Leticia la Peluquera

Mujer que se quita el muermo en un salón de belleza con una una peluquera única, Leticia.

Leticia la Peluquera.

Aquella mañana de sábado me encontraba fatal.

Nada había salido como yo quería la noche anterior, estaba totalmente depresiva.

Me metí en la ducha dispuesta a olvidarme de todo.

El agua fresca aclaró mis ideas, decidí salir a la calle, ir de tiendas sin ninguna idea preconcebida.

Después de secarme, con la cara lavada y el pelo húmedo, cogí lo primero que vi en el armario; una camiseta de algodón con tirantes, una mini vaquera y unas sandalias, mi bolso y salí a pasear.

Después de una hora de ver escaparates uno llamó poderosamente mi atención. Se trataba del escaparate de un gabinete de belleza que tenía un cartel que decía "Tratamientos integrales de belleza personalizados, Atrevete con un cambio de imagen, te sentirás bien, segura y te verán mejor. Entra sin compromiso y te asesoraremos".

Dentro sólo se veía un pequeño mostrador y unas sillas pegadas a la pared como si de una sala de espera se tratara. Detrás de una mesa mostrador estaba una chica joven de unos treinta años, rubia y de rostro agradable, perfectamente peinada y arreglada, vestida con una bata blanca que me sonrió agradablemente.

No tenía nada que perder, nadie me esperaba y me dije, bueno vamos a ver de qué se trata.

La joven me saludó y me invitó a pasar al interior.

Cruzamos una puerta de espejo que había detrás del mostrador y me introdujo en una pequeña salita de belleza muy iluminada, limpia y ordenada, en la que había un gran espejo mural que cubría una de las paredes; había un lavabo para cabezas con una silla delante en un rincón frente al espejo; cerca de este una estantería llena de toallas y productos cosméticos junto a él; una silla articulada que parecía cómoda frente al espejo; detrás del todo una pequeña camilla cubierta por una sabanilla; cerca de la silla un carrito auxiliar de ruedas con cajones sobre el que había multitud de cepillos de pelo de todos los tamaños, un secador y dos máquinas cortapelos, una de tamaño normal y otra más pequeña; en el centro de la habitación un pequeño taburete con ruedas; en una esquina un aparato de música y un pequeño televisor con video; un sofá bajo de dos plazas con una pequeña mesita baja delante sobre la que había varios álbumes de fotos y un perchero en el que colgaban unas pequeñas batas y capas de peluquería.

Leticia, que así se llamaba la joven, se sentó a mi lado en el sofá me ofreció un café o algo para beber, me invitó a sentirme cómoda y empezó a contarme en qué consistía el servicio que prestaban y cuál era la filosofía del establecimiento.

En primer lugar debería de entender que aquél salón de belleza era algo más que un salón convencional. La filosofía del centro es que es fundamental que la mujer disfrute plenamente mejorando su imagen así se logra que ésta se sienta a gusto con ella misma y con su aspecto y cuando disfruta plenamente embelleciéndose y se encuentra a gusto se sentirá bien con los demás y los demás lo percibirán se sentirán a gusto con ella.

Leticia tenía una voz suave y agradable y no me pareció mal lo que decía y me convenció para intentar quitarme el muermo de encima.

Tengo una edad similar a la de Leticia, mido un metro setenta, peso cerca de cincuenta kilos, tengo un buen trasero, un pecho mediano, unas buenas piernas, tengo el pelo a mechas, largo, por debajo de la línea del sujetador, cuando lo llevo, en fin que no estoy mal, pero no triunfo.

Leticia me ofreció una gran variedad de posibilidades y me decidí por el menú integral que incluía peluquería, depilación y masaje.

Me enseñó alguna de las fotos de los Álbumes para que eligiera un estilo de corte de pelo y le dije que le consideraba lo suficientemente experta como para hacer un buen trabajo.

Antes de abandonar la salita Leticia me dijo que me pusiera cómoda, me quitara la ropa y me pusiera una de las batas que había colgadas en el perchero y que, cuando lo hubiera hecho tocara el timbre.

Así lo hice, en principio, como no llevaba sujetador me quedé sólo con mi tanguita blanco puesto y me puse la bata encima, por algún extraño impulso decidí quitármelo y quedarme sin nada bajo la bata.

Al poco de tocar el timbre apareció Leticia y puso una música suave y relajante, indicándome que me sentara en el lavabo.

Sus manos acariciaron mi pelo y mientras me lo lavaba me daba un masaje relajante.

Mi mente se disparó y me sentí flotando, mis piernas se iban separando y, pude ver perfectamente mi sexo abierto reflejado en el espejo mural. También pude ver que Leticia se fijaba en él.

Terminado el lavado me acompañó hasta la silla, las gotas de agua que chorreaban desde mi pelo mojaron la delgada tela de la bata por la parte delantera y comenzaron a trasparentarse mis pechos.

Leticia fue hasta el perchero y cogió una capa blanca y me la colocó alrededor del cuello sin apretarla.

Luego extrajo de uno de los cajones una tira ancha de papel elástico y me la puso alrededor del cuello ajustándola con una especie de velcro y volviendo a colocar el borde superior de la capa sobre la tira de papel y ciñéndola a mi cuello mientras daba vuelta al papel sobre el borde de la capa.

Me recorrió una sensación de escalofrío entre miedo y curiosidad porque nunca me habían hecho lo que estaba haciendo Leticia y realmente no sabía lo que iba a hacer ella con mi pelo.

Leticia comenzó a desenredarme el pelo con un peine de púas anchas y mientras lo hacía empezó a hablarme con su voz suave pidiéndome que me relajara y que, sobre todo disfrutara, -si puedes, como lo estabas haciendo en el lavabo-, me dijo.

Me preguntó si hacía mucho tiempo que llevaba la melena, si estaba contenta con ella, insinuando que, en su opinión estaría más contenta con un corte nuevo, más radical, como solicitando mi aprobación.

Le contesté que hiciera lo que creyera más conveniente.

Lo primero que hizo Leticia fue recoger toda mi melena encima de mi cabeza en una especie de gran coleta que fue peinando poco a poco en la parte delantera justo a la altura de mis ojos sujetándola con su mano que tenía apoyada en mi frente.

Tomó con la mano derecha unas tijeras doradas que había sacado de uno de los cajones y snip, snip, snip, fue cortando poco a poco la coleta a ras de mano.

El pelo mojado fue cayendo en la capa delante de mí. Sentí su humedad sobre mis muslos desnudos y mi corazón empezó a latir desaforado, nunca me había pasado nada igual.

Los muslos se me separaron solos, movidos por una fuerza interior incontrolable y comencé a notar rubor en mis mejillas y sentí la necesidad de tocarme bajo la capa. Instintivamente mi mano se posó en mi sexo, que por aquél entonces ya estaba bastante humedecido y comencé a acariciármelo poco a poco.

Leticia continuaba su trabajo, sus tijeras no paraban de cortar sobre mi cabeza mechones largos de pelo que sujetaba entre sus dedos.

El pelo cortado caía sobre mis hombros, sobre la capa, sobre el suelo ....

En un momento determinado se puso a mi lado, peinó hacia abajo los laterales en la zona de las orejas y con las tijeras apoyadas en mis mejillas cortó el pelo recto por encima de la oreja derecha, repitiendo la operación en el otro lado.

La frialdad del acero de las tijeras, la mano firme, caliente y suave de Leticia y el sonido del pelo que crujía en el filo de la tijera me provocaron un escalofrío que recorrió todo mi ser.

Casi al mismo tiempo sentí una eclosión dentro de mí mi sexo empezó a contraerse y a segregar jugo, estaba teniendo un orgasmo, mis manos y las de Leticia eran las culpables.

Luego Leticia se puso a mi espalda empujó suavemente mi cabeza hacia delante con sus dedos puestos en mi coronilla y comenzó a trabajar con un peine y las tijeras sobre mi nuca, entre el sonido metálico de la tijera se oía el leve jadeo de Leticia que parecía disfrutar también con su trabajo.

Miré de reojo en el espejo y observé mi sexo reflejado en él, se podía distinguir unos labios sonrosados y brillantes entre una maraña de pelos castaños.

También se podía observar toda mi melena esparcida por el suelo blanco de la salita, alrededor de la silla.

Una vez terminó con las tijeras en mi cogote, Leticia las depositó en el cajón y cogió la más grande de las máquinas cortapelos que tenía encima del mueble.

Le colocó un peine guía grande y la puso en marcha.

El zumbido del motor me hizo estremecer de nuevo y cuando me la aplicó en la nuca noté una vibración placentera y la sensación bestial que da el crujido del pelo que se corta entre los dientes de la máquina.

Me quedé quieta, con la cabeza baja, mirando fijamente a mi sexo reflejado en el espejo, entre consternada y excitada, con unas ganas tremendas de dar una aullido de placer, mis dedos continuaban trabajando entre los jugos de mi vagina.

Leticia manejaba con soltura la máquina que subía y bajaba por mi cogote, una y otra vez recorriendo sin parar desde la coronilla hasta la nuca.

De vez en cuando el placer que me proporcionaba el zumbido de a máquina y el cosquilleo del pelo cortándose se interrumpía bruscamente porque Leticia paraba la maquinilla para ir cambiando de peine guía.

Finalmente ya no puso ninguno y me aplicó la máquina en el cuello sin guía.

Sabía que ya me quedaba poco pelo detrás porque sentí el frescor del aire acondicionado y la respiración de Leticia en mi cogote, pero no me importó.

De repente se hizo el silencio. Leticia había apagado definitivamente la maquinilla y me estaba pasando una brocha enorme con polvos de talco por la nuca para quitarme los pelitos cortos que se habían pegado a l cuello, al tiempo que me quitaba el papel y la capa del cuello, recogiéndola con cuidado para que el pelo depositado en ella no me cayera encima.

Habían sido los quince minutos más eróticos y placenteros de toda mi vida.

Cuando quitó la capa Leticia se quedó mirando a mi entrepierna que estaba completamente abierta y al aire y me dijo al oído que eso estaba bien, que siguiera disfrutando que para eso estaba.

Luego me volvió a poner la capa y tomó de nuevo sus tijeras.

La sola idea de volver a disfrutar nuevamente me hizo volver a ponerme en marcha.

Ahora le tocaba el turno a la parte de adelante.

Leticia se puso enfrente de mí, sus pechos delante de mis ojos, andaban libres por debajo de la bata.

Separó el pelo de delante con una raya que unía ambas orejas y lo peinó nuevamente todo sobre mi cara.

Marcó con su tijera a la altura de mis cejas y snip, snip, snip, lo cortó todo a nivel.

Cuando terminó tenía un corte con la nuca alta igualado sobre las orejas, desfilado en la parte de delante, algo que no tenía nada que ver con mi melena de toda la vida.

Tomó entonces una brocha de afeitar y la humedeció en el lavabo pasándomela por la nuca y por las patillas.

Seguidamente sacó una navaja de barbero del cajón y me rasuró cuidadosamente la pelusa que había quedado delante de las orejas y los laterales del cuello y la nuca. Finalmente con un pico de la capa me secó la nuca y las mejillas y me retiró nuevamente la capa.

Cogió un espejo de mano y me preguntó que si me gustaba el cambio; añadió que si me atrevía, en otra ocasión podrían ir un poco más lejos.

En fin por aquí arriba he terminado, luego después del masaje te lo seco y le damos forma, dijo Leticia, ahora vamos a ver que hacemos por ahí abajo.

Me hizo levantar de la silla y me invitó/ayudó con delicadeza a despojarme de la bata y tumbarme sobre la camilla.

El servicio incluía la depilación, que me venía, nunca mejor dicho, al pelo, porque estábamos al comienzo del verano y aún no me había depilado; pero no estaba acostumbrada a quedarme desnuda delante de una mujer y tuve que sobreponerme un poco.

Por otra parte el pelo de mi pubis era un desastre, llevaba todo el invierno sin depilármelo, una espesa mata cubría todo de ingle a ingle y estaba además totalmente empapado entre las piernas después del corte de pelo.

Leticia salió un momento de la salita y regresó con un aparato dosificador de cera tibia y un bote de polvos de talco.

Con una toalla me secó las axilas, aplicó polvo de talco y luego la cera tibia, con firmeza pero con suavidad de un tirón eliminó todo el pelo invernal de mi axila derecha. Luego la otra axila, repasó ambas y me aplicó un aceite fresco con un suave masaje.

Seguidamente cogió el taburete con ruedas separó el extremo de la camilla en dos tiras formando una uve y se colocó en medio con su cara frente a mi sexo.

Veo que has disfrutado, eso está bien, dijo, ahora vamos a ver que hacemos con este bosque. ¿Usas tanga? Preguntó. Le respondí que sí, que como ropa interior, pero que era la primera vez que iba a depilarme todo el pubis ya que hasta ahora siempre me había hecho las ingles y un poco subido el bañador entre las piernas, limitándome a recortar con tijeritas los pelos que se escapaban.

Entonces creo que lo mejor será reducir esta melena de leona que tienes a su mínima expresión, verás como te sientes fenomenal y a tu pareja le encantará.

No tengo pareja, le dije.

En ese caso verás como cuando salgas de aquí enseguida encuentras una y va a disfrutar como lo estás haciendo tu ahora.

Dicho y hecho, puso una luz fuerte sobre la zona y comenzó a recortar con tijeras el poblado monte de Venus cogiendo los mechones de pelo de forma delicada con sus manos.

Terminada la tarea con las tijeras, la zona estaba bastante despejada. Seguidamente tomó del mueble el cortapelos pequeño, lo puso en marcha y empezó a dar pasadas en todas direcciones con él por todo el pubis.

Nuevamente la vibración el ruido la postura y la sensación me hicieron excitarme. Además Leticia había empezado a separar la parte baja del pubis para raparme el pequeño hueco que se forma en la parte superior de los labios mayores y su dedo, hábilmente rozaba mi clítoris.

Lenta pero implacablemente Leticia dejó cortado al rape todo mi pubis, como si de un green de golf se tratara.

Ahora venía la parte más comprometida, pelar la zona de los labios y del perineo.

Con toda la delicadeza del mundo Leticia me hizo abrirme de piernas. Suavemente tomó entre sus dedos pulgar e índice pequeños mechones de pelo mojado por mis flujos que iba cortando seguidamente con las tijeras. Noté que se me abría el sexo como una flor y que comenzaba a humedecerse más aún.

Con una toalla Leticia me secó y continuó su trabajo. Veo que estás disfrutando de lo lindo, eso está bien, me dijo.

Tomó nuevamente la maquinilla y me rapó con ella los labios poniendo sus dedos en mi vagina chorreante para evitar lastimarme y para tensar la piel a rapar.

Finalmente secó enérgicamente la zona con una toalla lo que me hizo tener el segundo orgasmo de la mañana. Roció la zona con polvos de talco y extendió cera tibia por los labios mayores. Tiró firmemente. He de decir que el primer tirón dolió un poco pero era mayor la excitación que la molestia, por lo que llegue a acostumbrarme, incluso a disfrutar con la depilación de la zona.

Cada tirón se veía compensado con la caricia suave de las manos de Leticia que palpaban la zona para ver cómo había quedado.

Leticia me dio entonces una palmadita en los muslos y me dijo que me pusiera a cuatro patas sobre la camilla. Me dijo que tenía un trasero digno de cualquier artista.

Esparció por el exterior del ano una tira de cera y llegó hasta el espacio entre la vagina y éste. De un tirón me dejó todo el culo pelado. Dio dos pasadas más para asegurarse de que había quedado perfecto

Tomó un bote de aceite y me untó bien la zona llegando a introducir levemente su dedo dentro de mi culo. No soy lesbiana, ni nunca había estado en mi mente tener relaciones con una mujer, pero no me importó nada de lo que me hacía, es más me resultaba sumamente excitante y placentero.

Nuevamente me volvió a pone boca arriba y me dijo que había llegado la hora de elegir peinado para mi futuro príncipe azul.

Aquí hay mucha materia prima donde trabajar, porque hija tienes esto superpoblado, se nota que no te lo habías depilado me dijo Leticia.

De entre las muchas posibilidades opté por una especie de lunar de pelo en la parte delantera.

Leticia recortó un círculo en un papel adhesivo y me lo pegó sobre el césped que cubría mi pubis de ingle a ingle.

Luego empezó a extender tiras de cera sobre los laterales y a arrancarlas. Finalmente aplicó una tira que pasaba sobe el círculo y la arrancó. Allí estaba todo aquello completamente pelado salvo aquella Isla en medio de la nada.

Nuevamente extrajo del cajón la brocha de afeitar, pero ahora también sacó una pequeña palanganilla en la que puso agua tibia y tomó de la estantería un bote de gel para rasurar.

Me empapo el pubis y los labios con el agua y me untó con gel, la sensación de frescor era inenarrable, frotó primero con la brocha y luego con sus manos el gel hasta que se convirtió en una espesa espuma.

Sacó del cajón la navaja de barbero y con sumo cuidado repasó toda la zona depilada. Seguidamente hizo lo propio con los labios y el perineo. Así me asguro de que te quede suave como el culo de un niño, me indicó.

Leticia se untó nuevamente las manos con aceite y me masajeó levemente la zona afeitada.

Al pubis le siguieron las piernas, el bigote y las cejas.

Cuando terminó me invitó a ponerme nuevamente la bata y acompañarla al cuarto de ducha, donde tuve ocasión de limpiarme bien los restos de cera y quitarme los pelillos que me habían caído durante el corte.

Durante la ducha, a solas me masturbé nuevamente hasta correrme como una perra.

Cuando regresé al cuartito, las luces estaban atenuadas y había una toalla sobre la camilla, la música era sensual.

Ahora el masaje, dijo Leticia.

Me tumbó boca abajo en la camilla y sus manos firmes recorrieron mi espalda con un aceite balsámico perfumado que me embelesó.

No sé bien ni cómo ni cuando pero cuando me di la vuelta Leticia estaba desnuda frente a mí.

Tenía un cuerpo perfecto, ella tenía el pubis totalmente depilado y se apreciaban unos labios hinchados.

Si lo prefieres me visto, me dijo. No, le repliqué. No me gustan las mujeres pero, después de lo que hemos pasado no me importa seguir disfrutando.

Veo que lo entiendes dijo ella. Entonces me dijo que iba a enseñarme cuál es la principal ventaja de llevar el pubis depilado como nosotras y, sin mediar palabra, me abrió las piernas y comenzó a lamerme el pubis y acariciarme los labios y el clítoris con su lengua.

Sentí lo que nunca había sentido con un hombre, cierto es que hasta entonces nunca me había depilado la zona, a lo sumo lo había recortado bien con tijeras para que no escapara por los lados del bikini.

La sensación de no tener nada que impida sentir cada centímetro de la lengua sobre cada centímetro de mis labios fue algo nuevo y bestial.

La experiencia de Leticia está claro que era un grado.

Consiguió que me corriera una vez más.

Luego terminó el masaje, nos vestimos, encendió las luces y me sentó en la silla para terminar de peinarme.

Cuando terminó el peinado me puso nuevamente el espejo de mano para que me viera por detrás.

Tenía toda la nuca rapada y el pelo iba creciendo en aumento a medida que se subía por el cogote hasta la coronilla.

Reconozco que nunca me habría atrevido por mi misma con algo así, pero el momento de placer me hizo sentirme bien y a gusto con mi nueva imagen.

Caray!, casi no me has dejado pelo en el cogote, ¿Si esto no es radical, que entiendes tu por radical? le pregunté.

Leticia sonrió mientras se quitó la peluca que llevaba. Bajo la peluca lucía un cráneo increíble perfectamente afeitado. Esto es radical, sólo tengo algo de pelo en las cejas.

Habían pasado más de tres horas desde que había llegado allí y ya no me acordaba de nada, mi muermo había desaparecido, esta noche me como el mundo pensé.

La próxima vez creo que optaré por lo radical. le dije a Leticia cuando me despedí.

Hasta siempre.