Leticia – Ángela 5

Leticia y Ángela comparten trabajo con un mismo cliente muy exigente.

Es recomendable empezar la historia por el primer capítulo: La Inscripción (https://www.todorelatos.com/relato/177404/) y luego seguir con sus números la historia de Ángela.

Eva cogió la correa de Ángela para abrir la puerta pensando que al menos los entretendría con ella y maldiciendo a Leticia por no llegar. Pero quien apreció en la puerta no fue el cliente sino una acalorada Leticia.

Con su metro cincuenta y cinco de alto y cincuenta y cinco kilos de peso Leticia sería una chica del montón de veintiún años, morena de ojos marrones y pelo castaño oscuro en una media melena completamente lacia, ligeramente gordita, si no fuese porque gran parte de su «exceso de peso» se concentraba entre ambos brazos, más concretamente entre su cuello y su abdomen: en sus pechos de talla XXL. Lucía un traje color rojo formado por una falda de talla 34 y una chaqueta de talla 48, lo necesario para abarcar sus dos inmensas razones. Eso y el que su cara fuese normalita dentro de la media, con ojos marrones, pelo moreno y lacio y unos labios y nariz que no eran ni grandes ni pequeños, ni gruesos ni finos, ni en absoluto llamativos, hacían que los hombres bajasen la mirada para ver su cara y siguieran un poco más hacia abajo.

Justo lo contrario que Eva a la que ahora enfrentaba. Eva era una muñequita. Un metro y sesenta y cinco, lo que está cerca de la media, en el que se distribuían los escasos cuarenta y cinco kilos de peso que le hacían usar una talla treinta y dos y a los que apenas aportaban sus minúsculas tetillas. Lo reducido de sus senos, apenas se diferenciaban de los de algunos varones por lo grandes de sus pezones, y su cara de niña hacía que algunos clientes la eligiesen simplemente para follar pensado que era menos, pese a sus treinta y un años. Lo más llamativo de ella era su melena ondulada y pelirroja que le llegaba casi hasta su diminuta cintura.

También en cuanto a carácter eran completamente contrarias. Eva era dominante y solo cedía ante Ama Elena mientras que Leticia era una sumisa obediente y dócil.

En medio de ellas Ángela, con sus ocho centímetros más que Eva y su mismo peso. Sus senos pequeños, de talla A, pero más marcados que Eva, ya ligeramente caídos, su estrecha cintura de avispa por el uso habitual de corsé, incluso para dormir, aunque hoy no se lo hubiera puesto, y su larga melena rubia hasta medio culo. La rubia era la causa de que en más de una ocasión las otras dos se planteasen que hacían en el burdel. A diferencia de la morena tenia carácter, pero a diferencia de la pelirroja se entregaba a la mayoría de perrerías que los clientes dominantes que acudían al local de Ama Elena querían hacerla. Y lo que es más disfrutaba con ello. Ángela era una masoquista visceral. Raro era el día que no lucía un hematoma nuevo. Y hoy no era una excepción pues muchas de las marcas se veían recientes. Aunque pareciera más mayor Ángela tenía dos años menos que Eva. Sin embargo, su cara bastante más afilada, sus formas más extremas (más cadera y más pecho y menos cintura) y sus senos caídos por el maltrato recibido a lo largo de su vida hacían que pareciera mayor. En más de una ocasión Ama Elena la ha ofrecido operarse, pero ella se ha negado porque con implantes no se los podrían golpear.

—¿Qué ha pasado hace diez minutos que deberías estar aquí?

—Hable con el Ama. Estaba en una reunión con unos clientes… financieros… pero le llegó un wasap al teléfono extra VIP.

—¿Y?

—Míralo tú misma. —Le entregó el teléfono—. Espero que sepas desbloquearlo porque se ha bloqueado y no sé la clave.

Eva tomó el móvil. Introdujo el patrón de desbloqueo y vio el wasap. Miró la respuesta de Ama Elena:

«Llama a mi segunda, ella te lo organizará e informará de los precios. Pero son de billetes limpios. Si están marcados es el doble».

«Bien. Ahora la llamo. Pero hay algo que quiero que trasmitas tú. Llevo cinco días sin ir al baño. Que compre supositorios».

«Ok»

—Y en la puta farmacia de bajo no les quedaban —completó Leticia cuando creía que ya habían leído el mensaje—. ¡Así que me ha tocado ir a la que hay a ocho manzanas!

—Bien vendrán enseguida. Desnúdate en la habitación y ve duchándote que estas toda sudada.

—Como si les importase teniendo en cuenta como me van a poner.

—Da igual como te pongan… y lo que hagan contigo una vez te hayan puesto. Empezaras limpias como si fueses una puta virgen. ¿Está claro? Y más vale que me guste si no quieres que hable con el ama y te aplique un correctivo.

—Bien vale. ¡Ah! Hay una App que se llama «Confirm». Ábrela y pon el numero de uno de los billetes de en medio.

—¿Y por qué de en medio?

—Porque es posible que los de los extremos sean limpios, por si los comprobamos.

—¡Ah! Vale.

Leticia se fue soltando la corbata mientras sonaba el timbre del patio. Eva abrió la puerta. Poco después salían del ascensor tres hombres. Uno de ellos bajo y grueso, de la misma altura que Eva, unos diez centímetros más bajo que Ángela, pero tan grueso como dos de ellas y dos jóvenes guaperas de algo más de metro ochenta que sacaban a Ángela unos cuantos dedos. Eva tiró de la correa.

—¿Esta es la tragona? —preguntó el bajito.

—No. Esta es el saco. Creía que era servicio para uno.

—Así es. Ellos solo vigilan que no pase nada y me protegen. Estarna en la habitación pero lo mismo que una silla o una mesa.

—La tarifa no incluye mirones. Se pueden quedar en una salita. —Puso la mano- él depositó un fajo de billetes de 200. Eva lo abrió y sacó un billete de en medio al azar—. Supongo que Ama Elena les ha informado de las condiciones de los pagos en metálico. —Iba a poner su número cuando él tendió la mano para que le devolviese el fajo. Lo guardó en el bolsillo derecho y sacó dos del izquierdo—. Bien entonces si quiere pasar en la habitación le espera la tragona.

Recorrieron el pasillo hasta una de las mazmorras, aunque la mayoría de los practicantes no la incluirían como tal. Su principal característica, aparte del aislamiento compartida con todas las mazmorras, es que la puerta estaba sobre un escalón, a 20 centímetros de altura. La abrió y pudieron ver como el escalón bajaba a una sala cuyo suelo era completamente un vaso de piscina de plástico. Ningún mueble ni elemento se apoyaba en el suelo. Todo lo que había en la sala estaba suspendido del techo o colgado de las paredes a excepción de Leticia. Ella estaba en el centro desnuda y seca, arrodillada en la posición de examinar: con las piernas bien abiertas, el culo apoyado en los talones y las manos en la nuca. Únicamente su cara estaba cubierta con una mascara capucha que dejaba salir su pelo en forma de cola y le cubría desde la nuca a la nariz con dos agujeros para los ojos. Si uno se acercaba de cerca veía que los ojos estaban cubiertos por una protección plástica. Y si diera la vuelta a la máscara vería que en realidad la nariz no estaba tapada sino que dos tubos le permitían tomar el aire de la parte trasera, en el inferior del orificio para al salida del pelo.

—Por seguridad de la instalación no puede entrar con zapatos. En este lateral tiene los zuecos de goma que puede usar para no mancharse una vez comiencen. —Señaló un lateral de la puerta donde se veía un zapatero adosado a la pared—. En el otro tienen sus propios calzados los clientes habituales.

—No me importa mancharme —dijo el gordo ofreciendo el pie para que Ángela le quitase el calzado—, siempre que la puta me limpie luego con su lengua.

Eva dio un tirón de la correa para que Ángela se agachase y lo descalzase.

—Es una lastima lo mal repartido que está el mundo.

—¿Por?

—El desperdicio de que la puta que traga tenga una boca normalita y unas tetas respetables y la podemos golpear tenga mayores labios y menores tetas.

—Pero así es el mundo. Ya le he dicho que no admito mirones —replicó Eva viendo que los guardaespaldas también se descalzaban. Él sacó el fajo del bolsillo derecho y se lo entregó a Eva—. ¿Por?

—Supongo que eso cubrirá que entren y miren.

Eva aceptó con la cabeza y soltó el collar de castigo.

—¿Sin collar?

—Ahí dentro tiene de todo en las estanterías para atarla, si lo desea, sin riesgos de daños mayores.

Ángela entró y se situó junto a Leticia.

—¿La grabación tiene sonido?

—Sí. La monitorización tiene sonido. Todo lo que digan se oirá. Recuerde: para la puta tragona no hay limites en lo que trague pero ningún impacto. La puede acariciar o follar, en eso no hay problemas. La puta saco solo traga semen y eso después que la otra le haya limpiado el pene. Se la puede golpear pero no romper huesos ni dañar de forma que requiera hospital.

—Eso dependerá de su dureza, pero intentaré no romperle un hueso. ¿Si la otra acepta podré golpearla en las tetas?

Leticia indicaba que no con la cabeza. Eva no se atrevió a llevarle la contraria teniendo en cuenta que era un cliente VIP de Ama Elena.

—Si le pregunta hasta tres veces y ella acepta en alguna sí, pero planteárselo mas de tres veces tendría que llamar a Ama Elena.

Salió dejándolos a solas, aunque todos sabían que se iba a grabar.

—Bien putitas. Para empezar la tragona me limpiará el ano que lo tengo algo repagado después de cinco días sin ir al baño y seis sin limpiarlo. Una vez lo haya abierto un poco me podrá tres supositorios, supongo que os ha avisado de eso la puta de Elena ¿No?

—Tenemos los supositorios que ha solicitado —respondió Leticia sin nombrar a Ama Elena.

—Bien. Me podrás tres. Y mientras hacen efecto me entretendré en darte de beber y castigarte… o castigar a tu amiga por tus fallos. —Señaló a Ángela—. Tú. Ponte de pie, con las piernas bien abiertas y las manos en la nuca. Que pueda golpearte en el coño la tripa o las tetas. No te voy a atar y si gritas o pierdes la posición no contará. Cada vez que tu amiga deje caer el pis o la mierda y no se lo trague te sacudiré. Preferiría hacerlo a ella, pero como no se va a dejar lo haré a ti.

Se desnudó colgando el traje en la percha. Giró de forma que no quedase cara a los guardias y le pidió a Leticia que se diese completamente la vuelta quedando de espaldas a los guardias. Le puso el culo en la cara. Leticia empezó a lamerle el orificio. Pasado un rato le ordenó que pusiera ya los supositorios. Las mejillas de Leticia mostraban manchas marrones. Ángela solo de verlo sintió ganas de vomitar. Entonces la hizo ponerse de cara a los guardias de nuevo mientras él avanzaba de espaldas.

—Bien primera fuente. Abre bien la boca.

Leticia inclinó un poco hacia arriba la cabeza y abrió la boca. Él empezó a mear en la boca de ella entre las risas de los guardaespaldas. Ángela y Leticia apenas podían ver el pene sujeto entre sus manos, pero sí el chorro que de él salía. Viendo que ella era capaz de beber sin problemas ni cerrar la boca para tragar decidió apuntar a sus tetas. Por rápido que se inclinó parte del contenido impactó en su cuerpo y cayó al suelo. Los guardaespaldas rieron más.

—Eres una puta torpe —la increpó— que ni siquiera es capaz de tragar el meado que te proporciono. Eso merecería diez golpes en las tetas… pero solo si dejas que sean las tuyas. Si es a tu anoréxica amiga serán patadas en su coño. Tu decides. ¿Tus tetas o su coño?

Leticia miró a Ángela con angustia. Le sabia mal pedir que golpeasen a su amiga, pero no quería que la golpeasen a ella.

—¡No seas imbécil! —la increpó Ángela—. Di sin miedo que me golpeen en el coño, sabes que lo puedo aguantar.

—Chist , chist, chist… se suponía que erais chicas obedientes. Y no sabes estar callada. Solo por eso serán diez golpes en sus tetas o veinte patadas en tu coño. Y ahora ¡SILENCIO! —después de gritar se giró hacia Leticia—. Venga última oportunidad. Si no me contesta serán cinco golpes más: ¿diez en tus tetas o veinte en su coño?

Ángela le hizo un gesto para animarla a responder.

—Su coño —susurró-

—¿Qué? —preguntó exagerando los gestos y haciendo que los guardaespaldas se riesen—. No lo he oído. ¡MÁS ALTO!

—Su coño —respondió en tono normal.

— Chist , chist, chist… ¿su coño… qué? Seguro que sabes hacerlo mejor. Y más te vale porque si no serán cinco golpes más.

—Elijo que le de veinte patadas en su coño —dijo con el tono oscilante y dubitativa.

—¡NO! ¡Mal! Eso son cinco golpes más y ahora me dirás si quieres que te de quince golpes en tus tetas o veinticinco patadas en el coño del saco. Y me trataras de señor y a vostras de putas ¿está claro?

—Sí… sí señor.

—¿Y?

—Esta puta desea que le pegue veinticinco patadas en el coño a la puta Ángela como castigo porque esta puta no ha sido capaz de beber todo su néctar señor.

—Así está mejor. —Se giró hacia Ángela—. Abre las piernas y ya sabes. Si pierdes la postura o gritas no cuenta.

Echó la pierna derecha atrás y la elevó hasta golpear con el empeine en el coño de Ángela. Esta notó el impacto pero ya un poco flojo por la altura. Recibió quince impactos antes de que él captase que realmente no la estaba haciendo daño. Fue a la estantería zapatero y se calzó un zueco de su talla. Anduvo como si fuese cojo ya que el pie izquierdo no se lo calzó hasta adquirir de nuevo la porción. Entonces repitió la patada pero impactando con la puntera del zueco. Ángela notó un fuerte dolor consecuencia del impacto. Aunque los había recibido mayores y aguantó la posición. Resopló en la patada veintitrés, pues estaba a punto de cogerse pese a las instrucciones en contra de Eva. Eso le valió que él insistiese en repetirla. Cuando llegaron a veinticinco sabía que tendría un enorme cardenal y que en un rato se le pondría negra la carne de toda la zona. Esperaba que las dadas con la puntera no hubieran afectado al hueso.

Entonces volvió a ponerse frente a Leticia y la ordenó que volviese a abrir la boca. Parecía imposible que después de la meada que había realizado aún le quedase líquido, pero vertió en ella tanto o más que antes. Empezó como en la otra ocasión orinando en su boca y dejando que lo tragase, pero luego empezó a apuntar hacia otras partes de su cuerpo mojando su pelo , sus pechos y el suelo.

—Si no fuese por esa mascara te diría que mantuvieses los ojos abiertos y te mearía en ellos —dijo mientras apuntaba a sus pechos y cambiaba hacia atrás cuando ella se inclinaba para tratar de recuperar el chorro en su boca—. Algún día quizá convenza a la zorra de Melanie para hacértelo… igual que para castigarte tus fallos.

Parecía que se cansó de jugar y dejó que cogiese su chorro para volver a beber. Ángela pensaba que de ser ella y una vez hecho fuera habría dejado ya que cayese todo fuera.

—Bien. Nuevamente tendrás que elegir y pedírmelo: Diez puñetazos en tus tetas o diez puñetazos en la tripa de tu amiga. Pero atenta y dilo bien porque a cada fallo se doblarán. Esta vez voy a ser estricto y no te permito fallos ni dudas. Y no digas néctar… Eso cuando me corra. Ahora es meado ¿está claro?

—Sí Amo.

—¿Y bien?

Leticia miro a Ángela y formó con los labios la palabra «perdóname»

—Esta puta desea que le pegue diez puñetazos en el abdomen a la puta Ángela como castigo porque esta puta no ha sido capaz de beber todo su meado, señor.

—¡No! ¡No! Y ¡No! Ya te he dicho que nada de fallos ¿Qué es eso de «Señor»? ¡Me llamaras «Amo»! y nada de «desea»: «elige y solicita». ¡y no es «abdomen»! Eso lo tienen las personas y vosotras sois putas… menos valiosas que una mascota. Dirás «tripa». ¿Está claro?

—Sí Amo.

»Esta puta elige y solicita que le pegue di… digo, veinte puñetazos en la tripa a la puta Ángela como castigo porque esta puta no ha sido capaz de beber todo su meado, Amo.

—Eres lista, ¡Cojones! Para no ser más que un puto wáter eres lista. Casi la cagas pero tu amiga se ha librado de recibir cuarenta puñetazos y se quedará solo en veinte. —Se encaró con Ángela—. ¡Tú! Dale las gracias a la inútil de tu amiga porque solo te de veinte puñetazos… aunque teniendo en cuenta que son por su negligencia de no tragar todo igual no te apetece mucho.

—Gracias Leticia —se giro hacia su amiga—, sé que te preocupas por mí y pretendes lo mejor para mí.

—¡Que tiernas! Ahora prepárate voy a golpearte en el estomago y no quiere que grites ni pierdas la postura… Es más quiero que los cuentes y me agradezcas cada puñetazo. ¿Está claro?

—Sí amo. ¿Desea también que le solicite que me pegue? —se burló Ángela.

—¿Lo dices de coña?

—No amo. A algunos clientes les gusta que les pida, incluso que les ruegue cada golpe.

—Sí me gustará oír como lo haces. Empieza. —Se giró hacia Leticia—, Y tú aspiradora empieza a lamer todo lo del suelo porque cuando acabe con tu amiga quiero que no quede charco. Y cuando lo tengas listo busca dónde me pueda sentar para que me limpies los pies.

Ángela espero a que acabase de hablar el cliente.

—Amo merezco el castigo, por favor pégueme en el estómago.

Él se volvió de nuevo hacia ella y lanzó un directo a su abdomen. Impactó en sus músculos tensos.

—Uno —dijo tras unos segundos para reponerse del puñetazo —. Gracias amo, por favor pégueme en el estómago.

Él volvió a golpear sus músculos tensos.

—Este no cuenta —anunció antes de que ella pudiera decir nada—, porque no has dicho que mereces el castigo.

—Nulo —aceptó Ángela—. Gracias amo, merezco el castigo, por favor pégueme en el estómago.

Esta vez fue un zurdazo lo que chocó contra sus músculos.

—Dos —contó Ángela—. Gracias amo, merezco el castigo, por favor pégueme en el estómago.

Cuando llegó a diez su abdomen mostraba un uniforme color rojo. Al terminar los veinte el rojo empezaba a ser oscuro y anunciaba morado. Leticia había traído una especie de columpio moviéndolo por las guías para que se sentase.

—Acuéstate —le ordenó él—. Así si no lo has limpiado bien será sobre tus errores. Y empieza a lamer.

Ángela contemplaba con asco como Leticia lamía no ya la orina que mojaba los pies sino la suciedad de estos pues lo fue moviendo y le fue dando indicaciones para que se los chupase incluso por la parte superior.