Lía, la puta perra del Amo Pervers

El Amo Pervers cita a su esclava Lía en su propia casa, poniendo a prueba una vez más su devoción y disfrutando de su incondicional entrega.

Era la primera vez en diez años que la citaba en su propia casa y aunque en alguna ocasión ya lo habían comentado y ella había incluso llegado a fantasear con esa idea, estaba tan nerviosa como el primer día que se conocieron.

Como siempre y desde días antes de verse, ella se había preparado para postrarse y entregarse a su Amo, a sus caprichos, a sus deseos, a sus perversiones. Llevaba en una pequeña maleta sus juguetes y toda clase de accesorios que había ido acumulando, una veces por iniciativa propia y otras incitada por Él.

Aunque nunca habían perdido el contacto, ya llevaban sin verse más de un  año y medio, tiempo suficiente para que en su mente se hubieran acumulado nuevas perversiones, y mil maneras más de gozar de y con ella. A lo largo de esos últimos meses, ÉL le había ido mandando vídeos, en los que putas como ella, eran folladas sin miramiento alguno. De perras entregadas al dolor, suplicando más y más. Y todo eso pasaba por su mente mientras iba de camino a su casa.

Le había dado instrucciones muy precisas y concretas, pero a cuenta gotas, lo que la inquietaba y ponía más nerviosa aún. Cuando se bajó del tren en su ciudad, solo sabía que debía dejar la maleta en una consigna, enviarle un sms con el número de la misma y la clave de seguridad, y esperar una hora a que Él volviera a ponerse en contacto con ella. Durante ese tiempo estuvo paseando y tomando un café en una terraza, junto a la plaza, fumándose un cigarro, casi sin querer pensar en todo lo que le aguardaría una vez hubiera cruzado la puerta del umbral de su casa.

Sesenta minutos después de que dejara la maleta en la consigna recibió un nuevo sms: “Dirígete al número 1 de la misma calle en la que estás. La puerta del jardín está entreabierta, entra y ciérrala. Junto a la escalera de la entrada hay un pañuelo, ponlo en tus ojos y espera”.

En ese momento, se le removieron las tripas. Pagó su café y lentamente, se dirigió dónde su Amo le había indicado. Tuvo que esperar unos segundos tras cerrar la puerta porque los tobillos le temblaban tanto que temió caerse de bruces subiendo la escalera.

Llevaba puesto un vestido camisero, abotonado, con un estampado de flores y unas sandalias de tacón de color rojo. Estaba morena del sol y su piel resplandecía. El sudor se había acumulado en su cuello y entre sus muslos y con los ojos vendados esperó tal y como se le había ordenado.

A lo largo de los años, su sentido del olfato y el oído se habían ido agudizando, de manera que cuando su Amo hizo presencia, ella ya pudo intuirlo y presentirlo, por su olor y el ruido de su respiración. No tardó en acercarse a ella, situarse a su espalda y musitarle al oído lo contento que estaba de verla. La agarró de las manos y se la llevó a otra estancia de la casa.

Sintió como le ataba las muñecas y le subía los brazos, enganchándola en alguna cadena que debía prender del techo. Le ordenó que separara las piernas, le agarró el vestido a la altura de su pecho y desgarrándoselo le dejó las tetas al aire, colgando por encima de su ropa interior. Le manoseó las nalgas, le metió la mano entre las piernas agarrándole el coño con fuerza y tirándole del pelo hacia atrás, hizo que una vez más, le repitiera quien era y qué había ido a hacer allí. Sin dudarlo ella contestó “soy Lía, la puta perra del Amo Pervers y he venido a satisfacerle y a entregarme a Él, a que me insulte y me humille. A que me castigue y me permita proporcionarle el placer que mi dolor le cause. A servirle, a postrarme y a hacerle feliz”

Le oía respirar aceleradamente y de repente sintió un fuerte azote en una de sus nalgas. “Acabas de llegar y ya me la has puesto dura, so puta!!” y acto seguido notó en su culo la presión de su erección y no pudo evitar restregársela ella misma por ambas nalgas, lo que le costó una nueva zurra y un pellizco en los pezones que le arrancó el primer gemido de la noche.

La tuvo medio desnuda y colgada hasta que empezó a notar que sus brazos se quedaban dormidos y sus piernas dejaron de temblar. La soltó, le quitó el pañuelo de los ojos y la ordenó que subiera a la primera planta, que buscara la habitación principal y que se pusiera la ropa que le había dejado sobre la cama.

Era una especie de bustier, de encaje color negro, un tanga, unas medias y un liguero. Ella completó el modelo con uno de sus collares de perra, sus muñequeras y tobilleras de piel y unos zapatos de tacón negros. Cuando volvió a bajar al sótano, pudo ver como su Amo descansaba sobre un sillón mientras liaba un cigarro. Junto a una de las esquinas había una nevera con hielo preparado y una botella de whisky que ella le preparó como siempre hacía. Se arrodilló a sus pies y esperó a que su Amo terminara de liar el pitillo para compartir las primeras caladas…

Mientras lo hacía pudo ver como era la estancia donde se encontraban. Apenas tenía luces, pero pudo distinguir algunos de sus juguetes colocados y colgados en la pared. Sus látigos y fustas, sus collares, la pala de castigo, todas y cada una de sus pinzas… todo perfectamente colocado pero sin ningún  orden en concreto.

En una de las esquinas de la sala, pudo distinguir una especie de sillón, de esos articulados, como los de las viejas barberías, subido sobre una especie de escenario que su Amo iluminó desde donde estaba sentado, con un mando a distancia. No hizo falta que le dijera nada, ella sabía de sobra que debía subirse a ese escenario y sentarse en ese viejo sillón. Caminó hasta él moviendo sus caderas con suntuosidad, como si flotara a cada paso. Se sentó con al espalda recta, las piernas separadas y los brazos alineados y preparados.

Su Amo se levantó y se dirigió hacia ella, le ató los tobillos a las patas del sillón y aprovechó sus propias muñequeras para inmovilizarle los brazos. Luego se limitó a dar vueltas alrededor de ella con una de sus fustas en la mano, azotando el aire al ritmo de la música que sonaba desde el fondo. No era la primera vez que empleaba esa fusta y Lía sabía de sobra el efecto que provocaba en ella. Sin quererlo empezó a temblar y le pidió a su Amo que le vendara los ojos, que quería sentir en su piel cada uno de los fustazos que Él le propinara.

Y se los vendó, pero a falta de sentir como la piel se le desgarraba, sintió como su Amo le sacaba las tetas por el escote del bustier tirándole de los pezones, pellizcándoselos con tanta fuerza que no pudo evitar soltar un grito que actuó en ella como una descarga eléctrica. Eso sin duda le había gustado a su Amo y saber que se la habría puesto dura mitigó el dolor convirtiéndolo en un leve gemido de placer. Torturarle las tetas era uno de los mayores placeres de su Amo, y de ella que, orgullosa y entregada, estiraba la espalda y sacaba pecho. Esa provocación le bastó a su Amo para colocarle las pinzas japonesas en cada uno de sus pezones. Lo hizo lentamente, mordiendo primero cada uno de ellos con sus propios dientes y pellizcándolos con sus dedos. Cada mordisco y cada pellizco le arrancaban un nuevo gemido que ella misma agradecía a su Amo.

Una vez empinzada, notó como su Amo le metía la mano entre las piernas. “Ohh, - decía- estás chorreando, eres una jodida puta!! Y al mismo tiempo, le pellizcaba la pepitilla que le sobresalía por el tanga. “Te gusta, verdad?, eres una zorra!!!!” Aquellas palabras dichas por su Amo la calentaban más aún y disfrutaba siendo insultada y humillada de esa manera. Otra pinza le fue puesta en cada uno de los labios de su grandioso coño.

Fue desatada y obligada a tumbarse sobre el sillón, dejando las tetas colgando por un lado y por el otro, su coño con la cadena de las pinzas entre las piernas. Aquella postura era casi tan humillante como las palabras que había escuchado, pero se agarró a las patas del sillón y levantó el culo todo lo que pudo cuando sintió el primer fustazo. “Gracias Amo” - dijo sin que Él tuviera que recordarle que debía agradecer cado uno de los castigos que su Amo le infringiera. Cada vez que sentía la vara en sus nalgas, le hervía la sangre, y un placer intenso le recorría el cuerpo de cintura para abajo. A los cinco fustazos que pudo contar sintió la mano de su Amo manoseándole las nalgas, intentando aplacar el dolor que en ellas se concentraba, enrojeciéndolas. Después otros cinco fustazos más, el último de ellos en todo el coño. Ese último fustazo le dolió tanto que casi la hace levantarse del sillón, pero lejos de llorar, dejó escapar un gemido que retumbó en las mismísimas paredes del sótano y que se clavó en el bajo vientre de su Amo como una flecha.

“Eres tan perra que te mereces que te la clave aquí mismo” Y sin dejarla  apenas tiempo para reaccionar, le metió por el culo uno de sus dildos. A penas tuvo que hacer ningún esfuerzo, estaba tan abierta que aquel consolador entró en su agujero como un conejo en su madriguera. Y la folló repetidas veces con él, mientras ella se retorcía de placer…

Debió quedarse dormida, porque despertó sobresaltada al oír el timbre de la puerta. A penas podía moverse, pero estaba desatada y tumbada en el suelo sobre una manta en medio del sótano. Al cabo de unos minutos le oyó bajar, la ayudó a levantarse y le ordenó que subiera a darse una ducha y a ponerse algo de ropa para cenar con su Amo. Subió las escaleras delante de Él, contoneándose, provocando en su Amo que le diera un par de nalgadas a las que ella respondió con una sonrisa.

Estuvo un buen rato bajo el agua de la ducha, dejando que sus músculos se fueran destensando poco a poco, acariciándose las nalgas que a penas una hora antes habían sido fustigadas. Uno de sus pezones todavía permanecía dormido, como atrapado entre los dientes de sus pinzas japonesas. Se lo enjabonó con cuidado, como hizo con el resto de su cuerpo. Antes del salir del baño, tomó prestadas unas gotas de un perfume que encontró en una estantería.

Salió del baño entaconada y con un vestido de lycra negro que marcaba sus curvas y cuyo escote pronunciaba aún más sus enormes tetas. Él se había puesto un pantalón vaquero oscuro y una camisa blanca, resaltando su moreno y destacando el gris de sus ojos. Cenaron tranquilos, compartiendo risas, anécdotas y un par de botellas de vino blanco que ella había traído. En todos esos meses que no se veían había habido novedades en sus vidas. Novedades que se contaron conversando como dos amigos. Cuando terminaron de cenar, su Amo lió un cigarrillo de la risa, se levantó de la silla situándose detrás de la de ella, se acercó a su cuello y percibió el olor de aquel perfume. “Hueles a ella, dijo” y Lía ladeó la cabeza a un lado, dejando que su Amo le recorriera el cuello con los labios, aspirando profundamente.

“Imagina que soy ella, hazme todo lo que siempre has soñado que te gustaría hacerle a ella”, dijo Lía susurrando. Y en ese momento, le atrapó las tetas con ambas manos, apretándoselas fuerte y pellizcándole los pezones como un poseso. La agarró fuerte del pelo, tirando de su cabeza hacia atrás y mientras una vez más le repetía lo zorra que era y lo muy dura que se la ponía, metió la otra mano por el escote de su vestido, llegando hasta su mismísimo coño que de nuevo estaba mojado. Ella abrió las piernas y se deslizó por la silla poniendo el culo sobre el borde, de manera que su Amo tuviera pleno acceso a su ansioso coño, que rezumaba y a gritos pedía polla.

“Sé que lo estás deseando, puta!!, pero aún no voy a follarte”. Y siguió manoseándole el coño mientras ella suplicaba que no parara, que se la metiera hasta las tripas, que la violara y la tratara como la perra que era. Y en ese momento, su Amo la arrancó de la silla donde estaba sentada, poniéndola de rodillas en el suelo, sin soltarle la maraña de pelos por la que la había cogido. “Como se te ocurra moverte, te muelo a palos” le dijo y ante tal amenaza, no se atrevió ni a mover un dedo. Su Amo volvió en un par de minutos, con aquella mordaza de acero para su boca que un  día ella le regaló. Se la colocó y  desabrochándose la bragueta de los pantalones, se sacó la polla por ella y se la metió en la boca de un golpe. Sentir a la Diosa de nuevo la estremeció y abriendo bien la boca dejó que su Amo se la follara una y otra vez, metiéndosela hasta la garganta y más allá, provocándole alguna que otra arcada y sin dejarla a penas respirar. Que su Amo se la follara de esa manera era uno de sus castigos favoritos y la muy guarra se recreaba sintiendo como la Diosa ocupaba toda su garganta. Con Él había aprendido a disfrutar lo que para otras mujeres suponía una gran humillación, pero ella disfrutaba como nunca, sabiendo que en ese momento no era más que un objeto que su Amo utilizaba para su propio placer…

Se corrió en su boca, limpiándose después la polla en su cara, llenándosela de leche, y quitándole la mordaza fue a sentarse sobre uno de los sillones que había en el sótano, como derrotado, con las piernas abiertas y la polla aún por fuera de su bragueta. Ella se acercó sigilosa, deslizándose de rodillas por el suelo, hasta que llegó junto a Él. Esperó allí arrodillada y con la cabeza baja una señal que le permitiera acercarse aún más y al cabo de unos minutos, su Amo acarició su cabeza, como quien acaricia a su mascota, con ternura y aprobación.

Ese gesto le bastó para desabrocharle los cordones de los zapatos, quitárselos lentamente y desnudar su pies, acurrucándolos en su propio regazo, para después besarlos y adorarlos como siempre había hecho. Besó y lamió cada uno de los dedos de los pies de su Amo, entregada y agradecida. Recorrió cada hueco entre sus dedos con la punta de su lengua y sintió en el ambiente como su Amo se relajaba y se dejaba llevar por el placer que aquella vista de su esclava le proporcionaba.

Aprovechó ese momento de calma para dirigirse a Él y pedirle permiso para ir a lavarse y a buscar algo de su maleta. “Puedes ir Lía, pero vuelve después al sótano, no te demores”, le dijo. Como cada vez que tenían la oportunidad de verse, ella le llevaba un obsequio. Normalmente, algún juguete que pudiera utilizar con ella, tal y como le dictaba uno de sus Mandamientos.

Lo había visto meses antes en una de esas webs de juguetes eróticos. Buscó en al sección de BDSM y  allí estaba, como esperándola. En quien primero pensó cuando lo vio fue en Él, en la cara que pondría al verlo y en lo que disfrutarían haciendo uso de aquel pequeño artefacto de tortura. Lo había envuelto en papel de seda y metido en una caja que ella misma forró y en la que puso su nombre, Amo Pervers. Le encantaba cuidar esos detalles, convencida de que a Él también le gustaba que lo hiciera. En una ocasión, le preguntó cual de todos los juguetes que le había regalado, le había gustado más, y Él, contestó que por orden de preferencia, su esclava Lía, la mordaza de acero, su última fusta y las pinzas japonesas. Estaba ansiosa por saber ahora, qué lugar ocuparía su nueva adquisición.

Se dio una ducha rápida, volvió a ponerse sus muñequeras y tobilleras de cuero, unos tacones negros y su collar de perra acharolado, uno de los favoritos de su Amo. Bajó las escaleras como una vedette, sin mirar al suelo, con la espalda erguida y la caja entre sus manos.

Su Amo se había quitado la ropa, dejándose solo un boxer negro, estaba poniendo música y sirviéndose una copa cuando ella apareció. “Deja que yo haga eso, Amo, que sea yo quien te prepare la copa y te la sirva”, dijo y Él se sentó en el sillón y encendió un nuevo cigarro de la risa. Cuando ella llegó con su copa se lo acercó a la boca para que le diera unas caladas. Una vez más se arrodilló delante de Él y le ofreció la caja con las dos manos.”Es para ti, Amo, espero que te guste” y vio como Él sonreía mientras leía su nombre escrito en ella en letras doradas. La abrió con cuidado y sacó de ella un paquete envuelto en papel de seda. Lo desenvolvió y volvió a sonreír al ver lo que era, una madeja de cuerda de pita, ruda y basta. “Así que quieres que tu Amo te ate, perrrrra!!” y soltó una gran carcajada.

Luego, sacó un segundo paquete de la caja, envuelto igualmente en papel de seda. Se quedó boquiabierto al desenvolverlo, sorprendido y sin ninguna duda, en ese mismo momento, su mente perversa ya estaría tramando el instante exacto para estrenarlo. Era un espéculo retractor anal, de acero brillante que iluminó sus ojos y su deseo de usarlo con ella. Tuvo que contenerse, sin duda la idea de estrenarlo le causó palpitaciones en su bajo vientre y algún que otro calambre en su mismísima polla.

Se levantó del sillón y ordenó a su esclava que se situara en el centro del sótano, bajo la luz y permaneciera de pie e inmóvil.  Cogió la madeja de cuerda de cáñamo y empezó a liarla en su cuerpo, aprisionando bien sus tetas en la base, la pasó por su cuello e hizo un nudo con ella entre sus tetas, luego le inmovilizó los brazos amarrando los mismos a la especie de sostén que le había hecho con la cuerda y sus muñecas detrás de su espalda. De ahí a sus caderas y a su coño que quedó dividido en dos por la cuerda, sus muslos, sus rodillas y sus tobillos, toda una auténtica obra de bondage. Le ordenó que se arrodillara y apoyando un pie en uno de sus hombros, la empujó hasta que cayó al suelo de lado, apoyada sobre uno de sus brazos y una de sus tetas. Temblaba, de placer y de gusto, esperando que su Amo le pisara las tetas y se las torturara. Y así lo hizo, poniendo uno de sus pies sobre ella, apretando sus carnes contra el frío del suelo. A medida que su pie se deslizaba por su teta y se acercaba a su pezón, el dolor era mayor y fue inevitable que ella gritara a la vez que un rayo de placer le recorría la espalda y se le clavaba en su  mismísimo coño de perra. “Esto es lo que querías, verdad, perrra?!!!” Y ella asentía con la cabeza y agradecía cada pisada que torturaba sus enormes tetas. Su Amo se agachó y metiéndole un dedo en el culo y otro en el coño, le recordaba lo que ella ya sabía, que era una puta zorra, una pervertida asquerosa que sabía como contentar y hacer feliz a su Amo. Y a más insultos le propinaba, más se empapaba su puto coño y se abría su culo.

La cogió por la cintura y la puso a cuatro patas, con la frente clavaba en el suelo y acercándola al sillón, donde se sentó para mirar el espectáculo que su esclava le regalaba, con el coño chorreando, el cuerpo temblando y mascullando pidiendo polla, suplicando que su Amo la jodiera viva, la poseyera y la diera por el culo sin piedad. De repente notó como una de las palmas de las manos de su Amo se estrellaba contra una de sus nalgas, y después contra la otra, una y otra vez. Como Él se las agarraba y se las abría, tirando de la cuerda de cáñamo que arañaba su orto y su chocho y acto seguido, sintió el frío del acero de las palas del retractor entrando violentamente en su ojete. Tuvo que respirar hondo, para relajar todos los músculos de su cuerpo que se tensaron sin querer y poco a poco fue recuperando la respiración, sintiendo como su culo se abría, ayudado en parte por la fuerza que el retractor ejercía sobre él, y por otra, por el placer que ello le proporcionaba. Gemía como una perra y suplicaba a su Amo que siguiera haciéndolo, que no parara. Llegó un momento en el que fue incapaz de distinguir si lo que entraba en su culo era uno de sus dildos o la polla de su Amo, dura como una piedra, ansiosa por entrar en ella dándola por el mismísimo culo, que es como se folla a las putas perras como ella. A cada embestida, la frente y las rodillas se le clavaban en el suelo, pero no le importaba, sabía que su Amo estaba disfrutando de ella, follándosela de esa manera, viéndola en esa postura tan humillante, oyéndola suplicar .

No podía aguantar más, a cada pollazo que su Amo le propinaba, se acercaba al más gratificante de los orgasmos y dirigiéndose a su Amo, le suplicó que la dejara correrse, que no podía reprimir ni un solo segundo más tanto placer que sentía y le invadía el cuerpo entero. “Puedes correrte, puta. Es más, te ordeno que te corras para mi”. Y en ese momento aulló su orgasmo como una auténtica perra, convulsionándosele el cuerpo entero a la vez que su Amo se corría dentro de su gordo culo llenándole las tripas de lefa…

La dejó descansar durante un par de horas, sabía de sobra que necesitaría todas sus fuerzas para el último castigo que le infringiría. Llevaba meses esperando ese momento, repetir lo que en su día le llevó a disfrutar como nunca de su perra y llegar un poco más allá de su hasta ahora conocida perversidad.

Mientras ella descansaba, se sirvió otro güisqui y encendió un nuevo cigarrillo que fumó a lentas caladas. De vez en cuando se paraba a observarla, allí dormida en el sillón, desnuda y acurrucada. Recordó muchos de los momentos vividos con ella desde que se conocieron y se sintió orgulloso de haber hecho de ella lo que hoy era, la más entregada de las esclavas, la puta más perra que jamás hubiera conocido. Eso le satisfacía y su ego se hinchaba como un globo, de la misma manera que se hinchaba su polla mientras la poseía o la humillaba.

Rebuscó en su caja de herramientas, encontrando en ella unos alicates, un rollo de hilo de acero fino, algunos mosquetones, cuerdas y clavos. En el centro de su mazmorra colocó una sábana de plástico y preparó también una docena de pinzas de la ropa y de agujas desechables. Cuando lo tuvo todo preparado despertó a Lía que dio un respingo en el sillón, sobresaltada y con la sensación de haber dormido toda la noche. “Sube y date una ducha, te quiero bien despierta” le dijo.

Mientras se bañaba no pudo evitar pensar qué nuevo castigo le tendría su Amo preparado. Últimamente y para llamar su atención, se había rebelado un poco, buscando ella misma los castigos de su Amo. Un millón de ideas se le pasaron por la cabeza, sabiendo de sobra que nada de lo que imaginara tendría que ver con lo que Él le tendría preparado, superándose a si mismo y probando, una vez más, hasta dónde llegaba la entrega de ella, su devoción por Él.

Bajó las escaleras del sótano nerviosa y ansiosa, curiosa y decidida a proporcionarle a su Amo el mayor momento de placer vivido con ella hasta entonces, aunque eso supusiera regresar a su casa marcada para siempre, sin poder sentarse en días y dolorida durante semanas.

Vio la sábana de plástico en el suelo y sobre ella, lo que parecían las patas de hierro de una mesa sobre la que reposaban dos tableros de madera separados entre si unos 10 CMS. El sótano estaba oscuro y solo una luz brillante iluminaba el centro de la estancia encima de aquel banco de tortura que su propio Amo había fabricado para ella.

“Ponte de pie junto al banco y asume tu postura número uno” le dijo. Oyó un chasquido de dedos y rápidamente adoptó su postura número dos. Un nuevo chasquido hizo que se colocara en su postura número tres, quedando sus tetas apoyadas sobre los listones de madera. En ese momento vio como su Amo se acercaba con un martillo y algunos clavos y un halo de miedo recorrió su cuerpo desde la punta de los dedos de sus pies hasta su coronilla. “¿Recuerdas tu palabra de seguridad, puta?”, le preguntó. “Si Amo, la recuerdo“, respondió con la voz entrecortada y asustada. “Bien, porque es probable que hoy quieras y necesites utilizarla” le susurró al oído. Y el temor y una sensación de placer interna se anclaron sobre su espalda, como si se hubiera colocado una mochila cargada con un gran peso. Sus piernas empezaron  a temblar producto de ese miedo que su Amo le había transmitido y en su cabeza se mezclaban pensamientos encontrados y contrarios los unos a los otros. “No, no va a hacerlo. Siempre me ha dicho que jamás me haría daño por el mero hecho de hacérmelo, sin que ello nos proporcionara placer a los dos. Pero está en su derecho, yo soy su perra, yo me he entregado a Él para que haga conmigo lo que le plazca”, pensaba sin escuchar nada más, solo a su conciencia y a su subconsciente que la mortificaba una y otra vez.

Un fustazo en el culo la devolvió al momento en el que estaba y su Amo le ordenó que pusiera las manos sobre su nuca y estirara los codos. Acercándose a ella, una vez más le susurró al oído: “No voy a hacerte nada que tú antes no me hayas pedido que hiciera contigo, so perra. Nada que no sea todas y cada una de esas ideas que tú misma has narrado en tus relatos que te hacía. Nada que no estés deseando que tu Amo te haga, todo aquello que tú misma has confesado anhelar durante todo este tiempo” y mientras se lo decía, refregaba su erección por su culo, lo que en cierta manera la tranquilizó porque sabía que le estaba proporcionando el placer que Él siempre había buscado y obtenido de ella. Era su puta perra y la había adiestrado y enseñado para ello. Y eso hizo que olvidara sus miedos, levantara bien los codos y apoyara con firmeza sus tetas contra esos listones de madera.

Su Amo le vendó los ojos, lo cual agradeció. La incertidumbre de no ver lo que podía pasar, la excitaba aún más. Sintió una fuerte presión en su pezones, un pellizco que le cortó el aliento, como si un animal salvaje se hubiera enganchado a ellos sin soltarlos y tirara hasta el punto de querer desgarrarlos. Gritó fuerte a la vez que sentía como el dolor recorría su cuerpo desde los pezones hasta el centro de su mismísimo coño, que empezó a babear como un niño pequeño al que le están saliendo los dientes.

Aquella presión la ejercía su Amo con los alicates, retorciéndole los pezones para volver a oírla gritar. Su grito le llegó hasta los huevos, en los que se asentó proporcionándole una sensación de gusto hasta ahora no conocida, pero muy gratificante. Con el hilo fino de acero le amarró los pezones, introduciéndolo por los agujeros que tenía de sus propias argollas y tiró de ellos, clavando con el martillo cada uno de los extremos de la cuerda de acero en la madera de los listones. Acto seguido, notó un pinchazo en su pezón izquierdo y supo que su Amo se lo estaba atravesando con las agujas que ella misma había traído en su maleta. Tres pinchazos después, volvió a sentir la misma sensación en su pezón derecho. La muy perra no pudo evitar gemir, lo que trasladó la sensación que su Amo tenía en los huevos hasta la base de su polla que empezó a endurecer y que le demostró refregándose contra su culo una vez más.

Contra eso daba igual el dolor que sintiera, casi se olvida de él en el momento en el que comprobó en sus propias carnes la excitación de su Amo, no pudiendo evitar menear el culo cuando Él se lo refregaba. “Pero qué pedazo de puta estás hecha!!!”, le dijo, y oír eso le hizo reír.

No contento con el castigo que le infringía a sus pezones, empezó a pellizcarle con sus propios dedos cada una de sus tetas colocándole una tras otra, la docena de pinzas de la ropa que había preparado. “Esto es lo que se merecen las tetas de una perra como tú”, “y ahora sonríe que voy a inmortalizar el momento, jajajajaja” Y la muy perra levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa a su Amo que retrató el instante, satisfecho y orgulloso.

Al cabo de un rato, cuando sus tetas llevaban ya castigadas y torturadas una media hora, empezó a sentir como si les faltara el riego sanguíneo y un enorme cosquilleo las recorriera, como si un millón de pies diminutos estuvieran andando por ellas. En ese momento su Amo se las desató, dejándole puestas las agujas y las pinzas.

“Ahora vas a sentarte sobre el banco y vas a separar bien las piernas”, le ordenó. Y se colocó de manera que su coño y su culo quedaron en el hueco que había entre los listones. Estiró la espalda y su Amo se acercó a ella dándole unos fustazos en el interior de los muslos, señal de que tenía que abrir aún más las piernas. Recogió su pelo en forma de coleta y tiró de su cabeza hacia atrás, dejando a su perra tumbada sobre su propia espalda en el banco y su cabeza colgándole por uno de sus extremos. Le dio una bofetada en la cara y ella supo que tenía que abrir la boca. “Mira como me tienes, so guarra!!!” y en ese momento le metió la polla en la boca, hasta la garganta, manteniéndosela dentro unos segundos.

“¿Qué te pasa, puta, no has tenido bastante polla aún?” Y la dejó con la boca abierta y su lengua buscando a la Diosa desesperadamente, como una ninfómana. De repente empezó a sentir el golpe del látigo en el interior de sus muslos, acercándose cada vez más a su coño, cuyo olor inundaba todo el sótano.

Extendida de espaldas sobre el banco de tortura con las piernas abiertas, su coño estaba totalmente expuesto y abierto de manera que un ejército de hombres a caballo podía haber entrado por él al galope sin haberse dado a penas cuenta de ello. Dicha situación no pasó desapercibida para su Amo que aprovechó la ocasión para cogerle la pepitilla entre los dedos y retorcérsela como había hecho antes con sus pezones. Después hizo lo mismo con los labios de su coño, tirando de ellos hasta colocarle en cada uno las pinzas japonesas. Y en ese momento se dejó llevar, abandonándose a su propio dolor, dejando que su Amo disfrutara de ello y proporcionándole a ella un placer interior difícil de describir.

A las pinzas japonesas les colocó una pesa que tiraba aún más de sus labios, dejando al aire su pepitilla y su clítoris, medio hinchado de deseo y de placer. El mero hecho de pensar que su Amo podría atravesárselo con alguna aguja la hizo estremecerse y gemir una vez más. Esperar que su Amo lo hiciera era una tortura aún más fuerte que la que estaba sufriendo y en ese momento, de su interior salió la verdadera perra que llevaba dentro, que entre gemidos hablaba y musitaba: “Hazlo Amo, hazlo, por favor, atraviésamelo con las agujas. Hazlo sin piedad, por favor, te lo suplico”. Y eso le bastó para coger una de las agujas y tal y como se lo había suplicado, atravesarle la pepitilla con ella. Gritó sin parar hasta que su Amo se acercó a sus oídos y le dijo lo feliz que le hacía, lo puta perra que era, lo orgulloso que estaba de ella y cómo le satisfacía su entrega y su dedicación. Y su grito se transformó en un calor interno que le llenaba todo su interior, aferrándose en sus bajos, quemándoselo y derritiéndola por dentro.

Y con los labios y la pepitilla torturados, su Amo acercó a su clítoris uno de sus estimuladores, recorriéndoselo de arriba a abajo, dibujando círculos sobre él hasta que su perra alcanzó un nuevo orgasmo que se le clavó en la mismísima punta de su polla.

Le retiró las agujas de los pezones y de la pepitilla, las pinzas japonesas de sus labios de abajo y le ordenó que se arrodillara sobre la sábana de plástico que había a sus pies. Con el látigo fustigó sus tetas hasta irle quitando una a una las pinzas de la ropa que aún aprisionaban sus tetas y arrancándole a su

perra un quejido tras otro. Apuntó con su polla directamente a la cara de su puta,  se corrió en ella y después, se meó sobre sus tetas y sobre su puto coño, sobre su culo y su espalda, lo que ella agradeció brindándole a su Amo un motivo más para sentirse orgulloso de ella. Y ella de Él.

C.P.Peñalva (C)