Levantar la moral

Una joven prostituta levanta la moral de unos clientes algo especiales. Pasará con ellos una noche inolvidable que le abrirá, además de sus agujeros, un nuevo mundo de posibilidades. Les presento a Elena, mi ninfa Morena. Gracias a todos por sus comentarios

La madre de María se estaba maquillando frente al espejo. Aquella noche iba a ser especial. Era su decimoquinto aniversario de bodas. Su marido llevaba algún tiempo alicaído por temas de trabajo y ella estaba dispuesta a cumplir una de sus fantasías sexuales para levantarle así el ánimo. Gracias al dinero del viejo verde aquel, al que asesoró en la compra de ropa muy atrevida para alguna jovencita viciosa pudo comprarse un conjunto de lencería precioso. Había reservado cena en un buen restaurante y habitación en aquel acogedor hotelito que había servido como marco a sus encuentros sexuales cuando eran novios. A las doce de la noche una joven prostituta se les uniría para completar así el trío tan anhelado por su marido. La  había descubierto por casualidad en una página web de contactos profesionales. Su marido se iba a quedar de piedra cuando la viese. Tenían toda la noche para disfrutar de la puta, Sveta, la joven y responsable niñera cuidaría de María hasta el domingo al por la tarde.

  • ¡Pórtate bien, María! Haz lo que Sveta te mande y no te vayas a dormir demasiado tarde. Volveremos mañana a la hora del almuerzo.

  • ¡Sí mami!

  • Señora, me gustaría invitar a María a comer mañana. Había pensado ir juntas al parque y luego almorzar en mi casa. Los domingos mi padre prepara una barbacoa en el jardín…

  • ¡Por favor, mami, di que sí! Me portaré bien.

  • No sé, es mucha molestia…

Adivinando la verdadera causa del reparo de la mujer, Sveta intervino.

-  No se preocupe por el dinero, María es una como una hermana pequeña para mí. Este fin de semana no soy la niñera. Soy una amiga que cuidará de su hija para que ustedes tengan tiempo que dedicarse el uno al otro. Mañana, a las nueve en punto de la tarde María estará aquí con ustedes. Se lo prometo.

Tras pensárselo un poco, la mujer aceptó. Necesitaba disfrutar y esta era una oportunidad para hacerlo.

  • Tenemos hasta mañana por la tarde. Sveta cuidará de nuestra hija todo el día – le dijo a su marido cuando estuvieron solos.

  • Pero… eso costará una fortuna. No podemos permitírnoslo…

  • Tranquilo – le interrumpió ya que últimamente hablar de dinero en aquella casa era sinónimo de discusión – no nos cobrará nada. Es un regalo de aniversario que nos hace Sveta.

  • ¡Qué buena cría! Además de bonita es muy agradable.

Sonia no dijo nada. Hacía tiempo que sospechaba que a su marido le gustaban las jovencitas. Le había sorprendido mirando a las lolitas en la fila del cine o paseando por la calle. Lo cierto es que creía que prefería a chicas algo más desarrolladas. En el fondo le comprendía, aquellas jóvenes tenían unos cuerpos de escándalo y vestían como unas fulanas. Lo sabía de buena tinta porque trabajaba en un gran almacén y las veía todos los días. Algunas eran unas calienta-braguetas, coqueteaban con los hombres incluso delante de sus propias esposas.

A Nacho, su marido, en efecto le gustaban aquel tipo de jovencitas. Pero sólo para mirarlas por la calle y nada más. Deleitarse la vista con lo que la naturaleza nos ofrece no es pecado solía decir mientras se le iban los ojos detrás de unas falditas cortas. Estaba enamorado de su mujer y lo suficientemente agobiado por su tirano jefe como para no poder permitirse el lujo de una amante adolescente. En realidad estaba al borde de la depresión. El cabrón aquel quería sustituirlo por un chaval recién salido de la facultad, que cobrase poco y que costase todavía menos despedir en el caso de que fuese necesario. Le estaba haciendo la vida imposible.  Apenas veía a su hijita María y hasta su vida sexual, siempre tan satisfactoria y plena se estaba empezando a resentir.

Cuando Sonia le contó lo de aquel viejo y su desorbitada propina no desconfió de su mujer.  Tenían una relación de pareja estable y sincera. Lo había comprobado infinidad de veces. Hasta le apeteció olvidarse del hijo de puta de su jefe y pasar un fin de semana loco con su mujer. El lunes sería otra vez un infierno pero mientras se anudaba el nudo de la corbata se planteó seriamente pasar una noche de sábado inolvidable.

Cuando bajó al salón, por supuesto su mujer todavía no estaba lista. La vida de un hombre casado es una sucesión de esperas sin fin. Resignado, utilizó el sofá y se dispuso pacientemente a esperarla. Sveta y María correteaban por toda la casa, jugando y riendo sin descanso. Cuando la rubia niñera pasó por delante de sus ojos, no pudo evitar seguirla con la mirada y fijarse en aquel culito cubierto por un pantaloncito corto de pijama que dejaba ver la parte de abajo de las suculentas nalgas de la joven. Su vista se topó con Sonia que, enfundada en un vestido largo y rojo, había bajado por las escaleras. Estaba resplandeciente.

Nacho se levantó como un resorte y contempló a su mujer, embobado.

Por ella no pasaban los años, estaba tan hermosa como el día que contrajeron matrimonio. Con el pelo castaño, el recogido dejaba ver su delicado cuello en el que lucía la gargantilla que él le había regalado para el día de su boda. De sus lóbulos colgaban zarcillos perlados a juego. Se había puesto un perfume lujuriosamente caro y su aroma penetró en la nariz de Nacho proporcionándole una sensación muy sensual.

  • ¡Deja de mirarle el culo a Sveta! ¡Pervertido! – le dijo Sonia medio en serio, medio en broma a su marido.

  • ¿Yo? ¡Que va! Ella pasó por delante y yo sólo… - contestó nervioso.

  • Tú sólo le mirabas el trasero…- se divertía viendo a su marido apurado ante aquella situación – Anda, viejo verde, que llevas el nudo de la corbata de medio lado.

Nacho se dejó hacer y Sonia continuó con la broma.

  • En verdad es cierto lo que dicen de que todos los maridos se lo quieren montar con la niñera.

  • ¡Oye, cariño, no te pases! Es sólo una niña…

  • Una niña que tiene unas tetas más grandes que las mías. Bueno, eso no es difícil, lo cierto es que soy más bien como “la planeta” de la canción esa…

  • ¡Tienes unos pechos preciosos… y estas guapísima!

  • ¡Sí, pero pequeños! Hasta María en un par de años tendrá mejor delantera que yo. Ha salido a tu madre…

  • ¡Sonia! ¡Qué estás hablando de nuestra hija!

  • ¿Y qué? Que sepas que nuestra María un día no muy lejano será al menos tan apetecible como Sveta y babosos como tú le mirarán el trasero tal y como  lo haces…

  • ¡Bueno ya basta!. – Nacho no podía aguantar la risa ante las ocurrencias de su mujer – Vámonos a cenar a ese sitio elegante en el que has reservado mesa.

  • ¡Sí, vámonos antes de que te tires encima de la pobre Sveta! – le dijo pellizcándole en los riñones.

  • ¡Estás loca! ¿Lo sabías?

  • Loca por ti, morenazo.

La cena transcurrió distendida. Sonia se quitaba una sandalia rozando con su pié la pierna de su marido. El sitio aquel era caro pero merecía la pena. La comida y el ambiente eran exquisitos.  El vino hizo su efecto y poco a poco la conversación se hizo más tórrida.

Recordaban como él trepaba por la fachada de la casa de Sonia y se metía en su habitación con los padres de ella en la estancia contigua. Estuvieron a punto de pillarles un par de veces pero afortunadamente no ocurrió así. O durante la universidad, cuando se colaba en la residencia de estudiantes y hacían el amor mientras la compañera de la habitación fingía estar dormida en la cama de al lado. De vez en cuando el dinero les llegaba para alquilar una cabaña en aquel coqueto hotel de carretera.  Allí nadie hacía preguntas. Cogían el dinero y punto. Sonia entregó en aquel lugar secreto su virginidad a Nacho el día de su decimoquinto cumpleaños. Efectivamente era el hombre en su vida, aunque no su único amante.

A partir de las once y media Sonia comenzó a mirar el reloj de su muñeca. Incluso Nacho le preguntó que si tenía prisa por algo. Ella se limitaba a sonreír.

A las doce en punto, él descorchó una botella de champagne y brindaron por su aniversario.

De repente, un revuelo inundó el comedor repleto de comensales. Por la puerta apareció una mujer ante la cual nadie permaneció indiferente. Morena, muy alta, de cabello negro azabache, liso y muy largo. Lucía, nunca mejor dicho, un vestido de noche negro cortísimo, con un par de tiras que apenas cubrían sus pechos por la parte delantera y su espalda al aire hasta prácticamente la raja de su culo. Su elevada estatura todavía se veía incrementada por unos zapatos de tacón de aguja imposibles de llevar para la mayoría de los mortales. Su maquillaje resaltaba sus ojos verdes y sus labios pintados de rojo pasión la hacían todavía más irresistible. La más bella mesalina de lujo.

La joven se dirigió directamente a la mesa de la esquina, tal  y como le había indicado la mujer que la contrató. Cuando Sonia la vio entrar la miró fijamente.

Le parecía increíble que debajo de aquel montón de maquillaje y glamour estuviese quien ella creía. Nacho estaba sentado de espaldas a la entrada, así que no pudo ver a la morena mientras se acercaba.

  • Cariño, tengo otra sorpresa para ti. Es un regalo de aniversario muy especial.

  • ¡Sonia, no es justo! Hace tiempo que acordamos no regalarnos nada. Con la cena es más que suficiente. Yo no te he comprado nada…

  • No te preocupes, el regalo lo vamos a disfrutar los dos…

Cuando la prostituta se situó junto a su mesa, Sonia se presentó a la recién llegada.

  • Usted debe de ser Cristal. Este es Nacho, mi marido y yo soy Sonia.

El rostro de la joven cambió por completo cuando reconoció al matrimonio.

El hombre, poco detallista como casi todos,  apenas reparó en la cara de la joven porque  estaba embelesado con el pedazo de cuerpo que estaba a su lado.

  • Esto es un error… - Cristal no sabía qué hacer – tengo… tengo que irme…

  • Nacho, cariño. Voy con Cristal al lavabo un momento. Tengo que ir al baño y las mujeres no podemos ir solas, ya sabes…

Y dicho esto agarró a la puta de la mano y la arrastró hacia el excusado. A Nacho casi se le sale la cabeza del cuello mientras seguía aquellas dos preciosas hembras con la mirada. No entendía muy bien qué pintaba aquella preciosidad en la cena de su aniversario. Tampoco comprendía qué clase de regalo era el que su mujer le había comprado. Con razón dicen que a veces los hombres son tontos del culo.

Cuando Cristal y Sonia entraron en lavabo de señoras la meretriz  no parecía tan segura de sí misma. Nerviosa, se frotaba las manos de manera compulsiva con la cabeza gacha. Una señora obesa la miraba de reojo mientras se arreglaba el peinado frente al espejo. Unas tanto y otras tan poco, debió pensar al contemplar la generosa delantera de la muchacha.

Cuando estuvieron solas, Sonia  miró fijamente a su acompañante y dijo:

  • Mira, Elena…

  • Cristal, por favor. Llámame Cristal…

  • Sí, bueno. Lo que quieras. Cristal – le agarró de la muñeca  y obligándole a levantar la cabeza – no tenemos tiempo para tonterías. No sé por qué haces esto ni me importa. Sabe dios porqué una cría… ¿Cuántos años tienes...?

Cuando dijo la edad que ella suponía a la de la joven esta le corrigió.

  • U… uno, uno menos.

  • ¡Jesús!... Bueno, lo dicho… sabe dios porqué una chica de tu edad… se dedica a ser una golfa de lujo pero te aseguro que no me importa. No quiero saber qué excusa tan convincente das a tu padre como para que te permita estar toda la noche fuera de casa. A mí no tienes que darme ninguna explicación, para mis efectos eres la puta de esta noche y punto. Pero no te engañes, de momento Nacho no te ha reconocido porque sólo te ha mirado al escote, pero luego sí que lo hará... – deteniendo un instante su discurso, prosiguió – y eso es, precisamente, lo que quiero.

Sonia tomó un poco de aire y continuó. A Cristal se le comenzaban a humedecer los ojos.

  • Si has caído tan bajo, seguro que no tengo que contarte lo cabrón que es tu padre. Me echó de la empresa hace dos años y contrató a una putita de dieciocho años para hacer mi trabajo y que, además, le chupase la polla. Y eso después de un montón de años en la empresa. Y ahora quiere hacer lo mismo con mi marido. Le está haciendo la vida imposible y no voy a consentirlo. Nacho no es tan fuerte como yo, está muy jodido. Está a punto de derrumbarse y necesita un empujón que le anime…

  • ¡Sí! Lo entiendo – dijo asintiendo con la cabeza – Pero… ¿qué narices pinto yo en todo esto…?

  • Pues está muy claro, Elenita… digo, Cristal. ¿Conoces alguna manera mejor para levantar la moral de un hombre que el dar por el culo a la nenita  de su jefe? A que no ¿Verdad?

Tras un instante de reflexión, Elena llegó a  la conclusión de que Sonia tenía toda la razón del mundo

  • Cierto.- Dijo asintiendo lentamente totalmente resignada.

  • Pues entonces, todo aclarado. Pórtate esta noche como una auténtica profesional. Sé todo lo puerca que puedas y haz que pasemos una velada inolvidable. Gánate tu dinero a pulso.  Armas no te faltan, que vaya cuerpecito que tienes reina – y diciendo esto acarició el pecho de la morena.

Precisamente en ese instante entraron un par de mujeres que hicieron como que no se habían dado cuenta del detalle.

  • Necesito un minuto para pensarlo. – Cristal se metió en un retrete y se sentó sobre la tapa.

Estaba desesperada, la culpa de todo aquello la tenía el tacaño de su padre. Quinientos euros. Eso era una miseria. Algunas de sus amigas recibían al menos cuatro veces más de paga al mes. Otras como ella habían aprendido a buscarse la vida para lograr un dinerito extra.

Desde hacía unos años, dos fines de semana al mes iban con el párroco a unas vigilias espirituales de las juventudes del Opus Dei. En realidad, lo que aquel pervertido les hacía era sentarlas en sus rodillas y sobarles claramente mientras leían la Biblia.  Hacía algún tiempo que habían encontrado una manera alternativa y más gratificante de pasar aquellos sábados. Una de ellas se sacrificaba por el bien común y satisfacía todos los oscuros deseos del pervertido sacerdote mientras el resto disponía de ese tiempo para disfrutar de la vida de diversas maneras. Unas se encerraban con sus novios en pisos para estudiantes. Otras simplemente se metían en una discoteca y no salían hasta el domingo al mediodía. Alguna participaba en orgías sado-masoquistas. Incluso una tonta se había enamorado de un hombre casado y le ofrecía sus encantos con la estúpida esperanza de que aquel desgraciado abandonase a su mujer y le pidiese matrimonio. Y no pocas como Elena se dedicaban a ganar un dinero extra ejerciendo el oficio más viejo del mundo. De esta manera recibía al mes lo que su padre le daba pero multiplicado por diez.

Y ahora ahí estaba ella, sentada en la taza de un váter con la cabeza hecha un lío. Bien pensado, tampoco era una idea que le desagradase tanto la de montárselo con aquel matrimonio. Le caían la mar de bien y podría ser otra forma de vengarse de su padre.

Unos golpes en la puerta la sacaron del trance.

  • Elena, cielo. No sé qué estás pensando. No tienes nada que negociar, mi vida. ¿Acaso quieres que tu padre reciba un correo electrónico con tu cara en la página de contactos? Ninguna de las dos deseamos eso. Se te acabaría el chollo… bonita.

El cerrojo se abrió y ante Sonia volvió aparecer la bella prostituta que entró en el restaurante. Ni rastro de la adolescente nerviosa y asustada.

  • Acepto.

Sonia sonrió. Las dos lo hicieron. Se retocaron frente al espejo y de la mano volvieron al comedor como si fuesen dos amigas de toda la vida.

Al fondo, Nacho estaba aburrido como una ostra. Durante el camino Sonia no pudo evitar preguntar entre dientes a la morena.

  • Lo que pone en el anuncio ¿Es cierto?

  • A qué te refieres

  • ¿Te bebes la orina?

-Pues…, si claro. Lo pagan muy bien…

  • ¡Que puerca eres, Elenita!

  • ¡Cristal!

  • Sí, eso. Cristal. ¡Qué puerca eres, Cristal!

Cuando las mujeres se sentaron a su lado, Nacho reconoció la verdadera identidad de la joven.

  • ¡Joder! Tú eres Ele….

  • Cristal. Se llama Cristal. ¿Entiendes? Y es nuestro regalo de aniversario.

  • ¿Qué?

-Cariño, lo inteligente que te crees y lo bobo que puedes llegar a ser. Te lo diré claro para que lo entiendas. Siempre has soñado con hacer un trío. Desde que supiste que me lo montaba con mi compañera de la residencia. Pues bien, ha llegado el momento. Mira a Ele…, digo, mira a Cristal. Es preciosa y joven, muy joven, tú lo sabes bien y está dispuesta a ayudarnos a cumplir nuestra fantasía.

El pene de Nacho comenzó a crecer bajo la mesa. Aquello sobrepasaba al mejor de sus sueños. Era cierto. Con su mujer habían hablado varias veces de hacer un trío, pero nunca se había atrevido a pedírselo seriamente. Era una especie de juego que se montaban antes del coito para excitarse. Se contaban en voz alta las más disparatadas fantasías a cual más irrealizable, una manera morbosa y sana de darle picante a la cosa.

En trance por sus pensamientos, comenzó a levantarse involuntariamente. Sonia se rió.

  • Cariño, tranquilo. No tenemos prisa. Llevamos quince años esperando, no creo que porque tardemos media hora más nos vaya a pasar nada. Tenemos toda la noche para disfrutar. Seamos educados, ofrécele a Cristal una copa de champagne, creo que la necesita.

Un camarero había traído otra botella y una copa de más. Cristal humedeció los labios y los recorrió con su lengua de manera sensual. A Nacho se le caía la baba. Buscó bajo de esa devoradora de hombres a aquella chiquilla de pelo castaño y sonrisa fácil que correteaba por la oficina apenas hacía unos años. Le había visto pasar tardes enteras  pintando garabatos sobre la mesa del la sala de juntas o revolviendo papeles en la de su padre. Hasta recordaba como un día se  escondió en un armario y revolucionó a toda la empresa que la buscaba frenéticamente.

Repasó con la mirada el cuerpo de la joven. Era preciosa y con aquel vestido todavía más. Poco a poco iba olvidándose de quién era realmente aquella hembra.

Nacho volvió a la realidad cuando notó que ahora eran dos pies los que le acariciaban sus piernas.

  • Respira hombre – dijo Sonia – y no seas tan descarado. Disimula un poco, mi vida.

  • Por favor Nacho ¿Puedes recogerme el bolso? Creo que se me ha caído…– dijo Cristal con cara de niña buena.

Cuando Nacho se agachó bajo el mantel, Cristal y Sonia abrieron  a la vez las piernas mostrando al perplejo marido sus coños depilados. El hombre no se esperaba tamaño espectáculo e inconscientemente se levantó a destiempo, golpeándose la cabeza con la mesa.

  • ¡Joder!

A Sonia se le salió el champagne por la nariz de la risa que le entró y Cristal tampoco pudo contenerse. El maitre, enfadado con la algarabía se acercó a reprender a aquellos clientes revolucionados. Al salir, Sonia pagó la cuenta y se sumergieron en la cálida noche en busca de un taxi.

Nada más salir del restaurante, Sonia cogió por la cintura a Cristal y le dio un beso tórrido en la boca. Hacía muchos años que no probaba los labios de una mujer, desde que se encontró por última vez a su compañera de la facultad.

Ambas estaban casadas y con hijos pero pasaron una buena tarde rememorando viejos tiempos.

Después de darse el lote un buen rato, se la pasó a Nacho, que estaba impresionado por la decisión de su mujer. Él tampoco desaprovechó la ocasión de meterle la lengua hasta la mismísima garganta a aquella morenaza. Lo de que las putas no besan en la boca es otra leyenda urbana. Por un buen fajo de billetes, son capaces de hacer lo que sea.

Tuvieron suerte y encontraron vehículo enseguida. El taxista se recreó mirando de arriba abajo al par de hembras que se sentaron en el asiento trasero.

  • Cariño, ponte delante. Cristal y yo necesitamos sitio aquí detrás.

Apenas arrancó el coche, la mano de Sonia buceó bajo el generoso escote de Cristal al tiempo en que ambas volvían a engancharse en una incruenta guerra de lenguas.  Nacho ni siquiera se puso el cinturón de seguridad para poder girarse y no perderse nada del espectáculo. El sonido de un claxon les devolvió a todos a la realidad. El conductor estaba tan absorto en mirar por en retrovisor del coche que se había metido en una calle con dirección prohibida.

  • ¡Idiota, mira para adelante, que nos vas a matar a todos!. – gritó Sonia - ¡Gilipollas!

Unos minutos mas tarde llegaron sanos y salvos al hotel. Ni que decir tiene que no le dieron ni un euro al aquel conductor suicida, que se dio por pagado con el espectáculo que le habían proporcionado aquel par de hembras.

Entraron los tres en la cabaña más apartada del complejo. Nacho iba en medio y agarradas por el talle las dos mujeres. Apenas podía andar, las chicas no dejaban de meterle mano bajo la camisa y lamerle el cuello.

La habitación era confortable, sin muchos lujos pero con lo imprescindible, un buen baño, un mueble bar hasta los topes y, lo más importante una cama descomunal. Las chicas, entre risas y toqueteos se metieron en el baño. Sonia había comprado algo de ropa sugerente para las dos y se había tomado la molestia de llevarla a la habitación reservada.

  • Te va a encantar, cariño – le dijo a su marido – métete en la cama pero no te desnudes del todo todavía. Tardaremos un poquito. No te duermas o te perderás el espectáculo.

Nacho ni por asomo pensaba en dormirse. Su mujer parecía otra.

Dominaba la situación como si la hubiera estado planeando desde hacía bastante tiempo. No sabía cómo narices había descubierto que Elena, la hija de su jefe, se dedicaba a la prostitución pero ese era un detalle sin importancia. Cuando aquel par de chochitos desaparecieron tras la puerta del baño,  su excitación crecía por momentos.

Dentro del excusado, Sonia seguía los pasos de su guión uno tras otro. Desnudó a Cristal por completo y puso en marcha la ducha. Cuando le quitó la peluca la joven protestó

  • ¡No, la peluca no! – al parecer la muchacha la necesitaba para creerse su papel de puta de lujo.

  • Mira, zorrita, cállate la boca y escucha. Cristal se ha ido. ¿Entiendes? Lo que le da sentido a todo esto es que mi marido y yo nos follemos a Elena… a Elenita, la hija del hijo de puta del jefe y no a una prostituta cualquiera...

  • Pero… - en vano intentó protestar la otra.

  • Ni pero ni leches, entra en la ducha, quítate el maquillaje, el pintalabios y toda esa mierda de potingues que llevas en la cara. Cuando salgas quiero ver al ojito derecho de papi que se esconde tras ese disfraz.

A los cinco minutos Elena se dejaba colocar unas medias de encaje rosa claro, una chaquetita abierta a juego totalmente transparente con la carita de Hello Kitty  sobre un pecho y una diadema con unas orejitas de gatita de trapo. Su aspecto era de lo más inocente.  Sin tacones ya no era tan alta. Sin su sombra de ojos estos no parecían tan profundos y sugerentes. Sin peluca, su pelo castaño y ondulado no era tan erótico.  Y sin embargo, el conjunto seguía siendo de lo más apetecible y con aquella ropita, todavía más.

Sonia, en cambio sí que estaba totalmente irreconocible. Parecía una gobernanta en toda regla. Su pelo recogido en una larga coleta, sus pequeños senos ondeaban al aire realzados por un corpiño negro con tachuelas, medias negras con liguero y botas altas con tacones.

Cuando la hembra más joven se disponía a abrir la puerta, respiró profundamente. Era la primera vez que iba prostituirse siendo Elena y no Cristal, su alter ego. No obstante, Sonia la detuvo.

  • Espera, Elenita, quedan un par de detalles.

  • No entiendo…

Sonia le colocó a la chiquilla un collar también rosa, sujetado por una cadenita dorada.

  • Y ahora, la colita… -  dijo Sonia con cara de vicio.

Se arrodilló y comenzó a lamer con su lengua el ojete de la joven. A esta no le disgustó la sensación. Lo que no le agradó tanto fue cuando le introdujo por aquel estrecho agujero un pequeño consolador con una especie de pompón también rosa. Cuando se levantó, Sonia le susurró al oído.

  • Que no se te caiga, gatita. Me enfadaré mucho si lo hace – mordisqueándole un poco la oreja continuó – y no quieres que tu ama se enoje, ¿Verdad?

Elena sonrió al recibir el cachete en la nalga, estaba algo más relajada. Sonia siempre le había tratado bien y sabía que nunca le haría daño. Aceptó el consolador anal sin demasiada molestia.

  • Menuda sorpresa le vamos a dar a Nacho, estamos divinas – dijo en voz alta para darse ánimos.

Sonia la siguió, no sin antes recoger una fusta y cuatro esposas que llevaba en una bolsa de  cuero.

  • "Elenita, la que te vas a llevar una enorme sorpresa vas a ser tú, hija de puta" – pensó entre dientes.

Nacho estaba anonadado. Metido en la cama el espectáculo que transcurría frente a él era impresionante.

  • Cariño, te presento a Elena. Cristal no ha podido venir hoy y nos tendremos que conformar con esta preciosidad. ¿Te parece?

  • ¡Sí, sí. Claro! Sin problemas. – él babeaba con el sugerente cuadro que tenía delante. Elena estaba para comérsela y su mujer no le andaba a la zaga.

Tras unos deliciosos minutos de toqueteos y mimos, el ama llevó a su gatita a la cama. A Elena le extrañó un poco que no la obligase a chuparle la polla al cliente. Era lo que se solía hacer primero utilizar la boca para caldear el ambiente. En lugar de eso, Sonia le tumbó boca abajo en la cama. Entre toqueteos y risas la fue inmovilizando de pies y manos atándola con las esposas. Elena se figuraba lo que pretendía la mujer, que su marido se la metiese por detrás.

  • "Dar por el culo a la hija del jefe – pensó la ninfa – literalmente".

No es que le gustase ser enculada pero tampoco era una cosa que rechazara completamente. Ya lo había hecho con varios clientes y tampoco era para tanto. No obtenía placer alguno al hacerlo, pero eso no importaba. Era la puta y la puta está para satisfacer al cliente y punto. Una profesional no busca su orgasmo sino que el del cliente sea lo más placentero posible. Además, el consolador que llevaba incrustado hacía que su esfínter estuviese algo dilatado y listo para lo que pudiese acontecer..

La cara de Elena, que en un principio era de niña buena cambió de repente, en cuanto vio lo que le esperaba. Sonia, entre risas destapó a su marido y le dejó ver a la joven el tremendo bulto que su hombre tenía debajo del slip. Era lo más grande que había visto nunca Elena o Cristal, daba igual. Cuando la maestra de ceremonias bajó aquella tela con la boca, la chica casi se desmaya.  Aún en  estado de semi erección aquel pedazo de rabo era tremendo.

  • ¡Oye, oye! Soltadme. Esto no tiene gracia. ¿No pretenderéis que me quepa eso por el culo?  Ni siquiera creo que me cupiese por delante… ¡Au!...¡Joder!

La fusta había hecho acto de presencia. El culo de Elena mostraba una rayita roja en ambos glúteos.

  • ¡A callar, puta! Tu padre lleva mucho tiempo metiéndonos a nosotros cosas más grandes por el culo y no nos hemos quejado – dijo Sonia mientras se metía una pequeña parte del majestuoso pene en la boca.

Nacho no sabía qué pensar. Lo cierto es que odiaba al padre de Elena con toda su alma pero la chica no tenía la culpa de nada.

En cuanto a lo de su pene, lejos de ser una ventaja siempre le había acomplejado. Tenía problemas para encontrar pantalones que le disimulasen la herramienta, debía tener cuidado de no empalmarse en público, apenas sabía nadar porque dejó de ir a las piscinas a los trece años, cuando aquel pedazo de carne empezó a crecer y crecer. Y así un montón de cosas más, como lo de encontrar preservativos de su talla.

Intentó desvirgar a Sonia, su amor de toda la vida cuando eran poco más que unos niños pero fue imposible. Ambos lo deseaban pero la joven no podía albergar tanto amor en su interior. No obstante, en los albores de la adolescencia, Sonia se propuso seriamente ofrecer su virginidad a Nacho. Montones y montones de vaselina obraron el milagro. Aguantó aquella culebra en su interior durante el coito completo. Tuvo que morder una toalla para poder mitigar el dolor. Se produjo un desgarro vaginal tal que, desde el hotel fueron directamente al servicio de urgencias de un hospital. La doctora que los atendió no  creía que un chiquillo tan pequeño pudiese hacer tal destrozo hasta que él le mostró el rabo, rojo de vergüenza, para convencerle de que Sonia no había sido violada por una docena de camioneros. La facultativa se moría de risa pero se portó con ellos de de manera excelente. Ella personalmente le hizo las curas durante una semana para que no tuvieran que dar más explicaciones a nadie.

En la actualidad Sonia podía aguantar sin problemas tres cuartas partes de la verga en su interior. Sólo en ocasiones puntuales, sobreexcitada al máximo, había conseguido metérsela totalmente.  Por el culo también lo habían intentado y, sorprendentemente se ensartaba la mitad del ariete por la entrada trasera. Horas y horas de trabajo con consoladores anales habían obrado el milagro. A diferencia de Elenita a Sonia sí que le daba placer la sodomía pero la tranca de su marido era demasiado grande como para no andarse con cuidado.

Sonia mamaba como una descosida. Parecía que adivinaba las dudas de su marido acerca de todo aquello. Cuando la polla alcanzó todo su esplendor, supo que había ganado. El culo de Elena lo iba a pasar muy mal aquella noche.

  • ¡Sonia!, ¡Nacho!. ¡Joder, soltadme!. Metédmela por delante si es lo que queréis  pero no os paséis. Podemos pasar una noche de puta madre, pero…

  • Nacho, mi vida. ¿Oyes unos maullidos? Parece que el culo de la gatita tiene hambre…

  • Gritaré si es preciso. Si os pillan conmigo se os va a caer el pelo… ¡Mierda, estate quieta con la jodida fusta!

Sonia había descargado otro pellizco de furia contenida.

  • Tendremos que poner el bozal a la gatita, parece que está en celo y maúlla demasiado.

Y diciendo esto, Sonia le colocó una bola de goma en la boca sujeta con una especie de arnés. Elena intentó gritar como una posesa pero apenas se oyó un murmullo ahogado. No obstante, a la mujer le dio algo de pena la putita y, tras arrancarle de un golpe el  pompón de su trasero, la embadurnó todo lo que pudo de vaselina. También le dio jabón a la tranca de su marido que, ya excitado, comenzó a colocarse sobre la desgraciada.

Un par de lagrimones caían de aquellos preciosos ojos verdes que pedían clemencia inútilmente. Hasta tres dedos de la mano de Sonia se alojaron en el trasero de la lolita.  La mujer estaba sorprendida, cabía incluso la remota posibilidad de que aquel elástico agujerito se dilatase lo suficiente como para albergar el ariete de su esposo.

Nacho no podía esperar más y arrancó los dedos de su mujer del objeto de su deseo más primitivo. Poco a poco, la punta de aquel enorme capullo presionó aquel delicado agujerito con una firmeza pétrea. Elena se resistía y pataleaba pero todo fue inútil. Inexorablemente fue sodomizada por Nacho.

Sonia contemplaba la escena extasiada, alcanzó un orgasmo sin ni siquiera tocarse. Por fin, tras mucho tiempo de tragar mierda, se veían recompensados todos sus esfuerzos.

  • Si no me la chupas, te despido, así de sencillo – era lo que le había dicho el padre de Elena después de tantos años de sacrificio.

Con todo el dolor de su corazón buceó en la bragueta odiada, tragando a un tiempo orgullo y esperma y aún así aquel mal nacido le despidió en cuanto tuvo ocasión. El asqueroso había encontrado otra joven secretaria con mayores “aptitudes” y con disponibilidad completa las veinticuatro horas del día los siete días de la semana.

El pedazo de carne perforaba a su víctima como un cuchillo en la mantequilla. Elena se agarraba a la cama todo lo que podía intentando en vano mitigar su dolor.  A Sonia se le abrieron los ojos como platos.

  • !Se la has metido hasta los huevos!. Elenita, eres toda una profesional.

La otra le contestó furiosa pero sus protestas eran ininteligibles. La tortura de Elena estaba lejos de  acabarse. Lo fácil había sido albergar tan tremendo instrumento, lo peor fue cuando las embestidas de Nacho se hicieron cada vez mas violentas.

La ninfa resoplaba por la nariz y tenía los ojos inyectados en sangre. Creía que aquello no acabaría nunca. La estaba destrozando por dentro. No obstante el dolor era cada vez más soportable. Su ano se estaba insensibilizando ante tamaña profanación. Cuando notó el caliente esperma en su interior sabía que el final estaba cerca. No obstante, las tres últimas arremetidas de su amante fueron tremendas. Se le nubló la vista y estuvo a punto de perder el sentido, pero aguantó. No les iba a dar a aquellos hijos de puta la satisfacción de verla desmayada de dolor. Se comportó tal y como su condición exigía, como una auténtica profesional.

Cuando Nacho, cubierto de sudor se tumbó junto a la sometida, Sonia se acercó a mirar el destrozo. Seguía alucinada con Elenita. Ella ni siquiera hubiese aguantado la mitad del envite que su marido le había propinado.  El ojete seguía tremendamente abierto pero no se le veía demasiado castigado, apenas un hilito de sangre y mierda se derramaba sobre las sábanas.

Con su lengua, limpió la abertura y besó con ternura las llagas que su fusta había dibujado en tan delicado lienzo.

Poco a poco, la respiración de Elena volvió a ser normal.  Agotada y plena como estaba se durmió todavía esposada.

Sonia miró a su marido que a pesar de la tremenda corrida seguía empalmado. Había llegado su turno. Se colocó sobre el estilete y cobijándolo de un golpe en su vientre. Estaba celosa de la putita, había demostrado ser mejor amante que ella, la verdadera y única mujer de Nacho. Furiosa consigo misma, cabalgó todo lo fuerte que pudo para intentar borrar en la cabeza de su marido el placer que la chica le había proporcionado. No sin esfuerzo logró también su objetivo que no era otro mas que el de conseguir introducirse la totalidad de la verga en sus entrañas. Plena de gozo, disfrutó del sexo como hacía tiempo,  incrustando en el colchón a  su esposo que, derrotado, sentía como se le iba la vida en cada cabalgada.

A la media hora, Sonia fumaba y miraba a su amado que, satisfecho y flácido, yacía junto a Elena en el lecho. Le entraron dudas. Había querido demostrarle a Nacho que ella seguía siendo la mejor amante del mundo, que ninguna jovenzuela a las que él miraba el trasero podría jamás satisfacerle como ella pero había errado el tiro. Elena era la prueba palpable de que aquello no era cierto. Las nuevas generaciones y sus flexibles esfínteres serían un problema para el futuro de su matrimonio.

Cuando acabó el cigarrillo, liberó a Elena de sus grilletes y mordaza. Recordó una cosa que tenía pendiente de comprobar. Despertó con besos en la mejilla a la chiquilla.

  • ¡Qué narices quieres ahora, hija de puta! – le dijo la joven con un hilo de voz.

  • ¡Ven conmigo al baño! – le susurró la otra con cuidado de no despertar a su marido.

Y diciendo esto agarró la mano de Elena y la ayudó a levantarse. Apenas le sujetaban las piernas, las molestias en su culo eran más que evidentes.

Una vez en el servicio la conversación prosiguió:

  • Os habéis pasado, el culo me arde un montón. A ver qué excusa le meto yo a mi padre mañana cuando me vea llegar así…

  • Calla, joder. ¡Qué brasas eres! ¿Acaso no eres una puta? Pues joder, a las putas se les trata así o peor.

  • ¡Si ya lo sé, mierda! Pero es que lo de tu marido no es normal. No imaginaba que pudiera estar tan bien dotado. ¡Qué suerte tienes, cabrona! Con semejante torpedo te lo has tenido que pasar de puta madre. Y encima lo sabe utilizar …

  • Bueno, cállate la boca de una vez. – Sonia se ponía violenta, los celos la estaban devorando de nuevo – Túmbate en la bañera…

  • ¡Qué borde eres! Ya me imagino lo que quieres…

Y diciendo esto, Elena se colocó en la posición indicada y abrió su boquita. Efectivamente, Sonia se colocó de cuclillas sobre ella y le ofreció su coño rebosante de restos de esperma. Elena pensó por un momento vengarse de aquella mujer, mordiendo salvajemente su intimidad pero se contuvo, había que ser profesional ante todo.

Lamió como una experta que era tan exquisito dulce y cuando recibió en su boca la caliente orina de Sonia comenzó a tragarla. Durante la siguiente hora, las hembras tomaron un relajante baño de espuma durante el cual se dedicaron las mejores atenciones. A Sonia le volvieron a la mente recuerdos de aquellas interminables noches de su etapa universitaria, cuando los libros se dejaban a un lado y las lenguas estudiaban nuevos mundos.

A la mañana siguiente, Sonia se despertó a una hora indeterminada. Todavía tenía sueño pero algo la había sobresaltado. Era, sin duda, el movimiento del colchón sobre el que yacía. Abrió poco a poco los ojos y, delante de ella, se repetía básicamente la escena de la noche anterior.

Elena volvía a estar boca abajo con las piernas abiertas y Nacho tenía su estoque en el interior del culo de la muchacha. No obstante había varias cosas que diferían de la escena de sexo nocturna. La lolita ofrecía su trasero voluntariamente, ni rastro de esposas ni mordazas. No brotaban gritos ni juramentos por la boca de la joven hembra, sino que se limitaba a morderse el labio inferior en un gesto claro de placer. Tampoco había latigazos ni el silbar de fustas. No eran necesarios, la sodomización era consentida y deseada, completa y febril.

En plena faena las miradas de las mujeres se encontraron. Sonia miró a su rival y le acarició el pelo. Sin duda se había equivocado con todo aquello, había perdido más que ganado. Por su estúpida sed de venganza había proporcionado a Nacho un nuevo mundo de posibilidades que podían hundir su matrimonio. Sintió un miedo tremendo, consciente de que ya era tarde para echar marcha atrás.

Elena miraba a Sonia triunfante, abriendo sus piernas esplendorosamente. El dolor no le impedía saborear la victoria.

  • ¡Jódete, vieja asquerosa, tu hombre me prefiere a mí! – pensó – esta polla con patas va a ser mía tantas veces como quiera. Lo juro por el hijo de puta de mi padre que tanto sufrimiento me ha causado.

Nacho no pensaba demasiado en aquellos momentos. Se limitaba a disfrutar como un enano. Pronto todo aquello acabaría y volvería a ser un cabrón fracasado, pero de momento seguía bombeando en el culo de la hija del jefe. Lo cierto es que no tenía intención alguna de seguir algún tipo de relación con Elena. Le gustaba su culito, eso sí, pero había otro trasero que a Nacho deseaba más todavía, cuya visión le vino al pensamiento en ese momento.

Y no era, precisamente el de su mujer.

Era el de una rubita cuyas tiernas curvas resultaban sin duda mucho más apetecibles.