Leyendo a mi vecina I

De como la pasión por las historias se convierte en pasión.

Estaba cansado hasta decir basta. Después de 1 mes sin montar en bicicleta por culpa de un esguince, hacerse una ruta de 50 km no parecía lo más apropiado para retomar el ejercicio. Y efectivamente no lo era. Estaba tan exhausto que me costó sudores el subir la bici a su soporte en el trastero del garaje.

- ¡Mierda! – el grito que siguió al estruendo lo pude escuchar desde dentro del trastero, y eso que tenía la puerta a medio cerrar. Salí corriendo para encontrarme un montón de naranjas rodando por el suelo; parecían huir de una mujer que sostenía entre sus manos la red que hasta hace escasamente un minuto contenía 5 kilos de naranjas. Una mujer y menuda mujer… ups, perdonad mi mala educación, que no me he presentado... si me viera mi madre seguramente se le caería la cara de vergüenza por mi falta de modales. Aunque seguramente antes me preguntaría qué narices hago escribiendo en una página de relatos.

Mi nombre no os importa, podéis llamarme Miguel. Estudio un grado superior de administrativo y vivo con mis padres todavía, aunque espero poder independizarme tan pronto como encuentre un trabajo. Tal y como están las cosas, vivir a los 22 años con los padres es lo más normal, pero me gustaría poder empezar mi propia vida cuanto antes.  Las naranjas que acaban de desparramarse por el garaje son de Marta, mi vecina de enfrente. Al ser un bloque pequeño, nos conocemos casi todos, salvo un piso en el que viven estudiantes y lo alquilan cada año a gente distinta.

Marta llegó al edificio cuando yo tenía 15 años y estaba en plena adolescencia. Aterrizó en el piso con el que entonces era su futuro marido: ambos eran jóvenes, 26 años, y se veía a simple vista que se querían muchísimo. El que era su futuro marido más tarde sería su marido y a día de hoy y desde hace medio año es su exmarido. Felizmente divorciada, como ella misma dice. Del amor más profundo al odio más enraizado hay una delgada línea y, para Marta, esa línea se llamaba Lucía. Lucía era su mejor amiga y resultó ser con quien la engañaba su marido Luis. Al no tener niños, Marta lo tuvo muy claro: cruzó la línea del amor al odio, le cruzó la cara a Luis y pidió la separación. Y en esa situación estaba ahora mismo.

No os creáis que todo esto lo sé porque me dedico a espiarla, qué va. Lo que pasa es que siempre se ha llevado muy bien con mi madre, y más desde la separación. Además, conmigo también tiene una relación cercana (ahora más todavía) debido a un vicio común: los libros. Desde que aprendí a leer he desarrollado una extraña pasión por las historias. Me leo todo lo que pase por mis manos. Esto hizo que de pequeño mis compañeros de clase me considerasen un poco raro. Y como siempre he sido más bien reservado, entre eso y mi pasión por la lectura no lo pasé muy bien en el instituto. No guardo muy buenos recuerdos de esa época, aunque sí que guardo un pequeño puñado de muy grandes amigos. Os podéis imaginar lo que supuso para mi yo adolescente la llegada al edificio de Marta, lectora empedernida como yo.

Aún me acuerdo del día que se mudó: llegué a casa de vuelta de clase y en el portal había cajas de libros. Bueno, no sabía qué había dentro porque eran cajas de cartón, las típicas cajas de mudanza. Pero en un buen número de ellas ponía LIBROS, escrito en rotulador. Subí a casa por las escaleras, porque el ascensor estaba ocupado por un tipo grande como un oso y más o menos igual de peludo que no paraba de meter cajas y muebles. Y al llegar me encontré con nuestra puerta y la del piso de enfrente abiertas. Entré gritando “¡Mamá! Ya he llegado” Y me la encontré en el salón acompañada por una desconocida, que resultó que se llamaba Marta e iba a ser nuestra vecina. No os voy a engañar, a mi cerebro adolescente inundado de hormonas le faltó tiempo para pensar al verla “ joder, qué buena que está ”.

Mi madre me presentó, balbuceé un “ encantado ” mientras le daba dos besos y ya estaba a punto de irme a mi habitación cuando el oso que había estado subiendo muebles llamó a la puerta y entró.

-Marta, ya tienes todo colocado y las cajas subidas. Yo he terminado, me voy a ver si pillo al jefe antes de que se vaya de la oficina para que saque la factura ya y así lo cerramos cuanto antes.

- Gracias, Manuel. –respondió Marta – Mañana te veo. Voy a empezar a colocar libros ya, porque organizarlos me va a llevar un buen rato. Además Luis no vuelve hasta tarde hoy, así que me va a tocar hacerlo sola.

- ¿Sola? Miguel, ¿te importa echarle una mano con los libros? ¿Qué si me importaba pasar una tarde entre libros al lado de una mujer preciosa? Menudas ocurrencias tiene mi madre.

- Miguel, no hace falta, tranquilo. dijo Marta con una sonrisa.

- Con lo que le gusta leer a este… más bien lo tendrás que echar a patadas.

- Tranquila, no me importa ayudarte… Además hoy no traigo deberes así que no pasa nada. Respondí.

Pasamos a su casa y… era un piso de 3 habitaciones, cocina y dos baños. Habían dejado una habitación para invitados y en la otra, la más grande de las 3, habían colocado una mesa de trabajo grande y habían forrado las paredes de estanterías de abajo arriba. Parecía aquello la biblioteca de La Bella y la Bestia pero vacía, sin libros. Metimos una caja de libros en la habitación y quitamos el celo que la cerraba. He de reconocer que al sacar los libros me llevé una grata sorpresa. Inconscientemente, al estar con una mujer, me había esperado que fueran novelas rosas, romanticonas tipo Danielle Steel. Al abrir la caja, empezar a sacar libros y ver que era la saga completa de la Fundación de Asimov me llevé un pasmo y a la vez una alegría.

- Halaaaaaa… exclamé. Se me debió de quedar la boca abierta.

- ¿Qué pasa? Marta me miró sorprendida.

- Nada, nada… que me encanta Asimov y tienes una buena ración de sus libros.

- Jajaja, ¿te gusta la ciencia-ficción? Porque a mi me encanta. Si te quieres leer alguno dímelo y te los presto.

- Jo, muchas gracias. No te ofendas pero no me esperaba esto… creía que al abrir la caja empezarían a salir todo novelas rosas.

Marta se empezó a descojonar en mi cara, me dio media colleja (“ eso por el tonito de macho alfa de la frase ”, me dijo) y me pidió que la ayudara con otra caja.

Y así fue como nos conocimos. A partir de entonces nos llevamos genial. Nos prestábamos libros, poco a poco fuimos cogiendo confianza y, a pesar de la diferencia de edad, se convirtió en una de esas pocas personas con las que puedes hablar de todo. Yo le contaba mis problemas con el sexo opuesto, que en aquella época se resumían muy rápidamente: mi mayor problema era que no había problemas. No me comía un rosco. Y ella me fue ayudando a madurar, a pensar y me dio consejos a la hora de tratar a la gente, que hoy en día agradezco muchísimo.

Pero volvamos al principio de la historia, que este flashback se me está yendo de las manos. Habíamos dejado a Marta con sus naranjas, esparcidas por el suelo.

Me agaché a coger un par, para dárselas.

- No veas que susto me has dado.

- Pues anda que el que me he llevado yo, ni te cuento. Estas ya no valen ni para hacer zumo. – me dijo cogiendo un par de naranjas que había quedado despanzurradas en la caída. ¿Ya puedes volver a coger la bici? ¿El esguince ya no te molesta?

-No, parece que está curado por fin… menos mal, me estaba volviendo loco con eso de no poder hacer deporte.

Y así subimos hasta casa, la ayudé a poner la compra en su sitio mientras charlábamos un poco más: qué tal le iba en el curro con los chavales (era profesora de Lengua y Literatura en un instituto), qué íbamos a hacer cada uno en vacaciones… lo típico.

- Ups, perdona Miguel que no te he ofrecido nada, ¿quieres algo de beber? – preguntó mientras abría la nevera y cogía una lata de Coca Cola.

- Tranquila, ya te robo un poco de la Coca Cola que has abierto .

Marta abrió el armario  donde guardaba los vasos y se estiró para llegar al estante de arriba. Habían pasado 7 años desde que nos habíamos conocido, y las hormonas ya no dominaban mi cuerpo, pero me sorprendí admirando el cuerpo de Marta. Se cuidaba mucho físicamente: hacía deporte regularmente y tenía un cuerpo estilizado y firme. Lo que más me gustaba era que no se maquillaba. No lo necesitaba. Era de esa clase de personas que son tan guapas que cualquier potingue o pintura que se echen no hace más que estropear el resultado que pretenden conseguir. Ahora mismo el sol se colaba por la ventana de la cocina, iluminando a Marta de lateral… y estaba guapísima. Tengo que reconocer que se me puso un poco morcillona… mierda, lo que faltaba, justo cuando iba con las mallas de la bici, que dejan ver todo.

Marta se dio la vuelta y me ofreció el vaso de Coca Cola. Un poco azorado, bebí, me levanté del sitio y le dije que me tenía que ir a casa, que aún me tenía que duchar y hacer la comida.

- ¿Estás sólo? A ver si tengo que llamar a los bomberos cuando te pongas a cocinar, jajaja… mira que es cabrona cuando quiere.

- Sí, que se han ido mis padres una semana al pueblo y me han dejado de Rodríguez. Y tranquila, que me apaño en la cocina, soy todo un partidazo en ese sentido.

- Escucha, yo iba a preparar algo de comer ahora. ¿Por qué no te duchas tranquilamente y te invito a comer? Que no te tiene que apetecer nada el ponerte a hacer de cocinitas ahora. Y así me echas una mano a ver si conoces algunos libros que me han pasado como lecturas recomendadas para los chavales de cara a bachillerato. Me la dieron hace unos días y hay algunos libros que no he leído, a ver si tú sí, y me dices qué tal están.- Esto…. ¿me estaba mirando el paquete? ¿Tanto se me notaba a través de las mallas o es que estaba medio paranoico?

- Joer, Marta… muchas gracias. No sé cómo agradecértelo.

- Tranquilo, ya se me ocurrirá algo. Me dijo guiñándome un ojo. Me tuve que poner como un tomate de repente, creo que noté el calor en mis mejillas y Marta se empezó a reír. Dúchate tranquilo en casa y pasa cuando termines.

Pasé a mi casa y entré en el baño. Me miré en el espejo, a ver si mi semi-erección se evidenciaba a través de las mallas o eran impresiones (¿paranoias o fantasías?) mías. La verdad es que algo se notaba… mierda, había tenido que quedar como un puñetero salido… tendría que pedirle disculpas a Marta. Me metí en la ducha y me duché rápidamente. Qué gusto da quitarse el polvo del camino. La zona en la que vivo es bastante seca y siempre que salgo a hacer alguna ruta acabo con polvo del camino hasta dentro del calzoncillo. Parecía que hubiera corrido el Paris-Dakar. Me sequé, me puse algo cómodo y crucé a casa de Marta, a ver si la podía ayudar con algo. Cuando me abrió la puerta, me di cuenta de que ella se había cambiado de ropa también, llevaba un pantalón de chándal fino de andar por casa y una camiseta de Pink Floyd, de la gira del Division Bell, que le iba un poco amplia. Os juro que nunca conseguiré entender el efecto que tiene una camiseta de hombre cuando se la pone una mujer. Es ponérsela y en el acto está mucho más sexy. O igual son impresiones mías, no lo sé.

- Anda, pasa, y haz tu el aliño de la ensalada, mientras termino de hacer la carne.

- Vale… ¡joder qué bien huele! ¿Qué has hecho?

-Unas pechugas en salsa de pimienta verde. Ya te pasaré la receta si te apetece.

Me puse a hacer la vinagreta y en cinco minutos estábamos comiendo, con un par de cervezas fresquitas, con gotitas de agua que resbalaban por el exterior de los vasos, fruto de la condensación. La verdad es que cosas como estas se agradecen mucho en pleno verano. Estuvimos hablando un poco de todo: qué tal le había ido a sus minions este año (Marta llamaba así a sus alumnos)… Daba clase de Lengua y Literatura a chavales a partir de 3º de la ESO.

Hicimos los platos al terminar de comer y nos fuimos con otras cervezas al salón. Me senté en el sofá y Marta se iba a sentar cuando dijo:

- Espera, te traigo la lista de los libros que te he dicho antes. Que seguro que te vas a reír. Yo quise llorar.

Se fue de salón y volvió con una hoja impresa por las dos caras, me la dio, se quitó las zapatillas y se tumbó en el hueco que quedaba libre en el sofá, recogiendo sus piernas a mi lado. Podía notar el contacto de su pierna en la mía. Y ese simple roce sin intencionalidad me ponía nervioso. Igual es que llevaba un tiempo en el dique seco.

- A ver qué te parece – me espetó con sorna.

Aquello me parecía un despropósito. Grandes clásicos de la literatura: el Quijote, La Celestina, Grandes Esperanzas… son títulos que estaban en aquella lista, recomendados para personitas hormonadas de 15 años, que en lo último que piensan es en libros.

-¿Con esto pretenden motivar a los chavales de 4º de ESO a la lectura?

- Se supone que es para que vayan cogiendo las lecturas de Bachillerato, para introducirlos en lo que luego les voy a dar en clase. La idea es de mi jefa de departamento… no es una idea mala, pero la mujer tiene 60 años y su forma de dar clase es a la vieja escuela.

-Pero si con esto se van a morir de asco. Son buenos libros, pero si no te explican el contexto donde se escribieron… les va a costar un cojón leerlos. Y luego se pensarán que no les gusta leer. Y luego te tocará comértelos desganados al curso siguiente.

-Exacto, más o menos eso le dije a Puri (su jefa) , pero no me escuchó.

- Para eso, les podrías dejar algún libro tú, seguro que con El juego de Ender te los ganabas a todos y al año que viene los tenías comiendo de tu mano.

-Son adolescentes, ya están comiendo de mi mano… y se empezó a reír.

- Pobrecillos, con tanta hormona es normal.

-Se les nota… aunque no tanto como a ti antes. Me dijo sonriendo. Así que se había dado cuenta… estaba jodido, o eso pensaba yo.

- Yo… ¿a qué te refieres?

- A esto … estiró su pierna, pasó su pie por mi entrepierna y lo dejó ahí. Bastó ese roce para que mi pene se pusiera erecto, pues hasta ahora lo tenía semierecto… es un poco triste admitirlo, pero el roce de su pierna contra la mía durante todo este rato me estaba poniendo morcillón.

- Lo… lo siento, yo… balbuceé. Es sólo que antes estabas preciosa en la cocina y…

- ¿Y? Estaba empezando a masajear con su pie en círculos sobre mi erección, me estaba poniendo malo.

- Y… Marta para, por favor, no quiero hacer nada que…

- Vaya qué pena . Yo quería hacer mucho. Coló su pie por la pernera de mi pantalón corto, acariciándome a través del calzoncillo.

- Joder … se me escapó de los labios. Yo no entendía nada, y tampoco estaba en una situación como para poder pensar.

Marta me sonreía, mordiéndose ligeramente el labio inferior. Tomé su pie entre mis manos, lo saqué y empecé a besarlo, subiendo poco a poco por sus tobillos, sus piernas… me paré al llegar al borde de su camiseta, mirándola a la cara mientras poco a poco levantaba el borde, hasta dejar al descubierto su ombligo. Fui besando lentamente toda la zona, continué ascendiendo por su cuerpo hasta que estuvimos cara a cara… y me dio el mejor beso que me han dado hasta el día de hoy. Tenía su cara junto a la mía, nuestros ojos mirándose, los labios apenas rozándose, en un pequeño juego de ataque y retirada, donde cada vez nos acercábamos más el uno al otro. Hasta que al final sus labios tocaron los míos, noté sus dedos deslizándose a ambos lados de mi cara, colándose entre mi pelo, reteniéndome a la distancia exacta para ese beso. Me besaba lentamente (digo me besaba porque ahí la que dirigía era ella), hasta que noté su lengua rozando mis labios.

Ese fue el punto en que nos despojamos de todo control y la lentitud de antes se transformó en pasión desatada. Sus brazos me atrapaban, nuestras caderas se juntaron, para sentir el roce de nuestros cuerpos a través de la ropa. Podía notar la calidez de su cuerpo debajo de mí, mientras nos removíamos inquietos. Sus piernas envolvieron mi cintura, y me incorporé en el sofá hasta sentarme, con Marta sentada a horcajadas encima de mí. En esta posición, el roce de su entrepierna en mi erección era increíble… me estaban entrando unas ganas locas de penetrarla ahí mismo.

- ¿Qué te parece si nos vamos a un sitio… más amplio? – me susurró al oído.

Me lancé a por el lóbulo de su oreja, acariciándolo con la lengua y arañándolo ligeramente con los dientes. Perfecto. Fue oí mi contestación e inició el gesto de levantarse, pero no la dejé. Deslicé mis manos por su espalda, hasta llegar a sus nalgas, las apreté un poco y después, agarrándola suave pero firmemente, la levanté conmigo. Tras un segundo de sorpresa, afianzó sus brazos entorno a mi cuello, mientras me besaba. Nuestras respiraciones entrecortadas y ansiosas evidenciaban lo calientes que estábamos. La llevé a pulso hasta su habitación, atrapándola entre mi cuerpo y la pared. Podía notar como Marta deslizaba una de sus manos entre nuestros cuerpos, levantándome un poco la camiseta y colándose dentro de mi pantalón. Nos separamos de la pared, me arrastró tironeando del borde del pantalón hasta el borde de la cama, donde se sentó. Podía ver su pecho subiendo y bajando, con la respiración agitada, sus ojos brillantes de excitación cuando sus manos se deslizaron por mis piernas, acariciándolas, hasta colarse por las perneras. Una de sus manos se cerró entorno a mi erección, subiendo y bajando lentamente, subiendo y bajando… estuvo así un buen rato, a un ritmo lento, hasta que con la otra mano bajó un poco mi pantalón, dejando sólo parte de mi polla asomando por el borde. Acercó su cabeza a mi entrepierna y empezó a acariciar mi glande con la lengua, mientras no paraba de masajearme lentamente con la mano metida por la pernera del pantalón. Yo estaba que no me tenía… era increíble: recorría con su lengua todo el glande, envolviéndolo, notando las palpitaciones de mi erección y recogiendo el líquido preseminal con su lengua. Al final, sacó la mano de la pernera, y me bajó el pantalón de un tirón.

Mi polla se erguía desafiante ante ella, ansiando su boca. Lamió mi erección de arriba abajo, retirándose ligeramente su pelo castaño-pelirrojo a un lado, para que no le estorbara, y terminó por envolver mi capullo con sus labios. Notaba su lengua jugueteando con mi frenillo en el interior de su boca, en la que se iba introduciendo mi polla centímetro a centímetro, hasta que pude notar su nariz rozando mi pubis, y su lengua acariciando el inicio de mis huevos. Lo hizo un par de veces… hasta que notó que mi erección comenzaba a palpitar fuertemente y adivinó lo que iba a pasar. Mirándome, atrapó el glande en su boca, mientras me derramé copiosamente en ella. Escapó un poco, que se quedó en su comisura. Me miró con una sonrisa cuando me acerqué a besarla, más aún cuando recogí con mi lengua la gota que había sobrado y la besé.

- Qué pena… yo quería que me duraras un poco más.

- ¿Quién te ha dicho que tenga que parar? – le respondí. La verdad es que es algo que me ha intrigado siempre, y sólo conozco a otra persona más que le pase: el ser capaz de seguir erecto (totalmente erecto, sin que se baje nada) después de correrme. Igual debería consultarlo con el médico, pero oye, ninguna de las mujeres con las que me he acostado se ha quejado, así que… ¿si funciona para qué tocarlo?

Acto seguido, para su sorpresa, me abalancé sobre ella, que seguía con la ropa puesta. Con su cuerpo atrapado bajo el mío, la empecé a besar en el cuello, devorándoselo, mientras mi erección presionaba en su entrepierna… juraría que podía notar su humedad a través de la tela de su pantalón fino y de las bragas. Entonces caí en la cuenta.

-Espera, Marta… ¿no llevas bragas?

- Vaya hombre, me has pillado… -me dijo con una sonrisa traviesa. Me lancé a besarla, mientras mis manos se deslizaban por sus caderas, tirando del borde de su pantalón un poco hacia abajo. Me separé un poco de ella, bajando mi cuerpo, arrastrando su pantalón conmigo, y besé su ingle con cuidado. Podía notar la humedad de su entrada rozando mi mejilla. Noté sus dedos en mi pelo y empecé a dirigir mi lengua a su entrada…

-¿Dónde te crees que vas? Eso igual después, si te portas bien. Ahora te quiero dentro, bien dentro de mí. – me dijo cogiendo mis hombros.

Subí hasta ponerme a su altura, dejando mi glande apoyado en su entrada, pero sin penetrarla. Me encanta esa situación: la tensión sexual que se notaba en nuestras miradas, el juego de fuerzas para ver quién sucumbía antes y movía sus caderas para lograr que mi polla se deslizara en su interior. Yo me movía de forma casi imperceptible, presionando mi erección contra su entrada, dejando que el roce la volviera loca, penetrando apenas unos milímetros para que ella anhelara el tenerme en su interior.

Lo malo es que Marta me llevaba unos años de experiencia. Y en estas lides, eso marca la diferencia. Noté como sus manos bajaban por mi espalda hasta mis nalgas, donde se agarraron. Poco a poco, agarrándose en mis nalgas, Marta fue levantando la cadera, enterrándose mi polla milímetro a milímetro, de una forma lenta, pausada, preciosa.

Cuando me tuvo totalmente en su interior, me susurró al oído: Quédate ahí, sin moverte. Quiero sentirte entero. Nuestros cuerpos no podían estar más juntos: sus brazos agarraban ahora mi espalda, podía notar su pecho contra el mío, su boca en mi cuello…

Pasado un rato (juro que me podría haber pegado así el resto de mi vida, era una sensación grandiosa el sentirnos tan juntos), empecé a moverme lentamente. La respiración de Marta se empezó a agitar y pronto la respiración acelerada se transformó en gemidos de baja intensidad. Empecé a aumentar el ritmo y hundí mi cara en su cuello, besando, mordisqueando... Cambié un poco mi posición, para cambiar el ángulo de penetración y Marta empezó a gemir más fuerte.

Yo no sabía cuánto más iba a aguantar, pero estaba seguro que no faltaba mucho… justo entonces noté la contracción de Marta y cómo esta relajaba su brazos. Me dejé llevar y me corrí en su interior. Marta me besó largamente. Me deslicé de su interior, colocándome a su lado, y ella me agarró. Nos quedamos besándonos tranquilamente, mientras mi cabeza empezaba a asimilar lo que acababa de pasar… y sus consecuencias se asomaban por el horizonte de mi mente.

Pero eso es cosa del siguiente relato ;)