Leyendo a mi vecina II: El pacto

De como la pasión por las historias se convierte en pasión. Y comienza nuestra historia.

El susurro de las hojas de los árboles del parque de al lado de casa se colaba por la ventana entreabierta de la habitación de Marta. Estaba acurrucada encima de mí, con su cabeza apoyada en mi pecho reposando tranquilamente y su melena pelirroja me acariciaba cuando mi pecho subía y bajaba al respirar. Su piel pálida contrastaba con la mía. Si hubierais entrado en ese momento, os habríais encontrado con la pura estampa de la tranquilidad… salvo por una cosa, mi cabeza.

Mi cabeza no dejaba de dar vueltas y vueltas al mismo tema: ¿ahora qué? Me había acostado con Marta, y había estado genial, pero… eso cambiaba nuestra relación ¿no? ¿O no? Igual seguiría todo como antes, igual se arrepentía y no me volvía a hablar, igual luego ignoraba siquiera que esto hubiera pasado… igual… joder, todo sería mucho más sencillo si no nos lleváramos tantos años. Y yo no quería una relación estable. Yo no estaba preparado para eso. Mierda, mierda, mierda…

- ¿Miguel? –Marta musitó mi nombre, se movió ligeramente y apoyó sus manos en mi pecho, apoyando su cabeza sobre ellas y mirándome fijamente con una sonrisa. Estaba preciosa. No, ES preciosa.

- ¿Qué pasa?

- Te estoy oyendo pensar y está a punto de salirte humo de las orejas…

-Yo… ¿tanto se me nota o  tienes poderes para saber lo me pasa por la cabeza a cada momento?

Marta se rió.

- Mira, lo que ha pasado ha estado bien, no me malinterpretes… – empezó Marta.

- Pero… - Siempre hay un pero. Y la frase que me acababa de decir Marta olía a pero. Apestaba a pero. Podías ver el pero acercándose, como una nube negra que se acercaba por el horizonte. Yo ya me fui preparando para todo. Código rojo, alarmas sonando en mi cabeza: Marta no me iba a volver a hablar, o algo peor… En estas situaciones siempre me pongo tenso.

- Pero creo que tenemos que hablar y dejar las cosas claras .

- Me parece bien… empieza tú. Siempre prefiero dejar hablar a la gente. Te da tiempo a escucharles, entender qué es lo que quieren… y te deja cierto margen para pensar mientras tanto.

- Verás, ahora mismo no quiero una relación, y no quiero que veas esto como el inicio de una relación estable ni nada de eso.

- Sabes perfectamente que yo ahora no busco una relación estable, ni novia ni nada parecido, Marta. Ya lo hemos hablado alguna vez, sobre todo cuando lo dejé con Sil. Sil (Silvia), es una novia con la que estuve hasta hace un año y medio. Estuvimos juntos desde que tenía 18 años y lo dejamos de mutuo acuerdo, cuando ella se fue de Erasmus y después se quedó en Reino Unido, pues encontró trabajo allí. Algún día igual os cuento esa historia, pero este no es ese día.

- Ya… sólo quería dejar eso claro. Tampoco quiero que esto afecte a nuestra relación porque, sinceramente, eres de las pocas personas con las que puedo hablar de ciertos temas sin cortarme un pelo y que no te mosquees.

-Vale… En ese momento suspiré. Era el mismo miedo que había tenido yo. El perder a alguien a quien apreciaba por un simple polvo.

- Ahora viene la parte buena, imagino…

-¿Sí?

-Sí. Noté el roce de su muslo en mi muslo, su piel desnuda contra la mía… Miguel, céntrate en la conversación, que no quieres cagarla justo ahora.

- Verás… - empezó Marta. Desde que me divorcié de Luis, hace más de medio año, no he estado con nadie. Me refiero a que no me he acostado con nadie. No porque no quisiera, he superado el que Luis me engañase, sino porque no encontraba a nadie. La gente que conozco de mi edad… o están buscando una relación estable de cara a compromiso o sólo quieren líos de una noche.

-Ya… te entiendo.

-Y yo no quiero comprometerme con nadie hasta conocerlo a fondo y sentir algo por esa persona… Pero también me cuesta mucho acostarme con alguien que no conozco y luego si te he visto no me acuerdo.

- Ya, además de que en tu trabajo tampoco es que tengas muchas oportunidades de conocer a gente…

-Exacto. Y con lo que son mis amigas, están en modo casamentero, siempre buscándome a alguien. Y no me gusta esa presión.

-Lo sé. Aquella cita a ciegas (más bien fue una encerrona, creedme) que me dijiste que te organizaron hace un mes o así…

-Por eso. Lo que me gustaría es que pudiéramos acostarnos juntos, pero que no cambiara nuestra relación.

Me quedé en silencio un minuto o así pensando. O no. Me quedé con la mente en blanco. No lo sé. Marta me volvió a bajar a la realidad.

- ¿Estás bien? Vuelve a tierra, marinero…

-Sí, sí… es sólo que… tenía miedo de que ahora me dijeras que esto había sido un error, que no me volvieras a hablar o algo así y me sales con estas.

Silencio. Pero no un silencio tenso. Un silencio de “déjame que lo asimile durante cinco minutos”.

- Así que básicamente lo único que cambia es que ahora hay sexo en el menú. Si estás de acuerdo, claro… que no te he dejado hablar. Marta rompió el silencio.

- O sea, ¿que me vas a usar como tu vibrador personal cómo y cuándo quieras? Menos mal que los dos nos tomamos la vida poco en serio… con cualquier otra no habría estado ni la mitad de relajado de lo que estaba ahora.

­ -No, no, no te equivoques. Te vas a tener que mover, nene. Que no me gusta estar quieta en la cama.

- No, si algo ya lo he notado . Y nos empezamos a reír.

Así de sencillo. A veces basta con meter la risa de por medio como para que la tensión desaparezca. Los detalles ya los puliríamos después, pero por lo menos habíamos dejado clara la situación. Así fue como forjamos lo que Marta y yo llamamos desde entonces El Pacto.

Marta se incorporó un poco para darme un beso, poniéndose a horcajadas encima de mí. Bastó un simple roce de su vulva contra mi glande como para saber que seguía con ganas de marcha, pues seguía húmeda. Se incorporó y fue subiendo sus caderas hasta dejar su entrada frente a mi cara. No necesité más indicaciones. Antes no me había dejado ni siquiera besarla por la zona, así que ahora mejor que se preparase. Hay algo en el sexo oral que me fascina, y no sé muy bien el por qué. Me encanta tener la cara entre los muslos de una mujer, besarla, acariciar su cuerpo y notar como poco a poco se va estremeciendo con lo que le hago. Hay quien dice que si bien el orgasmo masculino es como descorchar una botella de champán, el orgasmo femenino se parece más a poner agua a hervir: lleva su tiempo, pero una vez que llega es imparable y desbordante. Y a mi me encanta poner agua a hervir con mi lengua.

Empecé besando sus muslos, pasando mi lengua por sus ingles, apenas rozando su piel. Su mirada estaba clavada en mi, podía ver los anhelos escritos en su cara. Empecé besando su entrada, succionando ligeramente, empapando mi lengua en sus flujos y distribuyéndolos, llevando mi lengua hasta su clítoris. Lamí su clítoris, lo tomé entre mis labios, lamiendo y succionando, lamiendo y succionando… podía notar como mi barbilla se empezaba a humedecer con los flujos rebosantes de su vagina. Aumente el ritmo y noté sus manos en mi cabeza, presionando mi cara contra su entrepierna.  Empezó a respirar más fuerte, jadeando, hasta que tuvo un orgasmo y aflojó las manos que agarraban mi pelo. Pero yo no aflojé: seguí lamiendo, intentando penetrarla con mi lengua… Marta poco a poco fue girando su cuerpo, se colocó para hacer un 69, mientras mis manos agarraban sus nalgas, separándolas para poder lamer mejor. Mi lengua recorrió toda su entrada, hasta su perineo. Mientras tanto, podía notar la lengua de Marta recorriendo toda mi polla, sus labios envolviendo mi glande… Comencé a lamer su ano, lentamente. Al no notar una respuesta negativa por su parte, poco a poco fui punteando con mi lengua su ano, masajeando levemente con mi dedo, pero sin penetrarla. Su entrada reposaba en mi barbilla, empapada.

De repente, se sacó mi polla de la boca y se colocó encima de mí, dándome la espalda. Noté las manos de Marta en torno a mi erección, y como dirigía su entrada hacia ella. Un simple movimiento y se empaló por completo. En esta postura no podía ver su cara, pero con que sintiera la mitad de lo que yo sentía en ese instante… Podía ver el culo de Marta subiendo y bajando. Mis manos agarraban sus tobillos y de vez en cuando acariciaba su piel.

En una de estas, se me ocurrió una idea. Fui ascendiendo mi mano poco a poco, hasta agarrar una de sus nalgas. Ensalivé mi pulgar, acaricié la entrada de su ano con él. No la penetré ni nada, simplemente lo dejé ahí, como pidiendo permiso. En una bajada, Marta se empaló hasta el fondo y se echó hacia delante. Mi pulgar quedó en la entrada de su ano, ahora más expuesto. Poco a poco, fue reculando, como si quisiera metérselo. Y vaya si se lo metió. Milímetro a milímetro, mi pulgar se hundió en ella. Con la cantidad de flujos que había soltado no nos había hecho falta ni lubricante. Marta empezó a menear sus caderas, pero la excitación era demasiada. Tras un par de movimientos frenéticos, pude notar las contracciones de su vagina y su ano exprimiéndome, con lo que me corrí prácticamente al instante. Marta se quedó quieta.

- Miguel, sácalo poco a poco…

Saqué el pulgar de su interior con cuidado de no hacerle daño. Se dio la vuelta y se quedó tumbada encima de mí.

- Joder…

-No me digas que no te ha gustado, porque no cuela.- le espeté.

- Me has hecho caso con lo de no quedarte parado, cabrón. No me esperaba esto.

El susurro de las hojas de los árboles del parque de al lado de casa seguía colándose por la ventana entreabierta de la habitación de Marta. Estaba acurrucada encima de mí, con su cabeza apoyada en mi pecho reposando tranquilamente y su melena pelirroja me acariciaba cuando mi pecho subía y bajaba al respirar. Su piel pálida contrastaba con la mía. Si hubierais entrado en ese momento, os habríais encontrado con la pura estampa de la tranquilidad… y esta vez nada la interrumpía. Ni mis pensamientos.

Continuará…