la camisa (tenía una deliciosa talla 90) y alisar la falda bajo la cual yo sabía que sus jugos seguirían derramándose suavemente de esos rosados labios depilados coronados por el palpitante clítoris.


Llegamos a la casa cerca de la una de la tarde. Leonor estaba adormilada a mi lado, y me baje del coche despacio, sin hacer ruido, presto a cobrarme venganza. Fui hasta el maletero, donde saqué de mi equipaje un juego de esposas de metal (grilletes policiales), y abrí rápidamente su puerta. Le puse los grilletes mientras acababa de desperezarse.

—Ahora me las voy a cobrar, putilla.

Leonor abrió mucho los ojos al ver los grilletes y trató de decir algo, pero tapé sus palabras con mi boca, besándola profunda y largamente. La cogí en brazos, y cerré la puerta. Me dirigí hasta la casa. No me detuve demasiado más allá de abrir la puerta, apoyarla en la mesa, y sin muchos miramientos, enganchar los grilletes a una silla. Saqué una navaja de mi bolsillo, negra y de hoja aguzada e irregular, moderna, y le sonreí.

—Te debo algo de ropa —dije, y le corté la ropa que llevaba puesta, despacio, para que escuchara las costuras ceder y saltar los botones. Sus pechos quedaron liberados, su cintura también. La falda quedó hecha dos pedazos, y la camisa un montón de trapos.

Abrí sus piernas con pocos miramientos tras dejar aparte la navaja, y mis manos acariciaron sus piernas blancas enfundadas en medias. En un alarde de fetichismo, de varios tirones rasgué las medias y liberé sus pies. Me los metí en la boca. Ella sabía que me gustaban, y aquella la excitaba, que yo perdiera los papeles por casi cualquier parte de su cuerpo. Mi lengua recorrió sus dedos fríos, me los metí uno a uno en la boca y los chupé con fruición. Cambié de pie y se lo ensalivé escuchándola gemir. Aquello también la excitaba, y eso que ella nunca me había hablado de que fuera fetichista o disfrutara de ello. Vi su entrepierna cubrirse de jugos, sus labios esperarme. Me agaché y los lamí, más para probar su sabor una vez más que para darle placer: ella ya había tenido el suyo, a costa de provocarme. Era hora de enseñarle que todo tenía un precio, jejeje.

Cambié de posición, y acerqué mi polla palpitante y jugosa hasta su boca. Ella giró la cabeza, arqueando aún la cadera para que siguiera comiéndoselo, gimiendo por ello, pero me negué. Era mi turno. Y me la iba a follar hasta que doliera. Sin muchos miramientos agarré su cabeza cuya boca se había abierto con hambre, la acerqué al borde de la mesa y me hundí en ella. Sentí la lengua juguetear con mi glande, inundarse de mi sabor. Apreté con cierta fuerza, para hacerle saber que no iba a consentir que se moviera. Era mía y se lo iba a demostrar: empecé a follarme su boca metódicamente. Mis testículos rozaban contra la mesa. La boca estaba ardientemente húmeda, y empezó a chupar, pero no le dejé extenderse. Convertí su boca en un orificio más que follar y así lo hice. Sus labios se hincharon, se estaba sintiendo usada, lo sabía, le gustaba, casi lo necesitaba.

—Ahora, —le dije suave pero implacablemente—, voy a volver a follarme tu coño y tu culo, y si eres buena, quizás te deje elegir dónde correrme.

—Sí… sí… fóllame —murmuró enfebrecida.

La cambié de posición, abrí bien sus piernas, volví a lamerla para llenar mi boca de sus jugos, y apresté la punta de mi miembro contra el ardiente agujero de su vagina que casi sentía pulsar contra mí. La torturé, pasando la punta de mi glande por su clítoris, por sus jugos, presionando contra su vagina apenas unos centímetros —tan mojada estaba que podía entrar sin otro lubricante que su misma producción de jugos—; también presioné contra su ano, que noté más que dispuesto a recibirme, hasta que empezó a gemir y a pedir.

—Deja de torturarme  fóllame ya… —dijo con un hilo de voz, aún aprisionada por los grilletes.

—Así no se piden las cosas —le dije con dureza, apretando mi glande contra su clítoris deseoso de correrse.

—Por… favor…

Sonreí con cierta sorna.

—No. Aún no eres lo bastante educada… perra…

Sonrió, mientras sentía cómo me aprestaba a penetrarla, tanteándola un poco más.

—S… se… Señor… Por favor, fóllame, Señor…

Sonreí. Sí, me iba el BDSM y ella lo sabía. No quería que nuestra relación fuera estrictamente “bedesemera”, pero se me apetecía oírselo decir. Entonces empecé la tortura de verdad.

Milímetro a milímetro empecé a penetrarla, despacio, sintiendo cómo las paredes de su vagina se contraían con fuerza para aprisionar todo mi miembro, cómo intentaba mover las caderas para forzar la penetración. Pero no cedí, pese a las ganas locas de follarla con fuerza y rabia. Despacio, muy despacio, provocadoramente. Entraba dos, salía uno, tres, dos, hasta que al final, casi había entrado entera, ella gemía alocadamente, la sentía pulsar con intensidad. La saqué entera y me detuve tres segundos. Tiré de una de sus pinzas, ella gimió y gritó, y la penetré de golpe, con fuerza, entera. Empecé a bombear sin piedad, rápida y maquinalmente, sin detenerme. La mesa se movía, las sillas, ella entera, sintiendo los embates de mi cadera contra su clítoris. Se corrió, sí, se corrió dos veces mientras me la follaba con fuerza. Sentí su eyaculación contra mí. Pero yo me contuve todo lo que pude. Salí de ella, le hice dar la vuelta, acomodé la silla en el lado más estrecho para que sus caderas quedaran en el borde de la mesa, abrí su culo, y susurré lo que le iba a hacer.

—Ahora, puta mía, voy a follarte el culo hasta que muera por correrme.

—S… s… sí… halzooo…

Su culo estaba hambriento: entré sin problemas y sentí la intensidad de su necesidad en cómo su culo se tragó todo mi miembro y de nuevo volví a bombear con intensidad. Ahora miraba por mí mismo, por mi placer. Sentía su esfínter atrapar mi miembro, que de duro, casi me dolía. Un buen rato, hasta que sus nalgas enrojecieron, estuve follándome su culo. Ella gemía, me cantaba cada orgasmo anal que tenía. Uno, dos, tres, cinco, siete. Multiorgásmica anal… y eran los primeros momentos de estar en aquella casa, y se estaba corriendo como una loca. Cada orgasmo anal era un fuerte espasmo que contraía su ano contra mi polla, y yo redoblaba la intensidad.

—Dame… más… fuerteee —gemía. Le encantaba que fuera duro.

Se acercaba mi orgasmo. La cogí de las caderas, y a cada embate entraba y salía toda mi polla, para que la sintiera entera en su interior. Empecé a palpitar con fuerza. Ella se corrió una última vez. Y aunque yo deseaba llenarle las entrañas de semen, me salí, me acerqué a su boca, le cogí del pelo. La saliva impregnaba la mesa y sus labios, los ojos entrecerrados.

—Ahora te lo vas a tragar todo, zorra mía… —le dije con voz suave (al límite de mi autocontrol).

—Síii… por favor, dámelo Señor, de mi culo a mi boca, por favooor… —murmuró en un enloquecido hilo de voz, agotada.

Mis manos se llenaron de sus cabellos, le alcé la cabeza y me introduje de nuevo en su boca. Ella saboreó todos los matices de sus orificios, y me follé su boca sin piedad hasta el orgasmo me recorrió entero, haciéndome flojear las rodillas y sentir con un fuerte ardor la eyaculación que, violentamente, proyectó varios chorros de denso semen en su boca. Escuché cómo tragaba y veía su blanco cuello subir y bajar mientras se alimentaba de mi semen. Chupaba locamente mi miembro, dispuesta a vaciarme, a retenerlo todo, hasta la última gota. Aparté mi polla sólo en el momento en que me empezó a doler. Varias gotas habían caído en la mesa y Leonor, casi en un extraño trance en el que no era del todo consciente, sacó la lengua y limpió la superficie de semen.

Aquella conexión era difícil de encontrar en una pareja…

Ambos respirábamos agitadamente. Solté sus grilletes, y le dije que fuera a la bañera, que la llenara mientras yo metía los equipajes.


Una hora después, de rodillas, me hacía una mamada en la que tragaba casi toda mi polla, en la habitación, con vistas a las montañas. Y pronto descubriría que nuestros juegos iban a aumentar de intensidad. Ya que me follaba a mi socia, a mi amiga, mejor darlo todo, y no dejar balas en la recámara. Poseerla, y ser poseído. Follar hasta que doliera y expresar así, entre otras formas, cuánto significábamos el uno para el otro.