Leyendas Urbanas: Flor de un día

El amor es efimero, la belleza tan sólo dura un rato, el amor se convierte en odio y la belleza en fealdad.

Cuenta la leyenda urbana que me acabo de inventar que en cierta cumbre donde la nieve habita todo el año se encuentra escondida una bella flor que muchos llaman la rosa violeta. Es una flor de color violáceo más pequeña que una rosa y más intensa que una lila, sus espinas son grandes y muy puntiagudas, sus hojas de un verde pálido casi blanco y que sólo crecen en esa cumbre, en un pico siempre nevado y alejado por completo de otras formaciones rocosas similares, algunos dicen que por los nutrientes del suelo, otros que tal vez por las temperaturas y unos pocos piensan que la flor es mágica y que consigue que quien huela su esencia se quede totalmente prendado de quien tenga en su mano la flor pero que si se pincha con sus espinas odiara hasta la muerte a esa persona.

Héctor viajo desde muy lejos, desde otro continente con tal de encontrar la rosa violeta, ascendió hasta 5900 metros y un temporal le hizo refugiarse en una pequeña cueva, pero deseoso del amor de Anna, desafió al temporal y consiguió la cima tras cinco horas de ardua lucha contra las fuerzas de la naturaleza. En el pico más alto se encontraba un pequeño paraíso poblado por unas cuantas docenas de rosas violetas, con sumo cuidado guardo un ejemplar en un tarro con tierra y agua de la montaña y descendió la montaña.

Volvió a su país y lo primero que hizo al regresar fue llamar corriendo a Anna y quedar en su casa para cenar y contarle su viaje, ella accedió sin saber lo que más tarde ocurriría.

-¿Qué tal estas Anna?

-¿Y tú, que tal el viaje? –le pregunto ella y luego se abrazaron.

-Estuvo muy bien, algo movido el avión, pero estupendo, mira, te he traído una cosa.

-No tenías que haberte molestado.

-Si me encanta mujer.

De un pequeño cofre Héctor saco la rosa violeta ya trasplantada en una preciosa maceta, la puso sobre la mesa de la cocina.

-Ven, huele su perfume, no tengas miedo no te vas a pinchar –Anna se acerco, coloco su nariz sobre una hoja y aspiro su aroma. Acto seguido bajo la cremallera de su vestido y se desnudo ante la incrédula mirada de Héctor.

-Creo que jamás te he dicho lo mucho que me atraes Héctor, no podemos ser sólo amigos, yo quiero algo más, mucho más.

Anna se agacho, le bajo la cremallera de los pantalones a Héctor y por la apertura de los calzoncillos le saco la polla, la masturbo durante unos segundos y comenzó a chuparsela. Héctor no podía creer lo que estaba sucediendo, era superior a él, jamás pensó que aquella absurda leyenda fuera realidad, pero es que Héctor ya no pensaba, sólo gemía y se dejaba llevar por sus instintos más primitivos, total, la mujer de la que estaba enamorado estaba en su cocina haciéndole una mamada como una bestia, como si de ello dependiera su vida.

La verdad es que parecía que a Anna le hubieran puesto una pistola en la cabeza, se comporta como nunca hubiera imaginado Héctor, como una autentica guarra, insaciable, sin dejarle apenas moverse, ella tenía todo el control y sus posiciones no podían aparecen en el kamasutra. Era como si un animal se hubiera apoderado de su cuerpo y necesitara procrear cuanto antes y él fuera el único macho disponible.

A la mañana siguiente Héctor se despertó y no podía recordar nada. Su ropa estaba echa trizas en el suelo, la casa estaba pastas arriba, todo desordenado y Anna estaba fumando a su lado mientras con la mano derecha le hacía una paja.

-¿Desde cuando fumas?

-Hay muchas cosas que no sabes de mí.

-Estoy deseando descubrirlas –le dijo y le dio un beso en la mejilla -. ¿Has dormido algo?

-No, no sé por que tengo una energía enorme y unos calores donde yo me sé, ja, ja. Voy a hacer algo de desayuno y luego echamos otro polvo ¿vale?

-Por supuesto.

Héctor seguía sin creérselo y a su mente acudían flashes de lo que había ocurrido por la noche.

Un 69 sin fin.

Un 96 de lo más acrobático. Menuda flexibilidad en la espalda.

Gemidos y gritos ensordecedores.

Líquidos pegajosos por todas partes.

Nuevos sabores en su boca.

Calambres por las fuerzas empleadas en una penetración.

...

...

...

-Estoy... sangrando. ¡Dios como he podido! No te acerques.

-¿Qué pasa Anna?

-No te acerques a mi asqueroso. ¿Cómo he podido acostarme contigo? ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!

Anna continuo gritando y maldiciendo hasta que se paro frente al balcón abierto, no miro atrás, no pronuncio palabra y se lanzó por él.