Lésbico con mamá

Cuando esa tarde Jennifer empezó a masturbarse por aburrimiento, nunca pensó que acabaría follando con su madre.

Jennifer dio una vuelta en el sofá, pulsando de nuevo el mando a distancia para ver si echaban algo interesante por la tele. ¡Nada! Su novio le había cancelado el plan de esa tarde porque tenía que estudiar, y se había quedado completamente sola en casa; su padre estaba trabajando en su oficina, su madre tenía reunión y su hermana pequeña Mica iba a pasar la noche en casa de su mejor amiga.

De repente, casi automáticamente, su mano se dirigió a su coño. Lo acarició con suavidad por encima de sus pantys, mordiéndose el labio. Mhhm… Hacía mucho tiempo que no se masturbaba, pues había estado con la regla y no le gustaba hacerlo entonces porque luego la tripa le dolía aún más. Pero ya no sangraba, y tenía muchos flujos que expulsar…

“Si voy a hacerlo después de tanto tiempo”, pensó, “voy a hacerlo como Dios manda”. Se rio por ese contraste entre Dios y lo que estaba a punto de hacer, pero eso sólo la excitó aún más. Se levantó del sofá y rápidamente cogió su portátil. Sabía qué hacer. Mientras lo encendía, se dirigió al cuarto de sus padres, donde un gran espejo cubría toda una pared. Su madre era muy coqueta. Se bajó los pantaloncitos del pijama junto con las bragas, ya levemente húmedas por la anticipación, y se plantó frente al espejo.

Abrió las piernas como si fuera una gimnasta, casi al tope. Su recién depilado y mojado coñito la saludaba frente a ella, podía ver cómo palpitaba. Colocó el portátil a un lado, sin que le tapara la visión de su sexo, y metió en el buscador las páginas que más solía frecuentar.

A los cuatro minutos, Jennifer frotaba su clítoris con rabia. Sus tetas brincaban suavemente al tiempo que gemía sincronizada con la chica a su lado en la pantalla; esa chica al menos no estaba produciéndose placer a sí misma, pero Jennifer se sentía tan caliente que estaba segura de que con sus dedos sentía un placer casi igual al de esa chica cuyo coño estaba siendo devorado por su madre. Sí, a Jennifer le ponía el incesto. Antes de ese video había visto una orgía familiar y a un padre y una hija follando tan rico que casi se corrió con sólo mirar.

Fuera de casa, Linda introducía la llave en la cerradura mientras reía a carcajadas con el teléfono pegado a la oreja. Estaba contenta, porque había salido de la reunión de profesores antes de lo previsto e iba a tener un rato a solas. Un rato que iba a aprovechar para darle a los dedos, ya me entendéis…

—Entonces, ¿me dices que lo dejaste a medias? —le preguntó a su amiga, aún riéndose.

—Se lo merecía, por cabrón. Pero yo si me corrí, eh. A él no le dejé.

Linda suspiró. Aunque Marcia y su marido se pelearan constantemente, razón por la que ella había decidido castigarlo de la peor de las maneras, al menos tenían una vida sexual activa. Ella, por el contrario, no tenía más remedio que acudir a su mano o a algún juguete sexual cuando la situación lo ameritaba, porque su marido se la pasaba trabajando todo el tiempo y siempre que tenían la oportunidad de follar, o él estaba muy cansado o se corría sin darle tiempo de acabar a ella.

Mientras su amiga le explicaba la razón por la que esta vez había peleado con su marido, a Linda le pareció oír algo. “No, no puede ser…” Sin embargo, según se iba acercando a las escaleras, lo oía más claramente.

Gemidos.

—Marcia, siento interrumpirte, pero me ha surgido algo. Te llamo más tarde.

Colgó el teléfono al mismo tiempo que se asomaba por la puerta de su habitación. Lo que vio la dejó de piedra: su hija, completamente desnuda, abierta de piernas frente al espejo, con el portátil a un lado reproduciendo un video lésbico y teniendo la corrida de su vida. Desde la puerta, Linda pudo ver como el redondeado clítoris de su pequeña bombeaba con un placer arrollador y cómo los fluidos salían del coño de su hija manchando el suelo sin ningún control.

—¡Ah! ¡Siiiiii…!

Jennifer gimoteaba echada en el suelo, sin fuerzas. Con los ojos cerrados, dejó que los espasmos del orgasmo la recorrieran. Aun y todo, no apartó los dedos de su sexo. Los dejó ahí, sobre su clítoris, hasta que pocos segundos más tarde se los llevó a la boca y los lamió.

Linda se escondió tras la puerta, aún en shock. Sí que con su marido habían tratado el tema del sexo con normalidad con sus hijas, pero… Bueno, en realidad, decir que no se esperaba que su hija mayor viera porno sería en realidad una mentira. Pues sabía que lo hacía, ya que el portátil era de las dos y el historial se lo chivaba.

Sin embargo… nunca se esperó verla en pleno acto de masturbación.

Y mucho menos se esperaba que eso fuera a ponerla cachonda.

Sin poder evitarlo, al igual que su hija un rato antes cuando estaba aburrida en el sofá, dirigió la mano a sus braguitas. Suspiró al notar la humedad fruto del espectáculo que su hija estaba dando unos metros más allá, y es que ya estaba volviendo a masturbarse, a juzgar por sus jadeos de puta.

Con una voluntad que no sabía de dónde le vino, Linda salió de su escondite.

—¡Mierda, mamá!

La inmediata reacción de Jennifer fue cerrar de un manotazo la tapa del portátil y cerrar las piernas, pero, en el fondo, no era vergüenza lo que sentía… Quizá sí, una poca, pero estaba sobre todo excitada. Siempre que se masturbaba por las noches, siempre que se corría empapando su pijama y sus sábanas lo hacía imaginándose situaciones como la que estaba viviendo en ese momento: ella siendo pillada por alguno de sus padres. Aunque en su imaginación esas escenas seguían con una buena follada incestuosa, y ella tenía claro que la única manera que tenía de salir viva de ahí era castigada de por vida…

Pero se equivocaba.

—Oh, no, cariño, no hace falta que pares. La autocomplacencia es algo completamente normal, no deberías tener vergüenza.

Linda se sentó frente al espejo, junto a su hija.

—Pero, mamá… —Jennifer no sabía donde meterse cuando se dio cuenta de lo mojado que estaba el suelo. Y era todo por ella.

—… si quieres.

Miró a su madre, que como ella hasta hace unos segundos observaba la corrida que manchaba el suelo a su alrededor.

—¿Qué has dicho?

Linda miró a su hija con una determinación y una picardía que hicieron que los pezones de ésta última se irguieran.

—Que puedo hacer que se te vaya la vergüenza, si quieres.

Dicho eso, y sin que a Jennifer le diera tiempo a reaccionar, Linda bajó la cremallera de su falda lápiz dejando a la vista sus bragas mojadas. Antes de que Jennifer se muriera al fin de vergüenza, porque madre mía qué mal lo estaba pasando la pobre, su madre se quitó también las bragas y de un solo y certero movimiento introdujo tres dedos en su coño.

—Hij…aah, ves, no tienes por que aa…avergonzarte —jadeó Linda, estaba bien mojadita y sus dedos resbalaban con facilidad en su interior, haciendo que sintiera un placer explosivo.

Jennifer se había quedado muda observando a su madre hacerse dedos frente a ella. Tenía el pubis depilado, aunque no del todo, un rastro de pelo que formaba un corazón era todo lo que lo cubría. Cada vez que sacaba sus dedos Jennifer podía ver los jugos de su madre y, sin darse cuenta y dejando la vergüenza a un lado, tal y como su madre pretendía, volvió a frotarse el clítoris.

Se miró al espejo, y excitada al ver la imagen de ella y su madre masturbándose juntas, como dos amigas que tienen sexo ocasional, decidió probar y meter dos dedos en su interior. No solía gustarle hacerlo, pero quién sabe si era por la situación o qué pero en ese momento sintió como si fuera a morirse de un orgasmo. Olvidando la laptop, se centró en ver sus reflejos en el espejo y las dos no tardaron mucho en correrse.

—¿Ves, hija? ¿A que ya no tienes vergüenza? ¿A que ya no es raro follarte frente a tu mamá?

No sabía de dónde había sacado la valentía para hablarle así de sucio a su hija, pero Linda se excitó con sus propias palabras. Las dos seguían sentadas en el suelo, frente al espejo, desnudas ya del todo y con la respiración agitada debido a sus recientes orgasmos. Observó las grandes tetas de su hija, su coño, sus dedos manchados de sus jugos, y se contuvo para no pasar la lengua por ellos y comprobar qué tan bien sabía su hija.

Jennifer, en cambio, dejó de contenerse cuando escuchó a su madre decir la palabra follar. Sintió que, de alguna manera, debía agradecerle por haber convertido su tarde aburrida en una tarde que jamás olvidaría.

Se giró hacia su mamá y se lamió los labios. Linda la miró con expectación. Entonces Jennifer pasó un brazo tras el cuello de su madre y se subió a su regazo, dejando por un momento sus tetas frente a la boca de su madre. Notó una suave lamida en el pezón izquierdo y suspiró, acomodándose para quedar a la altura perfecta.

—Gracias, mami…

Se inclinó lentamente hacia ella, entreabrió los labios y finalmente los estrelló con los de su madre. No era el primer beso lésbico de Linda, pero sí de Jennifer, aunque apenas se notó porque, ¡madre mía!, pensó Linda, su hija besaba de muerte. Sus lenguas se rozaban y sus dientes mordieron el labio inferior de su madre, haciendo que Linda soltara un gemido que hizo que los coños de ambas volvieran a humedecerse. Entonces Linda agarró a su hija del culo y la levantó hasta que ambas cayeron en la cama, aún frente al dichoso espejo, y siguieron besándose. Linda trasladó sus besos de la boca de Jennifer hasta su cuello, de su cuello a su teta, donde se entretuvo un rato, y de ahí bajó directamente a su clítoris, haciendo gemir de locura a su hija.

—¡Dios mío, mamaaaa… Ah, sigueee…, mamiiiii!

Linda lamió, chupó y mordió suavemente el coño de su hija durante un minuto hasta que esta, exhausta de placer, tuvo su primer orgasmo en la boca de una mujer. Después de que su madre se tragara todos sus jugos, Jennifer dejó de presionar su cabeza con los dedos y la alzó hasta darle un beso húmedo con sabor a coño.

—Ahora me toca a mí, mami.

Empezó dando suaves besitos en la cara interna de los muslos de Linda, haciéndola jadear, pero cuando finalmente llegó al clítoris de su mamá, ésta puso los ojos en blanco. Jennifer no fue suave ni gentil, ella pasaba la lengua por sobre el chocho de su madre con fuerza, con pasión, con ganas, incentivada por los gemidos guturales de su madre.

—Joder, hija, joder, siiii…. Ah si-sigue aaasí, fóllame con tu bocaah…, fóllame joder.

Jennifer, sin dejarse intimidar por la boca sucia de su madre, que no hacía más que ponerla más y más cachonda, siguió comiéndole el coño e incluso se atrevió a combinarlo metiendo un par de dedos en su interior. Linda, ante tal avasallamiento, no duró ni diez segundos antes de que se corriera como nunca lo había hecho con su marido, gritando de placer, tan alto que los vecinos de arriba empezaban a preocuparse de lo que abajo estaban pasando.

Seguro nunca se les pasaría por la cabeza que los gritos de placer de su amable y convencional vecina de abajo, los cuales confundieron con gritos de angustia, pudieran estar ocasionados por su propia hija, dándole un orgasmo a su mami.

Jennifer separó la boca del palpitante coño de su madre, dispuesta a irse. Pensaba que ya todo había terminado, que ahora que las dos habían tenido un orgasmo, arrollador debo añadir, todo volvería a la normalidad. Sin embargo, Linda aprisionó sus caderas con sus piernas y sonrió.

—¿A dónde crees que vas? —le preguntó, acercándose mucho a su boca, manchada por su reciente y bestial corrida—. Aún falta lo mejor.

Jennifer la miró con reservas pero con excitación cuando la hizo sentarse en medio de la gran cama y ella se puso de rodillas frente a ella. Pudo verse en el espejo, y se excitó ante esa visión, su madre y ella, desnudas, una encima de la otra y a punto de restregarse. Era mejor que cualquier video porno que pudiera ver en internet. Era real.

Linda se inclinó y comenzó a besar la boca de su hija con avidez. Mientras ella se entregaba al caliente y húmedo beso, Linda se encargó de que sus tetas y pezones se rozaran, creando una placentera fricción, y fue poco a poco subiendo una de las piernas de su hija sobre su hombro.

—¿Qué se supone que haces, mami? —cuestionó Jennifer, toda excitada.

—Vamos a follar, Jenni, mi cielo —susurró Linda—. Vamos a follar como lo hacen las mujeres.

Entonces, bajó un poco su cuerpo hasta que su culo rozaba las sábanas, haciendo que sus coños se rozaran ligeramente. Se colocó de tal manera que, ahora sí, los clítoris de ambas se tocaban directamente.

Jennifer sintió un escalofrió ante tal contacto, que sólo fue aliviado cuando su madre comenzó por fin a moverse de adelante a atrás, cabalgando sobre su hija, creando una maravillosa fricción entre las entrepiernas de madre e hija que hizo que al poco tiempo comenzaran a gemir del placer como las putas que eran, practicando incesto sin sentirse culpables sino completamente cachondas y excitadas.

Sus jugos se mezclaban y a medida que la velocidad de ambas iba creciendo y los gemidos se volvían más altos y audibles, Jennifer metió uno de los grandes pechos de su madre en su boca, haciendo que Linda no tardara en correrse entre gemidos y arañazos en la espalda de su hija. Pero, antes de acabar, posó sus dedos en el clítoris de su hija y lo frotó con cariño y ternura, como sólo una madre puede masturbarte, y así se corrieron las dos a la vez.

—Coño, Linda, eso fue impresionante —dijo Jennifer, llamando por primera vez a su madre por su nombre. Se inclinó hacia ella y la besó con dulzura pero una pasión juguetona que hizo que los pezones de su madre se irguieran de nuevo.

Insaciables, comenzaron a besarse de nuevo, con lengua, con mordiscos, y las manos de ambas se perdieron dentro de los coños de cada una. Mientras se masturbaban, aún con los vestigios del orgasmo anterior, las dos pensaron que a partir de esa tarde las cosas entre ellas habían cambiado por completo.

Desde luego, eso no se iba a quedar en una calentura de un día. Sólo tendrían que tener cuidado de que el padre y la hermana pequeña se enteraran. Pero, por volver a gozar como perras, como lo habían hecho esa tarde, cualquier cosa…