Leyenda

Como todas las leyendas, esta también cuenta realidades envueltas en ficción que en mi total desconocimiento de técnicas literarias he tratado de construir y siempre tratando de no herir ningún tipo de sensibilidades.

Todo comienza con el despertar de las hormonas de un chico normal, integrante de una familia normal que formaba junto a sus padres y su hermana. Juan, yo, soy el hijo mayor de Salva y Maria, que no perdieron el tiempo y en la cuarentena de mi nacimiento ya quedó embarazada de Susana. Mi padre era fotógrafo, principalmente de BBC, bodas, bautizos y comuniones, y junto a mi madre tenían un pequeño foto estudió, lo que nos permitía vivir relativamente cómodos. La infancia fue normal, bueno normal para aquella época, mediados de los setenta. Mucho juego en la calle, poca o ninguna malicia, televisión la justa, y chicos y chicas separados siempre, y en casa mucho recato, de hablar de sexualidad ni pensarlo. Ya con el despertar de las hormonas en la calle se comenzaba a hablar un poco del tema, alguno de oídas de algún primo mayor, alguna revista de lencería robada a hurtadillas, pero ni siquiera una triste revista guarra, era imposible acceder a ese material. Así que todo eran especulaciones e imaginaciones de unos y otros.

Pero todo cambio cuando al mejorar la situación económica de la familia, el marido de la tía Luisa, hermana mayor de mi madre, se había casado con Paco, un hombre muy dominante, con mala leche, pero muy emprendedor, esto lo llevo alcanzar un cierto excito profesional siendo comercial de Xerox, y en ese ascenso se vio favorecido mi padre, el tio Paco puso el capital para montar uno de los primeros centros de copiado, negocio en auge en aquella época, donde comenzaron a trabajar mis padres. Este aumento de los ingresos permitió que aquel primer verano alquilásemos, en conjunto con mis tíos una casa rural cerca del mar, vieja pero muy grande, donde cabíamos perfectamente las dos familias, nosotros cuatro y ellos cinco, mis tíos y mis tres primos, Samanta, un par de años mayor que yo, Diana de mi edad, y Carlos un año menor que mi hermana.

Pasamos muchos veranos en aquel lugar, pero el primero fue muy especial y marcaria nuestro futuro. Los días eran casi todos iguales. Las Madres con los críos a la playa desde temprano, donde los hombres habían ya plantado las sombrillas y marchado al bar, donde se pasarían todo el día jugando a las cartas, al domino, viendo futbol, lo fuese para no lidiar con la tropa. Mi tía y mi madre a pesar de ser hermanas no tenían parecido alguno salvo la estatura, ninguna llegaba a 1,60, y seguramente el peso, ambas entradas en carne, sobre todo en muslos y culo, pero mi tía tenía bastante tripa, era un cilindro plano, en comparación con mi madre que tenía mucho menos barriga, si tenía algo de cintura, claro está que esa silueta era provocada por unos pechos grandes, por eso seguramente el peso fuese el mismo, pero la distribución de la carne era distinta. Mis primas heredarían el físico de la madre, planas y culonas. Aunque en aquella época solo Samanta tenía ya cuerpo de mujer.

Al anochecer la misma rutina a la inversa, recoger, volver a casa, ducharse, cenar y a distraerse un rato antes de dormir. Fue durante estos ratos de relajación cuando Carlos descubrió que, desde la azotea de la casa, que solo se usaba como lavadero, se tenía una visual completa de las duchas de ambos baños, los dos daban hacia una especie de patio de luces. Con mucha picardía nos planteamos espiar al día siguiente. Durante el día planificamos todo, llegar antes que nadie ducharnos de primeros y escabullirnos a nuestro puesto de observación, hasta la excusa que dar en caso de vernos pillados, lo único que ninguno dijo era que es lo esperábamos ver, yo esperaba poder ver a Samanta, para un chaval como yo era una modelo. Todo paso como lo planificamos, pero al llegar a espiar eran Susana y Diana las que estaban haciéndolo, era una travesura y me retumbaba el corazón, era la primera vez que sentí un palpitar en mi entrepierna y el endurecimiento del pene. Quedamos al acecho esperando más estábamos nerviosos, pero hambrientos, queríamos más, la luz de uno se encendía como preámbulo de que algo se avecinaba. Quiso la suerte que ante nuestros ojos apareciesen primero unas piernas carnosas muy blancas aun, y a medida que entraba en la ducha apareció a continuación de esos muslos, un triángulo negro frondoso y uno culo que a pesar de la celulitis era una delicia, Ambos nos quedamos impasibles ante aquella visión, aparecieron las primeras tetas que ambos veíamos, revelando la identidad de la mujer que nos alegraba la noche, mi madre. Sus tetas me embelesaron desde el primer momento, grandes y caídas, pero mantenían la forma de gota, aunque era difícil distinguirlos por la distancia, los pezones de color rosa pálido, se confundían con la blancura de los pechos, pero se mantenían mirando al frente dándoles una belleza especial. Al agacharse a enjabonarse se meneaban y colgaban, los pezones no se alcanzaban a distinguir. Supongo que al no ver su rostro ayudo a que en ese momento se apaciguara el remordimiento incestuoso y solo me concentrara en la primera hembra que estaba viendo desnuda, después vendrían otras, prácticamente a todas las mujeres que en algún momento convivieron junto a nosotros en aquella casa a lo largo de los 6 años que alquilamos la misma casa. Pero aquella primera me marcaria.

Cuando ya nos retiramos de nuestro escondite fue duro, pero a la vez excitante escuchar a Carlos como destacaba los encantos de mi madre. "¡Que culaso tiene! ¡Cómo le bailaban las tetas!¡Que peludo tiene el chocho!, era irónico porque la plática era como si pudiésemos comparar y no era así, pero estábamos exultantes, también yo, pero con sentimientos encontrados. Ya tendría ocasión yo de "vengarme" cuando tocó el turno de ver a la tía, a pesar de tener los pechos no tan grandes no escatime adjetivos para describir su culo y el resto de su anatomía, lo más destacable fue que llevaba el matojo recortado, aun se apreciaba un triángulo negro, pero no abultado. Ya puestos a hablar habíamos llegado a apreciar la separación de sus labios.

Todo aquel verano transcurrió igual, y nunca mejor dicho ya que día tras día la misma rutina y ver a las mismas 5 mujeres. Pero si fue especialmente morboso ver como a medida que se iban tostando sus pieles, el blanco del resto del cuerpo enmarcaba las partes de interés, tetas, culo y chichi, y más excitante fue ese contraste en las madres, ya que al usar bañador de una pieza se destacaba un conjunto completo en su torso. No llegamos a aburrirnos, ese primer año fue especial en todos los sentidos ya que fue ese cuando descubrí la masturbación, y nació la obsesión por mi madre.

Hasta aquel año ambas familias residíamos a poca distancia, pero ese fue cuando por motivos laborales mis tíos se mudaron de ciudad y el contacto con mi primo se haría más esporádico, pero nunca perderíamos la complicidad que había nacido entre los dos. Nos seguiríamos viendo en fiestas, festivos, y como no, en el verano.


Muchas cosas cambiaron ese año 76 además de la forma de ver a mi madre, una mujer de 36 años en aquella época, a pesar de su carácter abierto y jovial, muy reservada al vestir, siempre vestía blusas amplias para disimular el tamaño de su pecho y pantalones para ocultar las pantorrillas, el otro aspecto de su físico que la acomplejaba, las tenía grandes, estando de pie rodilla y gemelos eran una sola cosa. Incluso en casa era raro verla si un sujetador muy fuerte y apretado, se notaba en la hendidura que se le formaba en los hombros por el peso de sus pechos, pero no lo era tanto apreciar la ausencia de bragas al estar con batas de andar por casa. Aquel cambio de trabajo de mis padres también trajo consigo cambios en nuestro día a día. Hasta aquel momento mi madre complementaba la gestión del foto estudio con el cuidado de la casa, pero la nueva situación requería una disponibilidad completa al centro de copiado, al menos hasta que mi padre pagase su parte del capital inicial. Para remediar el problema del cuidado de la casa y de nosotros cuando acababan las clases, contrataron una mujer que venía a media mañana, hacia las labores del hogar, nos daba de almorzar y a media tarde se marchaba, quedando mi hermana y yo solos hasta la llegada de nuestros padres al final de la tarde. Día tras día la misma rutina, después que se marchaba la cuidadora no podíamos salir de casa hasta que hubiese un adulto en casa. Aunque siempre nos habíamos llevado bien, esta rutina sumada a la poca diferencia de edad entre nosotros nos hizo ser más unidos, cuidábamos el uno del otro, siempre buscábamos formas para entretenernos, en aquella época pre-consolas, solíamos hacer juegos de rol. Hasta aquel momento los juegos eran muy inocentes, construir castillos, fuertes, submarinos, aviones, etc. con cuanto mueble, trasto, manta, sabana estuviese a nuestro alcance. Pero ya el gusanillo de la picardía estaba presente y más luego de mi experiencia visual.

Ya en los juegos los personajes no eran amigos y camaradas asexuales, ya eran hombres y mujeres, en algunos casos pareja o querrían serlo. La verdad en que no fue nada grotesco ni violento los cambios que se fueron produciendo en nuestra forma de relacionarnos, además de llevarnos bien desde siempre, los cabios fueron muy sutiles al principio, un roce de más, una mirada más larga, una lucha más acalorada. Después pasaría de guerras y héroes a cosas más mundanas, oficinas, grandes almacenes, bancos. En el fondo lo importantes era pasar el rato, pero cada día veía más cosas de mi madre en mi hermana, sobre todo sus pechos que ya tenían un tamaño bastante considerable, por lo que cada vez me importaba menos de que iba el tema, lo que me mantenía alerta era la posibilidad de rozar o palpar accidentalmente alguna parte intima. La tensión sexual entre los dos iba en aumento cada día. En cuanto la señora Jacinta salía por la puerta, apurábamos los deberes o los aparcábamos y nos poníamos a inventar cualquier nueva o repetida historia, cada vez eran más comunes las relacionadas con agua, el mar, un rio o lo que fuese para ambos quedar en ropa interior. Mis erecciones eran muy notorias y tampoco me preocupaba en disimularlas. A medida que íbamos dando pasos hacia situaciones cada vez más comprometidas, ninguno decía nada sobre el cariz que estaba tomando aquello, pero la ansiosa curiosidad de ambos por esas nuevas sensaciones impedía que hablásemos con libertad sobre algo que no teníamos ninguna idea, ambos temíamos que si decíamos algo se rompería ese vínculo que se estaba estrechando entre nosotros. No es que antes nos odiásemos, pero alguno debió sospechar que nos convirtiésemos en hermanos modelo en cuanto a conducta se refiere de un momento a otro.

Una tarde especialmente calurosa, ideal para una representación marina, por necesidades del "guion", además de estar solo en ropa interior, eran constantes los roces y abrazos, debido al sudor que nos bañaba producido no solo por la elevada temperatura ambiente, también el calor interior nos abrazaba a los dos, eran caricias muy eróticas. Acabamos frotándonos en una especie de lucha sin sentido que solo se interrumpió cuando ambos fuimos consientes de los efectos visibles que la excitación producía en nuestros cuerpos. A través de la fina tela del sujetador, humedecido por el sudor, se veían perfectamente sus endurecidos pezones, que atrajeron mi mirada desde el primer momento que note como afloraban como garbanzos y me aparte sin mucho disimulo para verlos mejor. ella quedo absorta mirando la erección que destacaba por la gran mancha de humedad que delataba el grado de excitación que había alcanzado, una mezcla de líquido pre seminal y sudor. Ambos mirábamos abstraídos en silencio, aunque en la mente de los dos los pensamientos se superponían en una confusión tremenda y sin idea de lo que hacer a continuación, hasta que Susana, tomando la iniciativa, casi susurrando me pregunto - ¿Me la dejas ver? . Esa pregunta y mi consiguiente respuesta marcaria nuestro futuro. Poniéndome de pie sin pronunciar palabra, no podía, deslice los calzoncillos hasta las rodillas dejando mi pene a la vista inmutable de mi hermana. Luego de un rato de observación y silencio, alargo la mano y comenzó a palpar y a explorar a fondo la anatomía de mi aparato, que, aunque aún en desarrollo tenía un tamaño ya considerable, acariciaba con sorpresa el pelo del pubis comparándolo con el de ella, aun suave. Fue perdiendo la vergüenza y pudo más la curiosidad llevándola a tocar a fondo, primero tímidamente con un dedo, con dos, poco a poco ese contacto provocaba que fuese recuperando la erección. - ¡Se te vuelve a poner dura! -. Abarcándola con su mano y apretándola para sentir como aumentaba la dureza entre sus dedos, extasiada tiro hacia abajo dejando el capullo brillante al aire, lo soltó con asco pensando que lo tenía mojado por orín, pero la corregí demostrándole con el tacto que esa babilla era de otro tipo igual que le pasaba a ella, señalando la mancha de humedad en su entrepierna pasando un dedo sobre la zona afectada. Dio un pequeño brinco al sentir el tacto de mi dedo lo que provoco las risas de ambos, acabando de romper el hielo que se había creado. ¿LA quieres ver? - Pregunto, aunque sin esperar mi respuesta ya se había puesto en pie y bajando prestamente las bragas, quedando de pie ante mí con el coñito al aire, fue el primero que miraba tan cerca. El vello púbico era tan fino que aun en esa postura y con las piernas medio cerradas se apreciaba la rajita rosada y brillante por el flujo. Se sentó y abrió sus piernas sujetando sus rodillas sin mucho pudor dejando expuesto su tesoro. Un coño rosado brillante, casi con purpurina, separe sus labios con curiosidad para ver el orificio por donde eventualmente algún hombre meterá su miembro algún día, en ese momento a los dos nos pareció imposible que aquel trozo de carne entrase en ese hueco tan estrecho, pero de alguna manera tendría que eso si lo sabíamos. No pasamos más allá de aquella exploración, aunque si era notorio que el contacto no nos era indiferente a ninguno.

Cada día se repetía el mismo ritual, aunque cada vez perdíamos menos tiempo en historias muy elaboradas, se recurría a situaciones más directas a nuestros intereses, médicos, papa mama etc. la idea era desprendernos de la ropa lo antes posible, perdimos el pudor muy rápidamente, ya los roces no eran disimulados, comenzamos a darnos leves besos simulando ser pareja y a medida que perdíamos la vergüenza pasamos a morreos en toda regla, era un descubrimiento sexual continuo, prácticamente en cada ocasión nos aventurábamos un poco más. Ya cogía la polla con firmeza y realizaba movimientos ascendentes descapullándolo hasta hacer asomar el glande, me vino bien ese ejercicio ya que tenía el prepucio muy grande pero no me lo operaron así que debía tener especial cuidado en mantenerlo limpio y elástico, más de un mal rato pase ante la insistencia de mis padres por examinar si lo estaba haciendo bien y regularmente, pero con aquel continuo juego se mantuvo en condiciones. Por mi parte acariciaba aquel tesoro rosado en toda su longitud, pero sin llegar a introducir el dedo por limites morales por muy absurdo que parezca, pero si me explayaba en las tetas, ya de buen tamaño y con sus pezones protuberantes, jugar a amamantar era una gozada, se los apretaba embelesado, acariciando los pezones con la lengua maravillándome de verlos contraerse hasta que la forma de galleta abultada se contraía hasta quedar como una bolita arrugada, su gestualidad me impulsaba a continuar , acunaba mi cabeza contra su pecho y con su mano guiaba su seno alrededor de mi boca haciendo énfasis donde ella sentía mayor gozo Yo disfrutaba de cualquier forma, todo era nuevo y placentero, pero en el caso de Susana era muy notorio que ejercer presión sobre su coño le resultaba placentero. Se notaba estremecer cuando simulábamos el coito, siempre a través de alguna tela, ropa interior, cualquier cosa que estableciese una barrera entre los dos sexos, fue prácticamente el único límite que nos pusimos en los inicios. Sus mejillas comenzaban a sonrojarse, cerraba los ojos y se apretaba cada vez con más fuerza exponiendo más directamente su vagina, buscando en cada movimiento mayor presión sobre su clítoris, aunque aún no llegamos a descubrir ese secreto, aun no conocíamos el significado de orgasmo, no sé si llego a sentir alguno en aquellos juegos, pero placer si estoy seguro que sintió, gemía casi susurrando cuando yo empujaba directamente sobre la entrada de su vagina, podía palpar como mi glande se acoplaba a través de la tela, aquello casi me hacía eyacular, la tela acababa mojada completamente , basta con pajearme un poco para acabar descargando , ella lo miraba maravillada cada vez, pasada la sorpresa y asco de las primeras veces , al producirse los primeros dolores de huevos ella misma comenzó a animarme a que eyaculase al final de cada sesión . Explorábamos cada rincón de nuestros cuerpos, descubriendo el tacto, el olor, el sabor, sin llegar practicar sexo oral, si acerque mi nariz en su coño olisqueando como un sabueso y lamia sus pliegues adentrado mi lengua en su interior degustando su salado néctar. Yo deseaba que ella hiciese los mismo, pero le daba asco y yo no quería forzar nada que pusiese fin a nuestra aventura, solo en ocasiones lo lograba al colocarme haciendo un 69 pero de forma lateral, ambos tumbados en la cama, mientras me dedicaba a saborear su coño acercaba mi pelvis hacia ella para ponerla a su alcance, sabía que estaba haciendo un buen trabajo cuando alargaba su mano y me la cogía jugueteando con ella. En contadas ocasiones se excitaba tanto que llegaba a introducir la punta en su boca acariciándola con la legua, sentir el calor y la humedad me producía un respingo que recorría toda mi espalda, pero debía controlarlo porque si intentaba penetrar más en su boca se retraía y volvía a su postura pasiva.

Con el paso del tiempo fuimos ganando experiencia y confianza, pero con eso también nos volvimos descuidados, en más de una ocasión apuramos mucho el tiempo y casi llegan nuestros padres a casa sin haber borrado las huellas de lo ocurrido. Hasta que ocurrió un imprevisto que dio al traste con nuestro secreto. La señora Jacinta, nuestra criada, volvió a casa a recoger unos documentos que se había dejado, al tener las llaves de casa no fue necesario tocar al timbre y nos encontró desnudos besándonos en mi habitación. Los gritos de la señora nos sacaron de nuestro mundo, sin atinar a encontrar la ropa tratábamos de ocultar nuestra desnudez mientras ella no paraba de vociferar. -¡Ay Dios mío, que están haciendo, eso es pecado, vais a ir al infierno! ¡Vuestra madre se va a morir cuando se entere! ¡Tu padre te va matar! - dirigiéndose a mí. No paro de maldecir y citar a dios. Nosotros intentábamos por todos los medios de calmarla, pero no había forma. Hasta que se debió cansar porque tomo asiento, hasta ese momento no paro de caminar por todo el piso, y comenzamos a hablar con más calma. La dejamos que nos recitara casi toda la biblia, todos los pecados que estábamos infligiendo y las implicaciones morales. La dejamos hablar todo lo que quiso, al menos ya no gritaba, al final reconocimos nuestros errores y pecados y prometimos poner fin a aquello, pero le rogamos no contase nada a nuestros padres, lloramos suplicado su perdón y comprensión. Después de mucho hablar nos perdonó, pero se mantendría vigilante a partir de ese momento. El susto fue tan grande que nos olvidamos de todo aquello por mucho tiempo. La señora Jacinta no debió creernos mucho ya que los días siguientes se mostró muy distante y reservada, nos trataba con desdén, claro está no podíamos quejarnos por miedo a que rompiese su silencio, fueron días de constante zozobra, pensar que la vieja nos delataría de un momento a otro nos preocupaba a ambos. Pero la cosa empeoro cuando un par de semanas después al volver a casa desde el instituto encontramos a mama poniendo el almuerzo. El pánico me inundo, ¿qué habría contado la vieja? Esperaba una manta de sopapos por parte de mi madre, pero simplemente nos contó que la señora Jacinta se había despedido del trabajo por motivos personales y que no podría seguir cuidándonos, mientras encontraba sustituta mi madre se encargaría de la casa por las tardes contando con nuestra ayuda. No obstante, nos mantuvimos expectantes y nos cuidamos muy mucho de cualquier cosa que pudiese delatarnos, hijos modelos, colegio, casa, deberes ayuda con la casa, lo que fuese con tal de calmar nuestro desasosiego por aquel susto. Poco después entraría en nuestras vidas Laura, una chica joven, morena que cambiaría nuestras vidas, especialmente la de mi hermana como me enteraría más adelante. Pero el susto pudo más que nuestra curiosidad y dejamos de "jugar" por mucho tiempo.