Ley nude: humillado por mamá e Isa
Mi vida da un vuelco inesperado cuando un día, Isa, mi profe de apoyo, me descubre viendo porno. Ese día, ella y mamá deciden darme una lección, que incluye feminización, negación orgasmo, entre otras.
Saludos. Me llamo María. O, al menos, ese es mi nombre Sissy. ¿No sabéis que es Sissy? Yo os lo explico. En pocas palabras, es un chico al que feminizan. Normalmente se siente chica o le gusta vestir como una. Bien, yo realmente no era una de ellas cuando esto me pasó. Se me fue impuesto. Y al final, acabé disfrutándolo, aunque con matices.
Todo comenzó una tarde de verano. Estaba yo en mi casa, un chalet en un barrio tranquilo y aparte del pueblo donde vivía. En aquel barrio apenas pasaba gente, por no decir que casi todos los vecinos eran personas mayores. Había poca gente joven alrededor. Yo vivía con mis padres, Carlos y Carmen. Mi padre dirigía una empresa de ropa y productos femeninos: vestidos, tops, camisetas, bragas, perfumes y accesorios varios. Mi madre colaboraba con él. Debido a la buena situación económica de ambos, mi madre muchas veces podía quedarse en casa y se encargaba de la casa (yo la ayudaba) y mi padre trabajaba. Él también se encargaba de la casa los fines de semana (y mi madre así no tenía que encargarse) y a veces se intercambiaban, yendo ella a la oficina y él quedándose en casa. Mi papá tenía 50 años y mi mamá era un poco más joven, tenía 48. Yo tenía 18 años recién cumplidos.
Ese día, aquella tarde a mediados de Julio, mi vida entera cambió. Yo iba a clases de apoyo con Isabela, mi profesora, apodada Isa. Ella normalmente me daba clases en su apartamento o en mi casa, dependía del día. Era muy amiga de mi madre, por lo que yo tenía una pequeña rebaja en clases, lo que me permitía tener cuatro días de apoyo, de una o dos horas cada clase, dependiendo de la urgencia.
Pero yendo a lo importante. Ese día vino Isa a darme clases a casa. Mamá había salido a comprar.
Así que ahí estaba yo, en mi cuarto, sentado en mi silla de escritorio frente al portátil. Yo veía mucho porno, lo admito. Y había perdido la noción del tiempo. No me acordaba de Isa, ni mucho menos que ella tenía una llave de la casa, para entrar cuando quisiera. Así que no me percaté de que ella abría la puerta (tenía yo los cascos puestos) y cuando entró, ella me descubrió. Yo estaba totalmente desnudo, con mi colita (no me atrevo ni a llamarla pene, porque ni siquiera se la puede considerar tal) empinada y yo tocándome como una zorra.
— ¡MANUEL! — el grito de mi profe me sobresaltó.
Mi primer impulso fue cerrar fuertemente el portátil y darme la vuelta, quitándome a su vez los cascos.
Y allí estaba ella. Alta, cabello rubio y ojos azules. Debido al calor, llevaba puesta una camiseta roja y unos vaqueros largos junto a manoletinas. Un reloj de pulsera asomaba por la muñeca izquierda y su expresión de asco y ojos como platos me dejó inmóvil. Por un momento, ninguno supimos qué decir.
— Eso era… ¿porno? — musitó débilmente Isa.
— Yo…
— Tápate esa cosa — suplicó mi profe.
De repente me di cuenta de que estaba desnudo y con ambas manos me tapé. Las mejillas se me encendieron. Las noté ardiendo y rojas. Muy rojas. Entonces, tras un momento, Isa se acercó a mi ordenador.
— No lo… — iba a decir, pero la mirada fulminante de Isa me detuvo.
Isa terminó de abrir mi ordenador y vio el porno que estaba viendo. Se trataba de un vídeo donde un chico estaba en castidad y una chica le hacía Peggin.
— ¿Este es tipo de vídeos que ves? — preguntó ella. Yo no supe que decir.
Ella siguió investigando el historial de videos de la página. Como aún no había salido del modo incognito, se podía comprobar fácil. Y había cinco videos más, todos de Peggin, castidad e incluso uno de transexual. Y feminización. Vi a Isa sonreír picarona y las mejillas se me incendiaron de nuevo. Podría haber frito un huevo en ellas si hubiese querido. Estaba totalmente seguro.
Ella no quitó la página. Dejó el portátil abierto con la página en primer plano. Entonces me miró. Más concretamente, miró las manos con la que tapaba mi colita.
— Déjame ver — ordenó.
Ignoro porqué le hice caso. Tal vez fuera el tono autoritario con que lo dijo. O quizás fuese que yo nunca había sido demasiado rebelde. Más bien sumiso. Quizás por eso me atraía la sumisión en el sexo. Retiré las manos y así Isa pudo ver con todo lujo de detalles mi pene.
Este era muy pequeño. Y estaba erecto. Mediría apenas once centímetros. Ella lo miró con detenimiento, con aquella sonrisa picarona aún en su rostro. Vio el líquido pre seminal goteando por mi tronco hasta acabar en los testículos. Con un dedo, recorrió desde los testículos, hasta el glande, pasando por el tronco. Ese dedo limpió el líquido seminal. Luego, ese mismo dedo lo llevó a su lengua. Yo la miré estupefacto. Ella me guiñó un ojo.
— No sabía que fueras tan viciosa — me había llamado en femenino. En aquel momento lo obvié, creyendo que tal vez se trataba de un error. Más tarde me daría cuenta de que no.
— Yo no…
— Silencio — lo dijo tan enfadada y seria que me callé —. Lo que acabas de hacer me da mucho asco. ¿Te parece bonito? Tienes clase conmigo hoy. De matemáticas, además. Y sabiendo que voy a venir te pones desnudo a ver esas cosas… eres un guarro. Y mereces un castigo.
Me entraron ganas de llorar.
— No porfa…
¡PLAF! Bofetada al canto.
— Que te calles — ordenó —. No te he pedido que hables. Túmbate en la cama.
Mi cama estaba al lado de mi escritorio. Me tumbé. Ella me ordenó esperar sin moverme. Se ausentó durante diez minutos. Al regresar, no vi nada especial ni nuevo. Seguía igual de vestida e igual que todo como había entrado.
— He avisado a tu madre.
Aquello me dejó shock. Intenté decir algo, pero no me salía. Ella sonrió.
— Ese es solo el comienzo de tu castigo. He estado hablando largo y tendido con ella. Y ambas estamos de acuerdo en que te mereces un castigo. Ya hemos decidido cual será. Lo hemos nombrado LEY NUDE — rio —. ¿Te gusta? Lo mejor del castigo es que vas a descubrir en qué consiste poco a poco. Para empezar, hemos decidido que tienes que aprender a respetar más a la mujer. No puede ser que una señorita como yo, de apenas treinta y cinco años entre aquí y te vea sacudir esa pena que llevas — volvió a reír.
Yo me sentí muy humillado. Se había metido con mi masculinidad y el tamaño de mi cosita en un momento. Además, a mi entender, había tergiversado un poco la situación. Pero no me atreví a contradecirla. Me estaba dando miedo.
— Para empezar — abrió mi armario empotrado —, despídete de toda tu ropa masculina cariño. Ya no la vas a necesitar.
Empezó a sacar violentamente todo: pantalones, calcetines, calzoncillos, camisas…
Yo le hubiese pedido que parara, pero por alguna razón no lo hice. Creo que estaba demasiado conmocionado con cómo se estaban dando las cosas. Después vi cómo se la iba llevando poco a poco. Dejó mi armario limpio. Estaba totalmente desnudo, sin ropa qué ponerme. Isa regresó y se sentó a los pies de mi cama.
— Tranquila princesa, ahora te traigo algo lindo que ponerte. Voy a aclararte algo: vas a hablar solo cuando se te ordene. Sino, castigo. ¿Entendiste?
Asentí, temeroso. Isa sonrió. Ella entonces se ausentó y al cabo de media hora trajo algo que reconocí: era un disfraz de mucama. Sin duda, lo habría comprado en la tienda de disfraces. En coche estaba a nada, cinco minutos o menos. Y con el calor qué hacía, seguramente la tienda estaba vacía. Había tardado nada. El disfraz en cuestión se veía bastante pequeño, con solo un delantal blanco diminuto y una cofia. Ya está. No había más. O al menos, Isa no había traído más.
— Voy a ponerte esto.
Hice ademán de negarme, pero entonces ella me dio con la mano abierta en mi cosita. Aquello me provocó un respingo. No solo no me lo esperaba, sino que además dolió. Y me había dado suave. Apenas un roce. Pero se trataba de mi colita y esta era muy sensible. Isa rio y luego dijo:
— Tu obedeces.
— Perdón — musité.
Otra palmada ahí. Esa vez grité de dolor.
— Habla solo cuando te ordene.
No respondí. Satisfecha, Isa procedió a ponerme la cofia en la cabeza y el delantal.
— Mira que mona. Aunque estarías mejor sin tanto vello. Suerte que no tienes mucho.
Era cierto. Yo apenas tenía vello.
Isa me llevó al cuarto de baño que había cerca de mi cuarto. El baño en cuestión tenía bañera a la izquierda, lavabo enfrente de la puerta y el inodoro estaba apenas un poco más a la derecha del lavabo. A mano derecha según se colocabas frente a la puerta. Me obligó a sentarme en el inodoro (con la tapa cerrada) y luego procedió a coger crema de afeitar de papá y un par de cuchillas. Me quedé inmóvil mientras rasuraba todo mi cuerpo. No me molestó que lo hiciera ni hice drama. Tampoco se veía mal así y muchos hombres lo llevaban. Por un segundo, temí que quisiera raparme el cabello, pero por fortuna, ese pensamiento no se le cruzó por la mente. En su lugar, sí que me rasuró mi colita. El poco vello que tenía.
— No te muevas ahora — advirtió Isa —.
No tenía intención. Un mal gesto y podía castrarme. Así que esperé. Fue rápido, por suerte. Luego de eso, ella me obligó a mirarme en un espejo que trajo del dormitorio de mis padres. El espejo en cuestión era rectangular. No sabía cuánto medía, pero podía sostenerlo en sus manos perfectamente. Pude ver mi humillante aspecto: carita aniñada, ojos marrones, cabello corto de color negro. Todo mi cuerpo depilado. Parecía un niño un poco más grande que los demás. Vi que el delantal no tapaba mucho mi colita, asomando los huevos. La cofia me daba un aspecto ridículo. Isa rio.
— Estás monísima, cariño.
No me atreví a decirle que no me llamara en femenino. Pero estaba claro que no era un error. Lo hacía aposta. Era parte del castigo, deduje.
Isa me ordenó hacer justicia al papel de mucamita: limpiar toda la casa.
— Pero no usarás trapo — me dijo picarona —. Usarás tu lengua.
No me atreví a rechistar, viendo como anteriormente había salido. Así que, haciendo uso de mi lengua, me dispuse a limpiar la casa.
Con mi lengua, limpié todo el suelo del baño. No estaba muy sucio, pero tampoco muy limpio, que digamos. Así que sí, me tocó tragar algo de suciedad. Por ejemplo, una pelusa. Al meterla en la boca, Isa rio divertida y me animó a tragar. Por miedo al castigo, lo hice, esperando no enfermar. Después de algunas pelusas más y algún resto de meado que encontré cerca del váter, me tocó limpiar este. Sí, el váter. Isa abrió la tapa y me ordenó limpiar. La miré, rogando con la mirada, pero su rostro serio me convenció de obedecer. Limpié la cubierta del váter, donde algunos pelos asomaban y restos de orina, tanto mío como de mamá. Para animar la cosa, Isa orinó en el suelo y me ordenó limpiar. Limpié su orina fresca. Pasé la lengua y limpié lentamente, como ella me ordenaba. La orina fresca estaba más asquerosa si cabía que la ya seca y muy tibia. Me sentía totalmente rebajado. Tal como ella quería. Riendo, vi que me hacía algunas fotos.
— Ahora sí que te tengo bien agarrado de los huevos — me dijo orgullosa —. Tal vez comparta estas fotos por ahí.
Hice ademán de suplicar, pero recordé el castigo y me detuve. Solo cabía confiar en que finalmente ella no lo hiciera. Ella se percató de eso.
— Así me gusta. Obediente. Pero creo que las compartiré de todas formas. Así te humillo más — rio.
Y solo estábamos en el baño. Luego tuve que limpiar la bañera de algunos pelos que presumiblemente eran de mamá, aunque no sé si habría alguno mío. Después pasamos ya al pasillo. No hubo grandes problemas, salvo ciertas pelusas. Y lo mismo en el resto de la casa. Tragué pelos, pelusas e incluso, por más asco que me dé, algún mosquito muerto. Quién sabe cuánto llevaba ahí. Estábamos en el salón, cuando la puerta principal (que estaba justo al lado) se abrió. El miedo se apoderó de mi cuerpo y me quedé inmóvil. Se escucharon los pasos firmes de unos tacones. Era inconfundible. Era mamá.
Ella apareció allí. Guapa. Cabello negro, ojos verdes. Con un ceñido vestido rojo que le marcaba un generoso escote y unos tacones negros. Llevaba una bolsa del supermercado en cada mano. Las soltó con suavidad.
— Isa ya me lo ha contado todo — su rostro era sereno, pero su tono era peligroso. Sus gruesos labios rojos estaban muy fruncidos — además, tengo algunas fotos tuyas.
Me enseñó entonces algunas fotografías de mí limpiando el baño. Me puse rojo de vergüenza otra vez. La situación era cada vez peor. Pero no tenía ni idea de lo que se me venía encima.
En una de las fotos salía limpiando el retrete, en otra, limpiando la bañera y había varia más de mí limpiando el baño. Supuse que tenía más, pero esas fueron las que me enseñó. Luego dijo:
— Gracias por encargarte Isa. Haremos lo que hemos hablado por teléfono.
— Adiós bombón — me dijo guiñándome un ojo. Se despidió de mamá y se marchó.
Ahora estábamos ella y yo solos y tuve aún más miedo que antes.
— Estarás orgullosa — me regañó. Me fijé en que también me trataba en femenino. Pero no me atrevía decir palabra.
Resoplando, mami se sentó en el sofá y me ordenó tumbarme en ella. Como cuando era pequeño y ella me azotaba. Temí que eso pasara.
Eso no puede ser, soy adulto me dije. Cuán equivocado estaba. En cuanto me tumbé en su regazo ella me propinó una fuerte nalgada. Me dio en mi colita también. Me agité, dolorida. Otra nalgada. Y otra. Y otra más. Al tiempo, me decía:
— Eres un guarro. Pero no te preocupes, que Isa y yo te vamos a enseñar modales. Hemos desarrollado un plan lindo para ti nena. Para empezar, te habrás percatado de que ya no te tratamos como hombre. Eso es porque no lo eres. Ahora eres una niña. Una niña que será muy obediente. En TODO.
Más cachetadas.
— Ya veremos qué nombre te ponemos, por ahora te llamaremos como te mereces: zorra, puta, guarra, o tal vez más amable: princesa o bombón. Como queramos.
Mami terminó las cachetadas, pero no así con mi culo. Con el dedo índice, rozó la raja de mi culito. Temblé.
— Recuerda que no puedes hablar. Solo cuando te lo indiquemos.
Mami metió la punta del dedo en mi ano. Gemí.
— ¿Te gusta a que sí preciosa? — me preguntó como si fuera un bebé.
Metió un poco más profundo el dedo. No entendía la naturaleza de aquel castigo. El dedo terminó de meterse por completo. Luego, mami lo movió con dulzura. Adentro, lo movió en círculos suavemente. Yo gemí, sin poderlo evitar. Aquello me estaba gustando. Luego, mami lo sacó y por un momento noté un vacío en mi culito, antes de ser llenado otra vez por su dedo. Adentro y afuera. Me penetró con su dedito. Lento primero y luego fue cogiendo más velocidad.
— Gime para mí, princesa.
Lo hice. Sabía rico.
Luego ella terminó con el dedo. Me dijo que esperara allí tumbada. Esperé y luego vi como mami traía un plátano y algo más: perfume. El perfume de papá. No entendía nada.
— Vamos a jugar a un juego princesa. Voy a poner el perfume de papi en el plátano y tú lo vas a chupar. Como si de una verga se tratara. Sé que has visto bastante porno, zorra, para saber cómo hacerlo. Así que hazlo o subo todas tus fotos a Internet y te llevo a castrar ahora mismo. Dejándote los huevos, puta para que nunca dejes de estar cachonda.
Aterrorizado ante esa idea, acepté. Mami quitó la cáscara al plátano y luego usó el perfume. Aplicó mucho a todo el plátano, de principio a fin. Luego, me lo dio. Lo agarré con ambas manos.
Con la lengua, lamí todo el plátano, sintiendo el sabor del perfume. Era un perfume fuerte, muy varonil. Luego, por orden de mami, le di suaves besos mientras ella reía entre dientes, satisfecha. Finalmente empecé a chupar. Metí lentamente primero, lo que sería la “cabecita”. Luego, empecé a mamar. Lento primero. Mirando atentamente a mami. Ella se reía y decía:
— ¿Te gusta la polla de papá, corazón? Ahora vas a oler a él nenita. Tu boquita y tus manos.
Estaba roja de vergüenza, pero seguía tragando. Mamá me ordenó tragar hasta el fondo. Cada poco, mamá añadía más perfume al plátano, y así nunca se iba el olor. Notaba toda mi boca perfumada al tiempo que seguía chupando todo el plátano. Adentro, afuera, sin parar. lamía, besaba. Al cabo de media hora, el juego cambió. Volví a tumbarme boca abajo con mamá, pero no hubo cachetadas. Culo en pompa, ella empezó a rozar el plátano perfumado en mi culo. Jugó con la raja de mi culo y finalmente no se resistió más y la metió en el ano.
— Que dilatado lo tienes amor — me dijo con dulzura.
Metió solo la punta. Luego la sacó y volvió a meter hasta la mitad. De vez en cuando mami metía uno o dos dedos en mi culito para dilatarlo aún más.
Penetraba mi ano con el plátano perfumado. Sentía aquel trozo de fruta fálica, blandita, entrar en mi orificio. Mami reía. Y llegó un momento que empezó a meter lentamente el plátano dentro de mí. Primero fue la punta, luego llegó hasta la mitad y terminó metiendo todo el plátano, de punta a punta, dentro de mi ano.
Abrí los ojos como platos, pero no me atreví a decir palabra. Sentía todo el plátano dentro de mí, llenándome toda.
— Sabía que te podía caber entero— dijo orgullosa mamá.
Ella me sentó en su regazo. Pude oler su perfume. Olía a vainilla. Mami me acarició el cabello y dijo:
— Nos merecemos un baño ¿no crees princesa?
Asentí, creyendo que eso era lo que mami quería. Ella me dio un suave beso en la frente y me ordenó levantarme. Cogida de la mano, fui llevada por mamá al baño de arriba.
Allí, ella empezó a desvestirse, para mi asombro. Se quitó el vestido y lo colocó en el suelo con mimo.
— Qué bien que hayas limpiado esto corazón — me dijo —. Lo harás más veces, te lo prometo.
Yo la creí.
Ahora ella estaba en ropa interior, muy sexy. Esta era roja y marcaba aún más su escote. Tenía un buen par de tetas. Ella me guiñó el ojo. Enchufó el grifo de la ducha. El agua corrió por esta. De repente, noté muchas ganas de orinar. Pero no sabía cómo decirlo sin recibir un castigo. Hice un intento. La miré a ella y ella a mí. Luego señalé el váter.
— Oh, ¿la nenita quiere hacer pipí?
Yo asentí. Ella se quedó un momento pensando.
— Supongo que puedes. Pero — añadió maliciosa —, te enseñaré como debes.
Aquello me dejó intrigado.
Abierta la tapa del inodoro, me obligó a sentarme en él.
— Mearás sentadita. Como toda niña buena. Así que apunta con esa cosita que tienes, bebé.
Mi colita estaba empalmada, así que costó un poco que apuntara hacia abajo. Pero no costó mucho por lo chiquita que era. Empezó a salir orina. Mami soltó una risita.
— ¡STOP! — gritó. Aquello me asustó y dejé de hacer pipí enseguida —. Muy bien princesa — me felicitó mami —. A partir de ahora, orinaras cuándo, cómo y cuánto quiera yo. Así que, si sigues teniendo ganas de hacer pipí, te aguantas.
Tenía algo de ganas, pero afortunadamente era poca. Aun así, aquello me frustró bastante.
Luego acompañé a mami hasta la bañera. Esta ya se había llenado. Entonces se quitó el sujetador, viendo sus hermosas tetas. Tuve que ganas de chuparlas. Sentí asco y vergüenza. Estaba tan caliente que pensaba ya incluso en chupar las tetas de mamá. Como cuando era bebé. Y al quitarse las braguitas quedé anonadado. Su vagina estaba totalmente depilada. No sé por qué había pensado que mamá se lo dejaba con vello. Me apeteció meter mi lengua ahí…
Mami se metió en la bañera y yo la seguí. Me quitó delantal y cofia para eso. Se tumbó cuan larga era y me obligó a sentarme encima de ella. Allí sentado, apoyé mi cabeza en sus tetas. Olía otra vez el olor de mamá. Mami me dio suaves besos en la mejilla. Luego sentí su mano izquierda recorrer mis pechos, pasear por mi estómago y finalmente detenerse en mi colita. La acarició. Eso me hizo gemir.
— ¿Te gusta bebita? — me preguntó. Yo asentí.
Mami siguió acariciando mi cosita y luego la agarró con firmeza. Empezó a masturbarme lentamente. Con tanta lentitud que exasperaba y además me excitaba aún más. Arriba y abajo. De pronto caí en la cuenta: ¡Mi propia madre me estaba masturbando!
— Pensaba que al nacer de un macho como tu padre tendrías un pene más… decente — dijo, con falsa decepción. O quería creer que era falsa. Aquel comentario me dolió en el alma.
Mami añadió:
— Pero no te preocupes princesa. Todos en esta vida tenemos un propósito. Y creo conocer cuál es el tuyo. Gracias a los vídeos porno que has visto y demás.
Yo seguía sin comprender nada. Pero pronto lo sabría.
Se cansó de acariciar mi cosita y nos levantamos. Mamá me ordenó juntas las palmas de las manos hacia arriba. Entonces colocó sobre estas un jabón femenino. Y me ordenó embadurnarla. Primero empecé por las piernas y pies. Luego barriga y espalda. Cuello luego. Entonces empecé con su culo. Restregué el jabón lentamente por sus cachetes, aunque cuando me acerqué a su ano, no me dejó.
— Eso es solo para ti, bebita — me dijo —. Solo un macho alfa puede meterme cosas ahí amor.
Aquello me humilló todavía más. Acababa de decir que no era realmente hombre. Aunque antes también me lo había comentado.
Enjaboné su vagina un poco, refregando la palma de mi mano, aunque sin poder meter dedos en su interior. Eso no estaba permitido. Y finalmente llegué a sus tetas.
— La parte que estabas esperando — me dijo.
Yo froté con suavidad, al ritmo que ella me ordenaba.
— No son melones duros — advirtió —. Sino pelotas muy blandas. Aunque no tanto como tus bolitas — comentó mirando de reojo mis testículos —. Así que si me haces daño… bueno, luego lo verás.
Mis piernas temblaron. Pero no de frío. El agua de la ducha era caliente y al haber inundado el baño, se estaba bien allí. Con todo el cuerpo de mamá lleno de jabón, ella dijo:
— Ahora a limpiar. Sabes cómo.
Entendí que tenía que usar mi lengua. Hice ademán de comentar algo y mami entonces, sin previo aviso, soltó una patada. A mis huevos.
Aquello me dobló y no me hice más daño al caerme porque mi mamá me agarró por ambos brazos. Caí de rodillas. La respiración se me cortó un momento. La vista se me nubló. Pero al cabo de un momento, todo volvió a estar igual que antes. Salvo que sentía un dolor atroz en mis huevitos. Que no sé ni cómo describir.
— Eso es lo que va a pasar si vuelves a intentar hablar, o aprietas demasiado mis tetas — advirtió ella —. Ahora vas a quedarte de rodillas, como la puta que eres y vas a usar tu lengua. YA.
Su tono autoritario me convenció para obedecer enseguida. Lamí primero sus pies.
— Buena perra — rio mami —.
Chupé cada uno de sus pies, y los dedos. Luego recorrí cada una de sus piernas. De abajo a arriba. Mami se dio la vuelta y mi lengua siguió lamiendo el cachete izquierdo de su culo y luego el derecho.
— Ahora puedes lamerme el culo, puta — me dijo.
Por orden suya, lamí la raja de su culo. De abajo a arriba. Una, dos, tres veces. Y metí la lengua en su ano.
— Ah, rico. Sigue así perrita.
Metí la lengua dentro de su ano y la saqué lentamente. Como si la estuviera penetrando. Lamí de arriba abajo. Le di suaves besos y lamí también en círculos. Primero en una dirección, luego en la otra.
— Esto se te da bien — me felicitó mamá.
Terminado su culo, recorrí la espalda y luego el cuello. Mami ordenó lamer su estómago y dejar las tetas para lo último.
Empecé con sus hermosas tetas. Lamí el pezón primero. Luego, continué con el resto de la teta. Hice lo mismo para el derecho e izquierdo. Pero, aunque terminé de limpiar sus tetas, aún no había terminado con ellas. Más adelante haría algo más.
De pronto, mamá acercó sus labios a los míos. Pensaba que me iba a besar.
— Esto es una promesa: más adelante te daré un buen morreo como premio. Pero todavía no. Tu primer beso va a ser más especial.
Nuevamente, no entendí nada.
Entonces ella me bañó a mí. Aquello fue algo más rápido. Con ambas manos embadurnadas de jabón, restregó este por mis brazos, piernas y espalda y barriga. Luego, siguió con mi culito. Me obligó a ponerme en pompa y abrirme un poco.
— Que linda vista — dijo mamá.
Con las manos, embadurnó con mis cachetes y luego con dos dedos no se contuvo y puso jabón dentro de mi ano. Yo gemí, sorprendida. Ella rio.
Penetró mi ano durante unos minutos. Adentro, afuera. Lento primero. Movió en círculos ambos dedos. Se notaba que se estaba recreando. Acabado eso penetró mi culito con sus dedos de forma rápida. Como si una polla me estuviera penetrando. Acabado, empezó a embadurnar mi colita en la misma posición en la que estaba. Para ello empezó a masajear mi pene lentamente. Como una masturbación súper lenta. Resultaba exasperante. También masajeó los huevitos y eso me calmó un poco la hinchazón de la patada. Masajeó el glande, que soltaba líquido pre seminal. Terminado el masaje, mami pasó la ducha por mi cuerpo. Aunque me bañó ligero, me volvió a colocar en pompa y metió el agua a presión por mi culito. Sentir agua dentro de mi culo se sintió rico. También limpió bien mi pene. Para eso me puso recto y separó el pellejo. Lo limpió bien (para que no pillara infecciones) y luego apagó la ducha. Ahora ambos estábamos mojados. Y no solo de excitación.
— Hora se secarme, perrita —.
Obedecí inmediatamente. Cosa que complació a mami. Lamí todo su cuerpo. Igual a antes: piernas, luego espalda, brazos y terminé por su culo y tetas. Esa vez no pude meter la lengua en su ano, pero si lamer bien rico las tetas de mamá. Ella no me secó.
— Ya te secarás — me dijo y salimos de la ducha.
El resto de la tarde funcionó igual: limpié y barrí, y luego a la noche mamá me enseñó a cocinar un filete de pollo y patatas.
— No solo serás mucama, también vas a ser una excelente cocinera — me dijo divertida.
Llegó la hora de irse a la cama. Mamá me ordenó dormir con ella, en su cama. Se quedó pensativa un momento.
— A ver como lo hacemos para que no eyacules, corazón.
Tras reflexionar un momento, se le ocurrió la idea de atarme con una cuerda que tenía guardada en el trastero. Ató las manos a una punta de la cama, quedando yo boca abajo. Mami entonces, sin nada de ropa, se puso debajo de mí. Ahora mi cara estaba en sus tetas y mi colita rozaba su vagina. Aquello me la puso más durita.
Mami me acarició el cabello.
— Ojalá no tengas una polución nocturna. O tendré que darte una patada en tu colita por cada hora que tiene el día.
Temblé. Eso eran veinticuatro patadas. Si una ya me había dejado sin aire…
Mami me dio un besito en la cabeza y dijo:
— Una cosa más antes de dormir: Isa y yo hemos visto oportuno cambiar tu orientación sexual.
Aquello me desconcertó.
— A partir de ahora serás Gay. Una nenita Gay. Pero no Gay de liarse con otras chicas corazón — rio mamá —. Sino con hombres. Hombres de verdad. Disfruta tu nueva sexualidad, bebé.
Apenas pude pegar ojo esa noche. Así que ahora era Gay. Era virgen. Nunca había tenido contacto físico con una mujer. Y mi virginidad parece que iba a perderla con un chico.
Las ganas de coger y orinar se mezclaron y me costó dos horas quedarme dormido. Al día siguiente empezaron los preparativos de lo que sería mi nueva vida.